El pasado fin de semana pude organizar una escapada a Barcelona con el propósito de cumplir una deuda que tenía pendiente conmigo mismo. Acudir a una función de ópera en el Gran Teatre del Liceu.
A pesar de haber visitado ya unos cuantos escenarios operísticos en distintos países, la cita con el coliseo barcelonés siempre se había frustrado por unas u otras causas. Una de las cuales recuerdo que fue su desgraciado incendio (el de 1994, no el de 1861). Pero esta vez, con la inmejorable excusa de un wagneriano “Parsifal”, era el momento oportuno para no dilatar más la visita. Y el caso es que los elementos tampoco ayudaron mucho, porque el sábado 12, día de la representación, estuvo diluviando ininterrumpidamente en la capital catalana desde el amanecer, aunque finalmente el grupo de “levantiscos” que hasta allí nos desplazamos pudimos llegar a tiempo al teatro y disfrutar de casi cinco horas y media francamente inolvidables, sobre todo en el apartado vocal.
Por si fuera poco, los amigos Joaquim y Colbran, liceístas de pro, tuvieron la gentileza de mostrarnos los rincones de este bellísimo teatro, modélico en muchos aspectos y concretamente en dos que me llamaron especialmente la atención por su abismal diferencia con alguno que me pilla más cercano: lo acogedor de sus espacios y la sensación de que todo está pensado para servir y atender al público, no para la vanidad de egos de arquitectos o Intendentes.
Ha sido una auténtica suerte, además, que esta visita tuviese como objeto asistir a la última representación de este “Parsifal”, que, a día de hoy, estoy convencido de que va a ser una de las producciones más relevantes de las que pasen esta temporada por los escenarios operísticos. Y, aunque ya se ha dicho casi todo de estas funciones, quería contaros hoy mis impresiones, aunque lleguen con más retraso del que hubiese deseado.
Se trata de una coproducción del Gran Teatre del Liceu con la Opernhaus de Zürich, que contaba con la dirección escénica ideada por el alemán Claus Guth, dirección musical del actual titular de la Orquestra del Liceu, Michael Boder y un elenco solista muy homogéneo y de alto nivel.
La propuesta de Claus Guth, que ha hecho ya correr ríos de tinta, puede resultar discutible en cuanto al fondo, pero resulta estéticamente cautivadora y de una indudable fuerza dramática. Desde el punto de vista teatral es impecable. Su escenografía, con un decorado giratorio en dos niveles, y su cuidadísima y minuciosa dirección de actores, dotan a esta producción de una frescura y dinamismo extraordinarios. La luz es otro elemento fundamental de esta puesta en escena en la que las sombras juegan un papel expresivo muy relevante.
Los largos monólogos de Gurnemanz se ven reforzados con un movimiento escénico y una dirección de actores muy inteligentes y de gran efectividad, sin distraer al espectador del discurso, con coherencia con el mismo y evitando al mismo tiempo la monotonía en que otros planteamientos más introspectivos y minimalistas han incurrido a veces.
La acción se ha situado en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, en un sanatorio ocupado por soldados alemanes heridos, física y mentalmente, siendo Gurnemanz el capellán de la institución. Pese a su traslación espacio-temporal, creo que es bastante respetuosa con la esencia del libreto original, y ello aún cuando cuente con algunas importantísimas licencias que, al menos a mí, no me llegaron a molestar, aunque entiendo que puedan resultar más que discutibles.
Quizás el mayor inconveniente de esta dirección escénica sea que, aunque tiene muy claro el mensaje que quiere transmitir y al final todo cobra el sentido que pretende el regista, deja al espectador demasiado tiempo desorientado sin saber muy bien lo que le están queriendo contar. A mí no me importó, porque, como he dicho, existía un trabajo muy elaborado con los actores y estéticamente me resultaba muy atrayente, pero si intentaba preguntarse uno por el sentido final de todo aquello lo más fácil es que se perdiera intentando adivinar lo que finalmente aparece claro.
