viernes, 29 de marzo de 2013

EL "STABAT MATER" DE FRANCIS POULENC

“El Descendimiento”Roger Van der Weyden – Museo del Prado (Madrid)

Cualquier excusa puede valer para traer de nuevo al blog una de mis obras pictóricas favoritas, como es ese magistral Descendimiento de Van der Weyden, y un poco de buena música. Y en esta ocasión la excusa es perfecta, porque ya ha llegado otra vez la Semana Santa. Torrijas, procesiones, monas de Pascua y películas de romanos a cascoporro, nos vuelven a recordar la ansiada llegada de la primavera.

En el terreno musical, aparte de las Pasiones varias, una de las obras que aparecen puntualmente a su cita con estas fechas es el “Stabat Mater”, en cualquiera de sus múltiples versiones. La secuencia mariana de origen medieval que comienza con las palabras “Estaba la Madre dolorosa junto a la cruz llorando”, ha conocido centenares de adaptaciones musicales y prácticamente no hay compositor que se precie que no tenga su particular versión musicada de esos versos. La más popular, y una de las más bellas, posiblemente sea la que escribió Pergolesi. También son muy célebres las compuestas por Vivaldi, Scarlatti, Haydn, Rossini, Verdi o Dvorak.

Pero hoy la que traigo aquí es la de Francis Poulenc (1899-1963), otro
de los autores que acude también con cierta asiduidad a este blog, y que compuso en 1950 su “Stabat Mater”. Fue la primera obra religiosa con orquesta completa que escribió el compositor francés. El 13 de febrero de 1949 fallecía repentinamente en París su amigo Christian Bérard, famoso diseñador, pintor y escenógrafo, responsable entre otras obras del vestuario y decorados de la mítica película de Jean Cocteau “La Bella y la Bestia” (1945), y una figura enormemente relevante en el mundillo artístico parisino de aquellos años.

Poulenc, profundamente afectado por el suceso, pensó en escribir un Réquiem a su memoria, pero, como él mismo declaró, le pareció “demasiado ostentoso” y optó por componer su propio “Stabat Mater”, como oración para encomendar el alma de su amigo a la Virgen negra de Rocamadour, por la que sentía gran devoción. En apenas dos meses completó Poulenc su obra, escrita para orquesta, coro mixto y soprano solista, y la estrenaría el 13 de junio de 1951 en el Festival de Estrasburgo.

Poulenc divide la obra en doce secciones, otorgando al coro un papel
preeminente, y a lo largo de su desarrollo observamos el gran contraste entre todas ellas, con fragmentos cargados de religiosidad y elevado misticismo, junto a otros de enorme fuerza dramática o incluso algunos que, escuchados de forma independiente, no nos hacen pensar que estamos ante una composición religiosa. En cualquier caso, lo principal es que se trata de una obra de gran belleza, donde Poulenc alcanza un importante grado de madurez compositiva, y cuya línea melódica y depuración estilística ya apunta claramente, y nos recuerda, a su futura obra maestra operística “Diálogos de Carmelitas”, que compondría apenas tres años más tarde.

Pues nada más, aquí os dejo este “Stabat Mater” de Francis Poulenc en una de las escasas versiones completas que circulan por internet y que corre a cargo del Monteverdi Ensemble, el Monteverdichor de Würzburg, la soprano (o lo que sea) Christine Wolff y la dirección de Matthias Beckert, y os deseo a todos/as una muy buena Pascua:


video de MonteverdiChor

viernes, 22 de marzo de 2013

PESCADORES DE PERLAS RUSOS

“Pescadores de perlas”Alessandro Allori – 1570 – Palazzo Vecchio (Firenze)

Hoy no voy a soltar apenas rollo. Simplemente quería dejar aquí los que posiblemente sean los tres fragmentos más conocidos de la ópera de George Bizet (1838-1875) “Les Pêcheurs de Perles” (Los pescadores de perlas).

