miércoles, 12 de febrero de 2014

RECITAL DE MARÍA JOSÉ MONTIEL Y LUISA DOMINGO - Palau de la Música de Valencia - 11/02/14

Los que tenemos la inmensa suerte de disfrutar con la música clásica y asistir regularmente a óperas, conciertos y recitales, sabemos que hay días, muy pocos pero inolvidables, en los que, sin saber muy bien por qué, surge la magia y se vive el Arte (con mayúscula) en estado puro.

Hay veladas en las que la comunión entre intérprete y público es total, en las que la separación entre el patio de butacas y el escenario no existe, y el cantante, o el músico, parecen estar a solas contigo, cada vez más cerca de ti, cada vez más dentro de ti, convertidos en perfecto vehículo portador de las emociones que, hace muchos años, un compositor sentado en su mesa de trabajo quiso transmitir mediante las notas que garabateaba en una partitura.

Hay tardes, como la de ayer, en las que uno llega a pensar que es imposible alcanzar mayor grado de perfección y belleza mediante el sonido de la voz humana y la pulsación y caricia de las cuerdas de un arpa.

La mezzosoprano madrileña María José Montiel y la arpista valenciana Luisa Domingo, ofrecieron ayer en el Palau de la Música de Valencia un espectacular recital, dentro de la programación de la Sociedad Filarmónica de Valencia, que guardaré para siempre en mi memoria. Una primera parte dedicada a mélodie y ópera francesa, y una segunda a canción española más dos piezas en portugués de Jayme Ovalle y Ernesto Halffter, componían un programa sabiamente construido, que, unido a la siempre cálida y bella voz de la Montiel y el virtuosismo de Domingo, hacía presagiar que pasaríamos una estupenda tarde. Pero se consiguió mucho más.

Es habitual en un recital de este tipo que haya altibajos, que aparezcan momentos en los que la cabeza se te vaya a otra parte, que desees que llegue cuanto antes ese tema que tanto te gusta, que te distraiga hasta el vuelo de una mosca... Lo que no es normal es que desde que suene la primera nota hasta que salgas de la sala, estés con los pelos de punta por la emoción; que la gente se ponga en pie a mitad de recital para aplaudir y bravear durante minutos la ejecución de un aria, como pasó con el "Mon coeur s'ouvre a ta voix" de Samson et Dalila; que en la primera canción ya haya gente con lágrimas en los ojos; que ni la señora del sonotone desajustado y el papel de caramelito tamaño paella gigante de Galbis, pese a los múltiples intentos de desconcentrarte, lo consiga... Y todo eso ocurrió ayer.

Los que me conocéis y seguís el blog, sabéis que soy un enamorado de la voz de María José Montiel, a la que admiro como cantante y estimo como persona. Por eso sé que algunos pensarán que estoy exagerando mis alabanzas. Pero también sé que los que ayer estuvieron en el recital posiblemente opinen que me estoy quedando corto y que mi torpe escritura no alcanza a describir la intensidad de las emociones sentidas.

Y todo esto hay que valorarlo todavía más teniendo en cuenta el tipo de espectáculo del que estamos hablando. Un recital de canciones con el acompañamiento de un instrumento es una prueba de fuego para cualquier intérprete. Ahí el artista tiene que despojarse de todo artificio y la voz queda desnuda, dejando en evidencia cada virtud, pero también cada defecto o imprecisión en su manejo. Si a eso le añadimos que el instrumento acompañante era un arpa, la dificultad técnica se multiplica, pues el cantante carece en ocasiones de apoyo y la riqueza en armónicos del arpa complica más la afinación.

Todo eso no fueron inconvenientes para que María José Montiel llevase a cabo una actuación impecable, técnicamente perfecta, ofreciendo además un recital de canto valiente, por derecho, auténtico. Su voz carnosa y enorme llenaba cada rincón de la sala en los fortes y posiblemente hiciese saltar el poco trencadís que quede en el cercano edificio de Les Arts, pero esa voz tan grande era domada y regulada al servicio de la expresividad, con una sensibilidad exquisita.

Las medias voces que se escucharon ayer fueron de antología, "a la antigua", como apuntaba mi compañero de butaca. Auténticas medias voces, no el típico "cantar bajito", perfectamente recogidas, templadas, en frases largas, afinadísimas y con una regulación del aliento milimétrica. Los pianísimos fueron audibles hasta el último soplo de aire; la precisión en la colocación de cada nota, irreprochable; y la claridad en la emisión, así como su articulación y dicción, admirables. Una magistral exhibición técnica, pero siempre al servicio de la belleza del resultado, no del lucimiento personal. No hubo ni un sólo toque efectista en busca del aplauso fácil. Allí sólo mandaba la belleza musical y la Montiel fue su instrumento perfecto.

