domingo, 13 de diciembre de 2015

"SILLA" (G. F. Haendel) - Palau de les Arts - 12/12/15

Cuando se presentó la temporada operística del Palau de les Arts, allá por el mes de junio, nuestro Intendente Davide Livermore anunció que la ópera Silla, de G.F. Haendel, sería cantada por alumnos del Centre Plácido Domingo y “una estrella mundial del barroco”. Al comenzar la pretemporada en octubre, pudimos comprobar que quien aparecía anunciada era Meredith Arwady, una contralto norteamericana que, sin poner en duda su valía, ni por fama ni por repertorio cumplía el perfil de estrella mundial del barroco. Y, finalmente, ha sido una aún más desconocida Benedetta Mazzucato quien ha protagonizado anoche el estreno de Silla. Parece que en Les Arts, sea quien sea quién maneje su timón, hay cosas que se repiten una y otra vez y que ya parecen formar parte de su peculiar idiosincrasia.

El Intendente Livermore, en una reciente rueda de prensa, anunció también que la programación de esta ignota ópera de Haendel para ser interpretada por alumnos del Centre Plácido Domingo respondía a lo que él denominó “la revolución del sentido común” (chúpate esa), que consiste, según él, en apostar por la calidad de los espectáculos, independientemente de que se trate de obras no tan conocidas por el gran público y aunque sus protagonistas no sean siempre estrellas, sino gente preparada, como era el caso de quienes figuran en el Centre.

Como declaración de intenciones me parece genial. Y hay que reconocer que este hombre tiene una labia que es capaz de venderle un jamón de jabugo a un Ayatollah, el problema puede venir cuando los resultados no se ajusten a los propósitos. Y, en mi opinión, eso es lo que sucedió ayer.

Me parece una gran idea que se incluyan en la temporada títulos minoritarios, de forma que el público no se limite a escuchar una y otra vez los clásicos Traviata, Bohème, etc. y pueda abrirse a nuevas propuestas.

Y también me parece estupendo que se den oportunidades a jóvenes cantantes, sin necesidad de que sean estrellas mediáticas, siempre que respondan a los niveles de calidad que el nombre de este teatro y la excelencia de sus cuerpos estables merece. Así ha ocurrido en el pasado con muchos de los cantantes que han pasado por Les Arts con enorme éxito antes de su reconocimiento internacional (Amber Wagner, Jennifer Wilson, Jorge de León y un largo etcétera). Pero anoche esa calidad no estuvo presente. Entre los cantantes hubo de todo, bueno, malo y regular; pero incluso en lo bueno el nivel me pareció más propio de estudiantes de conservatorio que de cantantes seleccionados para perfeccionarse en el Centre.

Lo he dicho en alguna ocasión, y lo sigo pensando, que el nivel del alumnado del Centre Plácido Domingo es muy inferior en los últimos años al que tuvo en un principio. Dicho esto también afirmo que lo que escuché anoche me gustó más que las representaciones del Centre del año anterior.

Entiendo, y así lo he mantenido siempre, que no se debe medir por el mismo rasero a estos cantantes del Centre que a los que se contraten para los espectáculos de la temporada de abono, pero cuando desde el teatro se nos pretende colar que esta es una alternativa de calidad, me considero en mi derecho de, al menos, discrepar. Anoche hubo una diferencia abismal entre la calidad de la parte musical y el apartado vocal.

Y el capítulo escénico tampoco acabó de convencerme. Se trata de una nueva producción del Palau de Les Arts que se ha encargado a la joven directora italiana Alessandra Premoli. El resultado es demasiado parecido a cualquiera de los trabajos que ha hecho anteriormente el Intendente Livermore para ser representados por alumnos del Centre, aunque habiéndose pagado aquí a un tercero (Premoli). Quizás esta sensación se deba a que se contaba con la escenografía de Manuel Zuriaga, la iluminación de Antonio Castro y el vestuario de José María Adame; es decir, los habituales colaboradores de la casa. La escenografía está compuesta por un par de paneles móviles y un graderío giratorio que igual representa un ágora, un circo o un parlamento; y los juegos de luces crean una sugerente ambientación para algunas escenas.

