El pasado sábado se produjo el esperado estreno de la temporada 2010-2011 en Les Arts. Como es habitual, hubo presencia de diversos personajetes de la farándula y de todo el politiqueo local, encabezados por la Alcaldesa de Valencia y el President de la Generalitat, que, según me comentaron, llegó tarde, aunque impecablemente trajeado para la ocasión.
Se inauguraba la última temporada de Lorin Maazel como director musical de Les Arts, con “Aida”, de Giuseppe Verdi, en una coproducción del teatro valenciano con la Royal Opera House Covent Garden de Londres y la Den Norske Opera & Ballet de Oslo, con dirección artística de David McVicar y musical del Maestro Maazel.
La función comenzó con un aviso de megafonía en el que se anunciaba un minuto de silencio por el genial cineasta valenciano Luis García Berlanga, fallecido ese mismo día, y a quien se dedicaba la representación. Un detalle que el público recibió con sobrecogedor silencio y gran ovación final.
Respecto a la dirección artística, como ya os comentaba en mi anterior post, David McVicar ha querido alejarse del aspecto más folclórico de las grandes puestas en escena que de esta ópera se han podido ver, y no nos encontramos esta vez pirámides, lujosos templos, ni elefantes, lo cual tampoco esperábamos dada la coyuntura económica actual, pero es que tampoco hay apenas referencia alguna a la cultura egipcia. La acción se traslada a un limbo espacio-temporal, donde aparecen guerreros samurái, druidas celtas, aztecas, bereberes… que se entremezclan en un totum revolutum al que no se le acaba de ver mucho sentido, más allá de exponer que el eterno enfrentamiento de la política y religión frente a los sentimientos más nobles del ser humano, ha caracterizado a las distintas civilizaciones que históricamente se han sucedido, y siempre en un entorno de violencia.
Y es que McVicar se empeña en mostrarnos la maldad y barbarie del hombre con la presencia en escena de sacrificios humanos con abundancia de sangre. Aunque en mucha menor medida que en el estreno de esta producción en Londres.
Se han suprimido ahora respecto a entonces algunos momentos que potenciaban esa vertiente violenta, como la aparición en el desfile triunfal de los cadáveres momificados de los sacrificados colgando del techo. Según me han comentado, parece ser que estos cambios podrían haber venido impuestos por la dirección de Les Arts que los exigió aduciendo que había ya demasiada violencia para el público valenciano. Independientemente de que lo suprimido aportase o no algo a la propuesta escénica, de ser cierto, sería una nueva majadería inadmisible de Les Arts.
La dirección de actores desde mi punto de vista no está demasiado cuidada y falta un mayor énfasis en las relaciones entre los personajes. Los movimientos en escena de los protagonistas parecen la mayor parte de las veces más fruto del azar o de la inspiración del intérprete (unos más inspirados que otros), que de una dramaturgia estudiada para conseguir transmitir una particular lectura del libreto.
La escenografía es bastante simple. El escenario está dominado por un gran andamiaje central giratorio, muy feo, que desconozco lo que representa y que unido al variado vestuario, en ocasiones daba la impresión de que estábamos asistiendo a una reunión de amigotes en una fábrica abandonada tras una fiesta de disfraces. En algunos cuadros ese elemento central desaparecía para dejar un escenario despejado que favorecía el intimismo, como en la escena del Nilo o la tumba final.
Una oscuridad excesiva invadió toda la noche el escenario, potenciando la vertiente más tétrica de la lectura de McVicar.
Pese a todo, la propuesta no carece de fuerza visual y no me resultó molesta, aunque no me acabase de convencer. Desde mi personal punto de vista, se ha prescindido de recurrir a una puesta en escena clásica deslumbrante y kitsch en las que predomina la grandiosidad de cartón piedra, por esta pretendidamente innovadora y que se nos vendía como intimista, pero que no deja de primar el espectáculo puramente visual (sobre todo en los primeros actos) frente a otras lecturas de fondo y análisis de los comportamientos de los personajes.
Pero, frente a esta cierta incapacidad de la regia para transmitir los contrastes de la obra en su vertiente más intimista, allí estuvo el Maestro Maazel inmejorablemente secundado por su Orquesta para lograrlo con creces. Aunque el escenario hubiera estado vacío y los cantantes petrificados, la emoción hubiese inundado la sala igual, gracias a la exhibición de maestría del octogenario director, que declaraba en una entrevista que publica el diario Levante, que el único secreto está en el respeto a la partitura y al músico.
Bueno, pues eso ya es más discutible, porque si el escenario de la representación hubiese sido La Scala, templo guardián de las esencias verdianas, igual el veterano director hubiese salido escoltado por los carabinieri, ya que la lectura de Maazel me pareció extraordinariamente bella, llena de colorido y matices, desgranando con pulcritud la enorme riqueza y los contrastes de esta página verdiana, pero con ese particular uso de los tempi, en los que reconstruye la partitura alla Maazel y donde los ritardandi traspasan en ocasiones los límites de lo admisible (sobre todo para los cantantes). En cualquier caso, el resultado, pese a no ser ortodoxo y verdiano al cien por cien, a mi me resultó altamente gratificante.