Lo malo es que precisamente este mensaje es el que ha resultado más controvertido, con la aparición en la última escena de un Parsifal aclamado como redentor y vestido de oficial nazi, augurando así el advenimiento de la dictadura fascista como liberadora de un pueblo germano destrozado física y anímicamente tras su derrota en la Gran Guerra.
Otros aspectos criticados son que Klingsor no acabe destruido por Parsifal o que Kundry no muera, sino que salga huyendo de escena con una maleta, recordándonos demasiado a una asustada judía.
Guth ha incluido además un prólogo y un epílogo escénicos. Mientras suena el final del Preludio del primer acto, se nos muestra una escena en la que vemos, a modo de introducción de lo que vendrá después, como Titurel opta por Amfortas como sucesor y Klingsor abandona la reunión airado. Luego, mientras suenan los acordes finales de la ópera, veremos como Klingsor (vivo) se reconcilia con Amfortas.
De cualquier forma, incidiendo en lo dicho, me parece la de Guth una dirección escénica muy interesante y coherente, así como dramática y conceptualmente arrebatadora.
La dirección musical de Michael Boder no presentó innovaciones destacables, alejándose de presuntas genialidades, sin exhibicionismos en los tempi, pero manteniendo siempre lo principal, la tensión dramática permanente, lo cual en una obra de estas colosales proporciones es muy meritorio. A mi juicio le faltó un poco más de garra en el segundo acto y una mayor variedad de matices, sobre todo en el primer acto, abusando de volumen en el Preludio, pero el tercero fue muy notable.
La Orquestra del Liceu, sin entrar en comparaciones con otras agrupaciones, tuvo un buen rendimiento. Es verdad que si esta función queda en el recuerdo no será por la brillantez de la ejecución orquestal, pero al menos el foso no deslució en absoluto el magnifico espectáculo que vocalmente se estaba desarrollando en el escenario, y en algunos momentos sonó especialmente bien, como en el inicio del tercer acto, en la llegada de Parsifal, donde la cuerda alcanzó sus mejores prestaciones, consiguiendo la calidez y emoción que el fragmento requiere. Las maderas y la percusión funcionaron con aceptable precisión y los metales, aun ofreciendo las peores prestaciones del conjunto orquestal, salvaron, mal que bien, los exigentes requerimientos de la partitura, aunque en el último acto se hizo notar un evidente decaimiento y hubo mayores desajustes.
El Cor del Gran Teatre del Liceu y el Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana lucieron un buen nivel, mucho mejor la parte masculina que la femenina, donde las sopranos no tuvieron precisamente una noche inspirada y encima se vieron perjudicadas por la incomprensible decisión de situar coros internos. El momento más destacado con diferencia me pareció el que nos brindó el coro masculino en el tercer acto junto al cadáver de Titurel.
Pero lo mejor de la noche fue el nivel general del conjunto de solistas vocales, con alguna interpretación que merece matrícula de honor.
Para mí, la sorpresa más agradable de este “Parsifal” fue el excelso Gurnemanz que nos ofreció el bajo Hans-Peter König. Nunca había escuchado en directo a este hombre y, desde sus primeras frases, me dejó completamente catatónico. Exhibió una voz potente y sólida, con unos graves de peso, muy contundentes. Y, sobre todo, un fraseo perfecto, bellísimo. Salminen redivivo. A todo ello le unió una resistencia titánica, aunque el descanso tras el primer acto le llegó cuando se le notaba ya casi al límite. Un “Parsifal” donde falle alguno de los protagonistas puede ser más o menos decepcionante, pero si Gurnemanz falla puede convertirse en un pestiño. Y por el contrario, con un Gurnemanz como König, la grandeza de la obra de Wagner brilla en todo su esplendor.
