Con el estreno
ayer de la celebérrima ópera de Gaetano Donizetti, Lucia di Lammermoor, la temporada operística valenciana toca a su
fin. Una temporada que ya califiqué, cuando se conoció su contenido hace poco
más de un año, como de ligeramente decepcionante y de transición, a la espera
de que el nuevo director artístico de la casa, Jesús Iglesias Noriega,
tomase definitivamente posesión de su cargo y pudiera empezar a trazar el nuevo
rumbo del coliseo de Calatrava. Ese nuevo rumbo ya ha empezado a
vislumbrarse con el anuncio de una próxima temporada lírica que invita a la
esperanza. Y he de reconocer que, analizando todo lo visto este año, al final
el resultado ha sido mejor de lo previsto y ha acabado presentando bastantes
más luces que sombras.
Dije también hace
un año que, a priori, esta Lucia di
Lammermoor constituía el plato de fuerte de la temporada y creo que no ha
defraudado las expectativas, gracias fundamentalmente a una pareja protagonista
extraordinaria, con una inconmensurable Jessica Pratt y un estupendo Yijie
Shi que hicieron tambalearse los cimientos del teatro ante las muestras de
entusiasmo del público asistente. Ayer sí que hubiera habido motivos sobrados
en diversos momentos, tanto por la calidad de lo escuchado como por la
respuesta del público, para poder haber asistido a un bis de esos que Leo
Nucci decidió unilateralmente implantar en Les Arts durante el reciente Rigoletto. Al final del aria de la
locura y sobre todo tras el popular sexteto, hubo intensos y muy largos
aplausos con voces pidiendo bis que, afortunadamente, no tentaron en esta
ocasión a Abbado.
La producción que se ha elegido para este cierre
de temporada está coproducida por la Opéra Monte-Carlo y el New National
Theatre de Tokio y cuenta con la dirección escénica de Jean Louis Grinda,
de quien ya hemos visto aquí sus propuestas para Tosca, Werther, Amelia al ballo y The telephone, sin que nunca haya llegado a convencerme del todo.
En esta Lucia no ha buscado contarnos
nada especial, o si lo ha pretendido poco se nota, y se limita a presentar un
marco estético para que la acción se desarrolle (casi) siempre dentro de las
líneas principales que marca el libreto, con una ligera trasposición temporal,
pero con un concepto clásico con el que busca el protagonismo de la música y de
la belleza visual. Hay algunas cosas que pueden criticarse, pero, en general,
funciona muy bien, todo tiene coherencia y se permite al espectador seguir la
trama sin distraerse analizando extrañas divagaciones, sino pudiéndose centrar en
la música y el canto, cosa que de vez en cuando se agradece.
Hay producciones
muy minimalistas donde se apuesta por espacios prácticamente vacíos que
resulten polivalentes para los diferentes escenarios en los que se desarrolla
la acción y eso suele conllevar una mayor ligereza en las transiciones entre
escenas. La presentada ayer, sin ser tampoco
especialmente sobrecargada, sí que cuenta con un componente escenográfico
importante que ralentiza bastante esas transiciones. Podía haberse optado por
hacer más descansos entre actos, pero, creo que acertadamente, se ha preferido
que los cambios se hagan en escena a telón bajado, interrumpiendo la función lo
justo. En esos parones se ha decidido proyectar una imagen de las olas
golpeando un acantilado con sonidos marítimos incluidos. Una tontunez que al principio tiene su
gracia, pero a la cuarta repetición acaba por cansar y termina provocando la
chunga del respetable que ya no sabe si esta en Lucia o en Moby Dick.
Como decía antes,
en la vertiente de la estética visual es donde esta producción logra sus
mejores prestaciones, merced principalmente a un inteligente trabajo de
iluminación de Laurent Castaing y el vistoso vestuario de Jorge Jara.
La escenografía de Rudy Sabounghi nos presenta, con mayor o menor
acierto, todos los ambientes en los que la obra se desarrolla: la fuente, el
torreón, la gran sala del castillo, el cementerio… otorgando un importante
protagonismo al agua y a la presencia de los acantilados y la playa. Los
elementos escenográficos se combinarán con algunas proyecciones lográndose
interesantes efectos, siempre destilándose una atmósfera romántica, con alguna
alusión más que evidente a Caspar David Friedrich, como al comienzo de
la última escena del acto tercero.
Me gustó bastante
la decisión adoptada variando al final la muerte de Edgardo que aquí no se apuñala ni se pasa muriéndose los últimos 5
minutos, aunque no haré spoiler, pero
tiene mucho sentido. También me gustó la aparición de la fuente en la escena de
la locura, centrándose la luz sólo en Lucia
y haciendo al público partícipe del delirio de la protagonista. Menos me agradó,
en el comienzo de esa misma escena, la entrada de Lucia tras asesinar a Arturo,
no con un puñal, sino con una gigantesca pica y, para colmo, con una pinta
lamentable, mezcla entre la Moma y el
tren de la bruja, muy apropiada por cierto para Valencia en estas fechas del
Corpus y a las puertas de la feria de julio.
