miércoles, 3 de marzo de 2021

"FALSTAFF" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 02/03/21

Ayer tuvo lugar en el Palau de les Arts de Valencia uno de los acontecimientos más esperados de la presente temporada operística con el estreno de la maravillosa ópera de Giuseppe Verdi, Falstaff. Era, como digo, uno de los eventos que se aguardaban con una mayor expectación, tanto por la calidad de la obra presentada, como también por todas las vicisitudes que se han ido sucediendo en los últimos meses afectando a la programación de este espectáculo.

Apenas 48 horas antes del estreno inicialmente previsto para el 21 de enero, la Generalitat aprobó nuevas medidas excepcionales para luchar contra la crisis sanitaria derivada del maldito COVID-19, entre las que se encontraba la solicitud al Gobierno del Estado del adelantamiento del toque de queda a las 20 horas, lo cual parecía que imposibilitaría completamente la programación de estas funciones. Sin embargo, se salvó la primera bola de partido cuando se conoció que ese adelantamiento del toque de queda finalmente no se iba a producir.

Cuando ya nos las prometíamos tan felices y nos planchábamos la muda limpia para acudir al estreno, en la noche del día 20 de enero, la víspera misma, se anunciaba de repente la suspensión de todas las funciones de Falstaff ante la detección de casos de coronavirus en algunos participantes en la producción. Eso originó una reestructuración de toda la programación que ha llevado esta ópera a las fechas actuales, en las que originariamente se anunciaba la joya de la temporada, la wagneriana Tristán e Isolda que ha sido un muy doloroso daño colateral al declararse definitivamente cancelada, sin perjuicio de que se intente reubicar en futuras temporadas. Esperemos que la situación sanitaria se enderece y este futuro sea cercano, no mera ciencia ficción, y no tengamos que volver a esperar otros ocho años para representar una ópera de Wagner en les Arts.

En cualquier caso, que en medio del caos general derivado del simpático bichito que lleva ya un año alegrando nuestras vidas, esta haya sido de momento la única alteración sustancial de la temporada anunciada, que se sigan manteniendo la práctica totalidad de los espectáculos y actividades previstas, y que la orquesta y el coro sigan trabajando, es algo que tiene muchísimo mérito y, si miramos a nuestro alrededor con un poco de perspectiva, incluso parece casi heroico. Por eso, pase lo que pase, a mí no me cabe más que reconocer y agradecer de nuevo el esfuerzo titánico que se está haciendo por parte de los gestores y trabajadores del Palau de les Arts para intentar seguir ofreciendo cultura en circunstancias extremadamente adversas, reaccionando ante los mortíferos vaivenes de la pandemia y adaptándose a una normativa, variable y efímera, completamente incompatible con la más mínima planificación que se pretenda realizar.

Entrando ya en el análisis de lo visto y escuchado ayer, he de comenzar por congratularme de que, por fin, esta obra maestra verdiana haya recalado en el teatro de Calatrava, donde desde el inicio de su actividad operística el nombre de Verdi ha aparecido temporada tras temporada, habiéndose repetido muchos de sus títulos más emblemáticos. Sin embargo, esta auténtica joya que es Falstaff, testamento musical del genio de Busseto y objeto de veneración por la mayoría de aficionados al género, permanecía incomprensiblemente ausente de la programación.

La producción elegida para la ocasión viene de la Staatsoper de Berlín con la dirección de escena del italiano Mario Martone, habiendo sido el encargado de la actual reposición Raffaele di Florio. Además se cuenta con la imprescindible colaboración del vestuario creado por Ursula Patzak, la iluminación de Pasquale Mari y una vistosa escenografía, por feísta que sea a veces, firmada por Margherita Palli. También hay que mencionar la coreografía de Raffaella Giordano y Anna Redi, aunque no sé si para bien.

