sábado, 11 de diciembre de 2021

"MADAMA BUTTERFLY" (Giacomo Puccini) - Palau de les Arts - 10/12/21

Por fin, casi tres meses después de iniciada la temporada valenciana, la ópera escenificada llegaba ayer a la sala principal de Les Arts, con uno de los grandes títulos del repertorio, como es la Madama Butterfly de Giacomo Puccini, en lo que constituye la cuarta ocasión en la corta historia de este teatro en la que el drama de Cio-Cio-San se representa en el coliseo de Calatrava. Algo que sinceramente me parece un poco excesivo.

No discuto que todos los años haya de haber una ópera destinada a hacer caja y a colgar el cartel de localidades agotadas, pero hombre, insistir siempre con los mismos títulos creo que tampoco es preciso, ya que dentro de los autores con más tirón, como puedan ser Puccini, Verdi o Mozart, hay obras que aún no se han representado en Les Arts o se han visto menos veces, y seguro que concitarían un interés similar para nuevos públicos. Si a eso le añadimos que la producción de Butterfly estrenada ayer es la misma que pudimos ver aquí la última vez, hace apenas cuatro años, pues se comprende que el interés ante la propuesta del abonado más fiel se viera ciertamente menguado.

Dicho lo anterior, el caso es que ayer hubo un lleno casi completo y escasean las entradas para las cinco funciones que restan, por lo que es obvio que, más allá de lo renegones que nos pongamos algunos, el objetivo que buscaba el teatro se está cumpliendo. Eso sí, con no poco sobresalto, ya que apenas tres días antes de este estreno saltaban todas las alarmas ante la noticia de la cancelación del ensayo general (ahora llamado preestreno) ante un positivo de COVID en el equipo artístico de esta producción. Y ayer, al llegar al teatro, nos encontramos en el programa de mano con una hoja añadida donde se decía que el tenor Marcelo Puente sustituía en el estreno a Piero Pretti, afectado de laringitis, y que el papel de Goro sería asumido por Mikeldi Atxalandabaso en las primeras cuatro funciones. De momento el estreno se desarrolló con normalidad y parece que se mantiene inalterada la previsión de las restantes cinco funciones. Cruzaremos los dedos y nos taparemos las bocas, porque la cosa está para pocas bromas.

Como decía antes, la producción presentada es la que ya pudimos ver en 2017, con la dirección de escena de Emilio López, escenografía de Manuel Zuriaga, vestuario de Giusi Giustino, iluminación de Antonio Castro y Nadia García, y los videos de Miguel Bosch. Poco más nuevo he de decir respecto a la crónica que dejé en este blog hace cuatro años. Aunque no tengo memoria como para recordar cada detalle, sí me pareció que algunas cosas se habían cambiado. Al menos, creo que algún video se ha suprimido y la muerte de la protagonista yo la recordaba diferente.

La propuesta, pese a llevar la acción a la Nagasaki de los años 40 del pasado siglo, mostrando en los actos segundo y tercero el escenario devastado como consecuencia de la bomba atómica, mantiene un tono de conjunto que creo que puede ser tildado de clásico, con un ajuste al libreto bastante importante pese a que se tome puntualmente algunas licencias. Pero nada que ver desde luego con los desbarres escénicos que abrieron la temporada en el Réquiem de Castellucci y la Doña Francisquita de Lluís Pasqual. Por los comentarios que escuché a los espectadores más añosos que comparten cercanía a mi abono, aunque les espantó un poco el comienzo con los videos de motivos bélicos, acabaron considerando la puesta en escena en su calificación de “como tienen que ser”.

A mí, personalmente, la producción no me acaba de emocionar del todo y sigo viendo que se queda un poco a medio camino, como si le diese reparo zambullirse por completo en una propuesta más rupturista y original; limitándose a apuntar algunas ideas, pero sin acabar de salirse del todo del camino más tradicional. En cualquier caso, no digo esto como reproche, sino como una mera impresión particular, reconociendo al mismo tiempo que, en su valoración de conjunto, considero poco discutible que la cosa sí funciona, desarrollándose el drama cómodamente en el envoltorio construido por Emilio López y su equipo, sin que nada chirríe ni descoloque demasiado al espectador, aunque haya momentos donde la contradicción sea inevitable, como hablar de las flores y el jardín florido en medio de las cenizas y las ruinas.

