jueves, 4 de noviembre de 2021

"DOÑA FRANCISQUITA" (Amadeo Vives) - Palau de les Arts - 03/11/21

Tras haber inaugurado Les Arts su temporada operística con una obra que no es una ópera, como fue ese peculiar Réquiem de Mozart convertido escénicamente por el ingenio de Romeo Castellucci en no se sabe muy bien qué; ayer se ofreció otro título del abono que, cáspita, resulta que tampoco es una ópera. En este caso se trata de la cuota anual zarzuelera, servida para la ocasión, eso sí, con una obra cumbre del repertorio como es Doña Francisquita, de Amadeo Vives, que en su vertiente musical tiene mucha más enjundia que la que tradicionalmente los prejuicios y la ignorancia pretenden atribuirle al género. Aunque, lo cierto es que, como luego veremos, también se ha ofrecido adaptada de forma no poco peculiar en su apartado escénico.

Este estreno tiene lugar poco menos de una semana después de que el Palau de les Arts haya anunciado oficialmente que, a partir del próximo día 11 de noviembre, recuperará el 100% del aforo en todos sus espectáculos. Bueno, realmente a partir del día 11 parece que no va a ser, porque hoy mismo aparece como aplazado, sin más explicación (Les Arts style), el recital previsto para ese día que iban a ofrecer Erwin Schrott y Leo Nucci. La noticia de recuperación del aforo es una alegría a priori, aunque quizás sea algo pronto como para cantar victoria y pensar que se vuelve a la normalidad, pues las cifras de la pandemia están comenzando a subir de nuevo y no es descartable que tengamos que chiquitear y volver algunos pasos hacia atrás dentro de poco. Espero que no, no quisiera ser gafe, y obviamente no es mi deseo, pero mucho dependerá del comportamiento y la concienciación de cada uno de nosotros, sabiendo que no debemos bajar la guardia todavía ni medio milímetro.

En cualquier caso, en el estreno de ayer todavía estaba el aforo reducido por imperativo de las medidas adoptadas por el teatro, más el voluntario que se produjo por una asistencia de público lejos de lo que podría ser un estreno operístico de cierto relieve, la próxima Butterfly por ejemplo. La zarzuela tiene su público, pero está claro que, al menos en València, no tiene el tirón de las óperas de repertorio, ni necesariamente sus aficionados coinciden con el abonado operístico. He venido diciendo en anteriores ocasiones, y lo mantengo, que me parece muy bien la existencia de la cuota anual de zarzuela en Les Arts; aunque, igual que pienso respecto a los conciertos, lied o ballet, opino que sería mejor que los abonos operísticos fueran eso, únicamente operísticos, y se creasen diferentes abonos para el resto de géneros, incrementando incluso el número de este tipo de espectáculos. Pero bueno, da igual. Está ya más que visto que por mucho que lo diga nada va a cambiar, así viene siendo año tras año y da igual quien esté al frente de Les Arts, que el relleno no deseado del abono se sigue produciendo.

Hay que reconocer que la programación diseñada este año por Jesús Iglesias Noriega y su equipo ha empezado pisando fuerte en el apartado escénico, sin miedo a que se pueda considerar una provocación para el espectador más tradicional (y el no tan tradicional). Se abrió el ejercicio el 30 de septiembre con el ya mencionado Réquiem jotero de Castellucci; se siguió el pasado día 30 de octubre con un schubertiano Winterreise encomendado a una voz femenina, Joyce DiDonato (que resultó espléndido, por cierto); y ahora se ofrece esta Doña Francisquita en la adaptación escénica concebida por Lluís Pasqual, que en su estreno en el Teatro de la Zarzuela, fue objeto de encendidas críticas y sonoras protestas. Y este año no ha acabado aún. Todavía quedan unos Cuentos de Hoffmann en la versión del alemán Johannes Erath que casi seguro generará también cierta polémica; un Ariodante tampoco nada tradicional, con dirección de escena de Richard Jones; o el Wozzeck de Andreas Kriegenburg, en una producción de la Bayerische Staatsoper que, como suele ser habitual en la casa de ópera bávara, no tiene en el comedimiento y el clasicismo sus principales virtudes. Aunque bien es verdad que quizás el Wozzeck no tenga ya de entrada tanta presencia de ese público más tradicional que igual teme más la música de Berg que la posible transgresión escénica con que lo adornen.