Los aficionados más puristas en cuanto al clasicismo y ajuste literal al libreto de las puestas en escena, posiblemente salieran ayer con los pelos de punta y echando pestes de la propuesta presentada. Algún comentario en ese sentido pude escuchar. Sin embargo, creo que lo importante no es si la acción se ha trasladado temporal y espacialmente respecto a lo descrito en el libreto, si el vestuario no se corresponde con la época en que se ambientó, o si las situaciones que se desarrollan en escena reproducen literalmente lo escrito hace tropecientos años. En mi opinión, lo principal es que el producto que se ofrezca tenga cierto sentido, que se perciba un trabajo de dramaturgia, que el mensaje o historia que se quiso transmitir permanezca en escena aunque se haya transpuesto la acción a otro momento histórico, y que toda esa creación fluya naturalmente, ajustándose al discurso musical sin entorpecer el canto. Y, con estos parámetros de enjuiciamiento, pienso que la producción vista ayer cumple básicamente con la mayoría de los mismos, aunque hubiera cosas que a mí particularmente me gustasen menos o no encontrase justificadas.

La acción se ha trasladado a tiempos más o menos cercanos y se inicia en lo que podría representar un barrio marginal de una gran capital, como podría ser el Berlín anterior a la unificación. El protagonista aparece caracterizado como un viejoven rocker, con chaqueta de cuero y grandes patillas, que pasa sus días en un tugurio a modo de centro social cutre en el que coincide con otros patéticos personajes marginales y jóvenes anti sistema. Por su parte, la casa de los Ford del segundo acto se convierte en un casoplón muy pijo con piscina y altos muros que lo aíslan del exterior; mientras que el parque de Windsor del acto final se trocará en un oscuro entorno semi derruido, con una especie de zona comercial abandonada, y en lo que parece el exterior de un club sadomaso… chúpate esa... Bueno, pues pese a lo disparatado que así puede sonar todo, yo creo que la propuesta funciona razonablemente, sobre todo en los dos primeros actos, y no chirría en exceso lo que va ocurriendo con lo que se va cantando.

Dicho lo anterior, una cosa es que no moleste demasiado y otra que se haya aportado alguna genialidad con el planteamiento ofrecido, porque en realidad mucho no se innova, e incluso todo el tramo final, más allá del impacto visual que se logre, carece de sentido en apariencia y minimiza la vertiente de comedia que debe presidir la acción permanentemente. La absurda coreografía de flagelantes masoquistas me resultó ridícula y el estatismo de todo el momento final tampoco me parece un ejemplo de inventiva. Parece que se haya pretendido salir, sobre todo estéticamente, del cliché más clásico de los Falstaff tradicionales, pero sin que tampoco se arriesgue en exceso. Y, además, en mi humilde opinión, se puede contar lo mismo, con la misma fuerza y convicción dramática, sin necesidad de exigir a los cantantes que tengan que pasearse por escena en bañador, pese a que ello complaciese a la audiencia más rijosa y lopezvazquesca, o incluso que hayan de procurar emocionar a la platea tras hacerles tirarse a la piscina y cantar empapados, especialmente cuando en el texto no hay ni la más mínima referencia a ninguna cuestión que pueda asociarse a ello. Es verdad que puede aportar realismo y cercanía a la acción, pero no creo que sea preciso llevar a los cantantes a esas situaciones indudablemente incómodas.

