martes, 30 de abril de 2013

IVOR GURNEY. BELLEZA DESDE EL INFIERNO


El poeta y compositor inglés Ivor Gurney (1890-1937) no es demasiado conocido fuera de las islas británicas, pese a que su producción musical, especialmente en el terreno de las canciones, de las que compuso más de 200, tiene unos valores que justificarían una mayor presencia de este autor en las salas de conciertos.

Gurney, ya desde muy joven, mostró unas claras aptitudes para la música y a los diez años entró a formar parte del coro de su ciudad natal de Gloucester. Allí, se dice, que decidió hacerse compositor una noche regresando a casa, tras haber escuchado en la catedral el estreno mundial de la “Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis” de Ralph Vaughan Williams, dirigida por el propio compositor, quedando impresionado por la belleza de la obra y el carácter marcadamente inglés de la misma.

No me resisto a dejar aquí una versión de esa maravillosa composición de Vaughan Williams. La interpretación corre a cargo de la BBC Symphony Orchestra, dirigida por Sir Andrew Davis, en una grabación que tiene lugar precisamente en el mismo escenario en el que la escuchó Ivor Gurney, la catedral de Gloucester:


video de YouBin Tubed


En 1911, Ivor Gurney obtendría una beca para estudiar en el Royal College of Music de Londres, donde en 1914 acabaría de escribir su ciclo de canciones más conocido, “Five Elizabethan Songs”. Pero la Primera Guerra Mundial interrumpiría bruscamente los estudios de Gurney, quien en 1915 se alistó en el ejército británico. Allí, en las trincheras, seguiría escribiendo algunas canciones y, sobre todo, comenzaría a elaborar su producción poética. En 1917 resultó herido en un hombro, siendo hospitalizado en la ciudad francesa de Rouen, volviendo poco después al frente, aunque, apenas un mes más tarde, su unidad padeció un ataque con gas, por lo que fue trasladado definitivamente a un hospital en Edimburgo.

En 1918 fue licenciado del ejército y volvió a su querida ciudad de Gloucester. Sin embargo, su regreso no fue precisamente idílico. Desde muy joven, Gurney había padecido ya periodos depresivos y serios trastornos nerviosos, todo lo cual se agravó a la vuelta de las trincheras con las experiencias allí vividas, encontrándose además con una actitud familiar no especialmente comprensiva con lo que luego sería diagnosticado como “trastorno bipolar”.

Pese a todo, continuaría escribiendo poemas y componiendo canciones con textos propios y de otros poetas ingleses, especialmente tras un periodo en el que pudo conocer a Vaughan Williams y trabajar junto a él. Gurney, que no renuncia en ningún momento a la armonía clásica y a la melodía, siempre estuvo muy preocupado porque sus canciones tuviesen además un marcado sabor inglés, diferenciado de la mélodie francesa que consideraba demasiado manierista, buscando alcanzar lo que él consideraba que Vaughan Williams sí había conseguido: “puras palabras inglesas, reforzadas por música puramente inglesa”.

En 1922 su familia lo declara demente y lo recluye en diferentes centros psiquiátricos, donde pasaría los 15 últimos años de su vida, hasta 1937, cuando fallecería de tuberculosis en un hospital psiquiátrico londinense a los 47 años.

Pero bueno, vamos ya a escuchar la música de Ivor Gurney, que es de lo que se trataba. Podemos comenzar con “I will go with my father a-ploughing” (Iré con mi padre a sembrar), compuesta sobre un poema del irlandés Joseph Campbell (1879-1944), que interpreta aquí el tenor inglés Ian Bostridge acompañado al piano por Julius Drake, y que podéis escuchar pinchando AQUÍ.

