Ya prácticamente se ha escrito y dicho todo acerca del debut en el Gran Teatre del Liceu de la soprano rusa Anna Netrebko, en una versión en concierto de la ópera de Tchaikovsky “Iolanta”, dirigida por Valery Gergiev al frente de la Orquesta y Coro del Mariinski, a la que tuve la suerte de poder asistir el pasado domingo. Por distintos motivos, hasta hoy no he podido escribir y, aunque ya han transcurrido más de 48 horas desde mi salida del teatro, como la emoción por lo allí vivido todavía permanece, no quiero que pase más tiempo sin dejar aquí mis impresiones sobre una noche mágica.
Quienes ya hemos estado en unas cuantas representaciones de ópera en directo, sabemos que hay ocasiones en las que uno puede salir decepcionado, otras en las que lo hace satisfecho, otras en las que termina eufórico, pero pocas en las que sea consciente de haber vivido algo muy grande, algo histórico que podrá narrar cual abuelo cebolleta a sus descendientes o a sus cuidadores del geriátrico.
El éxito obtenido por Anna Netrebko en Barcelona ha sido algo realmente apoteósico. Y, a diferencia de lo ocurrido en otras ocasiones, aquí no se trataba de una concurrencia de fans incondicionales dispuestos a bravear hasta los gallos desafinados del artista. Algunos habría, claro está, pero la reacción unánimemente apasionada del público la percibí como algo puramente natural, fruto de la emoción incontenida provocada fundamentalmente por la excelencia del canto de Anna Netrebko.
El mejor ejemplo de esto fue el final del bellísimo dúo entre Iolanta y Vaudemont, donde, tras una actuación magistral de la soprano que fue rubricada con un agudo potentísimo y cristalino, de inmaculada ejecución, parte del público comenzó a aplaudir antes de que la música se detuviera, y, cuando la música se paró, la estruendosa ovación se prolongó durante largos minutos en los que los bravos no cesaron hasta que el director Valery Gergiev optó por reanudar la representación pese a que los aplausos no menguaban. No fue la típica metedura de pata del merluzo de turno que aplaude cuando no toca, sino una clara reacción incontrolada que respondía a la desbordante emoción que se había adueñado de la sala. Como me comentó a la salida el amigo Maac, la situación nos recordó aquellas grabaciones históricas de la Callas en La Scala donde era habitual que los aplausos y bravos a la diva se anticipasen a la finalización de la música.
Y ya desde su entrada en el escenario quedaba claro dónde estaba la diva de la noche. Allí apareció Netrebko entre los músicos y resto de solistas, todos ellos vestidos de negro, y ella con un espantoso modelito de color coral plagado de volantes tras el que daba la impresión que asomaría en cualquier momento el desaparecido Lauren Postigo anunciando que iba a dar comienzo la Antología de la Copla. Una diadema de princesa Disney y un escotazo descomunal completaban el llamativo aspecto de la cantante rusa. Pero realmente el aspecto no importaba en absoluto. Hubiese dado igual que hubiera ido vestida de monaguillo o de tortuga ninja, lo trascendental fue que Anna Netrebko comenzó a cantar y el mundo se paró.
Yo ya había tenido la suerte de escuchar su voz en directo en Salzburg en 2010 y, pese a ello, el impacto que me ha vuelto a producir ha sido enorme. Su voz se ha ensanchado casi tanto como otras zonas de su anatomía y su hermosísimo timbre cálido, riquísimo en armónicos, es puro terciopelo. Luce una tremenda homogeneidad y poderío en todos los registros, con un centro robusto de belleza resplandeciente. Su canto es inmensamente expresivo, adornado con infinitos matices. Su voz se proyecta y corre con potencia y naturalidad, sobrepasando con solvencia las barreras orquestales, y te envuelve como una seda, atrapándote en una burbuja de emoción de la que no escapas hasta mucho después de salir del teatro. Todo ello lo acompaña además con un comportamiento escénico extraordinario, mostrándose absolutamente entregada en su faceta actoral, incluso cuando, como en esta ocasión, se trata de una versión de concierto.
Aunque parezca ya casi un tópico repetirlo, hay que insistir en ello: Esta mujer tiene en el repertorio eslavo su hábitat natural, donde no tiene rival, y muero por pensar en esa Tatiana, de “Eugene Oneguin”, que recientemente debutará.
