viernes, 28 de marzo de 2014

"SIMON BOCCANEGRA" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 27/03/14

Decía el otro día la Intendente Helga Schmidt en una entrevista, que en el Palau de les Arts “vamos de milagro en milagro”. Y realmente, tal y como está la situación en el coliseo valenciano y ante el desamparo en el que se encuentra por parte de las instancias políticas autonómicas y estatales competentes, es verdad que es un milagro que siga pudiéndose desarrollar una programación operística de nivel relevante en nuestra ciudad.

Ayer, uno de esos milagros volvió a hacerse realidad con el estreno de la ópera Simon Boccanegra, de Giuseppe Verdi, en la producción propia de Les Arts que pudo verse en Valencia en 2007, con el protagonismo esta vez, en el papel del corsario Simon reconvertido en Dux, del tenor reconvertido en barítono, Plácido Domingo y la presencia en el foso de un director musical de cierto renombre como es el italiano Evelino Pidò.

El milagro del que hablo es el hecho mismo de que pueda montarse una producción de estas características y con estos nombres en el momento actual. Cosa distinta es que luego los resultados artísticos obtenidos sean más o menos satisfactorios. Y en este sentido tengo que empezar por manifestar que ayer no salí precisamente satisfecho del teatro. Por diferentes motivos. Principalmente por una dirección musical, a mi juicio, desafortunada, y unas voces, en general, decepcionantes.

Sobre la dirección musical de este Simon hubo absoluto silencio durante meses, motivado, en un principio, por el proceso de negociación con el maestro Wellber respecto a la fecha en que dejase la dirección de la orquesta titular de Les Arts. Después, los problemas de agenda y compromisos adquiridos por diferentes directores, tuvieron en vilo al aficionado hasta hace bien poco tiempo, cuando finalmente se conoció que sería el maestro turinés Evelino Pidò quien subiría al podio en todas las representaciones, salvo la última en que lo hará el alcoyano Jordi Bernàcer.

De Evelino Pidò siempre se comenta cuando se promocionan sus actuaciones que es el director de referencia de famosos cantantes como Angela Gheorghiu, Roberto Alagna o Elina Garanca. No sé si diciendo esto se pretende hacerle un favor, pero yo lo percibo como si (perdonen los antitaurinos la comparación) se buscase alabar una ganadería diciendo que es la preferida de las grandes figuras del toreo, cuando posiblemente lo único que indique esa preferencia sea su blandura y falta de bravura para facilitar la posturita pinturera y sin riesgo del diestro de turno. En nuestro caso, cuando leí el comentario sobre Pidò lo primero que pensé es que estaríamos ante un director que antepondría el cuidado a las voces y a las exigencias y características del divo de turno, frente a cualquier intento de hacer brillar la partitura verdiana.

Y no sé si es porque iba con esa predisposición, pero la verdad es que la sensación con la que salí anoche fue la de haber asistido a una labor de batuta que no consiguió transmitir ese plus de emoción, ese aliento verdiano, que hace que una gran partitura como es esta, además de belleza musical deje un poso de emoción. Y en esta ocasión, la emoción vino más de algún instante esporádico de sabio fraseo verdiano del veterano Domingo, con todos los peros que se le quieran poner, que del foso.

La dirección de Pidò me resultó plana. Es complicado encontrar, en una partitura tan rica en color y matices como esta, una lectura tan carente de brillo y contrastes como la que ayer perpetró Pidò. Puso el piloto automático del forte y sólo pasó a modo manual al final del primer acto, para subir aun más el volumen hasta los mismos límites del reventón de tímpanos, y en la escena final, donde, por fin, apianó el sonido de la orquesta. Más que una batuta parecía que llevase un garrote en la mano, por la tosquedad de una dirección con menos sutilezas que un concurso de ventosidades de puercos del Pirineo.