Podemos seguir con esta preciosidad llamada “Down by the Salley gardens”, compuesta sobre textos de otro poeta irlandés, William Butler Yeats (1865-1939), y que nos canta estupendamente el tenor inglés, tristemente desaparecido en 2010, Anthony Rolfe Johnson, acompañado al piano por David Willison:


video de whiteocean78

“By a Bierside”, compuesta a partir de los versos de John Masefield (1878-1967), es una de esas canciones que Gurney escribió en las trincheras del frente francés hacia 1916, y en ella nos habla de “la muerte tan ciega y tan muda, la muerte que no comprende”. Podemos escucharla aquí en la voz de la mezzosoprano británica Sarah Connolly, acompañada al piano por Eugene Asti:


video de melodiaavis

Y termino este breve recuerdo al compositor Ivor Gurney con la que es probablemente su creación más conocida. Se trata de “Sleep”, la segunda de las “Cinco canciones Isabelinas” (las “Elizas”, como él las llamaba), compuesta sobre los versos del dramaturgo inglés John Fletcher (1579-1625). Es un claro ejemplo de la desbordante sensibilidad que siempre mostró Gurney en sus poemas y canciones, y en ella apreciamos cómo el pálpito romántico se va apoderando poco a poco de la pieza, envolviéndonos en el anhelo de ese grito casi desesperado por vivir en el mundo ideal de los sueños, fuera de una realidad que acabó siendo demasiado cruel con alguien como él, que sólo buscaba disfrutar y hacer disfrutar con la belleza. Podemos escucharla en la voz, de nuevo, del tenor Ian Bostridge acompañado al piano por Julius Drake:


video de greatartsongs

Come, sleep, and with thy sweet deceiving
Lock me in delight awhile;
Let some pleasing dreams beguile
All my fancies, that from thence
I may feel an influence,
All my powers of care bereaving.
Tho’ but a shadow, but a sliding,
Let me know some little joy.
We, that suffer long annoy,
Are contented with a thought
Thro’ an idle fancy wrought:
O let my joys have some abiding.


lunes, 22 de abril de 2013

CESARE SIEPI CANTA COLE PORTER


Hoy he decidido que voy a dejar descansar un poco a la ópera, aunque no a los intérpretes operísticos, para traer al blog una de mis canciones preferidas de las compuestas por el genial Cole Porter (1891-1964). Se trata de “So in love”, perteneciente al musical “Kiss me, Kate”, basado en la obra teatral de William Shakespeare “La fierecilla domada”.

Cuando, en 1948, Cole Porter escribe “Kiss me, Kate” su carrera en Broadway no pasaba por buenos momentos. Los últimos estrenos apenas habían tenido repercusión comercial e incluso podía hablarse de algún fracaso sin paliativos, como “Seven lively arts” (1944), pese a contar con una de las canciones más maravillosas de Porter, “Every time we say goodbye”. En el terreno personal, desde 1937 sufría las graves secuelas de una caída montando a caballo, que le tuvo prostrado en cama durante meses, sufriendo operación tras operación y padeciendo fuertes dolores crónicos, todo lo cual motivó un estado depresivo que se agravaría años después tras la muerte de su esposa y de su madre.

Prácticamente todo el mundo daba entonces por acabada la carrera de Porter, pero el 30 de diciembre de 1948 se estrenó  “Kiss me, Kate” en el New Century Theatre, de Broadway. Sus inspiradísimas melodías, las chispeantes letras y la perfecta incardinación de las canciones en el desarrollo de esta trama de teatro dentro del teatro, garantizaron el enorme éxito de crítica y público que obtuvo desde el primer día, alcanzando más de mil representaciones y llegando a ser galardonada con cinco premios Tony, entre ellos el de mejor musical del año.

El italiano Cesare Siepi (1923-2010) ha sido uno de los más grandes bajos de la historia de la ópera. Su privilegiada voz rotunda y varonil, muy homogénea, con agudos luminosos y graves de peso, se unía a una gran inteligencia y una excelente técnica que le permitía exhibir un canto elegantísimo que derrochaba nobleza. Ha sido un cantante referencial en ópera italiana y para mí siempre será el gran Don Giovanni mozartiano.

Pero Siepi no sólo cantaba ópera. En el terreno del musical, subió a los escenarios de Broadway en dos ocasiones, con “Bravo, Giovanni” y “Carmelina”. Es verdad que su participación no resultó especialmente exitosa, pero más debido a la endeblez de las obras que a que su voz no se adaptase al género, pues, pese a las indudables resonancias operísticas que pudiera presentar, el canto de Siepi cuando afrontó este tipo de repertorio, en vivo o en grabaciones, se muestra natural y muy ajustado en estilo. Eso se puede comprobar perfectamente en esa pequeña joya que es el disco que el bajo milanés dedicó en 1955 a canciones de Cole Porter y que recomiendo sin reservas, y al que pertenece la versión de “So in love” que quería traer hoy al blog.