Podría haber elegido voces francesas de irreprochable adecuación estilística, como la de Alain Vanzo, o referentes incuestionables como los de Alfredo Kraus o Nicolai Gedda; sin embargo he optado por esta rareza que escuché hace unos días y que no me he podido resistir a traer al blog. Se trata de una versión grabada en 1950 y cantada en ruso por el fantástico tenor Sergei Lemeshev, la soprano Nadezhda Kazantseva y el barítono Vladimir Zakharov.

La de Lemeshev es una de esas voces que me enamoraron desde el primer momento que las escuché. Desde mi punto de vista ha sido el mejor Lensky (de “Eugene Onegin”) de todos los tiempos. Y, aunque es verdad que tiene una voz algo blanquecina, la sensibilidad, musicalidad y emoción que se desprende de cada una de sus frases, siempre riquísimas en matices, compensa con creces cualquier otro reproche que se le pueda hacer. Si queréis saber y escuchar más sobre este imprescindible tenor ruso, os recomiendo pasar por el post que le dedicó en su día Titus en su blog y que podéis consultar AQUÍ.

Escuchamos en primer lugar el famoso dúo de tenor y barítono del acto primero “Au fond du temple saint”, en las voces de Lemeshev y Zakharov:


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El fragmento más popular de la ópera es posiblemente el aria del tenor “Je crois entendre encore”, que Sergei Lemeshev nos canta aquí en una interpretación que me parece sublime, grabada en 1938:


video de younglemeshevist

Y finalizo con el dúo entre Nadir (Lemeshev) y Leila (Kazantseva), “Ton coeur n'a pas compris le mien!”, donde la belleza del fragmento y el canto de Lemeshev te seducen sin reservas:


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Bueno, pues hasta aquí este breve post de hoy que quiero dedicar a una enamorada de esta ópera, que vino al mundo tal día como hoy acompañando la llegada de la primavera.

lunes, 18 de marzo de 2013

RUISEÑORES CONTRA PETARDOS

"El ruiseñor está cantando" - Mikhail Nesterov - 1918

Son ya demasiados días de fiestas falleras. Ya sé que están a punto de acabar, pero me estoy empezando a dar miedo a mí mismo, porque cada vez me deleito más fantaseando con mi imagen, metralleta en mano, convertido en un nuevo Michael Douglas en “Un día de furia”.
 
Respeto muchísimo a los que se lo están pasando bomba (nunca mejor dicho) a costa de fastidiar a los demás, pero ya se me ha encendido la luz de la reserva en mi límite de aguante del ruido permanente, el olor a aceite requemado y a orín, el pasodoble del maestro Padilla y las calles tomadas por carpas del tamaño de la catedral de Burgos y por legiones de seres sin raciocinio, moviéndose sin rumbo, que te hacen pensar que te has colado en un capítulo de “Walking Dead” (en este caso Walking Drunk).

Así que para intentar cambiar el chip, y mientras en el exterior parecen estar reproduciendo el ataque a Pearl Harbor, he pensado en traer una selección de canciones en diferentes idiomas que tienen como denominador común estar todas dedicadas al ruiseñor, ese pajarillo tan cursi al que, no obstante, me une cierto cariño por formar parte del título de la novela y película que dieron a conocer al auténtico Atticus Finch.

Además nos viene que ni pintado, pues una de las características de este ave es que no se calla ni de noche y que, cuanto más ruido ambiente hay, más aumenta el puñetero el volumen de sus trinos y silbidos para hacerse oír. En cualquier caso, el ruiseñor siempre ha sido símbolo de la perfección en el canto, de ahí que esté presente en innumerables composiciones a lo largo de toda la historia de la música. Hoy he querido traer al blog una pequeñísima muestra de algunas de ellas.