Su propuesta no me parece que aporte nada especial. En su defensa se ha de decir que tiene un enorme mérito perder tiempo y esfuerzos en poner en escena un libreto que es una ñorda elefantiásica. Pero la labor de dirección de actores me resultó menos conseguida que en otras ocasiones y limitarse a representar diversas escenas de violencia para que veamos lo malo que es el dictador, hacer veladas referencias a la Italia fascista o simbolizar a los oprimidos con alusiones a las madres de la Plaza de Mayo, no creo que sea nada muy original ni que constituya una inteligente transposición del drama a la época actual. No quiero decir que el trabajo de Premoli sea rechazable, pero me pareció absolutamente intrascendente.

Es de enorme interés la tarea que lleva a cabo Fabio Biondi para la investigación y recuperación de óperas perdidas, como es el caso de este Silla. Decía el maestro Biondi que el motivo de que Haendel hubiera dejado esta ópera en un cajón, llevándose parte de su música a Amadigi di Gaula, era un tema político de la época. Después de lo visto ayer yo más bien sospecho que el compositor pudiera haberse dado cuenta de la inconsistencia y ridiculez del libreto y decidiese dedicar la música a otros fines más loables. Y es que, a diferencia del texto, la partitura de Haendel contiene momentos bellísimos, a los que además Fabio Biondi supo sacarle el mejor partido posible.

Era la primera ocasión en que Biondi ocupaba el foso de Les Arts para dirigir una ópera. Ya pudimos verle en octubre al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, de la que fue nombrado en marzo director titular junto a Roberto Abbado, interpretando Davidde Penitente de Mozart, y tengo que reconocer que entonces me defraudó bastante. Ayer, sin embargo, creo que Biondi llevó a cabo un trabajo excelente de dirección que da motivos para ser optimistas.

Dirigió Biondi sin batuta, al violín, tal y como era costumbre cuando la obra fue compuesta. En alguna de sus primeras intervenciones como solista se observaron imprecisiones en la digitación, pero en las siguientes dejó instantes sublimes. La dirección de Biondi fue ágil, clara, con pulso dramático y estuvo plagada de modulaciones y matices soberbios que proporcionaron toda la expresividad que faltaba en escena. Cuidó muchísimo la endeblez de la mayoría de las voces y marcó con precisión todas las entradas. La escena de la tormenta fue extraordinaria y maravilloso el acompañamiento de las cuerdas en “La vendetta è un cibo al cor”.

En el foso destacaron toda la noche las intervenciones de Guiorgui Anichenko al violonchelo, Pierre Antoine Escoffier al oboe y un magistral Rubén Marqués a la trompeta, especialmente en el “Con tromba guerriera” que puso fin al primer acto.

En cuanto al apartado vocal, ya he dicho anteriormente lo poco que me satisfizo. Destacaría la delicadeza con la que Federica di Trapani acometió el aria de Flavia “Un sol raggio di speranza”, regulando y dando intención al texto, siendo también la cantante que mejor se manejó en los recitativos, masacrados por la generalidad del reparto. Me gustó también el color, volumen, proyección y sentido del legato de la soprano mejicana Karen Gardeazábal como Metella, aunque se le atragantasen las agilidades. Buenos detalles apuntó también Nozomi Kato como Celia, pese al infame vestuario que tuvo que padecer, mezcla de colegiala nipona y jotera, destacando especialmente en su aria “Sei già morto, idolo mio”.

Por respeto a los alumnos del Centre obviaré las consideraciones más negativas sobre ellos, pero sí señalaré que, curiosamente, lo peor de la noche vino de las dos únicas cantantes que no pertenecían al Centre Plácido Domingo. Adriana Di Paola, se cargó el papel de Claudio, el más  extenso de esta ópera, con voz entubada y destemplada, que cuando entraba en terrenos de agilidad no se sabía si cantaba, reía o le daban arcadas, y exhibió la expresividad dramática de un airgamboy.

Por su parte, Benedetta Mazzucato, en el rol del dictador Lucio Cornelio Sila, tan sólo ofreció agradable timbre en la zona central mientras no entraba en terrenos comprometidos, pero los graves se los dejó en Roma, con las agilidades mostró más problemas que Stephen Hawking saltando vallas y sus recitativos parecían el penoso declamado de un actor de teleserie española juvenil. Es inaudito que desde Les Arts no se haya encontrado ninguna alternativa mejor para el papel protagonista de esta ópera, y haber pasado de anunciar a una estrella mundial del barroco a traernos a Mazzucato es una tomadura de pelo en toda regla.

La figuración recayó esta vez en alumnos de la Escola Superior d'Art Dramàtic de Valencia (ESAD), quienes realizaron una meritoria labor con los mimbres que le atribuyó la dirección escénica.

