viernes, 26 de febrero de 2016

"AIDA" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 25/02/16

Ayer tuvo lugar en el Palau de les Arts el estreno de la ópera Aida, de Giuseppe Verdi, tras un parón de más de un mes, desde el 23 de enero, lo cual, como ya comenté en mi anterior post, me parece impresentable, sobre todo si el motivo fuese que el Intendente Livermore ha estado en Italia preparando su producción de El barbero de Sevilla para la Ópera de Roma, lo cual significaría que la actividad del Intendente como regista en el exterior podría estar condicionando el calendario del teatro de ópera valenciano.

No sé si se habrá debido al parón livermoriano y las ganas que había de ópera o a la popularidad de Aida, pero el caso es que, si nos atenemos al resultado de taquilla, este parece ser el espectáculo que más expectación ha generado esta temporada, estando todas las entradas agotadas desde hace meses. Yo pensaba que Aida se vendería bien, pero, sinceramente, ni por asomo contaba con semejante éxito de venta, sobre todo teniendo en cuenta que es una producción que ya se ha visto aquí y que tampoco cuenta en su reparto con figuras de especial renombre. Por aquí han pasado óperas que suelen arrastrar más público, como Bohème, Traviata, Tosca, Turandot…, que también han tenido una excelente respuesta de taquilla, pero no han llegado a agotar las localidades con tanta antelación.

La lástima es que esa excelente respuesta del público ante Aida no ha venido acompañada, a mi juicio, de un éxito artístico proporcional. Y el caso es que, en conjunto, yo me lo pasé bien, pero creo que la ocasión merecía un nivel superior, especialmente en el apartado vocal.

Esta coproducción del Palau de les Arts con la Royal Opera House Covent Garden de Londres y la Den Norske Opera & Ballet de Oslo, se pudo ver ya aquí en 2010. La dirección escénica, concebida por el escocés Sir David McVicar, ha sido encomendada en esta reposición a Allex Aguilera. Cuando se presentó la temporada, el Intendente Livermore dijo que esta vez íbamos a ver la versión íntegra, ya que en  la versión ofrecida en Valencia en 2010 se habían suprimido algunas cosas respecto al estreno londinense, añadiendo Livermore que ahora podríamos captar toda la profundidad de la puesta en escena de McVicar. Después de lo visto anoche, os juro por Torrebruno que yo no me percaté de más diferencia que la aparición de unos cadáveres momificados colgando del techo en la escena del desfile triunfal. Lo que no quiere decir que no hubiese más, pero a mí no me llamó la atención nada más. Bien es verdad que ni en 2010 ni anoche la propuesta me dejó un especial poso.

Pienso, igual que dije entonces, que estamos ante una puesta en escena más bien fea, muy oscura (para variar) y que, pese a la mutación espacio temporal que realiza, tampoco creo que aporte nada nuevo ni especialmente transgresor; pero reconozco que puntualmente tiene fuerza visual y dramática y, sobre todo, no me resultó molesta. Posiblemente si hubieran empezado a desfilar egipcios con camello me hubiera hastiado más.

Se ha insistido mucho en que se ha querido huir del aspecto más tópico y zefirelliano de las Aida con pirámides y elefantes, para trasladarnos a un espacio y tiempo indeterminados donde se entremezclan elementos de distintas civilizaciones guerreras y donde el componente religioso, la violencia y los sacrificios rituales han jugado un importante papel. Así encontramos guerreros samurái, druidas, mayas, incas o bereberes. Pero, más allá de esa sustitución del Egipto faraónico por lo que en muchos momentos parece un carnaval de barrio, tampoco se aporta mucho más. No deja de primarse el espectáculo puramente visual (sobre todo en los dos primeros actos), mientras que en los momentos más intimistas no aprecié ninguna lectura especialmente original ni profundización en las emociones o rasgos psicológicos de los personajes.

