En cuanto supe que durante mis vacaciones, recientemente finalizadas, pasaría por Milán, lo primero que hice fue mirar si habría representación en el Teatro alla Scala. Por fechas, la única opción posible era la función del 19 de abril de “Il Viaggio a Reims” de Gioachino Rossini. En realidad me daba igual la que fuera. Conseguí comprar las entradas y, desde entonces, aguardé con impaciencia la llegada de mi cita con La Scala.
Cuando se apagaron las luces de la sala y los primeros acordes de la partitura comenzaron a escucharse, reconozco que me emocioné. Un escalofrío recorrió mi espalda y fui entonces plenamente consciente de que, al fin, había cumplido el sueño de poder asistir a una ópera en aquel recinto cargado de historia, donde, pese a sus remodelaciones, casi podían verse deambular por allí todavía los espíritus de Tamagno, Gigli, Callas, Tebaldi, Bergonzi…
Cuando se apagaron las luces de la sala y los primeros acordes de la partitura comenzaron a escucharse, reconozco que me emocioné. Un escalofrío recorrió mi espalda y fui entonces plenamente consciente de que, al fin, había cumplido el sueño de poder asistir a una ópera en aquel recinto cargado de historia, donde, pese a sus remodelaciones, casi podían verse deambular por allí todavía los espíritus de Tamagno, Gigli, Callas, Tebaldi, Bergonzi…
La función del día 19 de abril, pese a ser un segundo reparto de jóvenes cantantes, contaba con el aliciente de la participación de tres españoles, Simón Orfila, Cristina Obregón y Maite Beaumont, en lo que suponía el debut en La Scala de estas dos últimas, con esta disparatada y divertida ópera de Rossini.
En junio de 1825 tuvo lugar en la Catedral de Reims la coronación de Carlos X de Borbón como rey de Francia. Como parte de las festividades, unos meses antes se encargó una obra a Gioachino Rossini, que acababa de ser nombrado director musical y escénico del Teatro Italiano de París. El libreto de Luigi Balocchi preparado para la ocasión, titulado “El Viaje a Reims o el Hotel de la Flor de Lis dorada”, pone en escena a un grupo de invitados, de diferentes países de Europa, que van a asistir a la ceremonia de la coronación y coinciden en una parada del camino, en un balneario de Plombières. Finalmente, no pueden acudir a Reims e improvisan un homenaje a la familia real en el balneario, cada uno a su propio estilo nacional, decidiendo ir a París para los festejos que seguirán a la coronación.
Cada uno de los invitados constituye un estereotipo de las naciones de la decadente Europa de la época, en una referencia simbólica al programa político de Carlos X, que tenía la intención de pacificar el mundo mediante la unión de las distintas monarquías europeas, tras el paréntesis imperial de Napoleón.
La obra no tenía la consistencia dramática de una ópera al uso y, con 14 cantantes solistas, más bien fue concebida como una oportunidad para que las principales figuras de la época pudieran exhibirse en el estreno homenajeando al nuevo rey. Dicho estreno tuvo lugar en el Teatro Italiano de París con presencia de la familia real y cantaron todas las estrellas de entonces, como Giuditta Pasta, Laure Cinti o Domenico Donzelli.
Tras sólo 4 puestas en escena, la obra dejó de representarse y Rossini decidió aprovechar parte de su música para una ópera en francés: “Le Comte Ory”, quedando en el olvido la partitura original de “Il Viaggio a Reims”.
En 1977 se encuentran y recomponen las diferentes partes del manuscrito y en 1984 se estrena en el Rossini Opera Festival de Pésaro, bajo la batuta de Claudio Abbado y la dirección escénica de Luca Ronconi.
Aquí podemos ver una grabación de aquel año en Pésaro, con Abbado dirigiendo a Araiza, Ricciarelli, Valentini-Terrani, Dara, Raimondi y Nucci en el precioso sexteto "Non paventa alcun periglio":
video de Olaig100
25 años después de aquel hito histórico, el Teatro alla Scala de Milán ha vuelto a programar la deslumbrante obra de Rossini, con la puesta en escena de Ronconi readaptada para la ocasión.
Respecto a lo visto y oído el día 19, lo primero que he de mencionar es lo que más me sorprendió: la espléndida acústica de la sala.
Los sonidos se expandían de forma homogénea, formando un cuerpo sonoro rico y lleno, que, a su vez, permitía apreciar todos los matices de las diferentes secciones orquestales y, sobre todo, donde la envoltura musical nunca obstaculizaba la recepción de la emisión vocal. La sala parece estar especialmente diseñada para la perfecta escucha de las voces y la inteligibilidad del texto y es realmente el “Palazzo della Coloratura”. O sea, como el Auditori de Les Arts, pero al revés.