Pero el éxito de la noche no estuvo sólo en la voz de Anna Netrebko. Una parte sustancial se debe a la maravillosa dirección que llevó a cabo el señor del palillito, el gran Zar Valery Gergiev, al frente de la magnífica Orquesta del Mariinski. Siempre que veo dirigir a este hombre me pregunto cómo narices es posible que, con esa gestualidad parkinsoniana ininteligible, sea capaz de lograr extraer de la orquesta unos sonidos semejantes con tal precisión y ajuste. Pero Gergiev es un maestro indiscutible dirigiendo a Tchaikovsky y llevó a cabo una lectura profunda, matizada y cargada de lirismo y dolor que contribuyó de manera capital a llenar de emoción la sala.
Bajo la sabia dirección del Zar, la calidad de la Orquesta del Mariinski brilló en el Liceu con unas maderas extraordinarias, una percusión ajustadísima y sobre todo una sección de cuerda que es de otro mundo. Apenas sin darme cuenta, en el momento que tienen de protagonismo los violonchelos que retoman el tema del dúo, me encontré con los ojos llenos de lágrimas por la emoción que brotaba desde el escenario.
El Coro del Mariinski no tuvo mucho protagonismo, pero demostró solvencia y colaboró en su medida al estupendo resultado de conjunto, sobre todo en su fabulosa intervención en la escena final.
En cuanto a los solistas vocales que acompañaban a Netrebko, el nivel general fue bastante aceptable. El siempre complicado papel de Vaudemont corrió a cargo del tenor Sergei Shorokhodov, a quien ya había tenido la oportunidad de escucharle en Les Arts como Jasón, en la “Medea” del pasado Festival del Mediterrani. Creo que es de justicia decir que hizo una dignísima labor en un rol tan exigente y con el huracán Netrebko a su lado. Cierto es que tiene una emisión atrasada, especialmente en el agudo, donde además se denotan permanentes tiranteces y estrangulamientos, pero aún así consiguió resolver la papeleta llevando a cabo una actuación valiente y apasionada, pasándolas canutas en el infernal dúo, donde parecía un tomate a punto de reventar, pero saliendo vivo del trance y con todas las notas dadas.
Sergei Aleksashkin, como Rey René, fue posiblemente el más aplaudido tras Netrebko y Gergiev. Aleksashkin es un veterano y experimentado cantante y demostró conocer perfectamente el personaje, al que supo darle el énfasis y el carácter preciso, transmitiendo todo el dolor de un padre y ello pese a que su zona aguda se mostraba muy gastada y los graves más comprometidos eran más eructados que cantados.
Estupendo y sorprendente estuvo Yuri Vorobiev en el breve papel de Bertrand. Correcto Edem Umerov como Ibn-Hakia, solventando su aria con buen gusto. Destacó también la Marta de Natalia Yevstafieva, y muy musicales y eficaces Anna Kiknadze y Eleonora Vindau como Laura y Brigitta. Bastante menos me gustó Alexander Gergalov como Robert, y todavía menos un pésimo Andrei Zorin como Almeric.
Pero daba igual, la noche era histórica y de ambiente triunfal y, aunque hubiese salido El Fary a saludar, se le hubiera ovacionado por un público enloquecido que llenaba el Liceu prácticamente en su totalidad. Tan sólo permanecieron sin ocupar un puñado de localidades de las más caras. Me sorprendió notablemente además el respetuoso silencio que se mantuvo durante toda la representación. En cada instante en que la música descendía en intensidad no se oía ni un ruido. Eso sí, los ruidos se guardaron para la escandalosa y eterna ovación final. No sé cuántos minutos se alargaron los aplausos y bravos, pero fueron muchos y de allí no se movía nadie, saliendo a saludar Netrebko junto a Shorokhodov, Aleksashkin y Gergiev en innumerables ocasiones.
