viernes, 25 de abril de 2014

"MAROR" (Manuel Palau) - Palau de les Arts - 24/04/14

Ayer tuvo lugar en el Palau de les Arts de Valencia el estreno de la ópera Maror, compuesta por el valenciano Manuel Palau Boix (1893-1967). No sólo se trataba del estreno de la obra de un compositor valenciano y de la primera vez que se interpretaba en Les Arts una ópera escrita en lengua valenciana, sino que además era la primera ocasión en que se representaba escenificada desde que fuese escrita a mediados del siglo pasado.

Con esos ingredientes y unas elecciones próximas con perspectivas no muy halagüeñas para el partido actualmente en el poder, a la Consellera de Cultura de la Generalitat María José Catalá le ha faltado tiempo estos días atrás para colgarse todas las medallas de este evento, erigiéndose en la gran defensora de las esencias valencianas y de “lo nostre”, llegando a calificar el acontecimiento como “la gran cita de la ópera de este año”. Si antes de asistir al estreno la frase de la Consellera ya resultaba ridícula, tras lo visto y oído ayer la imbecilidad alcanza lo patético. Realmente la gran cita de la ópera en Valencia, y de la cultura en general, sería la de ver a la Consellera Catalá en la cola del paro.

De momento, como era de esperar, donde la vimos ayer fue en un palco de Les Arts de lo más nutrido. Era curiosa la imagen anoche de la sala principal de Les Arts, con más huecos que nunca en todas sus zonas, salvo en los palcos oficiales, normalmente vacíos y ayer rebosantes. Parecía el negativo de su fotografía habitual.

Eso sí, el que no estuvo ni por esas, fue el President Fabra, y es que este hombre no va dos veces a la ópera en apenas 15 días ni aunque le obliguen con una pistola en la sien. Además de la Consellera, pude ver por allí al vicepresidente de las Cortes Valencianas Alejandro Font de Mora o al Director General de Culturarts, Manuel Tomás, entre otros especímenes de la triste realidad política valenciana, todos haciendo piña para que se vea que son los más valencianos del mundo y que si no vienen más a la ópera es porque Helga se empeña en programar espectáculos extranjerizantes en italiano, alemán, francés y hasta en ruso, de gente con nombres tan ridículos como Verdi, Wagner, Berlioz o Tchaikovski.

Bueno, el caso es que, independientemente de las memeces que suelte por su boca nuestra Consellera, la cita con Maror suscitaba mi interés por ser una oportunidad de descubrir la ópera de un músico con una producción solvente como es Manuel Palau, y he de decir que el resultado ha sido muy decepcionante. Si hubiéramos asistido a un taller de ópera o a una función del Centre de Perfeccionament, la cosa podría tener un medio pasar, pero en una función de abono en el Palau de les Arts, queriéndose vender además como el acontecimiento de la temporada, no.

Decía también el otro día la Consellera Catalá que se iba a grabar la obra en DVD. Pues si es así, ya pueden prepararse los técnicos a insertar más trucos que en una peli de Bruce Lee si no quieren hacer el ridículo internacional.

Si la cosa no funcionó fue, fundamentalmente, por culpa de un reparto vocal de juguete e inadecuado, y una burda dirección musical. Lo menos decepcionante de todo ha sido precisamente la partitura de Palau.

La música de Maror es interesante. Tiene un rico colorido que a veces recordaba a Debussy, otros instantes a Puccini y presenta rasgos que remitían a otros compositores como Rodrigo, todo ello con una innegable vena verista y haciendo gala de una cuidada orquestación.

Como en otras muchas obras de Palau, hay también en Maror referencias al folclore popular, que aquí se materializa en la escena inicial del segundo acto, ese momento “demostración sindical del Primero de Mayo” que me pareció musicalmente muy atractivo, aunque se hace un poco largo y, lo que es peor, la acción cae en picado y cualquier atisbo de tensión dramática que se pudiera haber generado desaparece. Ese segundo acto contiene los instantes musicales más destacados, culminando en el bello concertante final que ayer, lamentablemente, fue masacrado a gritos y batutazos.

El libreto de Xavier Casp me convence bastante menos. No me parece que desde el punto de vista estilístico tenga nada destacable y, como construcción dramática, se resiente de una narración apresurada en la que las emociones de los personajes y sus perfiles psicológicos no acaban de asentarse. Las situaciones se suceden velozmente y los sentimientos mutan sin un sostén dramático serio.

