viernes, 30 de octubre de 2015

"KATIUSKA" (Pablo Sorozábal) - Palau de les Arts - 29/10/15

Dentro de la pretemporada que se ha instaurado este año en el Palau de les Arts, ayer tuvo lugar el estreno de la zarzuela/opereta Katiuska, del donostiarra Pablo Sorozábal, una obra que, os confieso, nunca ha estado entre mis preferidas del género, debido sobre todo a un libreto bastante flojo del que afortunadamente anoche nos ofrecieron una versión abreviada, habiendo sido generosos con la tijera. Es verdad que hay momentos musicales donde surge el genio de Sorozábal, pero, en conjunto, siempre me ha parecido una obra menor que me deja con ganas de sensaciones de más enjundia.

Tras colgar el cartel de “no hay billetes” en las recientes funciones de La Bohème, había cierta expectación por saber si la política de precios aplicada a esta pretemporada también llevaba a Katiuska a un éxito similar de público joven. Pues bien, aunque hubo una buena entrada, no fue comparable a la respuesta que obtuvo la ópera de Puccini. Y, sobre todo, la media de edad del respetable fue mucho más elevada. Por otro lado, si en el estreno de Bohème pudimos ver una amplia representación política en los palcos, ayer no localicé a nadie.

Yo, que cuando me pongo puedo ser bastante cansino, quiero volver a insistir en algunas cosas. No nos engañemos, los precios baratos están muy bien. Defiendo sin reservas que exista una pretemporada con entradas más económicas e incluso una temporada con segundos repartos a menor precio; pero una Bohème seguirá llenando y una Katiuska, salvo que incluya a una figura de relieve con tirón, como Plácido Domingo, no.

Por otra parte, niego la mayor, los precios de las entradas de la temporada de ópera en el Palau de les Arts no son tan caros como se quiere hacer creer al que no sabe, y la relación calidad-precio en comparación con otros teatros, es muy buena. Que alguien te diga que ha pagado 120 euros por chuparse un partido de fútbol a la intemperie en el segundo anfiteatro, a nadie escandaliza; pero ir a la ópera parece que es elitista y para ricos, aunque puedas comprar una butaca para asistir a un espectáculo de primer nivel europeo, con la mejor orquesta y coro de España, por 15 euros más, o por 65 si la compras el último día, pudiendo además acceder a un abanico de entradas desde 15 euros.

Y, por último, los resultados de público de La Bohème han estado muy bien, pero el nivel de calidad ofrecido no es al que debemos aspirar en este teatro. Ese no es el objetivo a alcanzar. Estará bien en cuanto sea una actividad complementaria de una temporada de calidad y permita dar más actividad al teatro; pero Les Arts tiene que aspirar a mucho más, a algo tan sencillo y tan complicado como procurar mantener el nivel que se ha venido ofreciendo los pasados años y que permita la consolidación y crecimiento de nuestra orquesta, nuestro coro y nuestro teatro.

Pero bueno, yendo ya al tomate, pese a que haya dicho al comienzo que Katiuska no me gusta especialmente, he de dejar sentado que, en mi opinión, el espectáculo ofrecido ayer mantuvo un buen nivel de calidad que permitió que el público pasase una hora y cuarto entretenida.

El montaje presentado es una coproducción del Teatro Arriaga de Bilbao, el Teatro Campoamor de Oviedo y el Teatro Calderón de Valladolid, que cuenta con la dirección escénica de Emilio Sagi.

Aunque se le pueden hacer reproches, y lo haré, pienso que el ambiente creado por el director asturiano es uno de los principales valores de esta producción, en la que un gran marco dorado envuelve la acción que se desarrolla sobre lo que parece un cine en ruinas, donde los muebles rotos y escombros cubren el proscenio y el fondo del escenario, mientras una estética de tintes cinematográficos acompaña a los personajes en escena.

Sagi ha manifestado que ha querido representar los complicados años 30 españoles, donde el cine era la evasión del ciudadano. Así, el personaje de Katiuska se nos muestra como una diva que casi parece que esté viviendo una alucinación (impagable su entrada en escena a lo estrellona cubierta de pieles). Yo lo de que fuera España no lo acabé de pillar, y allí daba igual que fuera España o Luxemburgo, el caso es que se hablaba de Rusia sin que chirriase nada especialmente, aunque el vestuario no fuera de la primera década del siglo XX sino de los años 30/40.

