martes, 13 de octubre de 2009

"TRISTAN UND ISOLDE" (Richard Wagner) - Royal Opera House - Londres 09/10/09


Tenía gran interés por asistir a esta producción del “Tristan und Isolde” de Wagner, en el Royal Opera House Covent Garden de Londres, cuyas primeras representaciones suscitaron cierta controversia respecto a la propuesta escénica y unanimidad absoluta acerca del rendimiento de la sueca Nina Stemme como Isolde.

Desde mi punto de vista, seguramente equivocado, la dirección escénica de Christof Loy es de las de mamarrachada cum laude. Se trata de un minimalismo feo, pretencioso e imbécil. La escena es un gran espacio vacío con tan sólo una silla y una mesa repugnantes, dignas de una celda de castigo, situadas junto a un panel en el lado izquierdo del escenario donde se desarrollaba prácticamente toda la acción pegada a él, lo que originaba que el público situado en ese lado del teatro no viese apenas nada de lo que ocurría, por lo que seguro que están muy contentos con la originalidad de Loy. Al fondo del escenario, una cortina puntualmente se descorría para dejar ver un segundo plano de la acción, consistente en un comedor con varias mesas dispuestas para un banquete y un gran ventanal al fondo. Allí se situaban los cortesanos del rey Marke y el coro masculino, vestidos de esmoquin, con frecuentes momentos en que aparecían simulando imágenes congeladas. En la llegada del rey Marke a Kareol del tercer acto los chicos del esmoquin se ponen a hacer como que pelean a cámara lenta embadurnándose todos de sangre, a lo Reservoir Dogs. Muy profundo. En el primer acto podemos escuchar al coro cantando “arriad las velas", "largad el cabo", "levad el ancla” etc, mientras vemos a los presuntos marineros vestidos de esmoquin paralizados, sentados a la mesa, y lo único que huele por allí a mar es el merluzo que se inventó semejante sarta de majaderías.

A mi juicio, la puesta en escena molesta el seguimiento de la acción, con una divergencia tremenda entre lo que se canta y lo que se ve, e interfiere en la poesía y sentido musical de la obra con tanta bobada. Y todo ello ¿con qué fin?. ¿Dejar a los dos protagonistas en ese espacio vacío, sin ningún aditamento de atrezzo, para que nos encontremos únicamente con sus almas y sentimientos?, pues a lo mejor, aunque a mí que me perdonen los más listos, pero, reconociendo que quizás soy demasiado corto de entendederas para tanta sapiencia artística, yo a quien dejaba solo en una isla desierta era al señor Loy para ver si le caía un coco en la crisma y se le refrescaban las ideas.

En lo musical, la lectura de Antonio Pappano me pareció espléndida. Está claro que no es Baremboim, pero hoy nadie dirige Wagner como Baremboim. Y Pappano rozó la excelencia. Sorprende la conjunción que logra este hombre con la Orquesta de la ROH en cada proyecto que acomete, y cómo consigue siempre extraer los mejores sonidos de ella. Llevó el pulso de la obra de forma magistral, apasionada, sentida, llenando el teatro de emoción, con un preludio del tercer acto antológico y un Liebestod, junto a Stemme, de los que hacen brotar las lágrimas de puro éxtasis.

El Coro masculino estuvo bastante correcto, a pesar de tener que cantar vestidos de maitres de Parador Nacional.