Desde luego, si algo no se le puede negar es que adaptó los tiempos de la orquesta a las necesidades de Domingo, y en ocasiones aquello difería notablemente de los Boccanegra que podemos estar acostumbrados a escuchar. En eso sí estuvo condescendiente con el cantante. Pero, contra lo que yo pensaba a priori, no cuidó en absoluto el volumen de la orquesta y avasalló las voces de forma inmisericorde. Esto no es el primer director que lo hace. El mismo Maazel más de una vez tiró de decibelios sin prisioneros, pero, mientras lo hacía, conseguía que la orquesta brillase en todo su esplendor y nos ofreció versiones personalísimas y bellísimas. Pidò no. Su visión de Boccanegra me pareció simplista, efectista y chimpunera, con incapacidad para la creación de atmósferas y el mantenimiento de la tensión dramática.

En los concertantes tampoco estuvo acertado y el ajuste fue imposible. El bellísimo trío del segundo acto fue un disparatado ejemplo. Allí cada uno iba a la suya: la orquesta a todo volumen y al pachín pachón que marcaba el batutero; Domingo a su ritmo; Guanqun Yu en forte permanente, y Magrí entrando tarde y desafinando como sólo él sabe.

Eso no obsta para que el rendimiento de la Orquestra de la Comunitat Valenciana fuese espléndido, con unos violonchelos intensos y estremecedores, unas trompas, y metales en general, gloriosos, y las virtuosas intervenciones de Francisco Javier Ros en el clarinete bajo, Tamás Massànyi al clarinete, y Pierre Antoine Escoffier con el oboe.

El coro en Simon Boccanegra tiene un papel preponderante y se convierte en un personaje más que ha de tener toda la relevancia que el maestro Verdi quiso imprimirle. Aquí, otra vez más, el Cor de la Generalitat no falló y estuvo rotundo y poderoso, haciéndose oír incluso por encima del tsunami sonoro alentado por Pidò.

Si alguien pretende asistir a este Simon Boccanegra comparando al protagonista con las versiones de referencia que cada uno tenga, mal vamos. Ir a escuchar a Plácido Domingo cantando de barítono hay que planteárselo de forma distinta. Hay que saber que se va a ver el Simon de Plácido. Habrá algunos a quien, como a mí, nos compense la fuerza dramática del madrileño, la intencionalidad de su fraseo o su poderío escénico; y otros que lanzarán pestes porque aquello se parezca al original como un huevo a una castaña, y tendrán razón.

Personalmente, me siento afortunado de poder disfrutar todavía en los teatros de un monstruo de la escena como Domingo y de una voz que, esto sí que es un milagro, a los setenta y tantos años siga teniendo frescura, pese a que cada año se perciba más pérdida de brillo, sonidos más abiertos, mayor fatiga y un arsenal de trucos más extenso que los Presupuestos de Montoro. Y a mí  me compensa una frase cantada con auténtico sabor verdiano, bien respirada y con sentido del drama, como ese “figlia” que puso fin al dúo del acto primero. Volviendo al símil taurino, me reconozco como esos aficionados que se zampaban con ilusión una soporífera Feria de San Isidro con tal de haber podido contemplar un par de naturales dibujados a la vieja usanza por Curro Romero.

Al igual que hiciese en I due Foscari, volvió a morirse Domingo pegándose tremendo batacazo, sin que hayamos leído hoy en la prensa que se haya roto la cadera, con lo cual aumentan nuestras sospechas de que no es humano y en realidad se trata de un cyborg cantarín.

No me desagradó Guanqun Yu como Amelia Grimaldi, aunque más por ser la tuerta en el país de los ciegos que porque nos ofreciera algo extraordinario. Tiene una voz lírica, timbrada, con volumen y que brilla en la zona alta y se proyecta con fuerza, sin embargo cantó todo el tiempo en forte y fue incapaz de matizar ni una sola frase. Su pronunciación sigue siendo ininteligible y el acento verdiano estuvo de vacaciones, pero fue una Amelia aceptable para lo que se cocía en escena.

