domingo, 11 de diciembre de 2016

"I VESPRI SICILIANI" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 10/12/16


Anoche tuvo lugar, al fin, el inicio oficial de la temporada operística 2016-2017 en el Palau de les Arts, con el estreno de la ópera de Giuseppe Verdi I Vespri siciliani, un estreno que ha llegado envuelto en cierta polémica, debido a los reiterados cambios anunciados en los últimos siete días de la protagonista femenina prevista, lo cual no es precisamente una cuestión baladí en una ópera que tiene uno de sus principales atractivos en el complicadísimo papel de Elena.

El día 2 de diciembre, el Intendente Livermore anunció que la excelente soprano Anna Pirozzi cancelaba su participación por “prescripción médica ante su estado de gestación”, comunicándose que las funciones de los días 10, 16 y 18 de diciembre serían cantadas por la ucraniana Sofia Soloviy, mientras que los días 13 y 21 de diciembre lo haría la jerezana Maribel Ortega.

Como ya dije en este mismo blog, considero una falta de respeto al espectador que se tardase casi dos semanas en hacer público lo que ya se venía comentando en todas partes, sobre todo cuando Soloviy se encontraba ya varios días en Valencia ensayando y Pirozzi no había llegado a pisar el teatro.

Pero es que, en un triple salto mortal de la incompetencia y la improvisación, el pasado viernes, esto es, la misma víspera (valenciana) del estreno de estas Vísperas Sicilianas, Les Arts comunica que cambian las fechas anunciadas de las cantantes y así Maribel Ortega cantaría los días 10, 16 y 21 de diciembre y Sofia Soloviy el 13 y el 18... Impresionante. Homérico, como diría el bueno de Michaleen O'Flynn. Hubo gente que tras el anuncio de la cancelación de Pirozzi compró entrada para otras funciones para escuchar a las dos cantantes, y hay quien ahora se encuentra con que esos días han cambiado y va a escuchar a la misma…

Es verdad que los cantantes cancelan en todas partes, pero lo que ha pasado aquí no es normal. Para empezar, una cancelación por “prescripción médica ante su estado de gestación” no parece algo muy imprevisible o que a nadie se le haya pasado por la cabeza que podía ocurrir, pero no voy a entrar en eso; lo impresentable es que cuando todo el mundo sabía que Pirozzi no venía, el teatro haya callado durante quince días hasta la rueda de prensa de presentación de la ópera. Y luego, lo de Soloviy y Ortega o es de record Guiness del mal fario o, lo que es más probable, una consecuencia más de improvisar y gestionar a palpón. ¿Ha podido surgir un imprevisto que provoque, como en cualquier teatro, que cambie la cantante del estreno?, puede ser, pero aquí se han bailado todas las fechas que habían anunciado hace apenas una semana. No es de recibo. No cuestiono que hayan surgido problemas e imprevistos, pero estoy convencido de que gran parte de estos movimientos tienen relación con no haberse hecho las cosas bien a la hora de cerrar los acuerdos con los artistas.

El problema es que las consecuencias de lo ocurrido no se han limitado a la anécdota de si finalmente el día de tu entrada canta Anna, Sofía o Maribel, sino que se ha inaugurado la temporada de Les Arts con una cantante de un nivel impropio para la relevancia del acontecimiento y de la obra presentada. Y, lo peor de todo, es que no fue lo único que no funcionó, ya que, lamentablemente, en mi opinión, anoche vivimos un estreno de temporada de serie B.

La producción elegida para la ocasión es una coproducción del Teatro Regio di Torino y ABAO-OLBE que cuenta con la dirección escénica de un turinés que se llama Davide Livermore, del que seguramente hayáis oído hablar. El polivalente Intendente de Les Arts ideó esta puesta en escena para conmemorar en 2011 el 150 aniversario de la unidad italiana en el teatro de su ciudad natal. Livermore traslada la acción a la Sicilia de 1992, en concreto al brutal asesinato por la Mafia del juez Giovanni Falcone, su mujer y tres de sus escoltas, en lo que se conoce como la masacre de Capaci. El tratamiento que la prensa dio a aquellos hechos en Italia, lo utiliza Livermore para sustituir a los opresores franceses del libreto original por mafiosos y unos medios de comunicación manipulados por una clase política corrupta, que serían quienes actualmente tiranizan a la sociedad.

Al comienzo de la ópera, cuando un oficial francés obliga a Elena a cantar y ella aprovecha para entonar un canto que eleve el valor del pueblo, Livermore transpone la situación al momento que pudo verse en todas las televisiones del mundo, en el que la viuda de uno de los escoltas de Falcone habló en el funeral al dictado de un sacerdote y le apartaron el micrófono en cuanto se salió del discurso oficial.

Después, al comienzo del acto segundo, cuando Procida regresa a Palermo y canta su famosísima aria Oh patria, Livermore nos presenta al personaje en la oscuridad, entre brumas que poco a poco se van disipando, hasta transformarse la escena en una reproducción de la imagen del atentado a Falcone, con los coches en el socavón provocado en la autopista por el explosivo, en uno de los mejores momentos escénicos de la producción.

