martes, 31 de diciembre de 2013

FELIZ 2014... O NO

El tiempo vencido por el amor, la esperanza y la belleza – Simon Vouet - Museo del Prado

El año del bicentenario de Wagner y Verdi llega a su fin y 2014 está llamando a la puerta sonriente, aunque uno no sabe si franquearle el paso o salir corriendo.

Para los aficionados a la ópera que vivimos en Valencia, estos están siendo unos días especialmente tristes y preocupantes. Hace ya algún tiempo que las informaciones sobre el Palau de les Arts copan las portadas de los principales medios informativos, y no precisamente por motivos musicales y artísticos.

Aparte de la indecente campaña con la que siguen machacando desde el diario El Mundo a la Intendente Helga Schmidt, caiga quien caiga, y utilizando filtraciones interesadas, parciales, arcaicas y descontextualizadas; en los últimos días se han ido sucediendo las noticias relacionadas con el Palau de les Arts y ninguna de ellas da muchas razones para mantener el optimismo respecto al porvenir de la ópera en nuestra ciudad.

Desde el gobierno valenciano quieren desembarazarse como sea de la carga que les supone la presencia de Helga Schmidt al frente de Les Arts y apuestan por su relevo por las buenas o por las malas, importándoles una chufa las consecuencias que pueda tener para el futuro operístico en Valencia, y suspirando por poder entregar el teatro a una gestión indirecta joseluismorenesca o similar. Lo que ocurre es que la tarea no es sencilla. Precisamente el análisis de los pros y contras del relevo de Schmidt se analizaban con especial lucidez en este artículo que podéis leer aquí.

De momento, según se ha publicado (ver enlace), en la reunión del Patronato de la Fundación Palau de les Arts celebrada ayer, se recortaron más los poderes de la Intendente, creando un nuevo cargo, el de director económico y financiero, para controlar el presupuesto y las contrataciones.

Si con la dirección artística del teatro no se sabe qué va a ocurrir, tampoco está nada claro quién será la persona que sustituya a Omer Meir Wellber como director musical titular de la Orquesta de la Comunitat Valenciana. En un principio parecía que Plácido Domingo tenía todos los números para asumir el cargo, pero ni desde el punto de vista artístico ni económico ha sido acogido como la mejor opción. Después se ha hablado (ver enlace) de otros nombres, desde Carlo Rizzi al propio Zubin Mehta, e incluso de la posibilidad de dejar el puesto vacante, pero lo cierto es que a día de hoy los músicos de la orquesta, actualmente de gira en China junto al maestro Mehta, siguen sin saber quien les dirigirá la próxima temporada.

Y por si había poco picante en el guiso, llegaron los fuertes vientos de Navidad y, cual si el mismísimo Santa Claus y todos sus renos se hubieran estampado contra el mastodóntico edificio concebido por el sinvergüenza de Calatrava, parte del trencadís que lo cubre se fue a hacer puñetas (ver enlace). Excusa perfecta para que el gobierno valenciano haya decretado el cierre del teatro hasta nueva orden, habiéndose anunciado ya (ver enlace) que la primera ópera de 2014, Manon Lescaut, parece que no podrá estrenarse en febrero tal y como estaba previsto, desconociéndose qué ocurrirá con los siguientes títulos.

Eso sí, Fabra y los suyos ya han anunciado, muy dignos y pomposos, que van a exigir judicialmente responsabilidades a la constructora, al estafador Calatrava y hasta al que fotocopió los planos del recinto si es menester, pero no explican por qué llevan un año sin hacer nada desde que ya se produjesen los primeros desprendimientos. Quizás sea ya hora de que sean los ciudadanos quienes pidan responsabilidades, no a Calatrava, sino a los indignos gobernantes.

En el gobierno valenciano, tanto respecto a Helga Schmidt como al hermano Calatrava tonto, actúan como si hubiesen llegado desde Marte en una nave espacial hace un mes y les hubiera pillado de nuevas todo lo que pasa y ha venido pasando durante años bajo su amparo y responsabilidad.

Lo peor de todo es que cada día queda más en evidencia que no tienen proyecto alguno, ni interés por la ópera, la música o la cultura en general. Las declaraciones recientes del President Fabra diciendo que quiere que “en el Palau de les Arts entre gente con vaqueros”, deja en evidencia su profunda incultura, ignorancia y desconocimiento de la realidad. A mí también me gustaría que algún día entrasen en la Generalitat o en la Moncloa personas con sentido común, honestas y con voluntad de defender la cultura y la educación de sus ciudadanos.