La sala del Teatre Martin i Soler se encontraba prácticamente llena, con bastante gente joven, y se dejaron ver por allí el tenor José Manuel Zapata, el principal director invitado de la casa, Ramón Tebar, el director húngaro Henrik Nánási y Plácido Domingo junto a su esposa. El público no se mostró especialmente cálido durante la representación, aunque al final se aplaudió y braveó a discreción, especialmente a la orquesta y a su director, Fabio Biondi.

Expediente X digno de consultar a Iker Jiménez fue el origen de las ráfagas de olor a fritanga o churrería que inundaban la sala de vez en cuando, habiéndose confirmado que no se trataba de que hubiesen echado a la bañera de aceite hirviendo a quien seleccionó el reparto vocal.

Pese a todo lo dicho creo que siempre merece la pena acercarse a descubrir una ópera nueva, sobre todo si está plagada de bella música, como este Silla de Haendel y si de paso se puede disfrutar del buen hacer de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, mucho mejor.



domingo, 6 de diciembre de 2015

"MACBETH" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 05/12/15

El Palau de les Arts inauguró oficialmente anoche la temporada operística 2015/2016, décima temporada de abono del joven coliseo valenciano, con un programa digno del acontecimiento, la magnífica Macbeth, de Giuseppe Verdi, con el protagonismo de una figura como Plácido Domingo. Y lo cierto es que se vivió una emocionante noche de ópera.

Este año se ha hecho algo menos larga la espera con los espectáculos ofrecidos en la pretemporada, pero aún así había una gran expectación ante el inicio del nuevo ejercicio operístico y ello se tradujo en un lleno casi completo de la sala principal, que presentaba el rutilante aspecto de las grandes ocasiones.

Eso sí, si en la Bohème que abrió la pretemporada fue notable la presencia de representantes políticos, ayer, en el estreno oficial de temporada, no se dejó ver ninguno de los principales responsables autonómicos o municipales; ignoro si porque la campaña electoral les tiene muy ocupados o porque la temporada a precios normales no la consideran digna de apoyo. En cualquier caso, vuelve a ser muy triste que, sea cual sea el color de las instituciones políticas, siga quedando patente su ignorancia y la falta de respaldo político a la ópera en general y a este proyecto cultural que debería ser una de las joyas de la corona de la cultura en España.

La producción de Macbeth presentada ayer es del Teatro dell'Opera di Roma y el Festival de Salzburgo, donde se estrenó en 2011, y cuenta con la dirección de escena concebida por el prestigioso regista alemán Peter Stein y dirigida en esta reposición por el italiano Carlo Bellamio. La versión presentada es la de 1865, sin el ballet y sustituyendo el coro final por la escena final de la de 1847, con el aria de MacbethMal per me che m'affidai”.

La propuesta es absolutamente clásica y fiel al libreto, con un vistoso vestuario de época de Anna María Heinreich que pone cierto contrapunto colorista a una escena tan oscura como la historia que se nos narra. A mí particularmente me agotan ya estas oscuridades escénicas que obligan al espectador a estar a veces, como si viese el Canal Plus codificado, haciendo ímprobos esfuerzos para enterarse de lo que ocurre en escena. Supongo que se ahorrará factura de luz, lo cual viene muy bien, pero cansa. Y, dicho esto, tengo que reconocer que los juegos de luces de Joachim Barth constituyen uno de los grandes valores de esta puesta en escena.

La escenografía es mínima y la sensación de vacío en escena está presente toda la representación. Quizás el problema venga de ser una producción pensada para un espacio tan peculiar como la Felsenreitschule de Salzburgo, con su decorado natural excavado en la roca. Pero aquí tan sólo enmarca la acción un fondo que cambia de color a la par que las emociones en el drama, mientras que la parte del escenario más próxima a la orquesta está ocupada por un suelo en pendiente que vuelve a poner a prueba las habilidades equilibristas de coro y solistas.

De las innovaciones más conseguidas de esta propuesta me parece el haber representado a las tres brujas con tres bailarines que mueven los labios y actúan, mientras componentes del coro femenino prestan su voz disfrazadas de bosque, consiguiendo un resultado visual y dramático espectacular. Algo similar ocurrirá con los sicarios encargados de dar muerte a Banco y su hijo, que serán representados por 4 bailarines, mientras cantan el papel los componentes del coro masculino ocultos con capas negras que parecen representar un bosque petrificado.

