Reconozco que este programa doble de Manuel de Falla era lo que menos me atraía de toda la temporada y a punto estuve de no acudir a ninguna de sus funciones. La música de Falla me gusta, pero tampoco es que me vuelva loco, y además esta producción de “La Vida Breve” tuve ocasión de verla ya en 2010 nada menos que 5 veces, no tanto por sus méritos como por que acompañaba en el programa a aquella “Cavalleria Rusticana”, de imborrable recuerdo, dirigida por Maazel. Para empeorar las cosas, en esta ocasión el acompañante de la ópera de Manuel de Falla era “El Amor Brujo”, definido como Gitanería en un acto y dos cuadros, pero, vamos, para entendernos, un espectáculo donde lo principal es el baile… con lo que a mí me gusta…
Pero al final la llamada de la ópera fue demasiado fuerte y, llevado también por alguna crónica como la de Maac y la curiosidad de ver cómo se desenvolvía Omer Meir Wellber con la música de Falla, me acabé animando el pasado domingo a acudir a Les Arts.
Ya comenté en la crónica que hice del estreno de esta producción de “La Vida Breve”, que la dirección escénica de Giancarlo del Monaco me había gustado. Al igual que ocurrió entonces, el primer acto me produjo una sensación de agobio que, sin duda, era lo que pretendía Del Monaco, haciéndonos compartir los estados de ánimo por los que pasa la protagonista de la historia. Me parece muy interesante la resolución escénica de la historia y visualmente atractiva, conjugando inteligentemente lo que siente Salud con lo que realmente ocurre, haciendo que la narración gire en torno al drama psicológico y el conflicto interno de la protagonista, manteniendo a ésta permanentemente en escena.
La propuesta podrá gustar más o menos, pero después de haber padecido inmundicias mentales como el “Don Giovanni” de Miller, aquí al menos hay un planteamiento claro y un trabajo coherente, que se ve además reforzado con el vestuario de Jesús Ruiz y la iluminación de Wolfgang Von Zoubek. En la parte negativa consignaría, no obstante, la escenografía tan cerrada que provoca que los solistas y coros internos del primer acto queden muy deslucidos.
En cuanto a “El Amor Brujo”, la parte escenográfica ha corrido a cargo de Manuel Zuriaga con la dirección y coreografía de Goyo Montero. Visualmente me ha parecido interesante, centrando toda su efectividad en los juegos de luces y colores. Nada del otro mundo, pero se dejaba ver. De la coreografía de Montero poco debo decir, soy un absoluto desconocedor de las claves del género. Me resultó muy aburrido, pero eso en mí no es noticia. Además, opté por centrar mi atención más en el foso orquestal que en los bailarines, así que cualquier cosa que dijese sería una osadía.
En la parte musical, como decía, mi principal interés estribaba en escuchar la versión de la música de Falla que ofrecía el director titular Omer Wellber, y lo cierto es que no acabó de convencerme. En cuanto a “La Vida Breve”, es inevitable hacer la comparación con la lectura que hizo Maazel en 2010 y aquí Wellber pierde por goleada. La suya es una dirección correcta, pero que no aporta absolutamente nada. La suerte que tiene es la de contar con la Orquesta de la Comunitat Valenciana que es garantía de solvente ejecución y con la que hasta el batutero más infame alcanza unos sonidos espectaculares, porque con otros intérpretes los resultados probablemente hubieran sido menos que mediocres. Lejos quedan los múltiples matices, el desmenuzamiento de la partitura, el halo mágico que desplegaba Maazel con un simple movimiento de batuta.
La lectura de Wellber me pareció más propia de quien no busca más que cumplir con un trámite, que de un auténtico trabajo interpretativo. Posiblemente no fuese más que una impresión mía, pero curiosamente me sonó menos española y con tintes más franceses la versión del director israelí que la del maestro Maazel, quien, pese a las peculiaridades que siempre caracterizaban su trabajo, me parece que se ajustó más al espíritu de la música de Manuel de Falla.