De todas formas hoy no tengo tiempo ni ganas de entrar a fondo en estos temas, que me ponen de especial mal humor, y ya habrá lugar para ello, lamentablemente. Pero no podía pasar por aquí para dar la bienvenida al nuevo año sin hacer alguna referencia a lo que está ocurriendo en nuestro teatro de ópera.

Si Wagner y Verdi protagonizaron musicalmente el año 2013, en este 2014 que ahora va a dar sus primeros pasos se celebrará el 150 aniversario del nacimiento de Richard Strauss, así que he decidido felicitar este fin de año con música del compositor muniqués, en concreto con una obra extraordinaria de su último periodo como es Metamorfosis. Compuesta en 1945, durante los últimos días de la Segunda Guerra Mundial en Alemania, la pieza está escrita para 23 instrumentos de cuerda, con claras referencias a la Marcha Fúnebre de la Tercera Sinfonía de Beethoven, y se cuenta que fue concebida por Strauss ante la tristeza en que le sumió la noticia de que una de las consecuencias de esa maldita guerra había sido la destrucción del teatro de ópera de su ciudad… No sé por qué me habré acordado de esto yo hoy…

La podemos escuchar en la interpretación de los músicos de la Filarmónica de Viena bajo la dirección de Herbert von Karajan:


video de Addiobelpassato

 
Que ustedes tengan un tranquilo, saludable, musical y feliz 2014... si nos dejan.
 

lunes, 23 de diciembre de 2013

UNA TRIPLE FELICITACIÓN NAVIDEÑA

Adoración de los Magos - Sandro Botticelli - 1475 - Galería Uffizi (Florencia)

Un año más, y que dure, las fiestas navideñas y toda la parafernalia que las rodea se nos vienen encima cual alud de nieve. No os voy a ocultar que estos días de impuesta fraternidad y felicidad me han caído siempre bastante gordos, y cuando me encuentro a estas alturas de mes ya estoy deseando que llegue el 7 de enero, pero la verdad es que tampoco está tan mal tomarnos de vez en cuando un respiro, en medio de la inmundicia que nos sacude día tras día, para intercambiar buenos deseos con las personas a las que apreciamos.

Yo desde este blog, cumpliendo con la tradición, quiero transmitiros a todos los que pasáis por aquí mi felicitación, con la esperanza de que sobreviváis a las fiestas navideñas y de que el próximo año sea más benigno con todos nosotros que el que ahora se aproxima a su final.

Esta vez he decidido trasladaros como felicitación tres fragmentos musicales relacionados de alguna forma con estas fechas, escritos por Richard Wagner, Giuseppe Verdi y Benjamin Britten, los tres compositores que han protagonizado gran parte del calendario musical del año 2013 con ocasión de la conmemoración de su nacimiento.  

El Idilio de Sigfrido ya fue objeto de un post en este blog, precisamente para felicitaros las navidades de 2010, pero, como me gusta mucho, vuelvo a traerlo. La pieza fue compuesta por Richard Wagner en 1870 como regalo de cumpleaños a su esposa Cosima, quien despertó la mañana de Navidad de ese año con esta bellísima música sonando en las escaleras de la casa del matrimonio Wagner en Tribschen (Suiza), interpretada por trece músicos que habían estado ensayando la obra en secreto junto al maestro.

Esta vez no traigo la versión original compuesta para trece instrumentos, sino la adaptación orquestal que el propio Wagner realizó y publicó posteriormente. La interpretación en esta ocasión corre a cargo de la Orquesta Filarmónica de Munich, dirigida por el mítico Hans Knappertsbusch, en una grabación de 1962:


video de ProHabsburg

Un año después de que en Tribschen se escuchasen las notas del romántico regalo de Richard Wagner a Cosima, el día de Nochebuena de 1871 tenía lugar, en el Teatro Italiano de El Cairo, el estreno mundial de la ópera Aida, compuesta por Giuseppe Verdi cuando contaba 58 años de edad y se encontraba en la cima de su popularidad. El estreno fue un gran éxito que Verdi no pudo vivir en directo al no haber viajado a El Cairo, parece ser que por miedo al largo viaje en barco.