La segunda gran sorpresa fue Ante Jerkunica, un croata al que tampoco había escuchado nunca y que cinceló, con una voz profundísima, casi cavernosa, de auténtico bajo, un Titurel de referencia, llevando a cabo además una interpretación majestuosa y convirtiendo este brevísimo papel en pieza clave del drama y en un inmenso goce para los sentidos.
La soprano italo-germana Anja Kampe ofreció también un comportamiento escénico sensacional y vocalmente la encontré soberbia, con gran expresividad y luciendo una excelente línea de canto. Afrontó con enorme valentía las diabólicas tesituras de este papel, mostrando una voz de gran extensión y homogeneidad, de auténtica soprano dramática, con unos graves redondos y unos agudos estratosféricos, bien atacados, sin que importase alguna tirantez ocasional. Una extraordinaria Kundry.
Klaus Florian Vogt es un cantante que tiene sus amantes y detractores. Yo en esta ocasión me veo obligado a situarme en un punto medio. Su voz carente de armónicos y casi blanca creo que no desentona con el Parsifal inocente y puro, pero es evidente que le falta el punto de brillo de tenor heroico que yo le exijo al rol, sobre todo en el segundo acto, y eso me chirría bastante. A ello hay que unir una cierta frialdad y falta de energía y énfasis en el fraseo. Pero dicho todo eso, tengo que reconocer que Vogt cantó espléndidamente. Derrocha musicalidad y su voz corre con elegancia y facilidad, limpia, clarísima, proyectándose con una luminosidad sorprendente y acaba por conquistarte. Es un Parsifal “sui generis”, pero que ofrece un resultado mucho más interesante de lo que a priori esperaba de él, aunque sigo pensando que el segundo acto le viene grande.
Alan Held fue un Amfortas fabuloso en lo actoral. Fue de menos a más en su rendimiento vocal, mostrándose entregadísimo en todo momento, combinando poderío y matización, y llevando a cabo una interpretación muy meritoria.
No me gustó, por el contrario, el Klingsor de Boaz Daniel. Estuvo muy inseguro y falto de autoridad vocal. Los graves se le atragantaban y fue tapado por la orquesta en varias ocasiones.
Y a las muchachas-flor mejor olvidarlas. Deberían haberse denominado gallinas-flor. Desde que comienzan su intervención tenían la batalla perdida con Parsifal. Era imposible que consiguiesen seducir al héroe puro con semejante exhibición de chillidos y cacareos en caótica descoordinación.
El público, que llenaba casi por completo el teatro, obsequió con grandes ovaciones a todos los intervinientes, apreciándose mayor intensidad de bravos para König, Kampe y Boder.
Tuve la oportunidad de ver personalmente en acción a ese sujeto singular del lateral del quinto piso, del que me habían hablado, que bravea como un poseso todo lo que se mueva. Este personaje persistió en sus bravos y aplausos a telón bajado y con luces encendidas y a él se unió un pequeño grupo, y no pararon hasta que salieron a saludar Kampe y Vogt, mientras en el teatro apenas quedaban un centenar de personas. Las caras de ambos, más que de satisfacción, fueron de estupefacción cuando comprobaron que el Liceu estaba casi vacío y todo aquel escándalo era obra de cuatro chalaos.
A la salida, seguía lloviendo abundantemente sobre Barcelona, pero nada impidió que la velada tuviese un inmejorable colofón con una estupenda cena, a la que Colbran tuvo la generosidad de invitarnos, y un agradable paseo y charla posterior bajo la ya menguante lluvia, mientras perduraban las emociones de un día realmente intenso.
Mil gracias por todo, Joaquim y Colbran. Volveremos pronto. Lo más tarde en julio, para ver a la Westbroek.