Pues nada, sin más rollos, aquí os dejo ya a Cesare Siepi cantando “So in love”, de Cole Porter:


video de Addiobelpassato

Es extraño, querida; pero cierto, querida.
Cuando estoy cerca de ti, amor,
las estrellas llenan el cielo,
tan enamorado de ti estoy.

Incluso sin tí,
mis brazos te envuelven,
tú sabes, querida, por qué,
tan enamorado de ti estoy.

Enamorado de la noche misteriosa,
la primera noche que estabas tú allí.
Enamorado de mi delirante alegría,
cuando supe que te importaba.

Así que insúltame, y hiéreme,
engáñame, abandóname,
Soy tuyo hasta la muerte...
Tan enamorado... Tan enamorado...
tan enamorado de ti, mi amor... estoy.
 

domingo, 14 de abril de 2013

"TO THE WONDER". LA MÚSICA DEL ÚLTIMO MALICK


El ser humano es un profundo misterio… No, tranquilos, que no os voy a dar la brasa con ninguna interpretación metafísica. Decía que el ser humano es un misterio porque es muy complicado averiguar por qué algunos congéneres nuestros pueden encontrar satisfacción en cosas como pasarse horas a la intemperie pescando truchas con mosca, dedicar el tiempo libre a escuchar discos de la tuna de Derecho o, como es mi caso, disfrutar sin reservas con el cine de Terrence Malick.

Para mí, asistir a un nuevo estreno del director tejano es todo un acontecimiento. Y eso que no tiene la magia de antes, cuando podían transcurrir 20 años de espera entre una película y otra, lo que contribuía a engrandecer el mito (sobre todo si se trataba de dos obras maestras como “Días del Cielo” y “La delgada línea roja”); porque ahora Malick ha tenido un arranque de creatividad y en el plazo de dos años ha culminado dos películas (“El árbol de la vida” y esta “To the Wonder”) y tiene otras dos más en cartera a punto de salir de la sala de montaje.

Pero, en cualquier caso, cuando acudo al cine a ver uno de sus trabajos, lo hago con una especial motivación y disposición. No se trata de entrar en la sala esperando a ver “qué me echan”, sino mentalizado para asistir a un recital de poesía en imágenes, a través de las cuales no sólo vamos a ver una historia, sino que vamos a compartir emociones y sensaciones a base de pura genialidad cinematográfica.

Algunos se sienten incómodos ante una técnica narrativa con voces en off, ausencia de diálogos, grandes elipsis, inserciones súbitas de planos aparentemente incoherentes… pero ahí reside gran parte de la verdad y magia de su construcción. Esa es la forma en la que nuestra memoria guarda los recuerdos. Así funcionaría nuestra mente si, como los protagonistas de las historias de Malick, intentásemos rememorar lo sucedido tiempo atrás y recuperar las sensaciones vividas. Y si además logra que compartamos esas emociones y sensaciones que pretende contarnos, mediante cuidados planos de aparente sencillez (unas manos intentando aprehender la luz del sol en un cristal, el contacto del agua sobre la piel, el roce de unos labios…), el disfrute está garantizado. Al menos para algunos raritos como yo.

De todas formas, no pretendía hablar aquí de “To the Wonder”, la última película de Terrence Malick y menos aún defenderla. Comprendo que haya personas que no la soporten y, por supuesto, no se la recomendaría a nadie a quien ya no le haya convencido cualquiera de sus películas previas. Pero, ¿a mí me ha gustado?: pues sí. Desde luego considero que está lejos de “El árbol de la vida” y de creaciones anteriores. Pienso también que hay un evidente fallo de casting con el reparto masculino. Y si se quiere hablar de pretenciosidad a raudales, de preciosismo formal, de hueco misticismo… no seré yo quien lo discuta. Pero sus imágenes siguen siendo bellísimas y su cine me sigue emocionando. Independientemente de sus mensajes. Es muy fácil hacer chistes sobre su grandilocuencia desbordante, aunque para mí es mucho más importante dejarme llevar por mis sensaciones y esas me siguen compensando, con mucho, cualquier reproche que se pueda hacer. Y se pueden hacer muchos.  