La escenografía es estática, un único decorado con paneles móviles, quedando todo el peso de la acción dramática supeditado a inteligentes juegos de luces y sombras y estudiados movimientos de actores. Estos, limitados, porque, y este es uno de los principales reproches que le hago a este montaje, de nuevo se ha abusado de superficies inclinadas, lo que unido a la cantidad de trastos por medio que tienen que sortear hace que el espectador esté todo el tiempo sufriendo por si los cantantes se abren la cabeza.

El otro reparo que podría hacerle sería que el decorado en forma de caja, con los cantantes muchas veces metidos al fondo del escenario, hizo que en esos momentos las voces se vieran perjudicadas.

Pese a ese estatismo escenográfico que comentaba, la narración fluye estupendamente bien y si algo no se puede negar, como casi siempre ocurre con los trabajos de Sagi, es su efectividad estética y visual, sabiendo dotar del ambiente preciso a una obra tan diversa como esta, con recogidos momentos románticos, escenas vodevilescas y hasta números de cabaret, como ese A París me voy tan cargante, que en esta ocasión adquiere el tono adecuado. También me gustó mucho la resolución ideada para el baile con katiuskas.

El valenciano Cristobal Soler fue el encargado de manejar la batuta al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, y si con la dirección de Manuel Coves en La Bohème salí bastante defraudado, ayer me llevé una grata sorpresa y creo  que el actual director musical del Teatro de la Zarzuela realizó una elogiable labor. Es de justicia decir que la partitura de Katiuska no tiene la profundidad de la obra pucciniana, obviamente, pero Soler fue capaz de ofrecer el tono justo en cada una de las vertientes que ofrece la obra, tanto en los momentos más líricos, donde la música fue acentuada con interesantes matices, como en las facetas más revisteriles, sabiendo también remarcar los guiños al folclore eslavo que introduce Sorozábal. Soler demostró en definitiva conocer bien el género y adecuarse a los cantantes que tenía en el escenario, conduciendo con sobriedad y eficacia.

El Cor de la Generalitat fue de los más perjudicados, a mi juicio, por la concepción escénica de Sagi, perdiendo proyección las voces cuando se ubicaba demasiado retrasado y haciendo más equilibrios que una promoción de El Circo del Sol cuando les hacían trepar por la escombrera del proscenio. Pese a todo, tuvo unas brillantes intervenciones en una obra que tampoco tiene números de gran lucimiento coral.

La soprano Maite Alberola se está abriendo paso poco a poco en los más importantes escenarios operísticos, con justicia, y había ganas de poderla disfrutar en su tierra con un papel de cierta relevancia. Tiene una voz lírica de bello timbre, potente y luminosa que supo adornar con detalles de sumo gusto, como al acabar el agudo en piano en “Noche hermosa”. En el dúo de Katiuska y Pedro estuvo magnífica, y también se mostró refinada con un canto muy ligado en “Vivía sola”, aunque transmitiese cierta frialdad, lo cual no acabé de saber si se debía a causas naturales o instrucciones escénicas.

El veterano barítono cántabro Manuel Lanza, afortunadamente recuperado hace unos años para la escena lírica tras una larga ausencia, fue un solvente Pedro Stakof que mostro sobrado conocimiento de las tablas y madurez vocal, con un instrumento robusto, de atractivo color y tintes puramente baritonales. Se agradeció su arrojo, cantando sin trampas y por derecho, aunque en ocasiones se resintiese la afinación. En las exigencias más agudas del rol se denotaba mayor desgaste y dejó asomar algún problema, pero supo transmitir emoción y expresividad, ofreciendo sus mejores prestaciones en el dúo con Katiuska.

El tenor ilicitano Javier Agulló es bien conocido ya en Les Arts. Su papel no permite demasiado lucimiento, pero defendió su romanza “Soy vulgar caminante” mejor de lo esperado, y los agudos fueron bastante menos destemplados que en ocasiones anteriores, aunque la afinación sigue presentándole dificultades.

Mención especial merece el estupendo elenco de comprimarios, con una Sandra Ferrández que dibujó una Olga pletórica de chispa y dominio escénico. Entregadísimos estuvieron también Itxaro Mentxaka y David Rubiera. Y extraordinarios los miembros del Cor de la Generalitat, Boro Giner y José Enrique Requena, con una profesionalidad bárbara, tanto en el apartado vocal como dotando de la comicidad exigida a sus personajes, sin recurrir al típico humor chillón, a lo Pepa y Avelino, tan habitual en el mundo de la zarzuela.

