Ayer se estrenó en el Palau de les Arts el ballet El lago de los cisnes, de Tchaikovski, la ración anual de danzarines que nos embuten sin derecho a rechistar a los simples aficionados al género operístico que, ignorantes de nosotros, decidimos fidelizar nuestra presencia en Les Arts mediante la compra de un abono de ópera y siempre nos lo encontramos adornado con espectáculos de danza y conciertos sinfónicos, no necesariamente deseados, a modo de impuesto revolucionario. Ya sé que esto no es algo que ocurra sólo en nuestro teatro, pero eso no quita para que me siga pareciendo un agravio injustificado tanto para los amantes de la ópera como para los del ballet.
Al igual que ocurre cada año con los espectáculos de danza que salen a la venta, este Lago de los cisnes ha agotado rápidamente todas las localidades de las seis funciones que se ofrecen. Me consta que ha habido muchas personas amantes de los tutús saltarines que se han quedado sin entrada, entre otras cosas porque se ha colocado este ballet en 5 de los 7 turnos de abono operístico, reduciendo así notablemente el aforo disponible para la venta libre y “condenando” al abonado a chuparse el ballet con ganas o sin ellas. Me parece absurdo.
Creo que si se dejasen las funciones de ballet para la venta libre se llenarían igualmente con toda seguridad, pero sólo por personas amantes de ese tipo de espectáculo. Incluso pienso que, dentro de esa política que se quiere implantar, con buen criterio, de dar más uso a las salas y a la orquesta, podría incluso plantearse la posibilidad de ofrecer un abono anual independiente de ballet. Parece que ahora se dé por sentado que si te gusta la ópera te ha de gustar el ballet, lo cual no es cierto. El mío no es un caso aislado, conozco a un buen número de abonados de Les Arts a los que, como a mí, les apasiona la ópera y el ballet nos aburre soberanamente; al igual que me consta que hay muchos aficionados a la danza o a los conciertos sinfónicos que no soportan a los obesos gritones de la ópera. Ya sé que es una guerra que tengo perdida, pero como soy un cansino lo seguiré repitiendo.
Dicho esto, he de admitir que anoche ha sido el día que menos me he aburrido en una sesión danzarina desde aquellas funciones en 2009 de Pajáro de fuego y Schéhérazade con la compañía del Mariinski, Gergiev y con Carlos Acosta como artista invitado. La producción del Lago de los cisnes estrenada ayer es del Teatro Estatal de Ópera y Ballet de Astaná (capital de Kazajistán). Y claro, desde mi absoluta ignorancia, me planteo si realmente es preciso traer a una compañía kazaja para ofrecer la dosis anual de ballet, cuando tampoco me pareció que fueran la repanocha… Insisto en que soy un primate ignorante en temas de baile y, como ya he dicho otras veces, no lo manifiesto haciendo ostentación de ello, sino reconociendo mi carencia. Me encantaría entender y disfrutar con el ballet como lo hago con la ópera, pero por más que lo intento no hay manera.
Precisamente es mi lamentable ignorancia la que me lleva a obviar cualquier crítica o crónica seria de lo sucedido anoche sobre el escenario de Les Arts. Únicamente diría que me llamaron mucho la atención las intervenciones de Madina Basbayeba, en sus papeles de Odette y Odile, y de Serik Nakyspekov como Bufón. La primera, con una inusitada capacidad para mantener el equilibrio y tragarse el vómito sin que se note, porque a mí que no me digan que después de ponerse a girar en puntas por todo el escenario como una peonza en una centrifugadora, cualquier ser humano se derrumbaría con cara de lelo y echaría la pota. Y el segundo, por lograr conservar la sonrisa puesta pese al chile habanero que debía tener introducido en el ojete y que sería la única explicación razonable a los desaforados saltos que pegaba con despatarre muslar completo rozando el desgarre escrotal. Más flojo me pareció un príncipe Sigfrid patilargo, culiestrecho y un tanto sosainas. Una pobre chica del conjunto de cisnes, en una de esas bobadas de: ahora salto, me espatarro y caigo en un solo pie; perdió el equilibrio y se estampó contra el suelo, dejándonos ver que efectivamente eran seres humanos kazajos y no un holograma de realidad virtual lo que se movía en escena.
Después de haber asistido al estreno de temporada con una Flauta mágica provocadora y transgresora, ayer pasamos al extremo opuesto con una puesta en escena de un clasicismo irreprochable: donde se decía palacio aparecía un palacio, el lago era un lago y los cisnes, cisnes; allí ellas con sus tutús impolutos y ellos con sus nalgas prietas y paquetes marcadores. Pero hay que reconocer que visualmente la cosa funcionó estupendamente y se acoplaba como un guante a la música de Tchaikovski. Música de una obra a la que, francamente, yo diría que le sobra bastante paja, con perdón. Todos esos bailes regionales y momentos de lucimiento danzarín que trufan la partitura, alargan absurdamente la duración de la función y provocan los saluditos de sus protagonistas en cada chimpún, a lo que le sigue los esperados aplausos del público, todo lo que a su vez provoca que se demore aún más el fin del espectáculo. Ayer entramos a las 19 horas y salimos cerca de las 22… Casi tres horas de piruetas y saltitos… y sin que diga que me aburrí… quién me ha visto y quién me ve…
De todas formas, si he decidido hacer esta pequeña reseña de la función y si algo contribuyó a hacerme pasar una buena velada fue la preciosa música de Tchaikovski en manos de una Orquestra de la Comunitat Valenciana que merece público reconocimiento y mi más encendido elogio, ya que sonó ayer maravillosamente, como en los mejores momentos. Se colocó a su frente en el foso el kazajo Arman Urazgaliyev, con una técnica gestual un tanto marionetil (brazos arriba y abajo de forma mecánica como si le tirasen de unos hilos), pero con unos resultados estupendos. Es verdad que hubo algunos pasajes algo toscos y de volumen exagerado, pero en general se obtuvo un sonido bellísimo y homogéneo con unas intervenciones solistas que volvieron a poner de manifiesto el enorme nivel de los atriles de nuestra orquesta. Absolutamente mágico se elevó anoche nuevamente el oboe de Christopher Bouwman y magníficas fueron igualmente las apariciones de arpa, violín, chelos, trompeta, flautas o clarinete.
La sala estaba prácticamente llena, con mucha gente joven y más que joven y un público distinto al habitual que aplaudió todo lo aplaudible. Pero si algo se comentaba especialmente anoche a la salida era el gran rendimiento de la orquesta y lo bien que había sonado, lo cual tiene mucho más mérito si lo enmarcamos en la situación de incertidumbre que, desgraciadamente, se sigue viviendo en este teatro año tras año.