En esta ocasión, respecto a 2010, me ha dado la impresión de que la dirección de actores y movimientos escénicos, sin que tampoco sean la bomba, han estado algo más trabajados. En el vestuario hay de todo, más para bien que para mal, en mi opinión, aunque sigo sin entender el look espantoso de la pobre Amneris. Y la escenografía es bastante simple, con el escenario dominado por un gran andamiaje central giratorio, muy feo, que siempre nos da la impresión de estar viendo a un grupo de chalados disfrazados en un almacén abandonado de un polígono industrial.

Insisto en que, pese a todo, la propuesta escénica no me pareció ni mucho menos lo peor de la noche e incluso creo que la música y el texto fluyeron con cierta comodidad entre las ocurrencias de Sir David McVicar.

El valenciano Ramón Tebar causó muy buena impresión en la función de Nabucco que dirigió la temporada pasada poco después de haber sido designado principal director invitado de Les Arts. Anoche fue el gran triunfador de la velada, si al aplausómetro nos remitimos. Y yo creo que hizo una meritoria labor, aunque también hubo cosas que me gustaron menos.

Pese a algún pequeño desajuste en el preludio, ya apuntó en estas notas iniciales algunos trazos de extrema sensibilidad que se repetirían en otros muchos momentos. Remarcó los contrastes de la partitura con habilidad, extrayendo de la orquesta todo su potencial para brillar en los numerosos pianísimos que pueblan esta genial página verdiana, deleitándose en estos momentos más líricos con un importante alargamiento de los tempi, y conduciendo con nervio y pulso firme en los pasajes más heroicos.

Dirigió con gesto claro y preciso, manejó las dinámicas con acierto y concertó con inteligencia los difíciles pasajes del segundo acto. ¿Cuál fue el problema entonces?, pues que, en mi modesta opinión, al conjunto le faltó emoción, alma. Me dio la impresión de que la orquesta presentó menor homogeneidad y mayores desequilibrios que en otras ocasiones, careció de continuidad en la exposición, y la ralentización de los tiempos más de una vez llevó aparejada una caída de la tensión dramática. Maazel era el rey de la cámara lenta, su Aida seguro que duró un cuarto de hora más, pero era un genio para llevar la situación al límite sin que la construcción dramático musical se desplomase.

En la Orquestra de la Comunitat Valenciana hay que empezar por destacar a los metales. La colocación de las trompetas en el quinto piso durante la marcha triunfal consiguió un efecto impactante que se resolvió satisfactoriamente en cuanto a la difícil concertación del conjunto y con excelso virtuosismo en la ejecución. La cuerda grave, contrabajos, chelos y violas, tuvieron también una noche inspiradísima, al igual que Tamás Massànyi al clarinete y Pierre Antoine Escoffier al oboe. Conmovedora resultó también la última intervención del concertino en unas notas finales sublimes.

El Cor de la Generalitat volvió a resultar deslumbrante, más allá de alguna puntual entrada en falso, y merece más que nunca todos mis elogios, porque creo que debe valorarse especialmente que cumpliese su cometido con la excelencia a la que nos tiene acostumbrados pese a tener que hacer frente a la contundencia orquestal de los momentos triunfales, o en los internos, con un número de componentes muy inferior al que sería deseable. Si seguimos sin dotar al coro de los refuerzos que precisa en determinadas óperas, acabarán por echar a perder uno de los principales valores de este teatro. Luego encima habrá quien vuelva a decirnos que este coro sólo sabe cantar en forte. Ayer demostró que no es cierto, pero es que además si les dejamos en cuadro y les exigimos apianar, también habrá quien diga que ya no suena tan contundente como antaño.

En el apartado solista es donde más carencias encontré. En 2010, la protagonista femenina que nos chupamos en las funciones dirigidas por Lorin Maazel fue una de las peores cantantes que han pasado por Valencia, Indra Thomas; así que mejorar el recuerdo no era complicado. La encargada de asumir el papel de Aida en el estreno anoche, tras caer del cartel Oksana Dyka “por indisponibilidad” (sic) no explicada, ha sido la uruguaya Maria José Siri, quien, por supuesto, mejoró las prestaciones de Thomas, pero me dejó seriamente preocupado.

