Este año se cumple el 60º aniversario del estreno de “The Quiet Man” (El Hombre Tranquilo), uno de los más relevantes trabajos que nos legó la genialidad del maestro John Ford y que siempre ha sido una de mis películas favoritas. Una de esas que nunca te da pereza volver a ver y que siempre es un antídoto de optimismo cuando los ánimos no están muy boyantes.
Independientemente de que contenga estereotipos exagerados o tópicos demasiado idealizados, lo cierto es que si pensamos en películas que representen el espíritu de Irlanda, habría poca discusión en que esta sería una de ellas. Tanto es así que incluso en Estados Unidos es toda una tradición que se emita en televisión el día de San Patricio.
El film está basado en un relato corto escrito por Maurice Walsh para el diario ‘Saturday Evening Post’ y cuyos derechos se dice que compró John Ford en 1936 por la exigua cantidad de diez dólares. Durante muchos años el proyecto de llevar a la pantalla esta historia de la vieja Irlanda estuvo rondando la cabeza de Ford, norteamericano hijo de emigrantes irlandeses, y en numerosas ocasiones comentó este deseo con algunos de sus amigos habituales, como Maureen O’Hara, quien llegó a tomar múltiples notas de las ideas que John Ford le iba dictando sobre su proyecto.
En un primer momento fue el escritor Richard Llewellyn, autor de “Qué verde era mi valle”, quien estuvo trabajando en el guión, pero finalmente el encargo fue a parar a manos de Frank S. Nugent, quien firmaría también posteriormente el guión de otra de las obras maestras indiscutibles de Ford, “The Searchers”. Nugent leyó el relato de Maurice Walsh y las notas que había ido tomando Ford a lo largo de los años, así como una amplia selección de libros sobre Irlanda que le había facilitado el director, y construyó en poco más de dos meses el magnífico guión de “El Hombre Tranquilo”.
Finalmente sería en el verano de 1951 cuando pudo por fin dar comienzo el rodaje. Algo que tenía muy claro el director es que la filmación debía trasladarse a escenarios naturales de Irlanda y para ello eligió unas localizaciones que estaban muy próximas al hogar natal de sus antepasados. Así, en realidad el Innisfree de la película es la pequeña población de Cong, muchos de cuyos vecinos actuaron como extras.
Para llevar a cabo la elección de los actores, Ford primó ante todo la camaradería y su buena relación con ellos y decidió rodearse de viejos amigos. Comenzando por su querida Maureen O’Hara, a quien poco después de haber comprado los derechos de la historia ya le había anunciado que deseaba que fuese quien aportase su belleza y calidad interpretativa para dar vida a la inolvidable Mary Kate Danaher.
Para encarnar al protagonista, Sean Thornton, hubo quien le propuso a Ford el nombre de Robert Ryan, pero, aunque el director años después reconociese que no hubiese sido una decisión tan desacertada, mantuvo un empeño personal para que fuese John Wayne quien asumiese el rol. Al fin y al cabo, el otro yo del director que es en definitiva el personaje de Sean Thornton, sólo podía ser interpretado por su buen amigo Wayne. Y la verdad es que hoy se hace difícil, por no decir imposible, imaginar a Sean Thornton en la piel de cualquier otro actor.
Uno de los principales valores de esta comedia coral reside en el excelso plantel de secundarios que flanquean a la pareja protagonista, casi todos ellos habituales de las películas de Ford, y que componen aquí algunos personajes que han pasado por derecho propio a la historia misma del cine: como el primitivo y pendenciero Will Danaher (Victor McLaglen); el padre Lonergan (War Bond), que nos regala esa impagable frase: “Oh, sí, conozco a tu familia, Sean. Tu abuelo, murió en Australia, ahorcado en un penal. Y tu padre también era un buen hombre”; la respetable viuda Tillane (Mildred Natwick); el pelota Ignatius Feeney (Jack MacGowran), anotando en la ‘lista negra’ a todo el que osa llevar la contraria al pelirrojo Danaher; y, sobre todo, el borrachín casamentero Michaleen Flynn (Barry Fitzgerald), uno de los personajes más geniales de la filmografía de Ford y que nos ha dejado algunas expresiones imborrables, como ese “¡¡impetuoso!! ¡¡Homérico!!” que espeta al contemplar la cama rota de la pareja tras la noche de bodas, y que parece que fue una improvisación suya en el rodaje, o su “Cuando bebo whisky, bebo whisky y cuando bebo agua, bebo agua”, que no puedo dejar de recordar cada vez que veo a alguien rebajarse inadecuadamente el whisky.