Creo que todo ese inicio de ópera y la idea en general de Livermore es buena, tiene sentido y no es una mera ocurrencia para provocar o salir del paso. El problema es que no basta sólo con que la idea sea buena y la situación a la que se quiere adaptar el libreto mantenga relación con éste, sino que luego todo el texto y el desarrollo dramático han de tener cierta coherencia; y en este punto pienso que ya hubo más problemas, sobre todo a partir de esa entrada de Procida en escena, que como digo me pareció impactante. Es como si, una vez pasados esos momentos de la ópera que se ajustaban bien a lo que se quería contar, se hubieran acabado las ideas y el resto hubiera que hacerlo casar a empujones. No se puede, por ejemplo, mantener esa misma escenografía de los coches del atentado en la escena siguiente del acto, con el coro Viva la guerra, viva el amor, las novias sobre los coches y las bolsas de basura sobrevolando el escenario de la masacre. Toda la poesía anterior se rompió, consciente o inconscientemente, pero dando la impresión de que aquello ya no tenía mucho sentido. Tampoco creo que se haya adaptado bien a la escena la contraposición entre los coros de franceses y sicilianos del primer acto.

El baile de máscaras se desarrollará en un hemiciclo parlamentario en el acto siguiente, el cual finalizará con una proyección de imágenes de conocidos personajes de la historia y la cultura italiana, desde Cavour a Dario Fo, Fausto Coppi o Mastroianni, que acabarán fundiéndose con los colores de la bandera italiana. Y el quinto acto se iniciará en un plató de televisión con Elena cantando el conocido Bolero junto a unas Mama Chichos. La ópera concluirá de nuevo en el hemiciclo con el pueblo ocupando los escaños y arrancándose sus máscaras mientras aparece sobreimpresionado el artículo 1 de la Constitución italiana proclamando que la soberanía reside en el pueblo.

Por otro lado, en contra de lo que suele ser habitual en los trabajos del regista turinés, en esta ocasión pareció más descuidado el apartado de construcción de personajes y comportamiento actoral de los cantantes que muchas veces parecían dejados caer o colocados donde menos molestasen.

Ya digo que considero que la propuesta de Livermore responde a una idea interesante, con momentos bastante conseguidos, una buena iluminación e instantes atractivos visualmente. Reconozco que me esperaba que la cosa funcionase bastante peor y no es así, pero sentí que el conjunto, aunque a mi juicio funciona, presenta demasiados altibajos, hay muchos detalles localistas que sólo los italianos captarán y acaba destilando una cierta demagogia y bastante pretenciosidad.

Este año sí ha sido uno de los directores musicales de la casa, Roberto Abbado, el encargado de ocupar el foso de Les Arts en la apertura de temporada. El año pasado fue el húngaro Henrik Nánási quien la abriera con un espectacular Macbeth. Y, la verdad, es que, vistos los resultados, hubiera preferido que también lo hubiera hecho en esta ocasión. Es cierto que el pasaporte no otorga el estilo o la sabiduría musical, pero resulta chocante que un húngaro consiguiese imprimir mucho más color verdiano que un italiano.

Roberto Abbado se enfrentaba a una partitura nada sencilla y enormemente exigente en cuanto a concertación. No sé si sería eso lo que le llevase a estar muy pendiente de procurar concertar adecuadamente los conjuntos, no siempre con éxito, o a llevar entre algodones a una soprano inadecuada, pero el caso es que a Verdi no se le veía por ningún lado, la tensión decaía con frecuencia, no se atisbaba apenas refinamiento alguno para destacar los múltiples contrastes de la página verdiana, y había un exceso de chimpuneo que no podía suplir la, ayer ausente, pulsión dramática y garra de la partitura. Eso no quita para que la orquesta tuviese grandes momentos en que se desvelaba su enorme calidad, como el acompañamiento de las cuerdas al aria de Monforte o en el concertante del acto cuarto.

Ayer vi a un Abbado que parecía más tenso de lo habitual y más serio. Quizás yo vea fantasmas donde no los hay, pero eso unido a la entrevista que publicaba ayer el diario Levante, en la que manifestaba “creo que (en Les Arts) en el futuro debemos trabajar todos más juntos”, me hizo pensar si se estará viviendo cierta crisis entre la dirección musical y artística del teatro. Espero que no.

En medio de la decepción vivida anoche, uno de los rayos de optimismo volvió a surgir del gran Cor de la Generalitat, que también acometía una tarea increíblemente complicada, en una obra donde el coro juega un papel protagonista, con un grado de exigencia mayúsculo que supo superar, mostrándose a un nivel por encima del resto de intervinientes en la función, y ello pese a que también se apreciaron pequeñas descoordinaciones en momentos puntuales, pero como algo anecdótico dentro de una majestuosa labor de conjunto.

Lo más decepcionante de la velada fue, como ya he adelantado, la ausencia de una soprano que ofreciese una calidad acorde a un estreno de temporada en un teatro que pretende mantenerse en el primer nivel. No sé cuales habrán sido las circunstancias que habrán conducido a que haya sido ella la encargada de asumir finalmente en el estreno el papel de Elena, pero el resultado obtenido fue, por ser suave, inadecuado. Maribel Ortega podría haber encabezado una digna función del Centre de Perfeccionament o un segundo reparto de pretemporada, pero nunca debió ser la protagonista del estreno de temporada del Palau de les Arts. Siento ser tan duro, pero cuando a uno le colocan en primera línea está ahí para lo bueno y para lo malo.

