viernes, 11 de diciembre de 2020

"LA CENERENTOLA" (Gioachino Rossini) - Palau de les Arts - 10/12/20

 

Con el estreno anoche de la ópera La Cenerentola, de Gioachino Rossini, el Palau de les Arts de Valencia dio otro paso adelante más en el normal desarrollo de su temporada 2020/2021. Y me parece importante empezar esta crónica destacando esto.

En primer lugar, para ver si así se enteran esas personas que andan por ahí diciendo en medios de comunicación y redes sociales varias, esa majadería de que el Teatro Real es el único recinto operístico activo en España. Es verdad que algunas de ellas no merecen la más mínima consideración, pues no son más que miserables chupatintas y juntaletras provinciano-capitalinos sin oficio ni beneficio; pero, incomprensiblemente, también ha caído en la falsedad otra gente que me merece tanto respeto profesional y tan vinculadas a Les Arts como Gonzalo Alonso.

Y, en segundo lugar, sobre todo, quiero reflejar ese hecho para significar el mérito que tiene en las circunstancias actuales, en plena nueva efervescencia de la pandemia, con mayores restricciones de aforo, aumento de las medidas preventivas y con el pánico instalado en muchas personas, el seguir manteniendo la actividad de Les Arts cueste lo que cueste, apostando por salvaguardar la cultura, y conseguir hacerlo además con un nivel de calidad en sus espectáculos que ya quisiera poder ofrecer hoy en día cualquier recinto operístico de los de primera fila mundial, muchos de los cuales han optado por cerrar, otros han limitado su programación a retransmisiones en streaming y algunos más han recortado sus previsiones u ofrecen espectáculos o repartos de circunstancias.

Por ello, vaya de nuevo mi incondicional aplauso y agradecimiento al director artístico Jesús Iglesias, al director general José Carlos Monforte y a todos los trabajadores del Palau de les Arts por su labor, por seguir haciendo posible que se siga representando ópera en Valencia, manteniendo viva esa pequeña llama de esperanza en medio de la oscuridad que nos rodea. Sabéis que cuando considero que debo dar caña no me corto en hacerlo, pero cuando las cosas se hacen bien, o al menos lo mejor posible, creo que lo justo es valorarlo también. Pero bueno, vamos al lío.

Rossini es un compositor que tiene sus fieles adeptos (ahí permanece sobreviviendo con salud de hierro, año tras año, el prestigioso Festival de Pésaro) y que igualmente también hay muchos aficionados que no lo soportan. Yo no me considero encuadrado en ninguna de las dos categorías. Posiblemente me acerque más a los segundos que a los primeros, pero reconozco los valores que tiene su música y, sobre todo, cuando los espectáculos están bien servidos, pienso que se puede disfrutar mucho con ellos, como ocurrió anoche en Les Arts. Confieso que La Cenerentola no es precisamente una de las obras que prefiero del compositor de Pésaro. Me parece bastante pestiño, tontuna y cansina, aunque reconozca que el segundo acto tiene poco desperdicio.

No es esta la primera ocasión en que se representaba La Cenerentola rossiniana en Les Arts. Ya en 2011 pudimos ver una producción del Festival de Pésaro, con dirección escénica de Luca Ronconi y musical de Michele Mariotti, con algunas voces para olvidar y de irregulares resultados. Esta vez se ha optado por presentar una nueva coproducción del teatro valenciano con la Dutch National Opera y el Grand Théâtre de Genève que cuenta con la dirección escénica de Laurent Pelly, otro ilustre nombre de la regia operística que todavía no había debutado en Valencia y que lo ha hecho con un resultado estupendo. Al director parisino se deben algunas joyas que han quedado ya como referentes del buen hacer escénico, como sus conocidas creaciones para La fille du régiment o Cendrillon.

Laurent Pelly se encarga también en esta producción, junto a Jean-Jacques Delmotte, del diseño del colorido vestuario, y se cuenta también con las inestimables aportaciones de la cuidada escenografía de Chantal Thomas y el diseño de iluminación de Duane Schuler. El atractivo visual de la propuesta es innegable, y la frescura y agilidad del planteamiento escénico se adaptan como un guante al espíritu rossiniano que brilla aquí en todo su esplendor, potenciado por una divertida y muy inteligente dirección escénica.

La versión ofrecida por Pelly parece concebir toda la historia como un sueño de Angelina, la protagonista. La acción se desarrolla así en dos planos: el de la realidad deprimente de la joven que se pasa el día trabajando en las tareas del hogar del barón y sus hijas, explotada por estos; y el onírico, que tiene lugar en la mente de Angelina, donde sus ilusiones pugnan por hacerse realidad y en el que todo se irá volviendo de un intenso color rosa. La ópera comenzará y finalizará con la imagen de la protagonista sumida en su realidad de fregona a escenario vacío mirando al público con cara de boba. Eso nos indica que todo lo que acontece entre medias, sus deseos y coloridas fantasías, no ha sido más que un sueño, el cual parecerá irse materializando en escena mediante los incesantes cambios y movimientos del decorado, pasando del sillón con flecos o la formica de la cocina de Don Magnífico, al suntuoso mobiliario del palacio rosa. Ese permanente tránsito de la realidad a los sueños se verá reflejado también en la iluminación y el vestuario, consiguiéndose con todo ello mantener un muy ágil ritmo dramático y un fluir narrativo visualmente impactante y muy adecuado al devenir de la trama. Nada que ver con la propuesta de Ronconi presentada en 2011, donde los cambios de escenografía entre cuadro y cuadro se hacían eternos.
Una de las cosas que más me gustaron ayer fue que esos movimientos en escena de los cantantes constituyen por sí mismos una auténtica coreografía, estando plagados de mil gestos y detalles, siempre acoplados a las notas musicales que surgen del foso. Como digo, es como una permanente coreografía que acompaña todo el desarrollo de la trama. Y es que hay en esta versión un importante y muy exigente trabajo de dirección de actores que, además, no sólo requerirá de los cantantes de unas sólidas facultades interpretativas, sino también de una buena forma física, pues no son pocas las subidas y bajadas de escaleras o a los elementos móviles que modifican el decorado, el corretear por el escenario o mil ocurrencias más planteadas por la regia para que se lleven a cabo mientras se canta (inolvidables, por ejemplo, los saltos en el sofá de Angelina).

Sé que ayer en algunos corrillos surgió el perpetuo debate acerca de hasta qué punto pueden llegar esas exigencias escénicas si pueden acabar afectando al mantenimiento de unas condiciones óptimas para que el canto no se vea alterado. Todos tenemos en el recuerdo, por hablar de otro Rossini, aquel mareante Barbiere de Michieletto, ejemplo de cómo, si estiras la cuerda demasiado, te arriesgas a que al final se rompa y se desmorone el conjunto de un trabajo que como planteamiento estaba bien concebido. Conseguir ese justo equilibrio es la clave, y aquí, desde mi punto de vista, Pelly sí ha logrado mantenerlo, fundamentalmente también gracias a contar en este reparto con un conjunto de cantantes que han respondido extraordinariamente bien a las exigencias actorales.