La modificación de las fechas de este Falstaff ha motivado que haya habido que sustituir al director musical inicialmente previsto, James Gaffigan, por el joven italiano Daniele Rustioni, quien se colocaba ayer por vez primera al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana. Confieso que el anuncio de este cambio me produjo una ligera frustración porque tenía un especial interés en ver cómo afrontaba Gaffigan esta exigente partitura verdiana después de aquel Réquiem Alemán que pudimos escuchar en diciembre de 2019, cuando el mundo aún no se había derrumbado, y donde el director norteamericano no me acabó de convencer. Y este interés deriva del rumor que lleva tiempo circulando de que Gaffigan podría ser el elegido para ostentar la dirección titular de la Orquestra de la Comunitat Valenciana. Personalmente, si así se confirmase, reconozco que me invadiría una cierta decepción. No tanto porque no confíe en que la elección a la larga pueda resultar acertada, que no lo sé, como porque se nos ha estado vendiendo, desde la llegada de Jesús Iglesias a la dirección artística de Les Arts, que se estaba buscando un nombre de primera línea y que había que tener paciencia porque lo principal era poder traer a una persona muy relevante. Y desde luego a mí no me parece que Gaffigan encaje en ese perfil. A lo mejor es un fichaje de una estrella de futuro que los legos no hemos sabido todavía valorar, no lo dudo; pero, hoy por hoy, me parece volver un poco a lo que sucedió con Wellber. No sé yo si es el director que necesita y se merece esta orquesta. Pero bueno, no adelantemos acontecimientos que no está precisamente la situación como para dar nada por sentado antes de hora.
Daniele Rustioni hizo lo que en términos taurinos podría denominarse como una aseada faena de aliño, mostrando maneras y conocimiento, resultando ágil, fluida, eficaz en la concertación, muy atento a la escena y cuidando voces, pero en la que yo eché de menos más matices y un punto de mayor refinamiento. En esta hechizante y compleja partitura, en la que Verdi supo perfilar con precisión de neurocirujano la esencia misma del drama vital sin perder la atmósfera de comedia, es esencial el cuidado de los contrastes, y ayer a mí me resultó todo demasiado uniforme, salvo los efectistas finales de cuadro con un chimpuneo sobrepasado de volumen. En general bien, bonito, emocionante en ocasiones y con garra y fuerza por momentos, pero sin acabar de lograr que toda la riqueza y variedad cromática y atmosférica de la escritura verdiana se hiciese presente en plenitud. No me gustaron la blandura y lentitud que presidieron tanto el inicio de la ópera como el fugato final. Por el contrario, sí me pareció encontrarse el pulso debido en momentos como el acompañamiento a È sogno o realtà?, en toda la alocada escena del final del segundo acto o el Pizzica, pizzica de los duendes. Sea como fuere quien sí pareció disfrutar de lo lindo fue el propio Rustioni, saltarín y sonriente en el podio e incluso girándose a hablar con el público en los parones escénicos entre cuadros.
Más allá de lo acertado o no de la dirección, lo cierto es que todo quedó compensado por la belleza de la partitura y el impecable oficio de los atriles de nuestra orquesta que sí supieron hacer brillar la relevancia que para los instrumentos solistas reservan también, como auténticas joyas, los geniales pentagramas. Ahí no puede dejar de destacarse a la trompa en la introducción a Dal labbro il canto, al corno inglés, las flautas, el maravilloso sonido de las cuerdas en pianísimo en la introducción a la escena de las hadas y la inspiradísima noche de metales (genial el acompañamiento al monólogo de Ford) y de una imponente percusión. Por cierto, el esfuerzo de Les Arts en pro de la seguridad se reflejó también en un foso en el que ayer se multiplicaron los paneles separadores en la zona de los vientos aislando casi a cada intérprete.

El coro en Falstaff no tiene un gran protagonismo en lo que a tiempo de presencia escénica se refiere, pero sí en cuanto a la relevancia de sus intervenciones. Sólo con ese maravilloso coral fugato que cierra la obra ya se justifica su carácter de imprescindible. El Cor de la Generalitat ha tenido que afrontar este reto falstaffiano con múltiples inconvenientes: por un lado, con la adaptación a todos los vaivenes de la producción, incluida la importante mengua de componentes exigida por la necesidad de reducir el aforo en escena por motivos sanitarios; y, por otro, en pleno resurgimiento de sus peores fantasmas acerca de la consolidación y estabilización de su plantilla, con esa ocurrencia charlotesca de la administración autonómica valenciana de sacar a oposición un buen número de las plazas actuales, incumpliendo así los acuerdos a los que había llegado con los representantes de la agrupación en 2019. Incluso llegó a haber rumores de huelga a principios de año que, por el momento, no se han materializado. En cualquier caso, tengo que decir que, como no podía ser menos, pese a todas esas circunstancias poco propicias, cumplieron con absoluta profesionalidad, así como con una enorme solvencia en el apartado musical, sin que el enmascaramiento ni la reducción de sus componentes afectasen al resultado de sus intervenciones que no perdieron el grado de excelencia al que nos tienen tan mal acostumbrados. Maravillosa resultó la atmósfera que consiguió crear el coro femenino de hadas en la escena del bosque sadomaso, e impecable y poderosa se mostró la agrupación en el divertido y siempre complicado fugato final.