En “El Amor Brujo”, más de lo mismo. Wellber dirigió desde el piano a una orquesta reducida para la ocasión a una treintena de componentes. El piano lo aporreaba con contundencia y gesticulaba ostensiblemente pegando saltitos en el asiento, pero el resultado obtenido fue poco más allá de una versión de impecable ejecución técnica pero falta de alma.
No se trata de condenar a Wellber por no estar al nivel de Lorin Maazel, porque si a eso fuéramos pocos directores aguantarían la comparación, pero se nos vendió a Omer Wellber como el niño prodigio que nos iba a maravillar y, hasta ahora, yo no le he escuchado ninguna genialidad. Sus versiones han sido correctas en la mayoría de ocasiones, sí, y no creo que sea un mal director, pero cada vez estoy más convencido de que, hoy por hoy, no es el brillantísimo talento que nos quisieron vender.
En cuanto a la Orquesta de la Comunitat Valenciana, estuvo espléndida. El nivel de sus atriles está ya más que acreditado y nos dieron una nueva muestra de su tremenda calidad. Los metales estuvieron soberbios, salvo un par de pifias puntuales del trompeta en “El Amor Brujo”, y la cuerda en sus cotas de excelencia habituales. Pero si alguien destacó especialmente fue Pierre Antoine Escoffier al oboe, quien con su virtuosismo y sensibilidad nos ofreció los momentos más emocionantes de la noche.
El Coro de la Generalitat también nos brindó sus mejores prestaciones, pese a no poder brillar en el primer acto de “La Vida Breve” por el inconveniente ya comentado de una escenografía que parecía pensada para fastidiar a los cantantes. Tres de los integrantes masculinos del Coro fueron también protagonistas del incidente anecdótico de la noche, cuando dos de los bailarines parecieron sufrir un desvanecimiento y los tres miembros del Coro salieron al unísono, con enorme naturalidad, a recogerlos y sacarlos fuera del escenario, en un movimiento que hacía dudar de si aquello estaba ensayado. Bravo por ellos.
La soprano chilena Cristina Gallardo-Domâs volvió a asumir el papel de Salud y de nuevo hizo gala de un volumen impresionante y una gran fuerza dramática en escena. Lamentablemente, su voz se muestra castigada y destemplada, con grandes cambios de color entre registros, tendencia al chillido en la zona aguda y un vibrato acusado; pero, como ya dije en su día, en este papel esas carencias se convierten en virtudes y potencian el dramatismo del personaje.
Germán Villar, como Paco, estuvo bastante correcto pero el papel tampoco permite mucho lucimiento, y otro tanto se puede decir de Miguel Ángel Zapater como el Tío Sarvaor, Isaac Galán, Sandra Ferrández, Mario Cerdá o Adriana García Mayer.
Sí destacó algo más la estupenda Abuela que siempre nos ofrece María Luisa Corbacho.
Flamenquísimos y desgarradores estuvieron tanto el guitarrista Juan Carlos Gómez Pastor, como, sobre todo, la cantaora Esperanza Fernández, ésta última también encargada de los fragmentos cantados en “El Amor Brujo” que habitualmente suelen interpretar mezzos. El problema en cualquier caso vino del escaso volumen de la cantaora que, pese a sus ímprobos esfuerzos, apenas podía traspasar la barrera orquestal.
El teatro no estaba lleno, pero mostraba bastante menos huecos de los que me esperaba, aunque también es verdad que, tras el intermedio, hubo bastantes espectadores que optaron por no regresar a su asiento para ver “El Amor Brujo”.
El público aplaudió con ganas todo lo aplaudible y no se escucharon las protestas hacia Wellber que parece ser que se produjeron en la función celebrada dos días antes y de las que habló FLV-M en su blog.