El teatro se hallaba prácticamente lleno de un público, mayoritariamente entendido, que se mostró en todo momento respetuosísimo con el trabajo de los artistas. Algún tosedor irredento se coló, pero o las juanolas son de mejor calidad en Milán, o la gente es mucho más considerada.
La puesta en escena de Luca Ronconi presenta algunas diferencias respecto al montaje de 1984 y, aunque no llega al nivel de aquélla, mantiene su concepción fresca, imaginativa y divertida, con esa referencia al poder y manipulación de los medios de comunicación, representados por esos cámaras y paparazzi que surgen periódicamente en escena, y unas pantallas en las que se puede ver la acción paralela desarrollada en el exterior, en los alrededores del teatro, donde el cortejo real desfila junto a la Catedral, las tiendas de lujo de la Galería Vittorio Emanuele II (mientras los turistas japoneses, sorprendidos, hacen fotos) y finalizan a la carrera por la Piazza della Scala, entrando en el teatro, momento en que se apagan las pantallas y el cortejo hace su entrada por el pasillo de platea.
Lo mejor de la noche, la Orquesta della Scala, dirigida con seguridad y brío por Ottavio Dantone, en una lectura de la partitura rossiniana que me pareció ejemplar, llena de fuerza y sentido musical, y que extrajo toda la vivacidad y riqueza melódica de la composición del genio de Pésaro.
Reseña especial merece el flautista solista Davide Formisano, quien fue capaz de asombrar con una ejecución espectacular de gran virtuosismo mientras se movía por la escena con soltura.
El Coro, magnífico en todas sus intervenciones, rotundo y amalgamado, constituyó un instrumento perfecto más a las órdenes de Dantone, aunque su negro y largo vestuario desentonaba un tanto respecto al colorido general.
Entrañable fue el número de ballet de las marionetas de la Compañía de Carlo Colla e hijos, interpretado con una delicadeza y precisión tales que costaba creer que realmente se trataba de muñecos y no de personas.
En cuanto a los numerosos solistas vocales:
La gaditana Cristina Obregón estuvo muy aceptable como Corinna, luciendo una homogeneidad tímbrica rebosante de musicalidad. Sus agudos llegaban con facilidad y se movió en el terreno de las coloraturas de forma impecable, sin pirotecnias exhibicionistas, sabiendo matizar intensidades con sensibilidad.
La gaditana Cristina Obregón estuvo muy aceptable como Corinna, luciendo una homogeneidad tímbrica rebosante de musicalidad. Sus agudos llegaban con facilidad y se movió en el terreno de las coloraturas de forma impecable, sin pirotecnias exhibicionistas, sabiendo matizar intensidades con sensibilidad.
La mezzosoprano navarra Maite Beaumont, en el rol de la Marquesa Melibea, exhibió una línea de canto exquisita y una gran naturalidad. Se adaptó perfectamente a la concepción escénica, haciendo gala de sus dotes interpretativas. Mostró suficiencia en las agilidades y limpieza y solidez en los agudos. Y su cálida voz, aún sin alcanzar los imponentes volúmenes de la Barcellona, llenó de elegancia, refinamiento y buen gusto el templo operístico milanés.
El menorquín Simón Orfila en el papel de Don Profondo empezó un tanto flojo, costándole proyectar la voz y pareciendo un poco desorientado en escena, pero fue yéndose poco a poco arriba y en su “Medaglie incomparabile” realizó una magnífica interpretación vocal y actoral, con impecable dicción, buen volumen, excelente control del fiato y una comicidad ajustada y contenida.
A continuación podemos ver a Orfila cantando el aria "Medaglie incomparabile" en una actuación al aire libre en Florencia en 2004:
video de emiliobcn50
La joven letona Marina Rebeka, como la Contessa di Folleville, obtuvo merecidamente los mayores aplausos de la velada. Su voz de soprano lírico-ligera se acoplaba perfectamente al personaje y mostró un volumen y contundencia inusuales en su cuerda. Rebeka hizo un auténtico alarde de técnica depurada en las coloraturas, y circuló por el registro agudo con gran brillantez y claridad, combinando todo ello con una soberbia actuación dramática muy desenvuelta sin caer en el histrionismo al que puede prestarse el personaje.
