Una fiesta local que cae en viernes y Jonas Kaufmann en París cantando “Werther” de Massenet, eran dos circunstancias que, coincidiendo en el tiempo, resultaban demasiado tentadoras como para dejar pasar la ocasión, así que el pasado día 23 acudí a la Ópera de la Bastilla para asistir por primera vez a escuchar en directo al tenor alemán.
La producción presentada cuenta con la dirección artística del director de cine francés Benoit Jacquot, quien ha debutado en París con esta producción que ya estrenara en el Royal Opera House de Londres en 2004. Se trata de una puesta en escena de corte clásico, donde la acción se desarrolla en la época original del libreto y que aporta poca innovación conceptual, pese a que estéticamente es enormemente atractiva. No se trata de una propuesta recargada ni ampulosa, consiguiendo su objetivo dramático con simplicidad, al tiempo que alcanza algunos momentos de enorme belleza visual que me hicieron recordar la obra pictórica del danés Vilhelm Hammershøi.
La iluminación de Charles Edwards y André Diot es pieza clave del montaje y, aunque en algún momento resultó un tanto efectista (como en la súbita inundación lumínica que acompañó la invocación de Werther “et toi, soleil, viens m'inonder de tes rayons!”), consiguió impregnar la obra del tono adecuado, especialmente en los dos últimos actos. La escenografía de Edwards es sobria, apenas con los elementos imprescindibles para enmarcar la trama, pero sumamente eficaz, dejando grandes espacios libres que potencian el protagonismo de los cantantes y hace que en ellos se concentre toda la atención.
La procedencia cinematográfica de Jacquot se deja traslucir en una cuidadísima dirección de los movimientos de los actores y un acertado uso de los espacios. Muy llamativa resulta la escena final donde, tras escucharse el disparo suicida del protagonista, vemos a éste al fondo del escenario en su habitación, la cual se va acercando lentamente hasta quedar situada sobre la boca del escenario, en una curiosa simulación teatral de un travelling cinematográfico.
La dirección musical corrió a cargo del francés Michel Plasson, un experto en el repertorio operístico galo, quien tiene en su haber una magnífica grabación de “Werther” en 1979, que considero de absoluta referencia, con la Orquesta Filarmónica de Londres y Alfredo Kraus en el papel protagonista. Plasson comenzó acusando una cierta morosidad, con algún problema incluso de sincronización entre el foso y los cantantes, pero enseguida el veterano director, pese a moverse en tiempos lentos, encontró el pulso de la obra y ofreció una lectura muy interesante, en la que potenció la faceta más melancólica y fatalista, con algunos detalles espléndidos, como el extraordinario preludio del IV acto y, en general, la hondura y fuerza expresiva que consiguió imprimir a la partitura, especialmente en los dos últimos actos.
La Orquesta de la Ópera Nacional de Paris funcionó a la perfección, logrando unas sonoridades precisas y depuradas, con ocasión para el lucimiento de los solistas de saxo y cello (¡magníficos los cellos!). Reconozco que, desde que la Orquesta titular de Les Arts nos tiene tan “mal” acostumbrados, son pocas las agrupaciones que consiguen sorprendernos, pero en este caso he de admitir que los parisinos tuvieron un óptimo rendimiento.
Jonas Kaufmann era el protagonista indiscutible del evento. Yo acudí con cierta prevención a mi primer encuentro con el tenor alemán, recelando un tanto de su adecuación a un personaje que siempre he identificado con voces de timbre más luminoso. Pero, tras escuchar a Kaufmann, sólo puedo decir que quizás su creación se parezca poco a otras precedentes, pero desde luego demostró que él es Werther.
Kaufmann hizo gala de sus mejores virtudes, entre las que sobresale su infinito abanico de matices con que maneja su voz oscura y abaritonada, consiguiendo transmitir toda la carga emocional del atormentado personaje, desde la desbordada pasión amorosa al dolor y desesperación de su renuncia, a base de expresividad vocal y exquisitas modulaciones, y no con desgarros veristas, sin que su exquisita línea de canto se resienta en ningún momento, acompañando todo eso, además, con su imponente presencia escénica y sus inmensas dotes como actor. Su primera intervención fue una extraordinaria “O nature, pleine de grâce” que ya apuntaba por dónde iba a ir la cosa. Rotundo y conmovedor el “Un autre est son époux!” del acto II. El “Lorsque l’enfant revient d’un voyage”, excelso. Y profundamente arrebatadora la pasión con que cantó su dúo del acto tercero, finalizando en un beso que casi asfixia a la Koch. Estuvo maravilloso en todas sus intervenciones, implicado en su papel desde el comienzo, con toda la intensidad y sensibilidad que es capaz de ofrecer Kaufmann en un escenario, demostrando en todo momento la inteligencia musical y dramática que le han llevado a estar situado en lo más alto del escalafón actual.
Cuando un cantante hace creíble los, muchas veces increíbles, personajes que interpreta, y consigue transmitir con su voz todas las emociones que viven esos personajes, entonces todo lo secundario deja de tener importancia, porque la magia de la ópera ha hecho acto de presencia.