Hace apenas un año que tuvimos ocasión de escucharla en Les Arts como Manon Lescaut, así que no ha transcurrido tanto tiempo como para que su voz haya experimentado un cambio radical. Sin embargo, su registro agudo anoche se mostró destemplado, cercano al chillido y, lo peor de todo, presentando un vibrato casi tambaleante propio de voces seniles. Ignoro si será un problema puntual o es el alarmante resultado de venir asumiendo roles de mayor peso de lo que su voz, de lírica pura, aconseja. En su haber se han de anotar sus buenas intenciones toda la noche, regulando, matizando, intentando apianar, con más fortuna unas veces que otras, y ofreciendo en O patria mia sus mejores momentos.

El tenor Rafael Dávila, a quien también vimos en Manon Lescaut como Des Grieux, tampoco es un tenor spinto, es un tenor lírico discreto, con una franja alta en la que muestra poderío en los agudos, algunos de ellos luminosos, pero sus graves y centro carecen totalmente de brillo y sonoridad. Su fraseo es insulso, desganado y tosco, y menos verdiano que el cuac cuac de un pato de los Urales. Se escapó de la orquesta dos o tres veces. Su dicción posiblemente fuese la mejor del trío protagonista, pero tiene el problema que rajoyea, o sea arrastra un poquito las eshes. Su versión peculiar de Celeste Aida hizo irreconocible por momentos el aria, intentó apianar pero casi mejor que no lo hiciese; en su dúo con Amneris pareció que estuviera ausente y en el dúo final llegó incluso a desafinar. Y como actor, el pobrecico mío, es muy malo.

Marina Prudenskaya tampoco me convenció como Amneris. Se mostró muchísimo más solvente en el registro agudo que en los graves, donde la voz perdía color y devenía mate, inaudible y ojetera. Su dicción resultaba ininteligible y transmitió una frialdad absolutamente impropia del personaje. Su mejor momento fue la escena del juicio, único instante de la noche en que consiguió encender una chispa de emoción.

Gabriele Viviani fue un Amonasro vociferante y brutote, con falta de contundencia en la zona grave, pero, sin ser tampoco el baluarte de las esencias verdianas, defendió el personaje con dignidad y, tanto en Quest’assisa como en Non sei mia figlia echó el resto y mostró el tono requerido.

Voces más bien feas, pero cumplidoras en general, presentaron Alejandro López, como el Rey, y Riccardo Zanellato como Ramfis, quien tuvo su mejor momento en la escena interna del juicio. Bien Federica Alfano en su breve intervención, también interna, como Sacerdotisa; y destacado el Mensajero de Fabián Lara.

Uno de los grandes protagonistas de la noche fue el Ballet de la Generalitat, cuyos componentes merecen un enorme aplauso, pues, más allá de la polémica entre rijosos y pacatos acerca de que mostrasen las tetas, tuvieron un excelente rendimiento, muy meritorio por la enorme exigencia escénica que se les ha requerido.

Ojalá todas las noches el recinto operístico de nuestra ciudad pudiese verse como ayer. Lleno completo, con bastante gente joven. Y nutridos aplausos al final para todos los participantes que fueron especialmente efusivos para Ramón Tebar y la orquesta. También hubo presencia institucional, con el Alcalde Joan Ribó y el Secretario Autonómico de Cultura, Albert Girona, entre otras personalidades… Estaba hasta el Intendente Livermore que se ve que ya ha acabado su barbero romano. Ah, y una vez más volvió a honrarnos con su presencia el internacionalmente conocido coro de carrasperos y tísicos terminales del Bajo Aragón, que toda la noche acompañó a destiempo y con saña los momentos más intimistas de la partitura, exhibiéndose especialmente en el primer tercio del acto tercero, donde marcaron un precioso contrapunto gargajoso que sepultó entre flemas todo el lirismo de Verdi sin piedad.

