viernes, 27 de mayo de 2022

"WOZZECK" (Alban Berg) - Palau de les Arts - 26/05/22

 

Los aficionados de Les Arts hemos ya de desengañarnos de una vez. Ha pasado ya suficiente tiempo desde la inauguración de nuestro teatro de ópera para que todavía no nos hayamos dado cuenta de que no hay temporada, y si me apuráis ni función, en la que todo fluya con normalidad y sin sobresaltos. Es verdad que luego hemos seguido sobreviviendo a inundaciones, pandemias, desplomes de plataformas, estrafalarias detenciones policiales, desprendimientos del trencadís, huelgas, dimisiones y ceses varios, y hasta a la Voulgaridou; pero, caramba, es que no hay ni un momento de respiro.

En esta ocasión estaba programado un espectacular cierre de temporada con el estreno de esa imprescindible ópera de Alban Berg que es Wozzeck, con una colosal producción y un reparto vocal para chuparse los dedos. Con mucha diferencia era lo que más me atraía de la temporada y todo indicaba que íbamos a clausurar a lo grande un ejercicio operístico que ha estado marcado también por la incertidumbre y por un accidentado, pero progresivo, retorno a la normalidad. Bueno, pues a lo grande se ha conseguido cerrar, desde luego, pero nuevamente con sobresaltos e incidencias. Apenas seis días antes del estreno, el comité de empresa del teatro anunciaba una convocatoria de paro total para la jornada del estreno y otro parcial para la función del 3 de junio, reclamando la aprobación del Convenio Colectivo que llevan pidiendo desde hace meses infructuosamente. La víspera del estreno, sobre las 7 de la tarde, se comunicaba que no había acuerdo y se mantenían los paros; y, cuando ya dábamos por cancelada la función, alrededor de las 22 horas se hacía pública la desconvocatoria de la huelga para el día del estreno, al haber recibido los trabajadores, tarde y mal como es costumbre en Les Arts, el borrador de informe sobre la propuesta de Convenio que estaban esperando. El paro parcial del día 3, de momento, sigue convocado.

Pese a todos los sustos e incidencias, lo fundamental es que Wozzeck, por fin, se ha representado en Les Arts. Y, como avanzaba antes, lo ha hecho excelentemente servida, con una producción espectacular, un reparto vocal magnífico y un rendimiento orquestal excelente, constituyendo, sin duda, uno de los más relevantes hitos en la historia de nuestro teatro.

Merece mi más sincera felicitación el director artístico de la casa, Jesús Iglesias, por esta apuesta por traer por vez primera a Valencia esta incuestionable obra maestra, pese a saber que nos encontramos ante un título que no genera precisamente el entusiasmo masivo del aficionado ni una avalancha en la solicitud de localidades. Sigue siendo una ópera que continúa originando recelos y miedo ante una música que todavía algunos califican de difícil o demasiado moderna, más de un siglo después de su composición. Es verdad que requiere una aproximación distinta a la que se hace a títulos más populares y tradicionales, pero una vez consigues dejarte llevar y empaparte de la fuerza dramática y el poderío que emana de esta genial combinación entre texto y música, lo complicado es no quedar subyugado por ella.

Hecha esta alabanza sin reparo ante la programación de Wozzeck, sí me vais a permitir que manifieste mi desconcierto e incomprensión a que se haya elegido precisamente esta temporada para hacerlo, cuando en el Liceu, en las mismas fechas, está representándose otra producción muy atractiva de esta misma ópera. Estamos ante una obra que cuesta mucho ver representada en España, por lo cual muchos aficionados no dudaríamos en viajar a otros teatros para disfrutar de ella. Por ello, pienso que esta falta de coordinación entre los principales teatros de ópera españoles para programar determinados títulos, lo único que origina es hacerse mutuamente la competencia y evitar la asistencia de público de otras ciudades. No me cabe la menor duda de que si en Barcelona no se hubiera programado Wozzeck esta temporada, muchos aficionados liceístas hubieran venido a Valencia, y viceversa. Esta descoordinación es perjudicial para todos. No digo que necesariamente sea culpa de la gestión de Les Arts, pero es algo que debería intentar corregirse con un poco más de previsión y puesta en común.

La propuesta elegida para la presentación en sociedad de Wozzeck en Valencia, es la coproducción entre la Bayerische Staatsoper y el New National Theatre de Tokio, con la firma del alemán Andreas Kriegenburg en la dirección escénica, la impactante escenografía de Harald B. Thor, la espléndida iluminación de Stefan Bolliger y el vestuario de Andrea Schraad.

