viernes, 7 de septiembre de 2012

MI PRIMER BAYREUTH (1ª parte: Mitos, ritos y fauna)


La vida a veces te sorprende con una concatenación de situaciones no previstas que desembocan en un agradable final. El año en que, por circunstancias varias, menos contaba con unas vacaciones de verano que incluyeran algún evento operístico internacional, me encontré de repente con la posibilidad de disponer de entradas para cumplir con un sueño que tenía desde hace mucho tiempo, como era el de acudir al Festival de Bayreuth.

No han sido pocas las tardes de verano en que la tradicional y sanísima “spanish siesta” era sustituida en mi casa por el sonido del transistor emitiendo en directo la música de Richard Wagner desde Bayreuth, mientras fantaseaba con la posibilidad de poder estar yo también algún día sentado en esos míticos e incómodos asientos.

Es cierto que el nivel del Festival ha venido siendo últimamente bastante irregular y que la peregrinación a Bayreuth, sobre todo para aquellos wagnerianos a los que no nos pilla precisamente cerca, puede que en el fondo tenga más de mitomanía y fetichismo que de búsqueda de un nivel operístico que cada vez es más frecuente poder encontrarlo tan bueno o mejor fuera del Festival concebido por Richard Wagner. Sin ir más lejos, los que tuvimos la suerte de poder disfrutar del Anillo representado recientemente en Les Arts, podemos atestiguarlo.

Pero, sea como fuere, la emoción de llegar a la “verde colina”, de vivir todo el ritual del Festival, de descubrir que los asientos no son tan incómodos como la leyenda hacía presagiar, de maravillarte con una acústica mágica, y de escuchar en esa sala a la Orquesta y Coro de la casa interpretar las notas de “Tristan und Isolde” y de  “Tannhäuser” (en este último caso además dirigidos por Christian Thielemann), fue algo absolutamente indescriptible y que nunca olvidaré.

La única frustración que tuve fue encontrarme con que Wahnfried, la casa en la que vivió y trabajó Wagner en Bayreuth, ahora convertida en museo del compositor, estaba cerrada por obras de acondicionamiento. Supuse que para que en la celebración en 2013 del bicentenario del nacimiento estuviese remozada. Pero parece ser que no, ya que leí en la prensa que no creen que el próximo verano hayan finalizado. Si esto es cierto, será prueba palpable de que en todas partes cuecen habas, porque hay que ser muy inútil para cerrar en pleno Festival un lugar de visita obligada y más aún en el Festival de 2013. Al menos pude acercarme a la tumba de Richard y Cosima en el jardín trasero de la casa, donde tenía lugar un incesante ir y venir de aficionados, muchos de los cuales dejaban flores y notas sobre la lápida que cubre los restos del Maestro.

Pese a lo anterior, no cabe duda de que la localidad de Bayreuth sabe sacarle partido al peregrinaje anual al Festival y los precios de los hoteles no sabe uno muy bien si están en euros o en liras turcas, así que opté, tras el consejo de un buen amigo, por no pernoctar en el mismo Bayreuth sino en una población muy cercana, donde los precios también rozaban lo escandaloso pero por el mismo dinero por el que allí estabas en una pensión con retrete en el pasillo, aquí podías disfrutar de un hotel muy aceptable.


Otro de los consejos recibidos, y que también seguí, fue que me olvidase del coche y acudiese al Festival en el autocar que facilitaba el hotel a sus clientes, para evitar así los problemas de aparcamiento en las cercanías del Festspielhaus. Y esto sí que fue toda una experiencia. No sé cuántos años tendría el chófer encargado para la misión, pero por su aspecto y lozanía me atrevería a asegurar que cuando tuvo lugar la batalla de Stalingrado este hombre ya debía haber sobrepasado la edad de jubilación. Para colmo de males tenía un humor de perros, no hablaba más que alemán con acento bávaro y estaba más sordo que un ladrillo. Llevaba un par de sonotones, pero el resultado era el mismo que si llevase dos patatas fritas bañadas en ketchup, no oía nada. Cada maniobra que debía efectuar le costaba una eternidad e iba acompañada de lo que a todas luces eran exabruptos germánicos. Yo imaginaba que estaría despotricando de los nuevos motores asiáticos añorando el del Fokker que tripulase junto a Von Richtofen en la Gran Guerra.

Pese a nuestro Barón Rojo particular, llegamos siempre con suficiente antelación a las funciones y no perdimos el Gerontomóvil de vuelta, cosa que no todos pueden decir, ya que, el último día, el primo de Richtofen se cansó de esperar y, con un par, se largó del Festspielhaus cuando todavía faltaban pasajeros por llegar. En los hoteles, más considerados con la clientela que los conductores de autocar, esperaban con el restaurante abierto para la cena hasta el regreso de los operófilos, que en el caso de Tristan eran casi las 12 de la noche, y te atendían con inusitada amabilidad sin ponerte el más mínimo problema.

