Enorme expectación anoche en el Palau de
les Arts para asistir al estreno de La
forza del destino, de Giuseppe Verdi,
la ópera que abría el VII Festival del
Mediterrani y que suponía el regreso al foso valenciano del maestro Zubin Mehta. El ambiente era el de las
grandes noches, rozando el lleno, y se cumplieron todas las expectativas, con
unos resultados artísticos sobresalientes que hicieron que acabara todo el
teatro puesto en pie, absolutamente enardecido, ante una Forza que creo que, hoy por hoy, es difícilmente superable. Una
noche mágica, sin duda, que, hasta a los más pesimistas, nos ha subido el ánimo
bastantes enteros.
Especialmente emocionante resultó el
recibimiento que el público tributó al maestro Mehta, brindándole un cerrada ovación con numerosos bravos nada más pisar el foso, en una evidente
muestra de que el aficionado valenciano sabe apreciar y agradecer lo mucho que
el director indio está haciendo para que en nuestra ciudad podamos seguir
disfrutando de ópera de primera categoría. La intensidad de las ovaciones en
cada salida de Mehta y que todo el
público se pusiese en pie como movido por un resorte en cuanto se sumó a los saludos
finales, era un claro grito de “maestro, no se vaya”.
Muchas caras conocidas en el patio de
butacas, desde Joan Matabosch a María José Montiel. Y también nos
alegró ver de nuevo al mando a la Intendente Helga Schmidt, quien
parece encontrarse ya mejor tras el accidente que sufriese en Viena. En el
palco nos obsequió con su presencia la Consellera de Cultura y recién nombrada
nueva portavoz del gobierno valenciano, María
José Catalá, a quien este nuevo cargo le va pintiparado, con lo que le
gusta a esta señora figurar y darle al pico. La pena es que no haya aprovechado
para dejar la cartera de Cultura en manos de alguien con más ganas e ideas para
defender la ópera de calidad en Valencia de lo que ella hasta ahora ha
demostrado.
45 minutos antes de iniciarse la
representación tuvo lugar, por primera vez en el Palau de les Arts, una breve
charla introductoria a la ópera, que corrió a cargo de Íñigo de Goñi, miembro de la Asociación Amics de l’Òpera i de les Arts de la Comunitat Valenciana. Estas
charlas se repetirán todos los días de función, tanto de La forza del destino como de Turandot,
en la sala de espera ubicada en el vestíbulo principal. Ayer la sala se llenó
en pocos minutos y hubo mucha gente que tuvo que quedarse fuera. Está previsto
que, a partir de ahora, esta Asociación se encargue de ofrecer este servicio a
los espectadores con entrada para las diferentes representaciones de la
temporada.
Ante la ausencia de recursos económicos en
Les Arts, para la dirección de escena se ha vuelto a apostar por encargar una
producción propia a Davide Livermore,
director artístico del Centre de
Perfeccionament, y responsable de anteriores propuestas interesantes como
las de La Bohème o el Otello del año pasado.
El resultado final de su trabajo creo que
ha sido muy positivo. Y mucho más si valoramos que en este caso no se trata de
una concepción genial de algún regista
iluminado que cuenta con cheque en blanco, sino de una propuesta marcada por la
necesidad de ahorrar recursos. Para ello, se ha contado con el vestuario de Mariana Fracasso, la iluminación de Antonio Castro y las videocreaciones de
D-Wok S.R.L., así como con el intenso
trabajo de todo el equipo del teatro, reciclándose y aprovechando material de
otras producciones.
La escena se ha trasladado a los años de la
Segunda Guerra Mundial con una estética claramente cinematográfica, con
múltiples guiños cinéfilos. Nada más comenzar la obra, la obertura es
acompañada por unas proyecciones que nos van adelantando lo que va a suceder a
modo de tráiler fílmico, con muchas referencias al cine negro, pero también a
algunos planos míticos de Eisenstein
o del expresionismo alemán. Esta obsesión de los directores de escena por tener
que “entretenernos” mientras suenan las oberturas, parece no tener solución.