Ya dije al comienzo que, pese a que pueda poner de manifiesto cosas que no me gustaron tanto, yo pasé una noche muy agradable. Aunque si me preguntaseis qué es lo que más me gustó de Aida, os diré que el Encuentro que tuvo lugar dos días antes en el Aula Magistral con Allex Aguilera y Ramón Tebar, hablando de esta producción, y donde el director musical, mostrando también sus dotes como pianista, ilustró algunas ideas interesantísimas sobre esta obra. La pena fue que sólo lo disfrutásemos unas 30 personas. Pero claro, Les Arts lo anunció a sus abonados y en el programa de Aida, apenas unas horas antes de su comienzo.

Esperemos que un día de estos Livermore se centre en Les Arts y se empiecen a enderezar muchas cosas.


25 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Dicese de la emisión vocal que parece provenir del mismo ojete.

      Eliminar
  2. Me encanta el palabro "rajoyea", jajajaja.
    Aún no he visto esta Aída, los comentarios que he escuchado de gente con la que suelo coincidir van por los mismos derroteros que este tuyo, Atticus; y ya estoy un poco "acojonao", pero en fin...,ya diré algo tras la función

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Quedamos pues a la espera de tus impresiones.
      Un saludo

      Eliminar
  3. Completamente de acuerdo, las voces de los solistas muy pobres y frías como el témpano. Ni gota de emoción.
    Orquesta y Coro extraordinarios.
    Un abrazo.
    Eduardo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me alegra ver que alguien piensa lo mismo que yo respecto a las voces, porque leyendo críticas de medios de prensa veo que parece que hayan cantado Bergonzi y Tebaldi por lo menos..
      un abrazo

      Eliminar
  4. ¡Excelente crítica!
    Me alegra ver en la ópera bastante gente joven, así no me siento el único... Hay buena afición y admiración al Palau entre la gente joven y en especial los estudiantes de música.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ese es el objetivo de muchos entre los que me incluyo, que la afición a la ópera entre el público joven pueda ir consolidándose.
      Gracias por tu comentario.

      Eliminar
  5. ayer domingo fue un verdadero escándalo...que manera de toser!!! será por los días de frío que estamos pasando?
    no sé qué pensaría de la velada Fabio Biondi (sentado en uno de los palcos)

    ResponderEliminar
  6. En la puerta de ambos Palaus deberían dar comprimidos de CODEISÁN; lo que pasa en Valencia con los ruiditos, las toses, los caramelos, los móviles etc. es una vergüenza; el viernes sonó un móvil en el Palau de la Música, y mira que avisan; hay especialistas en toser fuertemente en los momentos más íntimos y líricos, o en un solo; y los hay que esperan a que lleguen esos momentos para desenvolver lentamente un caramelo.Podría hacer una tesis sobre el tema
    A ver qué me encuentro el miércoles.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Te encontrarás toses, no lo dudes, y algún móvil.
      Yo pediría a Les Arts, aunque la culpa no es suya porque avisan sino del público maleducado, que repitiesen el aviso a apagar los móviles tras el descanso cuando se apaguen las luces.

      Eliminar
  7. Gracias nuevamente por la esclarecedora reseña, aunque creo que con Lucrecia García mejorarán mucho las cosas. Lejos quedan aquellas funciones en la que se encargó de una breve parte en Mefistofele. Pude verle debutando Turandot y fue la misma sorpresa que cuando hizo Odabella en la Scala, siempre va a más. Les Arts también podría aprender de la Semperoper de Dresden y poner urnas con caramelitos fáciles de abrir parabla gente tísica que acude al teatro.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Veremos si Lucrecia García cumple las expectativas. Hace tiempo que se tienen puestas muchas esperanzas en ella como soprano verdiana, y es muy joven...
      Si Les Arts se fijase un poco en cómo se mima al público en otros teatros la cosa nos iría bastante mejor a todos.

