Hacía bastantes
años que no me perdía un estreno operístico en el Palau de les Arts y que en
este blog no aparecía al día siguiente del mismo mi personal visión de lo
acontecido; pero una festiva celebración familiar ineludible hizo que en esta
ocasión no pudiese estar presente en el estreno de la ópera Il viaggio a Reims, de Gioacchino
Rossini, el pasado sábado 29 de febrero. Un estreno que, por cierto,
coincidía con el 228 aniversario del nacimiento del compositor. Así que esta
crónica de hoy no se corresponde con lo vivido en el estreno, sino en la
segunda de las funciones, la que tuvo lugar ayer, día 3 de marzo.
Este regreso de
la ópera rossiniana a Les Arts se produce inmediatamente después de las
intensísimas emociones vividas con la anterior ópera de abono, Elektra, en unas funciones que permanecerán
para siempre en el recuerdo de los aficionados valencianos por el grandísimo
nivel orquestal, vocal y escénico desplegado. Pasar de esa Elektra a Il viaggio a Reims,
sin cabina de descompresión ni terapia de adaptación intermedia, confieso que
me daba bastante pereza. Y lo digo sin el más mínimo ánimo peyorativo para la composición
rossiniana, que me parece una obra muy disfrutable si está bien servida y a la
que le reconozco indudables méritos, pero entre ellos desde luego no se
encuentra su consistencia narrativa. Si la ópera de Strauss se hallaba
sustentada por la fuerza y el poderío dramático de un libreto magnífico, la de Rossini
deriva todas sus opciones de éxito a la genialidad musical del compositor y a la
calidad de voces e instrumentistas, porque eso que aparece en el programa
definido como “libreto de Luigi Balocchi”, se llama libreto como se
podía haber llamado Wenceslao.
La insulsez
supina de una historia estática con menos chispa dramática que un episodio de
los teletubbies en modo pause y con el control parental activado, hace que constituya
un reto de primer orden para cualquier director de escena que tenga que
enfrentarse a la dirección escénica de Il
viaggio a Reims, una obra más cercana a poder ser apellidada cantata que
ópera, y que si se representase en versión concierto tampoco se perdería mucho.
Rossini compuso esta obra por encargo, para celebrar la coronación en
Reims del último rey Borbón de Francia, Carlos X, y su propósito no fue
nunca que la obra perviviera representándose por los escenarios europeos tras
su estreno en París en 1825 y unas pocas funciones más; sino que, cumplido su
encargo, hizo desaparecer la partitura y utilizó gran parte de su música en
otra ópera suya, Le Comte Ory,
estrenada tres años después. Eso explica que a Rossini le chupase un pie
la coherencia y enjundia dramática de la propuesta y lo único que quería era construir
una loa a la monarquía francesa y a la aristocracia europea que sirviera de
vehículo en el que poder llevar a cabo una exhibición de sus habilidades como
compositor, tan admiradas en Francia en aquellos años, y en el que su partitura
fuese interpretada, además, por los mejores cantantes e instrumentistas del
momento, todos ellos, a su vez, con números individuales y de conjunto que
permitieran su lucimiento, más allá de que la coherencia narrativa del conjunto
se resintiese o no.
Con esas
premisas, al director de escena actual, si no quiere dormir a las ovejas, sólo
le cabe echarle un poco de imaginación e intentar condimentar esa construcción
dramática tan endeble con el picante de una propuesta distinta que resulte
original y aporte interés escénico a una obra que, por otro lado, es
musicalmente muy rica, y debe hacerlo sin generar demasiada incoherencia con el
texto, sin que se resienta el particular espíritu rossiniano y sin que se
perjudique la necesaria exhibición de virtuosismo musical y vocal que debe ser
la protagonista, manteniendo un equilibrio que, reconozco, es muy complicado.