La escena está dominada por un cubo suspendido en el aire que se dice que pesa más de 6 toneladas, lo cual teniendo en cuenta la trayectoria de incidentes varios en este teatro a la que hacía alusión al comienzo de esta crónica, no voy a negar que aligera un tanto el tránsito intestinal. En ese cubo, se desarrollarán la mayoría de escenas que tienen lugar en interiores (la habitación del capitán, la casa de Wozzeck, la consulta del doctor). Mientras que debajo del gigantesco cubo se llevará a cabo el resto de la acción, con un escenario completamente cubierto por una lámina de agua en la que chapotearán los intérpretes durante toda la obra.

Se incluye en escena un grupo de figurantes vestidos de negro que representarán a los oprimidos, a esa gente pobre (wir, arme leut) de continua referencia en el texto por parte de la pareja protagonista. Ellos sostienen sobre sus espaldas, incluso literalmente, la carga de esa clase dominante, y pululan por escena reclamando trabajo y recibiendo las sobras de comida o monedas que tienen a bien arrojarles de vez en cuando, zambulléndose en el agua como pirañas peleando por esas migajas.

Los perfiles de cada uno de los personajes están impecablemente diseñados desde el punto de vista dramático, palpándose una intensa y muy cuidada labor de dirección de actores, convirtiéndose en una ópera sustentada en un muy sólido armazón teatral, donde cada movimiento y cada gesto de cada una de las personas que sale a escena tiene su sentido, ayuda a dibujar su perfil individual y enriquece el conjunto. El maquillaje y caracterización de los intérpretes juega aquí también un papel capital, habiendo logrado conferir a todos los personajes, excepto Wozzeck, Marie y el hijo, un aspecto absolutamente fantasmagórico y siniestro, mezcla de Walking dead y peli de Tim Burton, que no es sino la representación de la visión que percibe el protagonista de una realidad monstruosa deformada por esa pesadilla interior en la que vive.

El impacto visual de la propuesta de Kriegenburg es demoledor y la atmósfera que se consigue crear es absolutamente hechizante y acorde al drama representado. De gran belleza y fuerza dramática me parecieron los juegos de luces y sombras o los reflejos del agua sobre el cubo. La sobrecogedora simbiosis entre texto y música lograda por Alban Berg encuentra en esta producción, en mi opinión, un vehículo idóneo que transmite al espectador todas las emociones que bullen en esta obra que es una auténtica olla a presión. Y eso pese a que no siempre se ajusta estricta o claramente al libreto. Por ejemplo, con los ya mencionados figurantes, o con que aquí adquiera un protagonismo muy especial el niño, hijo de Marie y Wozzeck, que estará presente en muchas de las escenas, o que el mismo protagonista se muestre también presente cuando no debería estarlo, como en la canción de cuna.

Pero todo eso no me parecía que perjudicase en absoluto ni lo musical ni la comprensión del drama, a diferencia de algunas anteriores producciones vistas este mismo año, como Macbeth, donde creo que se despistaba y molestaba al público sin sentido. El ruido del agua, incluso, no lo percibí como algo que disturbase la escucha, a excepción de un momento muy concreto, cuando los chapoteos del personaje de Andrés correteando sí afectaron al coro de ronquidos de los soldados. Tampoco me acabó de convencer la resolución escénica del ahogamiento de Wozzeck, donde esperaba algo más que tumbarse en una colchoneta sobre el agua. Ya sé, y siempre digo, que todas estas opiniones que me decido a verter aquí son puramente sensaciones subjetivas mías y esa subjetividad hace que unas veces el conjunto me resulte positivo o se me fastidie la función. Y, en esta ocasión, sin duda alguna, mi valoración es sobresaliente.

Y no puedo finalizar esta reseña de lo vivido escénicamente sin hacer una mención muy especial a todo el equipo técnico de trabajadores del Palau de Les Arts. Afrontar una producción con los requerimientos que conlleva esta, no es una tarea al alcance de cualquier teatro, y menos aún estando inmersos en pleno conflicto laboral. Bravo por ellos y ojalá todas sus merecidas peticiones sean atendidas definitivamente.