El momento curioso de la noche se produjo al inicio del último cuadro del IV acto, cuando Jorge de León se iba acercando desde el fondo del escenario y la música no comenzaba. Me asomé hacia el foso y pude ver a Maazel agachado y la luz verde del atril encendida. Por un momento pensé si habría sufrido alguna súbita indisposición, pero enseguida comprobé que, con toda la pachorra del mundo, el venerable Maestro se estaba anudando los cordones de los zapatos, dejando claro que era él quien decide cuándo se empieza.
De la Orquestra de la Comunitat Valenciana cualquier cosa que se diga suena a repetitiva, pero francamente sólo se me ocurre insistir en que es un enorme placer escuchar a esta orquesta, aunque existan algunos fallos propios de una primera función, como ocurrió el sábado, pero la belleza del sonido que logran extraer estos músicos de sus instrumentos y su capacidad de conjunción y flexibilidad, alcanzan cotas difícilmente superables.
Es justo destacar una vez más a los solistas de flauta, oboe y cello que tuvieron unas portentosas intervenciones.
El Cor de la Generalitat volvió también a dejar claro que es una de las mejores agrupaciones que se pueden encontrar hoy en los teatros de ópera. A pesar de algún desajuste puntual y pequeños desequilibrios, su rendimiento fue magnífico, mejor el masculino, especialmente los tenores, que el femenino.
Mención de honor merece asimismo el original Coro de Tosedores de la Comunitat Valenciana, que debía también inaugurar temporada, convirtiéndose en uno de los protagonistas de la velada. Estratégicamente apostado en las diferentes zonas de la sala, con un ajustado equilibrio entre carrasperos y gargajosos, supo acompañar la partitura atacando con saña los pianísimos y cualquier conato de silencio que se producía, como mandan los cánones.
En cuanto al elenco solista, hay que comenzar por la gran triunfadora de la noche que fue, sin duda, Daniela Barcellona. Estuvo fantástica como Amneris a pesar del espantoso look reina Amidala. Quizás no sea este el papel más adecuado para ella, pero pese a que en los primeros actos no tiene excesivas oportunidades de lucirse, desde su aparición en el escenario derrochó poderío vocal y escénico, adecuación estilística y madurez interpretativa. Su escena del juicio y el dúo con Radamès fueron momentos en los que la emoción en la sala se podía cortar con un cuchillo.
Jorge de León no es Carlo Bergonzi, obviamente, pero me pareció un muy buen Radamès. Y, tal y como está el mercado de Radameses, eso es un lujo. Si algo creo que no se le puede reprochar al tinerfeño es su arrojo para acometer un personaje complicado como este. No tuvo reparos en afrontar el “Celeste Aida” sin trampa alguna, con excelente técnica, fraseo de manual y haciendo ostentación de fiato. Quizás la emisión se percibió en los inicios algo entubada, pero conforme fue avanzando la obra, fue mejorando. En la segunda parte, mucho más lírica, consiguió hilvanar algunos matices llenos de buen gusto y sobre todo hizo alarde de un fraseo bellísimo. En el dúo del tercer acto con Aida, emitió además unos agudos estupendos. Quizás en lo actoral estuvo más justito, pero cumplió hasta con los malabarismos con la catana.
Giacomo Prestia fue un buen Ramfis, presentando una resonante voz ancha y profunda, de atractivo timbre y gran volumen, consiguiendo una emisión llena de nobleza.
Gevorg Hakobyan que me había gustado bastante en sus anteriores actuaciones en Les Arts, como Sharpless y Alfio, me pareció flojísimo como Amonasro, carente completamente de autoridad vocal y carácter.
Marco Spotti, Sandra Fernández y Javier Agulló cumplieron, sin más, como Rey, Gran Sacerdotisa y Mensajero, respectivamente.
He dejado a propósito para el final a la presunta protagonista. Una Indra Thomas con la que procuraré no ser demasiado cruel, pero cuya interpretación de Aida, siendo generoso, sólo puedo calificar de muy deficiente. Me da la impresión de que alguien ha engañado a esta mujer haciéndole creer que está capacitada para afrontar un papel como este. Una voz de color muy oscuro como la de Thomas no basta para cantar Aida si, como es el caso, se carece completamente de graves, casi también de agudos, que se convierten en chillido cuando la tesitura no da más de sí, la emisión es sucia, se desafina, la técnica respiratoria es inexistente y la media voz consiste simplemente en cantar más bajito, que ya es decir, porque la escasez de volumen es otra de sus características y fue inaudible en más de una ocasión.
Con una dicción italiana propia de una pescadilla con frenillo, fue imposible identificar en qué idioma cantaba porque no se entendía absolutamente nada de lo que decía. Y todo eso adornado con una actuación dramática con menos movilidad que los pastorcillos del belén y transmitiendo menos emoción que un langostino (cocido).
La amiga Thomas asesinó, previa cruel tortura, los bellísimos dúos con Barcellona y De León, y fue una lástima, porque estos estuvieron especialmente bien y la orquesta les acompañaba con delicado lirismo.
Hui He no es santo de mi devoción, ni mucho menos, pero dudo mucho que en el segundo reparto pueda hacerlo peor que Thomas, sinceramente.