A mi juicio, el mayor hándicap de la propuesta estriba en otro elemento que pienso que sí perjudica a las voces bastante más que los movimientos de los cantantes, como es que el escenario se encuentre abierto por los laterales y con un campo de acción bastante profundo y abierto, lo que perjudica la sonoridad de las voces menos caudalosas cuando los solistas se encuentran demasiado retrasados del proscenio. Y otro detalle que, aunque no me molestó no acabé de entender, fue el  por qué Alidoro sale caracterizado de director de orquesta, con batuta incluida. Pero bueno, a pesar de estos detalles menores, creo que ha sido una de las propuestas escénicas con las que más he disfrutado últimamente y que he encontrado más adecuadas a la obra representada.

Tras haberse cancelado la presencia en estas funciones, como director musical, del inicialmente anunciado Maurizio Benini, ha sido finalmente Carlo Rizzi quien se ha situado en el foso al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana. El director italiano ya pasó por Les Arts en 2013, dirigiendo el Réquiem de Verdi, también por cierto en sustitución del titular entonces previsto, nada menos que Riccardo Chailly. Igual que ocurriera en aquella ocasión, Rizzi llevó a cabo una correcta labor de batuta, sin que tampoco haya nada muy relevante que reseñar, ni hubiera ninguna genialidad que brillase especialmente, pero creo que su trabajo fue cumplidor y resultón en una partitura que tampoco es el recopetín y en la que pienso que lo más importante es saber acompañar las voces y ofrecer un marco adecuado para que los solistas destaquen y exhiban sus cualidades, cuidando especialmente, sobre todo, la concertación en los complicados y abundantes números de conjunto que concibió el genio rossiniano. En esa faceta de cuidado de las voces y la concertación, creo que Rizzi sí consiguió cumplir el objetivo.

Es verdad que yo eché en falta un pelín más de nervio e intensidad en algunos momentos donde los tiempos me parecieron algo lentos, como en la obertura (que por cierto fue interpretada, afortunadamente, a telón bajado), pero en general creo que su trabajo fue positivo. Sí me pareció que brilló mucho más la orquesta en otro instante proclive al lucimiento orquestal, como es el del temporal, donde los músicos de nuestra orquesta hicieron gala de su valía. Entre ellos, me pareció destacable el trabajo durante toda la noche de toda la sección de vientos, con trompas y flautas en especial, así como la labor al clave de Simone Ori.

Los componentes masculinos del Cor de la Generalitat estuvieron en su línea habitual, esto es, excelentes en lo vocal y en lo interpretativo, sabiendo adaptarse también con profesionalidad y sentido de la comedia a los requerimientos del director escénico. Cantaron con mascarilla todo el tiempo, lo que en su primera intervención es cierto que da la impresión de una sonoridad más opaca, pero conforme avanza la representación consiguen que uno se olvide del enmascaramiento. Me parecieron estupendos en la escena con Don Magnifico, así como en el acompañamiento a Don Ramiro en Noi voleremo, domanderemo y en el coro Della fortuna istabile la revolubil.

En el apartado de los solistas vocales, en lo que se está convirtiendo en una afortunada costumbre de la etapa Iglesias, ha vuelto a presentarse en Les Arts un reparto muy homogéneo y de calidad.

En la mezzosoprano Anna Goryachova, quien ya cantase en esta producción a su paso por el Grand Théâtre de Genève el pasado mes de septiembre, recayó la responsabilidad de asumir el complicado papel de Angelina. Quizás no sea la rusa una contralto de reglamento, pero sí alcanza las exigencias en los graves con sonoridades acontraltadas. El timbre y el color oscuro de su voz son ciertamente atractivos, y se aleja de esas emisiones entubadas y retrasadas tan comunes en este tipo de voces. Conoce además el género y se ajusta al estilo rossiniano con ductilidad, brillando en los momentos de euforia lírica, con unos agudos amplios y brillantes, aunque hubiera alguno con un punto chillado. Al mismo tiempo, sabe ofrecer con sensibilidad todo el aroma melancólico que desprende el personaje. Mostró una voz homogénea, que maneja con un cuidado legato y fraseo, afrontando con seguridad la coloratura, adornos y mil requerimientos que tiene Angelina, especialmente en esa traca final que es el Nacqui all’ affanno… Non piú mesta que resolvió más que dignamente. En el aspecto interpretativo, aunque no ofrezca un derroche de expresividad, no puede negársele una entrega absoluta, y en este punto no me resisto a volver a reseñar aquí sus saltos sobre el sillón de flecos.

Siempre he tenido una debilidad especial por el tenor norteamericano Lawrence Brownlee. Desde que empecé a escucharle en videos y grabaciones, me interesó mucho su voz ligera y ya le dediqué una entrada en este blog en 2010. Su Don Ramiro presenta una línea de canto magnífica, plena de sutileza y elegancia, con un dominio insultante del canto ligado, gracias a un fiato espectacular. También sorprende por la naturalidad y facilidad con la que se mueve en el registro agudo sin pestañear. Una vez escuchado en directo, he de decir, no obstante, que, efectivamente, tal y como sospechaba, el único reparo que se le puede poner a Brownlee es su volumen limitado, pero, al igual que ocurre con otros tantos ilustres cantantes con voces pequeñas (Flórez, Bartoli…), ello no puede desmerecer sus múltiples virtudes canoras.

Uno de los principales alicientes de esta Cenerentola era el debut en nuestro teatro, por fin, del grandísimo bajo-barítono Carlos Chausson, una de las voces más relevantes que ha dado nuestro país en los últimos años y cuya ausencia en el teatro de Calatrava era una deuda imperdonable que finalmente se ha visto satisfecha. Y lo ha hecho por la puerta grande, convirtiéndose, a mi juicio, en lo más sobresaliente de una función muy relevante El cantante zaragozano, pese a su veteranía, sigue manteniendo una frescura de instrumento y una presencia vocal y escénica imponentes. El rol de Don Magnifico, barón de Montefiascone, es uno de sus papeles fetiche, con el que ha dado muestra de su inmenso arte en los principales teatros de ópera del mundo, y ayer, como no podía ser menos, se metió en el bolsillo al público de Les Arts nada más abrir la boca con el Miei rampolli femminini. Es un auténtico lujazo poder disfrutar de las enormes dotes escénicas de Chausson que sabe bien lo que es un bajo bufo rossiniano y borda la interpretación actoral de la comedia con un dominio sin parangón del gesto y del texto, sin caer en la ridiculización y la fácil payasada, al tiempo que ofrece toda una lección de estilo y de canto belcantista. Su dicción y la intención de su fraseo son impecables, sus recitativos deberían ser asignatura obligada en los conservatorios y su dominio del canto silabato dejó a la platea con la boca abierta (bajo las mascarillas, que no cunda el pánico) en la exhibición que hizo en este apartado durante toda la velada, especialmente en el Sia qualunque delle figlie del segundo acto.