Estos últimos días hemos asistido a un capítulo más del sainete de Les Arts que, estoy convencido, acabará siendo argumento de una teleserie. El pasado 5 de diciembre, tras la dimisión de Francisco Potenciano como Director General, se anunciaba a bombo y platillo desde la Conselleria de Cultura el nombramiento de la funcionaria castellonense Inmaculada Pla como su sustituta, recalcando su idoneidad para el cargo por su trayectoria y experiencia en la Administración Pública. Apenas 13 días después, coincidiendo con el Día de los Inocentes, se hacía pública la renuncia de Inmaculada Pla, La Breve, por “razones personales” y se anuncia ahora a José Carlos Monforte como tercer Director General de la casa en el plazo de un año.
Pero si hay algo que realmente no entiendo en todo este trajín son las prisas con las que se está actuando desde la Conselleria de Cultura y desde el propio Patronato de Les Arts para estos nombramientos a la carrera, cuando, recordemos, en verano se nombró un director artístico que todavía no se ha incorporado de hecho a su despacho.
Mientras tanto, el Comité de Empresa del Palau de les Arts ha hecho pública una nota de prensa en la que denuncia la “incompetente gestión del coliseo” y “la falta de dirección y rumbo”; mientras que los representantes de la orquesta en el Comité se han desligado de dicha crítica y han defendido la gestión actual por entender que “se están sentando las bases para un futuro estable desde el punto de vista organizativo y de excelencia artística para el futuro del Palau de Les Arts".
Personalmente tengo bastante confianza en que la situación se enderece y pienso sinceramente que el rumbo marcado es el correcto, aunque es innegable que en el caso de los nombramientos de la Dirección General se ha actuado de forma precipitada y poco comprensible. Esperemos que con la incorporación a partir de enero de Jesús Iglesias como Director Artístico se pueda controlar definitivamente la situación, se vaya perfilando la programación futura y empiecen a solucionarse los muchos temas que todavía están pendientes antes de que sea demasiado tarde.
Y ahora toca esperar hasta febrero a que vuelva la ópera a València. Una práctica que puso de moda Livermore, la de dejar el mes de enero incomprensiblemente en blanco, y que este año se ha repetido. Confiemos en que eso también cambie.
Mientras tanto, llegados a estas fechas, os deseo a todos muy feliz año y mucha música.
El sábado tuvo lugar el esperado inicio de la temporada operística 2018-2019 en el Palau de les Arts. Tras las decepcionantes funciones de la Turandot de pretemporada, los aficionados esperaban con ilusión la inauguración oficial del ejercicio lírico valenciano. Una inauguración que además contaba con todos los ingredientes para que se confiase en poder disfrutar de una intensa velada: una joya de la producción operística como es La Flauta Mágica, de W.A. Mozart; una sala con todo el papel vendido y abundante presencia de gente joven; e incluso una nutrida representación institucional, encabezada por el máximo responsable del Ministerio de Cultura (una institución lamentablemente demasiado ausente hasta ahora de nuestro teatro), la directora del INAEM, el conseller de Cultura, la consellera de Justicia y el President de la Generalitat, entre otros.
Bueno, pues desde luego intensa fue la velada, pero para mal… Intensamente decepcionante y por momentos, al menos para quien esto escribe, indignante. El gatillazo del Palau de les Arts en su estreno de temporada ha sido memorable y el principal culpable de ello es el señor Graham Vick, reputado y reconocido director escénico del que en Les Arts hemos visto algún trabajo muy digno, como su Lucia di Lammermoor, pero que en esta ocasión nos ha presentado una mamarrachada monumental y pretenciosa, con menos sentido que un discurso de Antonio Ozores y, lo peor de todo, que se convierte en única protagonista del espectáculo, avasallando el componente musical y mancillando sin recato una obra maestra mozartiana.
Sé que con esta crónica me granjearé (nunca mejor dicho ante tanto pollo) las críticas de aquellos a los que la función les encantó, que también los hubo; así como la incomprensión de quienes piensen que se trata del eterno debate entre puestas en escena clásicas o innovadoras, que no es el caso, o que es la típica reacción de los viejos abonados conservadores, elitistas y estirados, reticentes ante cualquier cosa que huela a renovación. No es así. Ni me considero elitista, ni menos aún conservador, ni me parece mal la renovación. Quienes me seguís sabéis que no me molestan en absoluto las puestas en escena transgresoras. Recientemente, por ejemplo, no me cansé de elogiar la dirección de Michieletto en una propuesta tan particular como la presentada en junio para La damnation de Faust. Así que si hoy alguien no comparte mis impresiones, lo siento; pero si no dijese lo que realmente pienso, este blog dejaría de tener el poco sentido que le pueda quedar.
El problema de la producción elegida para inaugurar la temporada en Les Arts no es su transposición espacio temporal, ni que se pase la historia del libreto por la intermuslar, ni que disfrace de mamarrachos a los cantantes, ni que rompa la cuarta pared y utilice todo el recinto de la sala principal para ambientar su historia, ni que llene el escenario de actores no profesionales, incluso ni que el discurso que transmita sea una imbecilidad propia de primer curso de Podemita. Lo criticable reside en que todo eso, más las ocurrencias con las que lo aliña, acaban por afectar muy negativamente a lo realmente importante en una ópera, a su columna vertebral que es la vertiente musical.
Antes de nada quiero advertir que si alguien va a ir a ver esta ópera y quiere dejarse sorprender por la producción, mejor que no siga leyendo porque voy a desvelar muchas de sus idioteces (o hacer spoiler que dicen ahora los yeyés).
Cuando se anunció en prensa que Les Arts iba a hacer una selección de 70 personas no profesionales para intervenir como figurantes en esta producción y subir al escenario de manera altruista, por un momento se me pasó por la cabeza la idea de presentarme y entiendo perfectamente que le hiciese ilusión a mucha gente. Inmediatamente deseché la opción de hacerlo, no por temor a la crítica de Justo Romero cuando viera lo mal que actúo, sino porque, sin poner en duda que en el fondo la intención de la convocatoria pudiera ser bienintencionada y realmente pretendiera acercar el mundo de la ópera a los ciudadanos mediante la participación del pueblo en una ópera popular, me parecía una falta de respeto a un colectivo profesional ya bastante maltratado como el de los actores, bailarines y demás personal habitual de figuración. Con ello no quiero criticar en absoluto a las personas que han participado y que han dado lo mejor de sí en esta producción por mero amor al arte, pero sí cuestiono la ocurrencia de Vick y sobre todo sus resultados.
