Gran expectación
popular, lleno hasta la bandera, desaforada atención mediática, incluso con
cámaras de televisión en la entrada a Les Arts preguntando a los espectadores
si iban a apoyar a Plácido… la estrella era Plácido y todo
parecía centrado en él. La vida es así de injusta a veces.
Injusta por
muchos motivos. El primero porque, más allá de la categoría reconocida como el
artista irrepetible de la historia de la ópera que es y será siempre Plácido
Domingo, su situación vocal actual no justifica por sí misma ese interés
por escucharle. Injusto es también que se lleve vendiendo todos estos días en
prensa que es sólo la figura de Plácido la que ha hecho que se agoten
todas las localidades de la totalidad de funciones de este Nabucco estrenado ayer, cuando la popular ópera verdiana digo yo
que también habrá tenido algo que ver, y cuando había otros elementos objetivamente
mucho más atractivos para el público que podrían y deberían haber influido en
el éxito de la convocatoria, como la presencia en el reparto de la grandísima Anna
Pirozzi o el contar todavía en nuestro teatro con uno de los mejores coros
del panorama internacional, el Cor de la Generalitat, en una obra en la
que el coro es precisamente su espina dorsal y su principal sustento dramático.
E injusto es, finalmente, para el propio Plácido Domingo, que, a estas
alturas de su incuestionable carrera, sea el morbo creado por las acusaciones
de acoso que le han llevado a apartarse de la actividad en los teatros
estadounidenses, el que protagonice los titulares y el que haya convertido de
algún modo su presencia actual en Les Arts en una especie de plebiscito para
demostrar que el público hispano no es como el norteamericano y va a acudir a
aplaudirle y apoyarle, cante como cante, y donde sólo habría faltado que nos
vistieran a los espectadores de flamencos como en Bienvenido Mr. Marshall.
Desde luego no
seré yo quien abra aquí el melón de ponernos a teorizar y discutir sobre los
presuntos acosos acaecidos, o no, muchos años atrás, pero para que no quepan
dudas sobre mi postura quiero que quede claro que no me parece justificada la
caza de brujas (o sátiros) desatada contra el artista; y que siempre he
considerado que una cosa es la vertiente personal de cada uno de nosotros y
otra la profesional. Cualquier tipo de abuso o acoso es condenable y lo rechazo
de plano, así que si alguien ha cometido algún hecho reprobable penalmente y
queda demostrado, que lo pague en los tribunales, se llame como se llame; pero
no que se condene a un cantante preventivamente con su apartamiento de la
escena por hechos no probados sucedidos en los tiempos del pantalón campana y
juzgados, sin opción a defenderse, en las redes sociales con los criterios del politicorrectismo imperante en este
nefasto siglo XXI. Pira mediática encendida y a pulverizar una carrera
profesional inigualable.
Realmente la
escena quizás la debería abandonar Domingo por otros motivos, como es el
que sus condiciones vocales actuales y su condición física sigue yendo a peor y
se corre el riesgo de que se acabe por deteriorar el recuerdo y la figura de
uno de los mejores artistas de la historia; pero no por lo que hasta ahora se
ha conocido de los famosos acosos. Especialmente cuando la vara de medir es tan
diferente dependiendo de la conducta de que se trate o de la profesión a la que
se dediquen algunos. Ahí tenemos sin ir más lejos a unos señores llamados Messi
o Cristiano, delincuentes sentenciados, y a quien nadie ha pedido que
dejen de jugar en sus respectivos equipos por malhechores. Pero bueno, ya he
dicho que no es mi intención debatir sobre este tema, en absoluto, y además
tengo muchas cosas que quiero comentar del estreno de anoche.
La producción estrenada ayer de la Washington National Opera, en coproducción con The Minnesota Opera y Opera Philadelphia, cuenta con la dirección de escena y escenografía del estadounidense Thaddeus Strassberger y el vestuario de Mattie Ullrich, quienes fueron ya los responsables de otra producción verdiana que pudo verse en Les Arts en 2013, I due Foscari, también con el protagonismo de Plácido Domingo, aunque poco tienen que ver ambas producciones, salvo quizás algunos rasgos del vestuario. Si algo caracteriza a primera vista esta propuesta es, sin duda alguna, su tradicionalidad, vistosidad y la majestuosidad de cartón piedra en la ambientación de unas espectaculares Jerusalén y Babilonia, propias del álbum de cromos Vida y Color, con sus jardines colgantes, sus leones de la puerta de Ishtar, su barbudo Nabucodonosor… procurando que todo se ubique allí donde dice el libreto, con una escenografía consistente en su mayor parte en grandes telones pintados a la antigua, de esos que cuando pasaba el coro al lado de las columnas del templo de Salomón estas se movían ondulantes. Todo más clásico que un rollo de papel higiénico del Elefante. Una señora detrás de mí comentó entusiasmada que ya era hora de que trajesen a Les Arts puestas en escena como Dios manda. Lo que no me acabó de aclarar es si lo mandaba Jehová o Baal.