El público siguió con interés el espectáculo ofrecido (bueno, todos no. Mi compañero de butaca se pasó todo el primer acto guasapeando con los amiguetes, poniendo en riesgo su dentadura que se hallaba demasiado cerca de mi codo) y al finalizar agradeció con cálidos aplausos la labor de los artistas, siendo Alberola, Lanza y Sagi los más ovacionados.

Tras las próximas funciones de esta Katiuska (días 31 de octubre y 3 y 6 de noviembre) sólo quedará de pretemporada el concierto de Roberto Abbado dedicado a Berlioz, el próximo jueves día 5 de noviembre. Desde aquí os animo a todos a acudir (hay todavía bastantes entradas y baratas).

Será la primera ocasión en que el nuevo codirector musical titular de Les Arts se ponga al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana desde su nombramiento. Abbado nos dejó unas espléndidas sensaciones con aquél Don Pasquale de la pasada temporada, pero ahora habrá ocasión de valorarle con un repertorio orquestalmente más exigente, como es ese magnífico programa doble compuesto por la celebérrima Sinfonía Fantástica y, la menos conocida pero maravillosa, Lélio o El retorno a la vida, en un concierto espectáculo que contará también con la participación del actor Nacho Fresneda y que promete emociones fuertes.

sábado, 3 de octubre de 2015

"LA BOHÈME" (Giacomo Puccini) - Palau de les Arts - 02/10/15


El viernes se levantó el telón del Palau de les Arts tras el descanso veraniego. Este año no ha habido que esperar casi a Navidad para empezar a disfrutar de ópera en nuestro teatro, pues, aunque la temporada oficial se inaugure con Macbeth el 5 de diciembre, el Intendente Davide Livermore ha decidido incluir previamente unos espectáculos a precios populares, a modo de pretemporada, que además servirán para conmemorar el décimo aniversario del coliseo valenciano.

Yo también quisiera hacer una pre-crónica, antes de entrar a compartir mis impresiones concretas de la función inaugural, para intentar aclarar algunas cosas. Lo primero que me gustaría dejar sentado es que me parece una muy buena idea construir una pretemporada como la que ahora comienza. Por un lado, es una magnífica forma de acercar la actividad de Les Arts al público joven a unos precios más que asequibles; y por otro, permite dar oportunidades a cantantes menos conocidos y más actividad al teatro y a la orquesta. Si además se programa un título tan popular como La Bohème, el lleno está garantizado, tal y como ocurrió el viernes.

Por otra parte, veo que hay cosas que no cambian en Les Arts esté quien esté al frente. Sin ningún aviso ni nota al respecto (de hecho aún aparece en la programación general) se ha variado el reparto de La Bohème, sustituyendo al Rodolfo previsto, Javier Tomé, por el italiano Giordano Lucà, y al Colline de David Sánchez por Felipe Bou. No cuestiono los motivos del cambio, pero sí que siga chupándole un pie al teatro la información al público. También me ha llamado la atención que después de anunciar, al presentarse la temporada, que la ópera Silla sería cantada por alumnos del Centre Plácido Domingo y “una estrella mundial del barroco”, ahora quien aparece en los carteles es Meredith Arwady, una contralto norteamericana que no dudo que ofrezca un excelente rendimiento, pero que ni por fama ni por repertorio creo que deba ser anunciada como estrella mundial del barroco.

Y, por último, también me gustaría aclarar por enésima vez que este blog no es la voz de la crítica especializada, ni mucho menos. No hay que tomárselo tan en serio. Es mi página personal, en la que, como un mero aficionado a la ópera que soy bastante ignorante, decidí hace tiempo compartir mis subjetivas, y posiblemente erradas, impresiones. Así que, como bien dice el señor Livermore, una cosa son los blogs de apasionados a la ópera y otra la opinión fundamentada de los músicos, cantantes y profesionales que viven de ello. Por ello, espero que no se dé tanto valor a lo que yo pueda expresar aquí. Empezando por el propio Intendente de Les Arts, quien parece enfadarse bastante a veces con lo que escribo.

Pero bueno, entrando ya en mi análisis de lo visto y escuchado el viernes, empezaré por decir que creo que se obtuvieron unos resultados más que dignos, confirmándose que nos encontramos ante una producción que escénicamente funciona de maravilla, y que seguimos teniendo un coro y una orquesta espectaculares, capaces incluso de brillar cuando la batuta no hace justicia.

