Dentro de la
pretemporada que se ha instaurado este año en el Palau de les Arts, ayer tuvo
lugar el estreno de la zarzuela/opereta Katiuska,
del donostiarra Pablo Sorozábal, una obra que, os confieso, nunca ha
estado entre mis preferidas del género, debido sobre todo a un libreto bastante
flojo del que afortunadamente anoche nos ofrecieron una versión abreviada,
habiendo sido generosos con la tijera. Es verdad que hay momentos musicales
donde surge el genio de Sorozábal, pero, en conjunto, siempre me ha
parecido una obra menor que me deja con ganas de sensaciones de más enjundia.
Tras colgar el
cartel de “no hay billetes” en las recientes funciones de La Bohème, había cierta expectación por saber si la política de
precios aplicada a esta pretemporada también llevaba a Katiuska a un éxito similar de público joven. Pues bien, aunque
hubo una buena entrada, no fue comparable a la respuesta que obtuvo la ópera de
Puccini. Y, sobre todo, la media de edad del respetable fue mucho más
elevada. Por otro lado, si en el estreno de Bohème
pudimos ver una amplia representación política en los palcos, ayer no localicé
a nadie.
Yo, que cuando me
pongo puedo ser bastante cansino, quiero volver a insistir en algunas cosas. No
nos engañemos, los precios baratos están muy bien. Defiendo sin reservas que
exista una pretemporada con entradas más económicas e incluso una temporada con
segundos repartos a menor precio; pero una Bohème
seguirá llenando y una Katiuska,
salvo que incluya a una figura de relieve con tirón, como Plácido Domingo,
no.
Por otra parte,
niego la mayor, los precios de las entradas de la temporada de ópera en el
Palau de les Arts no son tan caros como se quiere hacer creer al que no sabe, y
la relación calidad-precio en comparación con otros teatros, es muy buena. Que
alguien te diga que ha pagado 120 euros por chuparse un partido de fútbol a la
intemperie en el segundo anfiteatro, a nadie escandaliza; pero ir a la ópera parece
que es elitista y para ricos, aunque puedas comprar una butaca para asistir a un
espectáculo de primer nivel europeo, con la mejor orquesta y coro de España,
por 15 euros más, o por 65 si la compras el último día, pudiendo además acceder
a un abanico de entradas desde 15 euros.
Y, por último,
los resultados de público de La Bohème
han estado muy bien, pero el nivel de calidad ofrecido no es al que debemos aspirar
en este teatro. Ese no es el objetivo a alcanzar. Estará bien en cuanto sea una
actividad complementaria de una temporada de calidad y permita dar más
actividad al teatro; pero Les Arts tiene que aspirar a mucho más, a algo tan
sencillo y tan complicado como procurar mantener el nivel que se ha venido
ofreciendo los pasados años y que permita la consolidación y crecimiento de
nuestra orquesta, nuestro coro y nuestro teatro.
Pero bueno, yendo
ya al tomate, pese a que haya dicho al comienzo que Katiuska no me gusta especialmente, he de dejar sentado que, en mi
opinión, el espectáculo ofrecido ayer mantuvo un buen nivel de calidad que
permitió que el público pasase una hora y cuarto entretenida.
El montaje
presentado es una coproducción del Teatro Arriaga de Bilbao, el Teatro
Campoamor de Oviedo y el Teatro Calderón de Valladolid, que cuenta con la
dirección escénica de Emilio Sagi.
Aunque se le
pueden hacer reproches, y lo haré, pienso que el ambiente creado por el
director asturiano es uno de los principales valores de esta producción, en la
que un gran marco dorado envuelve la acción que se desarrolla sobre lo que
parece un cine en ruinas, donde los muebles rotos y escombros cubren el
proscenio y el fondo del escenario, mientras una estética de tintes
cinematográficos acompaña a los personajes en escena.
Sagi ha manifestado
que ha querido representar los complicados años 30 españoles, donde el cine era
la evasión del ciudadano. Así, el personaje de Katiuska se nos muestra como una diva que casi parece que esté
viviendo una alucinación (impagable su entrada en escena a lo estrellona cubierta de pieles). Yo lo de
que fuera España no lo acabé de pillar, y allí daba igual que fuera España o
Luxemburgo, el caso es que se hablaba de Rusia sin que chirriase nada
especialmente, aunque el vestuario no fuera de la primera década del siglo XX
sino de los años 30/40.
La escenografía
es estática, un único decorado con paneles móviles, quedando todo el peso de la
acción dramática supeditado a inteligentes juegos de luces y sombras y estudiados
movimientos de actores. Estos, limitados, porque, y este es uno de los
principales reproches que le hago a este montaje, de nuevo se ha abusado de superficies
inclinadas, lo que unido a la cantidad de trastos por medio que tienen que
sortear hace que el espectador esté todo el tiempo sufriendo por si los
cantantes se abren la cabeza.
El otro reparo
que podría hacerle sería que el decorado en forma de caja, con los cantantes
muchas veces metidos al fondo del escenario, hizo que en esos momentos las
voces se vieran perjudicadas.