Sophie Koch fue una magnífica Charlotte. Su voz, de centro bello y ancho con sobrado volumen, se movió en la zona aguda con incisiva autoridad. Quizás le faltase un punto de redondez en los graves, pero su dicción perfecta, excelsa musicalidad y derroche de expresividad, compensaron con creces cualquier carencia.
Ludovic Tézier, como Albert, conquistó al auditorio con su voz tersa y bien colocada, belleza tímbrica, homogeneidad de registros y perfección y control de la emisión.
La Sophie que compuso Anne Catherine Gillet, fue todo un descubrimiento para mí. La joven soprano belga asumió el rol con total desparpajo y madurez estilística, en una soberbia interpretación dramática y vocal, mostrando una voz limpia, con estrecho y agradable vibrato, muy segura en los agudos, que adornó con unas portentosas matizaciones, consiguiendo transmitir toda la dulzura e inocencia del personaje. Pude conversar brevemente con ella a la salida y estaba francamente emocionada por el éxito cosechado.
Muy notable fue también la actuación de Alain Vernhes como Le Bailli. Y más que correctos estuvieron Andreas Jäggi, como Schmidt, y Christian Tréguier como Johann.
Dentro del buen tono general hay que destacar también el coro de niños de la Ópera Nacional de París, tanto por sus voces, como por su desenvoltura escénica.
El público, que abarrotaba la inmensa sala de la Opera de la Bastilla, estuvo correctísimo en todo momento, y se agradeció que las toses y ruiditos de rigor no hiciesen ostensible acto de presencia rompiendo la magia de la noche. Para ser sincero, sí que un momento se escucho brevemente y a lo lejos el maldito ni no ni no - ni no ni no ni de la sintonía de Nokia, pero fue la excepción en un recinto que acogía a casi 3.000 espectadores.
De hecho, ni siquiera los aplausos interrumpieron ni una sola vez la representación, pese a que motivos hubo, y sobrados, para haberse dejado llevar por la emoción. Lejos de ser un indicio de frialdad o descontento con el espectáculo, lo interpreté como respeto ante la magnífica construcción musical que se estaba llevando a cabo entre el foso y el escenario, pues al acabar cada uno de los actos la explosión de aplausos y bravos era atronadora, y por supuesto al finalizar la función se desató la locura, sobre todo, con la salida de Herr Kaufmann, que cosechó una de las mayores cataratas de bravos que yo he escuchado.
Una fantástica experiencia este “Werther” de Kaufmann que podrá seguirse hoy, martes 26 de enero, gratuitamente por internet a partir de las 20.30 horas en las webs de Arte , Medici.tv y de la Ópera Nacional de París. Os aconsejo que no os lo perdáis.
La producción presentada cuenta con la dirección artística del director de cine francés Benoit Jacquot, quien ha debutado en París con esta producción que ya estrenara en el Royal Opera House de Londres en 2004. Se trata de una puesta en escena de corte clásico, donde la acción se desarrolla en la época original del libreto y que aporta poca innovación conceptual, pese a que estéticamente es enormemente atractiva. No se trata de una propuesta recargada ni ampulosa, consiguiendo su objetivo dramático con simplicidad, al tiempo que alcanza algunos momentos de enorme belleza visual que me hicieron recordar la obra pictórica del danés Vilhelm Hammershøi.
La iluminación de Charles Edwards y André Diot es pieza clave del montaje y, aunque en algún momento resultó un tanto efectista (como en la súbita inundación lumínica que acompañó la invocación de Werther “et toi, soleil, viens m'inonder de tes rayons!”), consiguió impregnar la obra del tono adecuado, especialmente en los dos últimos actos. La escenografía de Edwards es sobria, apenas con los elementos imprescindibles para enmarcar la trama, pero sumamente eficaz, dejando grandes espacios libres que potencian el protagonismo de los cantantes y hace que en ellos se concentre toda la atención.
La procedencia cinematográfica de Jacquot se deja traslucir en una cuidadísima dirección de los movimientos de los actores y un acertado uso de los espacios. Muy llamativa resulta la escena final donde, tras escucharse el disparo suicida del protagonista, vemos a éste al fondo del escenario en su habitación, la cual se va acercando lentamente hasta quedar situada sobre la boca del escenario, en una curiosa simulación teatral de un travelling cinematográfico.
La dirección musical corrió a cargo del francés Michel Plasson, un experto en el repertorio operístico galo, quien tiene en su haber una magnífica grabación de “Werther” en 1979, que considero de absoluta referencia, con la Orquesta Filarmónica de Londres y Alfredo Kraus en el papel protagonista. Plasson comenzó acusando una cierta morosidad, con algún problema incluso de sincronización entre el foso y los cantantes, pero enseguida el veterano director, pese a moverse en tiempos lentos, encontró el pulso de la obra y ofreció una lectura muy interesante, en la que potenció la faceta más melancólica y fatalista, con algunos detalles espléndidos, como el extraordinario preludio del IV acto y, en general, la hondura y fuerza expresiva que consiguió imprimir a la partitura, especialmente en los dos últimos actos.