Aquí podemos escuchar los minutos finales de esta genial composición de Verdi, en una grabación de 1959 con las voces de Renata Tebaldi, Carlo Bergonzi y Giulietta Simionato, acompañados por la Filarmónica de Viena y dirigidos por Herbert von Karajan:


video de SensusEtRadio

El que no debía tener ningún miedo a viajar en barco era Benjamin Britten. En la primavera de 1942 el compositor regresaba en un navío rumbo a Inglaterra, en compañía del tenor Peter Pears, tras haber permanecido tres años viviendo y trabajando en Estados Unidos. Durante esa travesía, Britten compondría A ceremony of carols (Una ceremonia de villancicos), una de las obras maestras de la extensa producción en el terreno coral del compositor inglés. La pieza está escrita originariamente para coro de niños y arpa, sobre unos poemas medievales relacionados con la Navidad que se cuenta que Britten extrajo de un libro adquirido en una de las escalas que hizo ese barco que le llevaba de regreso a Inglaterra.

Podemos escuchar a continuación la preciosa A ceremony of carols, de Benjamin Britten, en interpretación del Coro de la Catedral de Westminster, dirigido por David Hill, con Sioned Williams al arpa:


video de Rique Borges

Pues nada, lo dicho, que paséis una fiestas apacibles en la mejor compañía posible y disfrutando de buena música.

viernes, 13 de diciembre de 2013

"MESSA DA REQUIEM" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 12/12/13

Cuando se anunció oficialmente el contenido de la programación de la temporada operística 2013/2014 en el Palau de les Arts, hubo dos previsiones que me atrajeron especialmente. La primera fue la esperada reposición de La Valquiria con el maestro Mehta al frente. Y la segunda, que me ilusionaba aún más si cabe, era el regreso de Riccardo Chailly a Valencia con la Messa da Requiem de Giuseppe Verdi, tras el éxito obtenido la temporada pasada con una Bohème y una Novena de Beethoven que quedarán para siempre grabadas en nuestra memoria entre los mejores momentos vividos en este teatro.

La desilusión vino cuando, apenas tres días antes de la primera de las funciones previstas, se anunciaba oficialmente que Chailly cancelaba su participación debido a una bronquitis aguda, comunicándose que su sustituto sería el también milanés Carlo Rizzi (por cierto, si no me equivoco, Carlo Rizzi era también el nombre de uno de los personajes de El Padrino, en concreto el marido de Connie).

A pesar del desencanto que nos produjo a muchos el saber que no íbamos a poder disfrutar de la maestría de Riccardo Chailly, hay que reconocer que la sustitución podría haber sido mucho peor y que se ha buscado a un director que garantizaba unos mínimos de calidad.

Siempre nos quedará la duda de saber qué hubiera pasado si hubiese dirigido Chailly. Sospechamos, tras los resultados de la Novena del pasado año, que el genio del milanés nos hubiese ofrecido una versión personal, cargada de matices, tensión y contrastes, obteniendo unos deslumbrantes sonidos de la orquesta. Pero no lo sabemos, y además sería profundamente injusto pretender comparar a Rizzi con lo que no ha sido.

Ayer tuvo lugar la primera de las dos funciones previstas de este Requiem y lo primero que me gustaría dejar claro es que, aunque quizás faltase esa chispa de magia que surge de las grandes batutas, lo cierto es que, desde mi punto de vista, Carlo Rizzi llevó a cabo un trabajo excelente, absolutamente impecable, ejemplo de profesionalidad y buen hacer, sobre todo teniendo en cuenta que, según él mismo confesó, hace escasos días que le trasladaron el encargo de asumir la sustitución de Riccardo Chailly.

Tras el fiasco verdiano del pasado fin de semana con La Traviata de La Scala, ayer sí tuvimos una lectura de Verdi que me sonó a Verdi. El maestro Rizzi ofreció acentos remarcados y unas transiciones perfectamente hilvanadas. Hubo claridad de líneas, naturalidad en la exposición  y un uso ejemplar de las dinámicas, solventando con pulcritud artesanal el equilibrio entre orquesta y voces.