Pero, como decía, no era mi intención analizar el último estreno de Terrence Malick, sino, tal y como ya hice cuando se estrenó “El árbol de la vida”, efectuar una referencia a la música que podemos escuchar en el film, o parte de ella. Y es que, como es habitual en las películas de Malick, la música ocupa un lugar esencial y no hay apenas ningún momento en el metraje en el que la imagen no esté acompañada por alguna melodía cuidadosamente escogida por el director estadounidense. En esta ocasión, firma la banda sonora original el neozelandés Hanan Townshend, y, como siempre, la cinta está plagada de fragmentos, más o menos conocidos, de música clásica.

Al poco de comenzar “To the Wonder”, acompañando unas bellísimas e inolvidables imágenes de la abadía del Monte Saint-Michel y su entorno, nos encontramos nada menos que con las maravillosas notas del Preludio al acto I de la ópera “Parsifal”, la última de las compuestas por Richard Wagner. Este fragmento volverá a sonar en dos ocasiones más y, cada vez que se escucha, las emociones en la sala suben varios enteros. Aquí traigo ese Preludio, en la mítica versión que en 1951 interpretase en el Festival de Bayreuth la orquesta titular de la casa bajo la dirección del maestro Hans Knappertsbusch:


Addiobelpassato

No es inhabitual que Malick recurra a la música de Héctor Berlioz, ya lo hizo en “El árbol de la vida” con la “Grande Messe de Morts” del compositor francés. En esta ocasión se pueden escuchar fragmentos del segundo movimiento de su segunda sinfonía, conocida como “Harold en Italie”, compuesta por Berlioz en 1834 y estructurada en cuatro movimientos, con un protagonismo indiscutible de la viola. Aquí os dejo con ese segundo movimiento, “Marcha de los Peregrinos”, en interpretación de la London Symphony Orchestra, con Nobuko Imai a la viola y la dirección de Sir Colin Davis (por cierto, hoy lamentablemente fallecido):


video de sstuddert

Otro compositor que repite respecto a “El árbol de la vida” es Ottorino Respighi, quien aparecía allí representado con la Suite III de sus “Arias y Danzas Antiguas”, siendo en esta ocasión la Suite II la que puede escucharse. En esta obra, Respighi procedió a transcribir libremente algunas piezas para laúd de los siglos XVI y XVII, convirtiéndolas en suite orquestal. Esta es la versión de esa Suite II que grabó en 1976 Sir Neville Marriner al frente de Los Angeles Chamber Orchestra:


video de peartree336

Al poema sinfónico “La Isla de los Muertos”, compuesto en 1908 por Sergei Rachmaninov, ya le dedique una entrada en este blog. La obra fue escrita tras quedar impresionado el compositor con la visión en París de una reproducción del cuadro del mismo título del pintor suizo Arnold Böcklin. Malick incluye en su última película algún fragmento de este poema sinfónico de Rachmaninov, que podemos escuchar aquí a la Royal Stockholm Philharmonic Orchestra bajo la dirección de Sir Andrew Davis:


video de Nocturne331

También Joseph Haydn tiene su hueco en “To the Wonder”, pudiéndose escuchar un fragmento de su genial oratorio “Las Estaciones”, compuesto alrededor de 1801,  cuando ya era un venerable anciano, y que constituye una de sus más relevantes obras, aunque haya estado un tanto infravalorada en su comparación con el otro gran oratorio del compositor austriaco, “La Creación”. Aquí podemos escuchar El Invierno, de “Las Estaciones” de Joseph Haydn, con Karl Böhm al frente de la Wiener Symphoniker y con Gundula Janowitz, Peter Schreier y Martti Talvela como solistas:


video de Enrico Wessels

Y vamos ahora con otras Estaciones, en este caso las compuestas por Peter I. Tchaikovsky en 1875 y 1876. Se trata de doce piezas breves para piano que fueron subtituladas con los nombres de los doce meses del año. La sexta, Junio, es una bellísima Barcarola que puede escucharse también en el último film de Malick en su versión orquestal. Como esta, interpretada por la Orquesta Sinfónica de Detroit dirigida por Neeme Järvi:


video de MrBambolfiga

Y no menos belleza destila el Concierto para Piano nº 2 del ruso Dmitri Shostakóvich, compuesto como regalo de diecinueve cumpleaños para su hijo Maxim. Su maravilloso segundo movimiento, Andante, aparece también en la última película de Terrence Malick y podemos escucharlo ahora en una interpretación de 1958, con el propio Shostakovich al piano, acompañado por la Orquestre National de la Radiodiffusion Française bajo la dirección de André Cluytens:


video de theoshow2

En 1977 el compositor estonio Arvo Pärt escribe “Fratres”. Al igual que Malick, Pärt está influido en su obra por un sentimiento trascendente y religioso que tienen claro reflejo en sus partituras. No es la primera vez que esta composición de Arvo Pärt llega a la gran pantalla. Ya en 2007, Paul Thomas Anderson la incluyó en su film “There will be blood” (Pozos de Ambición). Hay numerosas versiones de la pieza para diferentes combinaciones de instrumentos, la presentada en “To the Wonder” es para ocho violonchelos. En este blog, como no queremos ser menos, tenemos la versión para doce, que podemos escuchar ahora en la interpretación de los violonchelos de la Filarmónica de Berlín:


video de clarisaxoflute

Bueno, pues hasta aquí esta entrada de hoy sobre la música clásica que aparece en “To the Wonder”. No está referenciada toda la que suena en un momento u otro, ni mucho menos, pero sí los principales fragmentos que he podido identificar en esta última creación del siempre polémico y genial Terrence Malick. Espero que si no os ha gustado la película o ni siquiera vais a ir a verla, al menos podáis pasar un buen rato escuchando la música que he dejado.


video de movietrailers
 

lunes, 8 de abril de 2013

"LA FLAUTA MÁGICA" (W.A.Mozart) - Palau de les Arts - 06/04/13

El sábado tuvo lugar en el Palau de les Arts el estreno de “La flauta mágica”, de Wolfgang Amadeus Mozart, la última ópera de la temporada oficial del teatro valenciano. Faltará todavía ese ansiado “Otello” en junio, en el Festival del Mediterrani, pero que estemos a primeros de abril hablando ya del final de una temporada que comenzó en noviembre y que se ha compuesto de escasos cinco títulos, es bastante triste y el mejor ejemplo de la complicada situación de pura supervivencia que se vive actualmente en el mundo de la ópera en general y en nuestro Palau de les Arts en particular.

Quedándonos con lo positivo, merecería destacarse que, al menos, la entrada que presentaba el sábado la sala principal de Les Arts era bastante buena, en contraposición con los paisajes desolados de los últimos estrenos. Aunque, por algunos comentarios escuchados y por el seguimiento de la venta de entradas en la web del teatro, me temo que el lozano aspecto de la platea y pisos altos respondiese a un regalo masivo de localidades en los últimos días.

La producción ahora presentada de la última ópera de Mozart, procede del Teatro Regio de Parma y cuenta con la dirección escénica de Stephen Medcalf. Si en el reciente Barbero hablábamos de una escenografía excesiva, casi asfixiante, en esta ocasión hemos pasado al extremo opuesto y en un escenario completamente vacío se desarrolla toda la trama.

Como mobiliario escénico tan sólo se cuenta con seis objetos colocados en la boca del escenario (en dos grupos de tres, claro, para respetar la simbología masónica que atraviesa toda la obra) que permanecen allí durante toda la función, acercándose los cantantes a por ellos cuando forman parte de la acción: la flauta, el carillón, el retrato de Pamina (en realidad un marco), un puñal, una vara y una manzana. En definitiva una absurdez bastante importante. Esa ausencia absoluta de atrezzo es suplida con unos efectistas juegos de luces de Simon Corder y con un conjunto de acróbatas-bailarines que, en inverosímiles posturas, forman la serpiente, las fieras, el árbol, los pájaros, las puertas… y van componiendo los diferentes ambientes y escenarios en los que se desarrolla la trama.

Dada mi congénita aversión a los danzarines y los mimos, cuando empezó la cosa me temí lo peor, aunque reconozco que el trabajo llevado a cabo por los encargados de representar esas mamarrachadas fue impecable, tanto desde el punto de vista gimnástico como coreográfico, y la verdad es que no entorpecían demasiado a los cantantes ni distraían en exceso de lo principal. El resultado fue que, conforme avanzaba el espectáculo, confieso que me fui sintiendo más cómodo con la propuesta planteada, que acabó por merecer mi valoración general positiva pese a sus innegables defectos.

