lunes, 31 de octubre de 2016

"EL GATO MONTÉS" (Manuel Penella) - Palau de les Arts - 30/10/16


Ayer tuvo lugar el estreno de la segunda de las propuestas operísticas de la pretemporada en el Palau de les Arts, la ópera del valenciano Manuel Penella El gato montés. Parece que el motivo de programar esta ópera va doblemente encaminado a cubrir el cupo anual de autor valenciano y a conmemorar el centenario del estreno absoluto de la misma en el Teatro Principal de Valencia.

Es esta una ópera bastante poco representada y de la que únicamente su celebérrimo pasodoble ha alcanzado notoriedad, siendo el único fragmento, junto al dúo del segundo acto, conocido por el gran público. Yo siempre he mantenido la teoría de que, en la inmensa mayoría de las ocasiones, cuando un título operístico ha permanecido casi en el olvido, por algo será. Reconozco que la opinión que voy a dar a continuación no es más que la mía, cargada de subjetividad y posiblemente de ignorancia, con el único fundamento de mis sensaciones, como no puede ser de otra manera tratándose de un blog personal y no de la crítica oficial de un medio especializado, algo que mucha gente parece olvidar a veces. Bueno, todo esto sirva como introducción para decir que a mí, El gato montés, con todos los respetos, me parece un pestiño colosal.

Es verdad que hay momentos musicales aislados más inspirados, sobre todo en el segundo y tercer acto y principalmente en la vertiente orquestal, con reminiscencias de aires puccinianos; pero no le encuentro coherencia y homogeneidad a un conjunto que, básicamente, me parece monótono y muy aburrido. A ello contribuye decisivamente un famélico libreto que mezcla los aires de sainete con una tragedia desaforada que roza lo esperpéntico, alargando la acción innecesariamente cuando en un acto podría haberse ventilado fácilmente; todo lo cual hace que la construcción dramática se tambalee desde el minuto uno. Ese necrofílico tercer acto sobra entero y el primero es excesivamente largo. Apenas dos horas de ópera se me hicieron más pesadas que un Götterdämerung mal ejecutado. Yo no pude evitar la sensación de estar asistiendo a un esbozo de zarzuela con ínfulas de ópera verista, un quiero pero no puedo sin acabar de decidir el rumbo a seguir.

Y el caso es que el sopor me llegó pese a encontrarnos con una meritoria puesta en escena, unas buenas prestaciones musicales y un reparto vocal equilibrado y con calidad.

La producción presentada del Teatro de la Zarzuela es la que pudo verse en Madrid en 2012, con dirección escénica de José Carlos Plaza, escenografía e iluminación de Paco Leal, vestuario de Pedro Moreno y coreografía de Cristina Hoyos. El principal activo de la propuesta radica en el gran trabajo de dramaturgia construido por José Carlos Plaza, un hombre de teatro que deja su impronta con un sentido del drama excelente, traducido en una cuidada labor de movimiento escénico y la acentuación de los rasgos psicológicos de los personajes mediante un más que relevante trabajo de dirección actoral.

Plaza opta por resaltar la visión más oscura y trágica del drama, haciendo especial énfasis en la violencia hacia la mujer y la marginación e injusticia social. Pilares básicos de la propuesta son el vestuario de Pedro Moreno y la iluminación de Paco Leal, esta última muy eficaz en la potenciación dramática, pero, una vez más, abusando del tenebrismo y haciendo que muchos detalles se pierdan para el espectador en medio de una oscuridad excesiva que además rechina ante las alusiones del libreto al sol y la luz de Sevilla.

La escenografía es prácticamente inexistente y los intérpretes se desenvolverán la mayor parte del tiempo en un escenario casi vacío, lo que originará que cada vez que se muevan por la zona trasera del mismo las voces no se proyecten correctamente hacia la sala. Entre los pocos elementos escenográficos que aparecen me pareció espantoso el gigantesco espejo dorado con motivos religioso-taurinos.

A mi juicio, la siempre complicada escena de la corrida, con perdón, está resuelta con gran inteligencia y sentido plástico, ofreciendo posiblemente el instante más atractivo visualmente de la propuesta, si bien sobran los exagerados y poco taurinos revoloteos de capote y muleta.