El señor Vick no se ha limitado a llenar de figurantes el escenario y los pasillos de la platea y a que aquéllos interpreten sus papeles de “gente de la calle” (inmigrantes, ancianos, manguis, mendigos…), sino que además les hace hablar. Sí, amiguitos, el señor director de escena ha decidido, por sus santos atributos masculinos, que había que añadir texto al libreto de Schikaneder por si algunas cosas no quedaban claras para los espectadores tontitos y, sobre todo, para procurar suavizar algunos mensajes del texto machistas o racistas, en una búsqueda absurda de dar una lectura políticamente correcta, según los imbéciles parámetros del siglo XXI, de un texto del siglo XVIII. Intuyo que lo que Vick pretende es que ese colectivo no profesional represente y dé voz al pueblo, a modo de coro griego, advirtiendo a los personajes de las posibles consecuencias de sus acciones o reprochándoles su conducta.
La majadería es mastodóntica en sí misma, pero lo peor es que además esas frases las encomienda a estos actores no profesionales, resintiéndose la acción dramática de forma crítica, ya que muchos de ellos demostraron no estar a nivel de poder debutar ni en la función de Navidad de 2º de Primaria. Reconozco su esfuerzo y valoro su ilusión, pero el resultado es malo, sin paliativos. Me hubiera parecido estupendo que hubieran hecho funciones especiales con participación de estos actores gratuitos no profesionales y, ya puestos, con entrada general gratis para que el pueblo pueda disfrutar de la ópera como quiere Vick; pero no tiene perdón de Osiris que, cuando se ha pagado 135 castañas por una entrada de ópera, te la destrocen con una mala función de cole entre medias.
Por supuesto la intervención de los actores gratuitos no profesionales se hace en castellano, con lo que en muchas ocasiones asistimos a la charlotesca situación de diálogos entre figurantes y cantantes en castellano y alemán, respectivamente. No pude evitar acordarme de aquellos tiempos en que en televisión tenían la mala costumbre de no subtitular las canciones de las películas musicales, así que, cuando en medio de una canción en inglés alguno de los actores hablaba, lo hacía doblado al castellano sin que supieras a santo de qué venía aquello. Recuerdo en Guys and Dolls (Ellos y Ellas) cantando guachigüeriguachigüeriguachigua y de pronto decía Marlon Brando “¿química?”. Pues algo así pasaba ayer. Pumpfenbafffenbafftempenf y decía uno: “grilletes”… Patético. De risa, si no fuera porque es una función de inauguración de temporada de un teatro de ópera que pretende ser de primer nivel y con entradas a precio de temporada oficial.
No sólo a los actores gratuitos les hacen hablar en castellano, también a algunos cantantes e incluso en un instante concreto a los músicos de la orquesta. Todo muy guay, muy divertido, muy popular… pero alargando innecesariamente la duración de la función y cargándose la obra de Mozart en canal. Y, como me dijo alguien en el intermedio, convirtiendo La flauta mágica en Los perriflautis mágicos.
Las ocurrencias escénicas de Vickspraynasal atacan por todos los flancos la línea de flotación de la ópera, disturbando la escucha de música y voces de otras mil maneras aparte de lo comentado. Para empezar nos encontramos ante una labor escénica extraordinariamente ruidosa y molesta. La salida de la serpiente-excavadora con unas luces deslumbrantes y su posterior explosión, las varias mascletás de fondo, los correteos y destemplados gritos de la masa de figurantes, las reubicaciones escenográficas con operarios de por medio... y, como colofón, la disparatada caída de la escenografía como fichas de dominó en mitad del maravilloso coro final. Por otra parte, se ha colocado una pasarela rodeando el foso de la orquesta por el que los cantantes pululan durante la obra y cantan por delante del conjunto orquestal y fuera de la caja escénica, con los perversos resultados acústicos que eso conlleva; como también ocurre en las innumerables ocasiones en que los solistas salen por el patio de butacas o cuando se sitúa al coro en los pasillos de platea alta. Además, esa pasarela cierra el foso de la orquesta por su parte delantera, normalmente abierta, menguando notablemente el volumen de la música. Posiblemente ayer fuera una de las pocas funciones de la historia de Les Arts donde no creo que nadie pueda decir que la orquesta tapaba a las voces, casi ocurrió lo contrario y no estamos hablando de solistas de especial volumen.
La permanente salida de cantantes y personajes por distintos puntos de la sala es otro elemento que distrae al espectador de lo esencial y le incomoda sobremanera, ya que si estas ubicado en las zonas laterales del teatro no ves elementos de la acción que discurren debajo de ti y si estás situado en la primera mitad de la platea y no sabes alemán, si quieres saber lo que están cantando tienes que estar girando el cogote para ver al cantante, te fracturas las cervicales volviendo a buscar la pantalla de subtítulos y acabas con la cabeza como la niña del exorcista. Por cierto, ayer como novedad nos encontramos con una pantalla de sobretítulos sobre el escenario que ofrece la traducción al valenciano de los textos. Intuyo que esto no será cosa de Vick sino de los nuevos gestores, aunque no entiendo muy bien por qué después de haberse gastado el teatro una pasta en las pantallas individuales, tienen que meter ahora este elemento en danza, salvo que sea un guiño de valencianismo hacia los marzalitos.
Todas estas vertientes de la producción que he comentado hacen que el regista se convierta en el centro de la función y único protagonista y, en lugar de ser él quien adapte su puesta en escena a los requerimientos musicales y vocales para respetar, potenciar y engrandecer la obra, supedita la creación musical a sus ocurrencias y la coloca en un segundo plano inaceptable. Eso es lo que justifica mi rechazo y motivó ayer mi abucheo.
Menos importancia tienen para mí otros aspectos de la propuesta de Vick, como la exaltación del feísmo que estéticamente desprende o el tontorrón mensaje que pretende transmitir. Incluso pienso que si se hubiera limitado a dejar la acción en el escenario y hubiera prescindido de los actores gratis, hasta hubiera tenido su gracia la cosa.