La polémica suscitada por esta propuesta de Lluís Pasqual, no surge tanto por el hecho de que se haya trasladado la acción de cada acto a una época histórica distinta, como porque se ha decidido suprimir todos los diálogos hablados, que constituyen una de las características principales de este género y son los encargados, con mayor o menor fortuna, de hacer avanzar dramáticamente la trama. En su lugar, se ha optado por incluir en escena a un actor, Gonzalo de Castro, que se encargará, mediante unos textos obviamente inventados para la ocasión (¡¡¡y con amplificación!!!), de justificar por qué no se incluyen los diálogos hablados e intentar explicar al espectador cómo va evolucionando el argumento original de la obra. Pero la cosa no acaba ahí. También los cantantes que interpretan a los personajes de la zarzuela tendrán líneas de diálogo nuevas y hasta al director de orquesta le hacen dialogar con el actor en un momento del tercer acto, creándose con todo ello una nueva trama que va mucho más allá de intentar centrar al espectador en el argumento de la zarzuela, y cobra vida propia, dando origen a una presunta comedia paralela de tercera fila que deja los guiones de Mariano Ozores cercanos al Nobel de literatura.

Absolutamente incomprensible todo e injustificado, desde mi humilde punto de vista. Porque ya no es que se hayan suprimido las partes habladas para dejar sólo los fragmentos musicales, como yo creía que ocurriría, sino que los diálogos creados por Federico Romero y Guillermo Fernández Shaw para el libreto, libremente inspirado a su vez en La discreta enamorada de Lope de Vega, son eliminados para ser sustituidos por otros que no vienen a cuento, supongo que escritos por Lluís Pasqual ya que nada se dice en el programa de mano sobre su autoría, intuyo que para evitar ser acusado judicialmente por crímenes de lesa humanidad. Ya no se trata sólo con esas líneas de diálogo nuevas de zurcir e intentar imbuir de algo de sentido a una versión deconstruida y remendada de una pieza clave de la zarzuela, sino que se acaba creando una cosa nueva, un Frankenstein con la música de la zarzuela como excusa, pero que, igual que dije respecto al Réquiem de Castellucci, no creo que deba venderse con su título original.

Os aseguro que acudí al teatro con la mejor de las voluntades y, aunque sabía que se habían suprimido los diálogos hablados, no me importaba mucho si el resto tenía un cierto sentido y se resaltaba lo musical. Pero nada de eso ha ocurrido y sólo puedo expresar mi crítica, como también he hecho en otras ocasiones en las que también se decidió unilateralmente desde la dirección de escena la mutilación gratuita de una obra, o su relleno con partes no escritas originalmente, para adaptarse a la particular creación escénica del director de turno, en lugar de ser esta la que se plegase al material existente tal y como fue concebido. ¿Quién no recuerda con espanto aquellas frases añadidas a la perriflauta mágica de Graham Vick? Y esto no es una cuestión de mayor o menor conservadurismo ante posibles innovaciones escénicas, las cuales incluso agradezco, sino que a partir de un cierto punto de distorsión ya no creo que estemos ante una visión diferente de una obra, sino ante una grave falta de respeto hacia el creador, ya se llame este Mozart o Amadeo Vives.

Además, ¿qué se pretende con esa eliminación de los diálogos hablados? Si se trata de abreviar la duración, se ha fracasado estrepitosamente, porque con los diálogos nuevos, cambios de escenario y actuaciones estelares de las que luego hablaré, la función se alarga igual o más que hubiera hecho una producción fiel al original. Parece que el señor Pasqual ha declarado que se trata de revitalizar el género y eliminar textos que han envejecido mal; pues mire usted, más vale texto envejecido por el paso del tiempo pero con una cierta calidad literaria, que estos nuevos diálogos casposos que ya han nacido viejos y no aportan nada ni literaria ni dramáticamente. Y para colmo, se decide incluir amplificación en un teatro de ópera, en este caso para el actor Gonzalo de Castro, algo injustificable lo pilles por donde lo pilles. Un actor teatral en escena ha de saber declamar, es la base de su profesión, y si no es así búscate a otro.