Los
pájaros
de Alfred Hitchcock tiene un papel
importante, con esos cuervos agrupándose en el tendido eléctrico anunciando el
fatal destino, tanto en el primer acto antes de la muerte del Marqués de Calatrava, como en el duelo
final entre don Álvaro y don Carlos.
La producción, en conjunto, creo que
funciona bastante bien y la traslación temporal no molesta en absoluto. Desde
el punto de vista estético me resultó enormemente sugerente, sobre todo gracias
a un uso de la iluminación muy inteligente, aunque el abuso del color rojo para
resaltar la maldad acabe por cansar.
Me parece muy de agradecer que la
escenografía y los movimientos de los cantantes estén pensados para procurar
que destaque el trabajo de estos, dando preeminencia a las voces, no a la
egolatría del regista. No en vano Livermore fue cocinero antes que
fraile, en este caso cantante antes que director escénico, y eso se nota. Eso
sí, algunos cambios de escena fueron excesivamente largos y en el del tercer
acto se improvisó un bochornoso concurso de toses estentóreas entre parte del público
que, aunque parece que a algunos les hizo mucha gracia, a otros, incluido Mehta, no tanto.
También destacaría en el aspecto positivo,
como suele ser habitual en las propuestas de Livermore, una trabajada dirección de actores y del movimiento
escénico que, aunque haya cosas que gusten menos, como algunos bailecitos o las
posturitas de los frailes al grito de maledizione!,
denota seriedad, estudio y sentido del drama.
Es verdad que hubo algunas proyecciones que
me parecieron grotescas, como las de los angelotes, pero en general consiguen
un buen resultado, contribuyendo a resaltar ambientes y acentos psicológicos,
siempre con esa reminiscencia cinematográfica presente.
Es inevitable que en toda transposición
temporal de la puesta en escena de un libreto haya discordancias y
anacronismos, pero en esta ocasión la cosa no chirriaba más que en momentos puntuales,
como las referencias a carruajes o caballos o, sobre todo, esas espadas
transformadas en pistolas.
Pese a todos los peros que se le quieran
poner, lograr, con los reducidos medios de los que se disponía, unos resultados
de este nivel, que superan con mucho el de costosas y horrorosas producciones,
es merecedor de un fuerte aplauso como el que fue brindado ayer a Livermore y todo su equipo al finalizar
la función.
Tras el martirio conceptual y de ejecución
que supuso la dirección musical de Manuel
Galduf en Maror, el regreso del
maestro Mehta al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana,
nos ha despertado de aquella pesadilla que algunos parecen seguir empeñados en
desear que sea el futuro que nos espere. El maestro Mehta nos ha devuelto el mágico sonido de nuestra orquesta, volviendo
a hacer brotar la belleza y la emoción del foso valenciano.
Y es que si por algo se caracterizó la
labor del director indio fue por, una vez más, lograr hacer brillar como nadie la
orquesta, con un equilibrio extraordinario entre secciones y un control
absoluto de cuanto ocurría en el foso y en escena. La Obertura fue dirigida con
mano maestra, aunque yo eché de menos una pizca más de garra e intensidad, si
bien a cambio se obtuvo un lirismo de muchos quilates. El pulso dramático no
decayó en ningún momento y en los momentos más íntimos la belleza sonora se
desplegaba con apabullante insolencia, como en el inolvidable y electrizante
pianísimo de las cuerdas que puso el broche final a una noche en la que
volvimos a reencontrarnos con la mejor versión de la Orquestra de la Comunitat Valenciana. Gracias, maestro Mehta.
Entre las intervenciones solistas, hay que
destacar la magistral actuación de Joan
Enric Lluna en el solo de clarinete introductorio al aria de don Álvaro con el que se inicia el
tercer acto, donde, a su ya conocido virtuosismo en la ejecución, se unieron
una sensibilidad y lirismo estremecedores. También tuvieron intervenciones muy
destacadas el concertino, Serguéi
Ostrovski, así como fagots, arpa y percusión.