A pesar del magnífico rendimiento de Barcellona y De León, después de escuchar en el estreno a Indra Thomas, la frase del otro día de Helga Schmidt diciendo que “esta Aida es musicalmente la mejor que se puede ofrecer a día de hoy”, suena a tomadura de pelo. O pone los pelos de punta, si a lo que se refiere la Intendente es a que, con el presupuesto que hay, Indra Thomas es lo mejor que vamos a escuchar. Si es así, que lo aclare, que cambio mi abono por un pase a las cenas de la Tuna de Arquitectura.
El público llenaba casi en su totalidad el recinto. No obstante, pese a que desde hacía ya muchos días apenas quedaban localidades, una hora antes de comenzar todavía quedaban entradas que se podían adquirir al 50%, incluso de las zonas más económicas.
Además de las feroces toses que ya he comentado antes y los ruidosos papelitos de rigor, quisiera hacer una observación respecto al público del sábado que me parece de justicia. Pese a ser función de estreno, su comportamiento respecto a los aplausos fue bastante coherente. Tras el horrísono “Oh, Patria mía” que se marcó la Thomas y pese a la paradinha estratégica de Maazel buscando el aplauso, el silencio absoluto fue lo único que pudo escuchar la americana. Igualmente, al final, Barcellona fue la más reconocida de los solistas, seguida de De León y cuando salió Indra Thomas la ovación se convirtió en educados y tibios aplausillos.
Y no ha transcurrido tanto tiempo desde que en este teatro hemos visto ovacionar y bravear a piñón fijo a todo protagonista en cuanto te hacía un agudo medianamente vistoso (¿os acordáis de una tal Voulgaridou?). ¿Puede ser esto un síntoma de madurez del público de Les Arts?, pues yo creo que sí, que con el paso del tiempo está adquiriendo un mayor criterio y cada vez sabe mejor lo que quiere oír. O eso quiero creer yo.
No salió a saludar ningún miembro de la dirección artística, con lo que no se puede conocer la opinión del público respecto a la puesta en escena, aunque por lo escuchado en los pasillos parecía haber división de opiniones. Esa ausencia en los saludos de la dirección artística, según me han dicho, podría haber sido su modo de protestar ante las imposiciones de Les Arts para eliminar algunos elementos de la puesta en escena.
En fin, ya me he vuelto a alargar demasiado. Pese a la Thomas, fue una buena noche de ópera que me permitió gozar de una extraordinaria Barcellona, un estupendo De León y la magia (peculiar) del Maestro Maazel y sus músicos. Repetiremos algún otro día y veremos que nos depara el segundo reparto con Wellber como director musical y con Marcelo Álvarez y Hui He acompañando a Barcellona.
Se inauguraba la última temporada de Lorin Maazel como director musical de Les Arts, con “Aida”, de Giuseppe Verdi, en una coproducción del teatro valenciano con la Royal Opera House Covent Garden de Londres y la Den Norske Opera & Ballet de Oslo, con dirección artística de David McVicar y musical del Maestro Maazel.
La función comenzó con un aviso de megafonía en el que se anunciaba un minuto de silencio por el genial cineasta valenciano Luis García Berlanga, fallecido ese mismo día, y a quien se dedicaba la representación. Un detalle que el público recibió con sobrecogedor silencio y gran ovación final.
Respecto a la dirección artística, como ya os comentaba en mi anterior post, David McVicar ha querido alejarse del aspecto más folclórico de las grandes puestas en escena que de esta ópera se han podido ver, y no nos encontramos esta vez pirámides, lujosos templos, ni elefantes, lo cual tampoco esperábamos dada la coyuntura económica actual, pero es que tampoco hay apenas referencia alguna a la cultura egipcia. La acción se traslada a un limbo espacio-temporal, donde aparecen guerreros samurái, druidas celtas, aztecas, bereberes… que se entremezclan en un totum revolutum al que no se le acaba de ver mucho sentido, más allá de exponer que el eterno enfrentamiento de la política y religión frente a los sentimientos más nobles del ser humano, ha caracterizado a las distintas civilizaciones que históricamente se han sucedido, y siempre en un entorno de violencia.
Y es que McVicar se empeña en mostrarnos la maldad y barbarie del hombre con la presencia en escena de sacrificios humanos con abundancia de sangre. Aunque en mucha menor medida que en el estreno de esta producción en Londres.
Se han suprimido ahora respecto a entonces algunos momentos que potenciaban esa vertiente violenta, como la aparición en el desfile triunfal de los cadáveres momificados de los sacrificados colgando del techo. Según me han comentado, parece ser que estos cambios podrían haber venido impuestos por la dirección de Les Arts que los exigió aduciendo que había ya demasiada violencia para el público valenciano. Independientemente de que lo suprimido aportase o no algo a la propuesta escénica, de ser cierto, sería una nueva majadería inadmisible de Les Arts.
La dirección de actores desde mi punto de vista no está demasiado cuidada y falta un mayor énfasis en las relaciones entre los personajes. Los movimientos en escena de los protagonistas parecen la mayor parte de las veces más fruto del azar o de la inspiración del intérprete (unos más inspirados que otros), que de una dramaturgia estudiada para conseguir transmitir una particular lectura del libreto.