El primer acto se ambienta durante la Segunda República española, en un estudio de grabación donde una compañía lírica va a grabar la zarzuela Doña Francisquita. Gonzalo de Castro le cuenta entonces por teléfono a un ministro de la República que se van a suprimir las partes habladas para poder vender mejor el disco en el extranjero. Y ahí se desarrolla todo este infausto primer acto de la obra, como si fuera una versión en concierto, con un estatismo total del elenco y, por supuesto sin los diálogos originales y con más morcillas que en Embutidos Casa Toribio de Xirivella. El segundo acto se trasladará a un plató televisivo de los años 60 donde el actor encarnará esta vez al realizador de una emisión en directo de la zarzuela para toda España, recibiendo la llamada de un ministro franquista que le pide que suprima los diálogos para que el programa acabe pronto y pueda irse a dormir. Y en el último acto la acción se ubicará en la actualidad, en un teatro donde Gonzalo de Castro será ahora director de escena en el ensayo general de una versión innovadora de Doña Francisquita que parece que no se va a poder representar por problemas con los herederos.

Independientemente de la posible polémica sobre la defensa de los valores o características primigenias del género por la supresión de las partes habladas, pienso que además la propuesta cojea en otro aspecto esencial, como es que al suprimirse esos diálogos y perderse cualquier nexo de unión entre la acción dramática de cada uno de los tres actos, la trama original queda completamente desdibujada, resultando la mayoría de las veces incomprensible para el espectador que no se conozca esta zarzuela de memoria. Y las frases que se han incluido para intentar ir explicando esa trama y centrar al espectador, creo que tampoco logran este propósito, quedando el público aún más despistado cuando los nuevos diálogos van creando tramas paralelas que no convergen ni tampoco tienen una unidad a lo largo de los tres actos, los cuales quedan convertidos en unidades dramáticamente independientes con situaciones cómicas sin gracia y números musicales sueltos, dejando un regusto a una especie de Noche de fiesta de José Luis Moreno, pero sin Pepa, Avelino ni desfiles en calzoncillos (bueno, esto último porque no estaba Castellucci para despelotar al coro).

El primer acto concebido por Pasqual es un mojón de proporciones intergalácticas. Como ya he dicho, resulta sumamente estático y poco se diferencia de lo que hubiera sido una versión en concierto, la cual casi se hubiera agradecido. Se producen así además algunas situaciones carentes de sentido y huérfanas de cualquier consistencia dramática, como el pasacalle de los estudiantes o la canción de la juventud. Pero el colmo es que ni siquiera el director de escena es capaz de mantener la coherencia de su propia creación majadera. Y es que, tras un inicio de acto donde se pretende representar que se está grabando un disco y todos guardan silencio y apenas se mueven, después, en la escena de la confitería, hay una semiescenificación y hasta una tarta de atrezo, y en el número final del carnaval aparecerán los miembros del coro caracterizados de chulapas/os mientras unas colgaduras de luces de colores descienden por el fondo… Todo con menos sentido que una película de David Lynch doblada al silbo gomero.

En el segundo acto, al tratarse de una grabación de televisión en directo, la cosa mejora notablemente en el apartado de movimiento escénico y sentido teatral, aunque la eliminación de las partes habladas originales y los nuevos diálogos sigan causando cierto sonrojo y desconcierto. Y también en el aspecto visual se logran momentos muy interesantes, como ese congelado durante el baile final del segundo acto, desplazándose las parejas mientras permanecen estáticas. En el último acto, esta mejora escénica y visual seguirá progresando, constituyendo posiblemente el más atractivo del potaje pasqualero. El escenario se muestra prácticamente vacío, a excepción de una pantalla de fondo donde se proyectarán unas atractivas imágenes en blanco y negro de la primera película de la productora Ibérica Films, creada por dos judíos alemanes exiliados en Barcelona, David Oliver y Kurt Flatau. Esta primera película era precisamente Doña Francisquita, estrenada en 1934, y su director fue el también judío alemán Hans Behrendt. En este tercer acto hubo a mi juicio dos instantes muy destacados visualmente: el coro de románticos y la repetición del Fandango mientras una cámara cenital mostraba en la pantalla de fondo la coreografía grabada desde lo alto.