      Eliminar
  8. Ayer 2 de marzo asistí a la representación de Aida. No voy a malgastar mi tiempo en desgranar la representación. Fue, sin duda, el espectáculo más bochornoso al que he asistido en el Palau. Aburrido, falto de tensión, no hay por dónde cogerlo. Y no salvo a nadie ni a nada.
    Esto no se lo merece ni el Palau ni su público.
    Si el intendente tuviera un poco de vergüenza, ya habría dimitido.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Caramba Lluis, como no estuve ayer no puedo darte mi opinión. El estreno no me dejó contento, pero tampoco mis impresiones fueron tan malas.
      Esperemos que con lo que queda de temporada se eleve el listón de la calidad aunque las obras sean menos populares.

      Eliminar
    2. Amigo Atticus,
      Yo no puedo opinar del estreno porque no estuve. Pero, en mi vida, he escuchado/asistido/visto una Aida más deplorable que ésta. El Palau ha tenido sesiones extraordinarias, buenas y pasables, pero esto no llega al mínimo exigible. Esperemos que esto no sea el principio del fin.
      Saludos

      Eliminar
  9. Ayer asistí a Aida. Y la primera sorpresa desagradable fue el anuncio de que no cantaba Lucrecia García, así, sin más explicación: en todos los teatros del mundo hay sustituciones de última hora, pero en este nuestro..., suena ya a tomadura de pelo, a anunciar repartos que realmente no están cerrados; en fin, a aguantar...
    Y tras haber leído a Atticus y oído comentarios sobre el estreno iba con pocas espectativas. Coincido en esencia con lo escrito aquí, aunque no con la rotundidad de lo dicho por Lluis. Creo que orquesta y coro estuvieron magníficos; los cantantes flojos todos, especialmente Rafael Dávila (destrozó "Celeste Aida", tanto que era casi irreconocible) y Marina Prudenskaya, que hasta desafinó en el segundo acto o era inaudible cuando tenía que utilizar la franja grave y media de la voz; la Siri, sin convencerme mucho, creo que estuvo pasable,sobre todo en el 3º y 4º actos; quizás me la esperaba tan mala que...
    Y de la propuesta escénica ¿qué decir? ¿No se puede hacer una ópera, situada en un tiempo determinado, sin inventar sinsentidos? Sacerdotes japoneses, samurais que encima gritan o patean el suelo molestando la audición musical, un tono negro y tétrico en los 4 actos, cuando la música y la historia piden otra cosa en los 2 primeros, en contraste claro con el 3º y 4º donde sí hay dolor y oscuridad. El ballet, con más pena que gloria, y también con grititos.
    No hace falta poner esfinges y pirámides para tener referencias a Egipto, se puede ser sutil, pero respetuoso con el espíritu de la obra. Recuerdo la producción de Madame Butterfly de hace unos años, minimalista, sin un biombo o un abanico japonés, ni falta que hacía. Y recuerdo con horror los exteriores de la Arena de Verona un verano: dentro se representaba otra ópera esa noche; toda la escenografía de Aida, tan grande que no cabía en ningún sitio, estaba en la calle, rodeando el anfiteatro: trozos de falla de 7ª categoría que invitaban a salir corriendo, cualquier cosa salvo querer ver todo aquello en la función del día siguiente.
    Y ¿habéis leído la crítica que apareció en Las Provincias (Manuel Molines)?: casi todo fue maravilloso, rozando la excelencia. ¡Alucino!
    Por supuesto sonó un móvil y hubo un segundo coro toda la noche, sobre todo en los momentos más íntimos, el de las toses famosas, muchas de ellas forzadas; creo que el personal se aburre si no hay una música o un canto a todo volumen y claro, a toser, a desenvolver caramelos, a abrir y cerrar bolsos...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. En esta ocasión he encontrado una gran diferencia entre mis impresiones y las críticas de los medios de prensa, que por lo general parece que quedaron más que contentos con el nivel de los solistas.
      Veremos si canta finalmente Lucrecia García las últimas funciones. Y veremos si canta Dávila que parece que estaba tocado el último día.
      Gracias por tu comentario con el que, lamentablemente, coincido bastante.

