Hacía bastante tiempo que no se palpaba entre los aficionados habituales
de Les Arts una emoción previa a un estreno como la que se ha vivido estas
últimas semanas, con ocasión de las anunciadas representaciones de la ópera Elektra, de Richard Strauss, que,
por fin, se estrenó ayer. Yo mismo he de
reconocer que he estado estos días previos a Elektra con más nervios y tensión que el profesor de natación de
los Gremlins, inmerso en esa gran expectación
que se ha generado con esta obra que, de algún modo, nos devolvía las
sensaciones de teatro operístico de primera línea que fueron habituales en los iniciales
años de vida del Palau de les Arts.
Esas grandes
ilusiones previas conllevan siempre el riesgo de que nuestras expectativas
hayan sido tan altas que luego, cualquier pequeña cosa que se salga del rango
de la excelencia, pueda dejarnos con una sensación de relativa decepción. Así
que a la hora de afrontar esta crónica lo primero que tengo que decidir es si
mis comentarios van a tomar como referente esas expectativas o simplemente lo
valoro como una función más del abono en relación con lo que se ha ido viendo y
escuchando hasta ahora. Mi intención será intentar mantener un cierto punto de
equilibrio, procurando ser lo más objetivo posible dentro de la plena
subjetividad que alimenta estas líneas, las cuales, como siempre digo, no
pretenden reflejar más que mis particulares y muy personales sensaciones, sin
la más mínima intención de que estas hayan de ser las de la mayoría. Son
únicamente las mías.
Con esa
introducción ya habréis podido deducir que no todo me pareció perfecto en la
función de ayer; y, sin embargo, también digo ya de entrada que yo disfruté de
una noche especialmente intensa y emocionante de ópera, de las que no se
olvidan. Es verdad que ya traía mucho ganado porque Elektra es una obra que me fascina, que cada vez que la escucho me
atrapa en la primera nota y no me suelta hasta la última, después de sacudirme
emocionalmente y chuparme el alma durante esos 105 minutos desbordantes de drama,
belleza y pasión.
Pero esta Elektra además cuenta con otros alicientes que la hacen especialmente deseable. Un reparto vocal encabezado por una de las Elektra de referencia del momento en el panorama internacional, Iréne Theorin, y por una veterana cantante como es Doris Soffel, dotada de un talento dramático imponente. También supone el debut en nuestra ciudad de uno de los más afamados directores de escena, el canadiense Robert Carsen, responsable de algunas producciones inolvidables como las de Katia Kabanova y Diálogo de carmelitas que pudieron verse en el Teatro Real hace algunos años. Y, por supuesto, se cuenta en esta Elektra, una ópera en el que la orquesta tiene un protagonismo indiscutible, con nuestra Orquestra de la Comunitat Valenciana, reforzada para la ocasión hasta los 103 músicos y dirigida por el maestro alemán Marc Albrecht, que acude con el marchamo de ser un experto en el repertorio germánico, especialmente Wagner y Strauss.
Pero esta Elektra además cuenta con otros alicientes que la hacen especialmente deseable. Un reparto vocal encabezado por una de las Elektra de referencia del momento en el panorama internacional, Iréne Theorin, y por una veterana cantante como es Doris Soffel, dotada de un talento dramático imponente. También supone el debut en nuestra ciudad de uno de los más afamados directores de escena, el canadiense Robert Carsen, responsable de algunas producciones inolvidables como las de Katia Kabanova y Diálogo de carmelitas que pudieron verse en el Teatro Real hace algunos años. Y, por supuesto, se cuenta en esta Elektra, una ópera en el que la orquesta tiene un protagonismo indiscutible, con nuestra Orquestra de la Comunitat Valenciana, reforzada para la ocasión hasta los 103 músicos y dirigida por el maestro alemán Marc Albrecht, que acude con el marchamo de ser un experto en el repertorio germánico, especialmente Wagner y Strauss.
Al final, a mi
juicio, el resultado de conjunto es sobresaliente, aunque yo encontrase algunas
cosas que no me acabaron de entusiasmar tanto como me esperaba y que, aunque no
afectaron de forma decisiva a la apreciación global, que es muy satisfactoria, creo
de justicia el comentarlas.