Ya dije a raíz de su intervención en El gato montés, cuando ni sospechar podía lo que me esperaba ayer, que percibía un instrumento sin suficiente peso para afrontar papeles de mayor exigencia dramática. Pienso que este papel no es para ella. La soprano jerezana tiene un atractivo timbre lírico, pero carece totalmente de graves, su centro es inane y sin cuerpo, cubriendo esas carencias con un feo entubamiento, y tan sólo brilla puntualmente en el agudo, algunas veces chillado. Ayer durante los tres primeros actos de la ópera estuvo completamente ausente dramáticamente e inaudible. En los concertantes únicamente resaltaban sus subidas al agudo, el resto era una película de Buster Keaton. En la segunda parte, donde el personaje adquiere mayor protagonismo, tuvo que implicarse algo más y ofreció algún fugaz destello, como un par de agudos imponentes en el quinto acto, pero su Arrigo, ah, parli a un core fue plano y con un final que no se sabía si aquello era una escala descendente o el inicio de una saeta a Jesús del Gran Poder; y el Bolero, directamente lamentable, pese a que fue cuidadísima por Abbado, a quien sólo le faltó subir al escenario a dar las notas, trinos y adornos que ella obviaba.

No fueron pocas las ocasiones en que iba a destiempo, obligando al director a intentar reparar aquello, provocando daños colaterales en el coro y orquesta. Y tampoco puedo entender su escasa implicación dramática. No sé si sería la tensión del momento, pero estaba como atenazada, sin personalidad escénica que supliese las carencias vocales y, al menos anoche, su trabajo de actriz no hubiera superado un casting de telefilm alemán de sobremesa. Es verdad que es una cantante joven y que el papel es enormemente exigente, pero ayer estuvo lejísimos de lo que sería simplemente aceptable.

Si complicado es el papel de Elena, el de Arrigo es probablemente uno de los más exigentes que Verdi escribiera para tenor, requiriendo al intérprete, además de solidez dramática, moverse permanentemente por la zona del pasaje. Que Gregory Kunde a estas alturas de su carrera se atreva a afrontar un personaje que casi todos sus colegas esquivan, ya es de agradecer, pero además es que cumplió nuevamente con solvencia, pese a que cada vez su voz muestra un mayor desgaste, veladuras tímbricas y más colores que una chaquetilla de Chicote, pero cantó con pasión, sentido dramático y un fraseo incisivo que brillaba en el agudo. Culminó en falsete el addio, addio de la segunda escena del quinto acto, con un efecto que acabó resultando más chocante que elegante. Es verdad que, como dicen muchos, Kunde kundea, pero sigue mostrando una autoridad vocal y escénica que cautiva al espectador, aunque le disfracen con ridículas pelucas como fue el caso.  

En el apartado solista, junto a Kunde, para mí lo mejor de la noche estuvo en el Monforte que nos brindó Juan Jesús Rodríguez. Sigue presentando el cantante onubense una voz de auténtico barítono y cuidada línea de canto. En su aria In braccio alle dovizie mostró su dominio del fraseo verdiano con un inspirado recitativo lleno de intención que desembocó en un aria bien respirada y ligada, a la que tan sólo se le echó en falta  un punto más de expresividad y variedad dinámica. 

El Procida del joven bajo ruso Alexánder Vinogradov conquistó al público de Les Arts con su voz profunda, grande y rotunda, de timbre atractivo que se expandía con facilidad por la sala de forma imponente. En su aria Oh patria, que es un regalo de Verdi para la cuerda de bajo, fue enormemente aplaudido, pese a que su canto fue muy poco refinado, sin matices ni ligazón, y trabado a base de arrastrar y empujar la voz.

Cumplieron más que correctamente en papeles menores, Cristian Díaz y los alumnos del Centre de Perfeccionament Nozomi Kato, Andrea Pellegrini, Moisés Marín, Andrés Sulbarán, Jorge Álvarez y Fabián Lara.

La sala no se encontraba llena, presentando numerosos huecos en los pisos superiores y platea alta, con más presencia institucional de lo habitual, con el conseller de Cultura, Vicent Marzà, la consellera de Justicia, Gabriela Bravo, la consellera de Medio Ambiente, Elena Cebrián, o el concejal de Mobilitat, el italiano Giuseppe Grezzi. También pudo verse a cantantes como Raimon o Sole Giménez. El público aplaudió casi cada chimpún de la partitura y al finalizar fueron Alexánder Vinogradov y Gregory Kunde los más braveados. La dirección escénica fue bastante aplaudida con algún abucheo muy aislado. Todo un símbolo de la situación vivida con la soprano es que se optara porque fuese Gregory Kunde el último en salir a saludar, en lugar de la intérprete del papel de Elena, como suele ser lo habitual.