Podríamos empezar, por ejemplo, con uno de los más grandes compositores de lied que ha habido, como es Franz Schubert (1797-1828), quien, como no podía ser de otra forma, tiene entre sus páginas más conocidas varias canciones dedicadas al pajarito pesado este. Una de ellas es la breve pero bellísima “An die Nachtigall” (Al ruiseñor), basada en un texto de Matthias Claudius (1740-1815), y que podemos escuchar ahora cómo la cantaba nada menos que Christa Ludwig:


video de bert muzieklexicon

Otro de los lied que Schubert dedicó al ruiseñor, en este caso a su muerte, fue este “Auf den tod einer Nachtigall”, compuesto sobre un poema de Ludwig Heinrich Christoph Hölty (1748-1776), que nadie cantó mejor que el gran Dietrich Fischer-Dieskau:


video de sorrisoilparadiso

Otro reputado compositor de lied en lengua alemana fue Johannes Brahms (1833-1897), quien también dedicó al ruiseñor varias de sus canciones, la más popular de las cuales es posiblemente la titulada precisamente “Nachtigall” (Ruiseñor), con texto de Christian Reinhold (1813-1856), y que es la primera de las seis canciones que integran su Opus 97. Podemos escucharla ahora en la delicada versión que nos brinda Anneliese Rothenberger acompañada al piano por Gerald Moore:


video de NoeckesHarfenschall

Sin cambiar de idioma, damos un salto en el tiempo hasta 1907, año en que el austriaco Alban Berg (1885-1935) compondría, sobre un texto de Theodor Storm (1817-1888), esta joya titulada “Die Nachtigall”, perteneciente al conjunto de lieder publicado como “Siete canciones de juventud”. He elegido en esta ocasión la interpretación de la mezzosoprano sueca Anne Sofie von Otter:


video de jussibjorling

Dejando atrás el lied y adentrándonos en la mélodie o canción francesa, también encontramos aquí más de una referencia al ruiseñor, por ejemplo esta “Au rossignol” que compuso Charles Gounod (1818-1893) sobre un poema de Alphonse Marie Louis de Lamartine (1790-1869) y que cantaba así de bien la legendaria Ninon Vallin:


video de Alma Winemiller

No podía faltar hoy tampoco esta preciosidad titulada “Le rossignol des lilas”, que escribiese en 1913 el compositor de origen venezolano Reynaldo Hahn (1874-1947) sobre texto de Léopold Dauphin y que podemos disfrutar en la estupenda versión que ofrece la estadounidense Susan Graham acompañada al piano por Roger Vignoles:


video de MrRobuso

Siguiendo con ruiseñores en francés, pero en un tono menos poético y más pirotécnico y exhibicionista, tenemos esta aria del ruiseñor, perteneciente a la música incidental compuesta en 1902 para la obra “Parysatis” por Camille Saint-Saens (1835-1921) y que le escuchamos a la soprano Rita Streich. Reconozco que este fragmento me suele provocar el buscar una escopeta de perdigones:


video de inca48

También en el repertorio ruso nos encontramos con cantarines ruiseñores, como este “Solovej” (El ruiseñor) que compuso Piotr Ilich Tchaikovsky (1840-1893), sobre un poema de Aleksandr Pushkin (1799-1837) en 1866, dentro del conjunto de doce canciones que integran su opus 60. Aquí os dejo la versión que interpretase otra voz legendaria, la del bajo ruso Feodor Chaliapin:


video de operbathosa

Siguiendo con los pajaritos rusos tenemos también este “El ruiseñor y la rosa”, de Nikolai Rimsky-Korsakov (1844-1908). Se trata de la segunda de las cuatro canciones de su opus 2, escrita sobre un texto del poeta Aleksey Vasilievich Koltsov (1809-1842) y que interpreta en este video la también rusa Anna Netrebko:


video de Onegin65

Y en castellano no nos privamos tampoco de los gorgoritos del ruiseñor, por ejemplo con la romanza “Era una rosa que un jardín”, también conocida como “Canción del Ruiseñor”, de la zarzuela “Doña Francisquita” del compositor catalán Amadeo Vives (1871-1932), que nos canta aquí la soprano granadina Mariola Cantarero:


video de rexeterna

Bueno, pues creo que por hoy ya está bien de ruiseñores, que por menos de nada acabo trayendo a Joselito... Sé que se quedan muchos fuera, pero otra vez será. De momento espero que esta selección de pajaritos os compense un poco del estruendo fallero a los que lo estéis sufriendo.

