miércoles, 31 de diciembre de 2008

FELIZ AÑO 2009

Desde este blog recién inaugurado, os deseo a todos/as que el próximo año 2009 todos vuestros deseos se cumplan.

Vaya aquí mi personal concierto de Año Nuevo para celebrarlo:





Anna Netrebko canta "Song to the moon" de Rusalka de Dvorak





Renee Fleming canta "Beim Schlafagehen" de Richard Strauss




Thomas Hampson canta "Frühlingsmorgen" de Mahler




Marcelo Alvarez canta "Lamento di Federico" de L'arlesiana de Cilea





Kiri Te Kanawa canta "Depuis le jour" de Louise de Charpentier




Diana Damrau canta "Rejoice graetly" de El Mesias de Haendel




Ben Heppner canta "Di rigori armato" de Rosenkavalier de Richard Strauss





Philippe Jaroussky canta "A Chloris" del venezolano Reynaldo Hahn





Elina Garanca canta "Nacqui all'affanno" de La Cenerentola de Rossini





Juan Diego Florez canta "A mes amis" de La fille du regiment de Donizetti





Anna Netrebko canta "Meine Lippen, sie küssen so heiß" de Giuditta de Franz Lehar





Pues lo dicho, Feliz Año, mucha ópera y mucho cine.

martes, 30 de diciembre de 2008

L’ARBORE DI DIANA (Vicente Martin i Soler) – Teatre Martin i Soler - Palau de les Arts - 28/12/08

El pequeño recinto del Teatre Martín i Soler, destinado a albergar teatro experimental y música de cámara, ha sido escogido para el estreno de la producción del Palau de les Arts de la ópera L’Arbore di Diana, del compositor valenciano Vicente Martín i Soler, un gran desconocido todavía para el gran público, pese a que, en su época, su prolífica obra gozó de un éxito considerable en Europa, figurando en los hit parade de sus contemporáneos.
La sala, con capacidad para 400 espectadores, es acogedora, con completa visibilidad en todas sus localidades y presenta una acústica fantástica, a diferencia del lamentable, mal llamado, Auditorio.
La composición de Martín i Soler, con libreto de Lorenzo da Ponte, resulta muy entretenida, siendo imposible no acordarse del repertorio de Mozart con el que guarda importantes similitudes, dejando a salvo la distancia entre lo que puede ser un divertimento con momentos brillantes pero aislados, de una obra contundente y perfecta como la del salzburgués.

La dirección escénica de la producción corre a cargo de Daniel Slater, presentando un montaje sencillo, pero francamente interesante, adecuado y eficaz. Apenas una escalera de caracol, el árbol del título, unos elementos móviles que entran y salen de escena y el fondo acristalado cubierto con persianas que, según se van abriendo y cerrando, dejan entrever un espacio que muestra acciones en segundo plano. Los movimientos de todos los intérpretes están perfectamente estudiados, consiguiendo una gran coordinación escénica. Por fin un director de escena que consigue conjugar la innovación con el respeto al libreto, con un resultado muy equilibrado. Aunque hubo un momento en el segundo acto en que el vapor del baño de la diosa comenzó a extenderse por la sala formándose una considerable humareda que provocó algunos murmullos de desconcierto.

El inteligente uso de la iluminación de Chris Davey contribuye a remarcar la acción, mientras que el vestuario de Pedro Moreno no es especialmente atractivo, pero no desentona con el resto de la puesta en escena.

La Orquesta de la Comunitat Valenciana, reducida para la ocasión al tamaño de una orquesta de cámara, volvió a rayar la perfección, bajo la solvente batuta del argentino Rubén Dubrovsky, debiéndose destacar el estupendo trabajo del encargado del pianoforte quien llegó al lucimiento en algunos recitativos.

El elenco vocal estaba compuesto por apenas ocho jóvenes intérpretes, la mitad de ellos valencianos.

La soprano Ofelia Sala, como la diosa Diana, cumplió dignamente su complicado papel. Mostró una buena técnica, con facilidad para los agudos y supo transmitir los matices tanto de la diosa vengativa y cruel, como de la dulce enamorada. No tiene una voz amplia, costándole proyectarla en algunos pasajes, y pasó serios apuros en las coloraturas, especialmente en la difícil aria "Sento che dea son io", pero la exigencia de la misma no la hace asequible a muchas voces, cumpliendo la valenciana con oficio y profesionalidad.