El muy complicado reto de tomar la batuta para enfrentarse a esta exigentísima partitura ha recaído en el nuevo director titular de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, James Gaffigan, quien, en su primera temporada como tal, tan sólo ha pisado la sala principal para el réquiem mozartiano que abrió el ejercicio y ahora para cerrarlo con Wozzeck. Esperemos que en las sucesivas temporadas tenga una mayor presencia, porque, si no, sí que no entenderé este nombramiento de ninguna de las maneras. Quienes seguís este blog sabéis de sobra que Gaffigan no fue una elección que precisamente me satisficiera, y, hasta ayer, no había escuchado nada especialmente relevante en sus escasos trabajos en Valencia. Ayer sí me convenció. Tenía una papeleta muy complicada y creo que el resultado obtenido ha de calificarse de óptimo. La cosa empezó un poco regular, dándome la impresión que durante el primer acto se le escapó un poco el volumen perjudicando las voces (las masculinas, obviamente, porque a la Westbroeck no hay quien la tape), pero a lo largo de la velada creo que se fue equilibrando mucho más el sonido de escena y foso. Hubo mucha atención a los múltiples detalles que encierra la obra, resaltando cada momento de lucimiento de las intervenciones solistas, consiguiendo al mismo tiempo un empaste de conjunto, una riqueza tímbrica y una claridad orquestal fantásticas, sabiendo subrayar todos los matices de la partitura, desde el lirismo y la delicadeza que presiden muchos instantes, hasta el dramatismo más desgarrado. Percusión, metales, cuerdas, maderas, arpa, celesta… todos brillaron como en los mejores años de esta gran orquesta que tenemos la fortuna de seguir pudiendo disfrutar. Hubo momentos de una intensidad emocional apabullante, como la música ondulante del ahogamiento, la belleza y carnosidad del interludio orquestal entre las dos escenas finales, las cuerdas y trompas en el inicio del acto tercero, o ese crescendo impresionante tras la muerte de Marie que permanecerá siempre en mi memoria.

El Cor de la Generalitat tiene una limitada participación en esta obra, apenas en las dos escenas de la taberna (no cabe duda de que habrán pasado más tiempo en maquillaje y vestuario que en el escenario); pero, como siempre, sólo puede calificarse de excelente su implicación escénica y su rendimiento vocal, pese a los desabridos terrenos en los que se mueve la partitura, debiendo congratularnos aquí de que, por fin, pudimos escuchar al coro sin mascarilla.

Una pequeña intervención tienen también en la escena final, muy bien resuelta vocal y escénicamente, con chapoteos incluidos, los miembros de la Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats, cuyos niños supongo que tardarán en desprenderse de las pesadillas originadas por esta producción. Reseña especial merece Adrián García asumiendo el papel de hijo de Marie con el añadido de permanecer en el escenario durante la mayor parte de la obra y mostrando una soltura escénica y dominio interpretativo que ya quisieran poseer muchos cantantes consagrados.

Como decía al comienzo, se ha conseguido reunir para la ocasión a un elenco vocal de primer nivel internacional que podría presidir el cartel de cualquiera de los más relevantes teatros del mundo, y donde no hubo nada que desmereciese el magnífico nivel general, desde el principal protagonista hasta el último de los comprimarios, todos ellos ofreciendo además una entrega escénica e interpretativa irreprochable.

El barítono Peter Mattei es un cantante por el que confieso tener una especial debilidad. Cada vez que lo he escuchado, incluso en papeles no especialmente adecuados, siempre ha ofrecido algo que me ha conquistado. Mucho hace la belleza de su voz, la elegancia, consistencia y expresividad de su fraseo, y esa espléndida dicción, que se imponen incluso en un personaje tan singular como este. Lejos quedan interpretaciones más histriónicas y atormentadas del pobre Franz. Mattei impone un equilibrio perfecto entre el recitado y el canto, dotando de una especial nobleza y resignación al protagonista. Ese timbre suyo tan característico, quizás algo claro o lírico para según qué papeles, pienso que casa estupendamente con el personaje, ya que un barítono de voz más grave y pesada puede que hiciese menos creíble el aspecto más frágil del personaje. El cantante sueco supo cuidar en cada momento la justa expresividad, cincelando de manera espléndida la evolución dramática del personaje, exhibiendo un progresivo derroche de emoción que, para mí, tuvo sus dos grandes momentos en el dúo del segundo acto con Marie y en su escena final.

Si reconocía antes mi debilidad por Mattei, lo mío con Eva Maria Westbroek es fascinación absoluta. Desde que la descubriese aquí con aquella legendaria Sieglinde que nos ofreció en el recordado Anillo, mi admiración por esta cantante ha sido total. He viajado más de una vez para escucharla y nunca me ha defraudado. Su implicación dramática con cada uno de los personajes que asume es siempre total y eso consigue revalorizar de forma capital sus interpretaciones. El papel de Marie es especialmente propicio para desarrollar esta faceta expresiva y no lo desaprovechó, ofreciendo toda su intensidad emocional de manera contundente, dibujando todos los perfiles y contradicciones del rol, alcanzando directamente el corazón del espectador tanto con la sutileza y lirismo con los que afrontó los fragmentos con el hijo, como con la fuerza exhibida en los pasajes más desgarrados. La zona central de su voz sigue siendo imponente y sobrepasa la orquesta sin dificultad. Un aluvión de belleza vocal cargado de matices y expresividad. Pensaba que igual el paso del tiempo hubiera afectado más a una franja aguda más problemática, pero no fue el caso. Dentro de un reparto muy destacado, la soprano holandesa fue para mí lo mejor de la noche.