Pum, pum… porropopum.
 

miércoles, 13 de marzo de 2013

CECILIA BARTOLI EN EL PALAU DE LA MÚSICA

Si hace menos de dos semanas teníamos el privilegio de disfrutar en el Palau de la Música de Valencia de la extraordinaria voz de la mezzosoprano norteamericana Joyce Di Donato, el pasado lunes volvimos a tener la oportunidad de escuchar a otro de los grandes referentes de la cuerda, como es la italiana Cecilia Bartoli, quien para la ocasión estaba acompañada por la orquesta I Barocchisti con Diego Fasolis al frente.
 
Como parece que sea congénito a la estupidez del ser humano el aprovechar cualquier ocasión para, en lugar de disfrutar de lo que se tiene, buscar motivos de discusión, la conversación más escuchada el lunes en el Palau era el forzado debate acerca de si era mejor Di Donato o Bartoli, tomando como referencia esos dos recitales, en los que, además, las cantantes habían abordado repertorios distintos. Yo no soy partidario de entrar en esas absurdas pérdidas de tiempo. Sí manifiesto claramente que disfruté muchísimo con Di Donato y lo volví a hacer con Bartoli. Y si alguien me pide que me moje, no tengo inconveniente alguno en decir que quizás me gustó más el recital de la norteamericana, posiblemente también porque me resultase más agradable el repertorio elegido y porque además, de siempre, me reconozco admirador absoluto de la voz de Di Donato, con todas sus peculiaridades y limitaciones.
 
Dicho eso, insisto en que no creo que sea lo más apropiado hacer ese tipo de consideraciones. Yo me lo pasé tremendamente bien escuchando a Bartoli y pienso que somos unos afortunados de haber podido asistir a dos espectáculos de grandísimo nivel en nuestra ciudad estos días.
 
Entrando ya en el recital de la cantante romana, éste estuvo dedicado por completo, salvo los bises, a la obra del, hasta ahora prácticamente desconocido, compositor italiano Agostino Steffani (1654-1728), a quien ha dedicado su reciente trabajo discográfico “Mission”. La música de Steffani corresponde a un Barroco que todavía mantiene muchas reminiscencias Renacentistas y suena demasiado “antiguo” para los gustos de quienes, como un servidor, tenemos la tara de que cuanto más atrás nos vamos en el tiempo, musicalmente hablando, más duro se nos hace el repertorio. No obstante, reconozco que, pese a no ser mi música favorita, hubo momentos de gran belleza, con la inestimable colaboración, eso sí, de Cecilia Bartoli y de I Barocchisti.

La agrupación que dirige Diego Fasolis tuvo un rendimiento excelente, acompañó extraordinariamente a la cantante y, en las oberturas y fragmentos orquestales, tuvo ocasión de lucirse, como en la estupenda ejecución de “Aires pour les nymphes de la rivière” de “La lotta d’Hercole con Acheloo”, o en las virtuosas interpretaciones de los solistas de trompeta y oboe. Para mi gusto sobró un exceso de efectos de la percusión en algunos fragmentos, con ruidos que, aunque ambientaban la ejecución del aria, llegaban a resultar molestos. Fasolis al clave se emocionaba y por momentos parecía que fuese a emular a Jerry Lee Lewis subiéndose encima del teclado.

Cecilia Bartoli domina la puesta en escena como nadie y cada mínimo detalle de sus recitales está perfectamente estudiado para dotar al conjunto de una eficacia incuestionable que atrape al espectador en todo momento. Así, su entrada en escena sonriendo y tocando la pandereta a lo Esmeralda la zíngara, ese pedazo de sillón de piel con mesita auxiliar para que la cantante no abandonase la sala en los interludios orquestales y permitir la fusión que se produjo entre muchos de los fragmentos para no provocar demasiadas interrupciones, la utilización de los músicos de la orquesta como coro, etc. 