La mezzosoprano Marina Comparato lució una preciosa voz de aterciopelado timbre, ancha, clara y de amplio volumen. Exhibió facilidad para la coloratura, y dotó a su personaje de Amore de la sensualidad que requiere, siendo su actuación y presencia escénica realmente magníficas, llevando con comodidad el peso dramático de la obra.




Marina Comparato como Cherubino cantando "Voi chi sapete" de Las Bodas de Figaro de Mozart

También hay que elogiar el gran trabajo de las ninfas Silvia Vázquez, Sandra Fernández y Cristina Faus, tres buenas voces que supieron solventar con soltura sus pasajes en solitario y conjuntarse de forma homogénea cuando debían hacerlo. La mezzo Cristina Faus hizo gala de una voz hermosísima, de tintes opacos y sobrada amplitud, que emitía con facilidad.


El barítono chileno Christian Senn demostró una capacidad para la interpretación de primera línea e indudables dotes para la comedia. Su cálido timbre baritonal enamoró a la platea, exhibiendo un fraseo impecable.




Joel Prieto estuvo correcto como Silvio, sin que tuviera errores ostensibles ni tampoco brillase especialmente. Una actuación vocal buena pero bastante plana.




El ruso Dmitri Korchak, a sus escasos 29 años, conquistó al público con su bella voz que proyectaba con fuerza, dominado la plena voz, si bien tendía a abrirse un tanto e incluso tuvo algún amago desafinador en el primer acto.



Dmitri Korchak interpretando un aria de "Il dissoluto punito" de Carnicer y luciendo palmito

Al final un público entusiasmado ovacionó con justicia a estos jóvenes y prometedores intérpretes y salió muy satisfecho de su encuentro con esta interesante obra del músico valenciano, que regresaba a su ciudad de origen más de dos siglos después de su estreno en Viena.

domingo, 28 de diciembre de 2008

IPHIGENIE EN TAURIDE (Christoph W. Gluck) - Palau de les Arts - 13/12/08

Iphigénie en Tauride era, a priori, una de las ofertas menos atractivas para el público de la programación de Les Arts. Sin embargo, cuando todavía estamos a mediados de diciembre, puedo asegurar, sin temor a equivocarme, que los que tuvimos el privilegio de asistir hemos visto la producción más completa y redonda de la temporada.
Esta coproducción del Metropolitan Opera House de Nueva York y la Seattle Opera, con dirección de Stephen Wadsworth (adaptada por Sarah Schinasi y Daniel Pelzig), se ajusta fielmente al estilo del coliseo neoyorquino de puestas en escena clásicas, visualmente muy atractivas y siempre procurando la innovación en el uso de los espacios escénicos, pero con un escrupuloso respeto a la ambientación fijada en el libreto por el autor.
El escenario se encontraba dividido en dos partes diferenciadas, una estancia que se usaba también de mazmorra y el interior del templo de Diana, sin que hubiese cambio alguno en los estupendos decorados de Thomas Lynch en toda la representación, pero la inteligentísima dirección de los intérpretes, donde cada movimiento y expresión tenía su sentido, y el uso perfecto de la iluminación de Neil Peter Jampolis, hicieron mucho más atractivo y eficaz el desarrollo de la trama que en otras producciones con continuos cambios de tramoya, pero sin una sólida dirección que las sustente.

Resultó muy llamativo el comienzo de la ópera, a orquesta en silencio y con el foso a oscuras, con una breve introducción interpretada por figurantes que representaron, en una coreografía de apenas 30 segundos, los antecedentes de la historia de Ifigenia, dando paso al preludio musical.
También fue muy interesante el momento de la aparición del espíritu de Clitemnestra en el muro que separaba a los hermanos Orestes e Ifigenia, que se hace traslúcido, tocando a ambos. Y, por supuesto, el efecto impactante de la aparición de la diosa Diana descendiendo desde el techo sujeta por invisibles arneses.

El vestuario de Martin Pakledinaz no desentonaba en absoluto con el resto de la puesta en escena, utilizando el color para acentuar los perfiles psicológicos de los personajes. Por poner un pero, quizás las extensiones del peinado de Domingo le daban un aire demasiado perriflauti.