La producción que
se ha presentado en Valencia es la que ideara en 2015 Damiano Michieletto
para la Ópera de Ámsterdam, la Dutch National Opera & Ballet, en
coproducción con la Royal Danish Opera Copenhagen y la Opera Australia, y que
cuenta con el imprescindible apoyo de la escenografía de Paolo Fantin, el
vestuario de Carla Teti y la iluminación de Alessandro Carletti. Michieletto
ya ha demostrado sobradamente a lo largo de su carrera que ingenio y
originalidad no le faltan, y no suele ser un hombre de medias tintas, así que
cuando tiene una idea se lanza a desarrollarla con entusiasmo y sin red,
triunfando muchas de las veces y pegándose el gran batacazo otras. Aquí, en Les
Arts, nos ha ofrecido de todo, su mejor cara (La damnation de Faust) y la peor (Il barbiere di Siviglia), pero llevando a cabo siempre, más allá del éxito final, un arduo trabajo teatral de planificación y
dirección escénica, y sin dejar nunca a nadie indiferente.
L'albergo del Giglio d'Oro, en el que aristócratas y pudientes personajes de diversas partes de
Europa se reúnen camino de Reims, donde se celebrará la coronación de Carlos X,
se transformará en esta ocasión, por gracia de Michieletto, en la Golden Lilium Gallery, un espléndido museo
donde los personajes de las diferentes obras de arte expuestas cobrarán vida
por la noche, mientras nuestros protagonistas se mueven perdidos buscando su
lugar en el mismo, que finalmente descubriremos que será el cuadro de François
Gérard: La coronación de Charles X.
La genialidad del
regista italiano es absoluta.
Consigue transformar un mojón argumental en una creación en la que el interés
no decae en ningún momento y donde, hasta en los momentos más estáticos de esta
obra tan encorsetada en lo narrativo, consigue que fluya la acción con sentido
teatral y con una frescura muy cercana al espíritu de Rossini. Todos los
personajes, como ocurre en el original, esperan para llegar a la coronación de
Reims, aunque aquí será a la representada pictóricamente por Gérard y,
contrariamente a lo reflejado en el libreto, aquí si lo lograrán.
El impacto visual
y la belleza estética de la propuesta es incuestionable, el acierto en la
elección de los figurantes, total, pareciendo realmente que habían escapado de
las creaciones de Van Gogh, Goya, Velázquez, Kahlo,
Botero, Magritte, Haring o Dix; y hay instantes
visualmente inolvidables: como cuando el Retrato
de Madame X de John Singer Sargent, parece cobrar
vida y abrazar a su restaurador o, sobre todo, la composición de La coronación de Charles X por los
personajes de la ópera, mientras Corinna
canta All’ombra amena, para acabar
fundiéndose la imagen real con la del lienzo auténtico. Magistral.
En mi particular
opinión, Michieletto ha vuelto a acertar totalmente y seguro que, de nuevo,
a pocos habrá dejado indiferentes, porque los comentarios
que escuché ayer, durante el intermedio y a la salida, se movían únicamente
entre quienes se mostraban entusiasmados con la propuesta escénica (los más) y
quienes la rechazaban furibundamente (los menos) bien porque se sentían
perdidos en la trama o molestos con el exceso escénico o porque consideraban
que se habían traicionado las esencias rossinianas.
Quizás algunos
espectadores pudieron sentirse perdidos siguiendo el texto y viendo la escena,
sin tampoco entender lo que allí ocurría hasta la composición del cuadro final,
aunque yo no sé si se hubieran encontrado menos perdidos con la obra
representada ajustándose estrictamente a Wenceslao, digo al libreto, que ya es
bastante absurdo y surrealista de por sí. A propósito de esto me gustaría decir
algo que ya vengo pensando desde hace tiempo. Quizás no estaría de más que en Les
Arts en lugar de gastarse el dinero en los programas de mano que reparte
actualmente en papel “del bueno”, con cuatro fotos y el argumento, bajase la
calidad del continente y subiese la del contenido, dando algunas notas sobre la
producción que se presente y sobre la obra interpretada, aunque cobrase un
precio simbólico.