      Eliminar
    2. Juan y Artticus, asistí el día 28 y sucedió exactamente cómo ambos lo habéis relatado. Había invitado a mi familia e íbamos con toda la ilusión... Salimos decepcionados y un poco desconcertados. En Nabucco la temporada pasada había momentos de saltar las lágrimas de emoción. En Macbeth, admiración. En Aida sentí en algunos de vergüenza ajena... La próxima temporada... Quien sabe!

      Eliminar
  10. Asistí a la representación del día 9.
    En el primer acto, el coro de tísicos estuvo francamente preciso. Un animado cotorreo que, en el momento en que empezó a oírse la orquesta, se convirtió en un evocador ambiente de noche de verano en alguna urbanización, con ladridos acompasados en alguna especie de ritual. Toses en vez de ladridos.
    En los otros arranques ya el cotorreo se solapó sin complejos con la música. Eso sí, cuando cotorrean no tosen.
    Tuve la desgracia de ir a parar a la última fila de platea alta. La señora a mi derecha tosía, la de la izquierda también, dos de delante también. Otra, sentada dos filas delante seguía mandando mensajes ya con la música sonando. En cada pausa hizo lo mismo, hasta pude ver como dudaba entre varios emoticonos para enviar. Otras dos echaron mano de la sonora bolsita de caramelos. Entré en un estado de enfado resignado.
    En mi misma fila, hacia el centro, un caballero usaba la luz de la pantalla para leer el programa mientras otro, a mi derecha en la zona de palcos sacaba una foto con flash.
    En una pausa a oscuras, otro caballero usó la función linterna de su móvil para leer algo.
    La señora de las dos filas delante bebía de una botella mientras su acompañante comía rosquillas; en el escenario alguien estaba cantando.
    Otro caballero en la misma fila llevaba una pulsera de actividad que se iluminaba cada vez que el hombre movía el brazo.
    Otra vez foto con flash en la zona de palcos mientras dos tísicos alcanzan la perfección al acompasarse desde los extremos de la sala.
    A alguien de la zona de palcos se le cayó dos veces algún objeto al suelo, y no en silencio.
    Toses y otra foto con flash y muchos aplausos. Caras de satisfacción.
    No hablo de jovenzuelos maleducados. Hablo de personas maleducadas con una media de edad de unos setenta años.
    En cuanto a la opera, releo hoy la crítica de Atticus y coincido íntegramente en lo comentado.
    He de decir que tardé bastante en centrarme en ella, sea por el coro de maleducados o por la falta de emoción. También que tiene partes muy meritorias, aunque no me hayan gustado las coreografías en general ni las patadas, los gritos o el enfoque hacia las artes marciales. Pero va claramente a más hasta el final.
    Que no me gusten ciertas partes a mí no significa que no les puedan gustar a otros. Así que no llego a calificar de bochornoso nada ni pido dimisiones en bloque.
    La ópera es cara. Para mover una temporada de ópera hace falta mucho dinero. Digo estas dos obviedades porque ayer asistí a una función con grandes profesionales en un gran teatro sin patrocinadores suficientes, sin subvenciones adecuadas y, consecuentemente con presupuestos menguantes.
    Está bien añorar a Maazel, pero recuerdo que ya se decía que cobraba demasiado. La función de ayer hubiera mejorado con cantantes de primer nivel mundial. Lástima que no canten gratis.
    Al finalizar la charla de presentación pregunté por ti, Atticus, para saludarte y agradecerte personalmente este blog, pero me dijeron que no estabas. Otra vez será.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo di la charla del día 5, pero a esta última función no pude ir. Espero que podamos coincidir pronto y me encantará saludarte.
      Me parece divertidísima la primera parte de tu relato, aunque imagino que lo pasaste fatal. Lamentablemente, es lo habitual.
      Y coincido en gran parte con las reflexiones que haces al final, aunque sí me gustaría hacer una precisión. Con Helga también se han vivido los últimos años con presupuestos muy justos y en materia de jóvenes cantantes era rara la ocasión (Indra Thomas fue una espantosa excepción) en que no sorprendieran por su alta calidad. Sin embargo las últimas temporadas el nivel de los cantantes ha caído en picado y no creo que Amber Wagner, por ejemplo, cobrase mucho más que Lucrecia García o María José Siri.
      Un abrazo y gracias por tu comentario.