Luisa Domingo nos ofreció unas adaptaciones para arpa interesantísimas, acompañando en su justa medida a la voz, envolviéndola en perfecta armonía y enfatizando las emociones del texto con virtuosa ejecución.

Personalmente, me quedo con la primera parte del recital. Creo que con la música francesa lució más la voz de María José Montiel, que está llamando a gritos debutar Dalila o Charlotte (Werther). Que alguien se lo diga a Helga, ya.

El momento cumbre de la noche posiblemente se viviera, como ya apunté antes, con el "Mon coeur s'ouvre a ta voix", de Samson et Dalila de Saint Saëns. Absoluto derroche de expresividad y presencia escénica. Dibujando perfectamente cada matiz del texto. Fue sublime cómo cogió la primera nota de "Samson! Samson! Je t'aime!", y enormemente sensual como se deslizaba la voz mientras las manos hacían lo propio en "Verse-moi, verse-moi l'ivresse!".

Pero no menos emocionantes resultaron el "Connais-tu le pays", de la ópera Mignon de Ambroise Thomas que abrió el concierto, o las mélodies subsiguientes de Hahn y Debussy, con un refinamiento exquisito en la ejecución que se repetiría en esos dos temas de Massenet que precedieron a un descanso que nadie en el patio de butacas quería que llegara.

De la segunda parte destacaría especialmente el susurro poético que desprendió esa Nana de las Siete canciones populares de Falla. En "Azulão", de Ovalle, nos brindo algunas de las mejores frases de la noche, con un control del fiato y la respiración apabullantes. Y el programa terminaba con el "Fado (Ai que linda moça)" de Halffter, sentidísimo, enhebrado con la sensibilidad a flor de piel y que finalizó con las dos intérpretes con lágrimas en los ojos y abrazadas.

Tras el delirio final del público, la propina no se hizo esperar. Una Habanera de Carmen sin tonterías. Descarada y sensual, pero sin perder la elegancia que requiere su canto. La sala pedía más, pero el síndrome de Stendhal estaba ya llamando a la puerta, e igual que tras una buena cena, el secreto está en no llegar a saciarse. El público salió emocionado y las artistas también.

Esa es la magia. Decía al principio que hay ocasiones en que ésta surge sin saber muy bien por qué, y entonces se vive el Arte en estado puro. Haré una corrección. Ayer sí supimos por qué: porque allí había dos artistas inmensas que nos ofrecieron generosas todo el fruto de su sacrificio y esfuerzo personal a lo largo de los años, con el único objetivo de hacernos un poco más felices, haciéndonos disfrutar de una maravillosa música exquisitamente ejecutada. Y a fe mía que lo lograron.

Gracias a la Sociedad Filármonica de Valencia por esta iniciativa. Y, sobre todo, gracias, María José y Luisa. No tardéis en volver.

4 comentarios:

  1. Querido Atticus: no haría falta estar en el recital para poder entenderlo, basta´con leer esta crónica.No siempre se encuentra el calor, la belleza, la magia en un escenario, y ayer sí que lo sentimos, gracias a dos mujeres poderosas que superaron la frialdad de ese escenario,amueblado con dos atriles de madera y un arpa, derrochando arte.
    Pedro.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Cuando hay verdad y arte es necesario muy poco artificio para que la emoción invada la platea.
      El martes, con la mayor sencillez en escena, pero con dos artistazas, se vivió una de las mejores veladas que yo he disfrutado en esa casa... Y son unas cuantas.
      Un abrazo

      Eliminar
  2. Annabel Lee13/2/14 09:06

    Totalmente de acuerdo con la crítica, ya que tuve el inmenso placer de haber disfrutado del evento. Y una vez más, como me ocurrió en "Medea", me conmocionó y sí, se me humedecieron los ojos en más de una ocasión, quizás porque lo que vi el martes no fue un recital, sino a dos artistas que estaban interpretando sólo para mí, de lo cercanas y cálidas que fueron.
    Absoluta elegancia, exquisitez....y humildad.
    Gracias y vuelve pronto.

    ResponderEliminar
  3. La cercanía y sencillez de María José Montiel es uno de sus rasgos más característicos. Y eso hace también más cercanas y auténticas sus interpretaciones, en las que se entrega al cien por cien, y eso se nota.
    Me alegra que estuvieses allí y compartas mis impresiones.
    Un saludo

    ResponderEliminar