La camaradería y el carácter casi familiar que Ford intentó imprimir al rodaje queda aún más patente con la participación en el mismo de varios familiares del equipo técnico y artístico, como dos de los hermanos de Maureen O’Hara, James y Charles Fitzsimons, que interpretan al Padre Paul y a uno de los miembros del IRA; el hermano de Barry Fitzgerald, Arthur Shields, en el papel del reverendo protestante aficionado al boxeo; el hermano mayor de John Ford, Francis Ford, como el anciano de la larga barba blanca; o cuatro de los hijos de John Wayne que intervienen fugazmente en la fantástica escena de la carrera de caballos.
La fotografía de “El Hombre Tranquilo”, obra de Winton Hoch, es otra de sus señas de identidad. Pocas películas han lucido un Technicolor más rutilante. Es imposible no quedar subyugado por esas imágenes donde contrastan el pelo rojo de Maureen O’Hara iluminado por el sol, su blusa azul, la falda roja y el verde de los campos. Precisamente esos colores, rojo, verde y azul, dominarán la pantalla durante todo el metraje, con una sabiduría en el uso de la luz y las texturas extraordinaria, adquiriendo prácticamente la apariencia de una pintura al óleo. Este magnífico trabajo de Hoch se vería recompensado con un merecidísimo Oscar a la mejor fotografía en color.
La música de Victor Young adapta multitud de temas populares del folclore irlandés, que van apareciendo a lo largo de todo el metraje, como “The Rakes of Mallow”, “The Wild Colonnial Boy”, “The Kerry Dance”, “Galway Bay”, “The Humor is on me now”, “Garryowen”, "Mush-Mush-Mush Tural-i-addy", “The rising of the moon” o este "The Isle of Innisfree" que canta la propia Maureen O'Hara:
video de TheQuietMan1952
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Pero por encima de todos estos indudables méritos, está la soberbia labor de dirección del maestro John Ford que nos ofrece una realización muy fordiana, minuciosa, perfeccionista y muy planificada, pero, como en él suele ser habitual, sin hacerse notar, simplemente estando siempre donde debe estar haciendo lo que tiene que hacer.
Los encuadres y la composición de los mismos son perfectos y, sin trucos visuales ni apenas movimientos de cámara, consigue que sus aparentemente sencillos planos sean fieles reflejos de esos sentimientos que convierten en profundamente humanos a los personajes encerrados en la cinta de celuloide, haciendo que sus emociones traspasen la pantalla y logrando un producto final de intenso lirismo que destila ternura, sensibilidad y un acusado sentido del humor. Creo que habrá pocas formas más sencillas y mejores de filmar la intensa relación de amor que late en el interior de dos personas, que como lo hace Ford, mostrando simplemente las miradas de sus personajes, o con detalles aparentemente nimios cargados de hondura, como el abrazo junto a la chimenea, o la pequeña flor que Sean le entrega a Kate y ella se lleva al corazón.
John Ford rodó el film cuando contaba 55 años de edad. Ya no era el Ford más combativo y políticamente comprometido de su juventud. Hay quien ha criticado la visión excesivamente bondadosa que se muestra de la Irlanda rural, pero Ford mostró lo que quería mostrar. Esa historia del emigrante irlandés que vuelve a su tierra natal harto y desengañado del sueño americano, ese “hombre tranquilo y pacífico” que deja América para volver al que siempre consideró su hogar y olvidar sus problemas, no estaba tan lejos de la propia situación de Ford huyendo de las traumáticas experiencias de la guerra y de las miserias de la industria de Hollywood. Innisfree es aquí un lugar idílico al que regresa Sean Thornton para redimirse, mediante su inmersión en el pasado y el recuerdo idealizado de la infancia y de la imagen que su madre le transmitía. Y eso exactamente es lo que sentía Ford en esos momentos y así lo quiso reflejar. No pretende hacer un retrato fiel de la sociedad irlandesa, sino de una Irlanda idealizada que en el fondo constituye su paraíso particular en el que le gustaría zambullirse.