Os aseguro que, aunque algunos piensan que disfruto y me relamo, chupando mis afilados colmillos, cuando hago críticas negativas, nada me gustaría más que poder escribir entusiasmado y animando a todo el mundo a disfrutar de una experiencia inolvidable en nuestro teatro. Ojalá hubiese salido anoche tan emocionado de Les Arts como lo hice el pasado día 7 del Liceu, tras asistir a una Elektra referencial e histórica. Pero no fue así, y yo soy el primero en lamentarlo. No obstante, como digo siempre, esto no es más que una opinión personal, subjetiva y posiblemente cargada de ignorancia, por lo cual os animo a todos a que vayáis a Les Arts estos días a disfrutar de una ópera interesantísima y que hay muy pocas oportunidades de verla representada, y después saquéis vuestras propias conclusiones. La música de Verdi siempre justifica el viaje.

viernes, 2 de diciembre de 2016

LES ARTS ANUNCIA LA CANCELACIÓN DE PIROZZI

Esta mañana, el Intendente Davide Livermore, acompañado por el director musical Roberto Abbado, ha presentado oficialmente en rueda de prensa el inicio oficial de la temporada operística 2016-2017 en el Palau de les Arts, con el estreno el próximo día 10 de diciembre de la ópera de Giuseppe Verdi I Vespri siciliani.

Uno de los grandes atractivos que presentaba esta apertura de la temporada valenciana era la presencia de la soprano italiana Anna Pirozzi en el complicado papel de Elena, tras el buen sabor de boca que dejó en 2015 con su Abigaille en Nabucco. Pirozzi es sin duda una de las cantantes que más garantías ofrece actualmente para defender este rol con solvencia.

Pues bien, esta mañana ya se ha dignado el Intendente de Les Arts hacer público, al fin, que Pirozzi ha cancelado su participación en todas las funciones que tenía previstas en Valencia, aduciéndose como causa “prescripción médica ante su estado de gestación”. Las funciones de los días 10, 16 y 18 de diciembre serán cantadas por la ucraniana Sofia Soloviy, mientras que los días 13 y 21 de diciembre lo hará Maribel Ortega, a quien ya pudimos escuchar en la reciente El Gato Montés.

No voy a entrar a valorar a las sustitutas antes de verlas en escena, aunque parece evidente que juegan en otra división.

Hace más de dos semanas que los rumores ya eran algo más que rumores en todos los corrillos y yo mismo decidí hace ocho días hacer público en Facebook lo que se comentaba, que Pirozzi cancelaba y Sofia Soloviy sería la sustituta.

Durante todo este tiempo la dirección de Les Arts ha mantenido silencio y hasta esta misma mañana Pirozzi seguía anunciada en la web del teatro valenciano, en lo que considero una nueva falta de respeto al espectador, sobre todo cuando hace ya varios días que Soloviy se encuentra en Les Arts ensayando y Pirozzi no ha llegado a pisar Valencia.

No voy a poner en duda que la causa alegada sea cierta, aunque algunos sí lo hagan. Me da igual el motivo. Esto puede ocurrir en cualquier teatro. Lo que no es de recibo es que se oculte la información al público hasta el último momento. No sé si así habrán conseguido vender algunas localidades más estas dos últimas semanas, pero lo que sí puedo garantizar es que han conseguido que el espectador, además de frustrado por la ausencia de la cantante, lo que es normal, hoy se sienta engañado y menospreciado por el teatro, lo cual es intolerable.

¿De verdad es tan difícil hacer alguna vez las cosas bien del todo, señor Livermore?

lunes, 31 de octubre de 2016

"EL GATO MONTÉS" (Manuel Penella) - Palau de les Arts - 30/10/16


Ayer tuvo lugar el estreno de la segunda de las propuestas operísticas de la pretemporada en el Palau de les Arts, la ópera del valenciano Manuel Penella El gato montés. Parece que el motivo de programar esta ópera va doblemente encaminado a cubrir el cupo anual de autor valenciano y a conmemorar el centenario del estreno absoluto de la misma en el Teatro Principal de Valencia.

Es esta una ópera bastante poco representada y de la que únicamente su celebérrimo pasodoble ha alcanzado notoriedad, siendo el único fragmento, junto al dúo del segundo acto, conocido por el gran público. Yo siempre he mantenido la teoría de que, en la inmensa mayoría de las ocasiones, cuando un título operístico ha permanecido casi en el olvido, por algo será. Reconozco que la opinión que voy a dar a continuación no es más que la mía, cargada de subjetividad y posiblemente de ignorancia, con el único fundamento de mis sensaciones, como no puede ser de otra manera tratándose de un blog personal y no de la crítica oficial de un medio especializado, algo que mucha gente parece olvidar a veces. Bueno, todo esto sirva como introducción para decir que a mí, El gato montés, con todos los respetos, me parece un pestiño colosal.

Es verdad que hay momentos musicales aislados más inspirados, sobre todo en el segundo y tercer acto y principalmente en la vertiente orquestal, con reminiscencias de aires puccinianos; pero no le encuentro coherencia y homogeneidad a un conjunto que, básicamente, me parece monótono y muy aburrido. A ello contribuye decisivamente un famélico libreto que mezcla los aires de sainete con una tragedia desaforada que roza lo esperpéntico, alargando la acción innecesariamente cuando en un acto podría haberse ventilado fácilmente; todo lo cual hace que la construcción dramática se tambalee desde el minuto uno. Ese necrofílico tercer acto sobra entero y el primero es excesivamente largo. Apenas dos horas de ópera se me hicieron más pesadas que un Götterdämerung mal ejecutado. Yo no pude evitar la sensación de estar asistiendo a un esbozo de zarzuela con ínfulas de ópera verista, un quiero pero no puedo sin acabar de decidir el rumbo a seguir.

