Hace unos días hablaba en este blog de la retransmisión en directo desde La Scala de “Siegfried” y de la escasa asistencia de público a la sala de cine (al menos en la que yo estuve). Ayer había una nueva retransmisión, esta vez desde el Metropolitan de Nueva York, y con una obra imprescindible de la historia de la ópera como es “Otello” de Giuseppe Verdi, y esta vez, afortunadamente, el cine presentaba una entrada bastante buena.
No sé si el mérito será de Verdi frente a Wagner, del día de la semana, de que el cine de ayer esté en la capital y el del martes se encuentre fuera del casco urbano de Valencia, o de que el precio en lugar de 22 euros sea de 18 (que ya está bien…). Posiblemente sea un poco de todo, pero el caso es que después de la depresión que causaba el martes la desolada sala de cine, ayer volví a recobrar la esperanza en que este tipo de eventos pueda seguir funcionando.
Había una gran expectación ante este “Otello” neoyorquino, con un reparto que en principio auguraba un buen nivel artístico. Esta es una obra que requiere un trío protagonista de un gran nivel vocal y dramático y suele ser bastante difícil juntar actualmente tres cantantes que cumplan con todas las exigencias de la página verdiana. Y en mi opinión ayer tampoco se logró.
El tenor sudafricano Johan Botha es un cantante que a mí particularmente me gusta muchísimo. Especializado en papeles wagnerianos, yo le he escuchado en varias ocasiones y siempre me ha causado una muy buena impresión, incluyendo un “Tannhäuser” en directo donde pude comprobar que su voz en vivo aún ganaba más. Vocalmente, al Otello que pudimos escucharle ayer creo que se le pueden hacer pocos reproches. Botha solventó la dificilísima partitura con una notable solvencia, luciendo esa preciosa voz que le caracteriza, luminosa, broncínea, de forma impecable. Pero… su expresividad fue nula, y eso con Otello es imperdonable. Ya no me refiero sólo a la inexpresividad dramática derivada de su natural dificultad para moverse en escena debido a su disparatado sobrepeso, sino a un fraseo plano, carente casi siempre de una mínima dosis de emoción y sentimiento. Los únicos intentos de Botha por transmitir las emociones del personaje parecían centrarse en abrir mucho los ojos y apretar las mandíbulas.
Por su parte, el Iago que compuso Falk Struckmann se encontraba en el polo opuesto. Si algo se debe alabar de la actuación del barítono alemán es su entrega dramática y su desbordante expresividad (a veces rozando la sobreactuación), dotando al personaje de toda la perversidad que requiere, siendo ejemplar en este sentido su emocionante Credo. Pero… vocalmente no me convenció en absoluto. Su canto era lo más opuesto a la belleza canora de Botha. La voz era permanentemente empujada, originando unos sonidos arrastrados feísimos, con unos finales de frase abiertos y berreantes, cargados de dramatismo eso sí, pero dejando entrever evidentes carencias vocales.
Afortunadamente, en un punto medio se encontró la actuación de la Desdémona que nos ofreció la veterana Renée Fleming. Pese a que los años se van notando y la frescura no es la misma que cuando interpretó este papel en esta misma producción a mediados de los años 90 junto a Plácido Domingo, Fleming domina el personaje y sigue obsequiándonos con su cuidadísima y pulcra emisión y esos pianísimos marca de la casa, con un cuarto acto colosal, ejemplo de expresividad y elegancia vocal, al tiempo que ofrece una sentida y apasionada actuación dramática. En este aspecto resultó bastante frustrante el maravilloso dúo del tercer acto con Botha, con unas voces esplendorosas por parte de ambos, pero mientras ella estaba viviendo un drama horrible, él parecía estar leyendo los resultados de la quiniela.
Del resto del reparto merece destacarse el Casio del joven tenor (28 años) norteamericano Michael Fabiano, que presentó una voz francamente bonita que manejaba con muchísimo gusto.
La aparición en escena del veterano James Morris como Lodovico fue bastante patética desde el punto de vista vocal, pues quedaba en evidencia el ostensible deterioro de su instrumento, si bien ha de interpretarse como un cariñoso homenaje del Met al que durante muchos años fue el Iago por excelencia del teatro neoyorquino.
Me llamó la atención una vez más la ingente cantidad de integrantes del Coro, así como su elevada edad. Había planos en los que aquello más que el coro del Met parecía la función de Navidad del Hogar del Jubilado. No obstante, como la veteranía debe ser un grado, musicalmente en sus intervenciones cumplieron mejor que bien.
La dirección musical que llevó a cabo Semyon Bychkov no me convenció. Podría calificarse de correcta, sin más, pero eso en un escenario como el Met y con una obra maestra como “Otello” no es suficiente. Aunque en el último acto la orquesta pareció cobrar el papel protagonista que el clímax requiere, en general me resultó una interpretación sosa, muy falta de espíritu y garra; en definitiva, una lectura muy distanciada de lo que a mi juicio debería ser el ideal verdiano.
En cuanto a la dirección escénica de Elijah Moshinsky, poco hay que decir de esta producción archiconocida que además de ser antigua lo parece. Más tradicional y ajustada al libreto es imposible, pero poco más ofrece que un marco de cartón piedra para que los cantantes hagan por allí lo que consideren oportuno, lo cual en el caso de Johan Botha se resumía en cantar muy bien y abrir mucho los ojos cuando se enfadaba, y es que la dirección de actores dejaba mucho que desear, resolviéndose las situaciones de forma muy tosca y poco imaginativa. El baile concebido para el “Beba con me” merece reseña aparte, ni Don Lurio lo hubiera concebido más casposo.
Fue curioso ver entre acto y acto las imágenes de lo que ocurría tras el telón sobre el escenario. Lo primero que llamaba la atención era la cantidad de gente que trabaja en el Met en tales menesteres. Legiones de operarios llevando a pulso la escenografía del siguiente acto. En los teatros españoles, tras los recortes, no se vería tanta gente sobre el escenario ni aunque el público tomase el mismo al asalto. También resultó llamativa la “muerte” de Desdémona (Fleming) cayendo de espaldas, en una postura complicada, sobre las escaleras contiguas al lecho matrimonial. Por eso nadie se extrañaría de ver a la soprano norteamericana al acabar la función tocándose la riñonada con gesto de dolor.
La verdad es que releyendo todo lo anterior parece que el resumen pudiera ser que lo pasé fatal en el cine, pero nada de eso. Un “Otello” siempre es un “Otello” y la maravillosa música de Verdi se impone a cualquier adversidad. Me quedo con todo lo positivo y la verdad es que ya firmaba yo porque el nivel de ese “Otello” previsto para el Festival del Mediterrani de 2013 pudiese ser parecido…
video de FathomEvents