A pesar de haber visitado ya unos cuantos escenarios operísticos en distintos países, la cita con el coliseo barcelonés siempre se había frustrado por unas u otras causas. Una de las cuales recuerdo que fue su desgraciado incendio (el de 1994, no el de 1861). Pero esta vez, con la inmejorable excusa de un wagneriano “Parsifal”, era el momento oportuno para no dilatar más la visita. Y el caso es que los elementos tampoco ayudaron mucho, porque el sábado 12, día de la representación, estuvo diluviando ininterrumpidamente en la capital catalana desde el amanecer, aunque finalmente el grupo de “levantiscos” que hasta allí nos desplazamos pudimos llegar a tiempo al teatro y disfrutar de casi cinco horas y media francamente inolvidables, sobre todo en el apartado vocal.
Por si fuera poco, los amigos Joaquim y Colbran, liceístas de pro, tuvieron la gentileza de mostrarnos los rincones de este bellísimo teatro, modélico en muchos aspectos y concretamente en dos que me llamaron especialmente la atención por su abismal diferencia con alguno que me pilla más cercano: lo acogedor de sus espacios y la sensación de que todo está pensado para servir y atender al público, no para la vanidad de egos de arquitectos o Intendentes.
Ha sido una auténtica suerte, además, que esta visita tuviese como objeto asistir a la última representación de este “Parsifal”, que, a día de hoy, estoy convencido de que va a ser una de las producciones más relevantes de las que pasen esta temporada por los escenarios operísticos. Y, aunque ya se ha dicho casi todo de estas funciones, quería contaros hoy mis impresiones, aunque lleguen con más retraso del que hubiese deseado.
Se trata de una coproducción del Gran Teatre del Liceu con la Opernhaus de Zürich, que contaba con la dirección escénica ideada por el alemán Claus Guth, dirección musical del actual titular de la Orquestra del Liceu, Michael Boder y un elenco solista muy homogéneo y de alto nivel.
La propuesta de Claus Guth, que ha hecho ya correr ríos de tinta, puede resultar discutible en cuanto al fondo, pero resulta estéticamente cautivadora y de una indudable fuerza dramática. Desde el punto de vista teatral es impecable. Su escenografía, con un decorado giratorio en dos niveles, y su cuidadísima y minuciosa dirección de actores, dotan a esta producción de una frescura y dinamismo extraordinarios. La luz es otro elemento fundamental de esta puesta en escena en la que las sombras juegan un papel expresivo muy relevante.
Los largos monólogos de Gurnemanz se ven reforzados con un movimiento escénico y una dirección de actores muy inteligentes y de gran efectividad, sin distraer al espectador del discurso, con coherencia con el mismo y evitando al mismo tiempo la monotonía en que otros planteamientos más introspectivos y minimalistas han incurrido a veces.
La acción se ha situado en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, en un sanatorio ocupado por soldados alemanes heridos, física y mentalmente, siendo Gurnemanz el capellán de la institución. Pese a su traslación espacio-temporal, creo que es bastante respetuosa con la esencia del libreto original, y ello aún cuando cuente con algunas importantísimas licencias que, al menos a mí, no me llegaron a molestar, aunque entiendo que puedan resultar más que discutibles.
Quizás el mayor inconveniente de esta dirección escénica sea que, aunque tiene muy claro el mensaje que quiere transmitir y al final todo cobra el sentido que pretende el regista, deja al espectador demasiado tiempo desorientado sin saber muy bien lo que le están queriendo contar. A mí no me importó, porque, como he dicho, existía un trabajo muy elaborado con los actores y estéticamente me resultaba muy atrayente, pero si intentaba preguntarse uno por el sentido final de todo aquello lo más fácil es que se perdiera intentando adivinar lo que finalmente aparece claro.
Lo malo es que precisamente este mensaje es el que ha resultado más controvertido, con la aparición en la última escena de un Parsifal aclamado como redentor y vestido de oficial nazi, augurando así el advenimiento de la dictadura fascista como liberadora de un pueblo germano destrozado física y anímicamente tras su derrota en la Gran Guerra.
Otros aspectos criticados son que Klingsor no acabe destruido por Parsifal o que Kundry no muera, sino que salga huyendo de escena con una maleta, recordándonos demasiado a una asustada judía.
