viernes, 11 de junio de 2010

WALTRAUD MEIER. KUNDRY EN VALENCIA


Las preclaras mentes que rigen la cultura en la ciudad de Valencia no han tenido mejor idea que permitir que el mismo día coincidiesen el estreno de “Salome”, de Richard Strauss, en el Palau de les Arts, inaugurando el Festival del Mediterrani; y el segundo acto de “Parsifal” de Richard Wagner, en versión concierto, en el Palau de la Música con el protagonismo de la mezzosoprano alemana Waltraud Meier.

Por si la crisis no hace ya bastante para recortar el número de espectadores de este tipo de eventos, los propios dirigentes de los dos recintos musicales de la ciudad, en lugar de colaborar procurando que ambos puedan nutrirse de un público que es bastante coincidente, se hacen la competencia contraprogramándose como vulgares emisiones de telebasura.

Ante semejante panorama, yo tuve clara mi opción y decidí acudir a escuchar a Waltraud Meier, en lo que, afortunadamente, se ha convertido ya en una tradición anual, gracias, parece ser, a la amistad que une a la cantante alemana con el actual director de la Orquesta de Valencia, Yaron Traub, y que nos permite que podamos disfrutar todos los años de la presencia en nuestra ciudad de esta leyenda viva del mundo de la ópera.

Esta representación del segundo acto de “Parsifal” contó con la participación, además de la Kundry de Meier, con el tenor neozelandés Simon O’Neill como Parsifal y Roman Trekel en el papel de Klingsor. Así como la Coral Catedralicia de Valencia.

A la llegada al Palau de la Música nos esperaba una desagradable sorpresa, cual fue que, al coger el programa de mano, pudimos ver que, sin previo aviso ni explicación alguna (vamos, lo que se conoce vulgarmente como “conducta a la Helga”), se había eliminado del programa la interpretación inicialmente prevista de “La Metamorfosis” de Richard Strauss. Sólo falta que, ademas de contraprogramarse, se copien lo peor de cada casa.

Yaron Traub dirigió a la Orquesta de Valencia con los mismos aspavientos y crípticos movimientos que de costumbre (yo a veces llego a dudar que los músicos sepan interpretar los gestos de este hombre). Pero para ser sinceros he de decir que la Orquesta sonó mejor que otras veces. Dejando de lado algunas pifias de los violines, las secciones funcionaron con corrección, con unos metales más entonados de lo habitual y una percusión sobresaliente.

La dirección de Traub cuidó con exquisitez el acompañamiento de las intervenciones de Meier, pero curiosamente trató de forma despiadada a O’Neill y Trekel, con unos volúmenes desaforados en la Orquesta, impropios de una representación en versión concierto, sin foso que amortiguara aquella vehemencia.

Lo peor de la noche fue la escena de las muchachas flor, posiblemente uno de los fragmentos más bellos y delicados de toda la obra, pero que, entre alguna solista que chillaba como poseída y entraba a destiempo, y la incapacidad de Traub para controlar aquello, acabo convertido casi en una riña de gatos.

La Coral Catedralicia, con un número quizás exagerado de componentes para la ocasión, cumplió correctamente y se escuchó un buen empaste, aunque también vio lastrada su intervención por la incapacidad directora de Traub.

El barítono Roman Trekel fue un Klingsor solvente, de bella voz, a la que quizás le faltaba un punto más de claridad y grave rotundidad, pero cantó con gusto y musicalidad.

Simon O’Neill sorprendió a casi todos con un Parsifal realmente espléndido. Dejando aparte la eterna discusión acerca de si es o no el heldentenor que estamos esperando, lo cierto es que el neozelandés exhibió una voz fresca, más lírica de lo que a lo mejor esperamos encontrarnos, pero de timbre bellísimo, con una buena técnica de emisión, aunque engolara frecuentemente en la zona más grave, e hizo derroche de un importante fiato. Su “Amfortas, die wunde!” fue realmente espectacular.