Es verdad que
pueden cuestionarse aspectos que yo mismo he criticado en otras ocasiones. Como
siempre ocurre con Michieletto hay un exceso de acción sobre el
escenario. Siempre está pasando algo, en primer y segundo plano, pero ello dota
de riqueza a la construcción dramática de los personajes y les insufla
verosimilitud, aunque a veces pueda distraer la atención del espectador de la
música o de la trama principal. Ese exceso de acción suele conllevar también
que se produzcan ruidos que en ocasiones pueden disturbar la escucha musical. Pero,
sinceramente, pienso que Il viaggio
sale ganando con ese enriquecimiento de la acción y no es lo mismo molestar con
ruidos o distrayendo con acciones en segundo plano un par de momentos puntuales
en una ópera bufa de desarrollo narrativo plano, como Il viaggio, que en los momentos clave de Les Troyens, La Valquiria
o Don Giovanni. Sí que quizás sea más
crítico respecto a convertir el Medaglie incomparabili de Don Profondo en una subasta de arte, que como idea me parece muy
bien, pero creo que se patina trasladando la acción a la platea, molestando, esta vez sí, al espectador cercano.
Además, hubo
otros instantes donde no sólo no se perjudicó lo musical sino que la dirección
de Michieletto contribuyó a engrandecerlo, como interpretando la
introducción a telón bajado, o en el momento más mágico de la velada, con el
arpa acompañando a Corinna en su Arpa gentil, che fida mientras la luz se
atenúa y se inicia un lento y delicado ballet. Un instante de esos en los que,
como quería Rossini, todo el alboroto se detiene y sólo la genialidad y
belleza de su música se hace protagonista, llegando incluso a lograr el
silencio total en la platea, curando milagrosamente, cual a leprosos en Nuevo
Testamento, el coro de afectados de tuberculosis y coronavirus que nos estaba
deleitando toda la noche.
En definitiva,
una dirección de escena que me pareció sobresaliente y que creo que hace mucho
más disfrutable la rica partitura rossiniana.
De la dirección
musical se ha encargado Francesco Lanzillotta, un director al que yo no
conocía hasta ahora y con quien confieso que no me quedan muchas ganas de
repetir después de lo vivido ayer. Se presentaba al director romano como un
especialista en el género rossiniano, pero no sé si es que el título se lo sacó
en un master de la Universidad Rey Juan Carlos, si en lo que era especialista
era en el turnedó Rossini o si definitivamente tengo que ir a desembozar mis
orejas; porque el caso es que quedé francamente decepcionado con su labor. Creo
que lo mejor que hizo fue ponerse el casco con penacho durante el aria de Don Profondo. Después de haber
disfrutado tanto con la Orquestra de la Comunitat Valenciana en la
reciente Elektra con los sonidos y la
tensión que se exhibió desde el foso, parecía mentira que la que lo ocupase
ayer fuera la misma agrupación.
La partitura de Rossini
es mucho más traicionera de lo que parece, sobre todo si se quiere extraer el
peculiar acento rossiniano, la chispa, la vivacidad, la frescura y
transparencia que deben ser consustanciales al compositor de Pesaro. Poco de
eso hubo ayer. Más bien Lanzillotta se caracterizó por imponer una batuta
tosca y pesada que descuidó los matices, llevando a cabo una lectura excesivamente
plana, imprimiendo tiempos lentos y trabados, y donde cualquier atisbo de
tensión era absorbido en una especie de blandiblub
sonoro que incitaba al sopor. Para colmo, la difícil concertación de los
exigentes números de conjunto tampoco resultó especialmente acertada, y la
descoordinación del foso con algunos solistas, como con el nefasto en este
aspecto Sâmpetrean, fue demasiado evidente. Eso no quita para que se
deban alabar las prestaciones de los músicos de la orquesta, con unos vientos
en estado de gracia toda la noche, así como las intervenciones solistas de la
flauta y el maravilloso sonido del arpa. También resultó muy destacable el
trabajo del continuo con Simone Ori al fortepiano y Arne
Neckelmann al violonchelo.
Impecable nuevamente
el Cor de la Generalitat con alguna intervención ciertamente brillante,
como la del coro femenino en Come dal cielo, o el estupendo L'allegria è un sommo bene que además tuvieron que ejecutar cantando y actuando a la vez que
recogían y ordenaban el material escénico para el número final. Y es que si
destacaron en el apartado vocal, en lo actoral sólo cabe concederles la nota
máxima.
