"Leila" - Sir Frank Dicksee - 1892
Vuelvo a hacer hoy otra breve incursión en el campo de la mélodie, esta vez de la mano del gran compositor francés Maurice Ravel, quien, curiosamente, a diferencia de Fauré, Debussy o Poulenc, no tuvo en el campo de la mélodie una actividad especialmente prolífica, lo que no quiere decir que no encontremos en su bagaje compositivo piezas vocales que son auténticas perlas rebosantes de belleza.
Precisamente, una de las primeras obras orquestales de importancia de Ravel fue el ciclo de tres canciones titulado “Shéhérazade”, que compuso en 1903 sobre poemas de Tristan Klingsor, seudónimo (wagneriano donde los haya) de su amigo el poeta, músico, pintor y crítico de arte Léon Leclère.
Ravel confesó haber sentido desde muy niño una poderosa fascinación por el mundo oriental, y ya en 1898 escribió la obertura “Shéhérazade: ouverture de féerie" que estaba destinada a constituir la introducción de una futura ópera sobre el mundo de “Las mil y una noches” que nunca llegó a materializarse.
En 1903 seleccionó tres de los poemas de Leclère (“Asie”, “La flûte enchantée” y “L’indifferent”) y les puso música, reciclando parte de la que esbozó para aquella ópera inconclusa.
En esta composición de Ravel se percibe ya la brillantez orquestal que caracteriza su obra, apreciándose claras conexiones con Debussy y la tendencia orientalista de maestros rusos como Rimsky Korsakov, aunque haciendo gala de esas armonías tan peculiares de Ravel que, como decía Emile Vuillermoz, constituían sus “huellas dactilares”.
El ciclo “Shéhérazade”, para voz y orquesta, se estrenó el 17 de mayo de 1904. La segunda canción del mismo, “La flûte enchantée” (La flauta encantada), nos presenta a una esclava prisionera que escucha a lo lejos el sonido de una flauta y encuentra, en la belleza y matices de esas notas, el recuerdo de un amor acariciando su mejilla. Ravel nos ofrece en este breve fragmento toda la intensidad de un momento fugaz de felicidad, esperanza y melancolía, logrando una perfecta simbiosis entre música y poesía.
Precisamente, una de las primeras obras orquestales de importancia de Ravel fue el ciclo de tres canciones titulado “Shéhérazade”, que compuso en 1903 sobre poemas de Tristan Klingsor, seudónimo (wagneriano donde los haya) de su amigo el poeta, músico, pintor y crítico de arte Léon Leclère.
Ravel confesó haber sentido desde muy niño una poderosa fascinación por el mundo oriental, y ya en 1898 escribió la obertura “Shéhérazade: ouverture de féerie" que estaba destinada a constituir la introducción de una futura ópera sobre el mundo de “Las mil y una noches” que nunca llegó a materializarse.
En 1903 seleccionó tres de los poemas de Leclère (“Asie”, “La flûte enchantée” y “L’indifferent”) y les puso música, reciclando parte de la que esbozó para aquella ópera inconclusa.
En esta composición de Ravel se percibe ya la brillantez orquestal que caracteriza su obra, apreciándose claras conexiones con Debussy y la tendencia orientalista de maestros rusos como Rimsky Korsakov, aunque haciendo gala de esas armonías tan peculiares de Ravel que, como decía Emile Vuillermoz, constituían sus “huellas dactilares”.
El ciclo “Shéhérazade”, para voz y orquesta, se estrenó el 17 de mayo de 1904. La segunda canción del mismo, “La flûte enchantée” (La flauta encantada), nos presenta a una esclava prisionera que escucha a lo lejos el sonido de una flauta y encuentra, en la belleza y matices de esas notas, el recuerdo de un amor acariciando su mejilla. Ravel nos ofrece en este breve fragmento toda la intensidad de un momento fugaz de felicidad, esperanza y melancolía, logrando una perfecta simbiosis entre música y poesía.
L’ombre est douce et mon maître dort
Coiffé d’un bonnet conique de soie,
Et son long nez jaune en sa barbe blanche.
Mais moi, je suis éveillée encor
Et j’écoute au dehors
Une chanson de flûte où s’épanche
Tour à tour la tristesse ou la joie.
Un air tour à tour langoureux ou frivole
Que mon amoureux chéri joue,
Et quand je m’approche de la croisée,
Il me semble que chaque note s’envole
De la flûte vers ma joue
Comme un mystérieux baiser.
La oscuridad es tenue y mi amo duerme
tocado con un bonete cónico de seda
y su larga nariz amarillenta en su barba blanca.
Pero yo aún estoy despierta
y escucho en el exterior
la canción de una flauta que se desborda
alternativamente en alegría o tristeza.
Una melodía por momentos lánguida o frívola
que mi querido enamorado toca,
y cuando me acerco a la ventana,
me parece que cada nota vuela
desde la flauta a mi mejilla
como un misterioso beso.
En primer lugar, podemos escuchar la versión de este fragmento en la voz de la mezzosoprano sueca Anne-Sofie Von Otter, acompañada por The Cleveland Orchestra bajo la dirección de Pierre Boulez:
video de MrRobuso
A continuación, escuchamos la extraordinaria voz de Dame Janet Baker, acompañada por Sir John Barbirolli dirigiendo la New Philharmonia Orchestra:
video de alejita1679
Y, por último, aquí tenemos a la soprano francesa Régine Crespin en una interpretación de este fragmento difícilmente superable por belleza de voz, musicalidad y perfecta dicción. Está acompañada por la Orquesta Suisse Romande, dirigida por Ernest Ansermet:
video de Rapicienta
Crespin es la número uno, pero lo que hace Janet Baker es impresionante, que bien cantaba esta señora.
ResponderEliminarHe escuchado la versión de Baker y me ha parecido exquisita. La de Crespin la conocía y es magnífica.
ResponderEliminarUn placer leer tu crónica, Atticus. No sabía del wagneriano pseudónimo del poeta. A mi la "mélodie" que yo llamo "chanson", hilando menos fino, me encanta: Débussy, Chausson, Hahn, Fauré...y los que se me olvidan. Cuando escucho sus delicadas composiciones siento como si la atmósfera cambiara tal es el poder de evocación que ejercen sobre mí.
Así que, Merci Monsieur Atticus.
La verdad es que Baker lo cantaba casi todo bien. La elegancia y depurada exquisitez de su canto le dejan a uno flotando.
ResponderEliminarJe vous en prie, Mme. Glòria. Celebro haber acertado con otra de tus seis mil canciones favoritas. Y pronto traeré a Hahn. Prepárate.
Ahora que llega el frío se agradece el colorido, la calidez y exotismo de esta pieza de Ravel, es que escuchándola dan ganas de ir quitándose ropa. Casi que prefiero a Baker, o casi que no, mejor no elegir, me quedo con Crespin y Baker. Bueno, también con la versión intimista de von Otter. Uf... qué calor que me está entrando.
ResponderEliminarAbsolutamente delicioso. Janet Baker, fantástica!!
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