En Lacrimosa supo transmitir toda la belleza y emoción que requiere la página, pese a no contar con un cuarteto de lujo pero sí eficiente. Las sucesivas apariciones del Dies Irae estuvieron cargadas de dinamismo y fuerza, ofreciendo además distintos matices en cada una de ellas. Me resultó muy interesante también el subrayado de los timbales en el Confutatis. Todos estos detalles evidencian una labor de dirección detrás, que dista mucho de ser un simple trámite para atender un encargo de última hora. Hubo implicación y resultados eficaces.

La Orquesta de la Comunitat Valenciana respondió con una entrega absoluta y un magnífico rendimiento y todas las secciones tuvieron intervenciones destacadas. Desde la expuesta prestación de las trompetas en el Tuba mirum que se resolvió con enorme solvencia, hasta las brillantísimas ejecuciones de Pierre Antoine Escoffier al oboe, las siempre acertadas apariciones de fagots, flautas o clarinetes, o la celestial entrada de los violonchelos al comienzo del Ofertorio.

El Cor de la Generalitat, tal y como esperábamos, nos brindó otra de sus grandes noches, pleno de intensidad expresiva, refinamiento y riqueza de matices, mostrándose majestuoso, suplicante o delicado según los requerimientos de la partitura. Toda una lección para los que siguen insistiendo en que este coro sólo sabe cantar en forte. Ejemplar me resultó ayer su articulación y dicción, y recordaré especialmente ese mágico y estremecedor susurro del Libera Me, o la fuga subsiguiente extraordinariamente regulada. 

En cuanto a los solistas vocales, Verdi escribió con gran exigencia para cuatro voces poderosas que además fuesen ejemplo de su estilo, requerimientos que actualmente hacen muy difícil encontrar un cuarteto equilibrado. Si a esa dificultad natural le añadimos las penurias económicas actuales, la empresa parece casi imposible y nos contentamos con obtener unas dignas prestaciones. Y ayer pienso que las obtuvimos.  

Los retos de la parte de la soprano en esta partitura son especialmente diabólicos. La soprano italiana Carmen Giannattasio no convenció a muchos, pero yo creo que debe valorarse su esfuerzo. Mostró un timbre lírico, esmaltado, en una voz grande y con cuerpo que, en la zona grave, aunque resultase corta, alcanzaba casi resonancias de mezzosoprano, lo que, unido a los cambios de color del instrumento en los diferentes registros, hacía complicado a veces identificar en la distancia si cantaba ella o la mezzo. En la vertiente positiva destacaría que, en todo momento, procuró dotar de variedad a su fraseo, modulando y regulando, aunque en los pianísimos se pasease siempre al borde mismo del quiebro de la voz. Tuvo alguna nota calada y las subidas al agudo no siempre eran ortodoxas, pero ya digo que mi valoración general pese a todo es positiva.  

La mezzosoprano Verónica Simeoni cantó con una corrección casi matemática, pero su línea me resulto plana, fría y a mí no llegó a transmitirme emoción en ningún momento. La voz no parecía especialmente grande y sus graves fueron poco sonoros. 

Del tenor Giorgio Berrugi destacaría un timbre incisivo, color atractivo y que sonaba muy italiano y ajustado en estilo. Fue una lástima ese agudo tan estrangulado y una zona grave completamente desguarnecida.

El bajo chino Liang Li me causó una gratísima sorpresa en el Tristan e Isolda de 2012. Ayer estuvo correcto, como sus compañeros, pero poco más. Faltó rotundidad en sus graves y fueron problemáticas todas las subidas al agudo. Eché de menos una mayor modulación del sonido y del color y una lectura algo menos tosca.

El público llenó prácticamente el infecto Auditorio, posiblemente atraído en gran parte por el tirón del finalmente ausente Riccardo Chailly, y, tras sonar las últimas notas, prorrumpió en una fuerte ovación, dedicando los bravos más entusiastas al Cor de la Generalitat, si bien no se vivió la locura colectiva de otras noches, como, por ejemplo, la de la última presencia de Chailly en el podio. El comportamiento de los presentes, al menos en mis alrededores, no fue muy ejemplar. Me costó bastante concentrarme en la representación gracias a varios de mis vecinos. Desde el mastuerzo que pareció buscar el efecto trompeta en sus toses durante los pianísimos orquestales del inicio, hasta la señora que batió el record mundial de desenvoltura de caramelos a cámara lenta, sobrepasando de largo los cinco minutos de manipulación, o la joven a la que no sólo le sonó el móvil, sino que devolvió la llamada y se puso a hablar y, por si no había bastante, continuó guasapeando y comentándolo con su vecino desde el inicio del Kyrie hasta poco antes del Ingemisco, momento en que alguno de sus colindantes no aguantó más y les llamó al orden.