Esta ópera está
concebida para permitir la exhibición de un extenso reparto de solistas que
tienen todos ellos importantes momentos de lucimiento. Se escribió pensando en
las mejores voces del momento y, tras su recuperación en los 80, todos tenemos
en la cabeza versiones con ilustres nombres como los de Caballé, Ricciarelli, Raimondi, Ramey,
Gasdia, Valentini Terrani, Araiza, Nucci, Merritt…
Lo ofrecido anoche en el Palau de les Arts estuvo muy lejos de eso y,
lamentablemente, la faceta musical no estuvo a la altura de la dirección
escénica. Sin embargo, tengo que reconocer que el conjunto de cantantes elegido
para la ocasión sí se mostró homogéneo y a muy buen nivel en la faceta actoral,
cumpliendo todos ellos con brillantez las exigencias de la regia.
Destacó
claramente en lo vocal, a mi juicio, la Corinna
de la soprano Mariangela Sicilia, una cantante que ya nos dejara muy
buenas sensaciones como Pamina en La flauta mágica que inauguró la pasada
temporada. Suyas fueron las intervenciones más relevantes de la velada,
especialmente en ese lujo que es Arpa
gentil, che fida. Bonito timbre en una voz lírica muy homogénea que se
movía con seguridad en todos los registros, con una inmaculada línea de canto y
un fraseo elegantísimo, cargado de regulaciones y matices, y con un legato fantástico.
En el resto de
mujeres, no le anduvo muy a la zaga la reciente ganadora de los Opera Awards
2019 a la mejor voz joven, la mezzosoprano Marina Viotti, que compuso
una relevante Melibea de muy bella
voz oscura, amplia y a la que dota de un fraseo intencionado y expresivo,
presentando igualmente una gran presencia escénica. Ruth Iniesta defendió
con pundonor y personalidad el nada sencillo rol de Madama Cortese, aquí convertida en una tiránica gestora del museo.
Cuenta con el hándicap de una zona aguda de timbre ingratísimo que llega a ser
hiriente, lo que lastró especialmente sus primeras intervenciones. Después se
asentó la voz algo más y me gustó en la parte final. Más ruido que nueces en la
Condesa de Folleville de la soprano
rusa Albina Shagimuratova que se movió con insultante facilidad por
agudos, sobreagudos y escalas ascendentes y descendentes, pero cuyo fraseo
resultaba forzado y poco natural, transmitiendo bastante frialdad.
En el equipo
masculino hubo un poco de todo sin que nada destacara especialmente, al menos
para bien. El Don Profondo de Misha
Kiria fue muy aplaudido. Tiene esa joyita para lucirse que es la divertida Medaglie incomparabili, en la que puso
intención, imitando claramente la histórica creación de Raimondi, pero
faltándole gracia y chispa a raudales. El veterano Fabio Capitanucci fue
quizás quien ofreció mayor sentido del estilo rossiniano, con un Trombonok algo sobreactuado, pero de
potente voz y auténtico color baritonal. Voz y timbre atractivos también los de
Adrian Sâmpetrean como Lord Sidney,
aunque su fraseo fue chapucero, mal respirado e incapaz de seguir a la orquesta.
Me agradó también la voz, color y arrojo del Belfiore que presentó Ruzil Gatin, aunque su tosquedad y
falta de finura perjudicaba el resultado. No me gustaron ni el Don Álvaro de voz intestinal de César
San Martín; ni el Libenskof del realmente
ruso Sergey Romanovsky quien, aunque parecía conocer el estilo, me desesperaba
por su permanente tirantez y estrangulamiento en la zona alta.
En los papeles
menores, me gustó Francesca Cucuzza, como Maddalena, y estuvieron también acertados Gonzalo Manglano,
en el doble papel de Zefirino y Gelsomino, y Omar Lara como Antonio. Cumplieron
también muy correctamente los alumnos del Centre de Perfeccionament Pláci… ay,
no, que ahora es pecado decir culo, pilila y Plácido... Bueno, de ese Centre: Max
Hochmuth, Joel Williams, Aida Gimeno y Evgeniya Khomutova.