Absolutamente charlotesco o de Benny Hill resulta el momento en que llevan al torero en camilla a la velocidad de la luz con grave riesgo de acabar todos por los suelos. Incluso pienso que Rafaelillo no muere en esta producción por la cornada, sino del susto que pasa en la camilla.

En lo musical, ocupaba esta vez el foso de Les Arts al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, Óliver Díaz, quien también fuese el encargado de la dirección musical de esta producción en el Teatro de la Zarzuela en 2012. El director ovetense ofreció una lectura ágil y fresca de la partitura, con gran atención a lo que pasaba en escena, marcando todas las entradas y obteniendo un resultado bastante satisfactorio ante una página con momentos bellos pero poco propicia para exhibición de matices. Aún así mostro buen gusto y refinamiento en el tramo final del primer acto y en el tercero, instantes en los que la orquesta brilló especialmente. Sí eché en falta, como tantas veces en este foso, un mayor control del volumen orquestal que dejó inaudibles a las voces en más de una ocasión.

Destacadas intervenciones en la orquesta de los violonchelos, con un solo en el tercer acto a cargo de Guiorgui Anichenko de los de chuparse los dedos. También merece destacarse a Christopher Bouwmann al oboe y a Rubén Marqués a la trompeta, y en general a todos los metales. Excelente igualmente la banda interna en el pasodoble.

El Cor de la Generalitat volvió a ofrecernos su mejor cara en una obra que no presenta tampoco demasiados momentos para el lucimiento, pero que sí contiene exigencias vocales y escénicas que solventaron, una vez más, con sobresalientes prestaciones. Especialmente destacable me pareció su escena junto al Gato montés del primer acto, uno de los momentos más emocionantes de la noche.

Muy bien estuvieron también los niños de la Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats, que tan buen sabor nos dejaron en A midsummer night’s dream, y que cumplieron con  nota alta en su breve intervención.

En el papel femenino protagonista de Soleá, la soprano jerezana Maribel Ortega presentó una voz grande, homogénea en todos los registros, con buena línea de canto, un fraseo muy cuidado y poderío en la zona aguda, con mordiente, con un centro bellísimo aunque poco reforzado y unos graves endebles. Me habían hablado hace tiempo de esta cantante que está afrontando roles de enjundia por otros teatros, como Abigaille o Lady Macbeth, lo cual, a tenor de lo escuchado ayer, me parece una apuesta bastante arriesgada, pues se percibe un instrumento sin suficiente peso, a priori, para afrontar papeles de soprano dramática que podrían malograr un instrumento ciertamente interesante. En cualquier caso, la voz se ajusta al personaje de Soleá que defendió con entrega escénica y suficiencia vocal, aunque tuviese más de un despiste de coordinación con la orquesta.

El papel del torero Rafael fue interpretado por el mismo cantante que lo asumió ya en 2012 en Madrid cuando se presentó esta misma producción en el Teatro de la Zarzuela, el joven tenor vasco Andeka Gorrotxategi. Mostró facilidad para moverse en la zona aguda y no le faltó valentía para afrontar los no pocos escollos que presenta el rol. La voz no siempre corría bien por la sala, abusando de engolamientos en un instrumento de timbres oscuros que sólo liberaba la emisión en los terrenos más agudos. No es precisamente el joven tenor vasco un ejemplo de expresividad y refinamiento y se echó en falta una actuación actoral más implicada y una mayor variedad de matices vocales. Prácticamente lo canto todo en forte y en más de una ocasión empleó empujones y portamentos que deslucían sus llegadas a los extremos altos de la tesitura.

Muchos más matices aportó el experimentado Àngel Òdena en su encarnación del personaje que da título a la obra, papel que también interpretó en esta misma producción en 2012 en Madrid. El barítono catalán controló bien la emisión de una voz auténticamente baritonal y grande que supo mostrarse imponente cuando había de hacerlo y adornar con regulaciones y medias voces en los momentos más íntimos. Su cuidada expresividad escénica y vocal permitió dibujar claramente todas las facetas del personaje.

No le anduvo a la zaga en calidad vocal y escénica tampoco la valenciana Cristina Faus, como Gitana, en un papel breve que defendió con calidad mayúscula en sus dos intervenciones de los actos primero y tercero.

Muy bien estuvo también Miguel Ángel Zapater como Padre Antón. Algunas de sus últimas citas en el Palau de les Arts habían mostrado signos preocupantes de un declive vocal del que ayer no quedaba rastro. Su implicación escénica y sentido del humor fueron irreprochables.

La veterana Marina Rodríguez-Cusì compuso una más que notable Frasquita, plena de emoción y expresividad, con una voz que, pese a los cambios de color y algún problema mostrado en el agudo, supo manejar ofreciendo intensidad dramática.

Igualmente destacado por su buen hacer escénico y una dicción notable el Hormigón del alumno del Centre Plácido Domingo, Jorge Álvarez.

Cumplieron más que correctamente en sus muy breves intervenciones los miembros del Cor de la Generalitat: Carmen Avivar, Lluís Martínez, Boro Giner, Juan Felipe Durá, José Javier Viudes, Fernando Piqueras, Antonio Gómez, Bonifaci Carrillo y Vicente Antequera; debiendo destacarse el excelente Pastorcillo que cantó Mónica Bueno.

La sala principal del teatro valenciano presentó una buena entrada, aunque con bastantes más huecos que en el pasado L’elisir d’amore. Entre el público se encontraba la actriz Terele Pávez, nieta del compositor. El público se mostró algo frío durante la representación, aunque al final aplaudió generosamente a todos los intervinientes, incluida la dirección escénica, y mostrando la ya conocida tendencia al aplauso en cuanto se empieza a bajar el telón, ya sea para final de acto o cambio de escena, y aunque estén sonando música o voces. El efecto telón en el público valenciano merecería a un Pávlov que lo estudiase científicamente.

En el ensayo general el Intendente Livermore decidió ofrecer la platea a esos taxistas que no deja de mencionar desde que accedió al cargo, alegando que era muy triste que no conociesen lo que se hacía en el Palau de les Arts. A ver si a partir de ahora eso sirve para liberarnos de que siga repitiéndose con este tema más que Gila con sus chistes, pero con menos gracia.

Como decía al comienzo, que yo me aburriese como una ostra es una cuestión meramente personal ante una obra que no consiguió generar mi interés pese a que fue servida con notable calidad. Hubo otra mucha gente que se lo pasó estupendamente, así que, como para gustos colores, nada mejor que cada uno vaya y opine por sí mismo.


12 comentarios:

  1. Muy de acuerdo en todo, pero yo la verdad es que no me aburrí, pero sí es verdad que como ópera me parece absolutamente prescindible, con una selección de dos o tres números, cuatro si me apuras, sobra. Lo que me pareció magnífica es la puesta en escena. No es malo el tenebrismo o la ausencia de elementos si se hace con sentido. En muchos aspectos (no precisamente en el tema de la luz) me recordó a la Carmen de Saura, la diferencia es que en ésta la dirección de actores brillaba por su ausencia y los pocos elementos decorativos iban de lo aséptico a lo horroroso.
    Hubiera sido interesante, como ocurrió en la reposición de El rey que rabió, que la hubieran llevado al Principal, pues fue allí donde se estrenó.

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    1. A mi, a la Carmen de Saura ya sólo me recuerdan cosas como la lectura del Apocalipsis...
      Coincido en que hubiera sido una muy buena idea la representación en el Principal.

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  2. Ho has clavat, Atticus. Per cert, això de l'aniversari és graciós. El gato montés s'estrenà en 1917, però un autor s'equivocà en un llibre i posà 1916. S'ho copiaren altres i ací estem commemorant-ho en 2016. Jo estic content d'haver vist esta òpera amb uns cantants, un cor i una orquestra d'este nivell. Si Maror haguera tingut este tractament hauria agradat. Observa que sempre que hi ha una òpera valenciana programen l'estrena enmig un pont perquè ho tinga més fotut encara. Àngel Òdena em semblà un privilegi. L'escenografia, una pena, perquè tingué alguns detalls encertats, i l'espill gegant de llista de bodes i la màscara de llàgrimes negres eren per traure llàgrimes negres de veritat. Ah, i molt bo el públic també aplaudint quan abaixava el teló translúcid i trencant l'impacte del principi del pasdoble. Si jo fóra cantant faria que m'abaixaren el teló al final de cada ària. Gràcies per dedicar-nos el teu temps.

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    1. Un afegit: ja ho has dit tu, Atticus, però vull remarcar que el concertant del violoncel estigué tan meritòriament executat que féu evident que totes les òperes ens amaguen belleses inesperades.

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    2. Gràcies a tu per compartir les teues opinions.
      És veritat, la màscara de llàgrimes era horrorosa, i, efectivament, si Maror haguera tingut este tractament musical i vocal, el resultat haguera sigut molt diferent

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  3. Permíteme que autocite algo que escribí a propósoto del estreno en La Zarzuela, Atticus:

    "Debo confesar que a mí esta ópera no me gusta. El libreto, escrito por el propio Manuel Penella, me parece muy mediocre, no por tópico (rematadamente tópico: gitanas, bandoleros, toreros, curas…) sino por la escasísima entidad de los personajes y lo mal trabado de la acción. A la música no le encuentro especial interés: hay melodías muy hermosas pero se echan de menos atmósfera, garra dramática y convicción. Y para tratarse de una obra estrenada en 1916 el olor a rancio resulta intenso. Me parece estupendo que títulos como este se lleven a escena, porque hay gente que los demanda y al fin y al cabo de nuestro patrimonio lírico se trata, pero de ahí a rendirse ante la presunta calidad de la ópera española, como pretenden algunos gestores culturales, críticos y musicólogos interesados -a veces económicamente- en el asunto, me parece que media un abismo."

    Como ves, somos unos cuantos lo que compartimos tu opinión sobre este título. Un cordial saludo.

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    1. Pues me dejas más tranquilo, ya no soy el único rarito... jajaja... Desde luego los personajes no están suficientemente bien dibujados y la acción deslavazada y sin tensión dramática. No quiero ni imaginarme esta ópera con una puesta en escena de cartón piedra y unas bajas prestaciones musicales y vocales...
      Un abrazo

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  4. Poco que añadir al relato de Atticus y los comentarios anteriores; a mí también me aburrió soberanamente esta ópera-zarzuela o lo que sea. Hay otras muchas zarzuelas de suficiente calidad musical para ser representadas en cualquier teatro, aunque el autor no sea valenciano.
    Me sorprendió negativamente el terrible zapateado del primer acto, cada tacón iba a la suya, y a lo bravo; no creo que eso fuese culpa de Cristina Hoyos al coreografiar sino de los bailaores al ejecutar, y vaya si lo "ejecutaron". Como ejecución sumarísima fue el movimiento tenebroso y desquiciado del capote y la muleta, peor casi imposible.
    Musicalmente, si dejamos de lado la poca enjundia de la partitura, estuvo aceptable, con ese regalo del chelo magnífico; y por desgracia no me sonó suficientemente bien el pasodoble, uno de los más bellos que se han escrito.
    Vocalmente coincido en que Àngel Òdena estuvo bien, aunque desafinó más de una vez; y me gustó mucho Cristina Faus.
    La representación estaba dedicada a Alfredo Brotons,crítico musical de Levante recientemente fallecido, así aparecía en el miniprograma de mano; pero me faltó una pequeña alocución al inicio de la representación, ya que se había invitado a su familia.

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    1. Me alegra que hayas comentado dos cosas que tenía pensado haber dicho y al final, con las prisas, olvidé.
      La primera es que, efectivamente, Òdena tuvo algunos problemas de afinación, en lo que posiblemente fuese el único 'pero' que se pueda hacer a su formidable actuación.
      Y la segunda es que, tal y como dices, si querían dedicar las funciones al llorado Alfredo Brotons, poco costaba un detalle más allá de la inclusión en el programa, al menos una referencia por megafonía.
      Gracias por compartir tus impresiones, Juan.

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    2. Pues sí; estaba la familia de Alfredo Brotons en un palco, y sé que se quedaron un poco decepcionados; además de que a él no le gustaba nada la zarzuela (aunque a esta se la llame ópera muchas veces). También estaba Terele Pávez, hija de Penella.

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  5. Tranquilo por la camilla y el tenor, está en buenas manos.

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    1. Jajajaja... Pero andaros con ojo que me veo a Rafaelillo, cual Luis Moya, gritando: trata de pararlo, Boni, por Dios...

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