Nina Stemme es la más grande Isolde de nuestros días por méritos propios. Personalmente, yo no he escuchado nada igual, salvo que nos vayamos a las grabaciones históricas de las grandes diosas wagnerianas. Su interpretación fue absolutamente perfecta y consiguió hacernos vivir una noche inolvidable, pese a la absurda puesta en escena que la envolvía y el fiasco de tenor que tuvo por acompañante. Su voz, redonda y extraordinariamente homogénea, se impuso siempre a la orquesta, llegando aparentemente fresca al final tras cuatro horas de plenitud canora. Irradió durante ese tiempo altivo orgullo, amor y desesperación, exhibiendo una fuerza dramática inmensa en el primer acto, consiguiendo alcanzar en el segundo las cimas del lirismo y el canto matizado, y finalizando con un “Mild und Liese” espectacular y sobrecogedor. Todo ello acompañado de una intensa interpretación como actriz, cuidando al máximo cada gesto y cada mirada. Su salida al escenario a la finalización del espectáculo fue acompañada por una tormenta enloquecida de bravos, mientras la totalidad del teatro se ponía en pie para premiar el esfuerzo de esta mujer que nos hizo gozar con su mayúsculo arte. Y cinco horas y media después del comienzo aun tuvo el aguante de atender a los fans para firmar programas y conversar brevemente con ellos, y yo la fortuna de hallarme allí y poderle transmitir mi reconocimiento y admiración.

Ben Heppner es un cantante al que le profeso enorme respeto, y es (o ha sido), sin duda, uno de los Tristanes referenciales de los últimos años. Sin embargo, los comentarios de quienes habían asistido a las anteriores funciones de este Tristán coincidían en afirmar que Heppner había presentado graves problemas vocales, aunque todos confiábamos en que se tratase de un problema pasajero y surgiese de nuevo el Heppner que conocemos, ese Tristán fuerte, emotivo, brillante y resistente. Pues nada más lejos de la realidad. Estuvo sencillamente espantoso. Su voz se quebró por completo, no era una voz cansada, sino absolutamente rota. Comenzó el primer acto con problemas de emisión, quedando frecuentemente por debajo de la orquesta, con una respiración inadecuada que afeaba su fraseo, pero aguantando las subidas al agudo con cierta dignidad e intentando matizar. Pero en el segundo acto el fracaso fue definitivo. Alguien secuestró al esforzado cantante de ópera en el entreacto y soltó a escena a un representante de granjas avícolas que no hubo nota que diese que no fuese acompañada de su correspondiente gallo. Daba igual que se moviera en el registro agudo que en la zona central, que cantase en forte o pianissimo, que allí aparecía el gallo Claudio en cada nota, castigando los oídos de los pacientes espectadores, mancillando la exquisita música de Wagner e impidiendo que se pudiese gozar en plenitud de la perfección del canto de su compañera de reparto. En el tercer acto, disminuyó un tanto el número de gallos, pero la desafinación y los problemas de emisión continuaron hasta el final. Algo vergonzoso e imperdonable.

Al comienzo del tercer acto una señorita de la ROH salió a escena siendo recibida con aplausos de quienes pensaban que iba a anunciar la salida del cover, pero hete aquí que lo que anunció fue que el señor Heppner se encontraba indispuesto a causa de una alergia, pero que había decidido continuar la representación. Si no hubiéramos tenido noticia de su rendimiento en las funciones anteriores, igual la cosa colaba, pero si ya la semana anterior se infló a soltar gallos y a desafinar, o es que definitivamente se le ha roto la voz o es que no estando en condiciones de cantar, lo hizo, para desgracia del público presente que, no obstante, al finalizar la obra le obsequió con inmerecidos aplausos de respeto. Ese respeto que él no tuvo con el público, no teniendo la dignidad siquiera de dar la cara a la salida, huyendo a escondidas sin pasar por la stage door.

El grandísimo Matti Salminen fue, una vez más, el rey Marke. Él es Marke y no hay otro igual. Su tremenda voz, la intensidad dramática de su canto y ese fraseo imponente en el que consigue ligar los silencios con los versos como nadie, dando a cada frase su perfecto sentido, logran transmitir la dignidad, desconcierto, ira y tristeza de este personaje que ha hecho suyo. Más meritoria aún es la actuación de este finlandés incombustible teniendo en cuenta que tuvo que moverse en escena pese a acusar una ostensible cojera que le obligaba a ir apoyándose en un bastón.

La francesa Sophie Koch compuso una Brangäne extraordinaria, con una enorme fuerza interpretativa, sabiendo dar la réplica a Stemme en sus intervenciones conjuntas.

Michael Volle fue también un gran Kurnewal con una voz impresionante y una poderosa presencia escénica.