Vuelvo a insistir
en que, más allá de la calidad individual mayor o menor de las voces de los
solistas que suben al escenario en esta producción, debe defenderse de todos y
cada uno de ellos su entrega escénica y el desempeño actoral ofrecido ante el
exhaustivo trabajo requerido por Michieletto, consiguiendo que el
conjunto de la propuesta funcione perfectamente en el apartado teatral.
No quiero
finalizar el repaso por los artistas participantes en esta multitudinaria
producción sin felicitar al personal de casting y de maquillaje y peluquería de
Les Arts por la elección y caracterización de los figurantes que representan a
los personajes de los cuadros de la galería que cobran vida en diversos
momentos de la obra. Igualmente, hay que aplaudir a las tres bailarinas, Marta
Gómez, Aycha Naffaa y Carla Ortiz, por su fascinante intervención,
caracterizadas como tres esculturas que también cobrarán vida, acompañando ese
bellísimo momento musical y escénico con Corinna
fuera de escena cantando Arpa gentil, che
fida.
Para ser un
martes la sala principal de Les Arts se encontraba bastante llena, volviéndose
a ver a bastante gente joven junto al tradicional público
del abono, algo que me parece enormemente positivo y que espero que se
consolide y siga en aumento en las próximas temporadas. Sé que se está
trabajando especialmente en ello desde la dirección del teatro, con numerosas
iniciativas que sólo pueden ser bienvenidas. Me han contado que el día del estreno volvió a
hacer acto de presencia el president de la Generalitat, Ximo Puig, una
persona que, hasta hace poco, apenas se prodigaba en este tipo de eventos; por
lo que, considerando que ya estuvo recientemente en Elektra y teniendo en cuenta que el pasado sábado hacía un fuerte
viento que hacía que se volasen las ideas y lo que está por encima de ellas, su
asistencia es muy de agradecer.
El comportamiento
del respetable no fue especialmente caluroso y apenas se aplaudieron algunas
intervenciones durante la representación. Algún móvil especialmente programado
para la ocasión, intuyo, fastidió el inicio de la intervención del arpa en Arpa gentil, che fida, y otro el
concertante a capela. No faltaron tampoco los habituales tosedores ruidosos,
aunque en esta ocasión se encontraron, vaya usted a saber por qué, con que sus
vecinos de butaca no les miraban con disgusto, sino con cara de terror. Al
final sí hubo generosas ovaciones para todo el elenco, incrementadas
notablemente con la salida de Mariangela Sicilia. Si por algo siento no
haber estado el día del estreno es para haber braveado fuertemente el trabajo
de Michieletto en la persona de Eleanora Gravagnola, asistente de
la dirección de escena y responsable de esta reposición, junto al resto de su equipo
técnico.
Hasta aquí mi
crónica retrasada de este peculiar viaje a Reims que nos proponen Rossini
y Michieletto. Aunque haya
opiniones contrapuestas creo que lo mejor es ir y juzgar por uno mismo. Pienso
que sólo por la bellísima y original puesta en escena vale la pena, y hay
todavía muchas entradas disponibles. Y recordad que el mismo día de la función
hay un 35% de descuento para compras realizadas 2 horas antes del inicio de
lunes a viernes, y 1 hora los sábados, domingos y festivos.
Otro día ya, si
acaso, hablaremos de Plácido Domingo… o no, porque realmente poco tengo
que añadir a lo que he venido diciendo siempre. Lo único que confieso que no
entiendo es a aquellos que en verano, sin venir mucho a cuento, les faltó
tiempo para erigirse en los máximos defensores de la honorabilidad del cantante
y en distinguir su faceta personal de la profesional, y que ahora, cuando Domingo
dice que pide perdón por si alguien se sintió mal debido a su conducta, también
han querido ser los primeros en apostatar de su dominguismo, condenarle
públicamente sin juicio previo y vetarle y retirar todo vestigio de cualquier
relación anterior con una de las principales personalidades de la historia de
la ópera. Semos asín…