En conjunto, pienso que es una obrita que vale la pena conocer, independientemente de la partida de nacimiento de su autor, y que podría funcionar en programas dobles tipo Cavalleria/Pagliacci. Cosa distinta es la relevancia que se le ha querido dar, a mi juicio exagerada, pues no estamos tampoco ante un Tristan e Isolda redescubierto.

La dirección musical corrió a cargo del valenciano Manuel Galduf, quien  debutaba en el foso al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana y, personalmente, confío en que sea su última colaboración.

Galduf se cargó directamente la riqueza musical y orquestal de Palau con una dirección ruda y plana, ayuna de matices, en la que el variado colorido de la partitura se quedó en un uniforme gris marengo. Puso el piloto automático del forte y allí daba igual que hubiese un director de orquesta o un chimpancé beodo espantándose moscas con un palitroque. La primera consecuencia de ello fue que avasalló a las voces, ya de por sí escuálidas, sin compasión, habiendo muchos pasajes donde no se sabía si los cantantes realmente cantaban o estaban bostezando.

Los momentos más líricos se pretendían reforzar a base de ralentizar algo el tempo, pero sin refinamiento alguno que impregnase la obra de sentimiento y condujese al espectador por las diferentes emociones que atraviesan el drama, enfatizando su representación escénica. Si tuviéramos que atenernos a las emociones transmitidas desde el foso, a mi butaca al menos lo único que llegó fue inseguridad en la ejecución, desorden, falta de implicación con la obra y bastante aburrimiento.

Y es que los desfases entre escena y foso, y entre las diferentes secciones orquestales entre sí, fueron abundantes. Tampoco resultaba extraño observando la técnica de batuta de Galduf, con la mirada clavada en la partitura todo el tiempo. Jamás he visto en un foso a un director aparentemente tan ajeno a lo que ocurría en el escenario, con los ojos fijos en la puntera de sus zapatos pese al desorden que reinaba por momentos.

El concertante final del segundo acto fue un ejemplo perfecto del caos. La orquesta tocaba en forte con desequilibrios entre secciones; Javier Palacios, cual Buster Keaton, abría la boca sin que se le oyese; algo más se escuchaba a Sandra Ferrández y Josep Miquel Ramón, pero tenían problemas de afinación; Minerva Moliner clavaba agudos hirientes como si pasase una ambulancia gatuna por el escenario; y, mientras tanto, Galduf parecía que estuviese espantando mosquitos con la batuta mientras miraba si llevaba caquita de gos en el zapato.

De los miembros de la Orquestra de la Comunitat Valenciana poco puede criticarse. A nivel de ejecución individual estuvieron sobresalientes, con destacadas intervenciones de percusión, maderas y la siempre excelente cuerda, pero ayer faltaba un director.

La entrada en escena del Cor de la Generalitat subió muchos enteros el nivel vocal de la noche, pero ni su posición en escena ni el ataque brutal de las tropas galdufianas favorecían su lucimiento. Más me gustó la intervención final del coro femenino, recogida y matizada, un oasis en medio de la mediocridad.

También es merecedor de felicitación el trabajo llevado a cabo por los niños de la Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats, pese a algunos despistes estuvieron bastante bien en escena y vocalmente consiguieron sobrevivir al caos.

El reparto de solistas vocales fue otro cantar, nunca mejor dicho. Yo tenía bastante confianza en descubrir unas voces jóvenes interesantes, como ya ha ocurrido otras veces en el Palau de Les Arts, pero claro, en tales ocasiones el trabajo de Helga Schmidt estaba detrás, cosa que no parece haber ocurrido ahora. Sea como fuere, lo cierto es que el nivel vocal de anoche fue impropio de un teatro de ópera que pretenda ofrecer espectáculos de primera categoría.

El principal lastre estuvo en la soprano Minerva Moliner en el papel de Rosa. Me duele enormemente decirlo, pero presentó una de las voces más feas, de timbre más ingrato, que yo he escuchado nunca. Además, después de haberse vendido que el papel estaba escrito para una soprano dramática, exhibió una voz sin peso, etérea, ligerísima, a la que venía grande una página tan exigente. Sus ascensos al agudo, aunque alcanzaba las notas y las mantenía con suficiencia, eran una auténtica tortura para el oído. El sonido se entubaba y enmascaraba, adquiriendo una vibración caprina, y era emitido con timbre hiriente, chirriante y gatuno.