Guth ha incluido además un prólogo y un epílogo escénicos. Mientras suena el final del Preludio del primer acto, se nos muestra una escena en la que vemos, a modo de introducción de lo que vendrá después, como Titurel opta por Amfortas como sucesor y Klingsor abandona la reunión airado. Luego, mientras suenan los acordes finales de la ópera, veremos como Klingsor (vivo) se reconcilia con Amfortas.
De cualquier forma, incidiendo en lo dicho, me parece la de Guth una dirección escénica muy interesante y coherente, así como dramática y conceptualmente arrebatadora.
La dirección musical de Michael Boder no presentó innovaciones destacables, alejándose de presuntas genialidades, sin exhibicionismos en los tempi, pero manteniendo siempre lo principal, la tensión dramática permanente, lo cual en una obra de estas colosales proporciones es muy meritorio. A mi juicio le faltó un poco más de garra en el segundo acto y una mayor variedad de matices, sobre todo en el primer acto, abusando de volumen en el Preludio, pero el tercero fue muy notable.
La Orquestra del Liceu, sin entrar en comparaciones con otras agrupaciones, tuvo un buen rendimiento. Es verdad que si esta función queda en el recuerdo no será por la brillantez de la ejecución orquestal, pero al menos el foso no deslució en absoluto el magnifico espectáculo que vocalmente se estaba desarrollando en el escenario, y en algunos momentos sonó especialmente bien, como en el inicio del tercer acto, en la llegada de Parsifal, donde la cuerda alcanzó sus mejores prestaciones, consiguiendo la calidez y emoción que el fragmento requiere. Las maderas y la percusión funcionaron con aceptable precisión y los metales, aun ofreciendo las peores prestaciones del conjunto orquestal, salvaron, mal que bien, los exigentes requerimientos de la partitura, aunque en el último acto se hizo notar un evidente decaimiento y hubo mayores desajustes.
El Cor del Gran Teatre del Liceu y el Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana lucieron un buen nivel, mucho mejor la parte masculina que la femenina, donde las sopranos no tuvieron precisamente una noche inspirada y encima se vieron perjudicadas por la incomprensible decisión de situar coros internos. El momento más destacado con diferencia me pareció el que nos brindó el coro masculino en el tercer acto junto al cadáver de Titurel.
Pero lo mejor de la noche fue el nivel general del conjunto de solistas vocales, con alguna interpretación que merece matrícula de honor.
Para mí, la sorpresa más agradable de este “Parsifal” fue el excelso Gurnemanz que nos ofreció el bajo Hans-Peter König. Nunca había escuchado en directo a este hombre y, desde sus primeras frases, me dejó completamente catatónico. Exhibió una voz potente y sólida, con unos graves de peso, muy contundentes. Y, sobre todo, un fraseo perfecto, bellísimo. Salminen redivivo. A todo ello le unió una resistencia titánica, aunque el descanso tras el primer acto le llegó cuando se le notaba ya casi al límite. Un “Parsifal” donde falle alguno de los protagonistas puede ser más o menos decepcionante, pero si Gurnemanz falla puede convertirse en un pestiño. Y por el contrario, con un Gurnemanz como König, la grandeza de la obra de Wagner brilla en todo su esplendor.
La segunda gran sorpresa fue Ante Jerkunica, un croata al que tampoco había escuchado nunca y que cinceló, con una voz profundísima, casi cavernosa, de auténtico bajo, un Titurel de referencia, llevando a cabo además una interpretación majestuosa y convirtiendo este brevísimo papel en pieza clave del drama y en un inmenso goce para los sentidos.
La soprano italo-germana Anja Kampe ofreció también un comportamiento escénico sensacional y vocalmente la encontré soberbia, con gran expresividad y luciendo una excelente línea de canto. Afrontó con enorme valentía las diabólicas tesituras de este papel, mostrando una voz de gran extensión y homogeneidad, de auténtica soprano dramática, con unos graves redondos y unos agudos estratosféricos, bien atacados, sin que importase alguna tirantez ocasional. Una extraordinaria Kundry.