A la salida se agolpaba un numeroso grupo de personas esperando la salida de la diva. Algunos dentro del recinto y otros ocupando la acera de Las Ramblas. Tardó bastante en salir y cuando lo hizo apenas se detuvo. Fue llevada prácticamente en volandas por unos ejercientes de guardaespaldas hasta la calzada de Las Ramblas, donde fue caminando entre los coches, respondiendo con su saludo a los aplausos de espectadores y viandantes como una auténtica estrellaza. El modelito tampoco tenía desperdicio. Como de moda sé menos aún que de ópera no sabría describirlo, pero a mí me recordaba a una monja con la espalda descubierta, pese al frío que hacía, aunque para una rusa aquello sería como estar en Benidorm en Agosto (por gente y por temperatura). Se subió a un monovolumen y se adentró en el congestionado tráfico de las Ramblas, por lo que, en un momento dado, quedó parado el vehículo al lado del grupo de amigos que estábamos allí charlando y, cuando me quise dar cuenta, estábamos todos los ilustres blogueros agitando la manita como imbéciles a la señora Netrebko cual si fuera la emperatriz Sissi.
En fin, hasta aquí la reseña de una jornada francamente inolvidable, que lo fue todavía más por la entrañable reunión de la que pude disfrutar alrededor de una mesa en una estupenda comida previa a la ópera, con buenos amigos y unos cuantos asiduos visitantes de este blog, a los que a partir de ahora ya puedo poner cara.
Joaquim, Colbrán, Kalamar, José Luis, Josep, Glòria: Gracias por vuestra hospitalidad y simpatía. Espero que muy pronto podamos repetirlo.
Os dejo con los videos del dúo entre Vaudemont y Iolanta correspondiente a la función del día 10 y del concertante final de la representación del pasado domingo:
video de LiceuOperaBarcelona
video de Florestanbcn
video de LiceuOperaBarcelona
video de Florestanbcn
Me perdí la salida de Annita. Por lo demás lo he vuelto a revivir, además es que coincido en todas tus apreciaciones, ym como siempre, me he partido con las perlas que sueltas. Estas crónicas son impagables.
ResponderEliminarLo cierto es que ya no estábamos esperando a la Netre. Estábamos charlando decidiendo donde ir y en eso que apareció Sor Annita de la Encarnación sobre unos taconazos quilométricos... A partir de ahí, todos como bobos... jajaja... una tacha en tu dignidad que tú no tendrás gracias a las prisas del tren.
EliminarOjalá repitamos pronto
Obrigado por este relato emocionante. Eu também fui de Lisboa especificamente para ver a Iolanta com a Netrebko e, ao ler esta crónica, revivi todas as emoções que senti no Liceu no passado domingo. Muito obrigado.
ResponderEliminarUm abraço já de Lisboa.
Gracias a tí por tu comentario y por alguna foto que por lo que he visto procedían de tu blog.
EliminarCreo que tenemos mucha suerte de poder haber vivido esta noche en directo. Un espectáculo fantástico.
Un abrazo
Pagaria por tener una foto saludando como bobalicón Borbón a la Reina del pueblo (operístico)
ResponderEliminarLo que es capaz de hacer con nosotros Anita la fantástica, no tiene nombre y lo que hace ella cantando si RECLINATORIO.
Nos lo pasamos en grande, antes durante y después. Regresad pronto, que después de tanta sequía nos traéis incluso lluvia.
No digas muy alto lo de pagar que, con la gente que había por allí, fijo que en alguna salimos borboneando. Y sólo faltaría pagar por la pública humillación.
EliminarAnita es muy grande. Todavía me dura el escalofrío. Ojalá se confirmen esos rumores de que podría regresar al Liceu pronto.
Vuelva ella o no, nosotros en cuanto podamos sí volveremos.
Un abrazo muy fuerte y gracias por todo.
Un placer haber compartido unas horas (siempre son pocas) y haberos conocido en vivo y en directo.
ResponderEliminarUn abrazo y hasta pronto
Lo mismo digo, Josep. Un auténtico placer conoceros y compartir esos momentos, breves pero intensos.
EliminarEnhorabuena una vez más por tu "Les meves Barcelones", Un fantástico libro de fotografía.
http://ximo.wordpress.com/2013/01/14/josep-colet-les-meves-barcelones/
Un abrazo. Y un beso a Glòria
una tarde inolvidable, con saludos a SissíNetre incluidos. Quién me iba a decir a mí que le envíaría besitos a la diva!
ResponderEliminarComo es habitual me he descuajeringado con tus agudas apreciaciones del apunte, con lo serio que pareces..
Una comida agardable, una ópera deliciosa y muy emocionante y la guinda, un descontrol!
besos, volved pronto.
Sí, sí... muy serio, pero agitándole la manita a la princesita...
