lunes, 31 de diciembre de 2012

ESCUCHANDO A LOS QUE SE FUERON: FELIZ 2013

"Luna saliendo en el mar" - Caspar David Friedrich - 1822 - Nationalgallerie (Berlín)

Parece costumbre arraigada que a final de año haya que hacer balance de todo lo ocurrido en los doce meses anteriores. De este 2012 que ahora se nos va, casi sería mejor no acordarse mucho, así que no voy a hablar de recortes, crisis ni ineptos gobernantes… Aunque vistas las perspectivas futuras, igual acabamos añorando 2012. Pero bueno, no me dejaré llevar por mi natural pesimismo…

Lo que sí está claro que vamos a añorar es a un buen puñado de cantantes de ópera que nos han dejado para siempre este 2012, funesto para la lírica en todos los sentidos. Así que, aunque quede un poco fúnebre la cosa, he pensado celebrar en el blog el cambio de año, en lugar de con doce campanadas, con el recuerdo de doce intérpretes fallecidos en los meses precedentes, aprovechando así la ocasión para poder volver a escucharles.
 
El 22 de enero se anunciaba la muerte de la mezzosoprano belga Rita Gorr. La amplitud y gran volumen de su voz eran memorables, no tanto la sutileza o intención de su fraseo. Fue una gran intérprete en escena con notables habilidades dramáticas, destacando en algunos papeles como Dalila (“Sansón y Dalila”), Charlotte (“Werther”), la malvada Ortrud de “Lohengrin” o Fricka en “El Oro del Rin” y “La Valquiria”, mostrando una gran facilidad para superar con su imponente vozarrón las grandes orquestas wagnerianas. Participó en 1957 en el estreno en París de “Diálogos de Carmelitas”, de Francis Poulenc, en el papel de Madre María de la Encarnación. Aquí podemos escuchar a Rita Gorr como Dalila en “Printemps qui commence”, del acto I de la ópera “Sansón y Dalila”, de Camille Saint-Saëns, en una grabación de 1962:


video de davidhertzberg

Sólo una semana después, el 29 de enero, fallecía a los 92 años la soprano estadounidense Camilla Williams. Williams es célebre sobre todo por haber sido la primera cantante negra que firmó un contrato para formar parte de una compañía de ópera norteamericana, la de Nueva York, y cantar un papel protagonista. Fue el de Cio-Cio-San, de “Madama Butterfly”, en 1946. Este sería uno de los roles emblemáticos de una carrera en la que también serían relevantes sus intervenciones como Aida y Bess (“Porgy and Bess”). Siempre fue además una persona muy implicada en la lucha por los derechos civiles de los negros. A continuación podemos escuchar a Williams como Aida en su particular versión de “Ritorna vincitor”:


video de Addiobelpassato

El 8 de febrero fallecía el barítono romano Gian-Giacomo Guelfi. Igual que dije antes respecto a Rita Gorr, Guelfi se caracterizó también más por la potencia de su voz que por la elegancia o sutileza de su canto, pero es innegable que se trataba de un barítono de los de verdad y que sabía dotar de intensidad dramática todas sus interpretaciones. Destacó sobre todo en el repertorio italiano, fundamentalmente en papeles verdianos y veristas, como por ejemplo el de Gérard de “Andrea Chenier”, de Giordano, en el que podemos escucharle aquí afrontando “Nemico della patria”:


video de MrCafiero

El 18 de febrero era la sudafricana Elizabeth Connell quien moría a los 65 años. Connell comenzó su carrera como mezzosoprano, llegando a cantar en el Festival de Bayreuth en papeles como Ortrud (“Lohengrin”) o Brangäne (“Tristán e Isolda”). Sin embargo, a comienzos de los años 80 pasó a abordar papeles de soprano dramática, siendo reconocida por sus interpretaciones de personajes como Turandot, Elektra, Lady Macbeth, Isolde o Brünnhilde (“Götterdämmerung”). Su gran envergadura y sobrepeso condicionaban su movimiento escénico, pero mantenía que le encantaba comer y que el declive vocal de María Callas se produjo a raíz de su pérdida de peso, por lo cual ella no iba a caer en lo mismo. Aquí podemos ver a la Connell, con 61 añitos, atreverse con el wagneriano “Mild und Liese” de “Tristán e Isolda”:


video de Helmut Fischer

Dos días después, el 20 de febrero, fallecía el tenor donostiarra Carlos Munguía. Desarrolló su carrera principalmente en el ámbito de la zarzuela, donde compartiría escenario con los nombres más relevantes del género, desde Teresa Berganza a Alfredo Kraus, habiendo grabado más de treinta títulos, muchos de ellos bajo la dirección del gran Ataúlfo Argenta. En el terreno operístico cantó también importantes papeles como el de Fausto o Turiddu (“Cavalleria Rusticana”). Vamos a disfrutar de su voz en este fragmento de la zarzuela “La Dolorosa”, de José Serrano, acompañado por la Gran Orquesta Sinfónica dirigida por Ataúlfo Argenta. Se trata del célebre Relato de Rafael “La roca fría del calvario”:


video de melchiorfan

El 23 de abril le tocaba el turno al tenor italiano Veriano Luchetti. La coincidencia de la plenitud de su carrera con el dominio de los escenarios por tenores como Plácido Domingo o Luciano Pavarotti hizo que su nombre, como el de tantos otros, no tuviese la relevancia que quizás en otro momento hubiese obtenido. Su repertorio fue muy amplio, desde papeles belcantistas a la ópera francesa, pasando por los grandes personajes de Puccini o Verdi, compositor éste con el que alcanzaría sus mejores prestaciones. Precisamente aquí podemos verle en La Scala en 1975, dirigido por Claudio Abbado, en “O figli… Ah, la paterna mano” del “Macbeth” de Verdi:

video de Gabba02

El 18 de mayo el mundo de la lírica quedaba conmocionado con el anuncio de la muerte de uno de los mejores barítonos de la historia, el alemán Dietrich Fischer-Dieskau, probablemente el más grande liederista del siglo XX. La elegancia hecha canto. Su inmaculada dicción y la exquisitez de su fraseo no tienen parangón. No ha habido quien como él haya sabido expresar la psicología de los personajes con tan elegante expresividad. También debe destacarse su enorme versatilidad, habiendo abordado todo tipo de géneros y estilos, aunque sus principales aportaciones se centran en el oratorio y en el lied y ópera alemanes. No quiero extenderme mucho más porque este hombre requeriría unas cuantas entradas monográficas. Afortunadamente nos legó una amplísima discografía que permitirá a las generaciones venideras poder disfrutar de la excelencia de este inmenso cantante. Aquí le tenemos en una grabación de 1968, acompañado por la Radio Symphonie Orchester de Berlín, dirigida por un jovencísimo Lorin Maazel, interpretando los Kindertotenlieder de Gustav Mahler:


video de Andy Granko

El 23 de junio era otro alemán, el bajo Franz Crass, quien fallecía. Crass estuvo vinculado durante casi toda su carrera a la Ópera de Viena y fue un habitual en el Festival de Bayreuth, donde debutaría en 1954 y aparecería con regularidad durante casi veinte años en muchos papeles secundarios y otros más relevantes como los de Rey Marke (“Tristán e Isolda”), Holándés (“El holandés errante”), Rey Heinrich (“Lohengrin”) o Gurnemanz (“Parsifal”). A principios de los 80 se vería obligado a abandonar de forma prematura los escenarios debido a un problema de sordera. Podemos escucharle ahora como Rey Heinrich en un fragmento del acto I de “Lohengrin”:


video de Addiobelpassato

Y el día siguiente al fallecimiento de Crass, moría precisamente en Bayreuth el tenor estadounidense Jean Cox, quien también tuvo destacadas intervenciones durante las décadas de los 60 y 70 en el Festival wagneriano de esa localidad alemana. Comenzó su carrera cantando papeles de tenor lírico, pero progresivamente fue asumiendo roles de Heldentenor, llegando a triunfar en Bayreuth con personajes como Erik (“El holandés errante”), Walther von Stolzing (“Los maestros cantores de Nuremberg”), Lohengrin o Parsifal, aunque su creación más alabada fue la de Siegfried. Aquí podemos escucharle precisamente en un fragmento de la escena de la fragua de “Siegfried” en una grabación perteneciente al Festival de Bayreuth de 1970:


video de WeicheWotanWeiche

El 1 de julio la que fallecía era la soprano estadounidense Evelyn Lear, cantante de gran atractivo físico y apasionado temperamento y una grandísima actriz, que se hizo especialmente popular interpretando papeles de fuerte carga psicológica, como Marie de “Wozzeck”, de Alban Berg, o la Lulú, también del mismo compositor, cuyas grabaciones bajo la dirección de Karl Böhm y acompañada precisamente por Dietrich Fischer-Dieskau, son todo un referente de estos personajes. Evelyn Lear tiene también en su haber el ser una de las pocas cantantes que ha interpretado los tres personajes femeninos (Mariscala, Octavian y Sophie) protagonistas de “El caballero de la rosa”, de Richard Strauss. Podemos escucharla a continuación como Pamina en el aria “Ach, ich fühl’s”, del segundo acto de “La flauta mágica”, de W.A. Mozart:


video de Addiobelpassato

El 10 de diciembre llegaba con enorme tristeza el anuncio de la muerte de la soprano suiza Lisa della Casa, una cantante por la que siempre he tenido especial predilección. Bellísima tanto en el aspecto físico como vocalmente, brilló notablemente en papeles mozartianos donde su voz cristalina, tremendamente homogénea, y su refinado fraseo se adaptaban como un guante a la escritura mozartiana. Las obras de Richard Strauss fueron otra de sus especialidades. Mi actual afición incondicional a las óperas del compositor alemán la debo en gran parte a la elegancia y naturalidad con que Lisa della Casa interpretó páginas como “El caballero de la rosa”, donde, curiosamente como Evelyn Lear, es otra de las pocas que llegó a cantar los tres papeles femeninos protagonistas. Pero si con alguna ópera será identificada para siempre Lisa della Casa, no hay duda de que será con “Arabella”, cuya interpretación de la protagonista es inigualable. Aquí podemos escuchar el precioso dúo entre Arabella y Zdenka del acto primero, donde está acompañada por la alemana Anneliese Rothenberger:


video de NYCOF

Tan sólo un día después del fallecimiento de Della Casa saltaba la noticia de la muerte de otra de mis cantantes de referencia, en este caso se trataba de la magnífica soprano rusa Galina Vishnevskaya. La que fuera esposa del legendario violonchelista Mstislav Rostropóvich, poseía un timbre muy peculiar pero lleno de belleza y estaba dotada de una inmensa capacidad expresiva. Destacó especialmente en el repertorio ruso, en papeles como los de Lisa (“La Dama de Picas”), Katerina (“Lady Macbeth de Mtsensk”) o Juana de Arco (“La Doncella de Orleans”), pero yo la recordaré, por encima de todos, por su Tatiana (“Eugene Oneguin”) que considero absolutamente insuperable. Aquí la escuchamos en la célebre escena de la carta del acto I:


video de carlota9994

Bueno, pues nada más, perdonad el toque necrológico que no pretendía ser más que un pequeño homenaje a estas grandes figuras que han desaparecido para siempre y una excusa para poder disfrutar de buena música. Ojalá que el año próximo por estas fechas los únicos fallecidos sean las crisis, las estafas, los recortes, la injusticia y todos los sinvergüenzas que siguen tomándonos el pelo impunemente.

Mientras tanto, que ustedes tengan un tranquilo, saludable, musical y feliz año 2013.

domingo, 23 de diciembre de 2012

Y EL MUNDO SIGUE...

“El triunfo de la muerte” – Pieter Brueghel el Viejo – 1562- Museo del Prado (Madrid)

El día 21 pasó y el fin del mundo no ha acudido a la cita que con tanta precisión habían vaticinado los gafes de los mayas. Así que todos tranquilos que el mundo no se acaba y no hay meteorito alguno que nos deje de momento sin comilonas familiares navideñas, sin cenas de empresa, sin amigos invisibles, sin compulsivas compras de regalos en centros comerciales abarrotados, sin emotivos discursos regios llenos de orgullo y satisfacción, sin programas de televisión con extras contratados haciendo como si les hubiese tocado el Gordo (porque todos sabemos que sólo le toca a Carlos Fabra), sin Raphael cantando ‘El Tamborilero’, sin ebrios viandantes con gorros de Papá Noel, sin fin de año en la Puerta del Sol, sin cuesta de enero… Menos mal que los mayas se han equivocado….

Bueno, en cualquier caso lo que quería era desearos a todos que, ya que habéis sobrevivido al apocalipsis, lo hagáis también a las fiestas navideñas y a la crisis, pasando estos días todo lo bien que podáis y os dejen, y a ser posible disfrutando de buena música. Como por ejemplo de este “Cantique de Jean Racine”, del francés Gabriel Fauré, aunque no sea música navideña… ni falta que le hace. Lo podemos escuchar aquí en la versión del Coro y Orquesta de Paris, bajo la dirección de Paavo Järvi:


video de MonalisaDeLego

Felices fiestas

domingo, 16 de diciembre de 2012

NOVENA SINFONÍA (Ludwig van Beethoven) - Palau de les Arts - 14/12/12

 
Riccardo Chailly nos ofreció el pasado viernes en el Palau de les Arts una velada musical absolutamente mágica. Y aquí voy a hablar simplemente de emociones, sin entrar a diseccionar en exceso el trabajo realizado ni valorar si esta lectura que ha hecho el maestro milanés es más o menos acorde a lo que escribió Beethoven o si es mejor o peor que otras versiones que puedan ser de referencia (si es que eso realmente puede fijarse de manera objetiva).

Yo, como asistente a esa representación y aficionado a la música, lo único de lo que quería dejar aquí constancia, de forma breve pero clara, es que la emoción invadió el patio de butacas desde el momento en que sonó la primera nota y no nos abandonó hasta mucho después de que hubiera finalizado el concierto.