Según ha explicado el propio responsable de la dirección escénica, esa trasposición al Nagasaki demolido por la bomba tiene por objeto asociar esa destrucción externa de la ciudad a la interna que asola al personaje de Cio-Cio-San cuando va siendo consciente de la traición de Pinkerton. Bueno, pues vale. Tiene cierto sentido y cosas peores nos hemos chupado aquí sin rechistar, e insisto en que no dejas de tener la percepción de estar asistiendo a una Butterfly tradicional.

No me gustó demasiado la iluminación, que pienso que daba mucho más juego que los clásicos cañones de luz sobre los cantantes como en un vulgar circo navideño; y menos todavía, como ya manifesté a raíz de su estreno en 2017, la ocurrencia de ofrecer todo el segundo acto con un telón semitransparente bajado. Parece que con ello se quiere simbolizar la ceguera de Cio-Cio-San ante la realidad en este acto, no queriendo asumir el posible abandono de su marido; levantándose en el tercero cuando ya es plenamente consciente de la traición sufrida. La idea, una vez más, tiene su sentido, pero creo que no se compensa con la incomodidad que para la visión del espectador se origina con esa tela interpuesta.

Tampoco me parece acertada la inclusión de una bailarina mientras suena el bellísimo coro final del acto segundo. La justificación parece estar en que simula ser una mariposa que acabará siendo atravesada por una espada, adelantando así el fin trágico de Cio-Cio-San en el acto siguiente y haciendo referencia a la frase que dice ella en el acto primero acerca de lo que hacen con las mariposas al otro lado del mar. Independientemente de la corrección de las habilidades danzarinas de Fátima Sanlés, cosa que los dioses me libren de poner en cuestión, y aunque estéticamente pueda no quedar mal, pienso que ese momento está creado exclusivamente para concentrarse en la música y en la voz del coro interno, no para interponer elementos que distraigan de lo esencial.

Entre lo más positivo de esta producción creo que se encuentra una dirección de actores más cuidada y minuciosa de lo que viene siendo habitual, y en la que en esta reposición, como ha reconocido el propio Emilio López, se ha incidido en el lenguaje corporal y la gestualidad de reminiscencias orientales. En cualquier caso, con todas sus luces y sombras, pienso que la propuesta ha de valorarse positivamente, dejando que la música y el canto sean, por fin, los protagonistas de la representación, constituyendo la escena simplemente lo que tiene que ser, un vehículo adecuado para que el drama contenido en el libreto y la partitura se desarrolle naturalmente y llegue al espectador.

De la dirección musical se ha encargado Antonino Fogliani, un joven director italiano del que había leído elogiosas críticas y que creo que ayer desarrolló una buena labor en términos generales. Y eso pese a que, una vez más, se hizo presente en mis deterioradas meninges el recuerdo de la magia que nos brindó Lorin Maazel en aquellas dos excelsas Butterfly que dirigió; pero si seguimos teniendo esa referencia, nada nos puede gustar. Aquello ya no volverá, lamentablemente, por lo que esos recuerdos no deben impedirnos valorar positivamente otros buenos trabajos, como el realizado anoche por Fogliani en su primera presencia en el foso orquestal de Les Arts. Y lo cierto es que no me gustó nada su comienzo, con una dirección acelerada, atropellada y que en el dúo de Sharpless y Pinkerton mostró alguna descoordinación y sonidos toscos. Sin embargo, a partir de ahí pareció ir encontrando el punto adecuado, sabiendo hacer fluir naturalmente y de forma equilibrada el discurso musical creado sabiamente por Puccini, consiguiendo remarcar acentos y contrastes, que no son pocos. Hubo instantes en los que ralentizaba los tiempos y estiraba las frases hasta el límite mismo de que se desplomara la tensión, pero consiguiendo aguantar el armazón dramático. Cuidó mucho las voces y pienso que ha sido de los directores a los que últimamente se le ha descontrolado menos el volumen, pese a lo cual hubo instantes pasados de rosca, como la escena del Zio Bonzo. Entre los momentos más notables yo destacaría el inicio del acto segundo, la llegada del barco, toda la escena final o la transición orquestal entre el segundo y tercer acto. Es de destacar la labor de la sección de percusión toda la noche y la calidad de las cuerdas (impresionante el violín en voglietami bene) y las maderas.

Tras las severas exigencias requeridas del Cor de la Generalitat en las anteriores citas de la temporada, Réquiem y Doña Francisquita, anoche hacían frente a una obra con mucha menos carga coral, como es la Madama Butterfly, lo que no quita para que sus breves intervenciones sean fundamentales, tanto para el realce de situaciones como la escena de la boda o la aparición del Zio Bonzo, como para la creación de la atmósfera requerida en esa pequeña maravilla que es el coro a bocca chiusa que cierra el acto segundo. Como era de esperar, resolvieron la papeleta de forma inmejorable, pese al enmascaramiento que se les sigue obligando a mantener; aunque hay que reconocer que el sonido de ese coro interno llegó a la sala con cierta dificultad.