Algo ridículos
también fueron los rosarios que lucen las plañideras en la última escena, de un
tamaño tal que más bien parece que lleven colgadas ristras de ajos. Tampoco encontré
justificado que se tenga que poner a Lucia
el traje de novia en escena a la vista de los espectadores. Lo mismo, detrás de
un biombo, puede tener el mismo efecto y no se somete el abundante cuerpo
enfajado de la pobre soprano al cuchicheo e impropios comentarios de la platea;
pero bueno, pese a estas cosillas que me gustaron menos, creo que la propuesta
del director monegasco funciona muy bien, tiene coherencia en su planteamiento
y consigue algunos momentos de brillante impacto estético.
Roberto Abbado se despide con esta Lucia di
Lammermoor de su paso por el Palau de les Arts como titular de la Orquestra
de la Comunitat Valenciana, una labor que, pese a que me consta que no
cuenta con el respaldo de los músicos, desde el punto de vista del espectador
creo que sólo puede decirse que los resultados obtenidos han sido buenos. Igual
no es mérito suyo y sí la mera consecuencia de la profesionalidad y el trabajo
de los miembros de la orquesta, pero su balance ha de ser necesariamente
positivo. Y su labor de ayer también creo que merece el aplauso. Es verdad que
me fue gustando más conforme avanzaba la obra. En el primer acto abordó el dúo
de la pareja protagonista con una lentitud casi exasperante, aunque fue
aumentando progresivamente la intensidad y fuerza y el final del dúo fue
bellísimo. Hubo otros momentos muy destacados, como toda la escena de la boda, quizás
lo más relevante orquestalmente, en la que hizo gala de una sabia
administración y despliegue de la tensión. Pese a algún descontrol de
volúmenes, estuvo especialmente cuidadoso con las voces, como suele ser
habitual en él, adaptándose a sus características.
Al haberse optado
en esta versión por utilizar la armónica de cristal en lugar de la flauta en la
escena de la locura, el gran protagonismo del foso se lo llevó el reputado
intérprete de este raro instrumento, Sascha Reckert. Fue una gozada su
acompañamiento a la soprano acariciando el arsenal de copas que estaban
dispuestas en un aparatoso soporte de madera. Durante el descanso no fuimos pocos
los que sufrimos viendo cómo se iban incorporando al foso los músicos, pasando
ajustados junto a todo ese coperío y
más de una vez pensé que iban a tirar a tierra el mueble bar. Reckert
realmente consiguió extraer unos sonidos espectrales que, junto con la belleza
del canto de Jessica Pratt, dejaron a la platea sin respiración, en un
silencio que pocas veces he sentido yo en esta sala. No obstante ese merecido
reconocimiento, me gustaría destacar muy especialmente en la orquesta el
maravilloso rendimiento de ayer de los cuatro trompas, con Bernardo Cifres
a la cabeza, en una obra para ellos muy exigente que bordaron con
sobresaliente; como también lo hizo la solista de arpa en la introducción a la
entrada en escena de Lucia o Rafal
Jezierski al chelo con su bellísimo acompañamiento durante el último cuadro.
El Cor de la
Generalitat volvió a alcanzar la excelencia vocal e interpretativa y fue
otra de las claves para el éxito final del espectáculo, brindándonos algunas
intervenciones memorables como en D'immenso
giubilo, en todo el final del
segundo acto y, especialmente, en un Oh!
qual funesto avvenimento! que fue para quitar el sentío…
Ya he dejado
claro desde las primeras líneas de esta crónica que la pareja protagonista fue
la indudable triunfadora de la noche. La soprano Jessica Pratt nos
brindó nuevamente una magistral lección de canto que se me hace muy complicado
trasladar a simples palabras. Ya nos entusiasmó hace un par de años en el
rossiniano Tancredi y ayer volvió a
poner el teatro patas arriba con una bellísima línea de canto de una pureza y
precisión sublimes. Filados, pianísimos, trinos, medias voces perfectas,
adornaban una voz cristalina que subía al agudo y sobreagudo con una facilidad
pasmosa, resolviendo también la coloratura de manera modélica. Su impresionante
fiato le permite lucir un legato impecable en el que además deslumbra
por su infinita variedad de matices. ¿Fue todo perfecto? Bueno, un solo reparo
pondría yo a esta exhibición vocal y es que estuvo corta de expresividad. Me
comentaba un amigo en el descanso que, pese a reconocer la esplendorosa
exhibición canora de la pareja protagonista, no había conseguido borrar el recuerdo
de aquella otra Lucia que vimos aquí
en 2010 con Nino Machaidze y Francesco Meli. Pues quizás la
diferencia fuera esa, Machaidze y Meli desbordaron pasión y
expresividad; Pratt y Shi, perfección vocal, pero más cortos en cuanto
a transmisión de emociones. Es mi opinión.