He dicho que la emoción llegó con la primera nota y realmente no fue así. El primer escalofrío no provino del sonido, sino del silencio. Y es que, pocos instantes antes de que Chailly saliera a dirigir, todos los miembros de la Orquestra de la Comunitat Valenciana y del Cor de la Generalitat se pusieron en pie y se mantuvieron leyendo en silencio el manifiesto de los trabajadores del Palau de les Arts en protesta por el anunciado ERE y la actual política cultural, mientras recibían la calurosa ovación de apoyo de un público que lucía en su mayoría el lazo azul que los empleados del coliseo valenciano habían repartido a la entrada.

La versión de Chailly se anunciaba como de estricto respeto a lo escrito en la partitura original por Beethoven, especialmente en cuanto a los tempi. Y desde luego lo primero que llamaba la atención era la rapidez que se impuso a la orquesta, lo cual fue especialmente llamativo en el primer movimiento y sobre todo en el tercero. Los que ya llevamos unas cuantas Novenas pasadas por nuestras orejas constatábamos que aquello sonaba diferente, pero increíblemente bien. Y ello pese a que, una vez más, las mentes preclaras del Palau de les Arts condenaron una representación de indudable relieve al infame Auditorio, con su pésima y desigual acústica.

Riccardo Chailly impuso una dirección veloz y vigorosa, pero siempre logrando imprimir una tensión y dramatismo constantes que se mantuvieron sin un instante de desfallecimiento. La velocidad no conllevó en modo alguno una disminución de la profundidad de la lectura, ni los pasajes más líricos vieron decaer su hondura por ello, así como tampoco me dio la impresión de que el conjunto mostrase una especial rigidez derivada de la resurrección de las indicaciones metronómicas de Beethoven.

El manejo de las dinámicas fue ejemplar y creo que hubo un gran equilibrio y homogeneidad orquestal, con un sonido transparente donde resplandecían permanentemente multitud de detalles que, a un oído medio como el mío, le habían pasado desapercibidos en otras ocasiones. Para ello, el maestro Chailly contó con la genialidad de los músicos de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, de quienes supo extraer todo el virtuosismo que atesoran.

La orquesta sonó como en las mejores noches y volvió a notarse la mano maestra de un gran director. La entrega de todos sus componentes fue extrema ante el máximo rendimiento exigido por Chailly. Hacer menciones concretas quizás pueda resultar injusto, pero extraordinario estuvo toda la noche el trío formado por Álvaro Octavio a la flauta, Joan Enric Lluna al clarinete (increíble en el Adagio) y Christopher Bouwman al oboe. También destacó en el cuarto movimiento Virginie Reibel con el flautín.

Pero si algo merece reseñarse especialmente es el grandísimo trabajo del Cor de la Generalitat, cuyos resultados sólo pueden calificarse de excelsos. El brillo, luminosidad y trascendencia que se alcanzó en el último movimiento fue debido en gran parte a la excelencia de este coro del que cada día debemos estar más orgullosos. Parecía realmente sobrehumano que sus componentes pudiesen seguir, con tal grado de intensidad y precisión, las exigencias del maestro Chailly y daba la impresión de que hubiera el doble de voces de las que realmente había.

También hay que destacar el mérito del cuarteto solista, compuesto por Rudolf Rosen, Steve Davislim, Julia Bauer y Mª José Montiel, a quienes Chailly no se lo puso tampoco nada fácil. Pese a algunos chillidos de la Bauer y algún apuro de los varones en ascensos al agudo, mostraron un comportamiento ejemplar, y tan sólo lamenté que la belleza de la voz de María José Montiel no tuviese ocasión de un mayor protagonismo.

El público que llenaba por completo el recinto tuvo un comportamiento mucho más respetuoso que en otras noches (como en la ruidosa Bohème del día siguiente, por ejemplo), y explotó en auténtico delirio al finalizar la representación, brindando larguísimos minutos de aplausos emocionados, siendo a la salida unánimes los comentarios respecto a la excelencia de lo vivido.

Ojalá noches como esta sirvan para que, quedando una vez más de manifiesto la enorme calidad de la orquesta y coro de la casa, puedan todavía replantearse actuaciones en materia cultural que ponen en claro peligro su supervivencia.

Previamente a este concierto del viernes, Riccardo Chailly mantuvo un encuentro con el público en el Aula Magistral de Les Arts. Allí, el denominado ‘dramaturgo’ de la casa, Justo Romero, conversó con el director milanés durante unos 40 minutos, tiempo durante el cual el maestro, esforzándose por hablar en castellano, nos ofreció su interesante visión de la obra de Beethoven, así como su opinión sobre diversos temas. Entre ellos, comentó que el motivo de que se prodigue tan poco en la dirección de ópera, pese a que le encante el género, se debe a los directores de escena, ya que estaba harto de chocar con ellos respecto a los diferentes conceptos que pudieran tener a la hora de acercarse a una obra concreta. Sin embargo, dijo que con Davide Livermore, responsable de la dirección escénica de “La Bohème” que se está representando actualmente en Valencia, ha tenido un entendimiento absoluto y ha disfrutado muchísimo.