Para el papel de Jacopo Fiesco se anunció al principio de temporada al gran bajo ruso Ildar Abdrazakov. Posteriormente, sin aviso, como es mala costumbre en Les Arts, desapareció del cartel, apareciendo en su lugar Vitali Kovaliov, un bajo ucraniano del que la única referencia que yo tenía era, nada menos, que haber sido el Wotan de La Valquiria dirigida por Daniel Barenboim que abrió la temporada milanesa en 2010.

Tiene Kovaliov una voz profunda, oscura, que da el pego de que nos encontramos ante un bajo “de acero”, como exigía Verdi al rol, pero que, en cuanto cantó un poquito, nos demostró ser más bien un bajo de mantequilla. Cada vez que bajaba a la zona más grave, su voz desaparecía y era sustituida por un eructillo áfono y su fraseo, además, fue plano y completamente falto de emoción. Personalmente salí muy defraudado con un cantante del que esperaba bastante más.

Ivan Magrì fue un Gabriele Adorno de voz fea y técnica deficiente. Ya conocemos todas sus carencias de anteriores actuaciones. Es incapaz de regular o apianar, y cuando lo intenta pierde la impostación y la voz se cae. Desafinó reiteradamente, tuvo varias entradas fuera de tiempo, y en escena estuvo tenso como un pasmarote. Tuvo algunos agudos de buena factura y no le faltó arrojo, pero masacró su aria y estuvo muy lejos de brillar como el personaje merece.

Tampoco me convenció el Paolo de Gevorg Hakobyan, un barítono rudo, de voz cascada y al que le eché en falta carácter y presencia vocal.

Estuvieron bastante correctos en sus pequeños papeles Serguéi Artamonov, Valentino Buzza y Chiara Osella.

Yo no tuve ocasión de ver en 2007 esta producción, así que este era mi primer contacto con la dirección de escena concebida por Lluis Pasqual, adaptada para esta reposición por Leo Castaldi, y creo que, en general, puede calificarse de positiva.

Dos de sus características: la oscuridad y la presencia permanente del mar, se adaptan perfectamente al libreto. La escenografía es mínima y tan sólo con unas celosías o enrejados móviles van creándose los diferentes escenarios y ambientes, con la imprescindible colaboración de una inteligente iluminación, si bien en este apartado hay que reprochar los reflejos y luces de fondo que en algunos momentos molestan bastante en la platea.

No hay un trabajo excesivo en los movimientos de actores y el vestuario no me pareció nada del otro mundo, pero en conjunto, como decía, resulta una puesta en escena eficaz, que no molesta y que deja que fluya el drama con relativa facilidad.

Como ya viene siendo tristemente habitual, nuevamente un estreno mostró demasiadas butacas vacías. Yo sigo insistiendo en que mantener más caras las entradas de la primera función, además de no tener sentido, no puede compensar. Ayer, además, el público estuvo bastante frío. Es cierto que desde el foso tampoco es que se estimulase la emoción, pero los aplausos fueron tibios y esporádicos. Al finalizar la representación sí se escucharon muestras de aprobación algo más rotundas, sobre todo para Plácido Domingo.

Y una vez más también voy a tener que hacer referencia al lamentable espectáculo vivido en el cuarto piso. Aquello parecía ayer una verbena de barrio: comentarios permanentes en voz alta, bolsas de plástico tamaño edificio de Calatrava que eran arrugadas con sadismo, estornudos y toses que pugnaban en superar los decibelios de la orquesta… allí sólo faltaba una mascletà. Pero lo mejor llegó transcurrido un cuarto de hora de función cuando, en mitad de “il lacerato spirito”, irrumpieron en la sala de forma ruidosa un grupo de 4 ó 5 personas acompañadas por una acomodadora con linternita, como si estuviésemos en la terraza de verano con el bocata de calamares, la cual además se puso a levantar de sus asientos a quienes habían ocupado las plazas de los retrasados, montándose un lío de narices. Cuando un espectador en el descanso recriminó a la joven su conducta, ésta le dijo que habían sido instrucciones del jefe de sala.