El principal aliciente de la noche se centraba en el debut en el exigente rol protagonista de Cio-Cio-San, de Marina Rebeka, a quien ya hemos tenido la fortuna de escuchar previamente en Les Arts como la Micaela de aquella aberrante Carmen de 2010 del amigo Carlos Saura, y como la Violetta de la mediática Traviata de 2017 con vestuario de Valentino. La soprano letona cosechó un merecidísimo éxito gracias a esa voz bellísima, con una riqueza tímbrica imponente, sobrado volumen, y con un registro muy homogéneo, en el que destaca su centro carnoso y sobre todo su poderosa e impoluta zona aguda. Una voz que conquista fácilmente al espectador, sin que a ello obste la presencia de esas puntuales sonoridades guturales puramente eslavas.

El reto de la Butterfly no es precisamente nimio, pues, como siempre se comenta, hace falta una gran versatilidad y expresividad vocal, que permita hacer creíble la evolución del personaje, desde esa inocente niña enamorada del comienzo, “leve como un tenue vidrio soplado” como dice Pinkerton, a la fuerza dramática que necesita exhibir progresivamente en los dos últimos actos hasta culminar en la desesperación y el suicidio. Lo cierto es que muy frágil no parecía Rebeka en el primer acto, ni por envergadura física ni vocal, pues en cuanto se animaba y subía un peldaño la intensidad de su canto, Pinkerton se hacía caquitas y llamaba a su mami. Y eso que no faltaron matices, adornando su canto con medias voces y algunas regulaciones ciertamente emocionantes. También mostró un buen legato para afrontar las largas líneas melódicas escritas por Puccini y supo imprimir igualmente la intensidad dramática justa que precisaban los recitativos en cada momento. Es verdad que su flanco más débil lo mostró en un registro grave que puntualmente se mostraba algo falto de peso y presencia, pese a lo cual solventó dignamente los descensos y saltos de octava en Che tua madre, y creo que consiguió dotar al personaje de toda la carga dramática requerida en el tramo final, con una implicación expresiva e interpretativa muy de alabar. Nada que ver con la frialdad y distanciamiento que me transmitió en aquella Traviata a la que me he referido antes. Realmente pienso que hacía tiempo que en Les Arts no se escuchaba una voz tan relevante.

El tenor Piero Pretti era en principio el anunciado para encarnar en este estreno a uno de los personajes más antipáticos de la historia de la ópera, como es el de Pinkerton. Me habían hablado bastante bien de él y tenía gran interés por escucharle, pero me quedé con las ganas y con más cara de tonto aún de la que llevo de serie cuando me encontré en el programa de mano con la noticia de su sustitución por Marcelo Puente. Sin haber escuchado a Pretti, ya digo que el cambio no fue para bien. Es cierto que, ante todo, hay que reconocer al tenor argentino el mérito de acudir a última hora para unirse a esta producción, aunque ya interviniese en ella en su reposición en San Sebastián y El Escorial, y el gesto es de agradecer. Tampoco puede ponérsele ningún reparo a su entrega escénica y vocal, porque se veía que estaba dando todo lo mejor de sí. Pero lo que sí he de dejar constatado es que no me gustó nada. Daba todas las notas, por exigentes que fuesen, sí, pero con una voz que en cuanto se acercaba a la zona del pasaje y se adentraba en la franja aguda, se volvía mate, carente de brillo y proyección, sin squillo, completamente estrangulada y con un molesto vibratillo caprino. En su dúo de amor quedó completamente sobrepasado por el brillo y la luminosidad que desprendía el canto de Marina Rebeka, mientras que él quedaba en un segundo plano sonoro, irrelevante, y transmitiendo una impresión de sufrimiento para alcanzar las notas que no se sabía si estaba declarando su amor o alertando a su amada de que le estaba dando un ictus. Algo mejor se defendió en ese bellísimo pegote que es el Addio fiorito asil, aunque volvió a pasar lo mismo, tras la primera frase bien proyectada y limpia, la voz se estrangulaba y encabritaba sin remedio. Una pena.

Ejemplar, por el contrario, fue el Sharpless que nos brindó el veterano barítono catalán Àngel Òdena que presentó, como de costumbre, esa voz marca de la casa, auténticamente baritonal, poderosa y que transmite nobleza en cada frase emitida. Es cierto que el paso de los años hace que aparezcan algunas oscilaciones, pero cualquier limitación la suple sabiamente con una fuente inagotable de recursos expresivos y acentos dramáticos con los que va cincelando con mano maestra toda la humanidad y contradicciones del personaje. Impecable fue también su uso del legato y destacó de forma muy notable en una magnífica escena de la carta y en el terceto del tercer acto.