Vocalmente, Cecilia Bartoli presentó todos los defectos que tanto critican sus fieros detractores y cada una de las virtudes que la hacen ser idolatrada por sus fans. El comienzo del recital no fue precisamente bueno, en el aria “Schiere invitte” (de “Alarico il Baltha”) recurrió al chillido en un par de ocasiones y la voz no acababa de estar centrada, mostrando más engolamientos y sonidos guturales que en toda la noche. A partir del segundo tema ya se fue entonando y en “Amami e vederai” (de “Niobe, regina di Tebe”) convenció con la exquisitez de su canto a cualquiera que todavía estuviese dudoso de encontrarse ante una grandísima artista, con un precioso acompañamiento de laúd y papel de caramelito.

Yo tengo que reconocer que a mí me gusta mucho más Bartoli en los lamentos que en las arias de bravura. En esos momentos es donde su maravilloso centro luce esplendoroso y el prodigioso control del fiato y el mágico uso de los reguladores le permite esbozar unas frases larguísimas en las que inverosímiles filados y sfumature adornan su canto en un derroche de expresividad y emoción que compensa con creces los entubamientos del sonido, las desigualdades entre registros o la peculiar pronunciación de algunas vocales. Eso no quita para que cuando llega la gallina Turuleca con toda su pirotecnia y acrobacias vocales, como en el “Suoni, tuoni, il suolo scuota” (de “Arminio”) que cerró el programa oficial, también haya que reconocer su alucinante técnica para la coloratura y su capacidad para hacer enloquecer al público de entusiasmo.

Musicalmente, me quedo con los tres bises, que comenzaron con un sentido “Lascia la spina” deIl Trionfo del Tempo e del Disinganno” de Haendel, donde la Bartoli alargó las notas hasta el infinito y más allá, mostrando una exquisita musicalidad; siguió con otro Haendel, una impresionante versión del "Destero dall'empia dite" de su ópera ”Amadigi di Gaula", con el increíble diálogo entre la voz, la trompeta y el oboe; y finalizó con una delicadísima interpretación, junto a la solista de violín, de "Sovente il sole" de ”Andromeda Liberata” de Vivaldi.

El Palau de la Música presentaba un lleno absoluto, reflejo del tirón mediático que tiene la Bartoli haga lo que haga, aunque se trate de una música no especialmente atractiva y de un compositor desconocido. El comportamiento del público no fue precisamente ejemplar. Demasiados ruidos de la siempre eficaz orquesta para toses, envoltorio de celofán, teléfono móvil y sonaduras de mocos con bocina; sonidos que además parecían brotar con mayor virulencia en los momentos más recogidos. La señora de los grititos histéricos de "guapíííísima" tuvo también sus buscados momentos de protagonismo. Y al finalizar el programa oficial del recital, comenzó la desbandada general cual manada de gacelas perseguida por leona hambrienta, lo que limitó a tres los bises... y gracias.

En cualquier caso, fue un espectáculo muy disfrutable que ojalá se repitiera más a menudo.

Por cierto, me han dicho que esta mañana estaba Bartoli viendo la mascletá. Quizás estuviese tomando ideas para adornar su coloratura con nuevos efectismos pirotécnicos en futuros espectáculos...

Bueno, os dejo con la Bartoli interpretando uno de los fragmentos que más me gustaron, “Amami e vederai” de la ópera “Niobe, regina di Tebe”, de Agostino Steffani:


video de Jean-Melchior Delpias

lunes, 4 de marzo de 2013

"IL BARBIERE DI SIVIGLIA" (Gioacchino Rossini) - Palau de les Arts - 03/03/13


Sólo las preclaras mentes que dirigen los designios de los dos principales recintos musicales de Valencia, Palau de les Arts y Palau de la Música, sabrán por qué, en lugar de intentar coordinar su oferta de espectáculos, parecen empeñados, año tras año, en hacer el ridículo contraprogramándose. Pueden pasar semanas en esta ciudad sin que haya ni una representación musical y llegar un día en que coincidan dos espectáculos notables, llevando a los aficionados a tener que optar entre uno u otro.