La producción
presentada en Valencia viene de la Opéra National de Paris, que a su vez adapta
una coproducción original del Teatro del Maggio Musicale Fiorentino y la Tokyo
Opera Nomori y, como ya he adelantado, cuenta con la dirección escénica de Robert
Carsen, acompañada por la escenografía de Michael Levine, el vestuario
de Vazul Matusz, la iluminación del propio Robert Carsen y Peter
van Praet y la coreografía, que en esta producción juega un papel
fundamental, de Philippe Giraudeau.
El
libretista Hugo von Hofmannsthal hizo algunas indicaciones
escénicas para orientar las representaciones que se llevaran a cabo de la obra,
resaltando que el decorado debía caracterizarse por su exigüidad y por generar
una sensación opresiva de encierro. Desde luego Carsen lo de la exigüidad
se lo ha tomado al pie de la letra y la desnudez del decorado es absoluta. Un
espacio escénico vacío, únicamente cerrado por tres inmensas paredes
ligeramente curvadas y sin hueco alguno en ellas. Sí se abrirá un hueco en el
suelo cuando invoca Elektra a Agamenón, representando la tumba de éste;
luego, esa abertura será la vía de entrada de los personajes al interior del
palacio, y la tumba se cerrará en la escena final cuando Elektra, triunfante, celebre la venganza del asesinato de su padre.
Ese espacio
escénico tan abierto y vacío, junto al traslado de la acción en muchas
ocasiones al fondo del mismo, lejos de la boca del escenario, creo que
perjudicó la escucha de las voces, especialmente teniendo en cuenta que el foso
casi duplicaba el habitual y la barrera orquestal estaba integrada por un
centenar de músicos.
El suelo está
completamente cubierto de una arena oscura que, según ha confesado Theorin,
después de la función va dejando allá por donde va y le cuesta muchísimo
desembarazarse de ella. Los únicos elementos escenográficos que veremos,
fuertemente simbólicos ambos, serán el hacha de Elektra y la cama de Klytämnestra,
siendo la aparición de esta desde la oscuridad uno de los momentos impactantes
de la producción. También volvieron a visitar el escenario de Les Arts las
afamadas y puñeteras linternas deslumbradoras de espectadores que tanto éxito
han cosechado entre el gremio de oftalmólogos de nuestra ciudad.
Hofmannsthal preveía que el escenario estuviera enmarcado a ambos lados por unas
edificaciones que representarían el palacio y las viviendas de los sirvientes,
unas ventanas, una puerta e incluso un árbol. Nada de eso, como he dicho antes,
se nos presenta aquí, pero la sensación de opresión y encierro buscada por el
libretista se acentúa con las inmensas paredes sin abertura alguna, así como
por la oscuridad que será protagonista de la atmósfera escénica en muchos
momentos en los que lo envolverá todo menos el punto concreto del escenario en el
que se desarrolle en ese instante la acción concreta, siendo el trabajo de
iluminación otro de los aspectos a resaltar, con algunos juegos de sombras y
luces de gran efectividad.
Carsen, aunque
mantiene la intemporalidad, parece que haya querido homenajear de algún modo
al origen de teatro griego del drama, dejando a los protagonistas en la
desnudez del escenario e introduciendo una especie de equivalente al coro
griego con ese desdoblamiento de personalidad de Elektra que se refleja en la actuación de la veintena de figurantes/bailarinas
que la acompañan e imitan sus movimientos en escena, representando posiblemente
las múltiples facetas que se descubren en la atormentada personalidad de la
protagonista. Con este empleo de figurantes se conseguirán algunos efectos
visuales especialmente atractivos, como me resultó el de la llegada de Aeghist, el de la búsqueda del hacha
enterrada, el reconocimiento de Orest
o el inicio de la escena de la danza final. Quizás la parte negativa de esta
figuración se encuentre en que a veces pueda distraer demasiado al espectador que
quiera seguir el texto o en que puntualmente se entorpezca la visión de alguna
escena, pero el balance es muy positivo.