Aquí tenemos a Lella Cuberli en el mismo papel en Pésaro en 1984:
video de Onegin65
La Madama Cortese de Teresa Romano no estuvo mal, pero la potencia de su voz, que no era poca, se traducía generalmente en gritos y sonidos fijos poco musicales.
video de emiliobcn50
La joven letona Marina Rebeka, como la Contessa di Folleville, obtuvo merecidamente los mayores aplausos de la velada. Su voz de soprano lírico-ligera se acoplaba perfectamente al personaje y mostró un volumen y contundencia inusuales en su cuerda. Rebeka hizo un auténtico alarde de técnica depurada en las coloraturas, y circuló por el registro agudo con gran brillantez y claridad, combinando todo ello con una soberbia actuación dramática muy desenvuelta sin caer en el histrionismo al que puede prestarse el personaje.
Aquí tenemos a Lella Cuberli en el mismo papel en Pésaro en 1984:
video de Onegin65
La Madama Cortese de Teresa Romano no estuvo mal, pero la potencia de su voz, que no era poca, se traducía generalmente en gritos y sonidos fijos poco musicales.
El presunto bajo italiano Roberto Tagliavini, como Lord Sydney, estuvo muy justito como actor, y en lo vocal presentó una voz profunda de resonancias muy atractivas y poderoso volumen, pero que tendía a sucumbir en el registro más grave. Un nuevo falso bajo.
El australiano-argentino José Carbò mostró una importante presencia escénica y riqueza gestual, y compuso el rol del alemán Barone di Trombonok con desparpajo y sentido de la comicidad, demostrando un importante dominio de las tablas. En lo vocal fue de menos a más, con una segunda parte muy destacada, superando las exigencias de su papel dignamente.
El barítono Simone del Savio como el Grande de España Don Álvaro, estuvo correcto, sin destacar especialmente, y mostrando alguna dificultad de proyección.
Michael Spyres fue un aceptable Cavaliere Belfiore. Comenzó encandilando con su voz fresca y amplia, con una zona central en la que presenta sus mejores credenciales, pero que fue denotando problemas de homogeneidad con unos agudos que se escuchaban forzados y algo engolados.
Sergey Romanovsky, en su papel del Conte di Libenskof, me sorprendió desagradablemente. Esperaba mucho en directo de este joven tenor ruso al que había visto en algún video mostrando unas cualidades realmente prometedoras. Su voz, de bello timbre, careció de la consistencia que esperaba y presentó serios problemas en los agudos a los que llegaba con fuerza pero convirtiéndose en chillidos abiertos y nasales con alguna desafinación, estando muy lejos de la brillantez que requiere el personaje. Quiero pensar que se trataba de un inconveniente problema temporal, porque nada tenía que ver con lo que yo le había escuchado anteriormente.
El balance general final, en cualquier caso, fue francamente positivo y el público aplaudió largamente a los jóvenes intérpretes, entre los que se veía a una Maite Beaumont muy emocionada.
A continuación, os traigo el dueto entre Melibea y Libenskof en la interpretación de Lucía Valentini Terrani y Chris Merritt en Pésaro en 1992:
video de philopera
Aunque para emociones la mía. Me costaba marcharme del teatro. Me quedé sentado en mi localidad mirando como se desalojaba poco a poco la sala (nada que ver con las prisas que suelen entrar en Les Arts, donde aún no ha bajado la batuta el director y ya están los reyes del culo inquieto yéndose de allí a la carrera). Después fui recorriendo los pasillos, fijándome en cada detalle, fotografiando compulsivamente en un imposible intento de atrapar aquellos instantes y llevarlos conmigo... y en eso que se acercó uno de los chicos de puertas, con enorme medallón al cuello, a preguntarme, muy amablemente, si tenía entrada o me había colado desde la calle aprovechando la apertura para la salida. Le enseñé mi entrada un tanto azorado, pensando en la imagen de Martínez Soria que debía estar dando para motivar esa pregunta.
El chico del medallón, a punto de pedirme los papeles.
Una fina lluvia nos esperaba a la salida, haciendo brillar los viejos adoquines de la capital lombarda y aumentando la magia del momento.
Para finalizar, nada mejor que el enloquecido y divertidísimo bis de una de las funciones de “Il Viaggio a Reims” de 1988 en Viena, con un elenco de figuras que quita el sentío: Caballé, Raimondi, Cuberli, Dara, Gasdia, Valentini-Terrani, Surjan, Merritt, Lopardo, Furlanetto, Chausson... dirigidos por Claudio Abbado y pasándoselo francamente bien... más o menos como yo en Milán.
video de gustavometz