viernes, 9 de septiembre de 2011

EL RAH, LA ROH Y UNAS PINTAS CON MUSETTA (IIIª Parte)


Tras las andanzas londinenses de Atticus y sus amigos por el RAH y la ROH, de las que os hablé en los capítulos anteriores de esta miniserie, hoy finalizaré contando algo, por fin, acerca de las pintas con Musetta. Quizás me alargue un poco, pero ya no es cuestión de hacer más episodios.

Cuando ya nos habíamos hecho a la idea de quedarnos sin ver una ópera en Londres, una visita a mi buen amigo Simon, inglés residente en el barrio de Islington, cambió las cosas. Él nos comentó la existencia de un Pub del barrio donde representaban ópera en inglés y nos manifestó que pese a que hacía tiempo que tenía ilusión por haber ido, no lo había podido hacer. Estuvimos viendo el calendario de representaciones que nos facilitó y vimos que esa semana interpretaban “The Turn of the Screw” de Benjamín Britten, “L’Incoronazione di Poppea” de Monteverdi, y el día 5 de agosto, que coincidía con el cumpleaños de Simon, “La Bohème” de Puccini. Así que, tras los chistes y reticencias iniciales que nos provocaba eso de la ópera en el Pub, decidimos celebrar su cumpleaños escuchando una Bohème en directo mientras nos tomábamos unas pintas. Total, peor que Quixote no podía ser...

El Pub en cuestión es el King’s Head Theatre. Como he dicho, se ubica en el barrio de Islington, al norte de Londres, en el número 115 de Upper Street. En 1970 Dan Crawford lo convirtió en el primer Pub-teatro del Reino Unido, llegando a adquirir un gran prestigio. De hecho, por allí ha pasado gente como Ben Kingsley, Gary Oldman, Joana Lumley, Alan Rickman, Kenneth Brannagh o Imelda Staunton. En la zona de Pub hay actuaciones musicales en directo casi todos los días y en la trastienda las obras de teatro, generalmente de vanguardia, se alternan con funciones de ópera.

Desde el año pasado, Adam Spreadbury-Maher es el director artístico del King’s Head Theatre y parece ser el responsable de la actual denominación, magnífica, con la que se conoce popularmente al local: “London’s Little Opera House”, siendo el primer recinto destinado a ópera que se crea en la capital británica desde hace 40 años.

Spreadbury-Maher es también el director artístico de la compañía OperaUpClose, encargada de representar estas óperas con jóvenes cantantes, en lengua inglesa y con acompañamiento de un piano. “La Bohème” fue la primera ópera que estrenó esta compañía, habiendo alcanzado un enorme éxito de público y crítica, llegando incluso a obtener este año 2011 el prestigioso premio Laurence Olivier a la “Mejor Nueva Producción de Ópera” presentada en Londres esta temporada, compitiendo con las estrenadas en la mismísima ROH o en la English National Opera.

Así que llegó el día 5 y, con bastante escepticismo pero con espíritu abierto, nos dirigimos a Islington con nuestras entradas en la mano, que nos costaron al cambio unos 17 euros, y ganas de pasarlo bien. Al llegar al King’s Head mi cinefilia volvió a hacer acto de aparición y eso de entrar en el local y dirigirme directamente a una puerta trasera me llevó a recordar escenas memorables, como la del funeral de la abuelita de “Some Like it Hot” (Con faldas y a lo loco) o la sección porno de la librería de “El Sueño Eterno”. Aunque el caso es que la entrada a la trastienda del King’s Head de secreta no tenía nada.

Afortunadamente habíamos comprado las localidades con antelación porque cuando llegamos al Pub nos encontramos con el aforo totalmente vendido y con gente apuntada en una lista de espera por si se producía alguna baja o les colocaban en algún hueco.

La puerta trasera del Pub daba acceso a una pequeña sala, que supongo que sería en origen el almacén del local, con unas 7 u 8 filas de bancos corridos atravesadas por dos cortos pasillos ligerísimamente inclinados. En total calculamos que podría haber capacidad para unas 120 personas bien apretaditas. La insonorización del recinto era extraordinaria y allí dentro no se oía ni un ruido del bullicioso espacio contiguo destinado a Pub que se encontraba prácticamente lleno y con música ambiental incluida.

El público era bastante heterogéneo, aunque mayoritariamente joven. La gente entraba con sus pintas e incluso con botella de vino, copas y sacacorchos. Nosotros, los únicos guiris del local, nos agenciamos también nuestras pintas como los nativos, y nos insistieron muchísimo en que les dejásemos encargadas más bebidas para el intermedio y así las tendríamos dispuestas nada más salir. Así lo hicimos, no íbamos a ser menos.