La escenografía es bastante simple. El escenario está dominado por un gran andamiaje central giratorio, muy feo, que desconozco lo que representa y que unido al variado vestuario, en ocasiones daba la impresión de que estábamos asistiendo a una reunión de amigotes en una fábrica abandonada tras una fiesta de disfraces. En algunos cuadros ese elemento central desaparecía para dejar un escenario despejado que favorecía el intimismo, como en la escena del Nilo o la tumba final.
Una oscuridad excesiva invadió toda la noche el escenario, potenciando la vertiente más tétrica de la lectura de McVicar.
Pese a todo, la propuesta no carece de fuerza visual y no me resultó molesta, aunque no me acabase de convencer. Desde mi personal punto de vista, se ha prescindido de recurrir a una puesta en escena clásica deslumbrante y kitsch en las que predomina la grandiosidad de cartón piedra, por esta pretendidamente innovadora y que se nos vendía como intimista, pero que no deja de primar el espectáculo puramente visual (sobre todo en los primeros actos) frente a otras lecturas de fondo y análisis de los comportamientos de los personajes.
Pero, frente a esta cierta incapacidad de la regia para transmitir los contrastes de la obra en su vertiente más intimista, allí estuvo el Maestro Maazel inmejorablemente secundado por su Orquesta para lograrlo con creces. Aunque el escenario hubiera estado vacío y los cantantes petrificados, la emoción hubiese inundado la sala igual, gracias a la exhibición de maestría del octogenario director, que declaraba en una entrevista que publica el diario Levante, que el único secreto está en el respeto a la partitura y al músico.
Bueno, pues eso ya es más discutible, porque si el escenario de la representación hubiese sido La Scala, templo guardián de las esencias verdianas, igual el veterano director hubiese salido escoltado por los carabinieri, ya que la lectura de Maazel me pareció extraordinariamente bella, llena de colorido y matices, desgranando con pulcritud la enorme riqueza y los contrastes de esta página verdiana, pero con ese particular uso de los tempi, en los que reconstruye la partitura alla Maazel y donde los ritardandi traspasan en ocasiones los límites de lo admisible (sobre todo para los cantantes). En cualquier caso, el resultado, pese a no ser ortodoxo y verdiano al cien por cien, a mi me resultó altamente gratificante.
El momento curioso de la noche se produjo al inicio del último cuadro del IV acto, cuando Jorge de León se iba acercando desde el fondo del escenario y la música no comenzaba. Me asomé hacia el foso y pude ver a Maazel agachado y la luz verde del atril encendida. Por un momento pensé si habría sufrido alguna súbita indisposición, pero enseguida comprobé que, con toda la pachorra del mundo, el venerable Maestro se estaba anudando los cordones de los zapatos, dejando claro que era él quien decide cuándo se empieza.
De la Orquestra de la Comunitat Valenciana cualquier cosa que se diga suena a repetitiva, pero francamente sólo se me ocurre insistir en que es un enorme placer escuchar a esta orquesta, aunque existan algunos fallos propios de una primera función, como ocurrió el sábado, pero la belleza del sonido que logran extraer estos músicos de sus instrumentos y su capacidad de conjunción y flexibilidad, alcanzan cotas difícilmente superables.
Es justo destacar una vez más a los solistas de flauta, oboe y cello que tuvieron unas portentosas intervenciones.
El Cor de la Generalitat volvió también a dejar claro que es una de las mejores agrupaciones que se pueden encontrar hoy en los teatros de ópera. A pesar de algún desajuste puntual y pequeños desequilibrios, su rendimiento fue magnífico, mejor el masculino, especialmente los tenores, que el femenino.
Mención de honor merece asimismo el original Coro de Tosedores de la Comunitat Valenciana, que debía también inaugurar temporada, convirtiéndose en uno de los protagonistas de la velada. Estratégicamente apostado en las diferentes zonas de la sala, con un ajustado equilibrio entre carrasperos y gargajosos, supo acompañar la partitura atacando con saña los pianísimos y cualquier conato de silencio que se producía, como mandan los cánones.
En cuanto al elenco solista, hay que comenzar por la gran triunfadora de la noche que fue, sin duda, Daniela Barcellona. Estuvo fantástica como Amneris a pesar del espantoso look reina Amidala. Quizás no sea este el papel más adecuado para ella, pero pese a que en los primeros actos no tiene excesivas oportunidades de lucirse, desde su aparición en el escenario derrochó poderío vocal y escénico, adecuación estilística y madurez interpretativa. Su escena del juicio y el dúo con Radamès fueron momentos en los que la emoción en la sala se podía cortar con un cuchillo.
Jorge de León no es Carlo Bergonzi, obviamente, pero me pareció un muy buen Radamès. Y, tal y como está el mercado de Radameses, eso es un lujo. Si algo creo que no se le puede reprochar al tinerfeño es su arrojo para acometer un personaje complicado como este. No tuvo reparos en afrontar el “Celeste Aida” sin trampa alguna, con excelente técnica, fraseo de manual y haciendo ostentación de fiato. Quizás la emisión se percibió en los inicios algo entubada, pero conforme fue avanzando la obra, fue mejorando. En la segunda parte, mucho más lírica, consiguió hilvanar algunos matices llenos de buen gusto y sobre todo hizo alarde de un fraseo bellísimo. En el dúo del tercer acto con Aida, emitió además unos agudos estupendos. Quizás en lo actoral estuvo más justito, pero cumplió hasta con los malabarismos con la catana.