Por otra parte, su pronunciación fue ininteligible y, francamente, daba igual que fuese la primera ópera que se representaba en Les Arts en valenciano o en chino mandarín. La expresividad tampoco fue el fuerte de la Moliner y, tanto vocal como dramáticamente, su interpretación resultó más sosa que un polo de tofu. La gestualidad, en los momentos más intensos emocionalmente, se limitaba a tocarse mucho, cual Torrente en la sección de lencería de El Corte Inglés.

También presentó Javier Palacios, como Tonet, una voz pequeña y con poco cuerpo, y no me convenció. Al igual que ocurre con el rol de Rosa, el de Tonet es también muy exigente, navegando continuamente por la zona del pasaje, y, precisamente, me dio la impresión de que el tenor no tiene bien resuelto el paso, ya que la voz perdía cobertura y mostraba ostensibles tiranteces, estridencias y nasalidades. Lo que no se le puede negar es su entrega y valentía, y sus esfuerzos por dotar a su canto de expresividad, aunque su gestualidad se limitase a doblar las rodillas y poner los brazos en gesto de acunar un bebé, dando la impresión de que estuviese todo el rato haciendo sus necesidades (mayores) en el campo.

Algo más me gustó la siempre eficiente Cristina Faus como Maria. Así como Sandra Ferrández como Teresa, con una voz rica, agradable timbre y buenas cualidades interpretativas; y Josep Miquel Ramon (Toni), aunque a estos últimos se les fue la afinación en más de una ocasión, llegando el cantante de Alboraya a gallear ostensiblemente al final del primer acto. Pienso que ni a Ferrández ni a Josep Miquel Ramón se les adecuaba el papel que afrontaron, como tampoco se ajustaba a un entregado Bonifaci Carrillo (Tío Estrop) un rol que precisaba de mayor envergadura vocal.

Más que correctas resultaron las breves intervenciones de los miembros del Cor de la Generalitat, Boro Giner (Marinero) y Yolanda Marín (Voz interior).

La dirección escénica fue responsabilidad de Antonio Díaz Zamora, con la escenografía de Manuel Zuriaga, el vestuario de Miguel Crespí y la iluminación de Carles Alfaro. La cosa no fue nada del otro mundo, pero creo que el balance es positivo.

El espacio escénico está dominado por lo que parece parte del esqueleto de un barco que, junto a paneles móviles de madera, delimitan los diferentes ambientes en los que se desarrolla la acción. Una pequeña superficie con agua en el proscenio y las videocreaciones de Miguel Bosch, hacían mayor énfasis en la omnipresencia del mar que marcará el destino de los protagonistas, pasándose de la calma inicial a la feroz marejada (maror) que cerrará la obra.

Visualmente la propuesta me convenció y creo que tanto las videoproyecciones como la iluminación funcionaron bien. Menos me gustó el apartado del movimiento de actores donde creo que no hubo muchas ideas, así como que se decidiese llenar el suelo del escenario de arena, que allí no se sabía si estaban en Pachá Ibiza o en Supervivientes. Además, los bailes coreografiados por Julia Grecos, que me parecieron muy pobres, de función de colegio mal ensayada, levantaron una considerable polvareda.

La sala presentaba el aspecto más desolador de toda la temporada, con muchísimos huecos en platea y los pisos altos prácticamente vacíos, y eso pese a que en los últimos días ha habido un reparto masivo de entradas, lo que conllevó la presencia de mucho niño demasiado pequeño en la sala y gente no habitual que se creía que estaba en la horchatería del barrio comentando la acción.

Los espectadores se mostraron muy fríos y al llegar el descanso los aplausos apenas alcanzaron el límite de la cortesía. Algo más se aplaudió al final, comenzando por un Bravo proveniente de una zona sospechosamente cercana a la que ocupaban los representantes de Culturarts. El elenco masculino fue más aplaudido que el femenino, siendo también valorada positivamente la dirección de escena. Únicamente se escuchó algún abucheo acompañando la salida de Galduf.