Desde que tuve en mi mano las entradas para el Festival, el tema del vestuario me generaba cierta inquietud. Fui con traje y corbata, pero dado que sabía que el esmoquin es casi el uniforme masculino establecido, dudaba de cuánto pudiera desentonar con el público asistente. Finalmente, como era de esperar, había un poco de todo. Entre las señoras podían verse desde elegantes trajes de noche con quilométricos taconazos hasta alguna que se había colocado las enaguas de su abuela con medias-calcetín a juego y sandalias ortopédicas; y los caballeros, efectivamente, lucían mayoritariamente esmoquin, pero se veía suficiente variedad de vestimentas como para que yo pasase totalmente desapercibido. Había quien optó por su traje típico nacional (bávaro, escocés, senegalés…), alguna camisa con chorreras digna de los años de esplendor del Festival OTI, uniformes de almirante de la Armada teutona con olor a naftalina…

Pero, sin duda, la estrella de la pasarela Bayreuthiana fue un fenómeno que se hospedaba en mi mismo hotel y que me convenció nada más verle de que nadie iba a reparar en mi vestuario. El Cristobalito en cuestión llevaba una americana brillante de color marrón grisáceo con zapatos chúpamelapunta a juego, camisa blanca con pajarita azul turquesa y pantalones cortos azul-azulete. El conjunto se completaba con una abundante pelambre en sus extremidades inferiores y unos elegantes calcetines grises de lana bien estirados. La verdad es que, tras mi inicial desconcierto, acabé cogiendo cariño a Cristobalín y me quedé con ganas de darle un abrazo y felicitarle por su osada irrupción en el templo de las esencias wagnerianas de semejante guisa.

Es sabido que la sala del Festspielhaus no tiene pasillos laterales ni central y el acceso a la fila en la que está tu asiento se efectúa directamente desde las 14 puertas laterales, por lo cual, si te equivocas de puerta de acceso, no puedes llegar a tu localidad a menos que encuentres la puerta correcta. Cada una de las puertas está custodiada por una joven, con su nombre en una plaquita identificativa prendida en su chaqueta, que comprueba tu entrada, la pasa por el lector y te da la bienvenida con una sonrisa o te llama asno en alemán y te invita a buscar el acceso correcto. Todas las guardianas de puertas, perfectamente uniformadas y en posición de firmes, aguardan una señal y, cuando va a empezar la representación, cierran al unísono su puerta con llave, echan la cortina y se sientan junto a la puerta hasta el descanso, todo ello con precisión germánica.

Una vez que accedes a tu asiento, la tradición manda que permanezcas de pie para permitir que por el estrecho espacio entre fila y fila puedan ir accediendo a sus localidades el resto de vecinos de fila. Cuando la fila está completa o por plebiscito visual se consensua que ya es hora de depositar las nalgas en el asiento, se mira a derecha e izquierda y toda la fila se sienta. Si en ese momento hay huecos libres más centrados, todos mejoran posiciones y si después de la sentada general, aunque todavía estén las puertas abiertas y las luces encendidas, llega algún espectador retrasado, no se le deja pasar a su localidad, sino que se quedará en un asiento que esté libre hasta el siguiente acto.

Los asientos de Bayreuth son de madera, muy rectos, con el respaldo corto (como a mitad de espalda) y lo que a finales del siglo XIX pudiera ser un mullido forrado en la base, hoy apenas es una pelusilla. La incomodidad de la sala es mítica y cuenta la leyenda que Richard Wagner decidió que fuese así para evitar que el público se durmiese, sobre todo después de decidir implantar la costumbre de que se apagasen totalmente las luces durante la representación. Esta legendaria incomodidad hace que sea habitual ver llegar a los elegantes señores de esmoquin con almohadillas bajo el brazo como si fueran a ver al Bombero Torero.

No voy a defender que los asientos de Bayreuth sean cómodos, porque no lo son, pero confieso que una de mis grandes sorpresas fue que la incomodidad no resultó tan grande como esperaba. Posiblemente lo duro y recto del habitáculo me obligaba a mantenerme erguido y esta postura castigó menos mi osamenta. No lo sé. Pero doy fe de que lo he pasado mucho peor en Les Arts en representaciones más cortas que un Tristán. Debo ser raro hasta para esto.  

Y eso que la incomodidad se veía incrementada por el calor reinante en una sala donde no hay aire acondicionado. Y en el exterior, durante los dos días que estuve en Bayreuth, los termómetros llegaron a rozar los 40 grados.