Waltraud Meier no representó a Kundry. Ella es Kundry. Sin partitura de apoyo para un papel que se conoce al dedillo, nada más comenzar la música inició su concentración y podía percibirse como iba pasando de ser Meier a ser Kundry. La expresividad mayúscula de esta mujer sobrecoge. Su interpretación es mucho más que eso, es una metamorfosis en la que siente y transmite los sentimientos de su personaje como pocos artistas lo consiguen.

Auténticamente inolvidable fue la belleza con la que emitió la primera frase que dirige Kundry a Parsifal, ese “Parsifal, weile!”, que trazó ayer con una delicadeza y lirismo inigualables. Como también fue bellísimo el relato que hace de la historia de la madre de Parsifal, y que pocas cantantes han interpretado como lo hace ella. Por si fuera poco, se marcó un “lachte” con un si natural impresionante que parecía que iba a quebrar la cúpula acristalada del recinto.

Más allá de la calidad estricta, medida con diferentes parámetros más o menos objetivos, lo que hace definitivamente grande un espectáculo musical es la emoción que logra crear en el público. Y en este sentido, ayer vivimos un espectáculo realmente grande, con inemensas dosis de emoción.

Como ejemplo baste señalar algo realmente inusual por estos lares, como fue que, al finalizar la orquesta el último compás y bajar el director la batuta, no sólo no apareció el paleto pronto-aplaudidor de turno no dejando ni acabar de escucharse la música, sino que durante casi una decena de segundos el público permaneció en un silencio que se podía cortar, acabando de paladear la grandeza de la música de Richard Wagner que se había escuchado, antes de prorrumpir en una estruendosa ovación que duró muchos minutos, en la que rugientes bravos premiaron a los participantes, con especial intensidad para la enorme Waltraud Meier. Un “momento Bayreuth” que hizo aun más inolvidable lo vivido anoche.

Al finalizar, como también se ha convertido en costumbre, Meier y O’Neill atendieron amablemente a quienes pasamos a saludarles y nos sorprendieron agradablemente al anunciarnos que el año que viene tienen previsto volver ambos en un programa dedicado a Mahler con “La canción de la tierra” y los “Rückert Lieder”. Una fantástica noticia, sin duda.

Mañana sábado se repite la representación de este segundo acto de “Parsifal” con los mismos protagonistas, y yo volveré. Vale la pena.

Esta misma semana Waltraud Meier declaraba a la prensa local: “Mi ideal es irme a la cama cada día con la conciencia de que he hecho mi trabajo tan bien como hoy me era posible hacerlo”.
Anoche, desde luego, estoy seguro de que la señora Meier se fue a la cama con la conciencia muy tranquila, y nosotros con el espíritu algo más elevado.

Os recomiendo leer aquí la estupenda crónica que, como de costumbre, ha hecho el amigo maac. Y aquí la no menos buena de FLV-M

12 comentarios:

  1. Gacias, Atticus, se me había olvidado el desastre Muchachas Flor. No sé de quién fue la culpa pero todo apunta a Traub porque algo de lo que iba a pasar ya nos lo habían comentado, y efectivamente así fue. Si se sabía que salía mal se podía haber corregido. Estupenda crónica, no hemos coincidido en todo pero casi.

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  2. Bonita y sentida crónica.Si estuviera más cerca yo sí que iría mañana.Me alegro de la sorpresa magnífica de Simon O'Neill.Un fiato tan largo es siempre jugar con ventaja y encima canta bien.La Meier en uno de sus roles fetiche:un festival...

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  3. Gracias por una crónica tan detallada y cargada de emoción. Yo me decanté por Salomé, ya que la del viernes era la única función a la que podía asisitir, pero me habría encantado estar allí. Si los gestores culturales, mejor las gestoras, se preocuparan un poco de no solaparse, todos saldríamos ganando.

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  4. No hay duda, maac. Tras asistir ayer a la segunda representación, está claro que lo de las Flores y el Coro fue un problema de Traub. Ayer estuvo muy pendiente de las voces y sonó muchísimo mejor.

