Anoche, finalmente, tras no pocos
contratiempos e incertidumbres, se puso en marcha la temporada operística
2013/2014 en el Palau de les Arts con el estreno de “La Traviata”, de Giuseppe
Verdi.
Una Traviata
algo peculiar, desde luego, porque resulta que Alfredo, en la primera escena del acto II, dice que se va a París a
salvar su honor y, cual adúltero marido que alegase bajar a por tabaco, ya no
volvió. Menos mal que el welsungo Siegmund,
harto ya de tantos rollos incestuosos con Sieglinde
y de andar huyendo del vengativo cornudo Hunding
y de la ira de los dioses Fricka y Wotan, se largó de los bosques germanos
y acabó recalando en casa de Violetta,
haciéndose pasar por Alfredo y
ligándosela… No hay nada como ser un inútil gestionando un teatro de ópera para
acabar celebrando el bicentenario de Verdi
y Wagner a lo grande, fusionando Traviata y Valquiria para regocijo de los espectadores.
Lo ocurrido anoche en Les Arts no puede más
que calificarse de bochornosa vergüenza. Posiblemente ahora haya quien salga alabando
la capacidad de improvisación y el buen resultado final, pero ayer, más que
nunca, quedó al desnudo la chapucera gestión del teatro valenciano.
Instantes antes de comenzar la función se
anunció por megafonía que el tenor Ivan
Magrì, pese a padecer una inflamación aguda de las cervicales, de última
hora, iba a actuar. Mintieron. De última hora, nada. Hace ya semanas que se
conocía el problema físico de Magrì
habiéndose especulado que podría cancelar su participación en Traviata. Así lo manifesté yo ya hace
días en este blog, donde también adelanté que el tenor no tenía cover y podría haber problemas.
Durante el primer acto y la primera escena
del segundo, el pobre tenor se movía como Robocop
y presentó algunos apuros vocales. Tras la salida de escena de Germont, cuando se supone que Alfredo vuelve de París, y ante el
desconcierto de Violetta (Jessica Nuccio), cae el telón y hacen
retirarse de escena a esta, anunciándose por megafonía que el tenor Magrì había sufrido una indisposición y
no iba a poder continuar (posteriormente se supo que había llegado incluso a
tener un desvanecimiento), pidiendo al público que continuase en sus asientos.
Casi media hora nos tuvieron allí. Apenas un par de silbidos manifestaron el
descontento de un público demasiado acostumbrado a aborregarse y dejarse
pisotear en todos los ámbitos sociales.
Un par de avisos más seguían pidiendo
paciencia mientras se resolvía la situación, anunciándose finalmente que el
tenor austriaco Nikolai Schukoff,
que se encuentra estos días ensayando en Valencia su papel de Siegmund en la próxima Valquiria y que se hallaba entre el
público (yo le vi en el descanso tomándose tranquilamente una copita de cava),
iba a cantar desde un atril en el proscenio, mientras un coreógrafo y asistente
de la dirección de escena, Christian
David Krumm, interpretaría escénicamente el personaje.
Algunos me dirán que eso ocurre en otros
teatros también. Cierto, yo lo viví en Londres, pero la situación fue muy
diferente, aquello sí fue algo imprevisto, una fuerte tormenta de nieve que
impedía llegar a algunos cantantes a tiempo a la representación. También en Les
Arts, en un reciente “Cosí fan tutte”,
cuando una cantante se quedó sin voz. Pero lo de ayer, aunque acabase
resolviéndose bien, fue una imperdonable chapuza y falta de previsión de los
responsables del teatro. Si hace semanas que sabes que este cantante está con
serios problemas, que ha tenido mareos y fuertes dolores, aunque se lance a
cantar tienes que tener preparada una solución por si pasa lo que pasó. ¿Si no
llega a estar Schukoff, qué hubiera
pasado? ¿Hubiera salido Mehta a
escena a tararear?
Esto además puede traer cola. De fondo
tiene que haber mucho más tomate. En el despacho de Helga Schmidt hubo una crispada reunión, durante el parón, de
aquélla con el maestro Mehta y el agente
de Magrì, en la que los gritos que
se oían hubiesen hecho apocarse al mismísimo Tarzán. Veremos que trasciende de todo eso.
Insisto. La solución final fue aceptable y
el resultado mejoró el original, pero no se puede funcionar a golpe de
improvisación.
