Anoche tuvo
lugar, al fin, el inicio oficial de la temporada operística 2016-2017 en el
Palau de les Arts, con el estreno de la ópera de Giuseppe Verdi I Vespri siciliani, un estreno que ha
llegado envuelto en cierta polémica, debido a los reiterados cambios anunciados
en los últimos siete días de la protagonista femenina prevista, lo cual no es
precisamente una cuestión baladí en una ópera que tiene uno de sus principales
atractivos en el complicadísimo papel de Elena.
El día 2 de
diciembre, el Intendente Livermore anunció que la excelente soprano Anna
Pirozzi cancelaba su participación por “prescripción
médica ante su estado de gestación”, comunicándose que las funciones de los
días 10, 16 y 18 de diciembre serían cantadas por la ucraniana Sofia Soloviy,
mientras que los días 13 y 21 de diciembre lo haría la jerezana Maribel
Ortega.
Como ya dije en
este mismo blog, considero una falta de respeto al espectador que se tardase
casi dos semanas en hacer público lo que ya se venía comentando en todas
partes, sobre todo cuando Soloviy se encontraba ya varios días en
Valencia ensayando y Pirozzi no había llegado a pisar el teatro.
Pero es que, en
un triple salto mortal de la incompetencia y la improvisación, el pasado
viernes, esto es, la misma víspera (valenciana) del estreno de estas Vísperas
Sicilianas, Les Arts comunica que cambian las fechas anunciadas de las
cantantes y así Maribel Ortega cantaría los días 10, 16 y 21 de
diciembre y Sofia Soloviy el 13 y el 18... Impresionante. Homérico, como
diría el bueno de Michaleen O'Flynn.
Hubo gente que tras el anuncio de la cancelación de Pirozzi compró
entrada para otras funciones para escuchar a las dos cantantes, y hay quien
ahora se encuentra con que esos días han cambiado y va a escuchar a la misma…
Es verdad que los
cantantes cancelan en todas partes, pero lo que ha pasado aquí no es normal.
Para empezar, una cancelación por “prescripción
médica ante su estado de gestación” no parece algo muy imprevisible o que a
nadie se le haya pasado por la cabeza que podía ocurrir, pero no voy a entrar
en eso; lo impresentable es que cuando todo el mundo sabía que Pirozzi
no venía, el teatro haya callado durante quince días hasta la rueda de prensa
de presentación de la ópera. Y luego, lo de Soloviy y Ortega o es
de record Guiness del mal fario o, lo
que es más probable, una consecuencia más de improvisar y gestionar a palpón. ¿Ha podido surgir un
imprevisto que provoque, como en cualquier teatro, que cambie la cantante del
estreno?, puede ser, pero aquí se han bailado todas las fechas que habían
anunciado hace apenas una semana. No es de recibo. No cuestiono que hayan
surgido problemas e imprevistos, pero estoy convencido de que gran parte de
estos movimientos tienen relación con no haberse hecho las cosas bien a la hora
de cerrar los acuerdos con los artistas.
El problema es
que las consecuencias de lo ocurrido no se han limitado a la anécdota de si
finalmente el día de tu entrada canta Anna, Sofía o Maribel,
sino que se ha inaugurado la temporada de Les Arts con una cantante de un nivel
impropio para la relevancia del acontecimiento y de la obra presentada. Y, lo
peor de todo, es que no fue lo único que no funcionó, ya que, lamentablemente, en
mi opinión, anoche vivimos un estreno de temporada de serie B.
La producción
elegida para la ocasión es una coproducción del Teatro Regio di Torino y
ABAO-OLBE que cuenta con la dirección escénica de un turinés que se llama Davide
Livermore, del que seguramente hayáis oído hablar. El polivalente
Intendente de Les Arts ideó esta puesta en escena para conmemorar en 2011 el
150 aniversario de la unidad italiana en el teatro de su ciudad natal. Livermore
traslada la acción a la Sicilia de 1992, en concreto al brutal asesinato por la
Mafia del juez Giovanni Falcone, su mujer y tres de sus escoltas, en lo
que se conoce como la masacre de Capaci. El tratamiento que la prensa dio a
aquellos hechos en Italia, lo utiliza Livermore para sustituir a los opresores
franceses del libreto original por mafiosos y unos medios de comunicación
manipulados por una clase política corrupta, que serían quienes actualmente
tiranizan a la sociedad.