La jefa de todo aquel tinglado parecía ser una dama con un preocupante parecido a doña Helga, tanto en la envergadura física como en los aires de gobernanta de campo de concentración con los que iba ordenando a la gente, según iban llegando, en los asientos sin numerar. Hasta que Helga-bis no finalizó sus tareas de apretujamiento del personal y comprobación de que todo estaba en orden, no comenzó la función.

El espacio reservado como escenario estaba amueblado representando un pequeño salón de un apartamento con un sofá, una silla, una mesita de centro, un perchero y una chimenea. Por allí se amontonaban los cuadros de Marcello, papeles y muchas botellas de licores varios. En un rincón, casi oculto, se hallaba un piano.

Ya desde que entramos en la pequeña sala uno de los intérpretes se encontraba actuando, sentado en el sofá, dando tragos de una botella de cerveza y consultando un ordenador portátil, ajeno al parloteo de la gente que nos íbamos acomodando y a las labores pseudomilitares de organización de Helga-bis. Digo que estaba actuando porque iba abrigadísimo y de vez en cuando simulaba tiritar de frío, pese al calorazo que hacía allí dentro. De repente, las luces se apagaron, se hizo un silencio digno de camposanto y desde el rincón del piano comenzaron a brotar las primeras y conocidísimas notas de la ópera de Puccini.

Acostumbrados al sonido de grandes orquestas aquello sonaba un poco raro. Luego vinieron las primeras frases en inglés de Marcello y Rodolfo y todo sonaba más raro aún, primero por el idioma y después porque las voces dejaban bastante que desear. De hecho, mi amigo Ennecus me comentó en el intermedio el primer pensamiento que tuvo cuando escuchó el principio de la ópera y coincidía exactamente con lo que pensé yo: “si salimos ahí nosotros, no sonaría mucho peor… La que nos espera. Quixote era un santo varón”.

Pero de repente, sin saber muy bien por qué, aquello empezó a rodar, a fluir con naturalidad. Todo cobraba sentido, nada se encontraba fuera de lugar y, lo que es más importante, la emoción de la música y el drama había brotado y la belleza de la obra concebida por Puccini había hecho acto de presencia, pese al entorno, pese a las voces, pese a no contar con el imprescindible soporte musical de una orquesta. Pero todo funcionaba. Era ópera.

Los que amamos esta locura de la ópera sabemos que hay días donde aparentemente nada está muy mal, pero la chispa no surge; y otros en los que una voz, una actuación dramática, el sonido de un oboe o una misteriosa conjunción de elementos, consiguen que de repente la electricidad recorra nuestra espina dorsal y todo haya valido la pena. Así ocurrió esta mágica tarde.

La dirección artística y adaptación del libreto es obra de Robin Norton-Hale. La acción estaba trasladada al Londres contemporáneo. Los bohemios protagonistas son veinteañeros, interpretados por veinteañeros, compartiendo un apartamento en Islington. Rodolfo en lugar de escribir en “Il Castoro” se encarga del mantenimiento de una página web, hay alusiones en el texto a los Pubs de Angel (en Islington) y algunas otras licencias más que se nos escaparían, pero nada chirrió. No había el más mínimo asomo de pretenciosidad o de lecturas rebuscadas, sino de cercanía. Todo estaba adaptado a la actualidad, pero la obra y el espíritu de Puccini y del libreto de Giacosa e Illica, estaban ahí y seguro que el compositor de Lucca no hubiese puesto muchos reparos y no lo hubiese visto tan lejano a sus años de estudiante compartiendo apartamento en Milan junto a Mascagni.

El nombre de OperaUpClose de la compañía no podía ser más apropiado. Esto es una ópera cercana. Esto es acercar el género al público joven, al público que ve la ópera como algo ajeno, para estirados, propio de los ricos y un coñazo protagonizado por gordos gritones. Y al mismo tiempo era algo perfectamente asumible por los fieles aficionados más ortodoxos, simplemente había que desprenderse de prejuicios y dejarse llevar.

Siento enormemente no tener la referencia de los nombres de todos los cantantes que participaron, pero no he podido conseguir los de los intérpretes masculinos. Marcello, Schaunard y Colline eran cantantes claramente formados en el terreno del teatro musical y presentaban bastantes carencias para un teatro de ópera, pero allí sonaban bien y la voluntad y empeño que le pusieron, y sobre todo la intensa entrega dramática derrochada, compensaban sobradamente cualquier reparo que pudiera hacerse. Rodolfo fue un caso especial. Su centro era problemático y sonaba estrangulado y temblón, parecía que no iba a llegar vivo ni a los dos minutos de función, pero conforme fue calentando, la voz fue mejorando poco a poco, y curiosamente brillaba más e impostaba mejor conforme se adentraba en la zona aguda, llegando por momentos a estar pletórico, dando todas las notas de la partitura de forma más que aceptable, incluido el do de pecho del aria del primer acto.