Giacomo Prestia fue un buen Ramfis, presentando una resonante voz ancha y profunda, de atractivo timbre y gran volumen, consiguiendo una emisión llena de nobleza.
Gevorg Hakobyan que me había gustado bastante en sus anteriores actuaciones en Les Arts, como Sharpless y Alfio, me pareció flojísimo como Amonasro, carente completamente de autoridad vocal y carácter.
Marco Spotti, Sandra Fernández y Javier Agulló cumplieron, sin más, como Rey, Gran Sacerdotisa y Mensajero, respectivamente.
He dejado a propósito para el final a la presunta protagonista. Una Indra Thomas con la que procuraré no ser demasiado cruel, pero cuya interpretación de Aida, siendo generoso, sólo puedo calificar de muy deficiente. Me da la impresión de que alguien ha engañado a esta mujer haciéndole creer que está capacitada para afrontar un papel como este. Una voz de color muy oscuro como la de Thomas no basta para cantar Aida si, como es el caso, se carece completamente de graves, casi también de agudos, que se convierten en chillido cuando la tesitura no da más de sí, la emisión es sucia, se desafina, la técnica respiratoria es inexistente y la media voz consiste simplemente en cantar más bajito, que ya es decir, porque la escasez de volumen es otra de sus características y fue inaudible en más de una ocasión.
Con una dicción italiana propia de una pescadilla con frenillo, fue imposible identificar en qué idioma cantaba porque no se entendía absolutamente nada de lo que decía. Y todo eso adornado con una actuación dramática con menos movilidad que los pastorcillos del belén y transmitiendo menos emoción que un langostino (cocido).
La amiga Thomas asesinó, previa cruel tortura, los bellísimos dúos con Barcellona y De León, y fue una lástima, porque estos estuvieron especialmente bien y la orquesta les acompañaba con delicado lirismo.
Hui He no es santo de mi devoción, ni mucho menos, pero dudo mucho que en el segundo reparto pueda hacerlo peor que Thomas, sinceramente.
A pesar del magnífico rendimiento de Barcellona y De León, después de escuchar en el estreno a Indra Thomas, la frase del otro día de Helga Schmidt diciendo que “esta Aida es musicalmente la mejor que se puede ofrecer a día de hoy”, suena a tomadura de pelo. O pone los pelos de punta, si a lo que se refiere la Intendente es a que, con el presupuesto que hay, Indra Thomas es lo mejor que vamos a escuchar. Si es así, que lo aclare, que cambio mi abono por un pase a las cenas de la Tuna de Arquitectura.
El público llenaba casi en su totalidad el recinto. No obstante, pese a que desde hacía ya muchos días apenas quedaban localidades, una hora antes de comenzar todavía quedaban entradas que se podían adquirir al 50%, incluso de las zonas más económicas.
Además de las feroces toses que ya he comentado antes y los ruidosos papelitos de rigor, quisiera hacer una observación respecto al público del sábado que me parece de justicia. Pese a ser función de estreno, su comportamiento respecto a los aplausos fue bastante coherente. Tras el horrísono “Oh, Patria mía” que se marcó la Thomas y pese a la paradinha estratégica de Maazel buscando el aplauso, el silencio absoluto fue lo único que pudo escuchar la americana. Igualmente, al final, Barcellona fue la más reconocida de los solistas, seguida de De León y cuando salió Indra Thomas la ovación se convirtió en educados y tibios aplausillos.
Y no ha transcurrido tanto tiempo desde que en este teatro hemos visto ovacionar y bravear a piñón fijo a todo protagonista en cuanto te hacía un agudo medianamente vistoso (¿os acordáis de una tal Voulgaridou?). ¿Puede ser esto un síntoma de madurez del público de Les Arts?, pues yo creo que sí, que con el paso del tiempo está adquiriendo un mayor criterio y cada vez sabe mejor lo que quiere oír. O eso quiero creer yo.
No salió a saludar ningún miembro de la dirección artística, con lo que no se puede conocer la opinión del público respecto a la puesta en escena, aunque por lo escuchado en los pasillos parecía haber división de opiniones. Esa ausencia en los saludos de la dirección artística, según me han dicho, podría haber sido su modo de protestar ante las imposiciones de Les Arts para eliminar algunos elementos de la puesta en escena.
En fin, ya me he vuelto a alargar demasiado. Pese a la Thomas, fue una buena noche de ópera que me permitió gozar de una extraordinaria Barcellona, un estupendo De León y la magia (peculiar) del Maestro Maazel y sus músicos. Repetiremos algún otro día y veremos que nos depara el segundo reparto con Wellber como director musical y con Marcelo Álvarez y Hui He acompañando a Barcellona.
Gracias por la estupenda y acertada crónica.
ResponderEliminarFue un placer saludaros antes de la representación: Atticus, Assai y cónyuges.