Por lo demás, se vieron por allí las caras
conocidas del faranduleo pueblerino y la corrupción local que suelen acudir a
los estrenos. También estaba el habitual Rappel
que, aunque estuviese de fiesta en su día libre, bien podría haber avisado a Helga antes de empezar de lo que iba a
ocurrir, que seguro que lo habría visto en su bola de cristal aunque llevase
las gafas del revés. Nos obsequió con su presencia el President Fabra, que mostró durante la
representación menos entusiasmo que un berberecho en una lata, acompañado por
una corte de los milagros en la que se hacían ver la Consellera de Cultura, el
Conseller de Sanidad y el Conseller cazador Castellano. Cuando pasaban en comitiva por el foyer durante el intermedio, alguien les gritó: “panda, que sois una panda”.
La producción elegida para abrir la
temporada ha sido la que la De
Nederlandse Opera de Ámsterdam crease, basada en el montaje que concibió Willy Decker para el Festival de
Salzburgo de 2005. La famosa “Traviata
del reloj” que firma en esta adaptación la directora de escena Meisje Barbara Hummel.
He de decir que me encantó. Ya la conocía
del célebre Dvd con Netrebko y Villazón, pero ayer descubrí otros
muchos detalles que me hacen valorar muy positivamente esta propuesta. Carece
de cualquier envoltorio escenográfico que distraiga y toda la obra está
dominada por un juego de luces muy inteligente y un escenario vacío en tonos
claros, donde tan sólo nos encontramos con un sofá rojo y un omnipresente y
enorme reloj que simboliza el inexorable paso del tiempo. Un tiempo que para Violetta se agota porque la muerte la
espera, simbolizada en este caso por la figura del Dr. Grenvil (Luigi Roni)
quien también tendrá un gran protagonismo en escena a lo largo de la obra,
recordando a la joven con su presencia el inevitable final.
Violetta es la única que
viste con color rojo, todo el resto del elenco va de negro y con trajes
masculinos, salvo la criada que también es la única que viste de época. La obra
se centra en Violetta y en su
lucha dentro de una sociedad hipócrita y machista. Y así, escénicamente, se
acentúa este objetivo.
Se podrá decir que todo este simbolismo es
facilón y simplista, pero la construcción teatral y escénica alrededor del
mismo me parece muy interesante. Hay momentos inolvidables, de gran fuerza
dramática, como el tránsito del segundo al tercer acto, mientras suena el
bellísimo preludio; el despojo de los ropajes y sábanas floridas que cubren la
escena cuando en el segundo acto llega Germont
a romper la felicidad de la pareja; o las miradas angustiosas de Violetta a Grenvil (la muerte), tanto en el primer acto, cuando Alfredo pide volver a verla al día
siguiente y ella mira al doctor antes de responder “ebben, domani”, como en el tercero, cuando vuelve a cruzar la
mirada, implorándole más tiempo, al regresar Alfredo y parecer que una feliz vida en común es posible. Y hay otros
muchos instantes más que creo que dotan de gran fuerza a esta puesta en escena,
aunque en ocasiones se contradiga el libreto, como la presencia de Alfredo junto a Violetta al final del primer acto o de ésta al lado de aquél al
inicio del segundo. Hasta la, para mí, siempre antipática escena de “los toreros de Madrid”, resulta aquí
más interesante al plantearse casi como una pesadilla de Alfredo.
El gran valor de la producción es este
impacto dramático y la concentración en la psicología y pasiones interiores de
los personajes. El problema es que la propuesta requiere grandes actores,
además de cantantes, y de eso no estuvimos muy sobrados, primero con un Magrì que apenas podía moverse y luego
rompiéndose definitivamente la magia escénica con ese Alfredo mudo, impecablemente interpretado por Krumm, pero que al ser doblado por Schukoff desde un rincón, la mirada inconscientemente se dirigía a
éste.
Quisiera también destacar, por último, lo
mucho que favorece la acústica el diseño del escenario, que hace que, incluso
cuando cantan de espaldas los intérpretes, la voz corra perfectamente.