La coreografía de Daniel Pelzig para los ballets me pareció la única nota discordante de la noche. No se sabía muy bien si se estaba contemplando una ceremonia griega, un ritual celta, un espectáculo de break-dance o la final del concurso de play-back de la falla. Buenos bailarines para unos movimientos, cuanto menos, discutibles por poco apropiados al resto de la concepción escénica.
La Orquesta de la Comunitat Valenciana ya no admite mayores elogios. Simplemente hay que decir que estuvo impecable. Por su papel siempre oscuro y rítmicamente fundamental, quiero destacar, no es broma, el trabajo del percusionista encargado del triángulo, quien tuvo ocasión de poner en evidencia su sentido rítmico en un pasaje ciertamente exigente.
Patrick Fournillier dirigió con firmeza, demostrando un conocimiento de los tempi requeridos y consiguiendo una coordinación absoluta con los cantantes, marcando perfectamente sus entradas. Sólo podría criticársele un cierto desmán en los volúmenes que incomodó a los cantantes en un par de ocasiones.
La ausencia del Coro de la Generalitat, que se encuentra ensayando ya el Fausto que veremos en febrero, dio oportunidad de lucimiento al Cor de Cambra Amalthea que cumplió sobradamente con su misión, mostrando una calidad irreprochable, destacando especialmente la cohesión y calidez del coro de sacerdotisas.

Indudablemente, resultó crucial para el éxito de la función el inigualable elenco vocal que se presentó en Valencia, comandado por el veteranísimo Plácido Domingo (a punto de cumplir los 68 años).
El madrileño cantó la versión para tenor que el propio Gluck compuso (la llamada versión vienesa), aunque el papel originariamente está concebido para barítono. Mucho mejor así, pues la voz de Domingo sigue encontrándose mucho más cómoda en la zona media y alta del registro que en los graves. Es cierto que el papel de Orestes no es especialmente comprometido y exigente, circulando principalmente en una zona media, de acceso “cómodo” para un tenor experimentado, pero eso no puede restar mérito alguno a la labor del madrileño, quien, no obstante, alcanzó con facilidad y potencia los agudos de la partitura. Precisamente es muestra de sana inteligencia y de respeto al público no aventurarse en insensatos alardes no acordes a la natural evolución de las voces. Se trata de intentar estar al 100% en cada representación, por propia dignidad y por miramiento al que paga para escucharte. Sentado esto hay que ser rotundos. Domingo estuvo perfecto. Sin fisuras. Demostrando que sigue estando en lo más alto del canto mundial.
Tras haber escuchado recientemente a Villazón, un tenor de timbre y consistencia que recuerdan mucho a Domingo, la comparación no se sostiene en absoluto. Si el mexicano hacía gala de su oscuridad tímbrica dentro de una voz embutida, el madrileño proyectó su canto con una fuerza y un volumen totalmente impropios de un poseedor del Bono Oro.
Fraseos perfectos, legato de Academia, reguladores funcionando como una maquinaria recién estrenada, matizando intensidades sin el más mínimo asomo de vibrato senil o falta de fiato, expresividad vocal e intensidad dramática dignas de un joven dispuesto a comerse la escena… En definitiva, el Domingo de siempre. Un profesional como la copa de un pino al que se le ve disfrutar con su trabajo, sin un ápice de divismo (que no sería injustificado), entregado al público y a sus compañeros (muy bonito el gesto de repartir su ramo de flores entre los músicos y el coro), y que nos dejó a todos con la sensación de haber asistido a algo grandioso.

Si perfecto estuvo el madrileño, Violeta Urmana no lo estuvo menos. Ya dije, con motivo de la Kundry que compuso en Parsifal, que posiblemente sea la mejor soprano dramática del momento. Incluso en este papel que, en principio, parece más apropiado para una soprano lírica, se movió con una desenvoltura vocal asombrosa.
La lituana tiene una voz bellísima que modula y con la que juega con un desparpajo sorprendente, sin que se inmute la afinación. Sus graves siguen siendo espectaculares, y alcanzó los agudos con limpieza y sin florituras en una obra que no es apropiada para las mismas. Su voz es potente y cargada de fuerza, pero cuando, como en este caso, es preciso contenerla, lo hace con solvencia. Maravillosa estuvo en el aria “Ô malheurese Iphigénie”, perfecta muestra de la elegancia, volumen y lirismo combinados en sus dosis justas de que es capaz la Urmana. Su presencia escénica e interpretación dramática junto a Domingo puso los pelos de punta en más de una ocasión, especialmente en esa escena final en que ella se resiste a aceptar el parricidio del hermano pero acaba por caer en los brazos del perdón y del consuelo. Es un privilegio absoluto que podamos seguir contando con la presencia regular de la lituana en nuestra ciudad.