Para mí fue una muy grata sorpresa el Dandini del joven cantante catalán Carles Pachón que lució una bella voz de auténtico timbre baritonal que corría liberada y fresca por la sala, luciendo una emisión natural, de amplio volumen, que brillaba especialmente en su registro central. Aunque no rebosase de matices, sí que mostró un fraseo cuidado e intencionado, con muy buena dicción y cuidando además los recitativos con pulcritud. Interpretativamente estuvo espléndido, con gracia y desparpajo en los muchos momentos cómicos que tiene el personaje, y consiguió aguantar el tipo y dar justa réplica a Chausson en el dúo Un segreto d'importanza, lo cual no es moco de pavo.

El papel del filósofo Alidoro recayó en el joven bajo italiano Riccardo Fassi, quien presentó un instrumento de innegables cualidades que todavía debe pulir un poco más en cuanto a finura del fraseo y técnica vocal, a fin de liberar más la emisión. No obstante, cumplió con corrección en su aria Là del ciel nell'arcano profondo y estuvo también voluntarioso en el apartado escénico.

Los papeles de las odiosas hermanastras Clorinda y Tisbe fueron interpretados, con  buenas prestaciones vocales y, sobre todo, con un magnífico derroche de expresividad actoral, por Larisa Stefan y Evgeniya Khomutova, ambas alumnas del Centre de Perfeccionament ese que ya no lleva el nombre de un cantante cuyo nombre empieza por Placi y acaba por Mingo, que venía todos los años a Valencia y fue muy famoso, pero que ahora parece que no haya existido nunca.

Como ya pasara en la reciente representación del 26 de noviembre del extraordinario Mitridate que ofrecieron Marc Minkowski y Les Musiciens du Louvre, ayer volvió a haber pausa entre los actos primero y segundo. No entiendo muy bien que al final de la representación se sea tan estricto en cuanto al orden de salida e itinerario a emplear y en el descanso salga la gente al foyer cuándo y cómo le sale del clarinete. Pero bueno, no critico la pausa, de la cual se alegran mucho las próstatas añosas y las abstinencias nicotínicas, ninguna de las cuales es mi caso; pero la paradinha origina que la función se alargue más allá de las tres horas, haciendo muy difícil poder llegar a casa antes del toque de queda de las 00.00 horas, lo cual, por cierto, resulta muy apropiado para ambientar esta Cenicienta.

La sala principal de Les Arts, como era de esperar, presentó una mayor ocupación que en la anterior ópera de temporada, Fin de partie, y, dentro de las limitaciones obligadas de aforo, puede considerarse que había una buena entrada. Entre las personalidades asistentes sólo pude identificar al alcalde de Valencia, Joan Ribó. Al final de la representación se ovacionó con fuerza a todos los participantes, siendo especialmente braveados, Carlos Chausson, Anna Goryachova y el Cor de la Generalitat. No entiendo por qué no salió a saludar ninguna persona del equipo escénico, cuando en esta ocasión pienso que tenían garantizado el reconocimiento de un público que disfrutó enormemente con la propuesta planteada. Yo me quedé en un bravus interruptus porque estaba dispuesto a bravearles sin tapujos en cuanto aparecieran en escena,

Así que ya sabéis cómo voy a terminar, recomendando a todos los que quieran pasar un buen rato que acudan a Les Arts alguno de los días que quedan programadas funciones de esta Cenerentola, para disfrutar del genio de Rossini, de una puesta en escena vistosa y divertida y de un elenco vocal muy solvente.

Pero no, no voy a acabar así. Lamentablemente, hoy he leído en la prensa local que los fantasmas que parecían desterrados sobre el futuro del Cor de la Generalitat han resucitado, ya que parece ser que la administración autonómica valenciana está dispuesta a incumplir los acuerdos a los que llegó con los representantes de la agrupación en 2019, al pretender sacar el IVC a oposición todas las plazas actuales, dejando de lado lo pactado el pasado año cuando se alcanzó un acuerdo para paralizar la anunciada convocatoria de huelga de sus miembros. La oferta pública de empleo que se ha propuesto ahora y que se tendría que aprobar antes de fin de año según el citado acuerdo, tenía que ser decidida por la Comisión de Diálogo Social que aún no ha tomado una decisión. Estas canalladas y puñaladas por la espalda son características de estos mequetrefes y mequetrefas con carguito que ignoran la responsabilidad que asumen hacia la sociedad que los ha colocado ahí y que hoy dicen culo y mañana teta sin rubor alguno ante sus propias contradicciones  y engaños. Sinvergüenzas se les llamaba cuando yo iba al cole, hoy se les tilda de Molt Honorable y de Excelentísimo/a señor/a.

Yo sólo sigo reiterando lo que he dicho en mil ocasiones. No hay más solución que garantizar la estabilidad y consolidación de todos los componentes del Cor de la Generalitat, con las medidas que sean necesarias, ordinarias o extraordinarias, para preservar este irrenunciable activo cultural de toda la Comunitat Valenciana. Cuando se quieren solucionar situaciones extraordinarias, se encuentran soluciones. Encuéntrenlas. Cualquier decisión que se adopte en contra de esto es un absurdo e injustificado suicidio cultural.

 

viernes, 30 de octubre de 2020

"FIN DE PARTIE" (György Kurtág) - Palau de les Arts - 29/10/20

 

Ayer pudimos vivir en el Palau de les Arts de Valencia el estreno en nuestro país de la ópera Fin de partie del compositor húngaro György Kurtág, una obra cuyo estreno absoluto tuvo lugar en Milán hace apenas dos años y que recientemente obtuvo el reconocimiento del International Opera Award 2019 al mejor estreno mundial. Y estimo justo considerar que los que estuvimos presentes anoche vivimos uno de los momentos más importantes de la relativamente corta historia de este teatro.

Lo digo de corazón porque así lo pienso. Espero que no se tome como la falsa afirmación de un snob que pretende hacerse el interesante o mirar por encima del hombro a quien no sepa apreciar este tipo de música. A mí también me cuesta un poco más esfuerzo dejarme llevar por estas composiciones y hay cosas que me gustan más y que me gustan menos. Esta me gustó mucho cuando la vi en youtube a finales de 2018 y ayer me gustó aún más.