Toda la
producción está cargada de alusiones simbólicas. El hueco en la tierra que
representa la tumba de Agamenón será
también el punto por el que Klytämnestra
y Aeghist accedan al interior de su
palacio, como si habitaran en ese sepulcro, posiblemente en una alusión
simbólica a cómo esa muerte atormenta y persigue a la viuda asesina. Curiosamente,
Klytämnestra y Aeghist serán los dos únicos personajes que vestirán de radiante blanco
frente al negro generalizado. Y otro símbolo visual muy evidente se nos
presenta en el monólogo de Elektra,
cuando ésta invoque a su padre y le diga “muéstrate
a tu propia hija”, sacando de la tumba el cadáver de Agamenón que será portado por las figurantes con una clara reminiscencia
a la figura de Cristo, y al que Elektra
se abrazará componiendo una imagen peculiar de la Piedad, en otro de los
instantes, para mí, más atractivos visualmente de la noche.
No sé si Carsen
con todo este planteamiento pretende decirnos que todo el drama que se nos
ofrece ocurre sólo en la cabeza de la protagonista e incluso que pueda ser sólo
el resultado de un sueño, como podría desprenderse de la escena final donde Elektra, en lugar de caer exánime tras
una delirante danza, simplemente es llevada a hombros, como Manolete, por sus otros yo y luego poco
a poco parece sumirse en un apacible sueño. Me importan poco las lecturas que
se hayan querido hacer. Lo importante en mi opinión es que, pese a los
reproches que se puedan hacer a algunos aspectos concretos que he comentado,
creo que nos encontramos ante una muy buena puesta en escena que no chirría
frente al libreto, con momentos visualmente espectaculares y con una trabajada
dirección de actores y movimientos coreográficos. Aunque yo no puedo evitar seguir
teniendo en la cabeza como referente la que pude ver hace unos años en el Liceu,
firmada por el gran Patrice Chereau y que me parece un ejemplo de cómo muchas
veces la sencillez y el talento dramático bastan para construir una puesta en
escena redonda, en la que se potenciaba la humanidad de unos personajes que en
la propuesta de Carsen parecen moverse más en terrenos de la ensoñación
y que incluso transmiten por momentos una cierta frialdad.
Como decía al
principio, ocupaba el foso de Les Arts por vez primera al frente de la Orquestra
de la Comunitat Valenciana, el alemán Marc Albrecht, quien está
considerado un experto en el repertorio straussiano y su carrera así parece
atestiguarlo. Yo he de decir que ayer disfruté muchísimo con la orquesta, como
en los grandes días que todos tenemos en el recuerdo y el sonido que inundó la
sala principal fue sencillamente majestuoso.
Sé que es muy
difícil con una partitura de este calibre conseguir un equilibrio adecuado
entre voces y foso, sobre todo si algunas voces no se muestran especialmente
poderosas y el escenógrafo las coloca al fondo del escenario. Y también soy
consciente de la peculiar acústica de la sala principal de este teatro que
tiende a magnificar el sonido orquestal. Si repasamos las crónicas de las
funciones que se han venido representando en Les Arts desde su inicio, veremos
como suele ser más que habitual que se hable de que la orquesta tapó a las
voces. Es verdad que, también por esa peculiar acústica, la experiencia de la
escucha es muy distinta dependiendo del lugar en el que te ubiques y estoy
convencido de que seguramente habrá espectadores que, según dónde estaban, vivieron
una situación distinta. Lo indiscutible es que ayer hubo momentos en que la
orquesta tapaba algunas voces, pero analizando lo ocurrido y fijándome en las
indicaciones que se daban desde el foso, creo que no fue un problema de
descontrol de volúmenes, sino de voces y escena. Pienso que Albrecht supo
respirar con las voces para que las mismas encontrasen más facilidad a la hora
de poder traspasar el tsunami orquestal que surge del foso y controló
extraordinariamente algunos momentos, como las intervenciones de Chrysothemis. Con Theorin, sobre
todo en su escena inicial, el desequilibrio fue mayor, pero pienso que debido a
ella y a sus indicaciones escénicas.