La Bohème estrenada el viernes es la reposición de la producción que pudimos ver hace tres años. Una coproducción del Palau de les Arts y la Opera Company of Philadelphia, que cuenta con la dirección escénica del propio Intendente de les Arts Davide Livermore. Tal y como ya dije entonces, sin ser especialmente innovadora, es inteligente, de gran sencillez y de una fuerza visual incontestable, sirviendo de vehículo perfecto al drama y a las emociones que surgen del texto y la partitura.

Una escenografía mínima se ve reforzada por proyecciones de famosas obras pictóricas que van enmarcando la acción. El paisaje de invierno de Monet en el acto III me sigue pareciendo uno de los momentos más bellos, junto a la fuerza emocional que se obtiene en la escena final, con el cuadro de Jean Beraud “Après la faute” dominando el escenario, reflejando la imagen de una mujer en un sofá rojo, similar al que hay en escena. Ese cuadro puede verse ya desde antes de la entrada de Mimí en el cuarto acto, vaticinando la tragedia mientras los amigos bromean, y cuando Mimí muera, la mujer desaparecerá del lienzo y el sofá quedará vacío.

Como también manifesté en su día, lo que destacaría principalmente es el efectivo trabajo de dirección de actores que desprende la propuesta. Luego, la mayor o menor habilidad de los cantantes ofrecerá mejores o peores resultados, pero es indudable que hay una estudiada labor dramatúrgica. Menos conseguido me pareció el primer acto y bastante más los siguientes, aunque el segundo resulte sobrecargado a veces, sobre todo por unos camareros bailarines demasiado presentes distrayendo de una acción escénica ya bastante concurrida.

Haber tenido la oportunidad de escuchar en 2012 esta Bohème, en la magistral versión dirigida por Riccardo Chailly, era un problema. Quienes tenemos la suerte o la desgracia de poseer cierta memoria musical, sabíamos que si íbamos con intención de hacer comparaciones, lo pasaríamos mal. No fue mi caso. Os aseguro que me acomodé en mi butaca preparado a escuchar y ver una obra nueva. Simplemente dejándome llevar por las emociones que naturalmente pudiesen brotar, sin comparar cantantes ni direcciones musicales. Así lo hice y me encontré con unos jóvenes cantantes de buen nivel general, y en algún caso muy bueno; pero con un trabajo de batuta plano, insulso y blando, que contó con la ventaja de ir arropado por unos músicos formidables y una partitura de Puccini que es pura emoción y gusta hasta interpretada con dolçaina y tabalet.

El trabajo del director jienense Manuel Coves sin duda merece reconocimiento, pero lo que a mí, como espectador, me transmitió, fue poquísima emoción. Hubo pasajes donde la orquesta debía brillar y hacer tambalearse el teatro, poniéndonos los pelos de punta, como al final del segundo acto, o en el tercero, y, sin embargo, casi se pasaba por allí de forma rutinaria. Los tempí del segundo acto no fueron vivos sino casi atropellados en ocasiones, imponiendo unas exigencias brutales al coro. Se observaron demasiados desajustes entre foso y escena y poca capacidad de corregirlos. Apenas hubo matices, más allá de hacer tocar más fuerte o más bajito, pero sin un juego de dinámicas enfocado al realce de la emoción. La orquesta se comió a los cantantes, quienes en muchos momentos, entre sus propias carencias y los volúmenes de Coves, parecían mudos. Hubo estupendas intervenciones individuales de concertino, flauta, oboe, arpa; pero se echó de menos un conjunto orquestal brillante, bien amalgamado y poderoso. Aun con todo, la orquesta sonó estupendamente, pero faltó alma.

Tanto el Cor de la Generalitat como la Escola Coral Veus Juntes de Quart de Poblet y la Escolanía de la Mare de Déu dels Desamparats, obtuvieron unos resultados magníficos y sobrevivieron a la batuta, con una entrega escénica formidable. Espero que en la próxima función el Cor de la Generalitat no tenga bajas en sus filas, pues llegué a preocuparme seriamente cuando, en el segundo acto, Musetta arrojó uno de sus zapatos como si fuese un ramo de novia, hacia su espalda y a lo alto, cayendo en picado e impactando cual kamikaze en toda la crisma de una de las integrantes del Cor.  