También me gustó la resolución, siempre complicada, de la escena de las apariciones, consiguiendo un efecto visual impactante. Al menos desde platea, porque desde los pisos altos quedarán demasiado evidentes los trucos escenográficos.

Me sorprendió la escena de la batalla final, con unos espadachines que hicieron un trabajo buenísimo, muy alejado del ridículo chocar de espadas de función fin de curso que suele ser tan habitual.

Lo que menos me convenció de esta puesta en escena es una dirección de actores muy primaria, por no decir inexistente. Parece que se haya centrado todo el trabajo en los efectos escénicos, descuidando los movimientos de cantantes, sin que se aprecie una labor de dirección que potencie la dramaturgia, pareciendo más bien que la mayoría de las veces se les ha dejado sueltos en escena a su buen o mal hacer.

Me llama la atención que después de que este teatro optase por nombrar a dos directores titulares de la orquesta de la casa (Roberto Abbado y Fabio Biondi), más un director principal invitado (Ramón Tebar), ninguno de los tres sea el designado para ocupar el foso en la función que abre la temporada. El encargado ayer de tomar la batuta al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana fue el húngaro Henrik Nánási, quien ya dirigiese la temporada pasada, con un resultado extraordinario, El castillo del duque Barbazul, de Bartók. Pero claro, una cosa es un húngaro dirigiendo Bartók y otra los peculiares acentos que exige Verdi; así que fui con cierta prevención ante lo que pudiese ofrecernos Nánási y he de decir que, para mi muy grata sorpresa, me pareció uno de los mejores trabajos de dirección de los últimos años en este teatro.

Los primeros compases fueron ejecutados a un ritmo trepidante que hicieron temer unos tempi acelerados en exceso, pero no fue así. Nánási supo incluir las dosis requeridas de cada ingrediente para que la tensión dramática y la emoción estuviesen presentes en todo momento, honrando la partitura con acentos de puro sabor verdiano y llevando a cabo un control milimétrico de cuanto se desarrollaba en foso y escena. Supo extraer las mejores prestaciones de una orquesta que volvió a maravillar a lugareños y foráneos, con algunos matices espectaculares. Mostró autoridad en el control de los concertantes y cuidó a los cantantes con pulcritud, administrando sabiamente los volúmenes orquestales. Me pareció una dirección sobresaliente.  

Toda la Orquestra de la Comunitat Valenciana sonó anoche con la brillantez deseada. Estupendas fueron las intervenciones de arpa y corno inglés, pero es de justicia destacar especialmente la labor de los vientos, donde además tuvimos la gratísima sorpresa del retorno de Christopher Bouwman, quien con su oboe hizo trío de lujo junto a Joan Enric Lluna al clarinete y la flauta de Álvaro Octavio, de quien se comenta que pueda abandonar la orquesta para ir a la ONE, lo que sería una pérdida irreparable para nosotros.

Pero sí de sobresaliente puede calificarse la labor orquestal, el trabajo derrochado ayer por el Cor de la Generalitat merece matrícula de honor. Uno de los principales protagonistas de esta ópera, sin duda, son las brujas, y anoche las componentes femeninas del coro que cantaban el papel tuvieron un protagonismo capital, realizando una espectacular exhibición vocal y escénica que algunos tardaremos tiempo en olvidar, con el mérito añadido de tenerse que mover por el escenario camufladas como arbustos. También la sección masculina tuvo ocasión de lucirse, mostrándose imponente ya desde su primera intervención acompañando a Macbeth, hasta el magnífico momento de los sicarios. Y todo el coro al completo nos maravilló en los dos concertantes que cierran los dos primeros actos, pero, sobre todo, en un Patria oppressa memorable que inundó de emoción el Palau de les Arts. Jamás había escuchado yo este fragmento tan excelentemente cantado y con un acompañamiento orquestal tan bello como el que proporcionó Nánási. Para mí fue el momento mágico de la noche.

Uno de los alicientes principales de este Macbeth lo constituye la presencia en el papel protagonista del incombustible Plácido Domingo. Una presencia que ya roza lo sobrenatural cuando sigue incorporando a su repertorio nuevos papeles y, sobre todo, cuando hace menos de dos meses pasaba otra vez por el quirófano, haciéndonos temer a todos una previsible cancelación de sus compromisos en Valencia. Pero, parece ser, que sigue sin descubrirse la kriptonita que le haga doblar la rodilla a este hombre.