Al comienzo de la
ópera, cuando un oficial francés obliga a Elena
a cantar y ella aprovecha para entonar un canto que eleve el valor del pueblo, Livermore
transpone la situación al momento que pudo verse en todas las televisiones del
mundo, en el que la viuda de uno de los escoltas de Falcone habló en el
funeral al dictado de un sacerdote y le apartaron el micrófono en cuanto se
salió del discurso oficial.
Después, al
comienzo del acto segundo, cuando Procida
regresa a Palermo y canta su famosísima aria Oh patria, Livermore nos presenta al personaje en la
oscuridad, entre brumas que poco a poco se van disipando, hasta transformarse
la escena en una reproducción de la imagen del atentado a Falcone, con
los coches en el socavón provocado en la autopista por el explosivo, en uno de
los mejores momentos escénicos de la producción.
Creo que todo ese
inicio de ópera y la idea en general de Livermore es buena, tiene
sentido y no es una mera ocurrencia para provocar o salir del paso. El problema
es que no basta sólo con que la idea sea buena y la situación a la que se
quiere adaptar el libreto mantenga relación con éste, sino que luego todo el texto
y el desarrollo dramático han de tener cierta coherencia; y en este punto
pienso que ya hubo más problemas, sobre todo a partir de esa entrada de Procida en escena, que como digo me
pareció impactante. Es como si, una vez pasados esos momentos de la ópera que
se ajustaban bien a lo que se quería contar, se hubieran acabado las ideas y el
resto hubiera que hacerlo casar a empujones. No se puede, por ejemplo, mantener
esa misma escenografía de los coches del atentado en la escena siguiente del
acto, con el coro Viva la guerra, viva el
amor, las novias sobre los coches y las bolsas de basura sobrevolando el
escenario de la masacre. Toda la poesía anterior se rompió, consciente o
inconscientemente, pero dando la impresión de que aquello ya no tenía mucho
sentido. Tampoco creo que se haya adaptado bien a la escena la contraposición
entre los coros de franceses y sicilianos del primer acto.
El baile de
máscaras se desarrollará en un hemiciclo parlamentario en el acto siguiente, el
cual finalizará con una proyección de imágenes de conocidos personajes de la
historia y la cultura italiana, desde Cavour a Dario Fo, Fausto
Coppi o Mastroianni, que acabarán fundiéndose con los colores de la
bandera italiana. Y el quinto acto se iniciará en un plató de televisión con Elena cantando el conocido Bolero junto
a unas Mama Chichos. La ópera
concluirá de nuevo en el hemiciclo con el pueblo ocupando los escaños y
arrancándose sus máscaras mientras aparece sobreimpresionado el artículo 1 de
la Constitución italiana proclamando que la soberanía reside en el pueblo.
Por otro lado, en
contra de lo que suele ser habitual en los trabajos del regista turinés, en esta ocasión pareció más descuidado el apartado
de construcción de personajes y comportamiento actoral de los cantantes que
muchas veces parecían dejados caer o colocados donde menos molestasen.
Ya digo que
considero que la propuesta de Livermore responde a una idea interesante,
con momentos bastante conseguidos, una buena iluminación e instantes atractivos
visualmente. Reconozco que me esperaba que la cosa funcionase bastante peor y
no es así, pero sentí que el conjunto, aunque a mi juicio funciona, presenta demasiados
altibajos, hay muchos detalles localistas que sólo los italianos captarán y
acaba destilando una cierta demagogia y bastante pretenciosidad.
Este año sí ha
sido uno de los directores musicales de la casa, Roberto Abbado, el
encargado de ocupar el foso de Les Arts en la apertura de temporada. El año
pasado fue el húngaro Henrik Nánási quien la abriera con un espectacular
Macbeth. Y, la verdad, es que, vistos
los resultados, hubiera preferido que también lo hubiera hecho en esta ocasión.
Es cierto que el pasaporte no otorga el estilo o la sabiduría musical, pero
resulta chocante que un húngaro consiguiese imprimir mucho más color verdiano
que un italiano.