Para Ford, hacer esta película era algo muy importante. Él mismo, reunido con todo el elenco poco antes del final del rodaje, manifestó que se sentía muy feliz de haber rodado por fin esa historia que siempre había querido llevar a la pantalla rodeado de sus amigos. Uno de ellos, Jack MacGowran, que interpreta aquí al pelota Ignatius Feeney, un actor excelente pero bastante aficionado a la bebida, pactó con Ford que hasta que acabase el rodaje ninguno de los dos bebería ni un trago. Ambos cumplieron su promesa, pero nada más finalizar el trabajo, agarraron una castaña monumental. Incluso, dice la leyenda que cuando regresó a los Estados Unidos el avión que traía a todo el equipo de rodaje, Ford no descendió del aparato. No estaba. Parece que el avión había dado la vuelta al poco de despegar, devolviendo al director a Irlanda ante el estado de suma embriaguez que presentaba.
En un momento como el actual, donde la desvergüenza y el pesimismo parecen rodearnos permanentemente, acercarnos a un clásico como “El Hombre Tranquilo” puede ser una inmejorable forma, al menos durante dos horas, de volver a creer en el ser humano y sentirnos un poquito mejor. Casi tanto como Sean Thornton tras dejar atrás el acero de Pittsburg y contemplar con melancólica mirada su casa natal en Innisfree, “Blanca Mañana”, mientras el pelo rojo de Mary Kate se recorta sobre los verdes campos de Irlanda.
video de 84coollizzy
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Gracias por el buen rato, con tantos recuerdos y tantas enseñanzas. Coincido especialmente en lo glorioso de los secundarios y en lo bien que representa la película el espíritu de Irlanda (o lo que supongo que debe ser). Ambas cosas se dan también en "La salida de la luna", especialmente en el sensacional episodio de la estación, que estoy seguro de que también tendrás en un pedestal.
ResponderEliminarPues me alegro de que hagas esa mención a una estupenda película que está demasiado olvidada.
ResponderEliminarLos ingredientes no podían fallar: Ford y Nugent mano a mano. Ni Tyrone Power desentonaba.
El capítulo de la estación tiene un sentido del humor muy fordiano y su descripción de lo cotidiano es fabulosa.
En el tercero de los capítulos, el que da título al film, Ford hizo unos pinitos visuales con la cámara muy inhabituales en él y hubo quien lo consideró anatema.
Gracias por el recuerdo
Atticus,
ResponderEliminarHas recreado maravillosamente el recuerdo de una pelïcula que es, en realidad, una absoluta lección de buen cine.
En Irlanda me era imposible desecharla de mi pensamiento. En una excursión en tren a Kilkenny, cada pueblecito me parecia Innisfree.
Como bien dices el uso del color es inesperado para la época y brilla especialmente, como un fuego inalcanzable, la cabellera de Miss O'Hara tan increíblemente roja.
Gracias por esta reseña estupenda.
Homérico!!!!! me encanta el artículo, que pelicula mas encantandora, la puedo haber visto 40 veces pero cuando quiero premiarme tengo varias con las que hacerlo. El correo electrónico de mi pareja es tornadothorton.... no digo más. Asunción
ResponderEliminarHomérico. Siempre es un placer ver esta pelicula, contiene tantos detalles y los personajes son tan ricos.... nosotros la hemos visto muchas veces. El correo de mi marido es tornado thorton, con lo que está todo dicho.Muchas gracias Asunción
ResponderEliminarGlòria: Esta película sobre todo es eso, una lección de cómo se puede hacer el mejor cine sin innecesarios exhibicionismos, con la mayor naturalidad y autenticidad.
ResponderEliminarEn general, el technicolor de aquellos años me fascina, pero es que en esta película la maestría de su utilización es ejemplar.
Gracias siempre a ti por tu visita.
Asunción: Bienvenida al blog. Los fans de "The Quiet Man" somos legión, y por lo que veo tú estás entre ellos. Muchas gracias por tu comentario.
Maravillosa película. No tan olvidada, últimamente la he visto 2 veces en TV. Para mí y pese a su sencillez formal una obra maestra.
ResponderEliminarCoincidimos en la apreciación, Felirosi. La aparente sencillez de una indudable obra maestra.
ResponderEliminarGracias por dejar tu comentario.