Pero más allá de lo mucho o poco que a algunas personas les haya podido convencer el espectáculo ofrecido, me parece un enorme acierto que la actual dirección artística de Les Arts apueste claramente por abrir también un hueco en la programación a nuevas creaciones operísticas; sobre todo si, como es el caso, vienen con el aval de tratarse de una partitura escrita por un personaje tan relevante en el poco frecuentado ámbito de la música contemporánea como es György Kurtág, y con el muy sólido sustento dramático de la obra del mismo título de una figura fundamental del teatro del siglo XX como Samuel Beckett. Ya manifesté mi apoyo a este tipo de iniciativas en otras ocasiones, como, por ejemplo, cuando en 2016, todavía en plena era Livermore, se decidió estrenar en este teatro por primera vez en España la ópera Café Kafka, de Francisco Coll.

Creo que a los aficionados valencianos sólo nos cabe felicitarnos y sentirnos muy orgullosos de que nuestro teatro tenga el honor de ser el primero en España y el tercero en el mundo en el que se haya representado esta obra, tras su estreno en Milán en 2018 y en Ámsterdam en 2019, estando previsto que, si todavía queda alguien vivo para entonces, próximamente se represente en Nueva York y París. Y pienso también que dice mucho a favor de los gestores actuales del teatro y de su sincero compromiso por la cultura que, especialmente en unos momentos tan difíciles como los que vivimos actualmente en todos los ámbitos, pero muy singularmente en el mundo cultural, se apueste por abrir la programación operística a nuevas creaciones, aunque ello suponga la renuncia al taquillazo garantizado de los afamados títulos de repertorio de siempre.

Me parece mucho más lógico que en el abono anual de la temporada valenciana de ópera haya un hueco permanente para la ópera contemporánea que, por ejemplo, para el ballet. Sí, ya sé que soy un cansino con los tutús y las puntas… Ojo, no digo que el ballet, como el flamenco, el jazz, la música pop, las bandas o los campeonatos de petanca sobre patines, no puedan tener su hueco en la programación de este excesivo contenedor cultural, por supuesto que sí; simplemente hablo de la inclusión de los espectáculos en los abonos anuales, donde sigo proponiendo, aunque nadie me escuche, que debería diferenciarse un abono de ópera y, como mucho, conciertos, y otro para el ballet, que también tiene sus buenos y numerosos adeptos y seguro que tendría éxito. Pero bueno, lo dejo ya que me repito más que los chistes de Gila.

Imagino que la inclusión en la programación de esta obra se produjo antes de que ni siquiera se sospechara el caos generalizado derivado del querido COVID-19, supongo que sí, pero el caso es que parece elegida a propósito para estos tiempos apocalípticos. Por una parte, por el reducido número de intérpretes en escena que requiere, únicamente cuatro y tres de ellos no se mueven de su posición, Hamm que no puede levantarse de su silla de ruedas y Nell y Nagg que viven sin piernas en sendos cubos de basura, con lo que no hay mucho problema para que se respete la distancia social sobre el escenario. Y por otro lado, su aparentemente surrealista pero interesante argumento, que no deja de contener una profunda reflexión sobre la misma condición humana, presentando cuatro seres confinados (eso sí, sin estado de alarma) en su propia situación vital desesperada, limitados en la comunicación con el resto de personajes por las propias carencias de cada uno de ellos, estando ya todos hartos unos de los otros, y a los que sólo les queda aguardar el final liberador, el fin de la partida. Es verdad que hay en la obra momentos que destilan  humor, negro obviamente, pero no nos engañemos, pese a esos toques y a un sutil mensaje esperanzador, si estás de bajón tampoco te vas a partir la caja. Fin de la partida lo llamó Beckett y el propio Kurtág califica la obra como un adiós a la vida. Alegría.

El libreto es obra del propio compositor que ha respetado escrupulosamente el texto original de Beckett aunque no reproduciéndolo íntegramente, sino que se ha efectuado una selección de pasajes y de ahí que la ópera lleve el subtítulo de “escenas y monólogos”. Se desarrolla en un solo acto en el que a su vez pueden diferenciarse doce partes, más un prólogo, en el que la contralto canta el poema Roundelay escrito por Beckett en 1976, y un maravilloso epílogo orquestal.

La producción presentada cuenta con el mismo equipo escénico y la misma dirección musical y solistas vocales que los que protagonizaron su estreno mundial en 2018. La dirección de escena corre a cargo de otro reputado nombre, como es el de Pierre Audi, de quien, aunque algún medio publicaba que era este su primer trabajo en Les Arts, hay que recordar que ya pudo verse anteriormente su creación para aquella Bohème de 2006 con rotura del escenario incluida. El director franco libanés cuenta para la ocasión con la inestimable colaboración de la escenografía y vestuario de Christof Hetzer y, sobre todo, de una iluminación, firmada por Urs Schönebaum, por momentos sobrecogedora, con unos juegos de luces y sombras subyugantes que potencian el desaforado tono expresionista de la obra y rebosan belleza visual.

El escenario está dominado por el refugio, una cabaña en la que se encuentran esos seres desgraciados que posiblemente constituyan el último vestigio de una humanidad que toca a su fin. Ese será el único espacio en el que se desarrolle toda la acción, aunque las perspectivas de la casa irán cambiando, así como los ambientes sugeridos por la iluminación. Si decía antes que Kurtág ha respetado el texto de Beckett, Audi hará lo propio con ambos, honrando a dramaturgo y compositor con una puesta en escena sabia en su concepción, hechizante visualmente y que envuelve con mimo la acción y la engrandece, eludiendo ser protagonista ni molestar. Una creación construida al servicio exclusivo de la música y el texto. Todo un ejemplo de trabajo bien hecho con eficacia y sencillez.

La partitura de György Kurtág, además de las virtudes estrictamente musicales que contenga, constituye un ejemplo de amor y respeto al teatro y representa la perfecta comunión entre texto y música, entre el lenguaje utilizado por Beckett, con un estudio profundo y detallado por el compositor de cada una de sus palabras, de cada uno de sus fonemas, y una música que se ajusta a esos sonidos y se recrea en ellos, potenciando sus significados y emociones con filigrana artesanal a lo largo de unos pentagramas que desbordan color, personalidad y expresividad. Pese a que el foso lo ocupa una orquesta bastante numerosa, la mayoría de los pasajes rezuman un tono íntimo, casi camerístico, con un especial protagonismo de metales y percusión y de instrumentos de sonido grave como tuba o fagot. Los silencios serán otro elemento fundamental y tan importante como los sonidos, pudiendo casi escucharse y guardando un mágico equilibrio con estos.