En lo musical, y pese a las incidencias,
interrupciones y reuniones en el despacho de Helga, el maestro Zubin
Mehta llevó a cabo una labor de batuta magistral. Atentísimo toda la noche
a los cantantes, respirando con ellos, cuidándoles, acabó dirigiendo a tres
bandas: orquesta, cantantes y atril. Comenzó con un tempo vivo, muy verdiano, alejado de algunas lecturas repipis muy
comunes en esta obra. Ello no quita a que hubiera pasajes donde se ralentizó el
tempo, pero con una profundidad tal
que se logró hacer crecer la tensión y la emoción de manera soberbia, como en
el maravilloso Preludio del tercer acto, con una cuerda en pianísimo
antológica, o en el dúo de Violetta y
Germont o en el aria de éste (ahí
quizás en exceso). En el “addio del
passato”, y todo el tramo final
de la ópera en general, la magia de Mehta
y la calidad de la Orquesta de la
Comunitat Valenciana brillaron definitivamente, haciendo surgir emociones
hasta dentro de ese espectáculo charlotesco que se había vivido con la
sustitución tenoril.
Toda la sección de cuerda debe ser
destacada por su labor anoche, con un concertino espectacular al comienzo de “teneste la promessa”, y también creo
que merece hacerse una referencia a las flautas, al clarinete de Tamás Massànyi o al oboe de Cristopher Bouwman en el “Alfredo,
Alfredo”.
No por repetidos deben ser menos
apasionados los elogios al lujazo de Cor
de la Generalitat que, pese a recortes, EREs y zarandeos varios, podemos
seguir disfrutando y que continúa exhibiendo una calidad estratosférica. En la
representación de ayer su trabajo merece ser más valorado aún si cabe, teniendo
en cuenta que el día anterior cantaron en el Palau de la Música, también de
forma excepcional, una obra tan exigente como “La condenación de Fausto”, de Héctor
Berlioz. Bravo de nuevo, chicas y chicos del coro. Sois un ejemplo.
Tras confirmarse la cancelación de la participación
de la soprano Sonya Yoncheva en las
funciones del mes de octubre (de momento), se ha optado porque sea la siciliana
Jessica Nuccio, quien la sustituya
en el papel protagonista. Nuccio,
que es la pareja del barítono Piazzola,
que encarna a Germont, fue buscada en
un principio para suplir a la búlgara en la representación del 2 de noviembre,
fecha en que Yoncheva tenía un
compromiso en Berlín en una gala benéfica contra el SIDA.
Curiosamente, en la web de ésta se anuncia
que, efectivamente, el día 2 de noviembre cantará en Berlín, y que lo hará en
Valencia el resto de funciones de octubre y noviembre. Ya veremos cómo se
soluciona finalmente este galimatías.
Yo pensaba que este lío de sustituciones de
sopranos iba a concentrar la atención de esta crónica, pero el esperpento de las
vértebras de Magrì y de Siegmund cantando Alfredo, ha superado cualquier previsión.
En cualquier caso, antes de entrar a hablar
de las voces escuchadas ayer quisiera hacer aquí una reflexión. Una cosa es que
el Palau de les Arts opte por seguir procurando construir una programación con
cantantes de cierto renombre, como la Yoncheva,
dentro de las limitaciones económicas que, cada vez más, condicionan su
actividad, y otra que, por esas mismas circunstancias económicas o imprevistos
sobrevenidos, se opte por llenar los repartos con cantantes jóvenes, empleando
esos habituales eufemismos de “estrellas emergentes” o “jóvenes promesas”. Jessica Nuccio es una cantante que, sin
duda, merece oportunidades y que demostró ayer estar a muy buen nivel, aunque
todavía tenga que pulirse en aspectos técnicos y desenvoltura escénica. Pero si
vamos a optar por afrontar la crisis o los imprevistos con gente joven, para
eso aquí contamos con cantantes locales de un buen nivel que han venido
representando el papel en muchos teatros con notable éxito.
Hablo de voces como
las de Carmen Romeu, Dolores Lahuerta, Silvia Vázquez o Maite
Alberola. Insisto en que no me
parece mal que se les den esas oportunidades a jóvenes voces en un teatro como
el Palau de les Arts, teniendo un director musical como Mehta y una orquesta y coro de primera línea. Me parecería perfecto
incluso que se programasen habitualmente funciones populares más baratas con
cantantes principiantes, pero eso debería aprovecharse, básicamente, para
lanzar también las carreras de nuestros jóvenes y buenos intérpretes.
Estas consideraciones hubiera sido fácil
hacerlas si ayer la Nuccio hubiera
resultado un desastre, pero las hago comenzando por afirmar que la soprano
siciliana llevó a cabo un trabajo muy meritorio y que se ganó a pulso el éxito
que finalmente obtuvo.