El complicado
papel de Edgardo fue asumido por el tenor
chino Yijie Shi, que precisamente ya hizo pareja con la Pratt en
aquel Tancredi de 2017, e igual que
entonces ha vuelto a lograr un importante y merecido éxito. Gran parte de lo
que escribí entonces para Argirio sería
aplicable a su Edgardo, aunque
posiblemente aquél papel rossiniano se ajuste mejor a su vocalidad que este. Su
voz, de timbre ingrato, me sigue sin parecer precisamente bonita, pero es
indudable su potencia, solidez, su insultante comodidad y firmeza en el
registro agudo y la pulcritud con la que cuida los recitativos. Estuvo ajustado
en los concertantes y tuvo también un buen comportamiento escénico. Si hubiese
introducido más matices en el fraseo se llevaría el diez en una actuación que,
en cualquier caso, ha de calificarse de sobresaliente.
Mucho menos me
gustó el Enrico que compuso el
barítono italiano Alessandro Luongo, a años luz de la pareja
protagonista, lo cual era fácil de prever, aunque con indudables buenas
intenciones y arrojo. Era la primera vez que visitaba Les Arts y cumplió la
difícil encomienda con buena dicción, ligando bien, mostrando temperamento y desgarro
interpretativo, quizás demasiado, pareciendo más cercano a veces a una Cavalleria que a una obra belcantista. Se
echa de menos un mayor refinamiento en un fraseo tosco, con empujones de una
voz que se mostró bastante irrelevante junto al plantel de acompañantes que
tuvo en escena.
El que sí es un
habitual en Les Arts, es el bajo ruso Alexander Vinogradov que afrontó
la parte del capellán Raimondo
haciendo gala, una vez más, de un instrumento privilegiado que le permite
exhibir una voz grande, poderosa y profunda que conquista fácilmente al público.
Cosa distinta es que le siga faltando nobleza en un canto bastante rudo, con
escasa variedad de acentos y una cuestionable articulación y fraseo del
italiano, que parece a veces que esté chupando un caramelo pues sólo se
escuchan las vocales.
La sorpresa de la
noche fue el Arturo de Xabier
Anduaga. Hace tiempo que venía oyendo hablar de este joven tenor vasco que
se presentó ayer en Valencia con una voz fresca, de enorme caudal y riqueza
tímbrica y expresiva, para un papel vocalmente casi anecdótico que sirvió a la
perfección y nos dejó con ganas de volverle a escuchar en roles más exigentes.
El tenor cántabro
Alejandro del Cerro fue un Normanno
correcto, de agradable timbre y valiente vocalmente. Por su parte, Olga
Syniakova compuso una Alisa
excelente, dando adecuada réplica a un monstruo como la Pratt y confirmando
que estamos ante una de las voces más interesantes de las últimas generaciones
del Centre Plácido Domingo.
La sala
presentaba una buena entrada aunque lejos del sold out. Bastantes huecos en platea deslucían una velada que
merecía un lleno completo. Eso sí, los espectadores se mostraron bastante más
cálidos de lo que suele ser habitual en las noches de estreno e interrumpieron
la representación con fuertes y prolongados aplausos en diversos momentos,
llegando incluso, como he comentado antes, a escucharse voces pidiendo bis. Al
finalizar la función, la platea se puso en pie y las ovaciones se mantuvieron
muchos minutos, con atronadora efusividad para Pratt, Shi y Vinogradov.
La salida de Jean-Louis Grinda como director de escena también fue
premiada con unánimes aplausos.
Me gustaría
mandar un mensaje al personal de Les Arts encargado de la vigilancia de puertas.
Ayer se permitió que un numeroso grupo de espectadores retrasados entraran en
la sala mientras sonaba el arpa introduciendo la entrada de Lucia del primer acto. No se debería
permitir nunca una vez la música ha comenzado, pero es que además ayer tenía
mucho menos sentido, ya que poco antes se había interrumpido la representación
para el cambio de escenografía entre cuadro y cuadro y se volvería a hacer 3 o
4 veces más, momentos estos que se podrían haber aprovechado para recolocar a
los tardones.
Que una obra tan
popular como Lucia di Lammermoor, con
un reparto de primera fila y en sábado no logré llenar la platea de Les Arts,
es preocupante. No quiero pensar entonces qué pasará con Elektra o Ariodante. Hay
quien comentaba que igual se debía a la festividad del lunes que podría haberse
aprovechado por muchas personas para hacer puente. No lo sé. El caso es que en
la web del teatro sigue habiendo bastantes entradas para las próximas
funciones. Ya lo dije hace poco, si el público no respondemos llenando el
teatro todos los días, todos los esfuerzos económicos y artísticos que se están
llevando a cabo para llevar la ópera de Valencia definitivamente al primer
nivel, será en vano. Así que ya sabéis, todos a Les Arts. Perderse una
representación de ópera del nivel de esta Lucia sí que sería una locura.