A los mandos de la Orquestra de la Comunitat Valenciana ha estado esta vez el mismo director que tuvo el privilegio de protagonizar el estreno mundial milanés, el alemán Markus Stenz que estimo que realizó un trabajo espléndido. Lo primero que quiero reseñar es que dirigió con mascarilla, lo que considero una muestra de respeto hacia los músicos que también iban enmascarados. No siendo yo un entendido en este tipo de música, ni conociendo la partitura más que de un par de escuchas, no osaré opinar demasiado al respecto de su labor, aunque sí debe dejarse constancia de la claridad de gesto y de cómo marcaba todas y cada una de las entradas y detalles de la partitura, atentísimo a cuanto ocurría en el foso y sobre la escena. Las prestaciones orquestales obtenidas fueron más que sobresalientes ante una partitura increíblemente exigente, consiguiendo exhalar una enorme fuerza expresiva, riqueza tímbrica, de colores, matices y de texturas, manteniendo al tiempo un cuidado equilibrio del conjunto. Todo el epílogo musical final fue electrizante y de poner los vellos de punta. Creo que ha sido una de las noches más inspiradas de los últimos años de nuestra Orquestra de la Comunitat Valenciana y en un repertorio muy complicado y que no suelen frecuentar, lo que tiene mucho más mérito.

Como decía antes, los solistas vocales son también los mismos que estrenaron la obra en Milán. Parece ser que antes de ese estreno estuvieron tres años trabajando directamente con Kurtág con exhaustivos ensayos en casa de este. No se trata de cantantes especialmente conocidos, aunque algunos de ellos son habituales en el repertorio de la música contemporánea, y si algo puede destacarse de los cuatro es su adecuación al estilo y, sobre todo, su excelente rendimiento en el apartado actoral y en el lenguaje gestual, algo fundamental en una obra como esta en la que la vertiente teatral es tan importante o más que la musical. Es curioso que, pese a que se trate de una obra escrita en francés donde se da tanta importancia a la palabra, ninguno de los cantantes sea francés, aunque los resultados no se resintieron por ello.

El bajo barítono noruego Frode  Olsen interpreta a Hamm, hijo de Nell y Nagg, que es ciego y permanece permanentemente sentado en una silla de ruedas de la que no puede levantarse. Esto hace que la voz sea el único recurso expresivo de este personaje que además tiene el papel más extenso, de ahí que el cantante tenga el importante reto de intentar ser capaz de trasladar todas sus emociones mediante una amplia variedad de matices en su canto. Olsen cumple la prueba en la faceta interpretativa, gestual y expresiva con nota. Cosa distinta es la calidad de una voz áspera y ajada que en la zona más grave queda falta de consistencia y reducida a un remedo de eructo, lo que originó que la orquesta le sobrepasase cada vez que se internaba en ese registro más bajo; pero bueno esto tampoco es una ópera belcantista y aquí es mucho más importante la expresividad que la belleza vocal y en ese aspecto no se le puede reprochar nada.

El barítono Leigh Melrose fue el encargado de encarnar a Clov, el criado cojo de Hamm que, a diferencia de este, permanece siempre de pie y no puede sentarse. El cantante australiano frecuenta el repertorio contemporáneo y del siglo XX, siendo habituales en su agenda nombres como Berg, Zimmermann, Britten, Fujikura o Wigglesworth. Tiene Melrose una voz con volumen, pero no especialmente bonita ni su canto resulta refinado, aunque tampoco aquí le hace falta porque ciertamente no creo que fueran esos los valores que buscara el compositor en este personaje que, además, se mueve en muchos momentos en el parlato. La labor llevada a cabo en escena por Melrose brilla especialmente en el apartado interpretativo, pecando posiblemente de una cierta sobreactuación que, en cualquier caso, tampoco le va nada mal al personaje, aunque a mí me hiciera verle todo el tiempo como una mezcla entre Wozzeck y Pepe Viyuela, pero el resultado acaba siendo magnífico.

La contralto Hilary Summers asumió el papel de Nell, la madre sin piernas habitante del cubo de basura izquierdo. La veterana cantante galesa es una habitual de la ópera barroca, siendo conocidas sus colaboraciones con agrupaciones del nivel de The King’s Consort o Les Arts Florissants, teniendo también un amplio bagaje en música contemporánea, con colaboraciones con nombres como los de Pierre Boulez o Michael Nyman. Posiblemente su voz no sea la de antaño, pero la zona grave y media siguen presentando todavía una calidad notable aunque algo falta de volumen y cuerpo. A su personaje reserva Kurtág los momentos que podrían denominarse, con bastantes comillas, más líricos, resultando especialmente emocionante el momento de su muerte.

El tenor Leonardo Cortellazzi completaba el más que cumplidor cuarteto interviniente interpretando el rol de Nagg, habitante del cubo de basura derecho. Posee el italiano un incisivo timbre lírico en una voz no excesivamente amplia que quizás en otros ámbitos resultase un tanto corta, pero que, como la de sus compañeros, se adaptaba perfectamente a los requerimientos de la parte, mostrando además, como aquellos, un impecable comportamiento actoral, así como un expresivo fraseo y una muy buena dicción. Es la suya una intervención que aporta un interesante contraste de luminosidad en medio de una atmósfera vocal y musical en la que dominan los tonos graves.

La importancia cultural internacional del acontecimiento vivido anoche en Les Arts merecía que aquellos que ostentan responsabilidades públicas en materia de cultura hiciesen acto de presencia mostrando su reconocimiento y apoyo a la iniciativa. Así lo hicieron, y eso les honra, el conseller de Cultura, Vicent Marzà, y la secretaria autonómica de Cultura y Deporte, Raquel Tamarit. No cumplió, sin embargo, el tarugo del ministro del ramo, José Manuel Rodríguez Uribes, quien había anunciado previamente su presencia en la sala pero finalmente no acudió “por problemas de agenda” (igual es que se le había clavado la agenda en la huevera y le hacía pupita), demostrando así una vez más su desprecio al esfuerzo que está haciendo el sector cultural en estos momentos, y confirmando las sospechas de que, muy probablemente, para adjudicarle la cartera le dieran la vuelta a la ruleta de la paella rusa de Monleón y le tocó cultura como le podría haber tocado percebes… Bueno esto sí le hubiera ido mucho mejor…

La sala principal de Les Arts presentaba bastantes huecos, además de los impuestos por la reducción de aforo sanitaria, lo que más o menos se esperaba. A lo que hubo que añadir las deserciones en masa que se produjeron en cada bajada de telón y, lo que es peor e incomprensible, fuera de ellas, lo que motivó que, hasta bien avanzada la representación, fuese continuo el ruido de abrirse y cerrarse la puerta. Yo entiendo que haya gente a la que se le pueda hacer demasiado cuesta arriba este tipo de música, pero, hombre, a poco que te informes antes de ir ya puedes imaginarte lo que te espera. Aunque también digo que prefiero a estos que se fueron en cuanto pudieron que a las dos parejas de gaznápiros que me tocaron en las filas de delante y que no pararon, hasta bien pasada la mitad de la representación en que decidieron marcharse, de cuchichear, mirar el móvil, guasapear y comentar todo cuanto veían en sus pantallas luminosas. A punto estuve de lanzarle un caramelo chupado a la cresta a uno de ellos, pero desistí ante la poca confianza en mi puntería, temiendo que al final pudiese caramelizar al director de orquesta.

Es verdad que desde que es obligatorio el uso de mascarillas el número de toses y ruidos vocales varios ha descendido muchísimo en las salas de concierto, pero ayer, hasta la segunda estampida de cobardes desertores, se escucharon algunas más que de costumbre. La última parte de la representación sí transcurrió con mucha más calma en la platea, y las ovaciones y bravos nada más finalizar fue de las más intensas y unánimes que se han vivido últimamente. Especial intensidad tuvieron los aplausos a Markus Stenz y a la orquesta y también fue justamente braveada la salida a escena de Pierre Audi y su equipo de colaboradores.

Una noche sin duda para recordar. Sabéis que normalmente finalizo estas crónicas intentando animar a que acudáis a vivir la experiencia por vosotros mismos. Esta vez no lo voy a hacer. Por supuesto que lo aconsejo a todo aquel que vaya sabiendo el tipo de música que va a escuchar y que decida darle una oportunidad, porque seguro que si se deja llevar lo disfrutará más de lo que se imagina. Vale muchísimo la pena, pero no voy a intentar convencer a nadie de los que dicen que no soporta la música contemporánea. Todo es cuestión de gustos. Yo no soporto el ballet (y dale…) y lo he intentado reiteradamente.

Ya acabo. Ojalá este Fin de partie no sea también el fin de esta temporada y puedan llevarse a cabo todas las funciones previstas y los espectáculos que están programados después. Pero la verdad es que la cosa se está poniendo otra vez muy malita y me da mucha tristeza y mucho coraje ver cómo se están cerrando teatros en Italia, Francia, Barcelona... Además, me parece profundamente injusto. Soy el primero que defenderá cualquier medida, por dura que sea, que garantice la salud de las personas, pero no es normal que si en los teatros no se está contagiando nadie con las medidas que se aplican, tengan que llegar a cerrarse por si acaso, mientras otro tipo de locales, donde sí hay contagios todos los días, siguen abiertos y, como mucho, con restricciones horarias o de aforo. La cultura no es algo prescindible, aunque el señor ministro no se lo crea, y deberíamos ser mucho más cuidadosos con ella si no queremos tener al final, si sobrevivimos, un país de ministros de cultura.

lunes, 28 de septiembre de 2020

"COSÌ FAN TUTTE" (W.A. Mozart) - Palau de les Arts - 27/09/20

Tras no pocos sobresaltos, dudas, silencios y rectificaciones sobre los planes originales, ayer, pese a todo, pudo dar comienzo la temporada operística 2020/2021 en el Palau de les Arts de Valencia. Una temporada que se presenta más que incierta, al venir profundamente condicionada por la crisis sanitaria derivada de la pandemia de COVID-19 que nos sigue azotando con fuerza renovada.

Ya, para empezar, la obra que inauguró ayer el ejercicio operístico valenciano no fue el previsto Réquiem de Mozart escenificado que se había anunciado en julio, sino la ópera Così fan tutte, también del compositor salzburgués, en una versión semiescenificada creada específicamente para la ocasión. La razón es que la compleja dirección escénica concebida por Romeo Castellucci para el Réquiem no permitía garantizar plenamente el cumplimiento de las medidas sanitarias exigidas en el momento actual, especialmente para los miembros del Cor de la Generalitat, por lo que ha sido pospuesto para, en principio, la próxima temporada. Más allá de la frustración de no poder ver estrenado de momento ese Réquiem, a priori tan atractivo, creo que la dirección del teatro ha tomado una decisión correcta.

No sé cómo se irá desarrollando el resto de la temporada, ni qué consecuencias tendrá para el teatro valenciano la difícil situación creada por la pandemia, pero hasta ahora, en mi particular opinión, y espero no tener que tragarme mis palabras, creo que Les Arts está afrontando la crisis razonablemente bien, al menos hacia el exterior en lo que a las medidas para los eventos abiertos al público se refiere. Para empezar, frente a los teatros que han decidido cerrar, cancelar toda su temporada 2020/2021 y esperar tiempos mejores (como el Met), aquí se ha optado por seguir ese sabio proverbio chiquistaní que dice que si la realidad te da la espalda, intenta tocarle el culo. Jesús Iglesias ha declarado recientemente que “se estudiará la viabilidad de cada título programado diseñando un protocolo específico de seguridad acorde con la normativa que rija en cada momento”. O sea, vamos a mantener la programación hasta donde se pueda y cuando no se pueda se procurará adaptar lo programado a las circunstancias o sustituirlo por un evento viable. Esto va a generar una gran incertidumbre para el espectador, pero sobre todo va a exigir una enorme capacidad de gestión a la dirección artística del teatro para saber improvisar muchas veces, en un ámbito como el de la ópera, en el que, hasta el pasado año, si se quería asegurar el éxito se debía programar todo con una considerable antelación. Ya iremos viendo hasta dónde se puede llegar y en qué condiciones, pero por el momento creo que Les Arts no está respondiendo mal para las cartas tan malas con las que le ha tocado jugar.

En el apartado de la seguridad para el espectador pienso que también se están adoptando todas las medidas que permiten compatibilizar la minimización del riesgo sanitario con la viabilidad de los espectáculos para aforos reducidos. Yo, que confieso ser un poco caguetas y algo exagerado con mis prevenciones anti COVID, reconozco que ayer me sentí bastante seguro, tanto por la organización y medidas de control como por el espacio en la sala. Sé que no habrá sido fácil para el teatro haber reducido su aforo más allá de lo exigido por la normativa, al objeto de dejar un asiento libre junto a cada dos ocupados; pero esta decisión creo que ayuda a que el público pueda sentirse más tranquilo y fidelice su asistencia a los espectáculos que se programen.

Pienso que es mucho más lógica y segura esta reducción de aforo similar en todas las zonas de la sala que, por ejemplo, la opción que tomó recientemente el Teatro Real al efectuar la reducción de aforo cerrando la venta cuando se cubriese la venta del número de localidades máximo a ocupar sin distinción de zonas, lo que originó que todas las zonas más baratas estuviesen completamente llenas y sin huecos que respetasen las distancias mínimas de seguridad, provocando la protesta de algunos espectadores y la posterior suspensión de la función. Sé que hay una agria polémica suscitada acerca de si la culpa fue del teatro, de algunos espectadores excesivamente remilgosos o si, incluso, se pudo tratar de un boicot organizado. No pretendo entrar en una discusión que me importa un pimiento de Padrón, pero he de decir que, aunque doy la razón a quienes critican que haya personas que protesten furiosamente cuando les colocan sin separación en un teatro en la localidad que han adquirido voluntariamente y no lo hacen cuando esa situación se produce en el tren o avión que han tenido que coger para llegar al teatro, mi opinión es que el principal responsable de esa situación fue el teatro madrileño y su errónea gestión de la obligada reducción de aforo. De hecho, ya han rectificado y han decidido aplicar dicha reducción en todas las zonas de forma similar. O sea, lo que aquí ha hecho Les Arts desde el principio.