El coro en esta obra se convierte en un
protagonista más y adquiere una relevancia de primer orden. Y ayer el Cor de la Generalitat dio una de las
más grandes lecciones de profesionalidad y dignidad artística que se han visto
en este teatro. Posiblemente no haya sido la noche en que ha sonado más
contundente y poderoso, pero obtuvo unos resultados magníficos, tanto en el
apartado dramático, con una permanente actividad en escena, como en el vocal, y
esto pese a no a haber dispuesto de los refuerzos que la obra requería,
teniendo que hacer frente a una partitura de estas dimensiones con la plantilla
que ha quedado tras el maldito ERE. Bravo, chicos y chicas
Es proverbial la dificultad de montar esta
obra con garantías en el apartado vocal, porque realmente se precisa de unos cantantes
de primer nivel, dispuestos a afrontar unas exigencias extremas. Y en este
sentido ayer tuvimos la suerte de contar con una pareja protagonista
inigualable, estratosférica, acompañada por otros intérpretes de muy buen nivel
y absolutamente entregados.
Comentaba ayer junto a un amigo que tenemos
la firme convicción de que Gregory Kunde
es extraterrestre. Si el año pasado ya nos dejó absolutamente anonadados con su
espectacular Otello, lo de ayer nos
convenció definitivamente de que, o no es de este planeta, o este tipo se dopa.
No sé si se meterá placenta de yegua o se tomará la pócima dominguina de Plácido,
pero esto no es normal. Anoche se paseó por el terrorífico papel de don Álvaro con una (aparente) facilidad
insultante y una belleza canora incontestable.
A sus 60 años cumplidos, el tenor norteamericano
sigue luciendo un timbre deslumbrante y apenas aparecieron fugazmente síntomas
de cansancio. Sus agudos continúan siendo cañonazos, bien colocados, timbrados,
luminosos y ricos en color. Pero no sólo nos conquisto luciendo poderío en el
agudo. En el dúo solenne in quest’ora
matizó y recogió la voz con una sensibilidad mayúscula. Cuajó un recitativo La vita e inferno all'infelice, intenso
y sentido, y la subsiguiente aria del tercer acto, O tu che seno agli angeli, fue majestuosa, desplegando un lirismo apabullante,
con una elegante línea, heredera de la mejor técnica belcantista. La ovación al finalizar el aria fue larguísima (Nucci hubiese bisado tres vendettas). Además, su entrega dramática
en todo momento fue soberbia y pude ver con mis prismáticos como en la última
escena, mientras Leonora moría en sus
brazos, las lágrimas resbalaban por sus mejillas.
Pero si Kunde nos dejó boquiabiertos, Liudmila
Monastirska acabó de desencajar nuestra mandíbula, ofreciéndonos una
extraordinaria Donna Leonora. Desde
luego, si algo no admite discusión es el poderío vocal de la cantante
ucraniana. Un auténtico tsunami sonoro que hace que se estremezcan los
cimientos del edificio de Calatrava
(el arquitectillo, no el marqués). Pero esa tremenda fuerza vocal no impide que
adorne su canto con un gusto exquisito y algunos detalles preciosos,
consiguiendo hilvanar unas medias voces de muy bella factura. Obviamente en
esta faceta no consigue la perfección y delicadeza de, por ejemplo, Agresta, pero domar de esta manera ese
vozarrón es muy meritorio. También la afinación se puede resentir puntualmente,
pero el resultado final fue de una inmensa belleza e intensidad dramática.
Otro de sus puntos débiles es su
ininteligible pronunciación italiana, aunque, sin embargo, su sentido del canto
verdiano es espléndido. Las medias voces mostradas en la vergine degli angeli y el dominio técnico, capacidad expresiva y
variedad de matices del aria Pace, pace
mio Dio, en la que supo colorear todas las emociones y cambios de ánimo de
la página, junto a la fuerza e intensidad que derrochó toda la velada, llevaron
a su Leonora a obtener un triunfo sin
paliativos.
