Si la semana
pasada se cerraba brillantísimamente la temporada operística en Les Arts con la
última de las representaciones de A
midsummer night’s dream, del compositor inglés Benjamin Britten;
anoche se hacía lo propio en el apartado de conciertos con otra adaptación
musical de la obra de Shakespeare, en esta ocasión con la maravillosa
música incidental compuesta por Felix Mendelssohn-Bartholdy, Ein Sommernachtstraum (Un sueño de una noche de verano), en una
versión de concierto-espectáculo que acabó resultando una tomadura de pelo
aburrida y bochornosa.
Ya sabéis los que
seguís este blog que no suelo escribir crónica de conciertos o espectáculos que
se celebran sólo un día, pero en esta oportunidad no he podido evitar hacer
pública mención de lo que considero una de las más desafortunadas experiencias
vividas en el Palau de les Arts.
Hace pocos días
se anunció que el director musical previsto, Ramón Tebar, principal
director invitado del teatro, cancelaba su participación por motivos de salud,
siendo sustituido por José Miguel Pérez Sierra, quien ya había dirigido
en Valencia anteriormente La scala di
seta, de Rossini, El rey que
rabió, de Chapí y El dúo de La
Africana de Fernández Caballero, así como un recital de zarzuela. No
sé si sería por la precipitación del encargo o por una escasa adaptación al
género sinfónico, pero los resultados del joven director madrileño no fueron
nada buenos.
Ya en la obra que
abría el concierto, la Sinfonía 3
(Escocesa), también del compositor alemán, los bostezos provocados desde el
podio fueron lo más relevante, junto a unos inhabituales desajustes y fallos en
la orquesta, sobre todo en los metales. La dirección de Pérez Sierra fue
sosa, plana y sin alma; una mera faena de aliño que ni siquiera parecía capaz
de interesarse en reconducir aquello que se desmandaba. Por parecidos derroteros
transcurrió musicalmente la segunda parte de la velada, mejor en conjunto en la
vertiente orquestal que la primera, pero con una batuta insustancial a la que
se le escapaban vivos todos los recovecos y matices de una espléndida
partitura.
Lo mejor de la
noche estuvo en las breves intervenciones del Cor de la Generalitat,
aunque también se echase de menos una dirección más cuidadosa que hiciese
brillar como merece pasajes como el acompañamiento del coro en Kommt, einen Ringel.
Cumplieron con
corrección las solistas del Centre
Plácido Domingo, Elisa Barbero y Federica di Trapani, aunque
esta última se perdiese con la letra en un momento dado.
Lo peor, en
cualquier caso, no fue el apartado musical, sino el presunto espectáculo
ofrecido en Ein sommernachtstraum. Se
anunció un concierto espectáculo cuya concepción artística firmaba Allex
Aguilera, con la participación de la actriz Rossy de Palma para
encargarse del recitado de los fragmentos de la obra de Shakespeare introducidos
por Mendelssohn como Melodrama,
y traducidos esta vez al castellano.
Para la ocasión
se inhabilitaron las tres primeras filas del infame Auditori, avisándonos hace
una semana a los espectadores que habíamos comprado entradas en esa zona que se
veían obligados a cambiarnos de localidad por los requerimientos escénicos, con
el agravante de que, al haberse vendido ya gran parte del aforo, el asiento ofrecido
fue bastante peor que el que habíamos adquirido al principio de temporada.
Obviamente esto son gajes del abonado. No me parece bien que la falta de
previsión del teatro origine que se acabe perjudicando a quienes compramos
nuestra entrada con mucha antelación, pero eso no es lo principal. Lo que me
parece inaceptable es que me quiten de mi localidad para defecarse en ella.