Gracias por la crónica, Atticus.
ResponderEliminarPor desgracia tus apuntes sobre los recortes escénicos de esta producción se ven confirmados por Beckmesser en su web, quien apunta como mano ejecutora a la mismísima Jelga. Bien, a Gonzalo Alonso le parecerán un acierto, pero a mí me resulta bochornoso que Frau Schmidt se tome semejantes libertades. ¿Se imaginan ustedes que hiciera lo mismo con los tempi y demás aportaciones personales de Maazel? Pues eso.
Si a la señora Schmidt no le gustaba la producción de McVicar, no haberla contratado. Pero si decida contar con ella, luego no tiene derecho alguno a modificarla, le parezcan o no una tontería sus ocurrencias.
Yo quiero ver (tengo entrada para el viernes) la producción de Aida de McVicar, con las escenas sangrientas que tú refieres, Atticus, y con las de lesbianismo que tanto desdeña Gonzalo Alonso. Y si luego al público no nos gusta, pues a abuchear o a escribir maldades en los blogs. Pero lo que tenemos derecho a ver, porque para eso hemos pagado, es la producción de McVicar original, sin las aportaciones de Madame, quien en lugar de ejercer de censora podría dar explicaciones sobre por qué se ha contratado a determinados cantantes en esta Aida.
Un placer leer tus reseñas, que han de ser largas, Atticus. Me alegro de que disfrutárais tanto, incluso del conjunto de tísicos y celofans que hacen presencia en todos los teatros del mundo. Me he reido mucho con tus puntos irónicos..
ResponderEliminarVeo que los hermanos Martínez (flauta y cello) triunfan en su tierra desde que se fueron de la OBC. Y que las macedonias de disfraces se está poniendo de moda (en Lulú, más de lo mismo). Pero lo de la censura es imperdonable.
Que tengáis una buena segunda función, ya nos explicarás.
Por cierto, cada día me gusta menos el pretencioso pescado de Calatrava, no sé qué le ve doña Helga.
Una Aida es más difícil que cualquier otra opera y no por las exigencias vocales, que no difieren mucho de un Don Carlo o La Forza del Destino, de vocalidades muy semejantes, el problema de esta ópera es la escenificación. Eso del antiguo Egipto pesa como una losa y cualquier aproximación a un cambio, resulta poco menos que desastrosa, al menos en los montajes que he podido ver en dvd, ya que al natural, siempre he visto peplums, más o menos acertados.
ResponderEliminarQue la Sra. Helga haya decidido cambiar la producción original de McVicar, temiendo las protestas del público es lamentable. Como dice FLV-M, haber apostado por el montaje scaligero de Franco Zeffirelli, y seguro que las "testas coronadas" estarían ahora la mar de satisfechas de tanto lujo.
Si contrato la propuesta de McVicar sin verla, doble colleja.
Del reparto no puedo decir nada, a parte que la Thomas (o la dejhas) ya la sufrimos en el Liceu.
Ha sido, "come d'abitudine", un placer leerte.
Gracias por la crónica, lo del "coro de tosedores" es impagable, tendremos que resignarnos, no tiene solución.
ResponderEliminarTengo muchas ganas de escuchar esa Aida alla Maazel (Atticus dixit) a ver si me gusta tanto como la Butterfly y el Parsifal con que nos obsequió el maestro. Es posible que no se ajuste a la partitura pero cuando empieza con esos tiempos tan particulares crea belleza dónde antes sólo parecía haber una frase musical más. Bravo.
En cuanto a los solistas, me alegro del éxito de de León ¿tú dirías que por fin "habemus Radamés"? ¿qué solistas serían, según vuestro criterio, las Aídas y los Radameses indiscutibles en este momento, los que tienen la voz más adecuada para el papel? Escuché a Hui He como Aída en el Liceu hace un par de años y no me disgustó, pero . . . no me conmovió ni lo más mínimo, la volveremos a tener en Les Arts en diciembre (junto con Vrantogna, por lo visto hemos sido malos y merecemos ser castigados, descansados se habrán quedado en el Real).
¿Podrían ser Urmana y Giordani?
He disfrutado más leyéndote que viendo esta Aida que no es uno de mis Verdis favoritos y que siempre la he visto a la Cecil B. de Mille.
ResponderEliminarSiento lo del recorte del gore mcviccariano así como que, justamente, Aida no diera ni una nota. Por suerte Maazel, Barcellona y de León se salvan, y muy bien, de la quema.
Seguiré fiel al placer de leerte, Atticus.
Bueno, leyendo tu crónica y conociéndote ya me hago una idea de cómo es esta Aida, ahora a esperar qué me parece a mí.
ResponderEliminarQue Helga se haya entrometido en la dirección escénica me parece bochornoso si resulta ser cierto, lo que no me explico es cómo, además de no salir a saludar, no se ha hecho algún otro tipo de protesta por parte del equipo escénico, yo, de ellos, estoy seguro que no lo hubiera tolerado y si hubiera tenido que armarla la hubiera armado.
Se me olvidaba. Gracias por la estupenda crónica. A ver si en alguna función podemos coincidir para intercambiar impresiones.