Así ocurrió el pasado jueves 28 de febrero, día en que se estrenaba en el Palau de les Arts la ópera de Gioacchino Rossini “Il Barbiere di Siviglia”, mientras que el Palau de la Música ofrecía, a la misma hora, un recital de la gran mezzosoprano norteamericana Joyce Di Donato (por cierto, una de las mejores Rosina que he visto yo en directo). Desde luego, no tuve ninguna duda a la hora de tener que elegir y opté por acudir a escuchar a Di Donato. Y no me arrepentí, pues os aseguro que ese recital se encuentra entre los dos o tres mejores a los que he asistido (y son unos pocos) en el Palau de la Música (AQUÍ podéis leer la acertada crónica que hizo Maac).

Ayer, finalmente, acudí a la segunda de las funciones de “Il Barbiere di Siviglia” y mi sensación de haber elegido correctamente el día del estreno, se multiplicó por mil, y es que este Barbiere me ha decepcionado enormemente y, lo que es peor, me ha resultado aburrido.

La producción del Grand Théâtre de Genève presentada en Les Arts cuenta con la dirección escénica de Damiano Michieletto, lo que, a priori, constituía para mí uno de sus grandes alicientes. La propuesta del regista veneciano es muy atractiva visualmente y tiene sus virtudes, pero también grandes defectos.


La acción se traslada a la Sevilla de los años 80, mostrando una comunidad de vecinos de un barrio suburbial, mediante una impactante escenografía giratoria que alterna la visión de la fachada del edificio de viviendas y su interior, a modo de 13 Rue del Percebe. Cada detalle del mobiliario o vestuario está muy cuidado y contribuye a conferir la ambientación deseada al conjunto. Y el colorido, frescura y viveza del montaje se adapta perfectamente al espíritu rossiniano.

Además, si algo no puede discutirse a los montajes de Michieletto es su exhaustivo trabajo de dirección de actores. Todos y cada uno de los miembros de la figuración o del Coro, y por supuesto los solistas, tienen un perfil cuidadosamente diseñado que se mantiene coherente a lo largo de la representación y los movimientos en escena de todos ellos están perfectamente estudiados. Aquí, Andreas Zimmermann, director de la reposición, merece un 10. Pero todo eso, que en principio es positivo, constituye también uno de sus principales inconvenientes. Michieletto se empeña en distraer al espectador con numerosos planos de acción que, al tiempo que consiguen ambientar perfectamente la trama y pueden resultar divertidos, llevan al público a desviar su atención de la línea argumental principal y, sobre todo, de la concentración que puedan requerir la música y el canto.

En ese mismo sentido, el tener a los cantantes permanentemente subiendo y bajando escaleras y dando vueltas en la estructura giratoria, perjudicaba sus ya limitadas prestaciones vocales y dificultaba su contacto visual con el director musical, lo cual sin duda contribuyó a los numerosos desajustes que se produjeron entre cantantes y foso.

No quisiera finalizar mi reseña de la dirección escénica sin referirme a la vergüenza ajena sentida ante ese grito de “¡Viva los novios!” que se hace dar al Coro, en un guiño paleto al espectador, propio de un episodio de “Matrimoniadas” o un espectáculo de José Luis Moreno.

La dirección musical de Omer Meir Wellber al frente de la Orquesta de la Comunitat Valenciana fue bastante correcta en términos generales. Pese a su espasmódica gesticulación a la que ya nos tiene acostumbrados y su conocido gusto por las aceleraciones sin ton ni son, en esta ocasión adoptó unos tempi bastante pausados, posiblemente para no hacer más evidentes las carencias de los cantantes, con una lectura de la obertura muy interesante y reposada. Solventó con eficacia y sentido musical los crescendos rossinianos y procuró controlar los volúmenes de la orquesta, pese a lo cual y a su reducido tamaño, no se impidió que los cantantes quedasen inaudibles en muchos momentos. Wellber fue también el encargado de acompañar con el clave los recitativos y a veces daba la impresión de que tocaba las notas que le daba la gana, con las melodías que se le iban ocurriendo. Pensé que igual se estaba aburriendo tanto como yo y que en cualquier momento se pondría a interpretar la “Rhapsody in Blue” o algo parecido.

El Cor de la Generalitat merece una especial felicitación por el fantástico trabajo llevado a cabo en escena, derrochando vis cómica, demostrando que, además de grandes cantantes, son estupendos actores. En el aspecto vocal tuvieron algunos momentos destacados, como las escenas finales de ambos actos, aunque su coordinación con el foso no fue siempre la deseada.