EliminarUn día inolvidable. Por todo. Lástima que todo fuese tan breve... En cuanto podamos nos presentamos allí otra vez.
Enhorabuena por tu chipirón.
Besos
Lamento profundamente haberme perdido la escena berlanguiana. Ya veremos si la KGB no os chantajea con fotos tomadas desde el interior de la carroza.
ResponderEliminarCasi, casi, de Buñuel, JL... Pero lo que nos reimos después a costa de nuestra ridiculez no tiene precio.
EliminarUn abrazo
Primero de todo, gracias de nuevo por tu crónica. Siempre es un placer leerte. Y no sabes como te comprendo. Como es sentir un momento mágico, algo grande, sentirte como si hubieras presenciado algún estreno de finales del XIX. Lo he sentido nuevamente en el Liceu (teatro en el que tantas veces han logrado aunar grandes cantantes) hace bien poco. Pero no estaba Netrebko, creo que me equivoqué de día. El día que fui yo había unos jóvenes debutantes, unos casi desconocidos que me hicieron vivir una experiencia única. Cosas por las que merece la pena seguir yendo al teatro. Se llamaban Mariella Devia y Gregory Kunde. No sé si con el tiempo se harán famosos, ni si se les recordará, ya que el teatro estaba casi vacío. No oí que ninguno desafinara, al contrario. Esta tal Devia, creo que es italiana, tiene todas las notas controladas, ¡no se le va ni una!. Eso sí, en su escena final, "Col sorriso d'innocenza" de la ópera Il Pirata (de un tal Bellini), como si hubiera sido poseído por algo imposible de controlar, reaccioné soltando un bravo (terminada la música, eh, no la voz medio afónica que se pudo oir por la radio)como un piano. Y después otros más. Vamos, que terminé cantando de bajo profundo.
ResponderEliminarMe alegro que disfrutaras.
P.D Solo tú serás capaz, ya que te considero inteligente, de entender mi mensaje. El resto...pues bueno.
Un abrazo.
Gracias siempre a tí, Arian, por participar.
EliminarMe quedé con unas ganas enormes de ir a ese Pirata, pero los días no me cuadraban. El siempre inmaculado canto de la Devia bien lo merecía. Lo de Kunde es casi Expediente X, pero este señor está mejor que nunca. A ver si se anima Helga y nos lo trae de 'Otello'.
Sin duda que fueron otras dos noches gloriosas del Liceu y de la ópera con mayúsculas.
Dicho lo cual te tengo que decir que la Netre estuvo fantástica.
Un abrazo, amigo, a ver si nos vemos pronto.
Maravillosa Devia.
Eliminarhttp://youtu.be/0Rgo-Qy9sPo
Seiffert comentó en su día la posibilidad de montar el Otello, pero no hay nada confirmado. Lo único que puedo decir es que el tenor "oficial" de Les Arts ha rechazado finalmente, la decisión de afrontar el moro.
ResponderEliminarY yo creo que ha hecho muy bien en rechazarlo
EliminarPozí. De León ha tomado una muy inteligente decisión.
EliminarSeiffert un pelín cascadete, pero ahí hay clase. Ya veremos si se mantiene el Festival del Mediterrani y a quién traen al final.
Miedo me da.
Atticus: no podía esperar una crónica mejor sobre el debut de Anna en Barcelona, todo lo que escribes sobre ella de sus dotes como cantante lírica le hacen justicia, Anna es un templo de musicalidad adornado con su belleza y actuación, canta con su garganta, sus ojos, sus manos, su cuerpo, es como siempre dije desde que la descubrí un regalo que nos hizo el cielo de Rusia para deleitarnos, tanto el corazón como los ojos y los oídos a los que amamos la Ópera. Tenes razón, el vestido no era para ella, talvez quién la vistió le sugirió un modelo para homenajear a España, bien flamenco. Creo que Iolanta a unido a Anna Netrebko y el maestro( su maestro) Gergiev para ser el mejor homenaje a Thaikovky y son sin lugar a dudas uno de los que mejor estan representando a Rusia hoy. Con esta crónica iniciaste un buen año 2013 que te deseo con afecto
ResponderEliminarFue un fantástico debut ante un público que se rindió sin condiciones a la belleza del canto de esta mujer.
EliminarMis mejores deseos también para tí, MariaAngélica