El mensajillo politiquero es muy primario. En lugar de los tres pilares del templo nos presidirán toda la acción los edificios del Banco Central Europeo, la Basílica de San Pedro y una tienda Apple, simbolizando, supongo, la tiranía del poder económico, del religioso y del de la informática. Frente a ellos, la masa de actores gratis representa al pueblo desfavorecido que acampa en los laterales del escenario y protesta frente a los poderosos y los niños pijos. La sala principal de Les Arts se la encuentra el espectador al entrar llena de pancartas reivindicativas de todo tipo de cuestiones, desde los desahucios a la corrupción, la violencia machista o las pensiones, y los figurantes se pasean por escena también con mensajes de toda índole.Por supuesto todo ello con una corrección política mayúscula. Cuando se critica a las religiones salen todas representadas, cuando Papageno y Pamina cantan el precioso dúo elogiando el amor de hombre y mujer, los figurantes se encargan de enseñarnos que las parejas pueden ser también de hombre-hombre y mujer-mujer o cuando Sarastro reprende a Monostatos y le dice que tiene el alma tan negra como su piel, los actores gratis le llaman racista y le dicen que la culpa es de la sociedad. Sonrojante y lamentable. Somos adultos y comprendemos que la época en que fue escrita la obra no es esta, no nos vamos a escandalizar por esas cosas. Es más, nos da igual. Lo importante es la música. Y el señor Vick se la carga con desvergüenza.
Que Papageno salga caracterizado de gigantesco pollo cual reclamo comercial de tienda de pollos asados, no me molesta. Peor me parece el cutre aspecto de Tamino con gorra de tontaco del revés, chándal de Casa de la Caridad y mochilica con escudo del Valencia CF; o una Pamina infantil e idiotizada en la primera mitad de la obra. Si tuviera que decir lo que más me convenció de la puesta en escena creo que sería el indiscutible trabajo de dirección de actores que hay detrás de toda esta memez, la primera salida de los tres niños en patinete eléctrico y el ridículo baile final de todo el elenco que, ya en pleno destarifo y desparrame, acaba por tener su gracia… sobre todo porque ya se acaba todo.
Si Carlos Saura no hubiera cometido aquel crimen de lesa humanidad y mayúscula caradura con su impresentable Carmen, Graham Vick estaría sin duda pugnando por la medalla de oro de los mojones escénicos de la historia del Palau de les Arts.
Veo que llevo escrito tanto o más que sobre cualquiera de mis crónicas operísticas habituales y todavía no he dicho una sola palabra sobre la vertiente musical. Lamento haber concedido tanta importancia a una dirección de escena que no merecería ser protagonista más que de una portada de página de sucesos, pero es que el sábado todo lo demás que ocurrió estuvo condicionado por la defecación mental del amigo Vick y, lamentablemente, como ya he dicho, lo musical acabó por quedar en un segundo plano. Así que procuraré ser breve.
La dirección musical corrió a cargo de Lothar Koenigs, quien se ponía por primera vez al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana. Venía con el marchamo de ser un especialista en el repertorio mozartiano y me dejó con un mal sabor de boca. Era complicado destacar ante el cúmulo de cagarrutas escénicas que se desarrollaban, pero la verdad es que la dirección del alemán fue también de una insulsez soberana. Me imagino que viendo aquel desfile de pollos y figurantes gratis por diestra, siniestra, delante y detrás, con ruidos, gritos y todo tipo de inconvenientes, resultara complicado centrarse, pero no hubo ni un solo detalle que desvelase una propuesta medianamente interesante. Lectura plana, fofa, desvaída, sin alma y con importantes caídas de tensión. Mero acompañamiento al servicio de los delirios escénicos. Únicamente puedo decir en su favor la atención que prestaba a marcar las entradas de los cantantes y coro, aunque se le desmandaran en más de una ocasión. Me sorprendió, por lo inhabitual, ver por primera vez en mucho tiempo a un número importante de miembros de la orquesta bostezando. Les comprendo. Ha de destacarse por encima de todo la soberbia labor de Magdalena Martínez a la flauta y del solista de glockenspiel y las intervenciones de Pierre Antoine Escoffier al oboe, Joan Enric Lluna al clarinete o unos estupendos fagots.
Más que solvente, como siempre, el Cor de la Generalitat que, pese a no tener una extensa participación, volvió a dejar constancia de su profesionalidad, asumiendo las idioteces escénicas sin perder la compostura (debe ser muy complicado conservar la dignidad teniendo que cantar disfrazado de gurú pintarrajeado), con unos coros masculinos espléndidos y dejando dos finales de acto vocalmente excelentes. Fue una pena que no aprovecharan el desvarío escénico de Vick para colgar alguna pancarta con sus reivindicaciones.
Hay que lamentar el desastre escénico y la poca relevancia de la dirección musical porque en el apartado vocal el nivel no estuvo nada mal. Tampoco es que fuera la pera, pero al lado de todo lo demás fue lo más destacable.
Me gustó el Tamino de Dmitry Korchak. Comenzó un tanto destemplado en su aria de entrada, Dies Bildnis ist bezaubernd schön, temblón y llegando a desafinar, pero fue yendo a más y, pese a la lamentable pinta con que la dirección escénica le había castigado, tuvo una más que buena actuación. Quizás le falto refinamiento en algunos momentos en que se mostró algo tosco, pero en general cumplió con solidez y potencia en el registro agudo y algunos detalles de buen gusto.
Estupenda también la Pamina que compuso Mariangela Sicilia. La soprano italiana tiene una preciosa voz lírica que adorna regulando con elegancia en los momentos más intimistas con distinción. Me pareció preciosa la resolución de su aria del segundo acto Ach, ich fühl's, es ist verschwunden, y durante toda la función tuvo una entrega escénica magnífica. Aunque si de comportamiento escénico hablamos creo que el premio principal ha de concederse al Papageno del barítono británico Mark Stone. Toda la velada disfrazado de pollo, haciendo mil y una tonterías, incluido el tener que hablar en castellano, y, aun así, manteniendo siempre el nivel vocal sin perder las plumas.
Otra de las triunfadoras de la velada fue la Reina de la Noche de la soprano ucraniana Tetiana Zhuravel. Tuvo un pequeñísimo desliz en una de las notas de su endiablada coloratura, pero fue un mero accidente puntual. Una notable prestación vocal a la que sólo se le podría poner la pega de una cierta frialdad y a la que le faltaba ese puntito de poderío y maldad que debe acompañar al personaje, si bien es cierto que la dirección escénica la pintaba como una de las buenas de la película.
Bien en lo vocal y en lo escénico, paseándose por toda la sala y hablando en castellano las majaderías escritas por Vick, estuvo también el Sarastro de Wilhelm Schwinghammer, aunque le faltase profundidad y rotundidad en los graves.
Cumplidor, como de costumbre, Moisés Marín como Monostatos, así como Vicent Romero y Richard Wiegold como Armados y entregadísimas escénicamente y con una más que aceptable prestación vocal, las Damas del Centre de Perfeccionament, Camila Titinger, Olga Syniakova y Marta Di Stefano. Menos me gustó el Primer Sacerdote de Dejan Vatchkov.