El resto del reparto estuvo correcto, aunque no me acabó de gustar la voz del Melot de Richard Berkeley Steele.

Al final, pese a Loy y Heppner, pudimos vivir una noche intensa, llena de emoción, donde disfrutamos de un Wagner excelso gracias a Pappano y a esta diosa wagneriana llamada Nina Stemme.



video de paterprofundus

12 comentarios:

  1. Atticus:
    Estaba esperando tu post como agua de mayo porque yo también estaba allí la noche del día 9. Suscribo casi todo lo que afirmas pero con ciertos matices: Pappano me pareció inmejorable, perfecto. No me acordé de Barenboim ni de nadie que no fuera aquel hombre y aquella maravillosa orquesta que toca como una sola voz instrumental de mil matices y, a la vez, presenta unos solistas de reclinatorio como diría Joaquim.
    Me gustó mucho Sophie Koch, el Kurwenal de Volle y el fantástico Marke del sabio Salminen. Como bien dices, él es Marke, bastón i smoking incluidos. Y qué decir de Nina Stemme. Su canto, la belleza de su voz, la interpretación sublime del personaje me dejaron perturbada.
    Siento que eres muy duro, y lo respecto, claro, con Ben Heppner. Aplaudí lo bueno que había sido no hace tanto, pense que maldito el clima londinense que le habría resfriado, recordé su Florestan, su enorme humanidad, vi su esfuerzo y una agonía de Tristan que parecia la suya propia y entendí la huida y, tal vez, el llanto solitario. Perdona, Atticus pero después de un Wagner como este a mi salen letras de bolero.
    En lo referente al decorado por llamarlo de algún modo, pensé que era un apaño, precisamente, en deferencia hacia Heppner. El escenario dividido por un segundo telón ahorraba esfuerzos y, creí ver, -corrígeme si aluciné- una especie de segundo telón de acero detras de la cortina divisoria que, de vez en cuando, mostraba el comedor y los coreutas. ¿Puede tener relación con el mal estado de la voz de Heppner esta hoja de acero disfrazada de inofensiva cortinita? Lo de que cantaran todo el rato en el mismo lado del escenario me pareció de muy mal gusto y también sospechoso: el acero , probablemente, sólo podía moverse en una dirección. Por suerte a mí me toco el lado bueno.
    Perdona lo mucho que he escrito pero me he despachado a gusto y tu opinión, como siempre, será de gran interés para todos.
    Salí muy satisfecha porque el espectáculo fue, en general, muy bueno pero concluí que se trataba de una versión concierto aderezada con elementos-trampa pretendiendo simular un inexistente amago de puesta en escena.
    Gracias por escucharme, Atticus. ¡Y que bien la Stemme!

    ResponderEliminar
  2. ¡¡Estupenda crónica, Atticus, como siempre!!.
    Qué envidia poder haber visto a la Stemme en directo. Yo fui al asqueroso montaje de la Salomé del Liceu y me maravilló. Me la imagino de Isolde y se me ponen los pelos de punta.
    Lástima lo de Heppner, aunque pienso que su bajón debe ser algo temporal. Creo que puede seguir siendo un referente wagneriano.
    Salminen (me arrodillo para pronunciar su nombre) es el más grande en todos los sentidos.
    Gracias por tu crónica y por habernos acercado esa función a los que no pudimos acudir. Por unos momentos me he sentido allí.

    ResponderEliminar
  3. Ya tenemos a una Isolda... esperemos no quedarnos sin Tristanes.Expertos, hablad y decid quienes son los mejores en la actualidad. Gracias, Atticus, nunca te llegaremos a pagar los viajes, pero nos encantan tus crónicas!!!! Sigue, sigue...