Espero que algunos y algunas de los que ocupaban los palcos oficiales hayan comenzado a reflexionar porque, según ha anunciado también la Consellera Catalá, esto sólo es el principio y su intención es que todos los años se represente, al menos, una ópera de un autor valenciano. A mí todos los cupos impuestos de entrada me originan rechazo y este también, pero procuraré explicarme. No me parece mal que se utilicen los múltiples espacios del Palau de les Arts para que las composiciones de músicos locales se den a conocer, igual que me parecería deseable que pudiera tener más presencia la zarzuela o la ópera contemporánea, pero no dentro de la temporada de abono, sino, por ejemplo, como se va a hacer próximamente en el Festival del Mediterrani con el estreno de dos óperas de Ramón Sampedro y Mario Castelnuovo-Tedesco.

Es positivo que se conozcan y representen las creaciones de músicos locales, pero, no nos engañemos, la denominación de origen Valencia no va a hacer mejores las obras que no lo sean ni va a atraer nuevo público a la ópera, pudiendo alejar definitivamente de Les Arts al hoy abonado.

No tiene ningún sentido que la crisis económica haya llevado a tener que acudir a una programación de gran repertorio, popular, que garantice el éxito de taquilla, y ahora queramos trufarla con un cupo valenciano que, como se demostró ayer con Maror, tiene garantizado el fracaso económico. Para eso intercalemos en la programación títulos minoritarios pero que sí suscitan el interés de muchos aficionados, que pueden incluso viajar hasta aquí para ver óperas como Pelléas et Melisande, Le Grand Macabre, La ciudad muerta o Lulú, no para ver Maror.

Es evidente que Helga Schmidt todo esto lo tiene muy claro. Ella sabe que el éxito del proyecto pasa, fundamentalmente, por ofrecer calidad y el poco presupuesto que haya debería ir destinado a eso. Lo que no es de recibo es que desde la Generalitat se le recorte el presupuesto y encima se quiera llevar el teatro a programaciones suicidas reflejo de un concepto de la cultura localista y más caduco que verse Dirty Dancing en un video Betamax con los calentadores puestos.



video de Palau de les Arts Reina Sofía


video de Palau de les Arts Reina Sofía


jueves, 17 de abril de 2014

A PROPÓSITO DE "MAROR"

"Las tres velas" - Joaquín Sorolla - 1903 - Colección privada

El Palau de les Arts Reina Sofía de Valencia estrena el próximo día 24 de abril la ópera Maror, compuesta por el valenciano Manuel Palau Boix (1893-1967). No será la primera ocasión en que este auditorio operístico represente una obra de un compositor valenciano, pero sí será la primera vez que se interprete en el mismo una ópera escrita en lengua valenciana.

Aprovechando el acontecimiento, la inefable Consellera Catalá nos está obsequiando estos días con una serie de declaraciones que a muchos nos están ruborizando. Para empezar, está diciendo que Maror representa “un punto de inflexión en el Palau de les Arts” y que, a partir de ahora, se planea programar una ópera valenciana al año. No se crea que se está usted inventando nada, señora Consellera. En las primeras temporadas de Les Arts era habitual la programación de óperas de Martín i Soler.

También ha dicho Catalá que este estreno es “la gran cita de la ópera de este año”. La imbecilidad es de marca mayor, aun dando por hecho que se esté refiriendo sólo al Palau de les Arts y no a la programación operística a nivel mundial, porque, sin desmerecer el interés que pueda suscitar Maror, es un chiste de mal gusto compararla con Traviata, Valquiria, Simon Boccanegra y hasta con L’italiana in Algeri.

Dice la Consellera también que esta es la mejor forma de cerrar la temporada (mujer, a mí se me ocurre un centenar, al menos, de mejores alternativas) y que esto demuestra la “fortaleza y tenacidad de la institución cultural”. Mire usted, ahí sí vamos a coincidir, porque que el Palau de les Arts esté sobreviviendo a todas las zancadillas que ustedes están poniendo, demuestra su fortaleza e induce a ser optimista.

Y ya sólo faltaba que se aludiera al patrioterismo barato, mencionando, como se ha hecho, la “defensa de lo nostre”, el “giro patriótico” de Les Arts o majaderías por el estilo que lo único que revelan es que pretende usted mezclar churras con merinas y utilizar la programación operística para ondear la bandera de la valencianía (su valencianía) con fines políticos. Allá usted. Jugar a la política de bajo nivel con la educación o la cultura, dice muy poco a su favor como gestora cultural y como representante política de la ciudadanía, señora Consellera.