Klaus Florian Vogt es un cantante que tiene sus amantes y detractores. Yo en esta ocasión me veo obligado a situarme en un punto medio. Su voz carente de armónicos y casi blanca creo que no desentona con el Parsifal inocente y puro, pero es evidente que le falta el punto de brillo de tenor heroico que yo le exijo al rol, sobre todo en el segundo acto, y eso me chirría bastante. A ello hay que unir una cierta frialdad y falta de energía y énfasis en el fraseo. Pero dicho todo eso, tengo que reconocer que Vogt cantó espléndidamente. Derrocha musicalidad y su voz corre con elegancia y facilidad, limpia, clarísima, proyectándose con una luminosidad sorprendente y acaba por conquistarte. Es un Parsifal “sui generis”, pero que ofrece un resultado mucho más interesante de lo que a priori esperaba de él, aunque sigo pensando que el segundo acto le viene grande.
Alan Held fue un Amfortas fabuloso en lo actoral. Fue de menos a más en su rendimiento vocal, mostrándose entregadísimo en todo momento, combinando poderío y matización, y llevando a cabo una interpretación muy meritoria.
No me gustó, por el contrario, el Klingsor de Boaz Daniel. Estuvo muy inseguro y falto de autoridad vocal. Los graves se le atragantaban y fue tapado por la orquesta en varias ocasiones.
Y a las muchachas-flor mejor olvidarlas. Deberían haberse denominado gallinas-flor. Desde que comienzan su intervención tenían la batalla perdida con Parsifal. Era imposible que consiguiesen seducir al héroe puro con semejante exhibición de chillidos y cacareos en caótica descoordinación.
El público, que llenaba casi por completo el teatro, obsequió con grandes ovaciones a todos los intervinientes, apreciándose mayor intensidad de bravos para König, Kampe y Boder.
Tuve la oportunidad de ver personalmente en acción a ese sujeto singular del lateral del quinto piso, del que me habían hablado, que bravea como un poseso todo lo que se mueva. Este personaje persistió en sus bravos y aplausos a telón bajado y con luces encendidas y a él se unió un pequeño grupo, y no pararon hasta que salieron a saludar Kampe y Vogt, mientras en el teatro apenas quedaban un centenar de personas. Las caras de ambos, más que de satisfacción, fueron de estupefacción cuando comprobaron que el Liceu estaba casi vacío y todo aquel escándalo era obra de cuatro chalaos.
A la salida, seguía lloviendo abundantemente sobre Barcelona, pero nada impidió que la velada tuviese un inmejorable colofón con una estupenda cena, a la que Colbran tuvo la generosidad de invitarnos, y un agradable paseo y charla posterior bajo la ya menguante lluvia, mientras perduraban las emociones de un día realmente intenso.
Mil gracias por todo, Joaquim y Colbran. Volveremos pronto. Lo más tarde en julio, para ver a la Westbroek.
video de LiceuOperaBarcelona
Magnífica, detallada y entrañable crónica.
ResponderEliminarCon la esperanza de que las cosas mejoren y que siempre encontréis algún espectáculo de interés, a psear de los pesares, tenéis que repetir las excursiones a Barcelona, es un placer recibiros.
Recordad que tenemos pendiente una visita a las entrañas del Liceu.
Seguro que la próxima temporada volvemos. Intuyendo lo (poco) que puede haber por les Arts y visto el golpe de mano de Mortier en Madrid, el Liceu es una apuesta segura.
ResponderEliminarNo se me olvida esa visita. Espero que pueda hacerse en julio. Id preparando fantasma.
Fue como siempre un enorme placer compartir buenos ratos con vosotros.
me alegro que os gustara este parsifal, y la próxima, a ver si nos saludamos, que yo me apunto también a ver esas tripillas tecnológicas de nuestro teatro...