Y el caso es que el sopor me llegó pese a encontrarnos con una meritoria puesta en escena, unas buenas prestaciones musicales y un reparto vocal equilibrado y con calidad.

La producción presentada del Teatro de la Zarzuela es la que pudo verse en Madrid en 2012, con dirección escénica de José Carlos Plaza, escenografía e iluminación de Paco Leal, vestuario de Pedro Moreno y coreografía de Cristina Hoyos. El principal activo de la propuesta radica en el gran trabajo de dramaturgia construido por José Carlos Plaza, un hombre de teatro que deja su impronta con un sentido del drama excelente, traducido en una cuidada labor de movimiento escénico y la acentuación de los rasgos psicológicos de los personajes mediante un más que relevante trabajo de dirección actoral.

Plaza opta por resaltar la visión más oscura y trágica del drama, haciendo especial énfasis en la violencia hacia la mujer y la marginación e injusticia social. Pilares básicos de la propuesta son el vestuario de Pedro Moreno y la iluminación de Paco Leal, esta última muy eficaz en la potenciación dramática, pero, una vez más, abusando del tenebrismo y haciendo que muchos detalles se pierdan para el espectador en medio de una oscuridad excesiva que además rechina ante las alusiones del libreto al sol y la luz de Sevilla.

La escenografía es prácticamente inexistente y los intérpretes se desenvolverán la mayor parte del tiempo en un escenario casi vacío, lo que originará que cada vez que se muevan por la zona trasera del mismo las voces no se proyecten correctamente hacia la sala. Entre los pocos elementos escenográficos que aparecen me pareció espantoso el gigantesco espejo dorado con motivos religioso-taurinos.

A mi juicio, la siempre complicada escena de la corrida, con perdón, está resuelta con gran inteligencia y sentido plástico, ofreciendo posiblemente el instante más atractivo visualmente de la propuesta, si bien sobran los exagerados y poco taurinos revoloteos de capote y muleta.

Absolutamente charlotesco o de Benny Hill resulta el momento en que llevan al torero en camilla a la velocidad de la luz con grave riesgo de acabar todos por los suelos. Incluso pienso que Rafaelillo no muere en esta producción por la cornada, sino del susto que pasa en la camilla.

En lo musical, ocupaba esta vez el foso de Les Arts al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, Óliver Díaz, quien también fuese el encargado de la dirección musical de esta producción en el Teatro de la Zarzuela en 2012. El director ovetense ofreció una lectura ágil y fresca de la partitura, con gran atención a lo que pasaba en escena, marcando todas las entradas y obteniendo un resultado bastante satisfactorio ante una página con momentos bellos pero poco propicia para exhibición de matices. Aún así mostro buen gusto y refinamiento en el tramo final del primer acto y en el tercero, instantes en los que la orquesta brilló especialmente. Sí eché en falta, como tantas veces en este foso, un mayor control del volumen orquestal que dejó inaudibles a las voces en más de una ocasión.

Destacadas intervenciones en la orquesta de los violonchelos, con un solo en el tercer acto a cargo de Guiorgui Anichenko de los de chuparse los dedos. También merece destacarse a Christopher Bouwmann al oboe y a Rubén Marqués a la trompeta, y en general a todos los metales. Excelente igualmente la banda interna en el pasodoble.

El Cor de la Generalitat volvió a ofrecernos su mejor cara en una obra que no presenta tampoco demasiados momentos para el lucimiento, pero que sí contiene exigencias vocales y escénicas que solventaron, una vez más, con sobresalientes prestaciones. Especialmente destacable me pareció su escena junto al Gato montés del primer acto, uno de los momentos más emocionantes de la noche.

Muy bien estuvieron también los niños de la Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats, que tan buen sabor nos dejaron en A midsummer night’s dream, y que cumplieron con  nota alta en su breve intervención.

En el papel femenino protagonista de Soleá, la soprano jerezana Maribel Ortega presentó una voz grande, homogénea en todos los registros, con buena línea de canto, un fraseo muy cuidado y poderío en la zona aguda, con mordiente, con un centro bellísimo aunque poco reforzado y unos graves endebles. Me habían hablado hace tiempo de esta cantante que está afrontando roles de enjundia por otros teatros, como Abigaille o Lady Macbeth, lo cual, a tenor de lo escuchado ayer, me parece una apuesta bastante arriesgada, pues se percibe un instrumento sin suficiente peso, a priori, para afrontar papeles de soprano dramática que podrían malograr un instrumento ciertamente interesante. En cualquier caso, la voz se ajusta al personaje de Soleá que defendió con entrega escénica y suficiencia vocal, aunque tuviese más de un despiste de coordinación con la orquesta.