Yo no sé quién fue el responsable ni la causa de lo ocurrido, pero, ya que no es la primera vez que pasa, convendría recordar las normas del propio Palau de les Arts que impiden la entrada en el recinto una vez comenzada la representación, máxime si, como ayer, apenas unos minutos después iba a haber un cambio de acto.

Bueno, pues ahora sólo nos queda esperar a Maror y aguardar con impaciencia la llegada del Festival del Mediterrani y que sus expectativas se cumplan. Aunque, ya puestos a pedir, me gustaría que, lo antes posible, pudiéramos anunciar que Zubin Mehta ha aceptado asumir la dirección musical de la casa. Eso daría más garantías de supervivencia a nuestra orquesta y haría que la Consellera Catalá y sus secuaces dejasen de lanzar torpedos a la línea de flotación del Palau con absoluta irresponsabilidad, como están haciendo ahora, volviendo hoy a sacar a la palestra a los jóvenes directores valencianos.

Aunque pedirle responsabilidad y sensatez a nuestros gobernantes… eso sí que es un milagro y no los de Santa Helga


video de PalaudelesartsRS
 

martes, 25 de marzo de 2014

ENTREVISTA CON HELGA SCHMIDT EN "LA RAZÓN"

Hoy en la web de Beckmesser se ha publicado una entrevista del diario La Razón con la Intendente del Palau de les Arts, Helga Schmidt, que, aunque contiene algún error, considero de gran interés para entender la complicada situación que atraviesa el teatro valenciano y que paso a reproducir aquí íntegramente:

“Las programaciones se hacen a última hora, vamos de milagro en milagro”

La Razón, 24/03/2014

Plácido Domingo se convierte en Simón Boccanegra protagonista de uno de sus títulos fetiche, el próximo miércoles en la ópera valenciana.

Cuando tomó las riendas del Palau (desde 2005 es intendente aunque empezó a trabajar en el proyecto en 2000), doña Helga –que así la llaman todos en su casa del Palau con respeto- llegaba a Valencia con un bagaje impresionante. “Acepté por razones artísticas, nunca económicas”, zanja la cuestión con contundencia. Hoy soplan vientos muy complicados y Helga Schmidt (Viena, 1941) tiene sobre la mesa varios problemas pendientes de resolver. Prefiere ir uno a uno, sin  prisa, pero sin pausa. Su currículum dice que estudió piano en Viena y después, en la Sorbona, Historia del Arte. Su carrera profesional comenzó como asistente del director general del Festival de Viena, Egon Hilbert. Cuando en 1963 éste fue nombrado intendente de la Ópera de Viena, y Von Karajan director artístico y musical, ambos la contrataron para este teatro. El siguiente paso fue Londres, donde asumió a mediados de los setenta la dirección artística del Covent Garden

-¿Cómo se hace frente al problema económico sin perder el ánimo?
- Yo lo tengo siempre alto. Hemos de mantener la calidad de nuestro teatro, reconocido internacionalmente, aunque soy consciente de que nuestra situación, con los ajustes, no es la misma. Le contesto. Por un lado con la reducción del número de producciones de cada temporada, pero no de su calidad, y, por otro, incrementando las propias, reponiéndolas o intercambiándolas con otros teatros, como es el caso, por ejemplo, de la “Tetralogía”, que se verá en Houston. Sólo nos faltan 80.000 euros para amortizarla. Lo mismo sucede con “L’Elisir d’amore”, coproducida con el Teatro Real, que ha estado en Palermo y ahora va a Bruselas. Al intercambiar las producciones sólo se paga el coste de transporte.

-Insiste en el tema de la calidad.
-Nunca he aceptado la mediocridad. El gris es un color que para mí no existe.

-¿Le preocupa el futuro?
-Por supuesto. Mantener la calidad es prioritario. No me lamento por tener un sueldo bajo sino porque las temporadas se cierran con tres y cuatro años de antelación y yo  de verdad, no sé de qué presupuesto voy a disponer en 2014.

