sábado, 27 de diciembre de 2008

LOS CUENTOS DE HOFFMANN (Jacques Offenbach) – Royal Opera House Covent Garden – Londres - 07/12/08

Existía en Londres un gran interés por la reposición de esta producción diseñada por el director de cine John Schlesinger (Maratón Man, Cowboy de Medianoche), que data nada menos que de 1980, y que ya fue representada en 2004 con el mismo tenor protagonista, Rolando Villazón, en lo que supuso su exitoso debut en el coliseo londinense y su trampolín a la primera línea del canto mundial.
El interés, no exento de morbo, se centraba en comprobar si el gran tenor mexicano se había recuperado tras su reciente ausencia de los escenarios durante casi un año, alegando “tensión escénica” y misteriosos trastornos vocales, y su reaparición de este mismo verano en la capital inglesa con un Don Carlo de Verdi que fue pasto de feroces críticas, llegándose a afirmar incluso que Villazón había muerto para la ópera.
Para aumentar aún más la inquietud del respetable, la representación anterior (4 de diciembre) fue cantada por un tenor sustituto, ya que Villazón padecía un fuerte resfriado que le impidió protagonizar la obra.
Villazón actuó finalmente el día 7 y, afortunadamente para todos, cosechó un triunfo importante.
Pero vayamos por partes.
Ante todo hay que destacar, por fin, una dirección escénica grandiosa. Clásica. De gran impacto visual. Con un uso inteligentísimo de los espacios que permitía seguir con facilidad la acción en varios planos. Utilizando el color para remarcar el componente dramático, con un pasional Acto veneciano compuesto en rojos o el sombrío Acto III en grises. Ambientada en la época que corresponde y en los lugares indicados en el libreto (Nüremberg, Munich, Paris y Venecia). Esto que parecería de cajón, supone algo excepcional en estos tiempos donde campan a sus anchas por los teatros operísticos de todo el mundo impresentables caricatos del absurdo que presumen de inspiración vanguardista ante lo que no es sino manifiesta ineptitud para el arte.
La producción de Schlesinger, readaptada magníficamente por Christopher Cowell, se vio además realzada por la iluminación espléndida de David Hersey, que utilizaba la luz como parte del drama, y un vestuario espectacular de Maria Björnson que brilló especialmente en el Acto II desarrollado en Venecia.
En lo musical, Antonio Pappano dirigió con solvencia a la muy profesional Orquesta del Royal Opera House y su magnífica sección de cuerda, matizando los volúmenes en pro de los cantantes, con un control soberbio de los vientos, y consiguiendo en los interludios y fragmentos orquestales una cálida sonoridad que ascendía por el teatro y se extendía con uniformidad por el recinto como la antaño célebre niebla de la ciudad, gracias a un inteligente manejo de la batuta y a la impresionante acústica de esta sala que ha conseguido permanecer inmune, pese a sus reformas, a las enfermas meninges de algún Calatrava de turno.
Como decía al comienzo, se esperaba con expectación a Villazón. Nada más aparecer en escena incluso se escuchó algún aplauso motivador. Su inicio escénico como el borracho Hoffmann, le permitió hacer gala de su facilidad interpretativa, siempre rayando el histrionismo, demostrando estar en una forma física envidiable, con ágiles saltos por encima de sillas y mesas. Dramáticamente nos encontramos sin duda ante uno de los intérpretes más completos del panorama contemporáneo, que además, afortunadamente, ha limitado un poco su exagerada gestualidad que en ocasiones llevaba sus momentos dramáticos al límite de la comicidad. El mexicano ejecutó su papel con desenvoltura, con un dominio de las tablas absoluto, con contenido dramatismo y exultante pasión. En lo estrictamente vocal, comenzó muy reservón en el Preludio, para irse creciendo poco a poco, llegando a un Acto III en plenitud de facultades, estando magistral en el dúo “C’est une chanson d’amour”. Villazón no se ha caracterizado nunca por tener una voz amplia, pero resultó evidente que, no sé si debido a posibles secuelas del resfriado, su voz ha adelgazado, costándole proyectarla, sobre todo en los dos primeros actos, donde parecía demasiado embutida. Mantiene el mexicano su característico timbre oscuro, con un excepcional control del fiato y los reguladores y una facilidad insultante para los agudos. Cantó con firmeza y seguridad, dominando el personaje, finalizando la obra como el gran Villazón que recordábamos y consiguiendo la apasionada ovación de un público que estaba deseando compensarle por los abucheos del verano.
El resto del elenco no desmereció en absoluto.
El israelí Gidon Saks, que interpretaba a los diferentes villanos de la ópera, fue, a mi juicio, la mejor sorpresa de la noche. Hizo gala de un timbre exquisito, limpio, que modulaba perfectamente, de amplio volumen, con proyecciones estratosféricas que hacían retumbar el upper amphitheatre. Lástima el ostensible gallo que ensució la colosal interpretación que estaba ejecutando de su aria del Acto II “Scintille, diamant”.
La mezzo americana Kristine Jepson fue una gran Nicklausse, mostrando unas excelentes dotes interpretativas y una voz amplia y limpia a la que sabía dotar de lirismo o de agresividad masculina según precisara el personaje. Su barcarolle a dúo con una sensual y elegante Christine Rice, estuvo rebosante de sentimiento y poesía.
La soprano Katie Van Kooten se mostró como un valor a seguir, con una voz muy personal, de ligerísimo vibrato trinador que le da una peculiar belleza, y que supo estar a la altura de Villazón en el Acto III, tanto en lo vocal como en la interpretación.
El papel de la muñeca Olimpia, pese a su brevedad, es siempre un reto no apto para cualquier aprendiz de canto. Exige sopranos de coloratura que sepan desenvolverse en las diabólicas agilidades del aria "Les oiseaux dans la charmille" al tiempo que mantienen el volumen y la afinación. La griega Vassiliki Karayanni cumplió más que dignamente con el cometido, sin los adornos extras de algunas maestras del rol como la Dessay, pero sin que se le notase pasando por dificultades, e imprimiendo la chispa cómica que necesita el personaje con profesionalidad.
En definitiva una magnífica tarde de ópera de primer nivel en un entorno ideal, ese Covent Garden iluminado bajo la clara luna que nos esperaba a la salida y que animaba a continuar con la barcarolle y su “Belle nuit, oh, nuit d’amour”…



Natalie Dessay como Olympia



Agnes Baltsa y Claire Powell cantan La Barcarolle en la misma producción de Schlesinger del año 1980

1 comentario:

  1. thankyou for your comment to my blog ,
    i intend to give detailed explanations of work and hope that people will share
    thanks
    gavin

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