El papel de Suzuki corrió a cargo de Cristina Faus. A la cantante valenciana hay que aplaudirle el derroche de expresividad e intensidad escénica que exhibe, así como ese fraseo incisivo y sentido que compensa con creces la falta de rotundidad que puede apreciarse en algunas de sus incursiones en los terrenos más graves.  Eso no quiere decir que vocalmente no estuviera bien, ni mucho menos, y fueron muy destacables tanto su oración del inicio del acto segundo, como el dúo Gettiamo a mani piene en el que aguantó el pulso vocal con Rebeka sin inmutarse. Pero es que cuando se encarna un personaje con tanta autenticidad y sentido del drama, todo lo demás se vuelve secundario.

Pese a que en un principio estaba anunciado Jorge Rodríguez-Norton como Goro, también nos encontramos en el programa de mano su sustitución por Mikeldi Atxalandabaso. Si en el caso de la cancelación de Pretti se hablaba de laringitis, en el de Rodríguez-Norton no se ha dado más explicación, con lo que todo parece indicar que ahí radicaba el problema que motivó la suspensión del ensayo general. A diferencia del nada exitoso cambio de Pretti por Puente, en el caso de  Atxalandabaso creo que podemos felicitarnos por el sustituto elegido, ya que el tenor vasco estuvo simplemente excelente, tanto en su faceta vocal como interpretativa, construyendo con inteligencia la personalidad del taimado y desagradable personaje, con una voz absolutamente idónea al papel, dicción clarísima, y haciendo gala de una proyección punzante y brillante que ya hubiésemos querido para nuestro Pinkerton reserva.

Cumplieron con aprobado raspado, que estamos casi en Navidad, el Zio Bonzo de Fernando Radó, y Tomeu Bibiloni como Yamadori; y estuvieron correctos la Kate Pinkerton de Mariana Sofía García y el Comisario imperial de Alejandro Sánchez, alumnos, estos dos últimos, del Centre de Perfeccionament ese que ya no lleva el nombre de un cantante que venía todos los años a Valencia y es muy famoso, pero que ahora parece que no haya existido nunca.

Muy correctos también y sin desentonar en absoluto del conjunto, se mostraron en sus breves intervenciones los miembros del Cor de la Generalitat: Xavier Galán (Oficial del registro), Lluís Martínez (Tío Yakuside), Lucía Pitarch (Madre de Cio-Cio-San), Pilar Marco (Zia) y Estrella Estévez (Cugina).

Una mención especial para el niño Leone Carbonell que, o era un robot japonés muy conseguido, o un señor muy bajito, porque el control en escena de un chaval tan pequeño, envuelto por los berridos que estaban dando en escena, me parece milagroso.

Como decía al principio, la sala principal de Les Arts mostró un lleno casi completo, en la primera de las representaciones con el aforo recuperado al 100%. Permitidme aquí una reflexión particular. Sinceramente no puedo entender que hayamos estado en el teatro con el aforo reducido cuando las cifras de la pandemia eran muy inferiores a las actuales, y que ayer, con la situación tal y como está, la sala presentase ese lleno que sin duda hará felices a sus gestores, pero que, por los comentarios escuchados, generó en muchos asistentes una importante sensación de inseguridad que hasta ahora no se había percibido.

Entre los asistentes, destacaba la presencia en el palco del President de la Generalitat, Ximo Puig, lo cual, con el fuerte viento que hacía, tiene mucho mérito. En cuanto al comportamiento del público, pues lo habitual con uno de estos títulos tan conocidos: canturreos, comentarios en voz alta, toses, estornudos… con medalla de oro y brillantes para ese horrísono tono de móvil que tuvo a bien fastidiarnos todo el inicio del coro a bocca chiusa. Al finalizar, enorme ovación para Marina Rebeka y generosas ovaciones para todo el reparto, orquesta y miembros del equipo escénico.

Pues hasta aquí mi crónica. Para los que todavía no estén cansados de tanta Butterfly, aún quedan algunas pocas entradas para las cinco funciones previstas los días 13, 16, 17, 19 y 22 de diciembre. Todo ello si el simpático bichito no lo impide, claro. Pero bueno, si os da mieditorr, la del día 19 está previsto que se retransmita en streaming a través de la plataforma OperaVision.