Pese a la decepción inicial por la ausencia del maestro Chailly y todas las incidencias y carencias que haya puesto de manifiesto en esta crónica de urgencia, la experiencia fue enormemente positiva. De hecho, yo ahora mismo me voy a  repetir y recomendaría a todo el que todavía esté a tiempo que acuda a disfrutarlo.

Después de esto ya sólo nos queda esperar hasta febrero a que se reanude la programación. Malos tiempos para la lírica.

domingo, 8 de diciembre de 2013

PRIMA DE LA SCALA. UNA TRAVIATA SIN VERDI

Día de San Ambrosio. Milán. Prima de La Scala. Todo un clásico que, una vez más, gracias a las retransmisiones vía internet y cines, podemos disfrutar a distancia.

La cita de este año venía cargada de morbo y se presumía que podría ocurrir lo que finalmente ocurrió. Escoger La Traviata como apertura de la temporada operística milanesa para cerrar el año del bicentenario de Verdi en el presunto templo de las esencias verdianas, es una decisión tan oportuna como arriesgada. Si, además, el reparto lo conforman una alemana, un polaco y un serbio, la dirección musical se le encarga a un italiano que ya ha sido protestado por el público scaligero y la puesta en escena a un joven ruso responsable de algunas cuestionadas e innovadoras producciones, la reacción adversa de i loggionisti estaba prácticamente asegurada.

Comenzaré por decir que yo salí muy decepcionado de la sala por los resultados artísticos ofrecidos y triste por la respuesta final del público, que me pareció injusta y desproporcionada, tanto en lo bueno como en lo malo, a excepción del masivo abucheo a la dirección escénica que considero que fue merecidísimo y donde eché en falta incluso algún que otro producto hortofrutícola de temporada en la jeta (dura) del señor Tcherniakov.

Lamentablemente, pienso que ayer en ese teatro abarrotado y con tantos millones de espectadores pendientes de la pantalla, si alguna ausencia sonada hubo fue precisamente de quien más presente debía haber estado, el maestro Giuseppe Verdi. Ni la dirección escénica, ni la musical, ni los cantantes olieron a Verdi ni de lejos, y en algún caso mancillaron deshonrosamente su obra.

Comenzando por lo que debiera ser lo menos importante, pero que ayer resultó trascendente, la dirección escénica de Dmitri Tcherniakov fue una defecación de ganado vacuno de proporciones descomunales. Producciones anteriores del director ruso, como la de La leyenda de la ciudad invisible de Kitezh, me han parecido magníficas, otras, como su Eugene Onegin me han interesado menos, pero siempre he encontrado ideas, más o menos discutibles, y un exhaustivo trabajo de dirección.

La Traviata de Tcherniakov empezó por desagradarme al constatar que el director no había tenido arrestos de plantear una lectura rompedora, con nuevas ideas. Su propuesta es tremendamente clásica en el fondo, con algún detalle absurdo para que parezca que se ha innovado, pero sin querer ser demasiado transgresor, salvo en puntuales imbecilidades. No hay lectura de fondo, ni concepción dramática, ni idea alguna. Parece un trabajo de encargo sin la más mínima empatía con la obra que se adapta y sin saber lo que se quiere decir.

Que en la segunda escena del segundo acto, la fiesta en casa de Flora, la aparición de los odiados toreros de Madrid y las gitanas se resuelva con el coro estático cantándole a un Alfredo que se encuentra allí presente antes de hora, es la prueba evidente de que aquello le importaba un pimiento a Tcherniakov y éste no tenía idea alguna que aportar.