En general,
aunque hubiese algún pequeño instante de sonidos más apelmazados, pienso que se
logró una dirección transparente que permitió disfrutar de los diferentes
planos de la instrumentación y de toda la gama de matices y detalles, que los
hay y muchos, en la orquestación concebida por Strauss que impregna los
pentagramas de un refinamiento tímbrico que estuvo ahí presente gracias a los
excelentes músicos de la orquesta. Se llevó a cabo también un inteligente
manejo de las dinámicas. Menos me convenció algún tempo lento en exceso y ciertas demoras en la continuidad musical
que se movieron al borde mismo de una caída de tensión que afortunadamente no
se produjo. Y es que poner pegas a la prestación orquestal después de la mágica
noche vivida es de ser bastante tiquismiquis (mea culpa). Lo principal fue la
enorme belleza musical y la exhibición instrumental de la que hicieron gala los
miembros de una Orquestra de la Comunitat Valenciana que ayer se
consagró definitivamente, por si a alguien todavía le cabían dudas, como la
mejor agrupación orquestal de foso de España. La suntuosidad que mostró la
cuerda fue absolutamente maravillosa toda la velada, con unos pianísimos de
poner los pelos de punta; también la sección de metales tuvo unas prestaciones
espectaculares, tanto en los instantes más rotundos como marcándose también
algún pianísimo excelente. Fueron muchos los momentos relevantes ya desde los
primeros compases: la escena primera de Chrysothemis;
la muerte de Klytämnestra, que resultó
brillantísima por tensión y con unos contrabajos alucinantes; el diálogo entre Elektra y su hermano previo al
reconocimiento; la propia escena del reconocimiento; la búsqueda del hacha; y
toda la escena final. Hay que aplaudir el trabajo de todas las secciones y de los
músicos que se lucieron en los diferentes momentos casi camerísticos que
también tiene la partitura, y sería injusto mencionar sólo a unos pocos porque
el desempeño de conjunto fue excelente en una obra sumamente exigente.
El Cor de la
Generalitat, aunque no lo parezca, también tiene una participación de
conjunto en esta ópera. Eso sí, muy brevemente, en la escena final cuando se ha
dado muerte a la pareja asesina y mediante una intervención interna. Inteligentemente,
dada la concepción escénica sin aberturas, se les ha ubicado debajo de la
platea alta, a espaldas de los espectadores, fuera de la vista de estos, y el
efecto logrado es sobrecogedor, aunque también dependerá de la zona en la que
se ubique el espectador.
El reparto vocal
elegido para la ocasión es de gran nivel y no tiene mucho que envidiar a lo que
pueda encontrarse en otros recintos internacionales importantes, comenzando,
por supuesto, por el protagonismo de la soprano sueca Iréne Theorin que
es una referencia actual incuestionable en el papel de Elektra. Yo tuve la fortuna de verla en directo en Salzburg en 2010
y me conquistó en el estreno de esa producción de Nikolaus Lehnhoff que se
editó en DVD y circula por youtube y cuya crónica ya dejé en su día aquí en este
blog. Anoche, la Theorin que yo escuché no parecía la misma. Es verdad
que compone una Elektra muy intensa, dramáticamente
muy trabajada y adornando su canto con una amplísima gama de matices vocales e interpretativos.
El problema es que teniendo en el foso una orquesta de 103 músicos, diciéndote
el director de escena que te ubiques de mitad hacia atrás del escenario y
haciéndote incluso cantar tumbada boca arriba, quizás no debas mostrarte tan
contenida porque la voz no correrá siempre como debe. Uno de los comentarios
más generalizados ayer fue: a Theorin no la he oído bien. Si a mí me
dicen esa frase hace una semana sin haberla escuchado yo, pienso que se ha fumado
un porro mi interlocutor. Así y todo, fue de menos a más y su escena con la
madre me resultó magnífica y reconozco que me encanta de Theorin cómo
consigue que veamos la evolución del personaje a través de su expresividad vocal
y su interpretación gestual. Sus agudos más comprometidos siempre han sido un
poco abiertos y con tendencia al chillido, pero percutientes, y a una Elektra no le queda mal. Pero el caso es
que esa voz grande, con metal, carnosa y robusta que yo recordaba no estuvo
presente en toda su intensidad, no sé si porque se reservó, porque estaba
enferma o porque fue la línea interpretativa buscada. No está bien comparar y
ella lo odia, pero reconozco que a mí me llega más la Herlitzius, consigue
emocionarme más con una actuación mucho más carnal y desaforada. Dicho lo cual,
afirmo que la sueca es una maravillosa Elektra,
pero de la que me esperaba más.
Aunque sé que
discreparé con algunos por lo que voy a decir, me pareció sensacional Doris
Soffel como Klytämnestra. Reconozco
que tengo una especial predilección por esta mujer que, como decía al comienzo,
me parece una cantante con un talento dramático enorme. Considero que dibujó
adecuadamente un personaje que por momentos desprende una maldad tremenda y en
otros se muestra inmensamente frágil y desesperada. A los 71 años está
espléndida físicamente y aunque vocalmente es normal que la voz presente un
natural desgaste, sobre todo en las zonas más comprometidas de una partitura
hostil, pienso que ella lo sabe compensar con una expresividad y
profesionalidad tremendas, asombrando todavía por la amplitud del instrumento y
la facilidad en la emisión. Pero, sobre todo, Soffel es una Klytämnestra que canta. No se deja llevar
por el recurso al parlato y al grito,
tan habitual muchas veces en este rol, sino que canta con un fraseo expresivo y
un legato estupendo. Su presencia
escénica sigue siendo imponente y hace creíble un personaje al que imprime
personalidad y carácter y que no caricaturiza en absoluto.
El trío femenino
protagonista lo completa la soprano Sara Jakubiak que debutaba el papel
de Chrysothemis en nuestra ciudad,
teniendo previsto cantarlo también en la Royal Opera House de Londres, y que
fue posiblemente la gran sorpresa de la noche. Comentaba el otro día la Jakubiak
que cuando se subió al escenario de Les Arts en los ensayos y la enorme
orquesta empezó a sonar, le dieron ganas de salir corriendo temerosa de no
poder superar el vendaval orquestal. Pues lo hizo sobradamente y su voz lírica,
carnosa, con cuerpo y metal, se proyectó y corrió por la sala con amplitud y
brillo. Es verdad que la dirección de Albrecht creo que la cuidó especialmente,
pero la soprano norteamericana sorteó las dificultades y supo además realizar variaciones dinámicas
para adaptar su emisión a la gran orquesta en los momentos más efusivos. Tanto
vocal como escénicamente demostró también buenas dotes expresivas y dramáticas.
Muy segura en todos los registros solventó con calidad sobresaliente su debut
en un papel siempre muy agradecido, pero que no es precisamente una perita en
dulce.
El papel de Orest estuvo encarnado por el barítono australiano
Derek Welton que me gustó también bastante. Cantó con buena dicción y
fraseo, y aunque posiblemente le faltase un punto mayor de peso vocal en la
zona más grave que hiciese más imponente vocalmente su personaje, me gustó mucho
de él su emisión natural, sin empujones, y la homogeneidad de una voz compacta
y segura. Cumplió también en su comportamiento escénico, pese a que parecía que siempre
buscaba cantar hacia la platea mirando al director, lo que puede que restase
algo de credibilidad al personaje. Ya digo que sí me convenció y eso que he de
confesar que a mí me fastidió un poco la percepción de su intervención el que se me metiese en
la cabeza nada más verle que me recordaba al cantante de Pimpinela, lo cual me cortó bastante el rollo.
El odioso papel
de Aeghist recayó en el veterano
eslovaco Štefan Margita, un tenor de voz clara, casi blanquecina, muy
en la línea del tenor cómico germánico, que le va muy bien al personaje.
Presentó muy buena proyección y un fraseo lleno de intención, así como un
comportamiento escénico irreprochable.