La Orquesta de la Ópera Nacional de Paris funcionó a la perfección, logrando unas sonoridades precisas y depuradas, con ocasión para el lucimiento de los solistas de saxo y cello (¡magníficos los cellos!). Reconozco que, desde que la Orquesta titular de Les Arts nos tiene tan “mal” acostumbrados, son pocas las agrupaciones que consiguen sorprendernos, pero en este caso he de admitir que los parisinos tuvieron un óptimo rendimiento.
Jonas Kaufmann era el protagonista indiscutible del evento. Yo acudí con cierta prevención a mi primer encuentro con el tenor alemán, recelando un tanto de su adecuación a un personaje que siempre he identificado con voces de timbre más luminoso. Pero, tras escuchar a Kaufmann, sólo puedo decir que quizás su creación se parezca poco a otras precedentes, pero desde luego demostró que él es Werther.
Kaufmann hizo gala de sus mejores virtudes, entre las que sobresale su infinito abanico de matices con que maneja su voz oscura y abaritonada, consiguiendo transmitir toda la carga emocional del atormentado personaje, desde la desbordada pasión amorosa al dolor y desesperación de su renuncia, a base de expresividad vocal y exquisitas modulaciones, y no con desgarros veristas, sin que su exquisita línea de canto se resienta en ningún momento, acompañando todo eso, además, con su imponente presencia escénica y sus inmensas dotes como actor. Su primera intervención fue una extraordinaria “O nature, pleine de grâce” que ya apuntaba por dónde iba a ir la cosa. Rotundo y conmovedor el “Un autre est son époux!” del acto II. El “Lorsque l’enfant revient d’un voyage”, excelso. Y profundamente arrebatadora la pasión con que cantó su dúo del acto tercero, finalizando en un beso que casi asfixia a la Koch. Estuvo maravilloso en todas sus intervenciones, implicado en su papel desde el comienzo, con toda la intensidad y sensibilidad que es capaz de ofrecer Kaufmann en un escenario, demostrando en todo momento la inteligencia musical y dramática que le han llevado a estar situado en lo más alto del escalafón actual.
Cuando un cantante hace creíble los, muchas veces increíbles, personajes que interpreta, y consigue transmitir con su voz todas las emociones que viven esos personajes, entonces todo lo secundario deja de tener importancia, porque la magia de la ópera ha hecho acto de presencia.
Sophie Koch fue una magnífica Charlotte. Su voz, de centro bello y ancho con sobrado volumen, se movió en la zona aguda con incisiva autoridad. Quizás le faltase un punto de redondez en los graves, pero su dicción perfecta, excelsa musicalidad y derroche de expresividad, compensaron con creces cualquier carencia.
Ludovic Tézier, como Albert, conquistó al auditorio con su voz tersa y bien colocada, belleza tímbrica, homogeneidad de registros y perfección y control de la emisión.
La Sophie que compuso Anne Catherine Gillet, fue todo un descubrimiento para mí. La joven soprano belga asumió el rol con total desparpajo y madurez estilística, en una soberbia interpretación dramática y vocal, mostrando una voz limpia, con estrecho y agradable vibrato, muy segura en los agudos, que adornó con unas portentosas matizaciones, consiguiendo transmitir toda la dulzura e inocencia del personaje. Pude conversar brevemente con ella a la salida y estaba francamente emocionada por el éxito cosechado.
Muy notable fue también la actuación de Alain Vernhes como Le Bailli. Y más que correctos estuvieron Andreas Jäggi, como Schmidt, y Christian Tréguier como Johann.
Dentro del buen tono general hay que destacar también el coro de niños de la Ópera Nacional de París, tanto por sus voces, como por su desenvoltura escénica.
El público, que abarrotaba la inmensa sala de la Opera de la Bastilla, estuvo correctísimo en todo momento, y se agradeció que las toses y ruiditos de rigor no hiciesen ostensible acto de presencia rompiendo la magia de la noche. Para ser sincero, sí que un momento se escucho brevemente y a lo lejos el maldito ni no ni no - ni no ni no ni de la sintonía de Nokia, pero fue la excepción en un recinto que acogía a casi 3.000 espectadores.
De hecho, ni siquiera los aplausos interrumpieron ni una sola vez la representación, pese a que motivos hubo, y sobrados, para haberse dejado llevar por la emoción. Lejos de ser un indicio de frialdad o descontento con el espectáculo, lo interpreté como respeto ante la magnífica construcción musical que se estaba llevando a cabo entre el foso y el escenario, pues al acabar cada uno de los actos la explosión de aplausos y bravos era atronadora, y por supuesto al finalizar la función se desató la locura, sobre todo, con la salida de Herr Kaufmann, que cosechó una de las mayores cataratas de bravos que yo he escuchado.
Una fantástica experiencia este “Werther” de Kaufmann que podrá seguirse hoy, martes 26 de enero, gratuitamente por internet a partir de las 20.30 horas en las webs de Arte , Medici.tv y de la Ópera Nacional de París. Os aconsejo que no os lo perdáis.