El motivo de
inhabilitar las primeras filas fue colocar una especie de pasarela cubierta de
horrendas flores de plástico de Todo a un
eulo, en la que se ubicó durante la función a Rossy de Palma, vestida
de odalisca de carnaval de Cádiz, haciendo que deambulase por ella muy de vez
en cuando. ¿Aportó algo esa ubicación al concepto dramático?, no. Mejor hubiese
sido dejar a la actriz arriba, junto al coro, ya que sus movimientos escénicos no
fueron superiores a una carrera de caracoles tetrapléjicos y tampoco se necesitaba
de cercanía al público para escucharla, pues intervino con una exagerada
amplificación. Si se hubiera alejado de la platea a la actriz, además, se nos hubiera
evitado la vergüenza ajena de ver cómo no había memorizado ni una línea de su
papel, leyendo todas sus intervenciones con gafas de presbicia incluidas y con
un nulo sentido del recitado y de chispa escénica. Su deplorable vocalización y
voz sinusítica completaron una actuación lamentable. Mejor hubiese sido poner
una voz en off de algún/a profesional de la locución.
El resto del
espectáculo consistió en bajar la consabida pantalla de proyecciones, que ya es
casi de la familia y a la que vamos a tener que ir poniendo nombre, tapando a director,
orquesta, coro y solistas. Esto ya se hizo en otros espectáculos en este mismo
recinto con muy buenos resultados, como en la Trilogía Romana, de Respighi, o en El castillo del duque Barbazul, de Bartok, donde, sobre todo
en el segundo de los casos, hubo originalidad en la propuesta, sentido
dramático y unas proyecciones que guardaban relación con lo que se contaba
musicalmente, contribuyendo a realzarlo.
Ayer ocurrió
justo lo contrario. Las proyecciones no tenían nada que ver con lo que se
estaba contando, más allá de que la obra transcurre de noche y allí salía mucho
una gran luna llena girando como un tiovivo. Aquello parecía como si alguien
hubiese pensado que tenía que hacer un espectáculo visual como fuese y hubiera
decidido acudir al archivo de videos de Les Arts incluyendo lo que fue
encontrando, sin orden ni concierto, con unos resultados tan nefastos que costaba
creerse que eran fruto sólo de la incompetencia y no de la voluntad de
fastidiar al público. No eran pocos los espectadores que pude ver cómo no
miraban la pantalla para no marearse ni ser castigados con la sucesión de
absurdicias visuales.
Los responsables
de Les Arts deberían darse cuenta de que el público está ya cansado de ver una
y otra vez, producción tras producción, las mismas proyecciones, más repetidas
que los capítulos de Verano azul, de oscuros
nubarrones, estrellas colisionando, churretes deslizantes, lunas llenas, espermatozoides
sangrientos, planetas girando, mitocondrias flotantes y tonterías varías con
las que nos impidieron ver a la orquesta coro y cantantes y marearon nuestros
ojos durante toda la hora que duró la estupenda música de Mendelssohn, ayer
masacrada por una dirección musical inane y un concepto escénico absurdo.
Para la basura
ofrecida, hubiera sido mucho mejor limitarse a una versión en concierto
clásica, sin tonterías, y sin ese temor que parece inundar este teatro en la
etapa Livermore a que el público se aburra si le das sólo música y
canto.
Siento ser tan
duro porque me consta que ese espectáculo lleva detrás el esfuerzo y trabajo de
técnicos y profesionales que se limitan a hacer eficientemente lo que se les
manda.
El público llenaba
prácticamente la sala, nuevamente con abundante presencia de gente joven. Por
allí estaban el maestro Plácido Domingo y el Intendente Livermore,
quien no se dejó ver durante las representaciones de Britten, pero que
ayer estuvo presente en esta ñorda vespertina. Mención negativa merecen quienes
no dejaron de hacer fotos con flash durante toda la representación,
especialmente una pareja de avanzada edad presente en la primera fila. Entiendo
que se aburriesen, pero molestaban aún más al resto de público e intérpretes.
Cuando finalizó la obra hubo tibios aplausos que se transformaron en audible
abucheo a la salida de los responsables del concepto artístico. Fue significativo
que la mayor ovación de la noche se produjo justo tras la primera retirada de
escena tras los saludos, cuando sólo quedaron en el escenario los músicos de la
Orquestra de la Comunitat Valenciana y el Cor de la Generalitat
Es una lástima
que tras la última y mejor producción operística de la temporada que nos causó
tan buen sabor de boca, nos tuviésemos que chupar anoche este arenque podrido
que nos deja con halitosis.