    ResponderEliminar
  4. Glòria: Qué rabia no saber que ibas y habernos podido ver. Me parecen muy acertados todos tus comentarios. Efectivamente Pappano hacía olvidarse de cualquier precedente. La diferencia es que mientras Pappano consigue una sucesión de momentos excelsos, Baremboim logra una excelsa visión de conjunto, un permanente sentido de la obra como un todo, redondo, coherente y perfecto.
    Reconozco mi dureza, posiblemente injusta, con Heppner. Te aseguro que si no hubiese escuchado las grabaciones de otros días anteriores con gallos del mismo calibre, yo también le hubiera disculpado como el que más, pero que una semana después siga echando gallos me dice que no debía haber cantado en esas condiciones que él debía saber que no eran buenas. Y, al menos, cuando ves el desastre en que se ha convertido el acto segundo, no salgas al tercero así, hombre.
    Que conste que yo le aplaudí y le agradecí el esfuerzo que le puso permanentemente, pero en esas condiciones, insisto, creo que no debía haber cantado.
    La puesta en escena no creo que tenga absolutamente nada que ver con el estado de Heppner, sino con la diarrea mental de Loy. Esa hoja de acero podía haber sido la guillotina que esperase la hueca cabeza del director artístico.
    A mí me pareció una tomadura de pelo con pretensiones de genialidad, y aunque la idea pueda ser genial no creo que legitime el meter las zarpas de semejante forma en la obra privándola de su contenido y confundiendo al espectador.
    Lidia: Gracias por tu comentario. Efectivamente Salminen es MUY grande en todos los sentidos.
    Yo también confío en que lo de Heppner sea pasajero (aunque hoy por hoy sea más propio de Alien el 8º pasajero). Siento el chiste malo, no lo he podido evitar.
    Mª Teresa: ¿El mejor Tristán?, pues, no sé... Melchior, Lorenz, Windgassen... Ah, en la actualidad... pues ... (silencio)...para mí posiblemente Heppner (hasta el día 9 al menos). Seiffert, Dean Smith, Forbis... no acaban de convencerme.
    ¡¡Ah, se admiten donaciones para los viajes, buena idea!!.

    ResponderEliminar
  5. Me entristece mucho lo de Heppner, ya que era el único tenor en la actualidad, que podía defender este rol con algo más que dignidad.
    Un repertorio exigente como el que él aborda, acaba pasando factura.
    De nada sirve tener un vozarrón como West, si luego es incapaz, aún resistiendo estoicamente hasta el final, sin dar ninguna emoción al personaje (Tristan en el Real).
    Seiffert ni harto vino será nunca Tristan i Dean Smith canta divinamente, resiste, pero no es un héroe, es la voz del marinero como mucho.
    Que le vamos a hacer y encima esperar que Heppner nos venga con alogo de dignidad al Herman del Liceu.
    En cuanto a lo de Stemme, solo me queda que comprarme un plumero para ir sacando el polvo al reclinatorio, que evidentemente, lo tendremos que utilizar, por fortuna, a menudo.
    Fantástica e inclemente crónica. Pero entiendo tu enojo, aunque para mi Heppner será siempre ese tenor que me provocó casi una taquicardia de satisfacción orgásmica, en su recital del Liceu.

    ResponderEliminar
  6. A mí también me sabe muy mal lo de Heppner, que desde hace unos años parece que por cada día bueno tiene un mes malo. Pero me alegra lo que dices de Stemme, que parece el recambio natural de Meier como Isolda oficial de la parroquia wagneriana. Y me alegra también que hayas tenido ocasión de volver a disfrutar con Salminen.

    ¿El tal Loy no es el culpable de la puesta en escena de Lulu, actualmente en el Teatro Real, en la que aún hay menos elementos en escena y que, según dicen, hace que el argumento de la ópera resulte del todo incomprensible?

    ResponderEliminar
  7. Y el tal Loy será el responsable del Rapto en el Liceu, esta temporada.
    PACIENCIA.
    Cuantos más abucheos recibes, más te contratan.

    ResponderEliminar
  8. Pues vaya!! :-/
    Esperemos que a Heppner se le pase esa mala racha.

    ResponderEliminar
  9. Atticus, estupenda crónica con la que coincido.

    Siento que lo de Heppner se esté conviertiendo en constante y creo que no debería de abusar de la gentileza y elegancia del público inglés. Si no puede, por las razones que sean, no debería de cantar. A mi personalmente me dejó mal cuerpo verlo tan abatido, y más por el contraste con tan espectacular partenaire como es la Stemme.