Mención aparte merece la Papagena de Júlia Farrés-Llongueras por su gran labor actoral y la sabiduría escénica con la que solventó la situación cuando se le enganchó una de las mangas de su pollochaqueta. Y estupendos también los tres niños Lucas Tino David Rebato, Kiran Sundip Patel y Dionysios Sevastakis.
La sala principal de Les Arts, pese a tener todas las entradas vendidas, presentaba algunos huecos, no sé si debido al partido de fútbol entre el Real Madrid y el Valencia, a los cortes previstos en la ciudad por el maratón del día siguiente o por gente que vio fotos de lo que se preparaba y prefirió desertar. Aun así se registro una magnífica entrada. Durante la representación se aplaudieron los momentos habituales y nada más apagarse las luces y extinguirse las últimas notas ya se escucharon los primeros abucheos. Una cantidad muy notable de personas abandonó la sala en ese momento, algunos por la mala educación de costumbre y otros como protesta ante lo visto en escena. En los saludos finales hubo aplausos para todos, salvo para la dirección escénica que cosechó un mayoritario abucheo contestado por aplausos por una parte de los espectadores.
Bueno, pues hasta aquí mi crónica de la primera representación de la temporada. Fue una lástima que para una vez que viene el Ministro de Cultura tuviera que tragarse el esperpento de Vick. Nosotros llevamos años esperando que vengan a integrarse en el Patronato de Les Arts y a aportar una asignación presupuestaria justa e igual cuando vuelva a Madrid lo que pide es que pongan barricadas en las vías del AVE para evitar que los pollos y los actores gratis invadan la meseta.
A veces la vida
te sorprende con lo mejor de forma inesperada. Eso me ocurrió a mí la primera
vez que escuché a Carmen Avivar en el Palau de la Música cantar La Traviata. Me dejó absolutamente
conmocionado porque hacía mucho tiempo que no asistía yo a una interpretación
del papel de Violetta Valery tan rica
musicalmente, sentida y emocionante como la que ofreció ella. Desde entonces he procurado no dejar de acudir cada vez que puedo a las escogidas actuaciones que
ofrece como solista esta magnífica soprano valenciana miembro del Cor de la
Generalitat.
Por eso, tras el
decepcionante inicio de pretemporada vivido el pasado miércoles día 17 en Les
Arts, con esa Turandot de gran
producción, cantantes de renombre internacional y muy pobre resultado, de la
que ya os hablé aquí, ayer decidí no perderme la inauguración del ciclo Concerts
a la Fundació de este año, organizado por la Fundación Bancaja con
la colaboración de la Fundación Eutherpe, consistente en un recital
lírico en homenaje a Montserrat Caballé, a cargo de Carmen Avivar
acompañada al piano por Francesc Hervàs. Evento gratuito que, pese a las
inclemencias climatológicas que estamos padeciendo en València, llenó el salón
de actos de la Fundación Bancaja con gente haciendo cola en la puerta
desde más de una hora antes del evento y con las entradas agotadas desde el
miércoles a las pocas horas de comenzar su puesta a disposición del público.
Lo de homenaje a Montserrat Caballé es algo que
da cierto miedito. Parece que desde el fallecimiento de la soprano catalana todo
lo relacionado con el mundo de la lírica tenga que dedicarse a su memoria, con
mayor o menor acierto. Sin ir más lejos, en el ya mencionado estreno de Turandot en Les Arts nos encontramos en
el programa de mano con que esas funciones están dedicadas a la Caballé,
inmortal intérprete de los papeles de Liú
y Turandot. Pero vamos, si la Caballé
hubiera abierto un ojillo y visto lo que allí se estaba fraguando, creo que
hubiera convocado a Las Furias y lo de la gota fría hubiera sido un chiste.
Sin embargo, lo
vivido ayer en la Fundación Bancaja fue un dignísimo homenaje a la
figura de Caballé, recordando algunas de las arias y óperas más
emblemáticas de su carrera; y la voz, la técnica, la expresividad y el amor que
puso en su interpretación Carmen Avivar, honraron la memoria de la
catalana y demostraron al público que llenaba la sala que no era una
exageración lo que dijo en la presentación Álvaro López Jamar, Gerente y
Coordinador General de la Fundación Eutherpe, cuando anunció a la Avivar
como una de las mejores sopranos españolas de la actualidad.
Extraordinario el
recital de principio a fin, con una Carmen Avivar pletórica, entregadísima
y generosa, arriesgando sin miedo y dándolo todo. Podría haberse limitado a
unas cuantas arias poco comprometidas y de fácil aplauso para pasar el trámite
de un concierto gratuito; pero no, ofreció lo mejor de ella misma con una
selección de piezas muy exigentes y complicadas que acabó resolviendo con matrícula
de honor y un éxito apoteósico.
La bellísima voz
lírica de la cantante valenciana enamoró al público desde el primer instante.
Comenzó Carmen Avivar con un recuerdo a La Bohème, aunque no como Mimí,
rol señero de la Caballé, sino con el vals de Musetta que interpretó bajando al patio de butacas y seduciendo al
respetable como manda el papel. Desde ahí hasta el final del concierto la
conexión entre el público y la cantante fue absoluta.
Prosiguió con una
muy exigente "Ebben ne andró
lontana" de La Wally, de Catalani, donde
comenzó ya la exhibición de legato y
de manejo de la respiración presentes toda la noche, con una asombrosa
combinación en este fragmento de fuerza y delicadeza, todo en su justa medida.
Después abordó el “Signore ascolta”
de Turandot con una sensibilidad
mayúscula, como debe ser, con un magnífico control del aire y una sucesión de
filados, medias voces y pianísimos de exquisita factura. No pocos de los
presentes que habíamos acudido dos días antes al estreno de la Turandot de Les Arts nos preguntábamos
cómo era posible que esta mujer esté interviniendo en esas funciones en el coro
y con una brevísima intervención como doncella, en lugar de cómo la mejor Liú que hubiera pisado nuestro teatro. Y
finalizó la primera parte con otra preciosa pagina pucciniana, "Chi’l bel sogno di Doretta" de
La Rondine, un fragmento mucho más
complicado de lo que aparenta y en el que volvió a maravillarnos con su
técnica, su fraseo ligado, unos agudos timbradísimos y esos filados marca Avivar.
Debe reseñarse
también el excelente acompañamiento toda la noche al piano de Francesc
Hervàs, quien además también pudo lucirse en solitario abordando el Intermezzo de Cavalleria Rusticana en la primera parte y el Preludio de La Traviata
en la segunda.