Para compensar todo esto, los descansos después de cada acto eran de casi 1 hora. El público abandonaba ordenadamente la sala respetando el orden de la fila y se dirigía a los diferentes puntos de repostaje o evacuación disponibles. Hay una gran variedad de posibilidades para tomar algo en los descansos, pero yo no pasé del agua y un pretzel o un helado. Y, vistos los precios de mis humildes consumiciones, intuyo que los que vi cenando con cerveza, champagne y dos platos debieron hipotecar su casa o dejar a la suegra en prenda.

Hay quien opta por llevarse el picnic de casa y se monta la merienda en las amplias praderas que circundan el teatro. La verdad es que tiene su gracia verles llegar al Festspielhaus vestidos de fiesta con cesta, manta y almohadillas, y luego tirados por el césped con las botellas de Riesling y el sándwich de salami ahumado y pepinillo.

Quince minutos antes de que empiece la representación y de que finalicen cada una de las pausas, tiene lugar otro de los rituales más característicos del Festival. Salen al balcón ocho músicos (metales) de la orquesta e interpretan una frase del acto que va a comenzar. Cuando restan diez minutos vuelven para dar el segundo aviso haciendo sonar la música dos veces, y cuando quedan cinco minutos lo interpretan en tres ocasiones, siendo éste el último aviso.


video de MrRobuso

Reconozco que el primer día que llegué al Festspielhaus, paseando por el exterior esperando que comenzase la representación, me emocioné profundamente cuando sonó la fanfarria interpretando unas notas del primer acto de “Tristan und Isolde”, mientras yo contemplaba la imagen de ese edificio de ladrillo rojo sobre la verde colina y una voz interior me decía: "Ya estás aquí".

Aunque las verdaderas emociones estaban todavía por llegar. Pero del apartado musical os hablaré en otro post que hoy ya me he extendido demasiado.

 

11 comentarios:

  1. Tan agudo como siempre, Atticus, te has hecho esperar..
    Después de estas sabias recomendaciones y claras explicaciones, el día que me toque la loto y me presente vestida de Heidi en la colina verde, juro llevarme un picnic de bocata sobrasada y ensaimadas mallorquinas y dejar impregnada la pelusilla del asiento de aromas mallorquines. Es la venganza a tanta colonización teutona de mi isla.
    Hay camping por ahí cerca?

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  2. Enhorabuena por lo vivido, gracias por el buen rato que nos haces pasar leyéndote, y extiéndete todo lo que quieras, que se hace corto.

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  3. Aunque yo no soy nada mitómano, supongo que asistir a una representación en Bayreuth tiene que ser un subidón importante. Pero de momento me contento con leerte y ya espero la siguiente entrega.

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  4. Annabel Lee8/9/12 21:50

    Fantástico !!!! Es como haber estado allí !!! Siempre he tenido curiosidad de cómo son en realidad, para un aficionado a la ópera, este tipo de festivales y especialmente uno tan emblemático, pues curiosidad saciada. Ahora a esperar cómo fue el apartado musical, será para ponerse las pilas.

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  5. Genial y verídico al 100% ese relato que esperaba como agua de mayo, junio, julio o agosto, que menudo verano llevamos.
    Quedo a la espera de la parte musical.

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  6. Kalamar: Tu venganza me parece espléndida y justificadísima.
    Lo del camping no tengo ni idea, pero si te animas montamos una acampada okupa en la pradera del festspielhaus hasta que venga Merkel con la porra.

    José Luis: Gracias a vosotros por seguir por aquí pese a lo poco que me prodigo últimamente.

    Titus: El subidón es espectacular, sobre todo cuando descubres el sonido de esa sala.

    Annabel Lee: Pues este Festival para este aficionado fue algo inolvidable. Ya me gustaría a mí poder transmitir con los textos que escribo todas las sensaciones vividas... pero es imposible.

    Katja: La experiencia fue fantástica. No defraudó en absoluto.

    Joaquim: Espero poder escribir pronto de la parte musical, aunque últimamente entre ocupaciones y perezas tengo el blog un poco abandonado.

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  7. No había visto que habías actualizado el blog, qué envidia me dais los que podéis asistir y más todavía si lo contáis con todo detalle y tan bien.

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  8. Un escrito soberbio, digno de quien lo firma.
    Espero con ganas la segunda parte.
    Lo de los picnics me ha recordado el Festival de Glyndebourne donde son usuales y practicados por elegantes comensales. Algunos se traen el servicio. Creo que Glyndebourne se inspiró en Bayreuth y como el clima y el ambiente lo permiten, pues los unos rosbif y los otros appelfeld.
    Saludos, Atticus!

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  9. Me sumo a la oleada de envidias y parabienes. Y quedo, cómo no, a la espera del siguiente capítulo.
    Por cierto tengo un amigo que coincidió contigo esos días.

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  10. Miguel Ángel: La próxima vez te tocará a tí contarlo y a mí babear de envidia.

    Peritoni: ¿Tu amigo no sería el del pantaloncito corto, verdad?

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