    Como le dije a Mei, me muero de envidia porque hayas disfrutado de mi rey Marke favorito. A mi me entusiasma cómo despliega todas sus facultades con elegancia, maestría y "majestad" en el monólogo del segundo acto, sin duda uno de mis momentos preferidos.

    Sobre la puesta en escena, no entiendo el criterio de las direcciones de los teatros ¿Cuánto más se abuchean más se contratan? Eso no es de recibo. No entiendo el porqué puestas en escena feas e ininteligibles se las disfraza de una argumentación pseudointelectualoide para disculpar la protesta del respetable.
    A mi esta puesta en escena me molestó y me distrajo de lo importante; la música y los cantantes. Me pareció lisa y llanamente una tomadura de pelo de tomo y lomo.

    La dirección de Pappano es buena, pero el mérito de que el "Mild und leise" fuera de lagrimilla y taquicardia se debe, en mi modesta opinión, a la Stemme, que supo desarrollar todas sus facultades, encontrar el tiempo, mantener la tensión y la progresión dramática...qué dificil es de explicar y qué facil de sentir. En síntesis, ella es la excelencia, la fuera de serie de esta producción.

    Grazie mille Atticus!

    ResponderEliminar
  10. Yo también me quedo con el Heppner pletórico que tanto nos ha hecho disfrutar cantando Wagner, y aún confío en que pueda volver a recuperar su estado de forma vocal.
    Coincido con Joaquim en que probablemente él era el último Tristán de nivel que nos quedaba.

    Lo de Loy, como ya he dicho, me pareció una tomadura de pelo en toda regla. Desgraciadamente muchos teatros siguen dando cancha a abyectos montajes cuyo único mérito es provocar mediante la descomposición de la esencia misma de la obra en cuestión. La primera vez te la pueden colar, pero no se puede seguir contratando a esos sujetos por el mero hecho de saber que van a originar publicidad ocupando portadas con sus disparates y con el escándalo que se monte en el estreno. Luego encima se pretende dejar por "raros" al "elitista público conservador" que se niega a aceptar innovaciones en las propuestas escénicas.
    Esto no es cierto. Al menos en mi caso. La mayoría de los aficionados a la ópera estamos abiertos a nuevas propuestas escénicas e incluso agradecemos la originalidad de los creadores. Pero ahí no puede valer todo.
    Es fundamental que se mantenga el espíritu básico de la obra (nos guste o no), que no se entorpezca su desarrollo musical y que se respete la dignidad de los intérpretes.
    No es de recibo que hoy los directores artísticos pasen más castings a los cantantes que los directores musicales.
    Estamos viviendo una época de dictadura de los registas provocadores que me parece inaceptable.

    ResponderEliminar
  11. La verdad es que yo "lo flipo" con lo de Heppner. La semana anterior pensé que había asistido a un espectáculo único de galleo y orquesta. Al empezar el tercer acto con los prismáticos pegados a los ojos (no todos podemos permitirnos plateas en el ROH, jeje!!!) no me podía creer que fuera él, daba por supuesto que iba a salir el cover pero no, era Heppner. Lo que no tiene nombre es que una semana después volviera a repetir el espectáculo. El pobre cover debe estar en tratamiento por depresión porque si no ha cantado ahora . . . ¿cuándo le va a tocar? Estoy de acuerdo contigo en lo de la falta de respeto hacia el público, yo no le pité (ni nadie) porque lo consideré "un accidente" y porque este señor ha sido un monstruo pero que repita el numerazo una semana depués. . . La Sra. Stemme me dejó absolutamente ojiplático, suerte que tengo su autógrafo en el programa!! ;-)

    ResponderEliminar
  12. Pues Heppner lo volvió a hacer igual de mal o peor de lo que me habías comentado. Me temo que de accidente, nada.
    Me han dicho que la última función no la cantó Heppner, sino el sueco Lars Cleveman.
    Tenía que haberse ido bastante antes y no hacernos sufrir de esa forma.

    ResponderEliminar