Este año, en el que se celebra el bicentenario del nacimiento de Giuseppe Verdi, el Palau de les Arts de Valencia tiene prevista la representación de dos óperas del autor italiano (“I due Foscari” y “Otello”), más “Rigoletto” que abrió la presente temporada el pasado mes de noviembre. Ayer tuvo lugar el estreno de la primera de ellas, “I due Foscari”, una composición de juventud perteneciente al periodo conocido como “años de galeras”, que, si bien no puede encuadrarse entre las obras maestras de Verdi, sí que atesora méritos suficientes como para tener una mayor presencia en los escenarios operísticos de la que tiene. Podéis leer un estupendo análisis de la misma pinchando aquí.
La presencia del veterano cantante Plácido Domingo debutando un nuevo papel de barítono, en este caso el de Francesco Foscari, constituía el principal aliciente de esta coproducción entre el coliseo valenciano, el Theater an der Wien, la Royal Opera House Covent Garden de Londres y la Ópera de Los Ángeles, donde ya se representó el pasado mes de septiembre. Pero ni el protagonismo de Domingo consiguió evitar que el teatro valenciano presentase una entrada paupérrima para ser una noche de estreno. Apenas media entrada, con los pisos superiores prácticamente vacíos. Quiero volver a reiterar aquí que quizás sea hora de plantearse el hecho de que las entradas para los días de estreno dejen de ser más caras que para el resto de representaciones. Para los artistas, el panorama de un estreno en un teatro medio vacío es deprimente; y está visto que el público prefiere esperarse a otras funciones de precio más reducido y donde además el espectáculo ya ha rodado y hay un mayor ajuste.
La producción presentada ayer cuenta con la dirección escénica del norteamericano Thaddeus Strassberger, con escenografía de Kevin Knight, el vestuario de Mattie Ullrich y la iluminación de Bruno Poet.
La puesta en escena se caracteriza por una ambientación oscura, a veces demasiado, acorde a la sombría trama del drama verdiano representado. La escenografía nos presenta estructuras y edificios semiderruidos apuntalados y montañas de escombros, posiblemente simbolizando todo ello una sociedad en descomposición dominada por un poder político corrupto donde las ambiciones personales prevalecen sobre la justicia. Incidiendo más en todo esto, se pone un énfasis, a mi juicio excesivo, en la vertiente más gore, con gratuitas imágenes de tortura y violencia en esas lóbregas mazmorras propias de las aventuras del Capitán Trueno.
El vistoso y colorido vestuario es lo único que aporta un cierto grado de luminosidad en medio de todo este oscuro y tétrico ambiente de los entresijos del poder que desprende una general fealdad. Por eso, causaba cierta gracia ver a Jacopo Foscari colgado en una jaula y añorando su ciudad mientras esta se presenta como un montón de desechos.
Entre lo más positivo destacaría el uso de la iluminación para remarcar determinadas escenas con inteligencia, como en el terceto del segundo acto. También me gustaron las proyecciones, con algunas frases alusivas al drama, mientras sonaba la música al inicio de cada acto. Por el contrario, la escena de carnaval me pareció muy pobre y aquello más que el Carnaval de Venecia parecía una feria de pueblo, eso sí, con exhibición del últimamente omnipresente tragador de fuego que debe estar en plantilla de Les Arts. Pero, sobre todo, si algo me disgustó de esta propuesta escénica es que no comprendí a qué venía el detalle final de apartarse absurdamente del libreto original haciendo que, tras la muerte de los dos Foscari del título, Lucrezia ahogue en un charco al hijo mayor de Jacopo. Un disparate majadero sin igual.
Al frente de la Orquesta de la Comunitat Valenciana , tras el glorioso paréntesis en el que pudimos disfrutar de la maestría de Riccardo Chailly, volvió a colocarse su director titular Omer Meir Wellber. Tengo que decir que su trabajo me gustó bastante más que en “Rigoletto”, y, en conjunto, creo que fue positivo, aunque, una vez más, me volvió a dejar con la sensación de que su dirección peca de caprichosa. No consigue transmitirme un concepto unitario en su labor de batuta, aplicando tempi y volúmenes que en muchos momentos parecían seleccionados al azar, combinándose explosiones temperamentales de atronadores efectos sonoros y velocidades supersónicas, con algunos detalles líricos más reposados, pero no necesariamente conectados con lo que sucedía en escena. Su dirección vehemente y nerviosa volvió a atropellar en muchos momentos a los cantantes, y el descontrol, especialmente con Magrì y con el coro en sus primeras intervenciones, fue evidente en más de una ocasión. Este hombre debería tomarse una tila y respirar un poquito más con los cantantes. Por el contrario, pese a que otras veces en los concertantes ha patinado, ayer, en el que cierra el acto segundo, llevó a cabo una labor espléndida, alcanzándose uno de los momentos más bellos de la noche.
Los músicos de la Orquesta de la Comunitat Valenciana volvieron a mostrar un comportamiento ejemplar, con alardes de virtuosismo por parte del clarinete de Tamás Massànyi, magníficas intervenciones de Cristina Montes al arpa, y un espléndido inicio del segundo acto con el violonchelo de Guiorgui Anichenko y el solista de viola, al que no pude identificar.
Irreprochable también, una vez más, la labor del Cor de la Generalitat , mostrando un gran poderío en la escena final y derrochando belleza en la intervención de las voces femeninas en la cavatina de la soprano.