Las intervenciones de Romero en alguna ocasión me parecieron inadecuadas, con apostillas o introducción de datos que interrumpían las contestaciones de Chailly. Pero lo más desafortunado llegó cuando el maestro estaba explicando que su versión incluía los rittornelli del Scherzo escritos por Beethoven y preguntó a Romero: “¿cómo se dice en español Rittornello?”. “Pues… Rittornello, igual”, contestó Romero. E inmediatamente después Romero pregunta a Chailly: “¿Oye, has incluido las repeticiones del segundo movimiento?”. El maestro abrió los ojos con estupefacción y dijo: “Lo acabo de decir… ¿de qué estamos hablando aquí, de pomodori?”.

Cosas de Les Arts...
 

sábado, 8 de diciembre de 2012

EL "LOHENGRIN" DE LA SCALA

Día de San Ambrosio nevado en Milán y, fiel a la tradición, apertura de la temporada operística en el mítico Teatro alla Scala. Afortunadamente, igual que ocurriera en años anteriores, esta función inaugural de ayer ha podido ser contemplada en directo desde cines de todo el mundo, lo que a los humildes mortales nos ha permitido asistir al acontecimiento sin tener que pagar los 2.400 euros que costaba una butaca.

Comentábamos ayer en el cine, mientras esperábamos que comenzase la retransmisión, las bondades y miserias de estas sesiones inaugurales a precios astronómicos sólo aptos para consolidadas fortunas dinásticas y presuntos delincuentes. Por una parte, es cierto que, con la caja de un estreno así, te has apañado la temporada. Ya quisiéramos en Les Arts que en el inicio de la sesión operística se consiguiese una recaudación como la del día de San Ambrosio en Milán. No dejaría de ser una suerte de patrocinio de la temporada por aquellos que quieren ser vistos en la platea con todo su atrezzo peletero-joyeril o su joven acompañante siliconada. Pero, por otro lado, es innegable que, sobre todo en la situación de crisis económica actual, parece un insulto esta exaltación del derroche y no hace mucho bien a la, ya de por sí deformada, imagen que el conjunto de la sociedad tiene del mundo de la ópera como algo ajeno y elitista.

Como también parece ser ya casi tradición, la temporada milanesa se inició con polémica. Como siempre, hubo en el exterior las habituales manifestaciones contra los recortes sociales y en protesta por la ostentación de la que hablaba antes. Pero además este año se ha generado un agrio debate a cuenta de la decisión de que el templo de las esencias de la ópera italiana abriese el ejercicio, en el que se va a conmemorar el bicentenario tanto del nacimiento de Giuseppe Verdi como del de Richard  Wagner, con una ópera de este último. El actual director musical scaligero, Daniel Barenboim, comentaba que Verdi nació a finales de 1813 y por eso se había pensado abrir esta temporada con un Wagner y la próxima con Verdi (“La Traviata”). Lo cierto, sea cual sea el motivo real, es que, haya sentado mejor o peor, teniendo de director musical a Barenboim es una garantía abrir la temporada con una obra de Richard Wagner.

Para la dirección escénica se ha contado esta vez con el alemán Claus Guth, un regista que no pocas veces ha suscitado polémica con sus particulares interpretaciones de los libretos. Yo tuve ocasión de ver en directo su “Parsifal” del Liceu del año pasado y francamente me gustó mucho, pese a algunas cosas discutibles.

Ayer tuve sensaciones muy contradictorias. Estéticamente, en conjunto, me gustó mucho la propuesta de Guth. El uso de la iluminación me pareció ejemplar. La escenografía muy vistosa, con una especie de patio de casa señorial en el que se desarrolla la acción de los sucesivos actos, desde la pradera con el roble de la justicia del primero, a una cámara nupcial del tercero que es sustituida por una marisma, muy discutible en cuanto al fondo, pero visualmente impactante. El vestuario, en general, también resulta atractivo, sobre todo esos vestidos iguales de Elsa y Ortrud, uno en blanco y el otro en negro, basados, según se dijo, en el que llevaba Claudia Cardinale en “Il Gattopardo”. Mucho más discutible me resultó el aspecto Amish de Lohengrin.

Es obvio que existe también una exhaustiva labor de dirección de actores, encontrándose además en esta ocasión con unos cantantes que han llevado a cabo un rendimiento óptimo en esta faceta, de acuerdo con las instrucciones del director, con un concepto del drama impecable y una construcción dramatúrgica muy elaborada.

El problema que yo le he encontrado es que la lectura que Guth ha querido realizar, y que intentó explicar en una entrevista que se ofreció en uno de los intermedios, era de difícil comprensión visual, incluso con tal explicación, y ofrecía una imagen que a veces provocaba más la risa (hubo carcajadas en el cine en momentos puntuales) que otra cosa. Significativo fue en este sentido el empeño en que el héroe Lohengrin aparezca en escena acurrucado en posición fetal y lanzando plumas, que esté cantando con espasmos como el tío Calambres de Luis Aguilé y agarrado permanentemente a una trompetilla de pregonero, cual tonto del pueblo. O que Elsa tenga permanente aspecto de estar más ida que un ciruelo y se rasque los brazos con desesperación como si hubiera sido presa de un ataque de chinches, además de sufrir puntuales desmayos catalépticos. Vamos, aquello por momentos parecía más “Alguien voló sobre el nido del cuco” que “Lohengrin”. Tampoco me gustó nada el abuso de hacer que los cantantes tuviesen que emplearse, contra una orquesta wagneriana, tumbados en el suelo.

No discuto que la propuesta de Guth tenga su interés (os recomiendo leer aquí el interesante análisis que hace maac en su blog) y que el asimilar el personaje de Lohengrin con el de Kaspar Hauser sea un acierto, pero a mí no me llegó y por momentos consiguió exasperarme, pese a que estéticamente me estaba gustando.

En lo musical la cosa me llenó mucho más. El maestro Daniel Barenboim volvió a hacer gala de su genialidad y ofreció una lectura riquísima en matices, con unos contrastes espectaculares entre los momentos dramáticos (¡qué pedazo de segundo acto!) y el lirismo desbordado de los instantes románticos, siempre con una tensión ajustadísima y unos sonidos hipnóticos, como esa cuerda del preludio o los cellos del comienzo del segundo acto.

En la Orquesta de la Scala hubo más de una pifia que, gracias a la amplificación de los sonidos para la retransmisión, quedaron en evidencia. Tampoco me pareció que tuviesen su mejor día los miembros del Coro, con algunos desajustes muy notables.

En cuanto a los cantantes, creo que merece destacarse el Lohengrin de Jonas Kaufmann. El alemán tiene sus amantes y sus detractores, que alaban o repudian sus actuaciones haga lo que haga, pero yo creo que criticar su Lohengrin carecería de toda justificación. Entube o no entube, con falsetes o con pianísimos auténticos, el caso es que la belleza y expresividad de su canto es innegable, su fraseo fue cuidadísimo y su entrega dramática óptima, pese a tener que emular a Tony Leblanc en “Los tramposos” o cantar el tercer acto chapoteando en agua. Su llamada del cisne me pareció antológica.

La también alemana Annette Dasch, la Elsa habitual de los últimos años en Bayreuth, sustituyó a última hora la baja de Anja Harteros y la de la sustituta prevista, la danesa Ann Petersen, no se sabe muy bien si por enfermedad de ambas o por mieditis aguda. Dasch cantó bien, pero es una cantante que no me llega nada de nada. Sonidos fijos y portamentos caracterizan sus subidas al agudo y su timbre me resulta ingrato. Dicho esto, reconozco que controla el papel, le da el aire requerido y su implicación dramática fue irreprochable, más meritoria aún si tenemos en cuenta que se ha incorporado a la producción de improviso, aunque su actuación pareciese ser fruto de meses de ensayos.

Evelyn Herlitzius fue una Ortrud que derrochó maldad, con una actuación escénica sobresaliente. Personalmente me desquicia con sus chillidos y gritos, pero admito que su vis dramática fue excelente.

Tómas Tómasson, como Friedrich von Telramund, comenzó el primer acto de manera espléndida, pero, a partir del segundo, su voz fue yendo a peor, siempre en el límite a punto de quebrarse, con un par de accidentes muy notorios, aunque milagrosamente consiguió finalizar sin que asomase la granja avícola que parecía esconder en su garganta.

Sensacional el rey Heinrich del grandísimo René Pape. Todo un ejemplo de elegancia vocal y nobleza tímbrica. También destacó, en un papel que suele ser casi anecdótico, el Heraldo del notable barítono Zeljko Lucic.

Al final hubo grandes ovaciones para los artistas, con aluvión de bravos especialmente dedicados a Herlitzius, Kaufmann y Barenboim. También hubo lluvia de claveles sobre el escenario que, en el caso de René Pape, a punto estuvo de dejarle de por vida condenado a interpretar a Wotan, porque casi le sacan un ojo. Yo esperaba un abucheo histórico a Guth, pero, mira por dónde, los bravos fueron casi más que los abucheos, lo cual en una prima de La Scala es como cortar dos orejas en San Isidro.

Y mientras ellos se lo pasaban pipa en Milán, en Valencia el President Fabra sacaba por fin del gobierno a la Consellera con apellido de sheriff de spaguetti-western y dejaba la Conselleria de Cultura, junto a Educación y Deporte, en manos de María José Catalá… pero esto es otra historia (para no dormir).

lunes, 3 de diciembre de 2012

"LA BOHÈME" (Giacomo Puccini) - Palau de les Arts - 02/12/12


Ayer se estrenó en el Palau de les Arts de Valencia la segunda ópera de una temporada de crisis que se caracteriza por la programación de títulos muy populares. Y pocos hay que lo sean tanto como La Bohème, de Giacomo Puccini.