Pero claro, había que dejar constancia de que se había trabajado mucho con los cantantes, así que el amigo Dmitri decidió que la pareja protagonista no parase un solo instante, pareciendo que les hubiera endosado una docena de red bull y una guindilla de Indonesia en el perineo a cada uno. La hiperactividad sin límite y la sobreactuación caracterizaron los dos primeros actos, llegando a la culminación del ridículo con la aparición del señor Germont, momento en el que Violetta se dedica a preparar el té y a ordenar la cocina, sin hacer ni puñetero caso al hombre ese que le está pidiendo que renuncie al amor de su hijo. Eso sí, de repente a Violetta le da un pronto y, sin saber nadie por qué, le dice que lo hará, sin que, ni escénica ni musicalmente, adquiera coherencia ese instante. El pobre Germont debió llegar a casa con complejo de Mister Celofán, porque su hijo tampoco le hizo ni caso y, mientras él le entonaba el “Di Provenza”, Alfredo se dedicaba a hacer pizza y a trocear (mejor dicho, asesinar) todo tipo de verduras. Toda esa hiperactividad además no aportaba nada, ni contaba nada nuevo, y lo único que hacía era distraer al espectador del canto y la música.

No me gustó tampoco que el personaje de Giuseppe, transmutado en una especie de Locomotoro con sonrisa de retrasado, tuviese que estar presente en medio de la discusión paterno filial; ni que ese papagayo, estético y canoro, que fue ayer la Annina-Pumuky de una patética Mara Zampieri, estuviese también por medio en todo momento.

En el tercer acto la aberración de Tcherniakov alcanza su clímax y, como se debió de dar cuenta de que aquello estaba quedando más clásico que una película de John Ford, se lanzó a perpetrar incoherentes majaderías sin límite, como hacer que Violetta se atiborre de pastillas y alcohol o que Alfredo llegue con una caja de ridículos merengues (que, por un instante, crearon en mí la vana esperanza de que surgiese por fin la genialidad y La Traviata finalizase con una guerra de tartazos digna de Charlot, pero no…). Ignoro qué nos quiso contar al final Tcherniakov, si es que quiso contar algo, y, lo que es peor, me importa un comino.

La escenografía resultó muy vistosa, pero me temo que en directo contribuiría de forma decisiva a que las voces se proyectasen con dificultad en el teatro.

El horroroso vestuario merecería un post en exclusiva, aunque creo que ya he dedicado demasiado tiempo a las heces mentales de Dmitri y sus secuaces. Sólo diré que tendrán suerte si Diana Damrau no les ha presentado ya una demanda por atentar a su honor y dignidad. Fue inevitable, viéndola ayer, no acordarme de Conchita Márquez Piquer

Con esos mimbres escénicos muy bien tenían que conjugarse todos los factores musicales para que el resultado final no fuese negativo. Y tampoco hubo suerte. Desde mi punto de vista, Daniele Gatti se equivocó. Su dirección me pareció tremendamente irregular, incoherente y completamente ausente de acentos verdianos. Los tempi vivos, pero sin vida, llegaron a ser charlotescos por momentos, combinándose con súbitas ralentizaciones, sin que ni unos ni otras contribuyeran a reforzar una tensión que permanentemente tendía a decaer y hacía dormirse al más pintado. El concertante final del segundo acto fue un cúmulo de despropósitos y en la entrada de Violetta en esa misma escena, hubo un apagón en el escenario, no sé si voluntario, y las voces callaron mientras la orquesta seguía tocando sin que nadie tomase las riendas de la situación.

Pienso que la dirección de Daniele Gatti, que tanto me gustó en su Parsifal, fue arriesgada pero muy desafortunada, y, sobre todo, alejada del espíritu de Verdi por mucho que se hablase de la recuperación de versiones originales y pamemas por el estilo. Si no eres capaz de transmitir el acento y sonido de Verdi, lo demás es secundario. Y si permites o induces a los cantantes a interpretar fuera de estilo, eres responsable del fiasco final. Así se lo hizo saber una sonora parte del teatro con un abucheo final quizás demasiado riguroso.

Diana Damrau, por el contrario, tuvo un éxito incontestable y unánime (o casi unánime, pues en sus últimos saludos pareció escucharse alguna voz discordante). A mí me gustó mucho su tercer acto, donde ofreció lo mejor de su Violetta, con una intensidad interpretativa y expresiva de alto voltaje, logrando que la emoción recorriese la sala en plenitud. Su ”Addio del passato” fue excelente y en “Gran Dio! morir sì giovane” estuvo sencillamente colosal. Este último acto creo que compensó todo el resto de su actuación que no me pareció tan alabable.

