jueves, 27 de enero de 2022

"LOS CUENTOS DE HOFFMANN" (Jacques Offenbach) - Palau de les Arts - 26/01/22

El pasado jueves 20 de enero debería haber tenido lugar en el Palau de les Arts el estreno de la célebre ópera Los cuentos de Hoffmann, de Jacques Offenbach, y yo debería haber estado allí para haberos contado después, en este blog, mi impresión de lo visto y oído. Pero, apenas tres días antes de ese esperado estreno, saltaba la noticia de que la primera función quedaba cancelada, postergándose el estreno al domingo 23 “ante la necesidad de reajustar el calendario de ensayos, que se ha visto afectado por la situación pandémica”. Así que, dado que yo no pude ir al estreno del día 23, ya advierto que la crónica que traigo hoy se corresponde con la función de ayer, día 26 de enero.

Quienes tenéis el inexplicable vicio de chuparos puntualmente las tonterías que escribo en este blog, sabéis que vengo elogiando estos dos últimos años la gestión de la pandemia que se está llevando a cabo desde el teatro valenciano, cosa que sigo haciendo, sabiendo el enorme mérito que tiene mantener una programación en las circunstancias que estamos viviendo. Dicho eso, en esta ocasión permitidme que manifieste mi desconcierto ante esa cancelación de la primera función. Parece que podría haber habido un positivo de Covid en el equipo artístico, pero también lo hubo en la pasada Butterfly y eso no llevó ni a modificar el régimen de ensayos (aunque sí la apertura al público del ensayo general) ni a cancelar ninguna función, se buscaron sustitutos y se mantuvieron ensayos y representaciones previstas. Por eso, ignorando qué ha pasado realmente esta vez para retrasar los ensayos y suprimir funciones, no puedo evitar hacer pública mi sensación de que detrás de esa noticia debe haber algo más que no acabo de ver claro o que, al menos, pienso que no se ha explicado suficientemente. Con esto no pretendo responsabilizar al teatro por el reajuste de funciones, ya que imagino que al final es el principal afectado por las consecuencias económicas que puedan derivarse de esta cancelación, pero sí cuestiono la falta de transparencia y una política informativa que sigue siendo bastante deficiente. Y eso que ahora tenemos un nuevo director gerente que cobra 30.000 euros más que sus antecesores para que todo siga igual.

Mucho ha tardado una obra tan importante en el repertorio operístico como Los cuentos de Hoffmann en llegar por vez primera a la sala principal del Palau de les Arts. Y lo ha hecho con una producción de la Semperoper de Dresde que cuenta con la dirección escénica del alemán Johannes Erath, con el apoyo fundamental de la dramaturgia de Anne Gerber, el vestuario de Gesine Völlm, la escenografía de Heike Scheele, la iluminación de Fabio Antoci y los videos de Alexander Scherpink. Para dejar clara mi opinión desde un principio, diré que me pareció una espectacular puesta en escena, inteligentemente construida y ágilmente desarrollada pese a ser extraordinariamente compleja, con muchísima coherencia y sentido, extremadamente cuidadosa del detalle, muy ajustada a la carga de fantasía y ensoñación que desborda el original, con múltiples referencias al mundo del burlesque y el cabaret, con un más que excepcional resultado en el apartado visual y con un prodigioso trabajo de dirección de actores y movimiento escénico. O sea, camimagujtao una jartá.

El escenario aparece dividido en tres niveles, como si fuesen las sucesivas capas desde la realidad de la taberna, siempre en primera línea, al subconsciente del protagonista, donde permanecen encerrados sus sueños y recuerdos, entre ellos las tres mujeres a las que amó y que no dejan de ser la idealización de las diferentes facetas de su amada, la artista Stella. De ahí que Hoffmann se pase toda la obra intentando que aquellas mujeres vistan o se acoplen al vestido blanco tipo tutú que, supongo, simbolizará ese ideal de mujer que busca. El color jugará un importante papel en un vestuario dominado por los tonos grises, negros y el blanco de la mujer ideal; mientras que tanto el protagonista como su antagonista y la musa vestirán de púrpura, estableciendo así una interesante unificación de estos tres personajes aparentemente tan distintos.

Al iniciarse la función y abrirse el telón encontraremos frente a nosotros la propia sala principal de Les Arts, representada en unos telones semitransparentes que conseguirán el efecto de que veamos a Hoffmann y otros de los actores como si estuvieran ocupando o paseando por los palcos del teatro, mientras en un primer plano, en el proscenio al borde del foso, se desarrolla la acción en la taberna. De nuevo teatro dentro del teatro, un recurso que no por repetido ha de dejar de ser eficaz; como en esta ocasión, habiéndose logrado además un impactante efecto visual inicial que ya nos apuntaba por qué terrenos iba a desarrollarse la cosa.

Por cierto, esa extensión del escenario sobre el foso de la orquesta origina que tanto los músicos como el director, para  acceder a su puesto en el foso, no lo hagan desde el mismo, sino a través de una portezuela habilitada al nivel del patio de butacas. Eso me permitió poder acercarme y felicitar personalmente al maestro Minkowski en uno de los finales de acto por su extraordinaria labor… pero bueno, no haremos spoiler.

En los actos sucesivos, la acción pasará a desarrollarse en las mansiones de París, Múnich y Venecia, sin que el impacto visual pierda ni un ápice de fuerza, al tiempo que asistiremos a toda una lección de cómo realizar fluidamente la transición espacial de un acto o escena a los siguientes, sin que se detenga la acción ni se disturbe al espectador, el cual a veces casi ni se percata de cómo se están llevando a cabo esas transiciones escénicas, encontrándose en apenas segundos en una ambientación completamente diferente y más impactante aún que la anterior, finalizando la obra, casi sin saber cómo, con un escenario prácticamente desprovisto de elementos escenográficos. Y todo esto se logra con uno de los más cuidadosos trabajos de iluminación y manejo de los juegos de luces y sombras que han pasado por este teatro, con sentido emocional y dramático, a la vez que de apoyo al desarrollo escénico. También se contribuirá a ello con unos telones que siempre cumplen una función escenográfica, con unas proyecciones que no saturan visualmente y contribuyen a remarcar algunas sensaciones de personajes o referencias del texto y, sobre todo, con un imponente engranaje escenográfico que, desde la profundidad de la caja escénica hasta casi el mismo borde del foso, irá mutando y creando los diferentes ambientes mientras se mueve con precisión de reloj suizo.

Toda esa ingente labor de construcción escenográfica se ve además acompañada por un exhaustivo trabajo de dirección de actores y de movimiento escénico que creo que también se convierte en un referente dentro de las producciones vistas en este teatro. Y aquí hemos de agradecer que el plantel de cantantes elegido para la ocasión haya sabido responder de manera sobresaliente al reto dramático que conlleva la propuesta. Todos ellos, desde el protagonista principal hasta el papel más secundario, y por supuesto los miembros del Cor de la Generalitat, se han desenvuelto con enorme brillantez en este apartado de interpretación teatral pese a su enorme exigencia, tanto por lo que respecta al movimiento escénico, con ese gran marco escenográfico complejo en permanente cambio y con múltiples entradas y salidas de escena por los lugares más inverosímiles (espectaculares me parecieron las apariciones de La MusaNicklausse desde debajo del piano, o la del doctor Miracle, ambas en el acto de Múnich), como en el escrupuloso cuidado en el detalle, con la acción desarrollándose en diferentes planos y con cada una de las personas que está cada instante en escena, aportando siempre alguna referencia teatral o visual. No hay ni un solo instante Carlos Saura, de esos en los que se deja a los cantantes a su suerte, más perdidos que Andrea Bocelli con un cubo de Rubik.

Sin ninguna duda la fuerza visual y dramática de la producción es avasalladora y quizás la magnitud de la información que se pretende ofrecer es de tal calibre que a veces pueda sobrepasar a algún espectador. Por eso, a quien vaya a asistir y note que empieza a perderse en medio de tanto detalle y elemento simbólico, yo le aconsejaría que, en lugar de intentar descifrar cada una de las claves que se ofrecen en escena, se deje llevar por ese torrente visual ciertamente hipnótico, porque la propuesta es muy atractiva y dramáticamente funciona estupendamente.

Sé que hay mucho de subjetivo en el trazado de esa línea intangible que, sobre todo en producciones como esta, con un gran trabajo de dirección, separa la aportación dramática eficaz de la vuelta de rosca que acaba por perjudicar aquello que se quería ensalzar. Eso me ha ocurrido en muchas ocasiones, pero esta vez no ha sido el caso. Como tampoco encontré, en medio de tantas ocurrencias escénicas, elementos que perjudicasen de forma especial la escucha de la música o incomodasen directamente al público, haciéndole perder la concentración en lo esencial que, le pese a quien le pese, debe seguir siendo la música y la voz. Bueno, no es verdad, hubo algo que sí me fastidió un poco en el acto de Olimpia, y fueron las pelotitas de ping pong rebotando por el escenario, cuando caían de uno a otro nivel, o el gag de la explosión. Pero fue una incomodidad pasajera que además quedó sobradamente compensada con todo lo demás.

Como decía antes, considero que esta propuesta escénica de Johannes Erath se convierte por derecho propio, para quien esto suscribe, en una de las producciones más relevantes y meritorias que se han visto en Les Arts. Y si mencionaba la suerte que hemos tenido de haber podido contar con un elenco vocal que haya sabido responder con éxito al reto, más aún debemos congratularnos de que nuestro teatro disponga de un equipo técnico capaz de hacer frente, por parte de todos los departamentos implicados, a una producción de esta envergadura. Por eso me alegró especialmente ver cómo, tras el acto veneciano, aparecía en el telón la palabra Fin y se proyectaba, a modo de títulos de crédito, los nombres de todo el personal de cada uno de los departamentos técnicos y artísticos del teatro valenciano. Bravo por ellos y por la idea.

Y si la noche marchó estupendamente en el apartado de la escena, en lo musical aún funcionó mejor. La cita de este Hoffmann tenía uno de sus principales atractivos en la presencia en el foso de Marc Minkowski, quien ya nos visitara en noviembre de 2020 ofreciendo un fenomenal Mitridate al frente de su orquesta Les Musiciens du Louvre. El director francés ha optado por ofrecer una versión, basada en la edición crítica de Michael Kaye y Jean-Christophe Keck, que se nos vende como integral y la más fidedigna a la intención de Offenbach, quien falleció antes de completar su composición. De entrada, nos encontramos aquí con una versión notablemente más larga, lo cual a mí precisamente no me emocionaba, ya que yo a las versiones que se ofrecen habitualmente de esta obra, que no es de mis favoritas, ya les cortaría alguna cosa. El caso es que, además de añadiduras y variaciones diversas, también se han suprimido algunos pasajes, entre ellos uno de mis preferidos, aunque no estuviese originariamente previsto por Offenbach para esta obra, como es el aria de Dapertutto, Scintille diamant. Así que iba yo con la idea de que, entre la extensión de la versión ofrecida y los dos descansos interpuestos, se me haría un poco pesada la velada. Craso error. Se me pasó en un santiamén, y a ello contribuyó sobremanera que la versión musical ofrecida ayer de esta ópera fuese difícilmente mejorable.

La labor de Minkowski me pareció para enmarcar y constituyó todo un recital de dominio del arte de la dirección musical, ofreciendo una lectura personalísima, cargada de coherencia, transparencia y claridad expresiva, con un magistral uso de tiempos y dinámicas, siempre con sentido dramático y sin que la tensión decayera ni un solo segundo, logrando un impecable equilibrio entre secciones en el foso y entre este y la escena, atentísimo siempre a cada intervención instrumental o vocal, cuidando las voces sin perder la intensidad del discurso musical como hacía mucho que no se hacía en este teatro, y obteniendo con todo ello un maravilloso rendimiento de una Orquestra de la Comunitat Valenciana que sonó como en las mejores noches. Momentos que me parecieron estremecedores fueron, por ejemplo, todo el final del Prólogo/Acto I, la intensidad y progresión dinámica de la escena del doctor Miracle o el nervio en la dirección y pulso dramático en la escena de la madre, ambas en el tercer acto (en realidad todo el tercer acto fue para postrarse de hinojos), el dúo de Hoffmann y Giuletta del cuarto, o el espectacular concertante final. Mencionar intervenciones solistas podría ser injusto, primero porque lo fundamental fue el excepcional resultado de conjunto obtenido, y luego porque prácticamente todas las secciones tuvieron ocasiones de lucimiento; no obstante es imposible no dejar reseña de la maravillosa intervención del arpa en el final del acto veneciano, del oboe durante todo el acto tercero, la flauta y trompa en el acto de París o el sonido de la cuerda toda la velada (destacadísimos violonchelos y contrabajos). Esta dirección de Minkowski tardaré mucho en olvidarla.

Afortunadamente, a los asiduos a Les Arts ya nos parece lo normal el tener un coro que cante y actúe con el grado de perfección que lo hace nuestro Cor de la Generalitat, adaptándose con flexibilidad a todos los géneros y a las más variopintas exigencias dramáticas y musicales. Pero no nos engañemos, eso no es normal. Esta calidad mantenida que vivimos en Valencia con este coro, es un lujo del que muy pocos recintos operísticos internacionales pueden presumir. Lo cual tiene mucho más mérito en este caso ante las dimensiones actuales del plantel, los incomprensibles obstáculos que algunos mentecatos amb càrrec parecen quererles seguir poniendo y hasta la incomprensión y desprecio que sufren por parte de los gestores del teatro al que engrandecen día a día con su trabajo.

La prueba de ayer, en lo musical y en lo dramático, fue de las que sirven de piedra de toque para catalogar a un coro, y tras lo visto y oído, sólo cabe una vez más calificar de sobresaliente su rendimiento. A ello no obstó que tuvieran que atender los requerimientos escénicos más diversos, o que cantar desde el foso en el prólogo o desde lo más profundo del escenario (bellísima Barcarola), ni que continúen haciéndolo con mascarillas. Si con la boca tapada están logrando estos resultados, el día que liberen la voz no sé lo que pasará. Me encantó la contundencia del masculino en el coro de las jarras del acto primero, el Charmante, charmante del segundo, el final del acto veneciano o el precioso concertante final. Lo dicho, un lujo.

Con todos esos antecedentes de excelencia que estoy narrando en las otras facetas del espectáculo y teniendo en cuenta el extenso reparto y la dificultad que entrañan los papeles principales, parece complicado que también la totalidad del reparto de solistas vocales reunido para la ocasión pudiera estar a la altura del elevado nivel teatral y musical ofrecido. Pero, caramba, si lo estuvieron… Todos, desde el primero al último, cumplieron con nota muy alta.

El papel protagonista de Hoffmann ha sido interpretado por el tenor John Osborn, un cantante al que siempre que he escuchado me ha dejado con muy buenas sensaciones. Y ayer no fue la excepción, siendo el más destacado de un elenco que brilló a gran altura y demostrando que posiblemente sea el intérprete referencial de este papel en la actualidad. Es verdad que no tiene el norteamericano una voz de timbre especialmente bello, pero sin embargo seduce fácilmente a la platea con un canto depuradísimo en el que el poderío en el agudo se combina a la perfección con el recogimiento emocionalmente más intenso cuando ha de hacerse presente en los momentos más líricos. Su adecuación estilística es irreprochable y exhibe un impoluto refinamiento expresivo y un fraseo delicado y elegante, dotando siempre al canto de la intención precisa. Bellísimo me resultó el Ah! vivre deux del acto segundo y sus dúos con Antonia o Giuletta. El mérito de Osborn viene reforzado además por un papel que se mueve siempre en una tesitura muy complicada y por una entrega escénica extenuante, al permanecer prácticamente toda la obra sobre el escenario sin poder perder en ningún instante la intensidad emocional requerida. Ejemplo claro de su buen hacer también en lides actorales fue la gestualidad en la canción de Kleinzach.

La soprano Pretty Yende ha asumido el desafío de encarnar los cuatro papeles femeninos principales: Olimpia, Antonia, Giulietta y Stella, escritos para vocalidades diferentes, desde una soprano ligera a una dramática o incluso una mezzo. Lógicamente, siempre que se afronta un reto de esta envergadura la cantante sale mejor parada en unas lides que en otras. Así ocurrió también ayer, pero lo bien cierto y digno de alabar es que la cantante sudafricana cumplió perfectamente con el resultado de conjunto en todos los papeles. Su voz bien timbrada y de caudal generoso corrió por la sala con facilidad, sabiendo también regular intensidades y dibujar la amplia paleta de emociones de sus personajes. En Olimpia mostró sus orígenes de ligera, con facilidad para el agudo, y dibujó bien el carácter autómata del rol. En Antonia fue donde pareció mostrarse más cómoda vocalmente y donde su centro lució con más cuerpo, logrando algunos momentos de gran intensidad expresiva, como su dúo con Hoffmann, que resultó de una belleza extrema. En Giuletta se notaba más forzada, pero no desentonó en ningún instante y derrochó entrega interpretativa. Sin duda ha sido un gran debut que augura la consolidación exitosa en estos papeles.

Otra muy agradable sorpresa de la velada fue la presencia por vez primera en nuestro teatro del bajo barítono Alex Esposito, quien fue el encargado de encarnar a los cuatro villanos antagonistas de Hoffmann: Lindorf, Coppélius, Miracle y Dapertutto. El cantante italiano hizo gala de una voz recia y potente de bellísimo timbre, cargado de acentos nobles, que manejó además con gran expresividad y con una dicción y articulación absolutamente ejemplares, destacando también muy notablemente en el apartado actoral. Aunque no canto el célebre Scintille diamant,  si tuvo ocasión de lucirse en el Répands tes feux dans l’air que lo sustituyó. Después de lo escuchado ayer sentí muchísimo más la cancelación de ese Faust de Gounod previsto para junio de 2020, donde Esposito estaba anunciado como Mefistófeles, curiosamente también junto a John Osborn y Paula Murrihy.

Precisamente es Paula Murrihy quien asume en esta producción los roles de Nicklausse y Musa. La mezzosoprano irlandesa, que ya estuvo en este teatro como la Dorabella del Così fan tutte de 2020, hizo ostentación de una clase interpretativa imponente, logrando que esa impecable expresividad de su actuación dramática alcanzase también a su canto, siempre fraseado con el sentido justo e impregnando con la sensibilidad y emoción requeridas cada línea del personaje. Esa fuerza emocional transmitida restó importancia a que vocalmente los extremos de la tesitura no alcanzasen todo el empaque deseado.

También destacó por su expresividad y buenas dotes escénicas el tenor holandés Marcel Beekman en los cuatro papeles cómicos de Andrès, Cochenille, Frantz y Pittichinaccio. Claridad, limpieza y precisión caracterizaron una voz especialmente adecuada para estos roles en los que, tanto por vocalidad como por vis cómica, se movió como pez en el agua; y ello a pesar de tener que hacerlo vestido indignamente de mamarrachos varios. Me gustó mucho su interpretación del Jour et nuit je me mets en quatre del acto tercero.

Como decía antes, todo el reparto estuvo extremadamente destacado y ninguno de los papeles más secundarios desentonó de la excelente calidad del conjunto, mereciendo el merecido aplauso todos ellos por su entrega vocal y actoral: Moisés Marín (un Spalanzani de aspecto Santiagosegurado), Eva Kroon, Tomislav Lavoie, Isaac Galán, Roger Padullés y Tomeu Bibiloni.

La sala principal de Les Arts presentó una muy generosa entrada, rozando el lleno absoluto, sin que la situación pandémica, que lamentablemente seguimos padeciendo, pareciese menguar la asistencia de público. El que se haya suprimido una de las funciones posiblemente haya influido en ello también, al repartirse el abonado de estreno entre el resto de representaciones. La lástima es que no evitasen asistir los becerros varios que dejaron sus móviles con sonido, una vez más, para trufar de agradables tonos de llamada la partitura de Offenbach. Al final, grandes y muy merecidas ovaciones para todos los participantes y fue de las pocas veces en los que, ni en los descansos ni a la salida, escuché ningún comentario que no fuese de entusiasmo ante lo vivido.

Respecto a los móviles haría una petición al teatro: por favor, esperen a que se empiecen a pagar las luces y se haga cierto silencio en la sala para dar los avisos de apagar los teléfonos, porque muchas veces ni se oyen, Y deberían reiterar esos avisos tras cada descanso.

Y ahora una petición solicitada por un amigo: aparte de las pantallas de traducción de los asientos, pongan sobretítulos en el escenario, especialmente en producciones como esta, donde ocurren tantas cosas en escena, porque, si no, al final te pierdes muchos detalles de lo que ocurre y acabas además con un descoyunte de cuello que ni Kleinzach.

De nuevo me he alargado mucho más de lo que pensaba. Quería haber hablado algo sobre la política de poco cuidado al abonado que sigue mostrando el teatro, como con esos generosos descuentos que ofrece cuando la venta no va todo lo bien que esperan, y de los que no se enteran los fieles abonados que además del abono compramos entradas para todos los espectáculos y como gran cosa nos hacen un 10 o 15% de descuento, pero luego nos encontramos con compañeros de asiento a los que Les Arts ha ofrecido por email ofertas del 30 o 40% de descuento. Como parte de ese descontento se hizo público en redes, esta semana nos mandaron a los abonados una oferta de 50% de descuento para una de las funciones de Hoffmann, eso sí, cuando ya casi estaba el aforo vendido y ya habían repartido a los abonados de la función cancelada en las otras representaciones. Bueno, para ser justos también nos ofrecían una copa de fino si comprábamos una entrada de flamenco… En fin, ahora que han prorrogado contrato a Jesús Iglesias hasta 2027 y tiene ahí como gerente al del plus de los 30.000 euros, seguro que entre los dos solucionan esto y más.