El papel del torero Rafael fue interpretado por el mismo cantante que lo asumió ya en 2012 en Madrid cuando se presentó esta misma producción en el Teatro de la Zarzuela, el joven tenor vasco Andeka Gorrotxategi. Mostró facilidad para moverse en la zona aguda y no le faltó valentía para afrontar los no pocos escollos que presenta el rol. La voz no siempre corría bien por la sala, abusando de engolamientos en un instrumento de timbres oscuros que sólo liberaba la emisión en los terrenos más agudos. No es precisamente el joven tenor vasco un ejemplo de expresividad y refinamiento y se echó en falta una actuación actoral más implicada y una mayor variedad de matices vocales. Prácticamente lo canto todo en forte y en más de una ocasión empleó empujones y portamentos que deslucían sus llegadas a los extremos altos de la tesitura.

Muchos más matices aportó el experimentado Àngel Òdena en su encarnación del personaje que da título a la obra, papel que también interpretó en esta misma producción en 2012 en Madrid. El barítono catalán controló bien la emisión de una voz auténticamente baritonal y grande que supo mostrarse imponente cuando había de hacerlo y adornar con regulaciones y medias voces en los momentos más íntimos. Su cuidada expresividad escénica y vocal permitió dibujar claramente todas las facetas del personaje.

No le anduvo a la zaga en calidad vocal y escénica tampoco la valenciana Cristina Faus, como Gitana, en un papel breve que defendió con calidad mayúscula en sus dos intervenciones de los actos primero y tercero.

Muy bien estuvo también Miguel Ángel Zapater como Padre Antón. Algunas de sus últimas citas en el Palau de les Arts habían mostrado signos preocupantes de un declive vocal del que ayer no quedaba rastro. Su implicación escénica y sentido del humor fueron irreprochables.

La veterana Marina Rodríguez-Cusì compuso una más que notable Frasquita, plena de emoción y expresividad, con una voz que, pese a los cambios de color y algún problema mostrado en el agudo, supo manejar ofreciendo intensidad dramática.

Igualmente destacado por su buen hacer escénico y una dicción notable el Hormigón del alumno del Centre Plácido Domingo, Jorge Álvarez.

Cumplieron más que correctamente en sus muy breves intervenciones los miembros del Cor de la Generalitat: Carmen Avivar, Lluís Martínez, Boro Giner, Juan Felipe Durá, José Javier Viudes, Fernando Piqueras, Antonio Gómez, Bonifaci Carrillo y Vicente Antequera; debiendo destacarse el excelente Pastorcillo que cantó Mónica Bueno.

La sala principal del teatro valenciano presentó una buena entrada, aunque con bastantes más huecos que en el pasado L’elisir d’amore. Entre el público se encontraba la actriz Terele Pávez, nieta del compositor. El público se mostró algo frío durante la representación, aunque al final aplaudió generosamente a todos los intervinientes, incluida la dirección escénica, y mostrando la ya conocida tendencia al aplauso en cuanto se empieza a bajar el telón, ya sea para final de acto o cambio de escena, y aunque estén sonando música o voces. El efecto telón en el público valenciano merecería a un Pávlov que lo estudiase científicamente.

En el ensayo general el Intendente Livermore decidió ofrecer la platea a esos taxistas que no deja de mencionar desde que accedió al cargo, alegando que era muy triste que no conociesen lo que se hacía en el Palau de les Arts. A ver si a partir de ahora eso sirve para liberarnos de que siga repitiéndose con este tema más que Gila con sus chistes, pero con menos gracia.

Como decía al comienzo, que yo me aburriese como una ostra es una cuestión meramente personal ante una obra que no consiguió generar mi interés pese a que fue servida con notable calidad. Hubo otra mucha gente que se lo pasó estupendamente, así que, como para gustos colores, nada mejor que cada uno vaya y opine por sí mismo.


domingo, 2 de octubre de 2016

"L'ELISIR D'AMORE" (Gaetano Donizetti) - Palau de les Arts - 01/10/16

Tras el parón veraniego la sala principal del Palau de les Arts volvió a vivir ayer una noche de estreno con la inauguración de la pretemporada operística 2016-2017. Una sana costumbre esto de la pretemporada… que permite aliviarnos el mono de ópera a los más enganchados y que facilita, con jóvenes repartos y precios baratos, el descubrimiento de voces emergentes, que dicen ahora los cursis, y el acercamiento al género de los más jóvenes o de aquellos que se engañan pensando todavía que la ópera es algo elitista reservado a los ricachones.

El año pasado fue una ópera tan popular como La Bohème la elegida y esta vez se ha optado por otra obra muy conocida, como es L’elisir d’amore de Donizetti, de trama simple y divertida, y en una versión escénica tan atractiva como la coproducción entre el Palau de les Arts y el Teatro Real de Madrid que vimos ya en Valencia en 2011, con dirección de escena del italiano Damiano Michieletto.

Me parece una muy buena elección, pese a algunos reproches que se puedan hacer a esta adaptación escénica y a que, como ya muchos sabéis, esta es una ópera que siempre me ha caído un poco gorda, aunque esto es una cuestión puramente personal. Pero si de lo que se trata es de aficionar a nuevos públicos al género, esta producción puede ser un buen instrumento para ello.