ResponderEliminarEsta crónica tan bien hecha del Parsifal del Liceu era la que faltaba, y es todo un lujo el detalle con que la has hecho...Lo que ya no me ha gustado tanto es que hayas pasado por Barcelona y no haber podido coincidir. A ver si en otra ocasión puede ser (si te apetece, claro), aunque es bien cierto que tuviste una compañía dificilmente superable.
ResponderEliminarKalamar y maría teresa: Sí fue una lástima no haber podido coincidir. Me hubiera gustado que nos pudiéramos haber saludado personalmente.
ResponderEliminarA ver si para julio podemos vernos.
Muy buena crónica, Atticus, y muy pormenorizada.
ResponderEliminarMe he dado cuenta de que también has notado como yo la carencia de armónicos en la voz de Vogt.
Os esperamos para la Westbroek y a ver si disponemos de más tiempo y mejores condiciones para estar con vosotros.
Ha sido un verdadero placer volveros a ver. Mis mejores recuerdos para Sacra.
COLBRAN
Colbran: Para Westbroek iremos con algo más de tiempo, así que organizaremos una buena, incluyendo esa visita pendiente a las tripas del Liceu.
ResponderEliminarGracias de nuevo por todo.
Un fuerte abrazo.
Caramba, has estrenado nuestro teatro con una función impresionante. Y no se como resultara "Ariane et..." pero al menos te aseguras el escuchar a la Westbroek. No sabes nada!
ResponderEliminarPude asistir de nuevo a la función del pasado 12, de hecho repetía y fue tal y como tu dices. Pero es la primera vez que en he encontrado a faltar que los técnicos del teatro no salieran a saludar para recibir aplausos. Perdona y perdonad. No me he vuelto loco. Resulta que jamás había asistido a una función con plataforma movil, tipo "tio vivo" para entendernos, en la que no se oyera ruido, ni fricción, ni vibración, ni ruido extraño alguno! Un trabajo técnico y de mantenimiento realmente a destacar por lo que se merecen, en mi opinión, un buen aplauso.
Por cierto, el Liceu es mi teatro, pero te aseguro que coger el Euromed por la mañana, comer una buena paella al mediodía, echar una siestecita por la tarde, e ir a Les Arts por la noche lo he hecho numerosas veces y me lo paso pero que muy bien! Y ya tengo entradas para Tosca + Fidelio, en dos días seguidos y en fin de semana!
Josep Olivé.
Atticus:
ResponderEliminarMe hubiera gustado saludarte pero, lamentablemente, estaba fuera de Barcelona. Ojalá en Julio pueda veros.
La crónica, estupenda. Yo vi este parsifal hace menos de un mes pero no alcancé ni a captar la mitad de lo que Joaquim, Colbran y tú, sois capaces de hacer como si diseccionaráis un espléndido cadáver. Me gustó mucho Gurnemanz y también me gustó Kundry. En cuanto a Parsifal coincido con todos vosotros en que tiene una bella voz blanca pero no es de "helden".
¿Cómo no ibáis a pasarlo bien con Colbran y Joaquim?
Un saludo afectuoso.
Josep: La verdad es que mi estreno liceísta fue inmejorable. Tienes razón respecto a los técnicos, muchas veces hacen un trabajo silencioso e ingrato que es parte fundamental del éxito final de la función.
ResponderEliminarEspero que en tu próxima visita valenciana podamos coincidir y saludarte personalmente.
Glòria: Me hubiera gustado mucho haber podido saludarte. A ver si el 8 de julio puede ser.
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ResponderEliminar... y por unos canapés de hueva de lumpo que quedan mu fisnos...
ResponderEliminarYa te daré, Mª José, el teléfono del departamento de publicidad.
Magnífico blog, que acabo de descubrir por casualidad. Me tomo la licencia de seguirlo. Enhorabuena.
ResponderEliminarBienvenido al blog, John A. Redhair, gracias por tus palabras. Espero contar con tu participación en el futuro.
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