Y es que el punto fuerte de esta propuesta es el apartado visual, con un muy llamativo vestuario de Alejandro Andújar, una correcta iluminación de Pascal Mérat que procuraba suplir en la descripción ambiental de las sucesivas escenas la casi completa carencia de escenografía y texto hablado, y, especialmente, las coreografías de Nuria Castejón, y eso que ya sabéis que a mí lo de la danza me motiva tanto como chupar un polo de cianuro, pero en este caso aportó una vivacidad, colorido y frescura que se agradeció.

La sorpresa de la noche llegaría en ese tercer acto, cuando se anuncia la actuación de una estrella invitada durante el ensayo del Fandango y tendremos en escena nada menos que a la legendaria Lucero Tena que, a sus 83 primaveras, volvió a lucir su maestría con las castañuelas y su sentido del ritmo, en lo que quizás constituya la más relevante aportación de esta producción. Aunque también he de decir que esta aparición estelar le dota al conjunto de aún más sabor a Noche de fiesta.

Creo que las intenciones de Lluís Pasqual pueden ser buenas, pero el producto final, aunque tenga instantes interesantes en lo visual o escénico, resulta claramente fallido, al haberse desvirtuado completamente el producto original que se vende, una Doña Francisquita que no es tal, y al no conseguir enhebrarse un discurso alternativo coherente; además de haberse perjudicado a lo musical con una concepción de escenario profundo y abierto que dificultaba la proyección de las voces.

De la dirección musical se ha encargado Jordi Bernàcer que vuelve un año más al foso de Les Arts. La pasada temporada firmó un notable programa doble con Cavalleria Rusticana y Pagliacci, y en lides zarzueleras también ha sabido mostrarse eficaz, como en aquella recordada Luisa Fernanda donde cantaba aquel señor cuyo nombre en Les Arts parece no querer pronunciarse, como si del mismísimo Voldemort se tratara, y que sigue siendo, pese a quien pese, uno de los principales nombres que ha dado la historia universal de la ópera, cuyo recuerdo parecen querer borrar los actuales gestores del teatro a golpe de cincel ideológico en un acto de talibanismo cultural selectivo sin precedentes.

El director alcoyano volvió a firmar una labor de dirección sólida y solvente al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, enriquecida en esta ocasión con miembros de la Rondalla Orquesta de Plectro El Micalet. Hizo gala Bernàcer de una batuta viva, en estilo y con intención expresiva, prestando una atención primordial a la escena y voces, con especial cuidado a los números concertantes e intervenciones del coro, y esforzándose por encontrar un adecuado equilibrio entre orquesta y cantantes que no logró siempre, quizás por la influencia también de algunas causas externas, como ese foso ampliado en anchura para mantener las distancias de seguridad pandémicas entre músicos, la errada concepción de un escenario excesivamente abierto sin escenografía o pantallas acústicas que recogieran las voces hacia la platea, el enmascaramiento del coro o la escasa presencia de algunas voces. Todo ello provocó puntuales desajustes en ese deseado equilibrio acústico entre foso y escenario, aunque eso no empañó un más que meritorio resultado final. Momentos en los que se lució la orquesta especialmente resultaron los dos dúos del segundo acto (espectacular cuerda y vientos), el acompañamiento a la romanza del tenor y al coro de románticos, los metales en el Fandango y, sobre todo, un magnífico inicio del tercer acto rebosante de matices, colores e inteligencia en el uso de las dinámicas.

Tras el enorme derroche de calidad exhibido por el Cor de la Generalitat en el pasado Réquiem, anoche volvió a mostrar una vez más su mejor cara, pese a asumir menos exigencias escénicas que en la disparatada yincana de Castellucci. Estuvieron excelentes toda la noche, y a ello no obstó el que sigan cantando con mascarilla o su desacertada ubicación en el escenario en muchos momentos. Eso no quita para que esas circunstancias restasen brillantez a ciertos instantes, pero quedó más que compensado con algunas intervenciones para el recuerdo, como el pasacalle de los estudiantes, el Canto alegre de la juventud, o un excelso coro de románticos que hizo justicia a ese precioso fragmento surgido del genio de Amadeo Vives. Varios de los miembros del Cor de la Generalitat asumieron además papeles menores, en lo que creo que es un acierto del teatro, en lugar de recurrir a cantantes externos. Pese a algún pequeño accidente vocal al inicio de la función, el rendimiento de todos ellos fue intachable, con algún momento muy destacado como el divertido trío de dependientes, la intervención de los tres cofrades, con un José Enrique Requena espléndido, y el Sereno de Ignacio Giner que fue todo un lujazo.