ResponderEliminarPues digo lo mismo que maac: tras leer tu crónica, tan exhaustiva e irónica como es habitual, me hago una idea de por donde van los tiros, a la espera de poder asistir y crearme una impresión propia.
ResponderEliminarY yo, iluso de mí, que me alegraba de haber evitado a Hui He, aún acabaré echándola de menos.
Lo de Helga y la producción es un claro ejemplo de la política de actuación a salto de mata de Les Arts. Si Helga firmó por una producción escandalosa, la queremos con todo su escándalo, y si no quería escándalo tendría que haber buscado otra producción tradicional, de las de cartón piedra. Así lo único que ha conseguido es molestar a unos y a otros y gastarse el dinero en una producción que no vamos a poder ver más que en una versión mutilada.
Añadir sólo a esta magnífica crónica que el día del ensayo general fue una función más redonda, con un Maazel más inspirado con los tempos algo menos lentos en ciertas ocasiones. La soprano estuvo algo mejor, aunque a mí no me gusta como Aida. Y lo que tú dices, yo había veces que me abstraía de lo que pasaba por el escenario y, simplemente, escuchaba las huestes esables 8coro y orquesta) dirigidos por el maestro Maazel.
ResponderEliminarNibelungo: Gracias a ti por tu visita. A ver si el próximo día puedes unirte también a la cena.
ResponderEliminarFLV-M: Cuando me contaron la historia el sábado, me dijeron, efectivamente, que había sido la propia Helga quien ordenó capar el montaje.
Coincido totalmente con tu comentario. Yo no entro en si lo eliminado es feo, banal o desagradable. Sea lo que sea es lo que ha creado su autor. Tu ejemplo acerca de que sería como modificarle los tiempos a Maazel me aprece muy acertado.
No deja de ser una prueba más del régimen manu militari que impera en les Arts con Frau Kommandant Schmidt a la cabeza, y de su comportamiento paternalista con un público al que considera ignorante.
Kalamar: Magdalena Martínez, una espléndida flautista, no fue el sábado la solista, sino Alvaro Octavio. Pero hace poco pudimos disfrutar de sus solos en "L'Italiana in Algeri". Respecto a su hermano del cello, actualmente creo que no hay ningún Martínez en plantilla.
Lo más bonito que le ve Helga al pescado de Calatrava (Kalamar dixit) es, seguro, la pasta que se lleva por estar ahí.
Joaquim: Mucho me temo que todo apunta a que se contrató a McVicar por nombre, con la garantía de que su Fausto había gustado, sin conocer entonces los detalles de la Aida que estrenó en Londres, y luego ante el temor de volver a comenzar temporada con bronca (¿you remember Troyens, compañero afrancesado?), ha ejercido de Kommandant.
Álvaro: Se te echó mucho de menos en la ópera y la post-ópera.
Yo creo que sí te gustará este Maazel.
De León a mí me gustó. De ahí a decir que aquí está el Radamès-Mesías, pues no está claro, pero podría llegar a serlo. A mi Giordani no acaba de convencerme y Marcelo, regulín, aunque espero verle en directo y opinar entonces.
El panorama no está muy boyante, desde luego, y en las Aidas, tampoco. Urmana, si está bien, podría ser una buena Aida, aunque le faltaría posiblemente italianitá y calidez interpretativa. A un millón de años luz de Thomas por supuesto.
Menos mal que Vratogna y Thomas no coinciden, porque si no el dúo del tercer acto podría haber sido de salir corriendo.
Glòria: La magia que sabe sacar Maazel de la Orquesta es capaz de suplir cualquier infame Aida pegando berreos, como fue el caso.
Maac: Estoy de acuerdo contigo en que la protesta fue demasiado respetuosa y british, porque de hecho nadie se enteró. Veremos si en las próximas representaciones hay alguna novedad.
Espero que podamos volver a coincidir pronto, aunque no abucheemos.
Titus: Yo también me alegré de evitar a la Hui he y el sábado hasta la eché de menos...
Lo malo de la mutilación no es que sea de enorme importancia lo suprimido, que posiblemente no lo sea, sino el hecho mismo de pasarse Helga al público y a los artistas que contrata por el arco del triunfo.
Fernando: Yo que afortunadamente desde mi localidad tenía una visión perfecta de Maazel y la orquesta, aproveché también los ignominiosos momentos en que intervenía Thomas para centrarme en la música y en la prodigiosa comunicación que hay entre músicos y director.
Si en el ensayo general los tempi no fueron tan lentos, y yo fuese el tenor, asesinaría a Maazel por ponerme las cosas más complicadas luego en el estreno sin estar prevenido.
Mi pregunta ahora es ¿Y Wellber cómo afrontará la dirección de Aida?. ¿Con una lectura más purista o dejándose llevar por la senda de Maazel?
Una crónica extraordinariamente detallada y divertida. En los últimos tiempos, los coros de toseadores son compañia estable en la mayoria de teatros y las escenografias desconcertantes también.
ResponderEliminar... resulta gracioso pensar que ninguna de las cabezas bienpensantes asistentes a la representación, abandonó la sala tras la inquietante escena del sacrificio. Quizás mamma Helga, garante de la tranquilidad espiritual del público valenciano, no conoce todavía el carácter que tan bien reflejó Berlanga.