El papel de Mimí fue encarnado por Elinor Moran, quien con una voz algo más depurada que sus compañeros masculinos, defendió con tremenda dignidad el rol, dando también todas las notas y con un portentoso comportamiento como actriz, consiguiendo transmitir todos y cada uno de los matices del personaje.

Al llegar el final del primer acto las luces se encendieron, la trastienda del Pub se inundó de aplausos y nosotros nos miramos con una sonrisa emocionada y un gesto de cierta incredulidad. Aquello era buenísimo. Muy distinto, nada ortodoxo, pero era auténtico, era ópera en estado puro pese a no serlo. Nos pusimos a comentarlo todo, realmente emocionados y encantados con lo que estábamos viendo. Coincidimos en que, dadas las limitaciones escénicas, posiblemente suprimiesen el segundo acto o lo recortasen mucho, pero no importaba, estábamos disfrutando como niños. Una chica llegó entonces y nos pidió educadamente que saliésemos de allí y nos dirigiésemos a la zona de Pub a recoger nuestras nuevas bebidas. Miramos nuestros vasos todavía por la mitad, pero como se suponía que otras pintas nos estaban esperando fuera y la chica casi nos empujaba al exterior, no tuvimos más remedio que salir. Allí estaba nuestra nueva ronda de cervezas con nuestro nombre.

Yo aproveché la coyuntura para ir evacuando mi primera tanda de pintas por las vías urinarias y en eso que, estando todavía en faena, Ennecus acudió a decirme que aligerase porque el segundo acto había empezado ¡¡en el Pub!! Nosotros preocupados por si suprimían el segundo acto o por cómo podrían resolverlo debido a la limitación espacial de la pequeña sala, y la solución fue genial. El Pub King’s Head se transformó en el Café Momus de París y los clientes que se hallaban allí, así como los que habíamos salido en el descanso de la ópera, éramos los figurantes de ese segundo acto del que, no obstante, se suprimieron algunas partes, como todo lo relativo a Parpignol (que por cierto es lo que más me revienta de esa ópera).

Habían sacado el piano a un rincón de la zona de Pub y los cantantes que habían abandonado la escena al final del primer acto para dirigirse al Momus, entraron de la calle como si llegasen al local parisino. Una camarera hacía las partes del coro mientras servía a los clientes y cobraba los servicios. Musetta, interpretada por la guapa soprano Rosie Bell, entró con su Alcindoro, un bajo de voz potente que me comentaron que podría ser el dueño del Pub. Y la acción se desarrolló allí, entre los asistentes a la ópera, los borrachos del barrio y algún yuppie que había finalizado su jornada laboral, con Musetta cantando por encima de la barra con una voz de gran volumen mucho más apropiada para el género operístico, Marcello y sus compañeros bebiendo pintas y cantando, y todos nosotros interviniendo en la ópera involuntariamente y viviendo este segundo acto desde dentro.

Cuando finalizó el acto, yo me encontré absolutamente emocionado por el espectáculo y con dos pintas en la mano; y, al poco tiempo, nos volvieron a hacer entrar en la sala para presenciar los dos últimos actos, que se hicieron de un tirón.

Más allá de sus limitaciones vocales, los chicos y chicas lo hicieron francamente bien, sobre todo en su vertiente de actores, y, como ya he dicho, nada chirrió de forma que te fastidiasen el espectáculo. Todo lo contrario. En el último acto llegamos a emocionarnos, a hacerse el nudo en la garganta, cosa que hacía mucho tiempo que no me pasaba y menos con una Bohème. Sí, ya sé que habrá quien diga que llevar 2 pintas encima ayudaba, pero no sólo es eso. La cercanía, la autenticidad, la sinceridad con que se estaba haciendo todo aquello fue determinante.

Las pintas a lo que sí ayudaron fue a llegar más que apurados al final de la ópera, porque me temo que si llega a durar 15 minutos más la representación, a Mimí la lloran en barca. De hecho hubo quien se planteó rellenar los vasos vacíos y no precisamente con cerveza.

El público merece una mención aparte, también muy positiva. Pese a estar en la sala con las pintas, botellas de vino y todo tipo de bebedizos, se comportó mejor que gran parte del agropijismo de Les Arts, guardando un respetuosísimo silencio en todo momento, aplaudiendo lo justo cuando tocaba y viviendo el espectáculo con intensidad.