En el reparto vocal hubo un poco de todo, pero, en general, pienso que los resultados fueron buenos. Es verdad que podemos pensar que hay muchísimos cantantes de un nivel parecido a los que no se le han dado estas oportunidades, pero se trata de juzgar únicamente lo ofrecido en escena, y, al menos yo, salí más satisfecho de lo que pensaba cuando llegué al teatro.

Sobre todo por el gozoso descubrimiento que fue para mí la Mimí interpretada por la soprano norteamericana Angel Blue, una cantante que ya está pisando importantes recintos operísticos y que, tras lo escuchado el viernes, creo que puede tener un futuro realmente prometedor. Sorprendió por una voz lírica, rica, con cuerpo y grande, muy timbrada y con explosividad luminosa en el registro agudo. Me pareció especialmente relevante en el tercer acto y, pese a que en la zona grave perdía algo de presencia, solventó el cuarto con buen sentido dramático. Sólo le reprocharía una dicción mejorable y un fraseo que pedía mayor variedad de matices. En cualquier caso, fue la justa triunfadora de la noche.

Del Rodolfo de Giordano Lucà, que ya cantó en El Escorial con Coves este papel,  destacaría su valentía y facilidad en el registro agudo. Su voz, demasiado ligera para mi gusto, presenta un vibratillo corto pero que no llega a molestar. El canto fue muy correcto, pero monótono, sin matices, y tampoco destacó por su expresividad escénica. Fue quien más desajustes mostró con el foso, lo cual, dado que ha venido a sustituir al tenor inicialmente previsto, no sé si tendrá que ver con una falta de ensayos. De todas formas el resultado final fue muy digno.

Germán Olvera fue un buen Marcello. En Les Arts ya ha representado varios papeles este barítono que destaca por una voz de bello timbre que maneja con eficiencia en la zona central, pero que cuando la tesitura se empina (con perdón) roza el gallo y parece que vaya a quebrarse. Sus mejores prestaciones las obtuvo en el acto tercero y, como siempre, destacaron sus dotes actorales, aunque tienda a la sobreactuación.

La brasileña Lina Mendes compuso una correcta Musetta, si bien ligera en exceso, lo que se puso en evidencia en el cuarto acto. En su vals cumplió con solvencia y resultó divertida y provocadora en escena. Menos me gustaron Felipe Bou como Colline, reservando sus mejores momentos para el aria “Vecchia Zimarra”; y el Schaunard de Aldo Heo que, aunque mejoró en el último acto, se mostró inaudible en la primera mitad y con graves carencias expresivas.

La sala del Palau de les Arts presentó el viernes su mejor aspecto. Lleno absoluto, con gran presencia de gente joven y palcos abarrotados. Me causó una grata sorpresa comprobar la asistencia a esta apertura de temporada del nuevo Alcalde, Joan Ribó, junto a su esposa, y de cinco miembros del gobierno valenciano, entre ellos Vicent Marzá, conseller de Cultura y sustituto de la nefasta Catalá. No sé cómo se desarrollarán las cosas en su gestión, pero, al menos, el viernes estuvo donde debía estar, lo cual ya es más de lo que hicieron otros. Y me gustó que viesen de primera mano que hay una gran cantidad de ciudadanos, muchos de ellos jóvenes, interesados por el género operístico.

Al finalizar la representación se ovacionó con fuerza a todos los intérpretes, especialmente a la soprano Angel Blue, que recogió el mayor número de bravos. Menos efusividad hubo en la salida del director musical, aunque cuando la orquesta se puso en pie las ovaciones fueron unánimes. También fue muy aplaudida la dirección escénica de Davide Livermore.

Me gustaría volver a pedir a la gente que se espere a aplaudir hasta que la música deje de sonar. En cuanto se mueve el telón hay algunos que tienen una prisa terrible por empezar a dar palmas. Así, el viernes fueron completamente inaudibles los últimos quince segundos del primer acto.

Antes de finalizar, me gustaría recomendaros a todos que acudáis el próximo jueves 8 al concierto conmemorativo del décimo aniversario del Palau de les Arts, donde Fabio Biondi dirigirá Davidde Penitente, de Mozart, una obra bellísima que contará además con la presencia, si Livermore no nos la sustituye, de la estupenda soprano Jessica Pratt.

Para terminar, y sin mala intención, os dejo un video con breves fragmentos de La Bohème que dirigió Riccardo Chailly en 2012…