      Eliminar
    2. Tras el interesante comentario de Juan no puedo evitar intervenir dando mi opinión sobre este asunto siempre recurrente en el blog. Mi teoría es que los que tosen lo hacen porque se aburren. Yo no diría que son maleducados por mucho que sus toses nos fastidien tanto.En realidad son malos aficionados o ni tan siqiera eso, van a la ópera a pasar el rato o por otros motivos. Y digo esto porque he comprobado que casi nunca se oyen toses en los momentos más conocidos de las óperas más populares. En estos momentos todo el mundo en el teatro está concentrado y recogiendo su dosis de emoción. Luego desconectan de lo que pasa en el escenario y se aburren. Y entonces es muy fácil que aparezacan las toses, los caramelos, los móviles, los cuchicheos... No se puede evitar, pagan su entrada y de alguna manera contribuyen a que los que no tosemos podamos disfrutar de un espectáculo inigualable a un precio más asequible.

      Eliminar
    3. Pienso que en gran parte tienes razón. Es verdad que cuando la emoción en la sala es generalizada el nivel de toses y ruidos disminuye, pero la mala educación o el poco interés hacia lo que pueda molestar a los demás sigue estando demasiado presente, suene Schoenberg o Puccini.

      Eliminar
  11. Creo que en este blog sólo se habla de ópera, pero ayer asistí al concierto Abbado-Biondi y no me resisto a dar una opinión rápida. Atticus, "el jefe" ya dirá si es o no procedente.

    07/04/2016: Abbado-Biondi.
    "El sabor decadente de principios del siglo XX" ¿De quién es la frase? Porque el concierto ha ido de un Mozart dirigido por Biondi con algo más de fuerza de la que él acostumbra, aunque sin llegar a sacar todo el brillo del que es capaz la orquesta y con más de un desajuste entre secciones; después una 5ª de Beethoven magnífica, que demuestra que Abbado está a la altura; y un final extraño, fuera de contexto tanto temático como cronológica, de una obra barroca versionada en el siglo XX con más errores que aciertos, dirigida por Abbado sin, al parecer, muchas ganas, e interpretada como solista por un Biondi que incluso desafinó. Sólo se entiende este final, al contrario de lo que dice el artículo previo publicado en Valencia Plaza, como un canto al EGO de ambos, que juntos saludan y se muestran encantados de conocerse. ¿Fue idea suya o de Livermore para justifiicar esta bicefalia?
    Veremos que nos ofrece Biondi con Idomeneo, obra de argumento endeble donde los haya, que sólo se sostiene y aguanta con interpretaciones musicales y vocales excelentes.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tu crónica es más que procedente. Si pudiera disponer de mas tiempo yo deberia haber hecho la mia y te aseguro que no sería muy diferente. A Biondi le vi poco implicado casi pasota dirigiendo a una orquesta a la que todavia no le ha extraído todo el potencial. Su labor concertante fue correcta pero sin alma.
      Abbado por el contrario me sorprendió con una 5a espectacular, apasionada, matizada, ajustadisima y donde, al igual que hiciera hace unos meses dirigiendo la Sinfonia Fantastica, la orquesta deslumbró solo que en esta ocasion ademas con un mayor control desde el podio. Abbado me convence cada vez mas y a Biondi se le espera. Como dices tú, en Idomeneo se verá.

      Eliminar