Debe reseñarse el
llamativo vestuario de Mattie Ullrich, con colores vivos y luminosos
para los babilonios y tonalidades blancas o crudas para el pueblo judío; así
como también la iluminación de Mark McCullough que jugará un
importante papel en una producción que puede gustar o no gustar, enseguida me
voy a pronunciar sobre ello, pero a la que si algo no se le puede negar es que
viene sustentada en un trabajo escenográfico con un impacto visual muy relevante.
Strassberger no se ha limitado a dejarnos la escenificación clásica sin más, y su
innovación consistirá en una duplicación de la acción, con la colocación a la
izquierda del escenario de unos palcos de teatro, con espectadores vestidos de
época (siglo XIX) asistiendo a la misma función que nosotros, de tal modo que
nos encontraremos con una función de ópera dentro de la ópera. Los personajes
que asisten a la función y otros figurantes llevarán a cabo su propia trama con
una acción dramática paralela durante la obertura, en los entreactos y en algún
otro momento que ahora comentaré.
Parece ser que lo
que se ha pretendido es escenificar lo que podría haber sido el estreno de Nabucco en 1842 en el Teatro Alla Scala,
y digo bien, lo que podría haber sido, no lo que fue. Los personajes de los
palcos representarían a la nobleza austriaca, también veremos a miembros del
ejército austriaco vigilando al público y lo que ocurre en escena, y -OJO SPOILER- al
final de la noche, acabada la representación operística y cuando están
finalizando los saludos de los cantantes (con lo cual a no pocos espectadores,
de esos que salen en desbandada nada más escuchar el chimpún final por si se les enfría el hervido, les pilló ya en la
calle), se producirá una interacción entre cantantes y figurantes: La Pirozzi
cogerá del suelo los ramos que les habían lanzado a los cantantes durante los
saludos desde los falsos palcos, y los arrojará desafiante contra ellos, en un
gesto simbólico contra el invasor austriaco, entonces una voz desde el coro
inicia una repetición a cappella del Va pensiero a la que acabará uniéndose
todo el coro, los solistas y la orquesta, mientras el coro irá componiendo una
bandera italiana con una especie de telones verdes blancos y rojos y unos
figurantes junto a los cantantes sujetarán dos banderas italianas pequeñas con
el lema Viva Verdi, grito que se lanzará también desde el escenario.
Doy fe de que
mucha gente no se enteró de la película, pese a que tampoco es que hiciese
falta tener una vasta cultura operística o histórica para entender de qué iba
la cosa, porque a la salida escuché no pocas veces lo bonito que había sido que
hiciesen un bis del Va pensiero, cosa
que incluso ha llegado a salir en algún medio de prensa. Otros comentaban que
no entendían por qué había gente vestida de diferentes épocas, pero… ¡qué
bonito había sido todo! Incluso hubo quien lo que decía no acabar de comprender
era por qué sacaban una bandera de Irlanda (sic), pero… ¡qué bonito!
Pues eso. Todo
muy bonito, muy clásico y por lo escuchado ayer en diversos corrillos sé que
hoy posiblemente yo vaya a ir a contracorriente, pero, vamos, personalmente, a
mí no me acabó de convencer. Reconozco su fuerza visual; su clasicismo, que no
tiene por qué ser negativo, en este caso con un guiño que puede resultar
entrañable a la manera de hacer teatro a la antigua; e incluso puedo admitir cierta
originalidad en la propuesta, enmarcando la obra original en el contexto
histórico de la situación política en la fecha del estreno y trasladando a
escena la repercusión política que tendría posteriormente la obra de Verdi,
con ese episodio final de ficción haciendo protagonista al Va pensiero. Pero más allá de esa idea que puede tener cierta
gracia, hay que recordar, como tantas otras veces, que aquí lo principal es la
función operística y es en este punto donde yo, como tiquismiquis diplomado,
encuentro bastantes cosas negativas.