El rol protagonista de Francisquita ha recaído en Ruth Iniesta, quien se está convirtiendo en una habitual del teatro en esta etapa Iglesias. El papel de Francisquita tiene más miga de lo que parece y más allá de su momento principal de exhibición con las notas picadas de la canción del ruiseñor, tiene algunas otras intervenciones dramáticas que requieren una voz con más peso. La soprano zaragozana, pese a algunos graves forzados y algún agudo de sonido un tanto ingrato, solventó el reto con éxito, gracias sobre todo a un canto expresivo que sabía poner los acentos dramáticos donde tocaba, a la vez que lucía una impecable musicalidad y desparpajo escénico e interpretativo, dentro de las cortapisas impuestas por la regia.

Lo mejor de la noche en mi opinión, con diferencia, vino servido por Ismael Jordi que fue un fantástico Fernando. El tenor jerezano no tiene un instrumento que enamore en un primer y esporádico contacto, pues aunque presenta un atractivo timbre lírico-ligero, la voz se muestra algo delgada y justa de volumen y squillo; pero todo queda en un segundo plano ante el inigualable sentido dramático que desarrolla en el uso y regulación de esa voz, exhibiendo un canto canónico, pleno de naturalidad, elegancia y buen gusto que eleva a las más altas cotas la emoción en cada una de sus intervenciones, gracias a una inagotable gama de matices y recursos expresivos, sin recurrir nunca a un excesivo amaneramiento o al fácil efectismo, sabiendo dotar siempre a cada frase de la precisa intensidad emocional con una impecable utilización de las medias voces y con un fraseo ligado y depuradísimo. Espléndido estuvo en su intervención del primer acto en el Gozad de la primavera o en el dúo con Francisquita del segundo acto, o en el quinteto… pero sería con su memorable interpretación de la archifamosa romanza Por el humo se sabe, con la que definitivamente puso al teatro patas arriba. Yo reconozco mi debilidad por este cantante que ya me conquistó la primera vez que le escuché, precisamente en este teatro hace ya nada menos que trece años, en Iphigénie en Tauride de Gluck, en la que, por cierto, sería la primera crónica en este blog de una función de Les Arts y donde también cantaba Lord Voldemort.   

El papel de Aurora corrió a cargo de Ana Ibarra. La cantante valenciana ha dejado atrás un inicio de carrera como soprano para asentarse definitivamente como mezzo y eso se nota en sus incursiones por las zonas más graves donde la voz se nota más incómoda con algunos sonidos abiertos y cambios de color. No obstante se compensa con una zona central carnosa, con cuerpo y de interesante riqueza tímbrica. Estuvo solvente en el Bolero, aunque, como en el resto de la velada, no destacó especialmente en su faceta expresiva, donde tanto vocal como dramáticamente parecía quedarse siempre un poco a medio gas.

Cumplidor el Cardona del tenor barcelonés Albert Casals que presentó una voz de timbre interesante, especialmente en terrenos más altos, pero a la que le falta dotar de una mayor depuración estilística y empaque expresivo. Además, las zonas central y grave resultaron áfonas, quedando irrelevante en números concertantes. Empezó bastante flojo y luego sí despuntó un poco tanto en su intervención al inicio del Canto alegre de la juventud, como en el Bolero.

También cumplidores estuvieron tanto el Don Matías del veterano Miguel Sola, mostrando unas tablas y un dominio de la escena envidiables, como el Lorenzo de Isaac Galán, muy relevante en su faceta expresiva.

Si bien se anunció a María José Suárez para el rol de doña Francisca, parece que algún problema físico de la asturiana ha llevado a que sea sustituida a última hora, de momento para las dos primeras funciones, por Amparo Navarro, una cantante que tuvo una presencia regular en las primeras temporadas de este teatro, brillando siempre a un muy buen nivel, pero que llevaba ya bastante tiempo sin pisar el escenario del jardín del Turia. Ayer la valenciana volvió a dejar constancia de su buen hacer interpretativo, pese a que en el aspecto vocal, especialmente en los números de conjunto resultaba poco audible. De hecho, el quinteto del segundo acto acabó pareciendo un dúo donde las únicas voces claramente distinguibles eran las de Ismael Jordi y Ruth Iniesta.