También es un lujo contar para un rol como el del repelente Tambor mayor con un cantante de la talla de Christopher Ventris. Es posible que el tenor inglés que tan buenos momentos nos ha dejado como intérprete wagneriano (inolvidable Parsifal valenciano con Maazel) no se encuentre ya en su mejor momento vocal, pero la valentía y arrojo con los que asume todos los personajes, unido a la permanencia de la belleza de su timbre, su todavía contundente y segura proyección en la franja más alta y a la siempre presente intención expresiva, sabiendo matizar y ofrecer tanto la vertiente más seductora, como la chulesca y violenta del personaje, sólo pueden merecer el más ferviente aplauso.  

A mi juicio, el punto más endeble del apartado vocal llegó con el Doctor de Franz Hawlata. Pienso que vocalmente su registro grave carece del peso y rotundidad necesarios, sobre todo cuando se enfrenta a orquestas numerosas como esta, y la zona más baja llega a devenir áfona, sustituyendo los graves profundos por sonidos ingrávidos y casi eructados. El fraseo es también tosco y descuidado; pero todo ello es verdad que queda aquí un poco en segundo plano, en primer lugar porque el sprechgesang de Berg hace pasar más inadvertidas todas estas carencias, y sobre todo porque el punto más fuerte de este bajo barítono alemán se encuentra en la faceta interpretativa, donde hay que reconocer que se entrega sin remilgos y anoche ofreció toda una exhibición de implicación actoral, cuidando cada movimiento, cada mirada y cada gesto de manera inmejorable.

Más me convenció Andreas Conrad como Capitán, mostrando una de esas voces que a veces resultan desagradables pero muy adecuada al papel, en la línea de otros personajes de los que es reputado intérprete, como el de Mime; con timbre claro y penetrante, agudos punzantes y exhibiendo un incisivo fraseo y variedad de recursos expresivos. Mucho mérito tuvo también su comportamiento actoral y gestual, pese a la grotesca caracterización que dificultaba notablemente sus movimientos.

También me gustó el Andrés del tenor alemán Tansel Akzeybek, que últimamente se ha convertido en un habitual de pequeños papeles en Bayreuth, y que, como todo el reparto, demostró unas sobresalientes cualidades escénicas y adecuación vocal al personaje. Igualmente me convencieron, como decía anteriormente, todo el resto de intérpretes de los papeles menores, que mantuvieron el muy buen nivel general: la estupenda Margret de Alexandra Ionis, de fraseo muy expresivo, voz oscura y un sentido teatral bárbaro; los muy notables aprendices encarnados por Patrick Guetti, con una voz de bajo realmente impactante, y Yuriy Hadzetskyy; el Loco, con perdón, de Joel Williams, en una breve pero muy lucida intervención; y el Soldado de Jorge Franco.

Como era previsible se apreciaron bastantes más huecos en la sala principal de Les Arts que en estrenos anteriores. En lo positivo, me llamó la atención ver más gente joven de lo habitual y hubo también menos ruidos que otras veces, al menos en mi zona, con un silencio que por momentos se podía cortar; y en lo negativo, hay que constatar que durante las paradas técnicas tras los actos primero y segundo, hubo algunas deserciones. Los que llegamos al final lo hicimos realmente entusiasmados y las ovaciones fueron unánimes y muy entusiastas, destacando las recibidas por Mattei, Westbroek y la orquesta, con James Gaffigan al frente. También la salida al escenario de Andreas Kriegenburg, como único representante saludador del equipo escénico, fue recibida con bravos y muy fuertes aplausos.

Bueno, pues casi sin darnos cuenta se nos ha acabado la temporada operística. Lejos quedan aquellos días gloriosos de los añorados Festivales del Mediterrani, e incluso temporadas más recientes donde hemos tenido funciones en pleno mes de julio. Si pensamos que nos aguardan por delante casi cuatro meses sin ópera, tendremos que plantearnos viajar o reforzar el arsenal de ansiolíticos. De momento vamos a ver si los gestores de Les Arts se deciden de una vez a anunciar las previsiones para el próximo año, llegando los últimos como de costumbre (se rumorea que será el próximo viernes 3 de junio). Hay cosas que ya se han dicho oficialmente, como que se programará el Tristan e Isolda aplazado por la pandemia o una Anna Bolena con Marina Rebeka; y hay otros títulos que suenan como: una enésima Bohème, Ernani, El cantor de Méjico, L'incoronazione di Poppea, Jenufa… Ya veremos qué se confirma finalmente. Mientras tanto, como en Wozzeck, nosotros la pobre gente (wir erme leut), seguiremos esperando las migajas informativas que tengan a bien arrojarnos…