Para empezar, el
empeño en meter tramas dramáticas paralelas durante la obertura y los
interludios orquestales, hace que el espectador se distraiga de la música y que
esta pierda todo su sentido de introducir y ambientar lo que vendrá después,
pasando a ser una mera música de fondo de una acción no escrita en el libreto. Algo
parecido ocurrirá con la sobrecarga de acción dramática en el escenario, muchas
veces sin sentido; ejemplo paradigmático de ello lo tenemos en el aria de Abigaille, Anch’io dischiuso un giorno, donde, en vez de dejarnos
concentrarnos en ese intenso instante musical y dramático, tenemos que aguantar
mientras como un puñado de sacerdotes se ponen a moverse por allí haciendo
tontás, como si hicieran taichí, movimientos que durante la subsiguiente cabaletta se convertirán en giros
similares a una danza de derviches… ¿derviches babilónicos?...
Pese a la
aparente sencillez de una escenografía con telones móviles, se produjeron también
importantes parones entre actos que, unidos a la trama paralela, cortaban
bastante el discurrir dramático. Tampoco se apreció un trabajo especial de
movimiento de actores. O, lo peor de toda la noche, el celebérrimo Va pensiero aquí se escenificará de
forma que parece que lo estemos contemplando entre bambalinas, a través de un
telón semitransparente bajado, con figurantes representando a cantantes o
bailarines esperando para salir a escena y a diverso personal de La Scala realizando
todo tipo de menesteres por delante del coro, que sale de espaldas a nosotros (aunque
afortunadamente se giraron para cantar), pero consiguiendo con todo ello que
uno de los instantes más emocionantes de la historia de la ópera perdiese toda
su fuerza dramática y cualquier tipo del intimismo pretendido por Verdi.
Y puestos ya a adulterar el original, tampoco entendí por qué en lugar de
acabar la ópera con la muerte de Abigaille,
lo hace con el coro Immenso Jeovha que la antecede.
Todas esas cosas,
más allá que sean más o menos importantes para cada uno, a mí me dejaron la
impresión de que al director norteamericano le importaba bastante poco la ópera
y sólo la habría utilizado como vehículo de lucimiento personal. En lugar de
haberse trabajado una propuesta escénica que transmita alguna nueva lectura o
innovador concepto que pudiera encontrarse a partir del libreto original, Strassberger
se limita a dejar que la ópera se desarrolle de la forma más clásica posible en
una parte del escenario, mientras sus innovaciones más que aportar nuevas ideas
lo que hacen es introducir historias paralelas de modo tal que además se acaba
por perjudicar la música y las voces. O al menos esa es la sensación con la que
yo me quedé, por mucho que luego con la sorpresa final del Va pensiero repetido se pretenda ir de guay y epatar al espectador
ofreciéndole de nuevo el fragmento más popular de la ópera.
Ocupaba de nuevo
el foso de Les Arts el alcoyano Jordi Bernàcer, quien se reencontraba
así con la Orquestra de la Comunitat Valenciana y el Cor de la
Generalitat, tras haber sido director asistente de ambas agrupaciones y
haber dirigido ya en anteriores ocasiones funciones de la temporada regular de
ópera en Valencia, como en Simon
Boccanegra o Luisa Fernanda. Llevó
a cabo ayer Bernàcer un trabajo de batuta bastante serio, con una gran
capacidad concertadora, demostrando conocimiento de la partitura y del espíritu
verdiano, dirigiendo con brío y énfasis, a veces pecando de exceso de volumen y
estridencia y con unos tempi a veces
algo lentos. Yo eché de menos una mayor gama de contrastes, aunque hubo
instantes de gran intensidad como la preghiera.
Creo que en líneas generales cumplió más que adecuadamente y tuvo además el
mérito de saber seguir a Domingo cuando este marcaba sus particulares
ritmos. Entre los miembros de la Orquestra de la Comunitat Valenciana,
creo que merece destacarse el bellísimo sonido del violonchelo y en general de
la cuerda grave toda la noche, especialmente en la bellísima preghiera
de Zaccaria que se marcaron, con
destacadas intervenciones también durante la velada de trompeta, percusión, flauta
y maderas.
El verdadero protagonista de la
velada fue el Cor de la Generalitat, luciéndose como el excepcional
grupo vocal que sigue siendo, ante una obra de gran
exigencia y en la que el coro lleva el peso de la función, y ello a pesar de
que posiblemente sigan sin contar con los refuerzos óptimos que precisaría una
obra de esta envergadura coral. También demostraron saberse imponer a las
mamarrachadas escénicas, desde el cantar disfrazados tapados completamente con
túnicas amarillas y una especie de tiesto en la cabeza, como si fuesen los caraconos en una fiesta de Halloween, o
ese Va pensiero extraordinariamente
cantado (qué maravilla de nota final sostenida), pero en el que era imposible concentrarse
por el trajín ideado en escena por delante. Estuvieron espléndidos toda la velada
comenzando ya con un tremendo Gli arredi festivi, siguiendo con el
brutal Maledetto
dal Signor que se marcó el coro masculino, me maravillaron en S'appressan gl'istanti y pusieron el broche de
oro con una
escena final para chuparse los dedos. Que lujazo sigue siendo
este coro.