Pese a ese
estatismo escenográfico que comentaba, la narración fluye estupendamente bien y
si algo no se puede negar, como casi siempre ocurre con los trabajos de Sagi,
es su efectividad estética y visual, sabiendo dotar del ambiente preciso a una
obra tan diversa como esta, con recogidos momentos románticos, escenas
vodevilescas y hasta números de cabaret, como ese A París me voy tan cargante, que en esta ocasión adquiere el tono
adecuado. También me gustó mucho la resolución ideada para el baile con katiuskas.
El valenciano Cristobal
Soler fue el encargado de manejar la batuta al frente de la Orquestra de
la Comunitat Valenciana, y si con la dirección de Manuel Coves en La Bohème salí bastante defraudado, ayer
me llevé una grata sorpresa y creo que el
actual director musical del Teatro de la Zarzuela realizó una elogiable labor.
Es de justicia decir que la partitura de Katiuska
no tiene la profundidad de la obra pucciniana, obviamente, pero Soler
fue capaz de ofrecer el tono justo en cada una de las vertientes que ofrece la
obra, tanto en los momentos más líricos, donde la música fue acentuada con interesantes
matices, como en las facetas más revisteriles,
sabiendo también remarcar los guiños al folclore eslavo que introduce Sorozábal.
Soler demostró en definitiva conocer bien el género y adecuarse a los
cantantes que tenía en el escenario, conduciendo con sobriedad y eficacia.
El Cor de la
Generalitat fue de los más perjudicados, a mi juicio, por la concepción
escénica de Sagi, perdiendo proyección las voces cuando se ubicaba
demasiado retrasado y haciendo más equilibrios que una promoción de El Circo del Sol cuando les hacían
trepar por la escombrera del proscenio. Pese a todo, tuvo unas brillantes
intervenciones en una obra que tampoco tiene números de gran lucimiento coral.
La soprano Maite
Alberola se está abriendo paso poco a poco en los más importantes
escenarios operísticos, con justicia, y había ganas de poderla disfrutar en su
tierra con un papel de cierta relevancia. Tiene una voz lírica de bello timbre,
potente y luminosa que supo adornar con detalles de sumo gusto, como al acabar
el agudo en piano en “Noche hermosa”.
En el dúo de Katiuska y Pedro estuvo magnífica, y también se
mostró refinada con un canto muy ligado en “Vivía
sola”, aunque transmitiese cierta frialdad, lo cual no acabé de saber si se
debía a causas naturales o instrucciones escénicas.
El veterano barítono
cántabro Manuel Lanza, afortunadamente recuperado hace unos años para la
escena lírica tras una larga ausencia, fue un solvente Pedro Stakof que mostro sobrado conocimiento de las tablas y
madurez vocal, con un instrumento robusto, de atractivo color y tintes
puramente baritonales. Se agradeció su arrojo, cantando sin trampas y por
derecho, aunque en ocasiones se resintiese la afinación. En las exigencias más
agudas del rol se denotaba mayor desgaste y dejó asomar algún problema, pero
supo transmitir emoción y expresividad, ofreciendo sus mejores prestaciones en
el dúo con Katiuska.
El tenor
ilicitano Javier Agulló es bien conocido ya en Les Arts. Su papel no
permite demasiado lucimiento, pero defendió su romanza “Soy vulgar caminante” mejor de lo esperado, y los agudos fueron
bastante menos destemplados que en ocasiones anteriores, aunque la afinación
sigue presentándole dificultades.
Mención especial
merece el estupendo elenco de comprimarios, con una Sandra Ferrández que
dibujó una Olga pletórica de chispa y
dominio escénico. Entregadísimos estuvieron también Itxaro Mentxaka y David
Rubiera. Y extraordinarios los miembros del Cor de la Generalitat, Boro
Giner y José Enrique Requena, con una profesionalidad bárbara, tanto
en el apartado vocal como dotando de la comicidad exigida a sus personajes, sin
recurrir al típico humor chillón, a lo Pepa
y Avelino, tan habitual en el mundo de la zarzuela.
El público siguió
con interés el espectáculo ofrecido (bueno, todos no. Mi compañero de butaca se
pasó todo el primer acto guasapeando
con los amiguetes, poniendo en riesgo su dentadura que se hallaba demasiado
cerca de mi codo) y al finalizar agradeció con cálidos aplausos la labor de los
artistas, siendo Alberola, Lanza y Sagi los más
ovacionados.
Tras las próximas
funciones de esta Katiuska (días 31
de octubre y 3 y 6 de noviembre) sólo quedará de pretemporada el concierto de Roberto
Abbado dedicado a Berlioz, el próximo jueves día 5 de noviembre. Desde
aquí os animo a todos a acudir (hay todavía bastantes entradas y baratas).
Será la primera
ocasión en que el nuevo codirector musical titular de Les Arts se ponga al
frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana desde su nombramiento.
Abbado nos dejó unas espléndidas sensaciones con aquél Don Pasquale de la pasada temporada,
pero ahora habrá ocasión de valorarle con un repertorio orquestalmente más
exigente, como es ese magnífico programa doble compuesto por la celebérrima Sinfonía Fantástica y, la menos conocida
pero maravillosa, Lélio o El retorno a la
vida, en un concierto espectáculo que contará también con la participación
del actor Nacho Fresneda y que promete emociones fuertes.