En los pasillos algunos cuchicheos sobre Helga y su presunto cese no confirmado, con práctica unanimidad en desconfiar de lo que pueda venir en su lugar, sobre todo si el fichaje proviene de los actuales altos cargos de la Generalitat, entre los que parece que hay más de uno que, como decía un comentarista en mi post anterior, quiere ser califa en lugar del califa.
Permitidme que finalice dedicando un emocionado recuerdo para Bernadette Sarrazin, una estupenda soprano que, junto al Cor de la Generalitat al que pertenecía desde sus inicios, nos ha brindado tantas veladas maravillosas de música y que lamentablemente falleció hace pocos días.
Atticus, qué ganas tenía de leer tu crónica, excelente como siempre, y coincido bastante hasta en la animadversión (quizás aquí me paso un poco, no es para tanto) hacia el ballet.
ResponderEliminarPues ahora mismo te iba a dejar un comentario en tu blog, pero ya que estás aquí te digo que, tal y como te temías, Wellber me defraudó bastante.
ResponderEliminarSabes que tenemos comunes amigos que elogian a Wellber casi siempre que dirige. Yo todavía no le he pillado el punto, aunque me encantaría que un día me deslumbrase.
Lo mío con el ballet es ya directamente sarpullido. Y no me vanaglorio de ello, en el fondo me fastidia enormemente ser tan gañán, pero es lo que hay.
A mí (y tampoco me enorgullezco) los ballets no me dicen nada en su parte bailada, no sé distinguir a un gran bailarín o bailarina de uno mediocre o de uno malo, a no ser que el malo sea misterbeanesco. Pero musicalmente los hay muy buenos, y para mi gusto "El amor brujo" es uno de ellos. Y con cantaora mejor que con mezzo, siempre que se la oiga, claro. Sonará a boutade, pero prefiero mil veces la versión con Rocío Jurado (dirige López Cobos) que la de Berganza. Y eso que Berganza me gusta mucho cantando otras cosas y Rocío Jurado no me gusta nada, excepto en esta obra.
ResponderEliminarYo creo que no distingo ni al misterbeanesco...
ResponderEliminarLa música de 'El Amor Brujo' es muy interesante, pero yo personalmente prefiero la versión con mezzo. Entre Berganza y Jurado, me quedo con Berganza, aunque aprovecho para reivindicar a 'la más grande' como una de las mejores cantaoras flamencas que ha habido. Lástima que perdiera el tiempo con los Como una Ola y memeces similares.
Atticus: gracias por tu crónica. Desde el inicio te sigo con gran interés, pero especialmente quiero agradecerte tu recuerdo a Bernadette Sarrazin. Disfrutamos de ella muchos años. La quisimos mucho.
ResponderEliminarA mi Falla me gusta muchísimo y el baile flamenco me encanta.
ResponderEliminarSiento que llames memez a "Como una ola". Reconozco que es muy llana y popular pero tiene una hermosa melodía. Jurado cantaba muy bien flamenco pero también bordaba las coplas. Este tipo de música es la banda sonora de una infancia franquista. Bueno, "Como una ola" vino mucho más tarde.
Saludos, Atticus.
Tienes toda la razón, Glòria, en copla también destacaba la Jurado, aunque yo la prefería en flamenco puro y duro.
ResponderEliminarReconozco que no he estado afortunado con lo de memez. Odio esa canción, pero eso es problema mío.
Un saludo.
Me extraña Atticus, viniendo de ti, que no has dicho nada del volumen "mascletero" de la orquesta. Sali de las dos funciones que asistí casi sordo con un zumbido interminable en mis oídos.
ResponderEliminar¿Cómo puede ser que nadie dice absolutamente nada del volumen ensordecedor de la orquesta cuando la dirige Wellber?
En Wellber el volumen mascletero es bastante habitual. Yo lo he comentado ya en alguna ocasión, como en Boris Godunov.
ResponderEliminarTienes razón, en este programa de Falla también hubo un abuso decibélico, aunque peor que esto me pareció su plana concepción de la obra.