Violeta Urmana y Plácido Domingo en el Acto II de Parsifal de Wagner
En principio, con esos acompañantes en el reparto, la misión principal del joven tenor jerezano Ismael Jordi podría pensarse que fuese no quedar demasiado en evidencia. Nada más lejos de la realidad.
Su bello timbre de tenor lírico brilló con luz propia junto a los dos monstruos escénicos que le flanqueaban. Mostró una depuradísima técnica que le permitió ligar su fraseo con elegancia y frescura, luciéndose sin reparos en sus dos arias en solitario. En el aspecto dramático supo estar a la altura del momento, y su juventud y forma física cuadraban perfectamente con el rol encomendado. Sus conocimientos y facultades hacen presagiar una figura muy importante en ciernes. Así se lo hizo saber el público en la gran ovación cuajada de bravos que le dispensó al final.


Ismael Jordi interpretando el aria "Ach So Fromm" (M'appari) de Martha de Flotow.

En cuanto al resto del reparto, muy bien en sus cortos papeles Ventseslav Anastasov, Riccardo Zanellato, Rocío Martínez y Carmen Romeu, sin desentonar en absoluto del trío protagonista. Sí destacó, pero para bien, pese a su breve intervención, Amparo Navarro como una diosa Diana poderosa en escena y de voz fresca y amplia, haciéndose merecedora de un papel de mayor enjundia en otra producción.

El público, quizás motivado por la presencia de Domingo, se mostró más cálido que en otras veladas, habiendo incluso un amago de aplauso al salir a escena el madrileño. Personalmente pienso que se debió haber interrumpido con aplausos en varias ocasiones y no se hizo, pero al final hubo una larguísima y merecidísima ovación, en especial para el trío protagonista, con lanzamiento incluido de ramo de flores a Domingo que a punto estuvo de condenarle a interpretar para siempre a la Condesa de Éboli, pues casi le sacan un ojo.

Recientemente comentó Plácido Domingo en una entrevista: Cada mañana es un desafío. “¿Todavía?”, me pregunto antes de hacer vibrar las cuerdas vocales. Y cuando canto me gusta encontrarme con la respuesta: “Sí, todavía”.

Pues bien, después de lo vivido el pasado día 13, no le quepa a usted duda, Maestro: Sí, todavía.

sábado, 27 de diciembre de 2008

LOS CUENTOS DE HOFFMANN (Jacques Offenbach) – Royal Opera House Covent Garden – Londres - 07/12/08