En el apartado de los solistas vocales, es esta una ópera de marcado carácter coral, con Falstaff en el centro de toda la trama rodeado de un numeroso grupo de personajes a su alrededor, todos ellos con su singular relevancia, donde resulta más importante alcanzar un buen resultado de conjunto que buscar el lucimiento individual de cada uno de ellos, sobre todo en una obra como esta en la que no hay números cerrados o arias en sentido estricto. Conseguir un reparto sólido para afrontar la exigente partitura y que resulte equilibrado, no es tarea fácil, y menos aún en estos tiempos pandémicos y de cierre de fronteras. Así que, con esas premisas, podría decirse que el resultado general obtenido en Les Arts ayer fue bastante positivo.

Donde el teatro valenciano ha acertado de lleno sin duda alguna ha sido en la elección de cantante para encarnar a Sir John Falstaff. Ambrogio Maestri ES Sir John Falstaff. Con este hombre pasa algo parecido a lo que comentaba a propósito del Rigoletto de Leo Nucci. Han interpretado tantas veces al personaje y se sienten tan cómodos en él que ya es difícil disociarlos del mismo. Da igual las genialidades o las bobadas que se haya inventado el director de escena de turno, ellos crean siempre su personal visión del papel y lo rodean de su aura propia, haciéndose uno, cantante y personaje. Cuando Maestri comienza a cantar, es el espíritu mismo de Falstaff el que adquiere cuerpo en el escenario. Hoy por hoy creo que es imposible hacer una mejor elección para este papel. Quizás pueda encontrarse a alguien que lo cante mejor o más bonito o que sea mejor actor o que siga más fielmente las indicaciones del regista, pero no que lo encarne y lo interprete mejor que él. Por otro lado, sería también complicado buscarle a Maestri un rol que se adapte mejor que este a sus características vocales actuales. Al igual que Nucci, Maestri usa ardides de viejo zorro para disimular sus limitaciones vocales y en su canto encontramos más trucos que en una peli de Star Wars, utiliza portamenti, empuja la voz, recurre a falsetes, sustituye muchas veces el canto por un parlato recitado… pero todo eso al bueno de Falstaff le casa perfectamente. Como también lo hace el imponente físico del barítono italiano, quien además transmite una bonhomía y una ternura al personaje que hace imposible no caer seducido por el vecchio John. Falstaff inmenso, enorme Falstaff, le dicen en un momento dado Pistola y Bartoldo, pues eso mismo.

Una de las afectadas por Covid en la víspera del fallido estreno de enero fue Ainhoa Arteta, quien se vio obligada a cancelar no sólo su cita en Les Arts sino también sus subsiguientes compromisos de Pamplona y Oviedo. Finalmente, ayer pudo reincorporarse a la actividad escénica con este papel de Mrs. Alice Ford, en lo que ha sido su debut en el teatro valenciano en una ópera. Empiezo por reconocer que Arteta no es una cantante que me guste especialmente. Hay voces que a uno le llegan más y otras menos, más allá de su calidad objetiva. Pero dicho eso, afirmo que ayer la soprano tolosarra estuvo sensacional. Desde luego, si algo no puede reprochársele es el coraje y profesionalidad de una artista de los pies a la cabeza, con treinta años de dignísima carrera a sus espaldas. Subirse ayer a las tablas recién pasado el Covid y sus secuelas y cumplir además con disciplina todas las ocurrencias  del regista de turno, incluido el enseñar chicha en bañador, es para quitarse el sombrero. Sigue manteniendo un incuestionable carisma escénico y mostrando una entrega actoral irreprochable, volcándose en la encarnación de los sentimientos del personaje. Vocalmente también hay poco que criticar. Ese vibrato que otras veces se hace demasiado presente, ayer estuvo más controlado. La voz ha ganado anchura y mantiene un generoso volumen y proyección superando la orquesta y llegando al último rincón de la sala, y aunque haya perdido flexibilidad su canto tampoco estuvo exento de matices. Mostró un estudiado fraseo, no siempre bien articulado, pero cuidando siempre el estilo y la intención dramática. Fue una estupenda Alice Ford.