Al finalizar, enormes ovaciones fueron tributadas a todos los participantes, incluyendo a la joven pianista, de quien también lamento desconocer su nombre, que llevó a cabo un trabajo espléndido, consiguiendo con su instrumento llevar todo el peso musical de la obra y dotarla de los matices requeridos, dentro de las lógicas limitaciones.

Nosotros vivimos una experiencia nueva, muy interesante, que no nos esperábamos en absoluto y que nos devolvió, pese a sus peculiaridades, toda la magia y la emoción de las buenas noches de ópera.

Otra vez he vuelto a enrollarme demasiado, aunque al menos ahora ya os he contado lo de las pintas con Musetta… Aquí os dejo con un video de un breve fragmento de una de las representaciones de esa Bohème en el Pub:


video de fiphianh

10 comentarios:

  1. Atticus, he disfrutado mucho reviviendo aquella mágica noche de ópera al leer tu estupendo relato. Fue todo exactamente así (incluido el sorprendente parecido de la Helga2). Añado lo que ya te dije entonces: yo, por lo general alérgico a los escenógrafos memos de hoy en día (casi todos), disfruté de la escena como pocas veces porque la actualidad por fin cobraba sentido adaptada, de modo natural y sin pretensiones, a una bella ópera de repertorio. El espectáculo estaba pensado para un sitio así y fuera de él difícilmente funcionaría, pero allí todo encajaba como piezas de reloj. Ah, y creo que olvidaste decir que casi todos los cantantes, una hora después de finalizado el espectáculo, ya llevaban unas cuantas pintas en la puerta del pub mientras charlaban y reían en grupos de amigos aprovechando aquella magnífica (inusual) noche londinense.

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  2. Interesantísima tercera entrega i por fin hemos conocido a la Musetta cervecera. Tomo nota del pub para una próxima visita a Londres. Sin duda alguna, una experiencia original a tope.
    Una abrazo

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  3. ¡Qué idea tan buena han tenido estos ingleses! Me alegro de que hayas vivido esa experiencia y que la hayas compartido. También me lo apunto!

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  4. Impagable. ¡Gracias!
    ;-)

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  5. Me apunto el nombre del pub para asisitir a una de esas funciones tan peculiares cuando pueda, o aunque sólo sea para tomarme una pinta y ver el parecido de Helga bis con la original.

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  6. Me ha encantado tu crónica. Yo asistí a esa función a finales de Mayo y me ha traido gratos recuerdos.

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  7. ¡Fantástico tu relato de la singular representación de La Bohéme, y la pintas con Musetta!!
    ahora lo entiendo todo.

    La ópera es así, a veces con un reparto estupendo, no emociona,
    y otras como en este caso, bien por la música, por la voz, por la escena,por la atmósfera, se realiza ese momento mágico que siempre esperamoslos que amamos la ópera.

    Un abrazo.

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  8. Josep Olivé

    Si te soy sincero te tengo que decir que al principio leía tu crónica con cierto escepticismo, pero caramba, me has metido poco a poco dentro del relato, y con interés creciente he acabado atrapado totalmente. Ciertamente una idea feliz la de encontrar este pub, para escuchar ópera de manera un tanto desenfadada y saludable y pasarlo bien. Obviamente he tomado nota del local.
    También es algo que debo hacer, más temprano que tarde, el pasarme por los PROMS. Siempre me han atraído y te aseguro que para mi su ultima noche és algo mágico. La noche de ayer, por ejemplo.

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  9. Ennecus: Es verdad que posiblemente en otro recinto la propuesta no funcionaría igual, e incluso otra ópera posiblemente tampoco funcione igual de bien, pero esta Bohème nos conquistó.

    Josep, María Teresa, Titus: Si podéis ir al Pub y coincidir con una ópera, seguro que lo pasaréis bien. Es una experiencia distinta, pero muy interesante.

    Álvaro: Te hubiera encantado. Nos acordamos de tí un montón.

    enecabe: Gracias por tu comentario, me alegra compartir esa experiencia con alguien que también la haya vivido.

    Contrapunto: Hay veces en que no te lo esperas y la magia de la ópera aparece, y en esas ocasiones parece que se disfruta mucho más.

    Josep Olivé: Por lo que veo te ha pasado con mi entrada lo mismo que a mi con esta Bohème. Gracias por tu comentario.
    Lo de los Proms es altamente recomendable y la última noche debe ser la bomba poder estar allí. Aunque conseguir entradas para ese día está complicado.

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  10. Anotado queda el PUB y la experiencia.
    Una vez asistimos con Fede a un musical dominical en un teatrillo, que resultó ser una delicia sensacional (No Way to Treat a Lady).
    Esto de las pintas y la ópera es aún más original y sobretodo que terminarías con la sensación de haber visto algo excepcional y en sitio así, es lo mejor de lo mejor.

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