Como decía al comienzo, el principal aliciente era la presencia en el escenario de Plácido Domingo en el papel de Francesco Foscari. El número 140 de su carrera, que se dice pronto. Y con eso creo que ya se dice todo. Un señor con semejante currículo, siendo por derecho propio uno de los mejores cantantes de la historia de la ópera, y pisando los escenarios a los setenta y tantos años con un dominio de las tablas impresionante y una voz con impropia frescura, se merece todo mi respeto. Como ya he manifestado en otras ocasiones en que he comentado intervenciones de Domingo como barítono, si comparamos, desde el punto de vista de la ortodoxia canora, el rendimiento del madrileño con otros barítonos de referencia, es obvio que Domingo sale trasquilado. Lo quiera él o no, su voz sigue siendo de tenor. Su zona grave se muestra demasiado desguarnecida como para afrontar por derecho estos papeles, de ahí que se le vea forzado e incómodo en muchos momentos e incluso se vea tapado por la orquesta, aunque en cuanto la tesitura sube, su timbre vuelve a brillar con luz propia.
Pero, si nos olvidamos de la ortodoxia y nos centramos en el puro espectáculo operístico, el señor Domingo no defrauda. Solventa las carencias con efectivos ardides de viejo tahúr y el animal escénico que es te seduce sin paliativos con la fuerza dramática y la pasión de la que siempre hace gala en escena. Además, especialmente en su primera intervención y en la escena final, exhibió un fraseo de auténticos tintes verdianos, con musicalidad, un legato de reglamento, perfecta dicción y expresividad por arrobas. Por si faltaba algo, murió en escena rodando cual Victorino sin puntilla, con tal credibilidad que llegué a temer por su integridad física.
El papel de Jacopo Foscari fue interpretado por el tenor siciliano Ivan Magrì, a quien ya tuvimos ocasión de ver como Duca en “Rigoletto”. Volvió a mostrar parecidos defectos y virtudes a los de entonces, aunque esta vez me gustó algo más. Su timbre no es precisamente bonito, muy metálico, con un centro donde presenta un vibratillo caprino que afea un tanto su emisión. Destacó nuevamente en su facilidad para la subida al agudo, con potente volumen, pero sus escasos intentos por enhebrar medias voces o matizar su fraseo se topaban con una pérdida de la impostación. Tuvo un buen comportamiento en escena pese a tener que cantar casi permanentemente enjaulado y sobre todo se entregó a su personaje de forma valiente y apasionada haciendo creíble el papel.
La hasta ahora desconocida soprano china Guanqun Yu, ganadora de la última edición de Operalia asumió el rol de Lucrezia Contarini, un papel mucho más exigente de lo que puede parecer, ya que tiene que mostrar sobrada suficiencia tanto en la zona grave como aguda, debe ser solvente en las agilidades y tener fuerza dramática y capacidad para el matiz. Pero, lamentablemente, pocas cosas de estas demostró ayer la china. Tiene una voz lírica de matices muy bellos, brillando la emisión en la zona alta, pero de graves anda cortísima, las agilidades fueron deficientes, en su aria caló reiteradamente, resultaba fría, inexpresiva y sin emoción, y su dicción fue pésima. Pese a todo fue aplaudidísima.
El bajo italiano Gianluca Buratto, como Jacopo Loredano, posiblemente el único de los cantantes principales cuya voz se ajustaba a los requerimientos del papel, tuvo una actuación en la que destacó su poderosa y rotunda voz grave. El tenor valenciano Mario Cerdá fue un Barbarigo que brilló en su intervención final manifestando la inocencia de Jacopo; y los cantantes del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo Marina Pinchuk (Pisana), Pablo García López (Soldado) y Mattia Olivieri (Siervo), tuvieron también unas correctas actuaciones, destacando la potente voz de este último.
Al final, un público más frío y cuchicheador que de costumbre, brindo una ovación de gala a Plácido Domingo, a quien lanzaron numerosos ramos de flores que fueron a parar todos ellos al foso, estando uno a punto de dejar tuerta a la solista de fagot. Fueron también muy ovacionados el resto del elenco, especialmente, como decía antes, la china Guanqun Yu. Y también hubo tibios aplausos para la dirección escénica, pese a un escaso “buuu” aislado de un francotirador.
Quiero expresar aquí mi satisfacción y pública felicitación al encargado de bajar el telón en el Palau de les Arts que ayer, por fin, esperó a que finalizase completamente la música antes de iniciar su descenso, con lo que se evitaron los anticipados aplausos de los nerviosillos de turno.
Esta vez no hubo a la entrada protesta de los trabajadores del Palau de les Arts. Parece ser que han optado por suspender temporalmente las mismas en tanto esperan que la nueva Consellera de Cultura les escuche, como prometió al ocupar el cargo. Ojalá todo acabe solucionándose satisfactoriamente, se olviden del ERE y ese engendro llamado Culturarts no engulla la Fundación Palau de les Arts.
No quisiera finalizar sin animar a todo el que esté indeciso, por desconocer “I due Foscari”, a que acuda al Palau de les Arts. Si ver en escena a un mito de la historia de la ópera como Plácido Domingo no es aliciente bastante, le añadiría que esta obra tiene momentos bellísimos y, sin duda, lo pasarán bien.
video de PalaudelesartsRS
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Aquí podéis leer la estupenda crónica de Maac.
Y si alguien está interesado, el próximo miércoles 30 de enero, a las 19.30 horas, la Asociación Amics de l'Òpera i de les Arts de la Comunitat Valenciana dará una charla sobre "I due Foscari" en los locales de la Real Sociedad Valenciana de Agricultura y Deportes (calle Comedias nº 12, 46003 Valencia). La entrada es gratuita.