Tras el descanso
otro dificilísimo reto, el “Ave Maria”,
del Otello de Verdi, con Avivar
de nuevo desbordando sensibilidad, jugando con la media voz y los pianísimos y
completamente metida en el papel de esa Desdémona
que sabe que va a morir, emocionándonos sin remisión. Pero eso no era nada para
lo que estaba por venir. En mi opinión lo mejor de la noche fue una memorable “Io son l’umile ancella”, de Adriana Lecouvreur de Cilea.
Inmensa la Avivar, perfecta. Desplegó todos sus recursos canoros para
brindarnos toda una clase de canto, con un fantástico control del fiato y de los recursos expresivos para
enhebrar un delicioso fraseo, con poderío y sentimiento; una explosión de
emoción que a buen seguro hubiera recibido el reconocimiento de las mismas Caballé
u Olivero.
Quiso Carmen
Avivar finalizar el recital a lo grande, abordando el “È strano…Ah, fors'è lui…Sempre libera”de La
Traviata, recorriéndose el pequeño escenario como si fuera el salón de la Valery y mostrando toda su fuerza
interpretativa, resolviendo la coloratura con suficiencia y permitiéndose
finalizar yéndose al esperado Mi bemol no escrito por Verdi. La sala
para entonces ya era un puro delirio, con todo el público en pie enloquecido,
ante lo que ofreció dos bises la cantante: el “Je veux vivre”, del Romeo y
Julieta de Gounod; y el celebérrimo “O mio babbino caro” de Gianni
Schicchi, que cuando fue anunciado provocó unos grititos de aprobación por
parte de unas mujeres de avanzada edad que yo juraría que incluso llegaron al
clímax. Aunque cuando deberían haber llegado fue cuando cerró el concierto Carmen
Avivar marcándose una messa di voce
espectacular.
Ya sabéis que
últimamente no suelo escribir en el blog sobre eventos musicales más allá de
los estrenos de Les Arts, pero en esta ocasión me he sentido en la obligación
de hacerlo. Me parecía casi una traición a lo muchísimo que me hizo disfrutar
ayer Carmen Avivar y al esfuerzo de organización de Álvaro López
Jamar y la Fundación Eutherpe, no dejar hoy al menos una pequeña y
humilde reseña que, a pesar de lo exagerado que suelo ser para lo bueno y lo
malo, lamentablemente no se acerca ni de lejos a expresar las sensaciones
vividas en este magnífico concierto.
Aunque una cosa
sí tengo clara. Si anoche la Caballé, desde allá donde esté, hubiera
escuchado un poquito a Carmen Avivar, seguro, seguro, que se hubiera
sentido agradecida por el homenaje y muy orgullosa de que las lecciones que nos
brindó con su inmenso arte tengan una digna sucesora.
Tras una espera
que siempre se hace demasiado larga, ayer dio comienzo la pretemporada
operística en el Palau de les Arts con el estreno de Turandot. Bueno, lo de estreno es un decir, ya que es la cuarta vez
que se repone en el teatro valenciano esta producción que se ha convertido en
nuestro particular Verano Azul.
Con estas
funciones de pretemporada se reanuda la actividad operística tras el parón
veraniego, aunque todavía tendremos que aguardar hasta el 1 de diciembre para
que dé oficialmente inicio la temporada valenciana 2018-2019. Una temporada de
transición entre la última medio programada por el dimisionario Davide
Livermore y la primera que corra a cargo de Jesús Iglesias Noriega,
el recientemente nombrado nuevo director artístico de Les Arts que se espera
que se incorpore oficialmente a su despacho en el edificio de Calatrava
a partir del mes de enero.
No obstante,
supongo que ya se estará trabajando en el diseño de esa temporada 2019-2020 que
debería anunciarse la próxima primavera y que, por una cuestión obvia de
tiempo, presumo que tampoco podrá responder del todo a los planes del señor Iglesias.
Sí que estaría bien que, lo antes posible, el nuevo director artístico o
quienes le han seleccionado, ofrecieran al menos algún apunte de cuáles pueden ser
las líneas básicas, previsiones y objetivos del proyecto vencedor de Iglesias
Noriega para Les Arts. Y esto no lo pido como espectador, que también, sino
sobre todo de cara al exterior para transmitir que se cuenta con un proyecto serio
de futuro, dando cierta imagen de estabilidad tras los avatares sufridos en los
últimos años.
Como ya he
comentado en ocasiones anteriores, me parece una estupenda idea que se
aproveche la pretemporada para la reposición de títulos populares a precios
irrisorios como forma de atracción de nuevos públicos. Dicho eso, me planteo si
no hay otras muchas producciones que puedan servir a tal fin sin necesidad de
repetir ¡¡por cuarta vez!! esta Turandot.
Es innegable que el éxito de taquilla está garantizado y se ha vendido todo el
papel, pero creo que se puede lograr el mismo resultado con otras obras sin
someter a los espectadores más veteranos a este permanente efecto pepino
repetitivo.
Además, apostar
por la cuarta reposición de esta producción cuenta con el riesgo añadido de que
para los espectadores con mayor recorrido y memoria es imposible desligar esta Turandot en lo musical del recuerdo de
la genialidad desplegada por la dirección de Lorin Maazel en 2009; y en
lo sentimental, algunos siempre la tendremos asociada a la entrañable despedida
de Zubin Mehta en 2014 con abucheo incluido a la ex consellera Catalá.
De la puesta en
escena del director de cine chino Chen Kaige, de cuya reposición se ha
encargado Allex Aguilera, poco tengo que comentar. Siempre he dicho y
sigo manteniendo que visualmente tiene un poderío innegable, con la impactante
escenografía de Liu King y el llamativo vestuario de Chen Tong Xun.
Ya nos la sabemos de memoria y me reitero en lo ya comentado anteriormente en
este blog con motivo de su última reposición y que reproduzco literalmente a
continuación sin que la nueva puesta en escena me motive a cambiar nada:
“Es una propuesta
que agrada especialmente a los amantes de las versiones tradicionales y
estéticamente vistosas. Tiene su punto kitsch y basa toda su
fuerza en el poder visual del colorido vestuario y en una escenografía de corte
muy clásico. En el apartado de dirección de actores los estrechos espacios no
dan mucho juego al coro y tampoco es un terreno en el que se haya hecho algo
especialmente relevante, salvo en los personajes de Ping, Pang y Pong,
en los que sí se ha cuidado la actuación dramática y pienso que con éxito.