En los dos primeros actos la encontré más limitada, echándose en falta un centro más poderoso y pasando por los graves como podía. En la cabaletta del primer acto estuvo muy correcta, pero parecía poco implicada, culminando con un mi bemol impactante aunque un tanto chillado. Y en el segundo, su “Amami, Alfredo” se quedó corto de intensidad. No favoreció en nada su actuación las continuas risitas del personaje, más propias del verismo que de Verdi. La hiperactividad escénica tampoco ayudaba a construir un canto ligado y bien respirado. De cualquier modo, su entrega interpretativa y sus múltiples recursos expresivos, favorecieron un resultado final positivo.

La gran injusticia de la noche se cometió con el Alfredo de Piotr Beczala, quien fue objeto de un incomprensible abucheo. El tenor polaco hizo gala de una bellísima voz, enorme elegancia y musicalidad, un canto refinado y una entrega interpretativa absoluta, adaptándose con naturalidad a las estupideces dictadas por el regista. No entendí muy bien ese alarde en su cabaletta con unas variaciones y sobreagudos nunca hasta ahora escuchados, pero supongo que fueron impuestos por Gatti. Aparte de esto, en su contra poco se puede decir más allá de que el agudo mostrase alguna tirantez o que sonaba poco italiano, pero tampoco hubo italianitá alguna en Damrau y fue aclamada. Y, en cualquier caso, eso no puede justificar abuchear a un artista que ha cantado estupendamente bien.

Por eso no entiendo en absoluto por qué fue protestado de semejante y desproporcionada forma. Eso ha motivado que el tenor haya publicado en su facebook una nota muy dolido diciendo que no va a volver más a La Scala aunque es un profesional y cumplirá su contrato. Y que tampoco está de acuerdo con la visión del personaje que ha propuesto el director de escena. Es verdad que se ha sido muy injusto con él, pero estas rabietas de niño mimado tampoco le van a hacer ningún bien a su carrera.

Željko Lučić fue un Germont correcto, sin más, con algún detalle interesante, pero su emisión fue un tanto tosca, y expresivamente su interpretación resultó plana, siendo incapaz de transmitir la más mínima emoción. Aunque también es verdad que hay que tener en cuenta que al pobre allí nadie le hacía ni caso.

El resto de cantantes fue de un nivel impropio de un estreno de temporada en Milán, destacando una pésima Giuseppina Piunti como Flora y la inaceptable Annina de una Mara Zampieri a la que, al menos sus familiares, no le deberían permitir hacer el ridículo de semejante forma después de la relevante carrera que tiene a sus espaldas.

Al finalizar la representación se esperaba bronca y efectivamente se confirmaron los pronósticos, pero, como he dicho al comienzo, creo que la reacción del público milanés fue desproporcionada e injusta. La Damrau fue exageradamente braveada y objeto de una lluvia de flores como si fuese la mismísima Callas rediviva, mientras Beczala era objeto de un incomprensible abucheo por una parte del público, lo que se entendía todavía menos viendo cómo al resto del reparto se le aplaudía y braveaba, Zampieri incluida. También Gatti fue abucheado por gran parte de los presentes, mientras que la salida del equipo escénico, con Tcherniakov al frente, suscitó una total unanimidad en la bronca. Cuando cortaron la retransmisión, la guerra de abucheos e insultos estaba librándose entre diferentes facciones del público, unos contra otros.

Es verdad, y lo sabemos, que entre i loggionisti hay mucho cretino y demasiada pose, siendo ya casi una obligación el que tenga que haber escándalo para seguir siendo considerado el público más entendido. La reacción que tuvieron ayer con Beczala creo que les desacredita. Y considero que es más deseable un punto medio entre los furiosos loggionisti y las standing ovation a piñón fijo del Met. Pero también tengo que confesar que, aunque los excesos deban criticarse, en el fondo no deja de gustarme que siga habiendo lugares donde la ópera siga generando pasiones. Yo ya estoy esperando la prima del año que viene.


video de teatroallascala

martes, 3 de diciembre de 2013

HASTA SIEMPRE, FERNANDO

Últimamente no tengo el tiempo que yo quisiera dedicar al blog y no me prodigo mucho por aquí, pero el caso es que si la última entrada que hice la dedicaba a una despedida (la del maestro Mehta, que finalizaba su temporada en Valencia), hoy vuelvo a escribir para dar otro adiós, aunque éste definitivo y mucho más triste. Y es que me ha causado una profunda conmoción enterarme hace unas horas de la lamentable noticia del fallecimiento del músico y periodista Fernando Argenta (1945-2013).