Y Catalá no ha sido la única en decir bobadas, que los de Culturarts hacer bien las cosas no sé si las harán, pero a cursis, cuando se ponen, no les gana nadie. Así, hemos tenido que escuchar a su director general, Manuel Tomás, calificar a Manuel Palau de “el Sorolla de la música valenciana”, como si de un combatiente de lucha libre se tratara (“el rompehuesos de Massamagrell”). Piensan que el público valenciano debe ser lelo y si no le hablas de Sorolla (que debe ser el único personaje valenciano popular que conocen ellos junto a Albelda) no se va a entender la importancia del compositor.

Pero bueno, dejando de lado la idiocia gubernativa, siempre es un acontecimiento interesante poder descubrir una nueva ópera y dar a conocer la obra de un músico sin duda relevante como fue Manuel Palau.

Manuel Palau nació en 1893 en la localidad de Alfara del Patriarca, en el seno de una familia donde la afición a la música estaba presente, aunque profesionalmente se dedicaban al negocio del comercio de aceite de oliva. En 1914, Palau ingresó en el Conservatorio de Valencia, donde apenas cinco años después ya formaría parte de su profesorado. Sus viajes a París le pusieron en contacto con importantes músicos de la época que influirían de forma clara en sus composiciones, como Maurice Ravel o Charles Koechlin.

Tiene Palau una vasta y variada producción musical, de la que posiblemente su obra más interpretada sea la conocida Marcha burlesca, y entre la que podemos encontrar desde piezas sinfónicas, instrumentales, composiciones para banda, canciones, zarzuelas o esta ópera, Maror, cuyo estreno en el Palau de les Arts el próximo día 24 constituirá la primera representación escenificada de esta obra desde que fuera compuesta en 1956. Únicamente se había interpretado antes en una ocasión, en mayo de 2002, también en Valencia, esta vez en el Palau de la Música, pero en versión concierto.

Recién comenzada la década de los 50 del pasado siglo, Manuel Palau encarga al poeta valenciano Xavier Casp (1915-2004) el libreto para una ópera. Casp, defensor por entonces de la unidad lingüística de valenciano y catalán, escribe el texto de Maror en un valenciano del que, años después, reconvertido en uno de los principales abanderados del secesionismo lingüístico, renegaría, y a punto estuvo de dar al traste con el estreno de la obra en 2002, por sus intentos de readaptar el libreto.

Tres años (1953-1956) le llevaría a Palau finalizar la partitura de Maror, coincidiendo con uno de sus periodos de mayor creatividad. La obra, como gran parte de las composiciones de Manuel Palau, presenta rasgos que permiten vislumbrar la influencia de la música impresionista francesa de principios del siglo XX, así como de la música popular valenciana, pudiendo identificarse temas y melodías de su folclore entre el colorido y la riqueza armónica y orquestal de una partitura en la que tampoco faltan notas comunes con el estilo de otros compositores españoles como Falla, Granados o Albéniz.

No se caracteriza Maror por tener especiales momentos de lucimiento para los solistas vocales y, si bien algunos papeles como el de Rosa tienen una gran exigencia, no hay arias propicias para la pirotecnia del gorgorito, ni tampoco cuenta con melodías particularmente pegadizas, aunque sí hay interesantes intervenciones del coro e instantes de íntimo lirismo, como el concertante final del segundo acto, uno de los pasajes más logrados de la partitura.

La obra obtendría en 1966 el Premio Joan Senent otorgado por la Caja de Ahorros y dotado con 100.000 pesetas, pero ni ese premio ni las dos ocasiones (1927 y 1945) en las que Manuel Palau fue galardonado con el Premio Nacional de Música, bastaron para conseguir que, en vida del compositor, pudiese estrenarse esta ópera, de la que él declaraba sentirse especialmente orgulloso.

La versión que podremos ver en Les Arts a partir del día 24 contará con la dirección musical del valenciano Manuel Galduf, quien, precisamente, fue discípulo de Manuel Palau, y que debutará en el foso al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana.

La dirección escénica también es responsabilidad de otro valenciano, Antonio Díaz Zamora, quien con la colaboración de la escenografía de Manuel Zuriaga, el vestuario de Miguel Crespí y la iluminación de Carles Alfaro han preparado una propuesta que han calificado como “conceptual” e inspirada en el neorrealismo italiano, con referencias marineras dominando la escena y habiendo realizado una intensa labor de documentación sobre la época en la que se ambienta.