El actor Gonzalo de Castro cumplió con su cometido con desenvoltura y vis cómica, pero, como comentaba antes, no se entiende que hiciera uso de una molesta amplificación.

El público asistente ayer a la velada zarzuelera no ha sido precisamente de los más cálidos durante la función, posiblemente abrumado ante la pantomima pasqualera. De hecho, tras el descanso que tuvo lugar nada más finalizar el lamentable primer acto, hubo no pocas deserciones. Una pena porque se perdieron lo mejor. Tardaron bastante en brotar los aplausos, siendo los instantes más ovacionados la romanza Por el humo se sabe y el coro de románticos. Mención aparte merece la inmensa y merecida ovación brindada a Lucero Tena, tanto al salir a escena, como al finalizar su intervención con el público puesto en pie. Al acabar la función, Ismael Jordi, coro y orquesta recibieron los mayores aplausos. Curiosamente el único abucheo escuchado se lo llevó Gonzalo de Castro, algo que sinceramente no comprendo, supongo que sería por el tema de la amplificación, pero aún menos entendí que después de ese abucheo, la salida de los responsables escénicos fuera recibida sin protesta alguna.

Finalizo ya, que hoy se me ha vuelto a ir la pinza en la extensión de mi crónica. Es lo que tiene escribir poco, que cuando lo pillo lo agarro con ganas… Pero como dije que diría algo al respecto, quiero dejar constancia que lo que en mi anterior crónica apuntaba como rumor, definitivamente se ha confirmado. La Fundación Palau de les Arts, cuyo Patronato preside Pablo Font de Mora, ha solicitado que el Pleno del Consell apruebe una excepción salarial para que el recién nombrado director general de Les Arts, Jorge Culla Bayarri, amigo íntimo de aquél y con quien también comparte cargo en el consejo rector de la Asociación Amics de l’Òpera i de les Arts, pueda cobrar 90.000 euros anuales, esto es, 30.000 euros más que todos sus antecesores en el cargo. Mientras tanto, para reforzar orquesta, contratar directores musicales relevantes o mejorar condiciones de los trabajadores, las limitaciones económicas siguen siendo escollos insalvables. En fin, cada uno pone sus preferencias donde considera oportuno. 

9 comentarios:

  1. Leo tu crítica con interés,coincido en qué el primer acto es infumable, no salí de la sala por no molestar.
    A partir del segundo la cosa mejora sensiblemente, me encantó el Coro que, como siempre, estuvo extraordinario; destaco la canción de "las capas".
    Respecto de los intérpretes no me gustó mucho ninguno, la mejor Ana Iborra. No entiendo como te gustó Fernando, destrozó "por el humo se sabe..." en el resto estuvo muy flojo, para mi gusto claro.
    Emocionante Lucero Tena.
    Eduardo.

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    1. Gracias por dejar tus impresiones, Eduardo. Ismael Jordi me gustó mucho, pero mucho... Yo no creo que destrozase la romanza, al contrario, pienso que le imprimió una elegancia en el fraseo y unos matices que aumentó la emoción del fragmento, frente a otras interpretaciones más efectistas y desgarradas... Pero bueno, ha de haber gustos para todo.
      Un abrazo

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  2. Gràcies pel teu magisteri. Els teus arguments són més que convicents i retraten perfectament el que s'hi va veure. Jo també m'apunte a la teua petició perquè excloguen la sarsuela de l'abonament d'òpera, més que res perquè es puga determinar quin és, sense el públic captiu dels abonats a l'òpera, l'interés real per la sarsuela. No entenc en quina llei està escrit que cada any el Palau de les Arts haja de oferir una sarsuela. Per suposat, quan més ús se li done millor per a tota la societat, però no comprenc perquè el nostre coliseu ha de ser un dels paladins encarregats d'evitar la completa desaparició del gènere. També es podria meditar si la sarsuela no podria executar-se en el Martín i Soler amb produccions més modestes i ajustades per a permetre un cicle de sarsuela amb el seu abonament específic. Així el gènere tindria una oportunitat de generar un públic assidu. A 140 euros una sarsuela, una sala tan enorme sempre estarà mig buida. Una salutació a totes les persones que lligen este magnífic blog.