Entre los principales reproches que se pueden hacer al trabajo de Medcalf se encuentra sin duda la entrada en escena de la Reina de la Noche, transmutada en lo que un principio me pareció un pulpo plateado con peinado de Marge Simpson, pero que luego identifiqué como una estrella. Visualmente, junto a los gigantes del segundo acto, creo que fue uno de los momentos más impactantes de la noche, pero obligar a una cantante a tener que afrontar un papel tan exigente vocalmente como este, haciendo equilibrios sobre la riñonada de unos tipos con monos negros que la sujetaban, es un disparate que denota una ignorancia supina de lo que es cantar ópera y muestra un preocupante desprecio hacia los artistas, que, aunque les pese a los registas, son lo fundamental de este espectáculo.

No obstante hay momentos estéticamente bellos y visualmente efectivos, como los ya mencionados o el comienzo del segundo acto mostrando a Sarastro y la Reina de la Noche como dos caras de una misma realidad, pero si no te conoces de memoria el libreto, esa ausencia absoluta de elementos escenográficos pueden despistarte un poco, como le pasaba a un jovenzuelo, no lo suficientemente alejado de mi asiento como para que no me molestase, que no dejaba de pedir explicaciones sobre lo que ocurría a su desesperada madre.

Como ya he dicho antes, pese a todo, acabé con buenas sensaciones, e igualmente debió ocurrirle a la mayor parte del público que premió con unánimes aplausos a los responsables de la dirección escénica. Yo opté por guardar silencio.

Ignoro quién será el culpable, pero, aunque me quede solo en esta cruzada, vuelvo a manifestar mi indignación y vergüenza ajena ante esos guiños graciosillos, populacheros y propios de espectáculos de variedades a lo Juanito Navarro, como introducir palabras en valenciano (Adeu, Visca) o que Papageno se ponga a silbar “El Gato Montés”.

En el foso, al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, se situaba el italiano Ottavio Dantone, quien considero que llevó a cabo una muy buena y sutil labor de batuta. Se evidenció un equilibrio fantástico entre secciones, con una articulación orquestal en la que funcionaba el conjunto como un engranaje perfecto en el que todo estaba en su sitio y en la medida justa, y donde cada detalle de la partitura era destacado con minuciosidad y sorprendente relevancia. Eso no quita para que se hiciesen presentes algunos desajustes con la escena, propios de todo estreno, que fueron más notorios en las intervenciones de la Reina de la Noche.

El propio Dantone se encargó de hacer sonar el carillón de Papageno, ejecutando él mismo el Glockenspiel “amablemente cedido” por el Palau de la Música (según se indicaba en el programa de mano). No sé yo cuán amable habrá sido la cosa tal y como están las relaciones.

Entre los músicos de la orquesta, como no podía ser de otra forma tratándose de esta obra, destacó el protagonismo de la flauta de Álvaro Octavio, magistral como de costumbre.

Excelente también, una vez más, ese lujo que es el Cor de la Generalitat que, pese a no tener un especial protagonismo en esta ópera, en las ocasiones en las que tuvo que intervenir impresionó por su empaste, claridad, equilibrio y volumen.

En el apartado de los solistas las cosas no fueron tan positivas, aunque se mantuvo un nivel medianamente digno que hizo que el conjunto no se resintiese en exceso. Uno de los principales problemas vino derivado de que una propuesta escénica como esta, de escenario vacío, exige unos cantantes con gran expresividad y buenas dotes de actores. Y aquí hubo importantes carencias.

El Tamino del tenor sueco Daniel Johansson me gustó poco. Comenzó fatal, desafinado, desfiatado a la tercera frase y con una emisión sucia, opaca y muy atrás que afea notablemente un canto que debe ser brillante y luminoso y de tintes heroicos. Aquí la heroicidad sólo estaba en los oyentes. Afortunadamente, se fue entonando un poco conforme avanzaba la representación, mostrando volumen y algunos agudos notables, pero su hieratismo, frialdad y falta absoluta de expresividad, dejaron a un príncipe Tamino que apenas pasó de lacayo.