Roberto Abbado se enfrentaba a una partitura nada sencilla y enormemente exigente en
cuanto a concertación. No sé si sería eso lo que le llevase a estar muy
pendiente de procurar concertar adecuadamente los conjuntos, no siempre con
éxito, o a llevar entre algodones a una soprano inadecuada, pero el caso es que
a Verdi no se le veía por ningún lado, la tensión decaía con frecuencia,
no se atisbaba apenas refinamiento alguno para destacar los múltiples
contrastes de la página verdiana, y había un exceso de chimpuneo que no podía suplir la, ayer ausente, pulsión dramática y
garra de la partitura. Eso no quita para que la orquesta tuviese grandes
momentos en que se desvelaba su enorme calidad, como el acompañamiento de las
cuerdas al aria de Monforte o en el
concertante del acto cuarto.
Ayer vi a un Abbado
que parecía más tenso de lo habitual y más serio. Quizás yo vea fantasmas donde
no los hay, pero eso unido a la entrevista que publicaba ayer el diario Levante, en la que manifestaba “creo que (en Les Arts) en el futuro debemos
trabajar todos más juntos”, me hizo pensar si se estará viviendo cierta
crisis entre la dirección musical y artística del teatro. Espero que no.
En medio de la
decepción vivida anoche, uno de los rayos de optimismo volvió a surgir del gran
Cor de la Generalitat, que también acometía una tarea increíblemente
complicada, en una obra donde el coro juega un papel protagonista, con un grado
de exigencia mayúsculo que supo superar, mostrándose a un nivel por encima del
resto de intervinientes en la función, y ello pese a que también se apreciaron
pequeñas descoordinaciones en momentos puntuales, pero como algo anecdótico
dentro de una majestuosa labor de conjunto.
Lo más
decepcionante de la velada fue, como ya he adelantado, la ausencia de una
soprano que ofreciese una calidad acorde a un estreno de temporada en un teatro
que pretende mantenerse en el primer nivel. No sé cuales habrán sido las
circunstancias que habrán conducido a que haya sido ella la encargada de asumir
finalmente en el estreno el papel de Elena,
pero el resultado obtenido fue, por ser suave, inadecuado. Maribel Ortega
podría haber encabezado una digna función del Centre de Perfeccionament o un segundo reparto de pretemporada,
pero nunca debió ser la protagonista del estreno de temporada del Palau de les
Arts. Siento ser tan duro, pero cuando a uno le colocan en primera línea está
ahí para lo bueno y para lo malo.
Ya dije a raíz de
su intervención en El gato montés,
cuando ni sospechar podía lo que me esperaba ayer, que percibía un
instrumento sin suficiente peso para afrontar papeles de mayor exigencia
dramática. Pienso que este papel no es para ella. La soprano jerezana tiene un
atractivo timbre lírico, pero carece totalmente de graves, su centro es inane y
sin cuerpo, cubriendo esas carencias con un feo entubamiento, y tan sólo brilla
puntualmente en el agudo, algunas veces chillado. Ayer durante los tres
primeros actos de la ópera estuvo completamente ausente dramáticamente e
inaudible. En los concertantes únicamente resaltaban sus subidas al agudo, el
resto era una película de Buster Keaton.
En la segunda parte, donde el personaje adquiere mayor protagonismo, tuvo que
implicarse algo más y ofreció algún fugaz destello, como un par de agudos
imponentes en el quinto acto, pero su Arrigo,
ah, parli a un core fue plano y con un final que no se sabía si aquello era
una escala descendente o el inicio de una saeta a Jesús del Gran Poder; y el Bolero, directamente lamentable, pese a
que fue cuidadísima por Abbado, a
quien sólo le faltó subir al escenario a dar las notas, trinos y adornos que
ella obviaba.
No fueron pocas las ocasiones en que iba a
destiempo, obligando al director a intentar reparar aquello, provocando daños
colaterales en el coro y orquesta. Y tampoco puedo entender su escasa
implicación dramática. No sé si sería la tensión del momento, pero estaba como
atenazada, sin personalidad escénica que supliese las carencias vocales y, al
menos anoche, su trabajo de actriz no hubiera superado un casting de telefilm
alemán de sobremesa. Es verdad que es una cantante joven y que el papel es
enormemente exigente, pero ayer estuvo lejísimos de lo que sería simplemente
aceptable.