-¿La programación, entonces, está totalmente condicionada por la economía, por el dinero de que dispondrá en cada ejercicio?
-Así es. Elaboramos las programaciones a última hora, siempre vamos de milagro en milagro, pero no podemos mantenernos así siempre: buscar a un artista en el último momento es una heroicidad, un trabajo tremendo, un desgaste, y bastante más costoso económicamente, es el mayor problema. El personal nos cuenta ya 12,5 millones y mantenimiento del edificio, 3,5 millones ¿Cómo hacemos el milagro? Autofinanciando la programación con la taquilla, Este año ha funcionado de maravilla con “Traviata” y “Walkiria”, con más de un 90 por ciento de venta de abonos. Habrá que cambiar drásticamente la programación porque de lo que se trata es de llenar el teatro, de hacer más óperas tradicionales. Hemos tenido que cancelar dos “Tetralogías” con Zubin Mehta y la Fura que estaban programadas para el pasado año Verdi-Wagner, aunque, afortunadamente, no estaban contratados los artistas. Lo mismo ha sucedido con “El caballero de la rosa” para este año Strauss. En su lugar hemos cerrado “La fuerza del destino”, bastante más popular y con una producción menos costosa.

 
-Son muchos los elementos contra los que tiene que lidiar.
-Yo hago mi trabajo con profesionalidad y entusiasmo, aunque llega un momento en que el futuro me preocupa una barbaridad ¿Qué va a pasar mañana? Tenemos sobre la mesa cuarenta despidos y un 8 por ciento de reducción de los sueldos en toda la casa, empezando por el mío.

-Está en plena negociación del Expediente de Regulación de Empleo.
-Sí, en conversaciones con el asesor jurídico y espero que termine cuanto antes porque de verdad no sé qué va a pasar. Me preocupa muchísimo lo que suceda con las nóminas, los empleados tienen que cobrar. Está en el aire un viaje a China con doce conciertos, a una ciudad con 10 millones de habitantes, pero hasta que no sepa cómo discurren las negociaciones y en qué acaban no puedo mover ficha. Los músicos necesitan seguridad artística y económica. Y el resto del personal también.

-Usted habla de milagro, pero es una mujer con los pies en el suelo que lidiado con situaciones bastante duras.
-Miro cada euro con lupa. He hablado con Riccardo Chailly, con Gergiev, que tiene bastante más presupuesto que nosotros, y le he pedido que alquile nuestras producciones. "Alquila, alquila, alquila”, le repetía. No puedo traer a grandes artistas porque no tengo dinero. Quiero pensar que en el futuro volverán. Me gustaría ver por aquí a Alagna o a Carlos Álvarez, pero el dinero no me lo permite.

-¿Se acerca el público valenciano al Palau o es más un teatro de ópera para gente que viene de Madrid o Barcelona?
-El teatro no tiene que ser solamente para una elite. Me gustaría que hubiera más público de la comunidad valenciana, ampliarlo, que vengan desde todas las provincias. No quiero sólo la élite en el patio de butacas. El teatro debe ser para todos.

-¿Está cansada? ¿Ha pensado en tirar la toalla?
-Hay momentos muy recientes en que me he deprimido. Han sido bastantes duros, pero he aprendido a controlarme. Yo no olvido, aunque lo negativo trato de que quede a un lado. Lo he pasado muy mal.

-Pero deduzco que ahí va a seguir…
-En el fondo soy y me siento una afortunada, aunque la vida no sea sencilla ¿Sabe lo que me dice Plácido? Quiere volver aquí cada año “Vengo gracias a cómo diriges el teatro porque entro en una familia solidaria. Siendo el amor con el que todo el personal trabaja”. Esas son sus palabras. Siempre nos ha echado una mano, se ha involucrado.

-La orquesta es otro de sus caballos de batalla. Sin titular y con un número de profesores que va en descenso.
-Lo es. Hoy no tenemos el número de años atrás. De 92 hemos pasado a 54 fijos. Me preocupa que la orquesta precise de un titular fijo y a su vez necesitamos que haya un director para que haga audiciones y poder cubrir las plazas. Además, sin un titular de nombre, el interés por la formación merma, se reduce. Aquí, en Valencia, la vida es menos costosa que en Suiza o Alemania, aunque el sueldo del director ya se ha reducido.