    Dandini: Lo que más me sorprendió fue la frescura de la voz de Meier y un Simon O'Neill realmente muy notable. A ver si el año que viene en el Liceu cumple.

    Titus: Se te echó de menos, pero te sabíamos destacado en Les Arts para comentarnos, tan bien como has hecho, ese estreno straussiano.
    Lo de las gestoras palaciegas es vergonzoso. En lugar de repartir la oferta cultural de forma que todos puedan aprovechar todo el público potencial, parece que prefieran fastidiar al Palau vecino antes que favorecerse todos.

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  5. Ciertamente, el pronto aplaudidor es uno de los males más extendidos en esta ciudad. Tuvimos un claro ejemplo al día siguiente, en el concierto de la OBC. Tampoco es obligatorio toser siempre entre los movimientos sinfónicos, como algunos parecen pensar. De los móviles, mejor no hablamos. En fin, esta ciudad es así.

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  6. Precisamente un móvil sonó en un pianísimo de la orquesta y de Meier, introduciendo la aborrecible sintonía de Nokia entre las notas de Wagner. Precioso.
    Y eso que en el Palau de la Música, a diferencia de Les Arts, recuerdan a los despistados que deben apagar el móvil.

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  7. lohengrin15/6/10 02:18

    Lo de los "prontoaplaudidores" no es un problema de Valencia,creo que se amplía a todo el territorio nacional;soy asidua del Teatro Real de Madrid, y no hay manera de escuchar el final de ninguna ópera...
    Disfruté mucho del Parsifal de Valencia y estoy de acuerdo con los excesos que comentais del director.Y sí,es una lástima no poder aprovechar el viaje a Valencia para disfrutar también con la Salomé.

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  8. Tienes razón, Lohengrin: las prisas en aplaudir y en salir corriendo de las salas aunque siga sonando la música; el dejarse el móvil conectado y permitir que suene durante largo tiempo e incluso contestarlo en mitad de la representación; el comentar con el vecino las incidencias de la representación a un volumen apto para sordos ubicados en el otro extremo del teatro; las toses, estornudos y carraspeos feroces sin la mínima moderación; aprovechar los pianísimos para rebuscar en los bolsos estrujando todo tipo de objetos ruidosos; el uso del abanico con virtuosos riiis raaas y golpes contra la zona mamaria; el tarareo desafinado acompañando la música para demostrar que "esta me la sé"... son todos ellos detalles muy Made in Spain.

    Es verdad que fuera de nuestras fronteras también nos encontramos a veces con estos molestadores profesionales, pero en esto en España tenemos garantizada medalla de oro.

    Gracias por tu comentario.

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  9. ¡Larga vida a Yaron Traub!
    (y a su amistad con la Meier)
    Creo que está todo dicho, esta mujer es de otro planeta y tenerla a 8 metros cantándote "a la orejita" la Kundry es un privilegio absoluto.
    Magnífica crónica y gracias al paleto por no poder acudir y permitirnos ese final bayreuthiano.

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  10. Si el precio de que venga Meier todos los años es aguantar la aburrida dirección de Traub, sea. Asumo el coste.

    Si fuera García Asensio (batutaparati), ya sería otro cantar...

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  11. Hola Atticus, siempre leo tus crónicas pero no me decidía a meterme en el blog . Me encanta tu manera de escribír y lo claras y precisas que son tus reseñas. Yo sólo puedo decir que oír a la Meier como Kundry ha sido lo mejor que me ha pasado musicalmente, cuando terminó el recital pensé que había asistido a una lección de canto y de interpretación , estaba tan emocionada que todavía se me hace un nudo en la garganta al recordarla allí, tan regia y espléndida como una diosa que hubiese consentido en hacerse mortal una hora para hacernos compartir por un rato su sublimidad.

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  12. Bienvenida al blog, Virginia. Espero contar con tus comentarios más a menudo porque la verdad es que da gusto leerte. De hecho has descrito mucho mejor que yo, y en menor espacio, lo que sentimos esa noche escuchando a la Meier, que realmente fue algo muy grande.
    Gracias por tu comentario.

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