Se busca con ello asegurar los ingresos de taquilla por venta de entradas en estos tiempos tan complicados económicamente. Al igual que ocurriese con el “Rigoletto” que abrió la temporada, está casi garantizado que, en los próximos días, el teatro valenciano estará prácticamente lleno. Sin embargo, también a semejanza de lo ocurrido entonces, el día del estreno volvió a haber muchísimos huecos. No sé si será el momento de que en Les Arts se replanteen que las entradas del primer día dejen de ser más caras que las del resto de representaciones y posibilitar así que el aspecto de la sala un día de estreno no sea tan deprimente como lo fue ayer, sobre todo en los pisos altos.

Los trabajadores del Palau de les Arts volvieron a manifestarse a las puertas del teatro haciendo llegar sus reivindicaciones al público que allí iba llegando. Además, ayer consiguieron un gran golpe de efecto colocando unas lápidas con el nombre de famosos compositores bajo los que figuraban las óperas de cada uno de ellos estrenadas en Les Arts, para indicar que la política cultural que se pretende llevar a cabo conllevará que no volvamos a disfrutar de momentos como los vividos hasta ahora. Por su parte, los músicos de la orquesta también ejecutaron su particular protesta, interpretando cinco minutos antes del comienzo un fragmento de La Bohéme, en concreto el vals de Mussetta, y, al finalizar, enarbolaron en alto el manifiesto de los trabajadores mientras el público rompía a aplaudir.

La Bohème estrenada ayer es la única producción propia que va a presentar el teatro valenciano esta temporada, en concreto se trata de una coproducción del Palau de les Arts y la Opera Company of Philadelphia, que cuenta con la dirección escénica del italiano Davide Livermore. Creo que la puesta en escena de Livermore, sin ser especialmente innovadora, es inteligente y constituye un acierto y, aunque absolutamente clásica y ambientada en la época del libreto, no huele a rancio.

Es de una gran sencillez, con una escenografía mínima, donde la ambientación se consigue mediante proyecciones, a veces con movimiento, de conocidas obras pictóricas impresionistas y postimpresionistas que enmarcan la acción. A veces se trata de indicar las circunstancias en que se desarrolla la misma, como el paisaje de invierno de Monet en el acto III, con el que a mi juicio se logra uno de los momentos estéticamente más bellos, o La Pradera de Renoir, con la que concluye el acto III y se inicia el IV, en alusión a la llegada de la primavera. En otras ocasiones se trata de subrayar menciones específicas del libreto, como esa “Costurera” de Renoir que aparecía cuando Mimí describe su trabajo. Especialmente interesante me pareció la escena final, con el cuadro de Jean Beraud “Après la faute” dominando el escenario, reflejando esa imagen de una mujer en un sofá rojo, similar a la que se desarrollaba en escena. Cuando Mimí muere, la mujer desaparece del lienzo y el sofá aparece vacío.

Pero además de que estéticamente me pareciera atractiva la propuesta, con un uso de la iluminación también acertado, lo que destacaría principalmente es que denota un serio y efectivo trabajo de dirección. Esto es especialmente relevante en el acto II, donde los distintos planos en los que transcurre la acción y la abundancia de personajes en escena, requieren inteligencia y sentido de la dramaturgia y del movimiento escénico para resolverlo adecuadamente. Y creo que Livermore lo consigue con creces.

Si en el pasado “Rigoletto” manifesté mi decepción ante la dirección musical del titular de la casa, Omer Meir Wellber, en esta “Bohème” sólo puedo tener alabanzas hacia el formidable trabajo de batuta llevado a cabo por quien se dijo en su día que pudo haber ocupado ese puesto, Riccardo Chailly. El milanés ha dirigido por fin una ópera en Les Arts tras haber cancelado en todas las ocasiones anteriores en que fue anunciado. Y la cita resulta aún más especial teniendo en cuenta que no tiene previsto volver a dirigir una ópera hasta 2015.

Chailly había insistido en sus manifestaciones previas a este estreno en que su versión de La Bohème se alejaría de lo que estamos acostumbrados a escuchar y sería mucho más fiel a lo originariamente escrito por Puccini. Como desconozco la literalidad de la partitura original no puedo pronunciarme acerca de la fidelidad o no de la versión de Chailly a la escritura de Puccini, pero es cierto que no se recrea en excesos melodramáticos efectistas, a cambio de ofrecer una lectura general más uniforme, llena de belleza, donde el conjunto rezuma sentimiento, sin alharacas ni explosiones desbordadas, pero con alma. Los tempi impuestos fueron ágiles, por momentos veloces, con una primera mitad del acto I o un acto II llenos de vitalidad y frescura, y con un uso de las dinámicas inteligentísimo, consiguiendo en todo momento mantener la tensión y extraer un colorido orquestal brillante y riquísimo, plagado de matices, mostrándose, eso sí, inclemente con los cantantes en diversas ocasiones en cuanto a volúmenes. La fuerza dramática del final del acto IV fue memorable, y espectacular el maravilloso crescendo de las cuerdas en la entrada de Mimí del acto I.