Y eso que comenzó bastante mal. Afrontó las
primeras notas con voz temblona, posiblemente por los nervios del estreno, y con
algunas desafinaciones demasiado evidentes y notas caladas. Tiene la Nuccio un timbre metálico, algo ingrato
en ocasiones, mostrándose tremendamente frágil en la zona grave, pero con un
poderoso registro agudo, si bien con abuso del portamento. Defendió el “sempre
libera” con solvencia, aunque la coloratura quedase algo corta y esos portamenti comentados desluciesen un tanto
su intervención. Su “dite alla giovine”,
por el contrario, estuvo matizadísimo y cargado de intención y sensibilidad. En
la parte menos positiva destacaría un “amami
Alfredo” cortito de emoción y fuerza dramática, y el “Alfredo, Alfredo, di questo core” demasiado frío e insulso.
De cualquier forma, el resultado final fue
muy positivo, gracias sobre todo a un tercer acto que, frente a lo que muchos
pensábamos a priori, resolvió
extraordinariamente bien. Su “addio del
passato” fue sumamente emocionante, jugando con las medias voces y los filados con muchísimo gusto y, sobre
todo, exhibiendo un magnífico fiato,
impecable legato y un fraseo
expresivo y cargado de sentimiento.
De Ivan
Magrì poco debo decir, dado que era obvio que no se encontraba en
condiciones para salir a escena. Las descoordinaciones con el foso fueron
numerosas y pienso que no es el papel más adecuado para él, pero deberá
juzgársele cuando cante en condiciones.
Nikolai
Schukoff
sí merece una elogiosa reseña. Ciertamente era Siegmund cantando Alfredo,
pero qué bien cantado… Parecía increíble que este hombre subiese del patio de
butacas y, a pelo, se zampase tres cuartos de Traviata con semejante autoridad vocal, con unas inflexiones y
matices fantásticos, inundando de expresividad su canto, de tal forma que no
hacía falta ver la actuación de su doble escénico, y, lo que es más
sorprendente, con tal grado de coordinación con el foso y con sus compañeros. Parecía
que llevase ensayando un mes. Su intervención en el complicado concertante del
segundo acto fue magistral y de poner los pelos de punta todo el pasaje del “Ogni suo aver tal femmina”. Incluso se
permitió unirse a la actuación escénica en la transición entre los actos
segundo y tercero, mientras sonaba el Preludio. Bravísimo Nikolai. Esperamos ahora su Siegmund
con más ganas si cabe.
El barítono veronés Simone Piazzola, pese a su juventud, compuso un buen Germont, bastante creíble, en el que yo
destacaría su fraseo verdiano, intencionado y muy ligado, aunque pienso que se
equivocó al cargar todo el final de su aria “Di
Provenza” de efectismos cara a la galería buscando el aplauso fácil. No lo
necesitaba.
El resto del jovencísimo (a excepción del Dr. Grenvil de Luigi Roni) reparto, formado básicamente por alumnos y ex alumnos
del Centre de Perfeccionament Plácido
Domingo, funcionó a bastante buen nivel, destacando como siempre la voz del
tenor Mario Cerdá, esta vez en el
papel de Gastone.
El público, que casi llenaba el teatro, con
una numerosísima presencia de espectadores foráneos, prorrumpió en estruendosas
ovaciones nada más finalizar la obra, esperándose en esta ocasión, por fin, a
que finalizase la música en el tercer acto, no así en el primero. Nuccio, Piazzola y los siameses Schukoff-Krumm fueron especialmente braveados.
También Mehta, coro y orquesta. Y la
directora escénica fue igualmente bastante aplaudida sin que se apreciasen muestras de rechazo. Yo, al menos, le grité un sentido bravo.
Bueno, pues hasta aquí la extensa crónica
del accidentado inicio de temporada. Si las cosas ya se avecinaban complicadas,
esto no parece que ayude mucho a levantar nuestro optimismo. Aunque, para ser
sincero, debo reconocer que, en esta ocasión, la imprevisión e inutilidad
manifiesta para la gestión de los responsables de nuestro teatro, hicieron
transformarse la noche, que podría haber pasado sin mucha pena ni gloria, en un
cúmulo de emociones.
Ahora sólo falta saber si Sieglinde le leerá la cartilla a Siegmund cuando vuelva a casa… ¡habrase
visto!… dejar a una welsunga por una tísica…