ResponderEliminarPoco más que añadir a tu hilarante y acertadísima crónica. Una vez logré abstraerme de la idea de que aquéllo era un remedo de filaes de moros y cristianos, cada tribu con sus atributos, conseguí disfrutar muchísimo de todo el espectáculo. Me arriesgo a opinar que Barcellona me destaca más en este repertorio que en el belcantista, pero sé que soy minoría. En cuanto a Jorge de León, valiente como él solo y se le puede augurar un fantástico futuro. Genial Maazel y fantásticos orquesta y coro. Y ahora, ya puedo reírme de tus toques de humor, jajaja.
Hola Atticus, tu crónica insuperable incluido el "coro de tosedores" me ha encantado tu artículo, creo haberte leido que vás al segundo cartelone, si es así y canta Sandra Fernandez, que es de mi pueblo y si te apetece y quieres saludarla le dás recuerdos de "paco el floro" es mi nombre y apodo, ella me conoce bastante........saludos .........paco
ResponderEliminarJosep: Tienes toda la razón, pero prefiero una dirección de escena abominable que tener que aguantar tosedores en la oreja toda la obra.
ResponderEliminarMi: Fue un placer compartir la experiencia contigo.
Ya sabes que en Barcellona discrepamos y en De León coincidimos... me refiero a los cantantes, no a las ciudades...
Muy acertado tu recuerdo a Berlanga, que si conociese a Helga seguro que la hacía cuerpo estable de La Escopeta Nacional.
Paco: Sandra cantó ya en el estreno y en principio está anunciada en todas las funciones, aunque hace un papel muy pequeño, pero descuida, que si tengo ocasión de ver a Sandra le daré los recuerdos de Paco el Floro.
La obra es una coproducción, no es alquilada, así que Helga no la vió antes de poner la pasta ,jejejeje. A mi siempre me quedará la curiosidad de saber que hubiera pasado si David McVicar hubiera estado en Valencia dirigiendola...mucho me temo que la cosa no se hubiera quedado en no salir a saludar. Igual que coprodujeron la Tosca y han revendido su participación y van a poner otra...podia haber hecho lo mismo con esta Doña Helga si no le gustaba, lo que no se puede hacer es justamente lo que ha hecho, censurar.
ResponderEliminarAh , se me olvidaba preguntar...bailarines hay ? o también se ha cargao el ballet porque iban con taparrabos ?? jajajaa
ResponderEliminarExcelente crónica.Yo diria que hoy en dia la mejor Aida podria ser Sondra Radvanovsky(rol que ha debutado el mes pasado en Toronto, su home theater) y el mejor Radames es Roberto Alagna.Aunque dudo que superen al tandem Leontyne Price-Carlo Bergonzi años 60.
ResponderEliminarKende: Quiero pensar que si hubiera estado McVicar en Valencia las cosas habrían sido diferentes. Creo que sí.
ResponderEliminarLa censura no es admisible nunca, sobre todo cuando has tenido la libertad de traer o no esa producción y has optado por traerla.
Los bailarines medio en bolas sí salen, se me olvidó comentarlo en el post después de tanto rollo. Para lo poco que me gusta el ballet, en esta ocasión me molestó poco, aunque es verdad que en esos momentos de lo que estaba más pendiente era de la música que estaba sacando Maazel del foso.
Dandini: Yo lamento discrepar respecto a Alagna. Creo que hoy por hoy no es el mejor Radamès ni siquiera en medio de la sequía que hay, aunque pueda haberlo sido.
De Radvanovsky no me acordaba. No la he escuchado en el papel, pero desde luego tiene mimbres para ser una estupenda Aida.
A Pryce-Bergonzi no hay quien les supere.
http://www.youtube.com/watch?v=DLPnnsy6_X8
ResponderEliminarYo creo que todo es superable, quizás no lo veremos, pero este no es el tema. Yo quería decir que eapoyo la pareja dandinesca absolutamente, A juzgar por el Radamés del liceu, Alagna lo canta estupendamente, con su voz lírica, su frasepo exquisito y ese punto de chulería guerrera que le viene que ni pintada al egipcio verdiano. En cuanto a Aida, la Radvanovsky para este rol, supera a Urmana en todo.
ResponderEliminarClaro que estamos hablando de gustos personales, pero estoy seguro que la para esta pareja, no creo que nadie en Les Arts opusiera resistencia, a pesar de las declaraciones de la Doña.
Gracias por los videos, Álvaro.
ResponderEliminarIlustrativos.
Me ha alegrado comprobar que Radvanovsky es también una Aida extraordinaria. Y si por ese audio me guío, desde luego supera a Urmana.
¿Otras opciones?. ¿Carosi, Fantini?. No creo que sean mejores.
En cuanto a Alagna, reconozco sus virtudes y es un cantante que cuando canta bien canta muy bien. Sigo pensando que posiblemente no sea el tenor que mejor cante hoy Radamès. Pero como bien dices, Joaquim, se trata de gustos personales, y lo mío con Alagna es incorregible.
Pero no pondría ninguna pega a que trajeran a Radvanovsky y Alagna a Les Arts... ojalá.