También me resulta atractiva su escena inicial del segundo acto. En lo peor,
siguen estando las absurdas banderitas del coro, el estilete del verdugo
danzarín y sobre todo ese personaje de Altoum convertido en un
idiota ebrio y con Parkinson”.
Decía antes que
uno de los grandes riesgos de presentar de nuevo esta producción es que algunos
nos acordemos de las maravillosas genialidades que hizo Maazel en el
foso en 2009, y añado ahora que también de la brillantez obtenida de la
orquesta por Zubin Mehta. Y si Galduf hubiese dirigido alguna de
las pasadas Turandot, seguramente
también le echaríamos de menos, y es que el debut en Les Arts del jovencísimo
director británico Alpesh Chauhan al frente de la Orquestra de la
Comunitat Valenciana, ha sido más que decepcionante.
Declaraba
recientemente Chauhan que su versión iba a ser una Turandot muy rápida para intentar sacar todos los colores de la
partitura. Pues bien, los únicos colores obtenidos fueron el rojo del rubor en
mis mofletes por la vergüenza ajena sentida y el gris de una lectura plana,
burda y desmanotada; y en cuanto a la velocidad anunciada, sólo fue tal a
ratos. Empezó la obra imprimiendo un ritmo acelerado bastante absurdo que lo
único que lograba era descontrolar el conjunto. No fueron pocos durante la
noche los momentos de desfase entre foso y escena. Pero de repente intercalaba
otros instantes donde imponía una lentitud exagerada, y, claro, si no tienes la
genialidad de Maazel y sabes estirar la tensión al límite sin perder la
brillantez, el conjunto se desploma y el bostezo se impone. Propuesta aburrida,
lineal, falta de refinamiento y sin el más mínimo matiz, con un volumen por
momentos insoportable, lo más opuesto a esa búsqueda de colores que declaraba
que pretendía conseguir. No entiendo de quién ha sido la idea de que nos
tengamos que chupar a este director porque, oído lo oído, creo que habrá, sólo
en el barrio de Monteolivete, no menos de 30 seres humanos que harían mejor
papel. Pese a todo se aplaude la actuación profesional de los músicos de la
orquesta, con momentos solistas brillantes de clarinete, oboe, violines o
chelos.
Cuando llegaron
las vacaciones operísticas en Les Arts nos quedamos con la preocupación de la
situación sufrida por el Cor de la Generalitat que les llevó a anunciar
la posibilidad de convocar huelga y acciones de protesta para estas funciones
de Turandot si la administración
autonómica no daba pasos adelante hacia la solución satisfactoria de la
problemática que viven los miembros de la agrupación. Finalmente no ha habido
paros ni comentarios al respecto, lo cual hace pensar que ambas partes en
conflicto siguen dando una oportunidad a la negociación. Ojalá todo vaya por
buen camino y se solucione de la única forma justa y digna posible que no es
otra que atender las legítimas peticiones del Cor. Ayer, otra vez más,
la agrupación dirigida por Francesc Perales fue con mucha diferencia lo
mejor dela velada. Mostraron contundencia
y poderío vocal pese a que no esté el coro todo lo reforzado que requeriría.
Supongo que habrá quien diga que abusaron de volumen, pero ayer o se abusaba de
volumen o Chauhan te arrollaba. Magnífica fue como siempre su prestación
escénica aunque se tengan que mover en escena bien apretaícos; y de nuevo alcanzaron la excelencia en momentos
delicadísimos como Perchè tarda la luna?
o el “Liù bontà” con una belleza superior a la que la dirección
orquestal parecía marcar. También merecen la felicitación por su rendimiento los
niños de la Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats.
En años
anteriores las funciones de la pretemporada valenciana se han caracterizado por
ofrecer producciones propias de Les Arts, generalmente reposiciones, a precios
muy económicos y con voces jóvenes; pero esta vez se ha optado por incluir en
el reparto, en los dos papeles protagonistas, a dos cantantes ya consagrados
que han interpretado el rol en los principales recintos internacionales, como
son Jennifer Wilson y Marco Berti; aunque sin previo aviso ni
explicación alguna y cuando ya estaba todo el papel vendido, se ha anunciado un
segundo reparto para la función del día 26 con la soprano italiana Teresa
Romano y el tenor francés Amadi Lagha en los papeles de Turandot y Calaf. No conozco a ninguno de los dos, pero visto y escuchado ayer
el cast titular, me parece a mí que
quienes tienen entradas para el 26 habrán salido ganando.
El papel
protagonista de la princesa de hielo en el estreno ha recaído en la
norteamericana Jennifer Wilson, una soprano bien conocida en Les Arts
por sus participaciones como Brünnhilde,
Isolde o la Leonora de Fidelio. Yo
reconozco que le tengo a esta cantante un cariño muy especial y jamás podré
desligarla de lo que me hizo disfrutar en aquellos Anillos. Recuerdo las discusiones que teníamos entonces a la salida
y en las cenas posteriores los amigos en torno a su Brünnhilde, posicionándome yo siempre claramente entre sus
fervientes defensores. Nunca podré olvidar el impacto que me produjo la primera
vez que la escuché, en su primer Siegfried,
y cómo me estremecieron aquellos agudos luminosos, potentes y colocados como
estiletes. Ha pasado ya tiempo de aquello… Demasiado…
Algunos de los
que criticaron entonces a Wilson hablaban de su excesiva frialdad, una
frialdad que al papel de Turandot no
le va nada mal en el segundo acto, pero ayer hubo otros muchos problemas. No voy a hacer leña de la Wilson,
así que los que esperen que me ensañe quedarán defraudados, pero tampoco voy a
mentir. Salí muy triste de la sala. Me apenó enormemente ver a una querida
cantante en un estado vocal muy preocupante. Yo pensé si estaría enferma, pero
alguien que la conoce bien me dijo que no, que lleva tiempo así. Su línea de
canto es inexistente, desigualdad entre registros, zonas central y grave
desgastadas, problemas respiratorios, una línea expresiva sin que se apreciase ninguna evolución en el
personaje. Los agudos están lejísimos de los de antaño, se ha perdido brillo y
metal y el recurso del chillido y el portamento
están presentes. Una lástima y una decepción, pero que no justifica en modo
alguno los abucheos aislados que se escucharon en los saludos finales. El
abucheo a un cantante yo sólo lo justifico al caradura, al que pretende
engañar. Si un cantante por los motivos que sean no da más de sí, a quien hay
que criticar es a quien le contrata sabiéndolo.