Si se descontextualiza la situación, que se inaugure la temporada de ópera con un Così fan tutte en versión semiescenificada no es precisamente el ideal de lo que espera el aficionado, pero ante la evolución de la pandemia y las dificultades crecientes para llevar a cabo eventos musicales o teatrales con gran cantidad de participantes e interacción entre los mismos, creo que la alternativa ofrecida no está nada mal. Se ofrece una de las más populares obras de Mozart, el mismo compositor del Réquiem originariamente previsto, tratándose además de una ópera con muy pocos personajes, escasa intervención del coro y con una dramaturgia de acción reducida y que no requiere de un gran apoyo escénico. En lo musical, se han hecho algunos cortes de manera que la duración total de la función no exceda de las dos horas y media, al no poderse hacer descansos; y el foso se ha extendido ocupando las dos primeras filas de platea, para posibilitar una mayor distancia entre los músicos, habiendo colocado pantallas protectoras delante de los vientos.

Para esta singular ocasión se ha decidido apostar por una nueva creación que se anuncia como semiescenificada, pero que aún no sé por qué la han calificado así, porque ya os digo yo que mis ojitos han visto en este teatro óperas con direcciones escénicas que se nos querían vender como el recopetín colorao y que tenían muchísimo menos trabajo teatral y de iluminación o vestuario que este Così fan tutte estrenado ayer, al cual además hay que reconocerle el merito de que se haya creado en un tiempo record, apenas dos semanas, y que finalmente creo que ha obtenido unos resultados más que dignos.

La encargada de la creación escénica ha sido una persona también vinculada a ese Réquiem que no pudo ser, Silvia Costa, actriz y directora italiana colaboradora habitual de Romeo Castellucci, que ha contado además con el apoyo de un hombre muy querido en la casa, Emilio López. La iluminación es de Marco Giusti y el vestuario y elementos escenográficos parece que han corrido a cargo del equipo técnico y artístico de Les Arts, de quienes también hay que valorar como merece su profesionalidad y capacidad de adaptación siempre a las circunstancias por adversas que sean.

Sobre esta propuesta escénica he de empezar reiterando lo que apunté antes, que yo creo que se le ha llamado versión semiescenificada por modestia o por haberse creado de forma apresurada, pero en ningún caso por su resultado final, el cual poco se diferencia de otras muchas óperas escenificadas que han pasado por Les Arts; y supera con creces algunas plastas de ganado vacuno con mosca incluida que nos hemos chupado aquí, baste mencionar los prestigiosos nombres de Carlos Saura, Jonathan Miller o Graham Vick para que a algunos abonados nos dé vueltas la cabeza como a la niña de El exorcista.

De la versión estrenada ayer poco hay que decir. Y esto no necesariamente es algo negativo. Poco hay que explicar porque no se intenta contar nada especial, sino simplemente crear un espacio físico y un movimiento escénico en el que la obra se desarrolle naturalmente, aprovechando la iluminación o vestuario para potenciar puntuales elementos de la trama. A veces lo sencillo es lo que mejor funciona y en este caso creo que todo acaba funcionando bastante bien. Los únicos componentes escenográficos serán unos elementos geométricos blancos y dos grandes visillos que servirán para diferenciar puntualmente distintos espacios de la acción. Todo estará compuesto con una gran simetría y con los colores blanco y negro como protagonistas.

Creo que sobraron los absurdos movimientos de brazos a cámara lenta, mezcla entre el Macarena y el Chiki-chiki, que hacen llevar a cabo al coro y a las hermanas Fiordiligi y Dorabella cuando cantan doblándose gestualmente la una a la otra. Y tampoco acabé de entender por qué se ha vendido que se había construido una puesta en escena respetuosa con la distancia social, cuando entre los intérpretes eso no ocurre. Baste como ejemplo el dúo entre Dorabella y Guglielmo, Il core vi dono, donde la distancia es cero, y yo me los imaginaba diciéndose por lo bajini mientras cantaban: ¿pero tú te has hecho el PCR, pisha?

En cuanto a lo estrictamente musical, del elenco previsto para el cancelado Réquiem se ha contado en este Così con dos de los cantantes anunciados, el tenor Anicio Zorzi Giustiniani y el bajo Nahuel Di Pierro, y con el director musical, Stefano Montanari. Era esta la primera vez que se situaba en el foso de Les Arts al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana este director italiano que cuenta con una reputada carrera, especialmente en el repertorio barroco y mozartiano. Montanari llamó la atención, de entrada, por su curiosa indumentaria,  con camiseta larga, pantalones de cuero y botines, así como por su exageradísima gestualidad, dejando ayer al histriónico Wellber como un vulgar pasmarote. Llegó a provocar la carcajada del respetable cuando, para ocuparse del clave, se metía la batuta por la espalda para dejarla sujeta en la camiseta asomando por el cogote, o bien se la colocaba entre los dientes cual pirata presto al abordaje. Su ímpetu con el teclado también resultó singular y yo esperaba verle en cualquier momento ponerse a arrearle con los botines al modo Jerry Lee Lewis.

Más allá de estos aspectos meramente anecdóticos, creo que Montanari dejó ayer impronta de su buen hacer ofreciendo una versión velocísima, supersónica por momentos, pero no atropellada, sino ágil, fresca y clara, y a la vez muy cuidadosa con los detalles. Su labor con el teclado también resultó destacada, impregnando de vivacidad la escena. Me gustó que la obertura se ejecutase a telón bajado, centrando la atención exclusivamente en lo musical. En momentos puntuales, como en Un’aura amorosa, ralentizó los tiempos y apianó la orquesta consiguiendo que la emoción subiese enteros aunque la voz del tenor en ese caso no acompañase. También hizo lo mismo en Per pietà, ben mio, perdona, volviendo a agilizar el tempo en la segunda parte del aria, creando así un contraste expresivamente muy eficaz e interesante. Sé que a lo mejor a algunos pueda parecerle discutible la dirección musical de Montanari, pero a mí sí me convenció, especialmente si traigo al recuerdo la vez anterior en que se representó esta ópera en Les Arts, en 2009, con la batuta del amigo Tomáš Netopil convirtiendo esta obra maestra en un contundente somnífero.