La encargada de la reposición escénica de esta creación de Damiano Michieletto ha sido su colaboradora Eleonora Gravagnola. No ha habido demasiadas variaciones respecto a lo ya visto en 2011, por lo que quizás repita muchas de las apreciaciones que manifesté entonces. Lo fundamental es que, a mi juicio, pese a todos los puntos negativos que se pueden reseñar, el resultado global es positivo y la frescura y vistosidad del espectáculo compensan que en ocasiones la voz y la música puedan verse desplazadas a un segundo plano.

Y es que si algo se debe criticar de la propuesta escénica es precisamente algo muy habitual en los trabajos de Michieletto (recordemos, por ejemplo, su cuestionadísimo Barbiere) que el exceso de acción secundaria y el ajetreo sobre las tablas distrae al espectador de lo puramente musical y vocal. Pero al menos aquí hay espectáculo. No han sido pocas las ocasiones en que se nos han presentado producciones en las que se ha perjudicado de una forma u otra la vertiente musical, pero encima no nos han ofrecido absolutamente nada nuevo en el aspecto dramático. Aquí hay una propuesta llena de frescura, agilidad, colorido y vis cómica, y que dota de sentido y coherencia narrativa a todo el conjunto.

La acción, como ya es sabido, se traslada a una playa valenciana, donde Adina regenta un chiringuito; el coro de segadores son familias de bañistas; los soldados, marineros de permiso; y el falso doctor Dulcamara es un vendedor de bebidas energéticas que se dedica a trapichear con drogas.

La obertura esta vez comenzó a telón bajado, pero la alegría duró poco, pues enseguida se alzó, iniciándose la acción y el ruido en escena y dificultando la escucha del preludio orquestal. También el principio del segundo acto se vio sazonado por los grititos y correteo de los miembros del coro. Respecto a 2011, no obstante, ha disminuido algo la distracción escénica, haciendo que el coro no esté siempre presente, reduciendo así la abundancia de diferentes planos de acción dramática y permitiendo mayor concentración en las voces y en la línea narrativa principal.

Ya critiqué en su momento el hecho de que se hiciese cantar a Nemorino el esperado momento de Una furtiva lagrima subido al tejado del chiringuito, pues no tiene dramáticamente nada que aportar y no es la mejor ubicación para proyectar una voz, especialmente si, como ocurrió ayer, ésta no corre especialmente bien. Y ello sin contar con que la generosa envergadura del tenor hacía temer por la resistencia del tejado y que el pobre Nemorino acabase formando parte del expositor de helados. Al menos en esta ocasión sí se ha evitado, respecto a 2011, que Adina esté presente en escena deambulando mientras Nemorino canta su melancólica aria, y ya sólo aparece cuando ha finalizado.

Pese a todos esos aspectos que, para un tiquismiquis profesional como es servidor, considero que deben cuestionarse, insisto en que el balance global ha de calificarse de positivo, debiendo resaltarse la frescura, viveza y chispa que aporta a una historia bastante boba, y, sobre todo, merece un especial reconocimiento el gran trabajo de dirección de actores y movimiento escénico que presenta, y que tan excelente respuesta obtuvo por parte de los intérpretes, tanto coro, como figurantes y solistas.

En el apartado musical una gozosa novedad es que ocupaba el foso de Les Arts una mujer, la canadiense Keri Lynn-Wilson de quien estos días los medios especializados no se han privado de resaltar casi más su condición de “esposa de” (en este caso de Peter Gelb, mandamás del neoyorquino MET) que sus posibles méritos como directora en un ámbito, uno más, tan masculinizado. La verdad es que no tuvo una actuación especialmente relevante. Condujo Lynn-Wilson a la Orquestra de la Comunitat Valenciana con gran atención a lo que ocurría en escena y se cantó toda la ópera de principio a fin. Su labor fue muy voluntariosa y correcta en términos generales, aunque hubo algunos cambios de tempo que no parecían muy coherentes y que provocaron algunos desajustes entre cantantes y foso que no siempre fue capaz de controlar. También se le fue en algún momento de las manos el énfasis orquestal, perjudicando la escucha de las voces de menor envergadura. El resultado global no fue malo, pero se echó de menos una batuta más refinada y menos mecánica, capaz de extraer mayores matices.

Esta producción constituye una excepcional piedra de toque para corroborar la extraordinaria capacidad dramática de nuestro Cor de la Generalitat que supo responder con empeño sobresaliente a los exigentes y permanentes requerimientos escénicos concebidos por Michieletto, inmersión en la espuma incluida. En el apartado vocal quizás hubo menos rotundidad que en otras ocasiones, posiblemente también como daño colateral de ese trabajo escénico, aunque sí debe destacarse la extraordinaria intervención de las féminas en toda la escena del segundo acto con Gianetta y durante la fiesta de la espuma.

Hace ya tiempo que vengo comentando a quien quiere tener la paciencia de escucharme que no entiendo por qué no se está dando más presencia en este teatro a algunas voces salidas del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo en sus primeras promociones, afincadas en Valencia y de gran calidad. Y una de ellas es Ilona Mataradze, quien ayer fue capaz de solventar el complicado papel de Adina con unos resultados magníficos. Mostró Mataradze rebosante musicalidad y refinamiento y un enorme desparpajo escénico. Su bonito timbre de lírico ligera corrió luminoso por la sala, atacó y colocó los agudos con valentía y limpieza e hizo frente a las agilidades del segundo acto con profesionalidad. Tuvo detalles de muy buen gusto, como en Prendi per me sei libero, donde supo regular y usar adecuadamente las medias voces y, en general, cuidó el fraseo con elegante legato. A sus buenas prestaciones vocales hay que añadir además una impecable actuación en escena, todo lo cual la convirtió en la triunfadora de la noche.