Como decía al
comienzo, la estrella era Plácido Domingo que acudía a su cita anual
prenavideña con Les Arts. El público ya llegó decidido a bravearle incondicionalmente y así lo hizo. ¿Eso quiere decir que lo bordase?, pues,
en mi humilde opinión, no. Como no podía ser menos, el madrileño hace su
personal Nabucco que no suena a
barítono, suena a Domingo cantando Nabucco.
Y poco se puede añadir a lo que ya he escrito con motivo de sus últimas
visitas, salvo que su voz se presenta cada vez más deteriorada y su movilidad
más reducida. Sigue existiendo una zona central que en momentos mágicos aparece
sonora y sana, pero las sonoridades leñosas son cada vez más frecuentes. El fiato también es cada vez más corto y la
respiración muestra fatiga. Es verdad que sabe construir las frases como nadie,
pero se ve obligado a acortarlas y modificarlas por limitaciones físicas más
que normales en un cantante que está rondando (por arriba o abajo) los 80.
Reconozco que fue
a más conforme avanzaba la representación y, tras una primera parte en la que
me resultó bastante decepcionante y me hacía padecer, en la segunda mitad se
vino arriba, completando un intenso dúo con Abigaille
y enhebrando un Dio di Giuda maravilloso, profundo, sentido, con un fraseo de maestro y encima, no ya
arrodillado como marca el libreto, sino tumbado directamente boca abajo. Y es
que donde Domingo no tiene prácticamente rival es en su instinto
dramático, en su enorme expresividad, en la intensidad de sus recitativos, en su
capacidad como actor cantante y en su conocimiento de lo que es el canto
verdiano. Pocos habrá como él que sepan expresar con tal convicción dramática
la evolución del rey babilónico, desde el tirano invasor, al demente que se
cree un dios y al converso arrepentido. La humanidad y crueldad del personaje
son dibujadas por Domingo con ese talento operístico irrepetible que
sigue haciendo que, pese a todas las faltas que se pueden y deben poner a su
interpretación vocal, yo siga saliendo del teatro con sensaciones encontradas.
El barítono, este
sí de verdad, Amartuvshin Enkhbat, de nombre ciertamente imposible que
suena a Rajoy, pazdescanse, felicitando
las pascuas comiéndose un polvorón, interpretará el rol del rey babilonio los
días 14 y 16. Me ha llamado la atención leer en algunos medios que este será el
debut del barítono mongol (con perdón) en Valencia, cuando no es cierto. Ya
debutó en Les Arts en un papel verdiano en 2012 interpretando el Monterone en Rigoletto, e incluso en una de las funciones asumió el papel
protagonista. Como Monterone hace siete
años no me gustó nada, mostrando una de esas emisiones atrasadas cuasi anales,
pero me están hablando muy bien de él ahora y es francamente fácil que, en
cuanto a ajuste vocal, lo haga mejor que Domingo, en el resto de facetas
lo dudo. Lamentablemente no creo que pueda verle, ya que no queda ni una
entrada, pero alguien nos lo contará. Ayer, por cierto, se encontraba en la
sala y aprovechó el descanso para fumarse medio paquete de cigarrillos tomando
el fresco.
Volvía también a
Les Arts Anna Pirozzi en el papel de Abigaille
que ya interpretase en 2015. No hay duda de que la Pirozzi es una de las
grandes Abigaille de la actualidad y
de las pocas artistas que pueden hacer frente a este diabólico rol con
garantías. Ayer lo volvió a demostrar convirtiéndose, junto al coro, en lo más
destacable de la velada. Su voz grande, corpórea, robusta, se imponía
fácilmente a la orquesta y corría, timbrada y bellísima, por la sala con
poderío, al tiempo que se adornaba en los momentos más líricos regulando
intensidades y con un inteligente uso de las medias voces y pianísimos. Su
fraseo intencionado derrochaba sentido dramático, cincelando todas las facetas
del personaje, desde la autoridad y el odio, al abatimiento final. Todo lo
corta que quizás se quede como actriz, lo compensa sobradamente con su
expresividad vocal. Imponente estuvo en su Anch’io
dischiuso un giorno y supo afrontar también con tremenda solvencia los
saltos interválicos y la coloratura, como en la cabaletta Salgo già del trono.