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    1. Planteas un debate más que interesante.
      Yo empezaría por defender un abono de zarzuela específico, o si no un abono, sí un ciclo fuera del abono, como se ha hecho con la música antigua. Y en dicho ciclo o abono incluir zarzuelas de género chico y otras de grande de formato más modesto en la Martín i Soler y reservar uno dos títulos señeros a la sala principal, pero siempre fuera del abono general. Con el ballet debería hacerse otro tanto. Y estoy convencido, sobre todo para el ballet, que tendría asistencia asegurada sin necesidad de forzar al abonado de ópera a asistir o muchas veces dejar su asiento vacío en perjuicio de amantes de esos géneros que igual no han podido obtener entrada.
      Por otra parte yo no creo que Les Arts haya de ser el paladín de la defensa de la Zarzuela, para eso ya está en Madrid el teatro del mismo nombre, pero sí me parece bien que los principales teatros líricos del Estado incluyan regularmente programación de títulos de un género tan singular a nivel internacional y tan prolífico. Como ocurre en otros países con la opereta vienesa o la francesa.
      Igualmente, creo que Les Arts tiene una iniciativa magnífica con los ciclos específicos de lied, música sinfónica o lo que llaman otras músicas y podría hacer otros como música contemporánea o de nuevos autores, pero siempre como actividades independientes de un abono puramente operístico.

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  3. Hola. Yo fui ayer, última función, y con el teatro a reventar; de hecho por la mañana sólo quedaban a la venta las localidades sin visibilidad.
    Y por primera vez difiero casi por completo de tu opinión en cuanto a la producción. No me gusta la zarzuela en general; me encantan muchas de las romanzas, pero precisamente el texto hablado, tantas veces madrileñismo castizo casposo, es lo que me echa para atrás. Así que agradecí la propuesta de Lluis Pascual, que me pareció interesante; y no vi tan difícil seguir el argumento con las explicaciones que daba el texto alternativo (que yo hubiera reducido más, pero creo que se adaptaba a cada época histórica en que se situó cada acto. Sí coincido en que el primer acto, justificado como grabación de radio, quedó bastante estático. Y el ballet estuvo realmente a gran altura; ya lo quisiera para muchas Cármenes y Traviatas de números bailables infumables.
    Musicalmente, orquesta y coro fantásticos, como siempre; si se exceptúa al leñador y la buhonera del primer acto, cuyo volumen vocal no fue bajo sino totalmente inaudible, y no por forte de la orquesta (creo que Bernácer ayer controló bastante el volumen, quizás tras dirigir las funciones anteriores saber que la proyección de algunas voces era bastante escasa). Los protagonistas cumplieron, unos más que otros; para mí sobresaliente Jordi, bien Iniesta, con escasa proyección Casals, y con problemas en la zona alta y los agudos Ibarra, que mejoró en los pasajes más graves, aportando cuerpo a su canto.
    Y en cuanto al debate sobre los abonos, estoy totalmente de acuerdo, tanto para ballet como para zarzuela. No compro el abono porque nunca sé a qué función voy a poder acudir, aunque finalmente voy a todas o casi todas, incluyendo zarzuela y ballet. Y los ciclos de Lied y recitales varios me parecen un gran acierto, sobre todo si disfrutamos de voces de primera calidad, como está sucediendo esta temporada y la pasada. Ahora a esperar la Butterfly con Rebeka, Hoffmann con Yende, y sobre todo Wozzeck, por novedoso y porque es un título que me encanta. Saludos.

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  4. Hola Juan, gracias por tu interesante aportación, la cual sólo difiere de mis impresiones respecto a Pasqual y no tanto porque no me resultará atractiva su propuesta, como porque, aun reconociendo sus virtudes dramáticas y visuales, me parece fallida e irrespetuosa con un clásico del género.
    Respecto a lo que viene, te confieso que Rebeka y Yende son a día de hoy lo único que me motiva de la Butterfly y los Cuentos.
    Un saludo

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  5. Enhorabuena por la redacción de esta crítica. Estoy de acuerdo en todo!

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  6. Todos brillaron excepto el compositor. Lástima.

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