Dada la
concepción escenográfica y de vestuario planteada por Carsen, o te sabes
la obra de memoria perfectamente o es imposible identificar a las cantantes que
intervinieron en los papeles comprimarios femeninos de sirvientas, celadoras o damas
de confianza que interpretaron: una notable Miranda Keys, Eva Kroon,
Evgeniya Khomutova, Emilie Pictet, Aida Gimeno y Larisa
Stefan. Algunas de ellas padecieron un poco más para superar la barrera
orquestal, pero en general estuvieron mejor que bien e incluso con alguna
destacada intervención. En los papeles menores masculinos, cumplieron bien Michael
Pflumm, Max Hochmuth y Bonifaci Carrillo.
No quisiera
finalizar esta reseña sin aplaudir fuertemente también la actuación de las
bailarinas/figurantes que llevan a cabo en escena un trabajo muy complicado de
expresividad corporal y coordinación, habiendo logrado un resultado magnífico.
Ya sabéis que no soy yo precisamente un fan de las aportaciones coreográficas y
danzarinas, pero en este caso, te guste más o menos la propuesta, es justo
reconocer sus méritos. Y también quisiera mencionar a las seis componentes del Cor
de la Generalitat que salen a escena, aunque quedan también inidentificables
entre el resto de personajes femeninos, y que sorprendentemente han quedado
injustamente fuera de la reseña del programa de mano, cuando sale mencionado
hasta el último figurante y personal técnico interviniente. Ellas son: Susana
Martínez, Mónica Bueno, Lourdes Castell, Ana Bort, Minerva
Moliner y Pilar Aznar.
La sala principal
de Les Arts se encontraba prácticamente llena, lo cual me produjo una especial
satisfacción tratándose de una obra que genera todavía tantos recelos a muchos
aficionados, lo que hace que no sea raro, incluso en los grandes teatros
internacionales, encontrarse con huecos en una Elektra. Se apreció asistencia de bastante público de fuera de
Valencia. Es normal, es la única función en sábado y esta es una ópera muy
propicia para que buenos aficionados de otras ciudades puedan decidir venir. No
es muy normal moverse por una Traviata
o una Boheme, salvo que haya algún
atractivo muy especial en el cartel, porque son óperas muy representadas. Ver
una Elektra con buen reparto y buena
orquesta es un reclamo infalible. Incluso lo fue para que hicieran acto de
presencia algunos responsables políticos como el president de la Generalitat, Ximo
Puig, el alcalde Joan Ribó, la consellera Gabriela Bravo o el
conseller Vicent Marzà.
A diferencia de
otras veces en los que, ante obras un poco diferentes, hay público que abandona la
sala antes de hora, ayer no me percaté de que ocurriese e incluso los
espectadores creo que mantuvieron un comportamiento bastante silencioso para lo
que suele ser habitual, tosedores aparte. En alguno de los pocos silencios de
la obra se escuchó eso, el silencio, y eso quiere decir que la gente estaba atenta y
enganchada al drama. Al finalizar hubo fuertes y merecidas ovaciones para todos
los intérpretes, especialmente para Jakubiak, Theorin y la
orquesta. También Robert Carsen, presente en el teatro junto a su equipo
escénico, fue muy aplaudido al salir a saludar.
No me gustaría
que alguien sacase una impresión errónea de esta crónica. Disfruté muchísimo
pese a que me hubiera gustado que todo se hubiera ajustado más a la idea que yo
llevaba de lo perfecto que me esperaba todo. Como voy a intentar repetir todos
los días, seguro que en las siguientes, sin la presión de tenerme que fijar en
cada detalle para contarlo aquí y sabiendo ya más o menos lo que me espera, lo
disfrutaré más.
Ya escribí una
entrada previa a esta crónica recomendando a cualquier amante de la ópera que,
si puede, no se pierda esta maravillosa obra y aleje cualquier prejuicio o
temor que le pueda inspirar una música un poco distinta a lo habitual, aunque
tampoco es tan difícil, quizás menos melódica, pero de una fuerza e intensidad
dramática sobrecogedoras. Reitero el llamamiento, estoy convencido de que os
cautivará.