Ayer se estrenó en el mal llamado Auditorio del Palau de les Arts la última ópera de la temporada valenciana, con la versión en concierto de la obra de Arrigo Boito “Mefistofele”, una página que no es de las más habituales en el repertorio de los principales teatros operísticos, pero que tiene un indudable interés musical, con algunos momentos bellísimos.
Las óperas en versión concierto no son precisamente santo de mi devoción. El componente escénico es parte fundamental de una ópera, aunque resulte fallido, y cuando éste es suprimido, al resultado final, aunque sea muy positivo como es el caso de ayer, a mí me cuesta seguirle llamando ópera. Es otra cosa. Hay quien defiende que prefiere estas versiones en concierto que algunas puestas en escena que destrozan el libreto. Pero no es mi caso.
Asumo que los tiempos de crisis que vivimos requieren ajustes y que una forma de rebajar costes en este campo es recurrir a este tipo de representaciones. Lo acepto, pero inevitablemente mi interés decae. Y mucho me temo que esto sólo es el principio y las óperas en versión concierto aumentarán la próxima temporada (sí, esa que aquí sigue sin desvelarse oficialmente, cuando en todos los teatros decentes del mundo hace ya tiempo que se han anunciado con todo tipo de detalles sobre obras, fechas e intérpretes).
A falta de escenografía, en esta ocasión se intentó ambientar un poco la cosa con una permanente salida de humo y mediante juegos de luces bastante elementales (tonalidades rojas en los pasajes diabólicos y azules y blancas en los celestiales).
El director italiano Nicola Luisotti, al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, llevó a cabo una lectura extraordinaria de la partitura. Supo extraer, con hondura, toda la riqueza orquestal concebida por Boito y cuidar los matices con pulcritud, dirigiendo con precisión y enérgico brío. Tan enérgico que, en un momento dado, la batuta salió disparada, sin que afortunadamente sacase el ojo a ningún músico. Ildar Abdrazakov la recogió y se la entregó, volviendo a tirarla al suelo el director, no sé si en esta ocasión intencionadamente o no.
Esta es una obra en la que si orquesta y coro funcionan, el éxito final está casi garantizado. Y en este caso la orquesta, sabiamente conducida por Luisotti, funcionó a la perfección en todas sus secciones, y el coro estuvo inmenso.
Y es que el gran protagonista de la velada fue sin duda alguna el Cor de la Generalitat, que ha puesto un broche de oro a la temporada con su soberbia actuación en esta partitura tan exigente, en la que consiguieron brillar de forma incontestable. Su primera intervención, entrando en piano en “Ave signor”, fue auténticamente sublime, como grandioso y sin fisuras resultó el impresionante final. Los niños de la Escolania de la Mare de Déu dels Desamparats no estuvieron al mismo nivel, aunque nada hay que objetar a su actuación.
En cuanto a los solistas, el bajo Ildar Abdrazakov, un habitual del MET neoyorquino, fue un destacado Mefistofele. Me gustó bastante. Quizás se echó en falta una mayor contundencia, sobre todo en la zona más grave, costándole sobrepasar a la orquesta, especialmente en sus últimas frases de la noche donde no sé si cantaba o se limitó a mover la boca, porque fue implacablemente tapado por el torrente sonoro coral y orquestal. Pero el ruso canta con muchísimo gusto, con una cálida voz, de bello color y nobleza tímbrica, y en “Son espíritu che nega” estuvo fantástico, con poderío.
El papel de Faust fue asumido por el tenor mejicano Ramón Vargas que repetía protagonismo en Les Arts tras su reciente éxito en “L’Elisir d’Amore” y tengo que decir que no estuvo tan brillante como en aquella ocasión. Yo salí con el convencimiento de que, además de que este papel le va menos a su vocalidad, posiblemente ayer no estuviese en perfecto estado de salud. Desde luego empezó bastante inseguro y su "Dai campi dai prati" fue francamente mejorable, mostrando algunos apuros para alcanzar y proyectar los agudos. También parecía un poco frío y falto de expresividad. De todas formas en la segunda mitad de la ópera mejoró ostensiblemente. Mostró una mayor implicación dramática, la voz corría mucho mejor y nos obsequió algunos instantes mágicos, como un muy notable "Giunto, sul'passo estremo" y un bellísimo dúo “Lontano, lontano” donde derrochó elegancia canora.
La, hasta ahora completamente desconocida para mí, soprano canadiense Yannick-Muriel Noah, como Margherita, fue una de las triunfadoras de la noche. Sé que voy a ir contracorriente de la mayoría de opiniones, pero tengo que decir que no me acabó de convencer. Su voz oscura sonaba demasiado entubada y en ocasiones daba la impresión de que le hubiesen colocado una sobrasada entera en la campanilla. Reconozco que entrega no le faltó. Lució volumen, potencia y claridad en los agudos, buen fiato, se adornó con valentía esbozando algunas medias voces y filados muy aceptables, y estuvo siempre inmersa en el papel, con gran expresividad dramática. Pero cuando una voz no te emociona, no hay nada que hacer, y a mí la Noah me dejó completamente frío. Posiblemente fuese problema mío, pero no puedo decir otra cosa.
La venezolana Lucrezia García, en el papel de Elena, tampoco me gustó. Mucho más limitada técnicamente que Noah, no pudo controlar el enorme volumen de su voz. Se mostró potentísima en los agudos, pero estos eran abiertos y chillados. Y su brusco cambio de color en los diferentes registros afeaba muchísimo la línea de canto.
Los papeles de Marta y Pantalis, poco dados al lucimiento, fueron interpretados con brillantez por la joven mezzosoprano mallorquina María Luisa Corbacho que volvía a Les Arts después de habernos dejado la pasada temporada algunas excelentes impresiones en “Cavalleria Rusticana”, “La Traviata” o “La Vida Breve”.
El tenor ilicitano Javier Agulló también intervino en dos roles, como Wagner y Nereo, que tampoco ofrecen mucho margen para destacar, y también lo hizo cumpliendo con enorme corrección. Dio la sensación de empezar algo nervioso, pero no deslució en absoluto en su dúo con Vargas del acto I.
El público, que superaba los tres cuartos de entrada pese a la coincidencia con semifinal futbolera, y entre quienes se pudo ver al maestro Alberto Zedda, respondió con fuertes aplausos al buen espectáculo ofrecido, resultando especialmente sonora la ovación para los miembros del Cor de la Generalitat y Nicola Luisotti.
No quisiera cerrar esta reseña sin referirme una vez más a ese engendro estéticamente atractivo y acústicamente deleznable que osaron denominar Auditorio en el Palau de les Arts. Que digo yo que si le hubiesen llamado Juan Manuel, el nombre le hubiese ido mejor.
Aunque respecto a los primeros años se ha mejorado algo, sigue siendo absolutamente impresentable la acústica de este recinto, fruto del onanismo arquitectónico disfuncional del señor Calatrava, que para mí que debe ser el tercero de los hermanos humoristas, porque lo que nos hace reír el jodío cada vez que vamos no tiene precio.
Ayer comentábamos algunos amigos la necesidad de que esta castaña de Auditorio deje de utilizarse para menesteres musicales y se le dé cualquier otra utilidad. Se apuntó que podría destinarse a almacén (de escenografías, de facturas de trajes, de zapatos de Mairén…); o a “ballenográfico”, aprovechando su similitud con el interior de una ballena, y Helga podría incluso servir de Pinocho; o a piscina climatizada (para rentabilizar las inundaciones); o a Falla de Sección Especial para pegarle fuego en 2012… en fin, no sé… Se abre un concurso de ideas y se admiten propuestas.