Se trata de una coproducción del londinense Royal Opera House, la Opéra de Monte-Carlo, la Opéra de Lille, y la Fondazione Teatro Lirico Giuseppe Verdi de Trieste, que cuenta ya más de 20 años.

La puesta en escena original de
David McVicar, adaptada por
Bruno Ravella, es espectacular, de tintes clásicos, aunque la acción se traslade ligeramente de época y lugar (de la Alemania del siglo XVI a la Francia de finales del XIX), con un tono sombrío y gótico que considero muy adecuado al drama mefistofélico, apoyado por una escenografía de
Charles Edwards barroca e impactante. El cuidado movimiento escénico y el inteligente uso de los espacios permiten el seguimiento de la acción, jugando en muchas ocasiones con los segundos planos. La escena del crucifijo, provocadora donde las haya, el episodio heroinómano de
Fausto, la bailarina embarazada y el travestismo de
Schrott en esa noche de Walpurgis que acaba en orgía, me parecieron lo más chocante y prescindible de esta puesta en escena que, en general, valoro muy positivamente.

La iluminación de
Gary Dooley resultó efectista cuando debía serlo y ayudó a conseguir el tono sombrío buscado por la
regia sin pecar de oscuridad.
El vestuario de
Brigitte Reiffenstuel es muy vistoso, aunque mostrase algunos anacronismos.
El típico ballet de toda ópera francesa que se precie se incluye en esta ocasión en la escena de la Noche de Walpurgis, con coreografía de
Esther Balfe. Unos buenos bailarines, descalzos, protagonizan un interesante número a modo de paródica
“Giselle”.
En el apartado puramente musical, empezaré por lo mejor: El Coro de la Generalitat, sin duda. Excelso. No se puede hacer mejor. ¡Qué barbaridad!. La capacidad de asombro ante la emoción desmedida que genera este grupo de hombres y mujeres, con su perfección, sigue superando cualquier expectativa. El empaste y poderío que demuestran en cada intervención alcanzó su culminación en el brillantísimo coro masculino "Gloire immortelle de nos aïeux" del acto IV.
Frédéric Chaslin fue el encargado de sustituir al frente de la
Orquesta de la Comunitat Valenciana al presunto enfermo
Lorin Maazel.
Maazel nunca ha dirigido
"Faust", con lo

que no podemos saber como lo hubiese hecho. Todo apunta a que muy bien como suele ser norma en él. No obstante, me cuesta creer que
Maazel hubiera conseguido superar la emotividad, la fuerza, el dramatismo, la expresividad y la poesía que logró transmitir ayer
Chaslin. Sin duda el francés conoce bien el repertorio y manejó la batuta con autoridad, guiando las secciones con precisión milimétrica y extrayendo unos sonidos cálidos y robustos de esta Orquesta, extraordinariamente cohesionada, que muestra cada día mayor musicalidad y perfección. A los músicos se les ve disfrutar con lo que hacen, y transmiten al oyente ese placer de tocar bien. Impecables estuvieron todas las secciones. Una vez más, volvió a lucirse el primer clarinete en un par de solos espléndidos, así como el primer violín, quien en la Cavatina
“Salut, demeure, chaste et pure” alcanzó un grado de lirismo exquisito, derrochando todo el sentimiento que el tenor no logró acabar de transmitir.
En cuanto a las voces solistas:
Mario Cassi, como
Valentin, demostró potencia y buen gusto, superando los escollos de su aria
"Avant de quitter ces lieux" con aparente facilidad y mostrando un fraseo elegante. Lástima que como actor resultase muy mejorable.

La Siebel de Ekaterina Gubanova estuvo aceptable, aunque anduvo un poco falta de fuelle y el vibrato afeaba su gama alta. En ocasiones se desconcentraba en su actuación y la cojera de su personaje igual era exagerada que milagrosamente inexistente.
Annie Vavrille como Marthe dibujó bien el perfil de su personaje aunque el timbre de su voz no me resultó nada atractivo.
Vittorio Prato fue un Wagner simplemente correcto, pasando sin pena ni gloria por el escenario en ese corto y poco lucido papel.
Vittorio Grigolo estuvo muy bien en el complicado papel protagonista.

Comenzó su interpretación del anciano doctor con un
look y movimientos un tanto exagerados que me recordaron al Dick Van Dyke de
Mary Poppins. Vocalmente, este comienzo fue adornado inteligentemente por el italiano, acentuando el
vibrato para avejentar una voz que, tras la transformación, surgió con toda su frescura y claridad. Exhibió volumen y buen control del
fiato, así como una descarada facilidad para los agudos, si bien tendían a abrirse en alguna ocasión, sin que acabase de redondearlos. Le faltó capacidad de matización y de regular intensidades, lo que hizo que no transmitiese toda la emotividad que en ciertos pasajes, especialmente el dúo con
Marguerite del acto III, se hacen imprescindibles.
Erwin Schrott fue de menos a más. Comenzó bastante reservón,

pero en la segunda mitad refulgió esa maravillosa voz, amplia, poderosa y consistente con que regala nuestros oídos el uruguayo. Su presencia escénica es imponente y perfiló magistralmente el aspecto sarcástico y seductor del rol, aunque no acabó de sacar toda la maldad de
Méphistophélès, si bien estuvo impresionante en la escena de la maldición de
Marguerite, posiblemente lo mejor del uruguayo, con un tremendo
"Marguerite, sois maudite! à toi l'enfer!". En cualquier caso, el Sr. Netrebko fue con diferencia el gran triunfador de la velada.
Alexia Voulgaridou, aunque no os lo creáis, no es una de mis cantantes favoritas. ¿Qué le vamos a

hacer?. No puedo evitarlo, a mi esta señora no me gusta. Algo haría bien, pensaréis. Pues sí: saludar elegantemente al final y largarse de una escena que jamás debía haber pisado. Bueno, para ser justos, en la dificilísima escena final bastante hizo con que no se le calase el motor. Sacó toda la fuerza que pudo y se movió en la zona alta con unos agudos, algo planos, pero bastante aceptables, sin perder la compostura ni quebrarse. Fue lo mejor de su actuación, aunque ignoro si acabaría defecándose encima, pues el esfuerzo se veía que era límite. El timbre de su voz es agradable, pero en cuanto tiene que moverse con fluidez hacia la zona grave o realizar un mínimo salto interválico, se quiebra su línea de canto y la voz se desmorona, al estilo de (perdóneseme la herejía) la
Callas de los últimos años. Personalmente, me parece inaceptable que se coloque en este papel a una mujer absolutamente incapacitada para las agilidades y adornos. En el comienzo del aria de las joyas resultó simplemente ridícula, con unos grititos desacompasados patéticos. Se preparó bien los agudos para alcanzarlos con seguridad y con eso asegurarse el aplauso fácil. Tuvo a bien la griega, eso sí, para que su leyenda no decaiga, de obsequiarnos con un inmisericorde
gallo poco antes de comenzar la escena final. Consiguió algunos buenos momentos en que jugó con las medias voces y filados, pero su capacidad de transmisión de emociones es nula. Su voz me parece profundamente inexpresiva, con lo que su actuación, en el mejor de los casos, acaba siendo fría, sosa, aburrida, vulgar.
Al final disfrutamos de un extraordinario espectáculo operístico que ni la vulgar consiguió empañar.
De postre, para desengrasar, este video de Schrott en plan torero: