Anoche tuvo lugar el estreno de la segunda
ópera de esta temporada en el Palau de les Arts. Todo un plato fuerte. Nada
menos que “La Valquiria”, de Richard Wagner, en la premiada
coproducción del teatro valenciano con el Maggio
Musicale Fiorentino que ya pudimos ver aquí en 2007 y en los dos Anillos de 2009.
Inicialmente estaba previsto que esta
temporada se hubiese inaugurado precisamente con una nueva reposición del ciclo
de El Anillo del Nibelungo completo,
pero las estrecheces económicas han motivado que hayamos tenido que
conformarnos únicamente con la segunda de las óperas del ciclo. No obstante,
gracias a aquella previsión inicial y a que el maestro Zubin Mehta había reservado fechas en su agenda para haber dirigido
aquí la tetralogía, hemos podido disfrutar de su batuta en las dos primeras
óperas de la temporada, “La Traviata”
y “La Valquiria”, con sendos
homenajes a Verdi y Wagner en el año en que se conmemora el
bicentenario del nacimiento de estos dos compositores, y en ambos casos con
unos resultados musicales magníficos.
Existía gran curiosidad entre los aficionados
por comprobar si, tras los incidentes acaecidos en el estreno de “La Traviata” con la sustitución del
tenor Ivan Magrì en plena
representación por Nikolai Schukoff,
en esta ocasión nos esperaba alguna otra sorpresa, como que apareciese cualquiera
de los seis tenores anunciados hasta ahora en Traviata en casa de Hunding
conquistando a Sieglinde; o que
saliese alguna de las dos Violetta
entonando los guerreros “Hojotoho”
reservados a Brünnhilde. Pero,
afortunadamente, esta vez transcurrió todo sobre el escenario sin artistas
invitados.
Donde también hubo pocos invitados esta vez
fue en los palcos reservados a autoridades. Si en el estreno de “La Traviata” pudimos ver a un aburrido
President de la Generalitat con una corte considerable de compañeros de
desgobierno y pelotas varios, esta vez la presencia de politiquillos locales
fue mínima. Se ve que Wagner les da
miedo. No sé si es que les recordará a la Merkel
o que, como decía Woody Allen, no quieren que les entren ganas
de invadir Polonia y llenar Varsovia de puentes de Calatrava.
Pero bueno, entrando ya en el análisis
concreto de lo acaecido, empezaré por decir que el resultado final de conjunto
me pareció espléndido y, aunque ahora pueda entrar a criticar algunos aspectos
concretos, quiero dejar claro que salí enormemente satisfecho del teatro y,
pese a que haya cosas mejorables, ya quisieran, por ejemplo en Bayreuth, contar
con un nivel así ahora mismo.
La dirección de escena ya conocida de Carlus
Padrissa y La Fura dels Baus presenta
los defectos y virtudes comentados en su momento. Entre los primeros, el exceso
de gente en ocasiones trajinando en el escenario, los ruidos que se producen y
una dirección de actores más bien pobre, centrándolo prácticamente todo en el
impacto visual de la propuesta. Pero claro, esta fuerza visual es tan grande
que, sobre todo en las dos primeras óperas del ciclo que se prestan más a ello,
se compensan aquellos puntos flacos.
Sin embargo, de
toda la tetralogía es esta la entrega en la que el trabajo furero es más
comedido, llegando en algún pasaje, como el monólogo de Wotan, al minimalismo puro, lo cual creo que es un acierto pues
concentra el interés donde se debe. No deja de ser en cualquier caso una
lectura muy clásica, perfectamente ajustada al libreto y en perfecta
consonancia con los sonidos surgidos del foso.
Siguen pareciéndome
muy interesantes algunos detalles, como la evolución del personaje de Sieglinde, a quien Siegmund no sólo enamora, sino que además la humaniza, ayudando a
que camine erguida; o el impactante comienzo del tercer acto; así como el
simbolismo de Wotan-sol y Fricka-luna.
Anoche, en el
momento en el que Siegmund extrae la
espada del fresno o se despistó el director de escena en sus instrucciones o el
propio Nikolai Schukoff, pero el caso es que sacó la espada a la carrera,
sin el mínimo esfuerzo, como si la cogiese de un mostrador de El Corte Inglés.
Como
ya ocurriese en su día, lo que menos me gusta de esta producción es el vestuario de Chu Oroz.
Me sigue pareciendo horroroso.
Pero lo más
grande de la noche, a mi juicio, tuvo lugar en el foso. La Orquesta de la
Comunitat Valenciana, dirigida por el maestro Zubin Mehta, se
convirtió en protagonista absoluta de la velada, con unos sonidos maravillosos
que hicieron justicia a la genial partitura de Richard Wagner.
La versión ofrecida
por Mehta es mucho más lírica que dramática y comenzó con un primer acto
en el que ralentizó los tempi y se
recreó quizás demasiado en esa vertiente lírica, dejando un poco abandonada la
garra y fuerza que también deben estar presentes, llegando al límite mismo de
dejar que el motor se calase y decayese la tensión. En los siguientes dos
actos, sin embargo, disfrutamos de una lectura más fluida e intensa, con un
dominio magistral de la técnica de batuta al servicio del drama escénico, en la
que la precisión, la transparencia y la claridad se impusieron definitivamente.
Cuidó muchísimo a
los cantantes. En ocasiones en exceso, pero es que las limitaciones de algunos,
especialmente de Wotan, obligaban a
bajar considerablemente el volumen de la orquesta si se pretendía que se le
escuchara en algunos momentos, y aun así varias veces quedaron tapados.
En cualquier
caso, el maestro Mehta extrajo de la orquesta todo su potencial, que es
mucho, logrando unos sonidos de enorme belleza y haciéndose visibles muchos
detalles de orquestación que normalmente pasan inadvertidos. Yo no recordaba
una versión de La Valquiria donde las
maderas tuviesen tal protagonismo. Los fagots estuvieron inspiradísimos toda la
noche y las intervenciones solistas de Joan Enric Lluna al clarinete y Cristopher
Bouwman en el oboe, fueron de ensueño. Toda la sección de cuerda fue seda
pura, debiéndose destacar el papel de la cuerda grave desde el primer compás de
la obra hasta el final, con unos contrabajos de lujo y una belleza en los
cellos, comandados por Guiorgui Anichenko, difícil de olvidar. También
la percusión estuvo sobresaliente. En los metales, trombones y trompetas en
concreto, se apreciaron algunos pequeños problemas que no merecen ni reseñarse
ante las exigencias de la partitura.
Muy bonito el
detalle final del maestro, que espero que no suene a despedida, de subir con
toda la orquesta al escenario. Fueron los grandes protagonistas de la velada y
merecían este reconocimiento.
En cuanto a los
cantantes, del Wotan de Thomas
Johannes Mayer me habían hablado regular y, desgraciadamente, mi impresión
tras escucharle no es mucho mejor. Pese a lo cual, he de reconocer que en el
largo monólogo de Wotan del acto II,
que es la prueba del algodón para cualquier cantante que pretenda asumir el rol,
la variedad del fraseo y los acentos de Mayer fueron notables. Como
también fue muy destacable su matización y las frases ligadas en “Der Augen leuchtendes Paar". Pero
su voz me parece insuficiente para el personaje, careciendo del peso y
autoridad requeridos en la zona grave y central, y sobre todo de volumen,
forzando la emisión y llegando extenuado a los adioses.
En el primer “Leb wohl” Mayer entró a
destiempo y luego tuvo que ir a la carrera para no perder a la orquesta, y en
la invocación a Loge la voz estaba ya
a punto de quebrarse. No me gustó nada su intervención en la muerte de Hunding, donde, lo que debe ser apenas
un golpe de aliento y desprecio con el que el dios fulmina a aquél, se
convirtió en un chillido que intuyo que hizo fenecer a Hunding del susto más que nada. Pese a todo, la actuación del
barítono alemán fue digna y llena de entrega, y comparado con el Wotan que cantó en Bayreuth este verano,
este hombre es Hans Hotter.
Jennifer Wilson nos asombró a muchos con su Brühnnilde
en sus primeras visitas a Les Arts, con un instrumento privilegiado y unos
agudos potentes, luminosos y precisos. El tiempo ha pasado y el brillo
deslumbrante en la zona alta ya no es el mismo, mostrando algunos puntuales
apuros con algún chillido un tanto feo. Sin embargo, a cambio, ha ensanchado
más la voz y ha ganado en autoridad y expresividad. A mí me sigue
gustando mucho esta Brühnnilde.
Nikolai Schukoff, ya regresado de París después de haber conquistado a Violetta desde el atril en el estreno de La Traviata, compuso un buen Siegmund, mostrando una voz grande y
firme, con mordiente, que superaba casi siempre cómodamente la ingente orquesta
wagneriana y con algunos momentos en que se preocupó de regular y matizar. Pero
nos encontramos con un problema habitual en el repertorio wagneriano actual, el
cantante austriaco no es un tenor heroico o heldentenor,
sino un tenor lírico valiente y su voz no es homogénea. En la parte superior
del registro no acaba de alcanzar el brillo que requiere un Siegmund, y en zonas centrales y graves parece
querer dotarla artificialmente de una anchura que no tiene. Algo con lo que debería
tener cuidado pues posiblemente esté forzando en exceso el instrumento y eso se
acaba pagando.
La norteamericana
Heidi Melton, a quien no había escuchado anteriormente, tiene una voz
fresca y luminosa, de bello timbre, con un registro agudo solvente, y compuso una
Sieglinde casi irreprochable, aunque
no consiguió electrizar al público en sus intervenciones, faltándole algo más
de garra y pasión en el fraseo. O quizás fuese que teníamos todavía muy
reciente el huracán arrebatado que fue Eva María Westbroek en 2009. No
obstante, me gustó bastante más en su intervención del tercer acto, donde la
encontré mucho más expresiva.
Aunque también
parecía difícil poder olvidar el impresionante, malvado y profundo Hunding que ofreciese en su día el gran Matti
Salminen, Stephen Milling logró sacar adelante el reto con enorme suficiencia.
Su voz de auténtico bajo se mostró imponente y amedrentadora, su fraseo muy
cuidado, y su actuación escénica fue magnífica, salvo en el momento de la
muerte, donde parecía más preocupado en colocarse bien y no partirse la crisma que
en expirar.
La interpretación
que más agradablemente me sorprendió fue, curiosamente, la del antipático
personaje de Fricka, a cargo de la
austriaca Elisabeth Kulman que culminó una actuación excelente, con una bella
voz aterciopelada y potente, y sabiendo imprimir al personaje la autoridad que
requiere, derrochando expresividad con un fraseo de acentos intensos.
En las Valquirias
Bernadette Flaitz, Julia Borchert, Pilar Vázquez,
Nadine Weissmann, Eugenia Bethencourt, Julia Rutigliano, Patrizia
Scivoletto y Gemma Coma-Alabert hubo un poco de todo, pero en
términos generales estuvieron muy correctas.
Frente al lleno prácticamente completo que
caracterizó el estreno de “La Traviata”,
ayer había demasiados huecos. La platea
superaba por poco los tres cuartos de aforo, pero los pisos superiores estaban
con muchísimos asientos vacíos. Hubo también algunas deserciones en los
intermedios, pero los que se quedaron ovacionaron como se merecía a todos los
intervinientes en el espectáculo, especialmente a Mehta y a la orquesta.
Por parte de la dirección de escena no salió ningún miembro de La Fura dels
Baus, sino Allex Aguilera, perteneciente a la plantilla de Les Arts
y encargado de la dirección de esta reposición, recibiendo también los aplausos
del público.
Hay todavía muchas localidades disponibles
para las siguientes tres funciones de “La
Valquiria”. Parece que la mención de la palabra Wagner y la larga duración de sus óperas sigue asustando a una gran
parte de los aficionados, y es una lástima, porque el espectáculo vale la pena
y es una excelente manera, tanto para acercarse a la producción del genial
compositor alemán, como, sobre todo, para
disfrutar de nuestra orquesta, que en pocas obras podrá sonar mejor que en esta
y que no sabemos lo que nos va a durar tal y como están las cosas.
Aunque si
cualquier ser racional con orejas, de quien pudiese depender poner los medios
necesarios para el mantenimiento de la Orquesta de la Comunitat
Valenciana, estaba presente, no debería ser preciso plantear ningún otro
argumento para convencerle. El problema es que encontrar seres racionales entre
quienes nos gobiernan es casi más complicado que hallar un cover para Alfredo en Les Arts.