Contaremos también con la presencia del Cor de la Generalitat y de la Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats, y el reparto de solistas vocales está integrado por cantantes valencianos: Minerva Moliner (Rosa), Sandra Ferrández (Teresa), Javier Palacios (Tonet), Josep Miquel Ramon (Toni), Cristina Faus (Maria), Bonifaci Carrillo (Tío Estrop), Boro Giner (Marinero) y Yolanda Marín (Voz interior); así como la mallorquina María Luisa Corbacho (Anna).

Bueno, pues como decía antes, dejando de lado las siempre desafortunadas intervenciones de nuestros responsables culturales, la cita con esta ópera es un acontecimiento que vale la pena disfrutar, sobre todo si, como es el caso, presenta unos rasgos musicales interesantes y puede ser el vehículo para dar a conocer las voces de unos jóvenes intérpretes que, sin duda, merecían esta oportunidad.

Por eso, desde este blog os animo a asistir a alguna de las representaciones de Maror que tendrán lugar en el Palau de les Arts los próximos días 24, 27 y 30 de abril. Y luego podéis pasar por aquí y decir qué os ha parecido.

lunes, 14 de abril de 2014

ALGUNAS REFLEXIONES TRAS "SIMON BOCCANEGRA"

Tras la crónica que hice del estreno de Simón Boccanegra el pasado día 27 de marzo, y después de haber asistido a dos representaciones más, aunque haga ya un tiempo de ello, me gustaría realizar algunas observaciones como balance final de estas funciones que, en general, me han dejado un sabor agridulce, habiendo destacado ante todo la inmensa clase y personalidad artística de Plácido Domingo.

Respecto a la dirección de escena concebida por Lluis Pasqual y adaptada para la ocasión por Leo Castaldi, según he ido viendo más la obra menos me ha gustado su propuesta. Es verdad que la oscuridad le iba muy bien a la trama, pero llegaba a resultar excesiva y agobiante. De todas formas, el mayor lastre de este trabajo no es tanto su fealdad como la ausencia de ideas en cuanto al movimiento de actores y a la concepción del drama escénico. Tras el estreno le di una calificación global positiva, pero ahora no sería tan benévolo.

En cuanto a las voces, Domingo fue mejorando en las sucesivas representaciones, asentándose más en el papel vocalmente y derrochando un poderío escénico sin parangón, dominando como ningún otro de los intérpretes el fraseo verdiano, pese a las limitaciones que pueda presentar su voz, ofreciéndonos algunos momentos realmente sublimes.

Del resto de cantantes, aunque hubo intentos por parte de Ivan Magrì y Guanqun Yu de matizar algo más, sigo manteniendo mis impresiones del estreno. Sí destacaría el buen legato de Vitali Kovaliov, quien, no obstante, me siguió pareciendo carente de la fuerza vocal que requiere el personaje de Fiesco. Y no puedo dejar de mostrar mi estupefacción, aunque respeto que haya gustos para todo, por el club de fans que parecía enloquecer todas las funciones con Ivan Magrì al que braveaban exageradamente como si fuese Caruso redivivo.

Por lo que se refiere a la dirección musical, Evelino Pidò ofreció en las representaciones siguientes al estruendoso estreno algunos matices más y un mejor acople entre foso y escena, pero su lectura me continuó resultando plana, aburrida y sin espíritu.

En cuanto a Jordi Bernàcer, había una gran expectación el pasado día 9 por su presencia al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana. Ante todo quiero dejar claro que me gustó bastante más su labor que la de Pidò. El joven director alcoyano dotó de más alma al conjunto, ofreció unas mejores prestaciones en la dirección de las voces, tanto del coro como solistas, y jugó de forma interesante con tempi y dinámicas, aunque con resultados irregulares. Así, en el mismo Prólogo hubo momentos donde la tensión decayó en exceso y otros, como el dúo Fiesco-Simón, que fueron un ejemplo de progresión y fuerza dramática.

Como digo, en general creo que ofreció bastantes más matices la batuta de Bernàcer que la de Pidò, y estimo que se le debe felicitar por una labor que augura un porvenir muy prometedor.

Dejando sentado lo anterior, y aunque sé que habrá quien me malinterprete, con mejor o peor intención, no me resisto a dejar aquí mi opinión personal acerca de la interesada rumorología que insiste en apuntar a Jordi Bernàcer como posible sucesor de Omer Wellber en la dirección musical titular de la Orquestra de la Comunitat Valenciana. Ya digo que es mi particular opinión, pero creo que ese traje todavía le viene algo grande, a la par que garantizaría la continuación del éxodo de muchos de los principales atriles de la orquesta, no por culpa de Bernàcer, sino por la ausencia de un maestro consolidado de relieve internacional.