El esposo de la Arteta en escena, el señor Ford, ha sido el barítono italiano Davide Luciano, tras no haberse podido reintegrar a la producción por problemas de agenda el inicialmente anunciado Mattia Olivieri. A Luciano pudo escuchársele ya en Les Arts como el Guglielmo del Così fan tutte que abrió esta accidentada temporada, donde me dejó una buena impresión, pero ayer el resultado fue decepcionante. Su zona grave se mostró escuálida y falta de peso. En el centro la voz corría bien, pero su línea de canto no es nada refinada y los empujones y la respiración a destiempo fueron habituales. En el monólogo del segundo acto È sogno o realtà?, toda una joya para poderse lucir, se hicieron palpables todas sus limitaciones y, pese al empeño puesto, su canto fue más plano que el encefalograma de la momia de Ramsés II.  

En el polo opuesto, una de las sorpresas más agradables de la velada vino de la mano de la joven soprano catalana Sara Blanch que compuso a la perfección la frescura y juventud del personaje de Nannetta, con una personalidad y soltura escénica imponente, sin perder la naturalidad en la interpretación por tener que pasearse en biquini o bañarse en la piscina. Y al mismo tiempo sorprendía con una voz que, pese a moverse por los terrenos de soprano ligera, presentaba una notable presencia y proyección. Su fraseo fue incisivo, de impoluta dicción y cargado de sentimiento y musicalidad, encandilando a la platea con la belleza exhibida en su aria como reina de las hadas Sul fil d'un soffio etesio que devino en uno de los instantes más mágicos de la representación.

El tenor Juan Francisco Gatell fue un Fenton de inmejorables intenciones y con una entrega tanto escénica como vocal irreprochable, no dudando en encarar de frente al personaje y lanzarse con arrojo a la piscina, en este caso también en sentido literal. Apareció en escena con muletas, intuyo que por alguna lesión, y fue impresionante verle moverse por el escenario con una soltura y velocidad digna de medalla en los paralímpicos. Mostró conocer el estilo y cuidó el fraseo, aunque en la zona alta se le vio un tanto forzado presentando alguna tirantez. El cantante argentino cuenta con el hándicap de una voz blanquecina, casi ingrávida, que en ocasiones hace que sus intervenciones no luzcan tanto como su empeño merece. No obstante resolvió muy satisfactoriamente su gran momento en Dal labbro il canto.

El papel de Mrs. Quickly pide una voz de contralto y, no nos engañemos, no es ni por asomo el caso de Violeta Urmana, una cantante muy querida en Valencia, donde siempre ha construido los personajes con encomiable acierto, tanto en roles para soprano como mezzosoprano. Su Kundry de Parsifal o la Medea son recuerdos imborrables de este teatro. Ayer la voz de la Urmana mostró claros signos de desgaste, con cambios de color, pérdida de la impostación y no sabiendo aportar la profundidad que requieren los graves exigidos a Mrs. Quickly. Su experiencia, recursos técnicos y su talento expresivo, maquillaron un poco el resultado en la asunción de un personaje en el que daba la impresión de no sentirse cómoda vocalmente ni acabar de pillarle el punto de vis cómica que conlleva.

Me gustó bastante el Dr. Cajus del asturiano Jorge Rodríguez Norton, un tenor que nos sorprendió a todos los wagnerianos, en aquel remoto y feliz 2019, debutando en Bayreuth como el Heinrich der Schreiber de Tannhäuser con merecido éxito y que ayer también solventó mejor que bien la papeleta, perfilando con chispa la comicidad implícita en el personaje y ofreciendo un canto seguro con una voz expresiva, bien proyectada y de gran volumen, con la que incluso se permitió alguna elegante regulación.

El personaje que completa el cuarteto femenino es el de Mrs. Meg Page, para el cual estaba anunciada en un principio la valenciana Ana Ibarra, pero tras el aplazamiento pandémico ha sido la mezzosoprano Chiara Amarù quien ha tenido finalmente que encarnar el rol en esta segunda cita. La cantante siciliana presentó una voz muy interesante, de atractiva tímbrica grave, con buena dicción y un fraseo bien articulado, a la que sólo le falto una mayor consistencia en su proyección.

Muy correctos resultaron también el Pistola de sonoridades profundas del bajo italiano Antonio Di Matteo; y el Bardolfo de Joel Williams, alumno del Centre de Perfeccionament ese que ya no lleva el nombre de un cantante que venía todos los años a Valencia y fue muy famoso, pero que ahora parece que no haya existido nunca. Un joven tenor que ya nos dejó muy gratas sensaciones en la disparatada genialidad de Poulenc, Les mamelles de Tiresias, que vimos en el lejanísimo otoño de 2019.

Pese a haber tenido que llevar este estreno a un frío martes laborable a las seis de la tarde y en plena pandemia, no puede decirse que hubiera una mala entrada ni mucho menos, dentro de las posibilidades del aforo reducido exigido por las medidas sanitarias. Un público que además se lo pasó pipa, escuchándose sonoras risas en algunos momentos y obteniéndose fuertes ovaciones al final de cada acto y en los saludos finales, donde fue muy braveado todo el elenco, coro y orquesta. Volvió a llamar la atención que, una vez más esta temporada, no saliese ningún miembro del equipo de la dirección escénica a saludar. No sé si esto es una moda pasajera derivada de la peste negra que nos asola o se va a quedar ya como una desafortunada costumbre.

Bueno, me acabo de dar cuenta que me estoy alargando más que Cuéntame. Llevaba ya casi tres meses sin escribir en el blog y se ve que me estoy desquitando… Pues voy acabando. No puedo finalizar esta crónica más que haciéndoos partícipes de la dicha vivida ayer por haber vuelto a poder asistir a un espectáculo operístico después de estos dos últimos meses en blanco, con este particular semi confinamiento que llevamos cada uno y este máster acelerado en ermitañismo y hurañez versión 3.0 que nos vemos obligados a realizar. Y este reencuentro además se ha producido con un espectáculo de esos que te ponen las pilas y te levantan el ánimo. Así que sólo puedo animaros a que no dudéis en agenciaros una entrada ya mismo. El espectáculo lo merece y estas actividades culturales, en las condiciones en las se están llevando a cabo en el Palau de les Arts, son seguras, con todas las limitaciones que por supuesto resulta preciso adoptar para garantizar esa seguridad.

Mantener viva una mínima oferta cultural es una medicina necesaria para el espíritu, para el equilibrio y la salud mental de las personas, como muy bien recordó el pasado día 1 de enero el maestro Muti. El Palau de les Arts está haciendo el esfuerzo de intentar mantener su programación a toda costa. A nosotros como espectadores sólo nos cabe responder acudiendo a alimentarnos de cultura con seguridad. Ojalá todo pase rápido y bien, para que lo antes posible podamos volver a reunirnos sin miedo en los teatros y comentar nuestras sensaciones mientras saludamos a los amigos y nos tomamos unas cervezas a la salida. Aunque por el momento habrá que seguir esperando un poco más, porque ahí fuera, lamentablemente, tutto nel mondo non é burla.

9 comentarios:

  1. Gràcies, de veritat, per un article tan detallat. A mi se m.ha fet curt. També teníem ganes dels teus comentaris.
    Solament m.atrevisc a discutir.te que la idea escènica em paregué que li privava de certa comicitat. És un contrasentit dramàtic que a un marginal de taverna punky se li ocórrega escriure a dos senyores high society i que elles sàpien qui és el personatge. És tan destarifat que l.espectador no pot entrar en el joc. Al final una altra escenografia més de barri degradat i en van no sé quantes. Avorrit i lleig. Un Maestri desapritat per la direcció escènica i l.escenografia. Una salutació a tots els valents i valentes que van a l.òpera.