La Orquestra de la Comunitat Valenciana volvió a ofrecer unos sonidos que por momentos fueron excelentes y ello pese a que creo que las pantallas colocadas en el foso delante de los vientos restaron brillantez y presencia a las maderas en los tutti. No obstante fueron muy destacables las intervenciones de flautas, clarinetes, oboe (con Christopher Bouwman de nuevo en los atriles) y con otra noche de auténtico lujo de las trompas, por ejemplo en la introducción a Secondate, aurette amiche.

El Cor de la Generalitat debía haber sido el gran protagonista de este inicio de temporada en ese Réquiem interruptus que esperamos pueda finalmente consumarse en la próxima temporada. De momento, su intervención en la ópera que inauguró ayer el ejercicio operístico, no por ser menor en extensión fue menos brillante en cuanto al resultado. Estuvo estupendo tanto en Bella vita militar como en Benedetti i doppi coniugi, aunque donde me conquistaron especialmente fue con el breve, pero bellísimo, Secondate, aurette amiche que se marcaron.

En el apartado de los solistas vocales hubo de todo dentro de un buen nivel general, pero ganaron las chicas por goleada. El muy exigente papel de Fiordeligi fue interpretado por la soprano Federica Lombardi quien fue la gran triunfadora de la noche. Sorprendió por su carisma escénico y por una voz cálida que brillaba deslumbrante y con insultante facilidad en unos agudos potentísimos e incisivos. Quizás la zona grave se mostrase más desguarnecida, pero hacer frente a esa diablura mozartiana que es el Come scoglio sin que se apreciasen cambios de color, ya es toda una noticia. Se inventó alguna nota o hubo alguna no del todo afinada, pero el resultado fue estupendo. Supo jugar con las medias voces y los reguladores con un gusto exquisito y un fraseo pulido. En Per pietà, ben mio, perdona, acompañada por el buen hacer de la orquesta, pareció que el tiempo se detuviese, construyéndose uno de los momentos más emocionantes de la velada.

La mezzosoprano irlandesa Paula Murrihy llevó a cabo una sentida interpretación del personaje de Dorabella. Murrihy debía haber debutado en el teatro valenciano en el Faust que se canceló la pasada temporada. En esta que ha sido finalmente su primera aparición en Les Arts, a mí particularmente me dejó un buen sabor de boca, pese a reconocer que se trata de una mezzo demasiado lírica, con una voz algo carente de cuerpo, pero con la que consiguió trazar un fraseo cuidado, cargado de musicalidad y sentido expresivo. Se defendió con solvencia en el complicado Smanie implacabili y sus dúos con Fiordiligi destacaron por el encaje de ambas voces y su belleza musical.

El rol de Ferrando corrió a cargo del tenor Anicio Zorzi Giustiniani a quien ya pudimos escuchar en Les Arts en el año 2017, en Le Cinesi de Gluck. El entubamiento y falta de brillantez y claridad de una voz blanquecina, muy pequeña y hospedada en la nariz, deslució una interpretación en la que estuvo muy por debajo de sus compañeros de reparto. En los números de conjunto resultaba completamente inaudible o apenas se alcanzaba a intuir una vocecilla más propia de Alvin y las ardillas que del tenor que ha de lograr enamorar a la audiencia con su canto. En su gran momento de lucimiento en solitario, con la maravillosa Un’aura amorosa, pese al empeño que pusieron solista y orquesta, no acabó de lograr que brotase la emoción. Tampoco ayudó a que mi impresión fuera mejor el que desde que apareció en escena me obsesionase con que me recordaba al conseller Marzà tras haber seguido una severísima dieta de la alcachofa.

Bastante más me convenció su paisano, el barítono Davide Luciano, que fue el encargado de dar vida a Guglielmo. Es este un cantante que se ha subido ya a las tablas de los principales coliseos operísticos internacionales y que sorprendió ayer por su voz de gran volumen, muy homogénea, con auténtico timbre baritonal, y que corría limpia y liberada por la sala, algo que cada vez es más inhabitual en estos tiempos de barítonos de voz atrasada, cogotera e incluso rectal. Tampoco es que el chico sea la bomba, porque se echó en falta un poco más de refinamiento, pero cumplió muy correctamente.

Espléndida fue la Despina que compuso la jovencísima soprano valenciana Marina Monzó, quien ya nos dejase unas buenísimas impresiones el año pasado en su debut en Les Arts como la Marola de La tabernera del puerto, y que anoche confirmó que nos encontramos ante una de las voces más prometedoras del panorama español actual, obteniendo un rotundo y merecidísimo éxito gracias a una voz limpia, timbrada y brillante que manejó con elegancia y seguridad. Sus recitativos fueron posiblemente los mejores del elenco, cargados de expresividad, claridad e intención dramática. Derrochó también gracia y desparpajo escénico en su triple papel de la doncella Despina, falso doctor y falso notario. En estas dos últimas caracterizaciones, además, donde suele ser habitual que la parodia se imponga a la belleza vocal, nos ofreció un canto de factura excelente.

El papel de Don Alfonso estuvo encarnado por el bajo argentino Nahuel Di Pierro, un viejo conocido de Les Arts, donde regresa después de participar en aquellos primeros años de su inauguración en las producciones de Fidelio, Don Giovanni y Cyrano de Bergerac. Posee una voz más baritonal que de auténtico bajo, echándose de menos un poco más de anchura, peso y contundencia vocal, aunque para este papel de Don Alfonso, de carácter más bufo, cumple sus requerimientos, quizás sin especial brillantez pero con corrección. Destacó por el cuidado de los recitativos y el sentido dramático en la construcción del cínico y manipulador personaje.

La sala no presentaba llenos todos los huecos habilitados al efecto, pero creo que para las circunstancias que se viven no puede hablarse de una mala entrada. Poco a poco es de esperar que el público vaya adquiriendo mayor seguridad y fidelice su asistencia. Llamó la atención la reducción del número de toses que se escucharon, aunque también se redujo el número de aplausos, que sólo muy puntualmente interrumpieron el discurrir de la representación. Demasiada frialdad en unos espectadores que, sin embargo, al finalizar la ópera si premiaron con calidez a todos los intervinientes, especialmente a Federica Lombardi, Marina Monzó y la orquesta.

No quisiera finalizar esta crónica sin compartir la emoción que sentí anoche, más allá de los resultados artísticos o musicales, por el mero hecho de volverme a encontrar sentado en la sala de este teatro, que es casi mi segunda casa, escuchando de nuevo una ópera en directo. De verdad fue algo muy especial. Y por eso desde aquí os invito a todos los aficionados a animaros a recuperar estas sensaciones. No sabemos lo que nos deparará el futuro y si venceremos a la pandemia o ella acabará por extinguirnos, pero lo que no debemos consentir es que sea el miedo el que nos paralice. Cumplamos todas las medidas de seguridad y seamos prudentes, pero no permitamos que el temor acabe por derrotar la música y la cultura. Al menos por nosotros que no quede.