El joven barítono italiano Simone Piazzola juega en otra división.
Indudablemente su don Carlo es digno
de aplauso, pero ya en la liga de los terrenales. Posiblemente se haya topado
con un rol demasiado dramático y yo le encontré más cómodo como Germont en la Traviata que inauguró la temporada, aunque hay que reconocer que
sacó adelante la prueba con éxito. Parecía un poco reservón al comienzo y a la
voz le falta un mayor peso y mejor técnica de emisión, pero en la segunda mitad
de la obra es donde tiene que lucirse y al menos consiguió no desentonar
demasiado en sus dúos con el marciano Kunde.
Su exclamación finalmente! en el
duelo fue un derroche de fiato y
poderío. Como actor no es precisamente Laurence
Olivier, pero no se le puede negar su entrega y buenas intenciones.
La mezzosoprano Ekaterina Semenchuk tuvo que hacer frente a uno de los papeles más
ingratos de la historia de la ópera, como es el de Preziosilla. Ingrato, porque hay pocas personas que no acaben
odiando toda la escena del Rataplán,
auténtico ejemplo de cómo quebrar la intensidad dramática de una obra, y además
de eso el rol se mueve por terrenos bastante agudos para una mezzo, pero la cantante rusa supo sacar
adelante la papeleta aceptablemente bien en la vertiente vocal y destacando en
el apartado interpretativo.
El bajo danés Stephen Milling interpretó al Padre
Guardiano con tremenda solvencia y una incontestable contundencia en el
registro grave, aunque mostrase algún apuro en la zona alta de la tesitura.
El papel de Fra Melitone fue interpretado por Roberto de Candia, después de que cayese del cartel el
anunciado Valeriano Lanchas, quien parece que no habría cumplido las
expectativas del maestro Mehta. De Candia llevó a cabo una correcta
actuación en la que se echó a faltar un mayor punto de comicidad y desenvoltura
escénica.
En los papeles
menores, volvió a destacar la bella voz de Mario Cerdá, esta vez como Trabuco. También estuvieron muy
correctos In-Sung Sim como Marqués de Calatrava, Cristina Alunno (Curra), Aldo Heo (Cirujano)
y Ventseslav Anastasov en el papel de Alcalde.
El público, que
llenaba prácticamente por completo la sala principal de Les Arts, premió con
largos aplausos las principales intervenciones de los protagonistas a lo largo
de la obra y, al acabar ésta, la locura colectiva se adueñó del teatro, con
apoteósicas ovaciones y torrente de bravos para Gregory Kunde, Monastirska
y el maestro Mehta, quien, como he dicho antes, pudo ver como toda la
platea se ponía en pie braveándole al subir al escenario.
Esta ópera, que tiene fama de gafe, ayer no
se olvidó tampoco de hacer de las suyas, y parece que uno de los miembros del
coro sufrió un accidente al caer por uno de los huecos que simulaban ser
trincheras. Afortunadamente las últimas informaciones apuntaban a que el incidente
no ha tenido graves consecuencias y desde aquí le mando al afectado todo mi
ánimo y apoyo, y espero que se recupere cuanto antes.
Señora Catalá,
espero que haya tomado usted nota de lo acaecido anoche. Yo, desde luego, no
confío nada en su sensibilidad musical, pero creo que hasta su oreja se debió
dar cuenta de la gran diferencia que hay entre los experimentos culturartsistas de cuota valenciana y el
Espectáculo Operístico, con mayúsculas, como el que se vivió ayer.
Por si acaso, los aficionados tenemos que
seguir peleando con todos los medios a nuestro alcance para impedir que la
necedad y pueblerinismo de algunos/as echen a perder todo esto cometiendo un
crimen irreversible contra nuestro patrimonio cultural. De momento, tenemos la
obligación de llenar el teatro todos los días para apoyar al maestro Mehta, a nuestra orquesta y coro, y a
unos artistas de primer nivel. Y encima disfrutar como locos…