Otro viejo
conocido de Les Arts fue el elegido para asumir el papel de Calaf. El tenor italiano Marco Berti
que ya protagonizó el rol en los años 2008 y 2009. Poco a mejor ha evolucionado
Berti vocalmente (físicamente, a diferencia de la Wilson, parece haber
adelgazado como media arroba). Hay aspectos que son incuestionables, como que
todas las notas escritas en la partitura son emitidas con facilidad cuando se
mueve en el registro agudo; o que frente a otros tenores de emisiones y dicciones
más extrañas, Berti al menos transmite cierta “italianità”. Pero tampoco admite discusión su abuso del portamento, su fraseo estentóreo de
pregonero, plano, monótono e inane y la nula capacidad de transmitir con su
canto al menos una chispa de emoción que nos traslade la intensidad del drama
en lugar de parecer que está cantando los números del bingo. Escénicamente
tampoco ha mejorado demasiado y su tradicional estatismo de click de Famobil
apenas llega ahora a Madelman. La voz arriba llega a brillar, pero en el centro
y grave se abre y afea enormemente. Su gran momento del Nessun Dorma pasó sin pena ni gloria, dirigido a velocidad de película
de Charlot por Chauhan parecía
que nos habíamos equivocado en las revoluciones del pickup; Berti caló además
algunas notas en la zona media-baja y acabó con un agudo cortísimo muy decepcionante,
y como el director no hizo paradinha,
se fue sin aplausos.
El papel siempre
agradecido de Liú, salvo cuando lo
canta la Voulgaridou (que Nuestro Señor mantenga lejos muchos años),
recayó en la joven soprano donostiarra, ex alumna del Centre de
Perfeccionament, Miren Urbieta-Vega. Como digo, este es un rol agradecido
en el que el aplauso final está garantizado. Es el personaje bueno por
excelencia de la obra y tiene unos pasajes bellísimos no especialmente
comprometidos, pero en los que es preciso derrochar sensibilidad, matizar,
ligar, saber frasear y acabar de enganchar con el público. No se trata de
buscar el imposible de la nueva Caballé, pero tampoco admitir el encefalograma
plano de Voulgaridou. Urbieta-Vega superó la prueba y mostró ayer
una voz de bonito color con detalles de buen gusto, con algunas frases muy bien
ligadas e intentando apianar y recoger la voz. Al final, como era de esperar en
una Liú, obtuvo un triunfo arrollador
que creo fue merecido.
Otro ex alumno del
Centre de Perfeccionament, el bajo italiano Abramo Rosalen, fue el
encargado de interpretar a Timur.
Estuvo correcto, aunque le falta peso a su voz y fue imposible no acordarse de
la rotundidad que imprimía aquí el ruso Alexánder Tsymbalyuk. Lo que sí
fue rotundo fue el mamporrazo que se pegó nada más salir a escena, cuando según
el libreto ha de caer al suelo, pero tanto ímpetu le puso que a poco más se
desnuca.
Muy acertados en
la vertiente actoral, correctos en lo vocal y logrando el favor del público
estuvieron los ministros Ping, Pang y Pong,
interpretados por Damián del Castillo, Valentino Buzza y
Pablo García López. Bastante bien.
De nuevo el papel
de Altoum recayó en el tenor
ilicitano Javier Agulló que sufrió otra vez una dirección escénica que convierte
su personaje en un pelele y hace su voz casi inaudible cantando desde el fondo
del escenario. Bastante peor el Mandarino
del alumno del Centre de Perfeccionament César Méndez con el que seré
benévolo y me limitaré a calificarle de irrelevante.
Estupendas, por el
contrario, estuvieron como Doncellas las
cantantes del Cor de la Generalitat Carmen Avivar y Mónica Bueno.
Hubo otros
intérpretes inesperados que no aparecieron anunciados en los programas de mano:
los pajaritos que se colaron en la sala, vaya usted a saber cómo, y que acompañaron
con sus trinos todo el tercer acto. Cuando se comenzaron a escuchar pensé que
era una grabación que pretendía ambientar el momento o un móvil, pero al poco
ya nos percatamos todos de que aquello no eran efectos especiales. En todos los
años que llevo yendo a Les Arts no recuerdo que nunca se haya producido una
invasión avícola de la sala.
El teatro anoche
presentaba un aspecto inmejorable, completamente lleno y, como suele ser
habitual en funciones de pretemporada, con bastante público joven. No pude
fijarme demasiado en quienes ocupaban el palco aunque sí vi una nutrida
presencia de miembros del renovado Patronato, con su presidenta Susana
Lloret al frente. No estuvo especialmente cálido el público, pero la
frialdad de la dirección y de la pareja protagonista tampoco motivaba mucho
más. Tan sólo interrumpieron los aplausos la representación al finalizar Liú el Signore ascolta y tras la escena de Ping, Pang y Pong que abre el segundo acto. Al
terminar la función hubo generosos aplausos para todos, a excepción de esos
abucheos aislados a la Wilson que ya he comentado. Las mayores ovaciones
fueron para el coro, Urbieta-Vega y la orquesta, y me pareció oír que el
director Alpesh Chauhan recibía también alguna protesta. Los pajaritos,
inexplicablemente, no saludaron.
Bueno, pues hasta
aquí la primera crónica de la temporada. Espero que la cosa vaya mejorando
cuando se inicie ya oficialmente el nuevo ejercicio operístico en diciembre. En
cualquier caso el objetivo de la pretemporada está cumplido. Todo el aforo
vendido y, pese a que los listillos más veteranos nos pongamos en plan
exquisito, una muy buena receptividad por parte de la mayoría del público que
parecía salir contento y con ganas de más. ¿Qué queréis que os diga? También
hay a quien le va la disciplina inglesa… - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - ACTUALIZACIÓN A 19/10/18:El Palau de les Arts ha anunciado hoy oficialmente que Jennifer Wilson cancela por baja médica el resto de funciones de Turandot que tenía previsto cantar. La italiana Teresa Romano que estaba anunciada para la representación del día 26 de octubre, asumirá además las de los días 23 y 28; mientras que será la soprano eslovena Rebeka Lokar quien lo haga los días 20 y 31. Se insiste desde Les Arts en que la causa de la cancelación de Wilson es una baja médica. Mientras tanto, la soprano norteamericana se ha limitado a publicar en su perfil de facebook lo siguiente:
I will never forget my brief run as Turandot here in Valencia. At both the general probe and the premiere, I gave performances on a par with my best of my 80-plus Turandot shows around the globe. I greatly appreciate the thunderous ovations I received at the packed-to-the-rafters General and (with four or five noisy exceptions) at the premiere. Toi Toi Toi to my wonderful colleagues for the remainder of the run!