Quizás en la zona más alta algún agudo quedó un poco chillado, pero, como ya
dije en mi crónica de 2015, pocas Abigaille
hay que no chillen en algún momento. Bravissima.
Completando el
trío protagonista, el rol de Zaccaria
fue interpretado por Riccardo Zanellato. El bajo italiano conoce bien la
escritura verdiana, no en vano ha trabajado con Muti en diversas
ocasiones, y frasea con intención, buen legato y acentos nobles. En su preghiera se mostró realmente
emocionante. El problema es que carece del peso vocal preciso para este
personaje y su voz se presenta clara en exceso y corta de proyección, lo que hacía
que en los concertantes pasase desapercibido.
Otro viejo
conocido de Les Arts es el tenor Arturo Chacón-Cruz, quien en 2017 fuese
el Alfredo de La Traviata también junto a Plácido Domingo. Yo no sé qué le
ve a este chico Domingo o quien sea responsable de su contratación. Digo
Domingo porque es muy habitual que coincidan juntos en escena, con lo
que entiendo que Plácido igual tiene algo que ver en el tema. Si lo que
quieren es que cuando cante Chacón-Cruz nos acordemos del joven Domingo
y le echemos de menos, lo han conseguido. Ayer el joven tenor mejicano
interpretó el papel de Ismael y como
en anteriores ocasiones, no me gustó demasiado. Su entrega vocal siempre es
irreprochable, pero la voz presenta tiranteces y un centro bastante mate. Se
mueve con cierta comodidad por la franja aguda aunque con algunos sonidos
abiertos y recurriendo en más de una ocasión al portamento. El fraseo tampoco es nada refinado, y en escena, aunque
hace muchos aspavientos y gestos, su expresividad es apenas mayor a la de un
botijo toledano.
Por su parte, la
soprano Alisa Kolosova fue la encargada de encarnar a la hija de
Nabucodonosor, Fenena, con una voz
grande, de bello timbre, que incluso en ocasiones se imponía en volumen a la de
Pirozzi, como el terceto del primer acto, y en la que posiblemente se echó en falta un
mayor refinamiento en el fraseo. En pequeños papeles comprimarios destacó por
encima de todos un estupendo Dongho Kim como Gran Sacerdote, exhibiendo una voz poderosa con la que casi me
atrevo a decir que podría haber sido un mejor Zaccaria que Zanellato. Muy bien estuvo también Sofía
Esparza como Anna y cumplió
correctamente Mark Serdiuk como Abdallo.
La sala principal
de Les Arts presentó la mejor entrada de la temporada. Lleno absoluto, con
notable presencia del paisanaje valenciano y de esos personajes que no los
sueles ver en la ópera si no viene la reina emérita o canta Plácido,
pero que les conoces porque salen en revistas tipo Hello Valencia, en todos los eventos sociales, no sé si bronceados
o con la cara untada de Nocilla y poniendo gesto de Joker con colitis. Políticos locales por supuesto apenas había, no
fuera a acusarles alguien de que estaban apoyando a Domingo. Sí que me
dijo alguien que estaba la directora general de Cultura, Carmen Amoraga,
miembro del Patronato. Durante la representación y pese a los consabidos
avisos, sonaron varios móviles, como siempre; los tísicos también acudieron en
cuadrilla; y por supuesto no faltaron los canturreos acompañando el Va pensiero. Se aplaudió todo lo que
sonaba a chimpún, se braveó insistentemente a Domingo tras el Dio di Giuda y, al finalizar la representación y la performance
del Viva Verdi, las ovaciones fueron generalizadas para todos, incluyendo la dirección de
escena.
También durante
esos aplausos finales hicieron acto de aparición unos papeles pequeñines y
cursis lanzados desde los pisos altos con frases de agradecimiento a Plácido
Domingo. Y no faltó tampoco a su cita ese señor mayor que se coloca durante
esos aplausos finales en la platea, en el cogote del director de orquesta, y
les lanza ramos de flores a los cantantes cuando saludan, con una fuerza digna
de Popeye y una precisión milimétrica. Si en Tokio 2020 hacen olímpico este
deporte, no voy a decir el oro, pero el pódium lo tenemos garantizado.
Bueno, pues esta
es mi crónica de Nabucco y otros
aconteceres. Si alguien ha aguantando leyendo hasta aquí que me perdone el
rollo y espero que no se sienta desanimado para acudir a disfrutar en Les Arts
de un notable espectáculo operístico, sólo por la Pirozzi y el coro ya
vale mucho la pena. Y, pese a todo lo que he dicho, yo ayer me lo pasé muy bien.