El problema es que, aunque él se vea hecho un machote y con fuerzas para asumir nuevos retos, es obvio, y cada vez más evidente, que está al límite. En toda la primera parte me lo hizo pasar fatal. La falta de fiato era alarmante, dificultando el fraseo ligado. Daba la impresión de estar extenuado y, en cuanto el tempo orquestal se aceleraba y parecía que se le escapaba la orquesta, personalizaba el fraseo comiéndose palabras y saltándose notas. En el concertante final del primer acto me resultó inaudible y su pronunciación durante toda la velada fue bastante deficiente, presentando además numerosos lapsus de texto, pese a contar con apuntador, cuya concha (con perdón) rondaba en cuanto podía.

Pero si algo no se le puede negar a Domingo es su entrega, su dominio de las tablas y una fuerza dramática absolutamente ejemplar, como también lo es su autoridad vocal y una belleza tímbrica que perdura milagrosamente. Enhebró algunas frases bellísimas, rotundas e impregnadas del mejor sabor verdiano. En la segunda parte fue a mejor, con una escena de las apariciones muy notable y, especialmente, con dos arias finales “Pietà, rispetto, amore” y “Mal per me che m'affidai”, que fueron toda una lección de sentido dramático.

La verdad es que tuve toda la noche sentimientos muy encontrados con él y escuchándole en “Pietà, rispetto, amore” no pude evitar pensar que al comienzo de la velada era casi piedad y lástima lo que estaba sintiendo hacia él; que, pese a todo, su categoría dramática y su entrega eran dignas del mayor de los respetos; y que, finalmente, había acabado por caer rendido y enamorado del gran artista que, una vez más, nos demostró ser.

Confieso que tenía gran curiosidad por ver el rendimiento que podía ofrecer la mezzosoprano rusa Ekaterina Semenchuk debutando en un papel tan exigente, y no escrito específicamente para mezzo, como Lady Macbeth, y a mí me gustó. Es cierto que tiene un instrumento poco flexible, de resonancias puramente eslavas, sin atisbo de italianitá, con dicción problemática, falta de contundencia en el registro grave y algunas carencias en la franja más aguda; pero creo que compuso una Lady Macbeth segura, poderosa y muy destacable. Mostró una incontestable potencia vocal y presencia escénica, derrochando expresividad, sobre todo en su gran escena final, donde sin embargo empañó un tanto el resultado con un par de agudos capados muy feos. En cualquier caso, pienso que llevó a cabo una actuación muy meritoria.

El bajo Alexander Vinogradov en el aria de Banco cantó con legato e intención, con una voz oscura y rotunda, aunque con una emisión sucia y, como diría el amigo Titus, ogresca.

El tenor italiano Giorgio Berrugi cumplió en el breve papel de Macduff con voz de color atractivo y bellos perfiles, luciéndose especialmente en su bellísima aria “Ah, la paterna mano”, con un canto bien ligado, pero sobraron un par de apuntes veristas que no venían a cuento.

Fabián Lara fue un correcto Malcom. Destacables en papeles menores estuvieron Federica Alfano, apuntando incluso un pianísimo en el cuarto acto, y Lluis Martínez. Cumplieron también sobradamente Boro Giner, Pablo Aranday y Juan Felipe Durá. Y fueron estupendas las intervenciones de los dos niños de la Escolanía de la Mare de Déu dels Desamparats, Josep de Martín y Héctor Francés.

Como decía al comienzo, la sala principal presentaba un lleno casi completo, con bastante presencia de público foráneo, pudiéndose ver incluso vestidos típicos más propios de Salzburg que de la costa mediterránea. Plácido tenía sus fans y su “Pietá, respeto, amore” fue ovacionada larga y justamente. Al final de la representación hubo emocionados aplausos para todo el elenco, especialmente para Semenchuk, Domingo, coro y orquesta. La dirección de escena fue acogida con tibios aplausos y con algún abucheo aislado pero ruidoso.

Bueno, pues hasta aquí mi crónica del estreno de la temporada valenciana. Estos días que en la prensa no dejamos de leer como presumen otros teatros de ópera por tener a Leo Nucci o Juan Diego Flórez, creo que podemos decir bien alto y con orgullo: pues aquí tenemos al Cor de la Generalitat y sólo por disfrutar de su profesionalidad ya vale la pena chuparse todas las funciones de este Macbeth.