-Zubin Mehta, que está en el punto de mira, ¿también optará por reducir su sueldo si accede a convertirse en el titular de la orquesta del Palau de les Arts?
-Sí, Mehta ya se ha reducido un 25 por ciento el sueldo. A los profesores se les pidió lo mismo y ellos aceptaron. Él sabe cuánto le queremos aquí; tiene, además buenas condiciones artísticas. Lo está pensando y no le puedo presionar ni ponerle una fecha para que me dé una respuesta. A él no puedo. No es, por otra parte, fácil tener un director musical si la orquesta no es la propia. La formación ha funcionado, ha habido muy buena conexión entre los profesores y el director, pero sin esa seguridad que necesitamos no podrá haber calidad.

-¿Le compensa seguir al frente del Palau?
-Mientras tenga ilusión (ella dice “idealismo”) aquí seguiré, espero que no me la quiten porque sin ella no podría trabajar. Sin ilusión el resultado de un trabajo no puede ser ni bueno ni satisfactorio. Mi sueldo se ha reducido un 60 por ciento. Tengo que sacar dinero del banco para vivir, pero no voy a bajar mi nivel de vida. No me entusiasma, aunque lo he hecho y lo volvería a hacer. Lo que me mantiene aquí es la ilusión.

Gema Pajares


  

lunes, 10 de marzo de 2014

"ANNA BOLENA" (Gaetano Donizetti) - Palau de la Música de Valencia - 09/03/14

Hace dos años pasaron por el Palau de la Música de Valencia Fabio Biondi y los músicos de Europa Galante, llevando a cabo una versión de la Norma de Bellini interesantísima, basada en la partitura original, en la que se consiguieron unos resultados musicales excelentes. Tras aquella representación parece que se acordó con la dirección del Palau que regresarían por Valencia con otra ópera belcantista, en este caso Anna Bolena, de Gaetano Donizetti. Y ayer se hizo realidad esta vuelta de Biondi, en la que obtuvo de nuevo un enorme y merecidísimo éxito.

El trabajo de investigación llevado a cabo por el director siciliano ha recuperado la versión de Anna Bolena aprobada por el propio Donizetti para la representación de la obra en el Teatro alla Scala diez años después de su estreno, habiéndose adoptado además unos criterios interpretativos y un equilibrio entre música y voces que procurasen reproducir, en la mayor medida posible, las sensaciones que pudieron vivir los espectadores milaneses en 1840. A este respecto, os recomiendo leer en la web de Amics de l’Òpera i de les Arts de la Comunitat Valenciana la interesantísima entrevista realizada a Fabio Biondi, donde éste explica todos los entresijos de la versión presentada ayer.

Igual que ocurriera hace dos años con Norma, mi primera impresión ante los sonidos recibidos en la sala fue de cierta extrañeza. Acostumbrados como estamos a las grabaciones “clásicas” de la obra, aquello estaba claro que no sonaba igual, pero sonaba muy bien. Mejor que bien. Y la dirección musical llevada a cabo por Biondi y el control de éste de todo cuanto ocurría sobre el escenario, fueron espléndidos.

Resultó impecable el equilibrio obtenido entre las diferentes secciones orquestales y, al mismo tiempo, la atención prestada al color y características de cada familia instrumental. La dirección fue vivaz, ágil y con una carga dramática impresionante de principio a fin, sin que la tensión decayese ni un solo momento. Magistral me pareció la lectura del dúo del segundo acto entre Anna y Giovanna, así como la intensidad y evolución de la escena final. También se mostró muy preciso el maestro en la dirección de los concertantes.