La presencia el día 9 en el palco de Les Arts del President Fabra, acompañado de la Secretaría Autonómica Esther Pastor, la Consellera Catalá y el Conseller de Sanidad, entre otros carguitos autonómicos, reflejaba, a mi juicio, la utilización política que se pretende hacer desde esas instancias de la presencia de Jordi Bernàcer en el foso, dentro de la pugna que se mantiene entre la Generalitat Valenciana y la Intendencia de Les Arts respecto al proyecto de futuro de nuestro teatro de ópera.

Pero que nadie se equivoque. El apoyo de la Consellera a Bernàcer, y en general a los que ella denomina “jóvenes directores valencianos”, no pretende defender “lo valenciano” ni promocionar jóvenes valores, sino únicamente comprar barato, aunque sea a costa de echar a perder la mejor orquesta de foso de España.

Es su proyecto, respetable, pero que yo desde luego no comparto porque no es lo que deseo ni lo que considero más adecuado para el futuro de la cultura en nuestra ciudad.

jueves, 10 de abril de 2014

FUGAZ PASO DE BARENBOIM, KAUFMANN Y MUTI POR LES ARTS

Menos mal que, aunque uno va teniendo ya sus años, el corazón todavía parece que soporta emociones fuertes (y no me estoy refiriendo a la reciente victoria futbolística rojiblanca ni al nuevo look de Jorge Javier Vázquez). Ayer por la tarde, mientras me debatía entre la somnolencia posterior a la comida y los preparativos para acudir a la última representación de Simon Boccanegra en el Palau de les Arts, me llegó un correo con una noticia que acababa de publicarse en la edición de la Comunidad Valenciana del diario ABC y que se titulaba nada menos que: “El Palau de les Arts renace de sus cenizas con Barenboim”.
 
Atticus leyendo el ABC
Huelga decir que los ojos se me pusieron como a Marty Feldman y que salté del sillón como si hubiese encontrado una tarántula del Brasil anidando en mi bragueta. Al hacer clic en la noticia, directamente tuve que salir corriendo al baño, previa búsqueda de una caja de Fortasec, pues se continuaba diciendo que:
 
“El Palau de les Arts recupera el esplendor artístico, a la espera de resolver los problemas  de su deteriorada fachada. Así, el director Daniel Barenboim junto a la Staatskapelle de Berlín inaugurará la nueva temporada del coliseo valenciano, en la que también estarán el venezolano Gustavo Dudamel, el tenor Jonas Kaufmann y el director Riccardo Muti (…)”.
 
Es increíble lo rápido que trabaja a veces la mente humana (no incluyo aquí a los responsables autonómicos en materia de cultura), en décimas de segundo pensé: desde que Helga se había liado la manta a la cabeza y lanzaba un órdago a la grande gastándose el dinero que no tenía; hasta que estábamos en alguna puñetera fecha de esas en las que tomarle la cabellera al prójimo está bien visto; o, lo menos probable, que se tratase de un error, pero parecía demasiado gordo como para ser un simple lapsus.
 
Muti tras leer el ABC
En cuanto entré en Internet, Fortasec en mano, para corroborar la información, me pude dar cuenta de que, efectivamente, se había tratado de un mayúsculo error, pues la noticia se había borrado y en otros medios de prensa aparecía un texto bastante similar, sin menciones al trencadís, a la fachada deteriorada o al coliseo valenciano, referido a la presencia de Barenboim, Dudamel, Kaufmann y Muti, pero… ¡¡en el Palau de la Música Catalana de Barcelona!!
 
Fueron apenas unos segundos de emocionada ilusión. Enseguida la oscura y triste realidad volvió a invadir el Palau de les Arts, pero, como decían en las películas antiguas, fue bonito mientras duró.
 
Por favor, señoras y señores del ABC, no tomen represalias contra la reportera o reportero responsable de semejante desatino, aunque denote una falta mayúscula de profesionalidad y de conocimiento de la materia. Porque todos cometemos errores cada día y pocas veces hacemos felices con ellos a los demás. En ABC lo consiguieron, aunque fuese por unos pocos segundos.