Como ya se ha habrá podido ir deduciendo de mis anteriores comentarios, el gran problema de la producción presentada estriba, a mi juicio, en los cantantes elegidos. Y es que si en una ópera de Rossini, construidas para el lucimiento de los cantantes, estos fallan y además no tienen gracia en escena, el resultado sólo puede ser el sopor. Muchas veces he alabado la labor del Palau de les Arts a la hora de juntar repartos relativamente desconocidos, pero que han ofrecido unas prestaciones interesantes. Sin embargo, en esta ocasión, mi opinión es que no se ha acertado. Para ofrecer un nivel como este, pienso que es preferible encargar la representación a cantantes del Centre de Perfeccionament. Saldrán más baratos y la crítica posiblemente sea más benévola.

A Mario Cassi ya tuvimos ocasión de padecerle como un pésimo Dandini en “La Cenerentola” de la pasada temporada. Pese a ello, inexplicablemente, se le ha vuelto a contratar para un papel tan relevante como el de Fígaro. Y, como era de esperar, el resultado ha sido bochornoso. Ya en su aria de entrada dejó claras sus limitaciones: Incapacidad absoluta para las agilidades, pérdidas continuas de la impostación y nula técnica respiratoria. Fue totalmente inaudible en múltiples pasajes, donde daba la impresión de que estuviese la orquesta tocando sola y un tío en escena moviendo la boca. Además, pese a abordar un personaje que debe rezumar sentido del humor y picardía, resultó muy soso en escena.

La valenciana Silvia Vázquez tampoco estuvo acertada en el papel de Rosina. Creo que su vocalidad no es adecuada al rol, estuvo fuera de estilo, presentó demasiados problemas con las agilidades e incurrió en el agudo chillado en más de una ocasión. El impresionante sobreagudo con el que coronó “Contro un Cor” fue impecable, pero no venía a cuento. A diferencia de Cassi, al que se me hace difícil imaginar cantando bien cualquier papel, Silvia Vázquez creo que debe centrarse en otro tipo de repertorio para el que sí pueda mostrar mejores condiciones.

El tenor uruguayo Edgardo Rocha, como Almaviva, fue el que más me gustó de los protagonistas, pese a puntuales problemas de afinación y dificultades con las agilidades, pero mostró una voz de muy bello timbre, especialmente en la zona aguda, tuvo algunos detalles bonitos regulando intensidades y estuvo muy valiente toda la noche, principalmente en su “Cessa di piú resistere”.

Bastante anodino y también inaudible en muchos momentos estuvo Marco Camastra como Dr. Bartolo. Mucha más clase y calidad vocal demostró el Don Basilio de Paata Burchuladze, pese al declive de su voz.

Muy bien también en su aria la veterana Marina Rodríguez-Cusí, como Berta, y magnífica en su vertiente escénica. También destacaron en sus breves intervenciones tanto Mattia Olivieri, como Fernando Piqueras, este último muy divertido en su faceta actoral.

La sala presentó un impecable aspecto, con un lleno casi absoluto y presencia de mucha gente joven, que ovacionó, yo diría que hasta en exceso, a todos los artistas, salvo un par de irrelevantes abucheos aislados a Mario Cassi. Como no estuve, no sé si el día del estreno habría, como últimamente es habitual, una escasa asistencia de público, aunque dada la climatología infernal y la numerosa presencia de habituales de Les Arts viendo a Di Donato, presumo que así sería.

Ahora parece que en Les Arts pretenden corregir los desolados paisajes de los estrenos, pero no igualando tarifas con el resto de días de representación, sino regalando cupones en un diario local que permiten un descuento del 50% en las entradas de zonas 1 a 4 para los estrenos. A este paso, acabaremos pudiendo ir a Les Arts comprando dos paquetes de papel higiénico Hacendado. Eso sí, si los espectáculos siguen teniendo este nivel, no nos lo podremos dejar en casa.


video de PalaudelesartsRS