Nuestra Orquesta de la Comunitat Valenciana volvió a tener un gran director al mando y eso se notó. En comparación con otros estrenos hubo, en general, una precisión y conjunción inusual, tanto en el foso como entre éste y los cantantes, demostrando Chailly además un control ejemplar en los concertantes. Entre las intervenciones solistas destacaron las del concertino Serguéi Ostrovski, así como las flautas comandadas por Álvaro Octavio en “D’onde lieta uscì“, y la inspiradísima noche de los clarinetes o del arpa de Cristina Montes.

El coro no interviene demasiado en esta obra, aunque sí con un alto nivel de exigencia vocal y de movimiento escénico en el acto II, y aquí tanto el magnífico Cor de la Generalitat como la Escola Coral Veus Juntes de Quart de Poblet y la Escolanía de la Mare de Déu dels Desamparats, ofrecieron un rendimiento excelente.

El papel de Mimí fue interpretado por la israelí Gal James, una cantante de la que, francamente, esperaba un poco más. No puedo decir que hiciese nada mal, porque no lo hizo, pero no acabó de encender esa chispa que se precisa para que la emoción te invada. Al menos conmigo. Tiene una voz de atractivo timbre, aunque más bien pequeña, sufriendo notablemente en muchas ocasiones para hacerse oír. Es verdad que cantó bien y mostró sensibilidad en los compases más líricos, cuidando el matiz y apianando con gusto, pero me resultaba fría. De cualquier modo, me gustó más en la segunda mitad que en los dos primeros actos.

Del Rodolfo de Aquiles Machado yo destacaría su entrega interpretativa y el intencionado fraseo, con cuidada dicción, muy ajustado a las exigencias de los tempi impuestos en cada momento por Chailly. Sus agudos se mostraron demasiado tirantes, con una voz que dejaba entrever en la parte alta de la tesitura un adelgazamiento y un oscilante vibrato preocupante. Su centro sin embargo ha ganado cuerpo y cantó en todo momento con mucho gusto, con un uso de las medias voces que rozó el abuso.

El italiano Massimo Cavalletti fue un buen Marcello. Este barítono, curiosamente nacido, al igual que Puccini, en Lucca, posee una voz de bello timbre y sobrado volumen, aunque presentó puntuales engolamientos. Se echó de menos que no abandonase el forte en más ocasiones de lo que lo hizo.

La valenciana Carmen Romeu compuso una estupenda Mussetta, mostrando frescura vocal y resultando espléndida en lo actoral, consiguiendo dotar al personaje del espíritu que requiere.

Gianluca Buratto fue un Colline de hermosa voz, estando muy correcto en la ocasión que tiene de lucirse con “Vecchia Zimarra”. También correcto Mattia Olivieri como Schaunard aunque debe controlar un poco su tendencia a la sobreactuación.

Los saludos finales fueron un tanto atípicos. Los cantantes, según saludaban, se iban quedando sentados en el sofá en el que había expirado Mimí, con gesto serio, y acabaron como si estuvieran posando para una fotografía. Fueron muy aplaudidos todos los intérpretes, así como la dirección escénica, pero la gran ovación de la noche fue para Riccardo Chailly y los miembros de la orquesta. El director italiano, antes de que cayese el telón, cuando ya tuvo bastantes aplausos y saludos, tomó el camino de los camerinos haciendo lo propio todos los demás, bajándose entonces el telón.  

Y hablando de telón, lo de ayer con las prisas por aplaudir en cuanto empieza a bajar, alcanzó cotas de premio Nobel. En esta ópera es mucho más grave la cosa porque el final musicalmente no es el típico chimpún, sino que la música se va apagando progresivamente. Unos cuantos imbéciles comenzaron a aplaudir en cuanto se movió el telón, otro necio se unió gritando “Bravi” y, afortunadamente, una gran parte del público reaccionó pidiendo silencio, acallándose la ganadería hasta que se apagó definitivamente el sonido de la orquesta, aunque no se pudo evitar la aparición desgañitada del memo habitual en todas las representaciones del maestro de Lucca gritando “Viva Puccini”. La diferencia entre que estos majaderos intervengan a destiempo o no, es tan sencilla como que acabes emocionado disfrutando de los compases finales o termines la representación avergonzado e indignado. Creo que, ya que los mentecatos no parecen tener remedio, va siendo hora de que los responsables de Les Arts den instrucciones de que no se baje el telón hasta que la música haya finalizado por completo.


video de PalaudelesartsRS


video de PalaudelesartsRS