Existía en Londres un gran interés por la reposición de esta producción diseñada por el director de cine John Schlesinger (Maratón Man, Cowboy de Medianoche), que data nada menos que de 1980, y que ya fue representada en 2004 con el mismo tenor protagonista, Rolando Villazón, en lo que supuso su exitoso debut en el coliseo londinense y su trampolín a la primera línea del canto mundial.
El interés, no exento de morbo, se centraba en comprobar si el gran tenor mexicano se había recuperado tras su reciente ausencia de los escenarios durante casi un año, alegando “tensión escénica” y misteriosos trastornos vocales, y su reaparición de este mismo verano en la capital inglesa con un Don Carlo de Verdi que fue pasto de feroces críticas, llegándose a afirmar incluso que Villazón había muerto para la ópera.
Para aumentar aún más la inquietud del respetable, la representación anterior (4 de diciembre) fue cantada por un tenor sustituto, ya que Villazón padecía un fuerte resfriado que le impidió protagonizar la obra.
Villazón actuó finalmente el día 7 y, afortunadamente para todos, cosechó un triunfo importante.
Pero vayamos por partes.
Ante todo hay que destacar, por fin, una dirección escénica grandiosa. Clásica. De gran impacto visual. Con un uso inteligentísimo de los espacios que permitía seguir con facilidad la acción en varios planos. Utilizando el color para remarcar el componente dramático, con un pasional Acto veneciano compuesto en rojos o el sombrío Acto III en grises. Ambientada en la época que corresponde y en los lugares indicados en el libreto (Nüremberg, Munich, Paris y Venecia). Esto que parecería de cajón, supone algo excepcional en estos tiempos donde campan a sus anchas por los teatros operísticos de todo el mundo impresentables caricatos del absurdo que presumen de inspiración vanguardista ante lo que no es sino manifiesta ineptitud para el arte.
La producción de Schlesinger, readaptada magníficamente por Christopher Cowell, se vio además realzada por la iluminación espléndida de David Hersey, que utilizaba la luz como parte del drama, y un vestuario espectacular de Maria Björnson que brilló especialmente en el Acto II desarrollado en Venecia.
En lo musical, Antonio Pappano dirigió con solvencia a la muy profesional Orquesta del Royal Opera House y su magnífica sección de cuerda, matizando los volúmenes en pro de los cantantes, con un control soberbio de los vientos, y consiguiendo en los interludios y fragmentos orquestales una cálida sonoridad que ascendía por el teatro y se extendía con uniformidad por el recinto como la antaño célebre niebla de la ciudad, gracias a un inteligente manejo de la batuta y a la impresionante acústica de esta sala que ha conseguido permanecer inmune, pese a sus reformas, a las enfermas meninges de algún Calatrava de turno.
Como decía al comienzo, se esperaba con expectación a Villazón. Nada más aparecer en escena incluso se escuchó algún aplauso motivador. Su inicio escénico como el borracho Hoffmann, le permitió hacer gala de su facilidad interpretativa, siempre rayando el histrionismo, demostrando estar en una forma física envidiable, con ágiles saltos por encima de sillas y mesas. Dramáticamente nos encontramos sin duda ante uno de los intérpretes más completos del panorama contemporáneo, que además, afortunadamente, ha limitado un poco su exagerada gestualidad que en ocasiones llevaba sus momentos dramáticos al límite de la comicidad. El mexicano ejecutó su papel con desenvoltura, con un dominio de las tablas absoluto, con contenido dramatismo y exultante pasión. En lo estrictamente vocal, comenzó muy reservón en el Preludio, para irse creciendo poco a poco, llegando a un Acto III en plenitud de facultades, estando magistral en el dúo “C’est une chanson d’amour”. Villazón no se ha caracterizado nunca por tener una voz amplia, pero resultó evidente que, no sé si debido a posibles secuelas del resfriado, su voz ha adelgazado, costándole proyectarla, sobre todo en los dos primeros actos, donde parecía demasiado embutida. Mantiene el mexicano su característico timbre oscuro, con un excepcional control del fiato y los reguladores y una facilidad insultante para los agudos. Cantó con firmeza y seguridad, dominando el personaje, finalizando la obra como el gran Villazón que recordábamos y consiguiendo la apasionada ovación de un público que estaba deseando compensarle por los abucheos del verano.
El resto del elenco no desmereció en absoluto.
El israelí Gidon Saks, que interpretaba a los diferentes villanos de la ópera, fue, a mi juicio, la mejor sorpresa de la noche. Hizo gala de un timbre exquisito, limpio, que modulaba perfectamente, de amplio volumen, con proyecciones estratosféricas que hacían retumbar el upper amphitheatre. Lástima el ostensible gallo que ensució la colosal interpretación que estaba ejecutando de su aria del Acto II “Scintille, diamant”.
La mezzo americana Kristine Jepson fue una gran Nicklausse, mostrando unas excelentes dotes interpretativas y una voz amplia y limpia a la que sabía dotar de lirismo o de agresividad masculina según precisara el personaje. Su barcarolle a dúo con una sensual y elegante Christine Rice, estuvo rebosante de sentimiento y poesía.
La soprano Katie Van Kooten se mostró como un valor a seguir, con una voz muy personal, de ligerísimo vibrato trinador que le da una peculiar belleza, y que supo estar a la altura de Villazón en el Acto III, tanto en lo vocal como en la interpretación.
El papel de la muñeca Olimpia, pese a su brevedad, es siempre un reto no apto para cualquier aprendiz de canto. Exige sopranos de coloratura que sepan desenvolverse en las diabólicas agilidades del aria "Les oiseaux dans la charmille" al tiempo que mantienen el volumen y la afinación. La griega Vassiliki Karayanni cumplió más que dignamente con el cometido, sin los adornos extras de algunas maestras del rol como la Dessay, pero sin que se le notase pasando por dificultades, e imprimiendo la chispa cómica que necesita el personaje con profesionalidad.
En definitiva una magnífica tarde de ópera de primer nivel en un entorno ideal, ese Covent Garden iluminado bajo la clara luna que nos esperaba a la salida y que animaba a continuar con la barcarolle y su “Belle nuit, oh, nuit d’amour”…



Natalie Dessay como Olympia



Agnes Baltsa y Claire Powell cantan La Barcarolle en la misma producción de Schlesinger del año 1980