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    1. Anónimo4/3/21 11:37

      Volia dir 'desaprofitat'.

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    2. En el fondo tienes razón, si analizamos la propuesta con detalle, es obvio que esa tensión social existente en el original entre la aristocracia venida a menos que representa Falstaff y la nueva burguesía ascendente representada por los Ford, se queda en nada, en una especie de pijerío gamberro que le toma el pelo al rockero trasnochado, y gran parte de la vis cómica, sobre todo del último acto, se desdibuja. Pero el caso es que si te dejas llevar por la propuesta sin pedirle fidelidad extrema al original, no casa mal. O al menos a mí no me chirrió tanto como otras, pese a que también digo que de original o innovadora tiene lo que yo de primer bailarín del Bolshoi.
      Un abrazo y hasta la próxima.
      (El domingo, si los PCR y las lesiones tenísticas respetan al elenco, volveré).

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  2. Mil gràcies per aquest article.
    Jo sóc tradicional i no massa partidària dels anacronismes.
    Com sempre...EL COR de Perales.. excel.lent.
    Encara no l.he vista.
    Cal anar al Teatre i a l'Òpera.👏👏

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    1. Gràcies a tu pel teu comentari. El meu consell és que si pots anar a alguna de les funcions, no el dubtes i compra entrada. I, per descomptat, m'unisc en el teu aplaudiment al Cor de la Generalitat

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  3. Gracias por tu crónica, Atticus. Es un placer recibir buenas noticias desde una Valencia que ahora me queda, bicho mediante, más lejos que nunca. ¡Cuánto la echo de menos!

    Permíteme el atrevimiento de dejaros aquí las líneas que en su momento escribí sobre el vídeo de esta misma producción escénica cuando la dirigió Barenboim. Cómo me hubiera gustado verla en directo en Les Arts...

    http://flvargasmachuca.blogspot.com/2020/03/redondo-falstaff-en-berlin-por-martone.html

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    1. Gracias por la aportación Fernando. Por aquí también se te echa de menos...
      Un abrazo

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  4. Salvo que a mí, ayer, me gustó menos Jorge Rodríguez Norton, nada que añadir a esta completísima crónica. En los días que corren es casi un milagro que podamos asistir a la ópera.
    Y me sumo a la pena de la cancelación de Tristan und Isolde; espero que no sea definitiva, un Wagner, un Britten... son necesarios de vez en cuando.
    Y sí añado un comentario, a modo de recuerdo, del estreno de L'Isola disabitata: Preciosa ópera de cámara, bel canto puro, del olvidado en escenarios Manuel García, tenor, compositor (40 óperas), director de escena y maestro de canto,empresario y padre de las sopranos Pauline Viardot y la gran María Malibrán; amigo de Rossini, de quien estrenó Il Barbiere di Siviglia y Otello.
    La escenografía de Emilio Sagi, un acierto: un espejo azul que ocupa todo el fondo y amplifica la escena, arena azul en el suelo y un montón de muebles blancos, a modo de rocas por las que deambulan y se suben los personajes. Podrían haber puesto rocas de cartón piedra, pero afortunadamente Sagi está a otro nivel. La música, un piano solo, bien interpretada.
    Los cantantes, del Centre de Perfeccionament, creo que cumplieron, vocal y dramáticamente bien. Yo salí encantado de haber asistido.
    Y perdón por "apropiarme" de tu página para hablar de otro espectáculo.
    Saludos

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    1. No sólo estás perdonado, sino que te agradezco enormemente que hayas hecho esta reseña de un espectáculo al que, lamentablemente, no tuve ocasión de asistir.
      Un doblete Wagner Britten para una temporada de vuelta a la normalidad, sería una estupenda noticia.
      Un saludo

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