El barítono austriaco Thomas Tatzl, como Papageno, mejoró un poco en el apartado actoral, estando algo más desenvuelto en escena que Tamino, pero también le daba por pararse para cantar, desluciendo su actuación. En general estuvo correcto, aunque le falta peso y empaque vocal.

También falto de envergadura vocal en los graves se mostró el coreano In-Sung Sim como Sarastro, aunque cumplió dignamente en un rol complicado.

La que más me convenció fue la Pamina de la soprano italiana Grazia Doronzio que, pese a algunas destemplanzas en la zona aguda, hizo un uso inteligentísimo y elegante de las medias voces, exhibiendo un buen legato. Me pareció bellísimo su dúo con Papageno del primer acto, gracias también a Dantone y su sabio manejo de la orquesta.

La Reina de la Noche de la alemana Mandy Fredrich se vio muy perjudicada, como ya he dicho antes, por la imbecilidad escénica de tener cantar su primer aria, en equilibrio, subida a los lomos de dos pseudo fureros. Su timbre es bonito y cantó la primera parte del aria con mucho gusto, pero cuando llegaron las agilidades lo pasó mal, perdiendo a la orquesta y respirando donde no tocaba. En “Der Hölle Rache”, ya con los pies en el suelo, mejoró un poco la cosa, alcanzando los sobreagudos con precisión, pero la parte de agilidades se le seguía resistiendo y tuvo una calada que combinó con un piano un tanto extraño.

Bastante peor me pareció el Monotastos de Loïc Felix, quien sin embargo se movía por escena con muchísima soltura. No destacó demasiado Helen Kearns, en el breve y agradecido papel de Papagena. Sí me gustaron más Nathan Berg como el Orador, así como Mario Cerdá como Sacerdote.

Bastante bien estuvieron las tres damas, Jinkyung Park, María Kosenkova y Romina Tomasoni. Y excelentes resultaron los Tres Muchachos interpretados por adolescentes solistas del Tölzer Knabenchor. Yo no soy precisamente fan de las voces blancas, pero reconozco que estuvieron increíblemente bien, tanto en lo vocal como en el movimiento escénico. Me pareció un detalle de mal gusto que no figurasen sus nombres en el programa de mano.

Un público bastante frío sobre todo en el primer acto, y en el que volvió a ser notoria la presencia de numerosos niños y jóvenes, acabó ovacionando a todo el elenco con fuerza. Muchas veces he criticado que se comenzara a bajar el telón antes de que finalizase la música, y en las últimas óperas ya no lo hacen, sino que apagan la luz al acabar aquella, con lo que ya no hay que sufrir a los que tienen prisa en iniciar los aplausos. Pero es que el sábado ni siquiera bajaron el telón tras los saludos finales, así que cuando los artistas tuvieron ya bastante, se fueron yendo del escenario a su bola. Espero que no hayan despedido al encargado de bajar el telón por mi culpa…

Quisiera hacer también un llamamiento para que los chicos y chicas acomodadores y cuidadores de puertas hagan menos ruido durante las funciones, pues a veces molestan más ellos con sus pasos y el crujir de sus sillas metálicas, que los tosedores y los señores del caramelito. Igualmente me gustaría que sus jefes les recuerden la regla de que una vez comenzada la función no puede entrar la gente en la sala, porque el sábado, a mitad de obertura, se permitió el paso de dos tardones, con el agravante de que sus sitios habían sido ocupados por otros avispados con peor ubicación y el ruido y desconcierto que se organizó fue importante.

Bueno, pues la temporada se ha acabado. Ahora ya sólo nos resta esperar a “Otello” y que los órganos de gobierno de Les Arts se dignen a anunciar el contenido previsto de la próxima temporada, si es que hay contenido previsto y si es que va a haber próxima temporada. Hace tiempo se dijo que la temporada 2013-2014 se abriría con la reposición del Anillo wagneriano, pero pensar que esa previsión va a cumplirse, parece ahora mismo ciencia ficción. De momento, lo único que se sabe es que el musical “Los Miserables” ocupará la sala principal del 21 de noviembre al 22 de diciembre. Confío en que no sea con eso con lo único que nos quedemos el año próximo. Ah, no, que también está anunciado Raphael


video de PalaudelesartsRS