La orquesta tuvo un protagonismo capital, estando siempre presente, yendo mucho más allá de un simple acompañamiento de las voces, dibujando con precisión las emociones y tensiones que navegan por la partitura. Entre los músicos me parecieron muy destacables las intervenciones de las flautas, trompas o de la percusión, que jugó un papel importantísimo en el énfasis dramático de algunas escenas.

La soprano Marta Torbidoni sorprendió a propios y extraños, llevando a cabo una excelente interpretación de la protagonista donizettiana. Comenzó un tanto fría o nerviosa, sin acabar de alcanzar todo el empaque vocal que requiere el personaje y con algún problema en las agilidades, pero pronto hizo refulgir toda la belleza de una voz homogénea y de amplio registro, que supo utilizar con una fuerza dramática imponente. Sensacional se mostró en el dúo con Giovanna y su escena final revolucionó completamente la platea. Sólo eché en falta un mayor grado de matización en “Al dolce guidami”. Me encantó el efecto conseguido con los sonidos fijos y una peculiar emisión en los recitativos que anunciaban el estado de delirio de Anna.

No menos halagos se deben dedicar a una Laura Polverelli, como Giovanna, que tampoco comenzó bien. Bueno, realmente empezó fatal, con un acusado vibrato y un timbre hiriente y desagradable, pero, conforme calentaba la voz, fue mejorando exponencialmente, con un gran sentido del legato y del drama, culminando su interpretación en el dúo inicial del segundo acto, donde se mostró soberbia. Hacía mucho tiempo que no veía yo a una cantante, y menos en una versión de concierto, ofrecer tal intensidad emocional en su fraseo.

Positivo resultó también el Percy de Moisés Marín. Se mostró valiente, con gran musicalidad, buen control de la respiración y seguridad en el agudo. Alguna falta de apoyo y sonoridad en los graves, puntuales errores de afinación y cierta tendencia al golpe de glotis, no consiguieron deslucir, sin embargo, una actuación enormemente meritoria que fue reconocida por el público con una enorme ovación.

Buenas prestaciones ofreció también Marina de Liso como Smeton, aunque presentase unos registros desequilibrados. Pese a su atractivo timbre de bajo y buenas resonancias, menos me gustó Ugo Guagliardo como Enrico VIII, quien pasó ostensibles apuros en sus ascensos al agudo y en las agilidades. Olvidable el Rochefort de Dionisos Tsantinis y correcto el Hervey de Francisco Fernández-Rueda.

Mención aparte merece la Coral Catedralicia de Valencia que, bajo la dirección de Luis Garrido, llevo a cabo una de las mejores actuaciones a las que yo he asistido, demostrando que están siguiendo una evolución espléndida. Impresionantes resultaron la sonoridad, el empaste y el equilibrio de sus voces, ofreciendo una gama sorprendente de matices y unas interesantes variaciones dinámicas.

La sala mostraba demasiados huecos para la excelencia del producto ofrecido, sobre todo siendo una función de abono, aunque el público asistente se lo pasó en grande y premió a todos los intervinientes con fuertes ovaciones. Eso sí, no estuvieron ausentes los típicos abonados del culo inquieto que no son capaces de esperarse cinco minutos a que finalice la representación para abandonar la sala.

Especialmente digno de ejecución sumaria fue el tipejo sentado en los asientos de Coro que, en plena escena final, no sólo se levantó y cruzó su fila molestando a los espectadores y al director, al cual tenía enfrente, sino que además tuvo los santos atributos masculinos de quedarse en pie frente a Biondi poniéndose una horripilante cazadora color diarrea sangrienta y volver a sentarse en el extremo de la fila, preparado para salir con el chimpún final cual Usain Bolt. Si yo hubiese sido ayer Biondi le hubiera lanzado la batuta a modo de jabalina y hoy estaría el señor en la tienda de parches para tuertos.

Bueno, pues hasta aquí esta crónica de urgencia de una extraordinaria tarde de ópera. Esperemos que el maestro Biondi siga con su buena costumbre de pasarse por Valencia ofreciéndonos sus peculiares pero interesantes aproximaciones al repertorio belcantista.