Si complicado es
el papel de Elena, el de Arrigo es probablemente uno de los más
exigentes que Verdi escribiera para tenor, requiriendo al intérprete,
además de solidez dramática, moverse permanentemente por la zona del pasaje.
Que Gregory Kunde a estas alturas de su carrera se atreva a afrontar un
personaje que casi todos sus colegas esquivan, ya es de agradecer, pero además
es que cumplió nuevamente con solvencia, pese a que cada vez su voz muestra un
mayor desgaste, veladuras tímbricas y más colores que una chaquetilla de Chicote,
pero cantó con pasión, sentido dramático y un fraseo incisivo que brillaba en
el agudo. Culminó en falsete el addio, addio
de la segunda escena del quinto acto, con un efecto que acabó resultando más
chocante que elegante. Es verdad que, como dicen muchos, Kunde kundea, pero sigue mostrando una
autoridad vocal y escénica que cautiva al espectador, aunque le disfracen con
ridículas pelucas como fue el caso.
En el apartado
solista, junto a Kunde, para mí lo mejor de la noche estuvo en el Monforte que nos brindó Juan Jesús
Rodríguez. Sigue presentando el cantante onubense una voz de auténtico
barítono y cuidada línea de canto. En su aria In braccio alle dovizie mostró su dominio del fraseo verdiano con
un inspirado recitativo lleno de intención que desembocó en un aria bien
respirada y ligada, a la que tan sólo se le echó en falta un punto más de expresividad y variedad
dinámica.
El Procida del joven bajo ruso Alexánder
Vinogradov conquistó al público de Les Arts con su voz profunda, grande y
rotunda, de timbre atractivo que se expandía con facilidad por la sala de forma
imponente. En su aria Oh patria, que
es un regalo de Verdi para la cuerda de bajo, fue enormemente aplaudido,
pese a que su canto fue muy poco refinado, sin matices ni ligazón, y trabado a
base de arrastrar y empujar la voz.
Cumplieron más
que correctamente en papeles menores, Cristian Díaz y los alumnos del Centre de Perfeccionament Nozomi Kato,
Andrea Pellegrini, Moisés Marín, Andrés Sulbarán, Jorge
Álvarez y Fabián Lara.
La sala no se
encontraba llena, presentando numerosos huecos en los pisos superiores y platea
alta, con más presencia institucional de lo habitual, con el conseller de
Cultura, Vicent Marzà, la consellera de Justicia, Gabriela Bravo,
la consellera de Medio Ambiente, Elena Cebrián, o el concejal de
Mobilitat, el italiano Giuseppe Grezzi. También pudo verse a cantantes
como Raimon o Sole Giménez. El público aplaudió casi cada chimpún de la partitura y al finalizar
fueron Alexánder Vinogradov y Gregory Kunde los más braveados. La
dirección escénica fue bastante aplaudida con algún abucheo muy aislado. Todo
un símbolo de la situación vivida con la soprano es que se optara porque fuese Gregory
Kunde el último en salir a saludar, en lugar de la intérprete del papel de Elena, como suele ser lo habitual.
Os aseguro que,
aunque algunos piensan que disfruto y me relamo, chupando mis afilados colmillos,
cuando hago críticas negativas, nada me gustaría más que poder escribir
entusiasmado y animando a todo el mundo a disfrutar de una experiencia
inolvidable en nuestro teatro. Ojalá hubiese salido anoche tan emocionado de
Les Arts como lo hice el pasado día 7 del Liceu, tras asistir a una Elektra referencial e histórica. Pero no
fue así, y yo soy el primero en lamentarlo. No obstante, como digo siempre,
esto no es más que una opinión personal, subjetiva y posiblemente cargada de
ignorancia, por lo cual os animo a todos a que vayáis a Les Arts estos días a
disfrutar de una ópera interesantísima y que hay muy pocas oportunidades de
verla representada, y después saquéis vuestras propias conclusiones. La música
de Verdi siempre justifica el viaje.