Desde hace tiempo estoy bastante desconectado también de los informativos y de toda su catarata de deprimentes y manipuladas informaciones, así que no tenía ni idea de que Fernando Argenta estuviese gravemente enfermo, con lo que el impacto ha sido mayor.
  
Además de las influencias familiares o el ambiente educativo en el que nos hayamos podido desenvolver cada uno, estoy seguro de que, igual que ocurre en mi caso, hay muchísimas personas que le deben una parte muy importante de su amor a la música clásica al trabajo que este hombre hizo junto a su equipo durante muchísimos años al frente del programa Clásicos Populares. Los pocos conocimientos que pueda tener yo hoy y mi ilusión por compartir con los demás a través de este blog mi pasión por la música, se lo tengo que agradecer en gran medida a Fernando Argenta.

Han sido innumerables las horas que, día tras día, mientras estudiaba, he pasado junto a esos objetos de anticuario llamados transistor o radiocasete, disfrutando de mi cita diaria con Clásicos Populares y grabando toneladas de cintas vírgenes, que sólo Wotan sabe dónde pararán hoy, con los fragmentos musicales que más me gustaban, acercándome a obras y compositores de los que no había oído hablar hasta entonces, pero que, gracias al buen hacer de Argenta, pasaban desde ese instante a tener un lugar importante en mi discoteca y a ser objeto de búsqueda e investigación para saber más sobre ellos.

Él fue quien me convirtió, por ejemplo, en un apasionado incondicional de Gustav Mahler, a quien hasta aquellos momentos yo consideraba poco menos que un plasta incomprensible con momentos cursis como el de Muerte en Venecia. Precisamente, gracias a un fragmento de la 4ª Sinfonía de Gustav Mahler, su tercer movimiento (Ruhevoll, poco Adagio), gané en una ocasión un concurso en el programa y me llegó a casa un vinilo de música de Gluck que todavía conservo como un tesoro.


video de Peter Calvache

Siempre me maravilló de Fernando su capacidad para transmitir el mensaje al radioyente de forma sencilla, comprensible y divertida, con lo que lograba que la información se te quedase grabada y tuvieses más interés por conocer y averiguar nuevas cosas. Me encantaba ver su programa televisivo El Conciertazo y fijarme en los rostros concentrados y emocionados de los niños y niñas a los que acercaba a la música clásica con una habilidad envidiable.

Otra de las cosas que siempre admiré de él fue el amor y la lealtad a la figura de su padre, el gran director cántabro Ataúlfo Argenta (1913-1958), una de las personalidades musicales españolas más relevantes del siglo pasado y al que, lamentablemente, como suele ser habitual en este país, se tiene demasiado en el olvido. Baste decir que este año se ha cumplido el centenario de su nacimiento y apenas se ha hablado de él en los medios especializados; o que hasta el fin de semana pasado no se decidió dar su nombre a una calle de Santander, hasta entonces rotulada con el simpático nombre de General Mola, un edificante personaje, sin duda.

Nunca tuve la suerte de conocer personalmente a Fernando Argenta, pero estoy convencido de que era tan buen tipo como parecía ser. Él también padeció en los últimos años la ignorancia, la injusticia y el maltrato, siendo apartado de RTVE junto con otro puñado de ilustres viejos y desapareciendo para siempre el programa Clásicos Populares, y lo peor que salió de su boca era que tenía “sentimientos contrapuestos”.

Espero que estos días se oiga mucho más sobre toda su trayectoria vital y profesional. Yo, simplemente, quería dedicarle un humilde, emocionado y sentido recuerdo agradecido.

Buen viaje, Fernando. Gracias por haberme dado tantos momentos de felicidad y haber consolidado mi amor por la música clásica que, estoy convencido, me ha ayudado a ser mejor persona. Te vamos a echar mucho de menos por aquí, pero tu recuerdo seguirá siendo un ejemplo para todos nosotros.

Eso sí, no quiero ni pensar la que vas a liar por ahí arriba en compañía del cura pelirrojo, el sordo genial o el viejo peluca… De este último, por ejemplo, siempre recordaré que contabas que cada vez que escuchabas el “Erbarme dich, mein Gott”, de La Pasión según San Mateo, no podías evitar que se te saltasen las lágrimas. Hoy has sido tú quien ha hecho que brotasen las mías. Hasta siempre, maestro.


video de thehappymonkey