Bastante menos me convenció el Nemorino del tenor William Davenport. Lo más llamativo del cantante norteamericano es una atractiva emisión natural que se mueve con facilidad por el registro agudo y que hace inevitable pensar en un pavarottino, pero pocas más semejanzas se pueden hacer sin incurrir en blasfemia. Su principal problema es la falta de homogeneidad en los registros y el escaso empaque de una voz que mostraba problemas de proyección. El fraseo fue bastante frío y tan sólo destacó en su momento esperado, esa Furtiva lágrima en la que echó el resto y presentó las mejores credenciales de la noche, sabiendo respirar y ligar las frases como mandan los cánones, aunque a enorme distancia de aquél refinamiento melódico que nos ofreció Ramón Vargas en 2011. Hay que reconocerle que, pese a su abultada envergadura física, se movió en escena adecuadamente cumpliendo sobradamente las exigencias de la regia.

Pero si de recuerdos de 2011 hablamos, quizás quien más complicado lo tenía era el italiano Paolo Bordogna, de quien había que ver si sería capaz de que no añorásemos al carismático y avasallador Dulcamara que compuso en 2011 el uruguayo Erwin Schrott. Y, aunque hizo un dignísimo papel y fue muy aplaudido, desde mi punto de vista no lo logró. Y eso que a mí me había dejado unas estupendas sensaciones aquel mismo año 2011 como Don Magnífico en La Cenerentola. Es verdad que Bordogna se entregó sin reservas en lo actoral, pero era imposible no rememorar a su antecesor que se comía el escenario. En lo vocal, si Schrott no es precisamente el paradigma de la finura, tampoco Bordogna hizo gala de mucho refinamiento vocal. Agudos abiertos y graves justos se compensaban con más efectismo que autenticidad. Pese a todo, se mostro ajustado en estilo, bien en el canto silabato y con algunos detalles con los que supo conectar con el público, mereciendo la aprobación unánime del respetable.

Mattia Olivieri fue un correcto Belcore. Al barítono italiano se le conoce bien en este teatro tras su paso por el Centre Plácido Domingo y su participación como comprimario en numerosas producciones de los últimos años. Su tendencia habitual al histrionismo actoral, curiosamente, estuvo anoche mucho más controlada y su labor en escena fue irreprochable. Posiblemente fue el que presentó un instrumento de mayor volumen que proyectaba con suficiencia, aunque en los extremos de la tesitura mostró mayores problemas y discutible afinación.

No destacó especialmente Caterina di Tonno en el breve papel de Gianetta, pero su labor fue muy correcta en lo vocal y con excelentes y muy exigentes prestaciones en escena.

Ya lo he comentado mil veces, pero sigo cuestionando la obsesión de los responsables de la subtitulación por hacerse los graciosos. Insisto en que pienso que se deberían limitar a traducir simplemente lo que se dice y que no hay necesidad de transformar los escudos y ducados del libreto por euros, y mucho menos de convertir el vino de Burdeos en de Utiel-Requena, en un guiño pueblerino de primera división.

Lo mejor de la noche fue ver el teatro lleno casi por completo y con numerosa presencia de público joven que pareció pasarlo muy bien. Sin embargo, no aprecié apenas presencia institucional en los palcos, más allá de la consellera de Justicia. Fue muy aplaudido Davenport tras Una furtiva lágrima, pero sobre todo Ilona Mataradze al finalizar el aria Prendi, per me sei libero y la subsiguiente cabaletta Il mio rigor dimentica, donde se produjo una larguísima ovación. Al terminar la función hubo aplausos para todos, incluida la responsable escénica Eleonora Gravagnola, quien casi se estampa de la emoción al corretear con los tacones por la falsa arena playera.

Como ayer hubo quien me preguntó al respecto, quiero dejar constancia aquí de que la Asociación a la que pertenezco, Amics de l’Òpera i de les Arts de la Comunitat Valenciana no se hará cargo esta temporada de dar las charlas previas a las funciones de ópera en Les Arts, por haberlo decidido así la Intendencia del teatro valenciano, que nos ha comunicado que prescinde de nuestra colaboración gratuita, habiendo decidido organizarlas con la colaboración de la Universitat de València. De momento, ayer fue un trabajador de la casa el encargado de hacerlo.

Y hablando de trabajadores de la casa, no estaría de más que encargasen a alguien la revisión y corrección de las publicaciones y textos que lancen al exterior para evitar sonrojantes bochornos como el sufrido por los abonados al recibir los formularios para solicitar la compra preferente de localidades, con una acumulación de erratas difícil de superar.

A quienes todavía no tengáis localidades para disfrutar de esta ópera que supone el chupinazo de inicio de la pretemporada, os animo a que acudáis a Les Arts estos días, el espectáculo vale la pena y será muy interesante también ver el rendimiento de una prometedora cantante como Karen Gardeazábal como Adina en el segundo reparto.