Jornada llena de emociones la de ayer en el
Palau de les Arts. Para empezar, se representaba el que, a todas luces, es el
plato fuerte de esta temporada operística en Valencia, una de las obras cumbres
del género, Norma, de Vincenzo Bellini, con un reparto
sumamente atractivo. Y, por otro lado, a media tarde comenzaron a circular
distintos rumores acerca del nombramiento del nuevo director musical titular de
la Orquestra de la Comunitat Valenciana.
Se sabía que hoy lunes se anunciaría el
nombre del sustituto del ya olvidado Omer
Meir Wellber, tras demasiado tiempo con la orquesta de la casa sin titular,
pero pocos minutos antes de comenzar la representación se empezó a escuchar por
los pasillos que el elegido podía ser Fabio
Luisi. Poco tiempo después, desde la página de Beckmesser, origen de la errónea información, se rectificaba y se
decía que sería Fabio Biondi. Todo
tipo de especulaciones corrieron a partir de ese momento. Esta mañana,
finalmente, se ha hecho oficial que la titularidad de la dirección musical de
Les Arts será compartida por los italianos Roberto
Abbado y Fabio Biondi, con el valenciano Ramón Tébar como primer director invitado.
El tema da para un amplio debate, pero ya
habrá tiempo para ello. De momento hay que congratularse de que por fin se
despeje la incógnita que estaba manteniendo demasiado en vilo a la orquesta, lo
cual sólo podía ir en perjuicio de la misma. Además, después de las
imbecilidades reiteradas, lanzadas desde la conselleria de Cultura y su
entorno, acerca de la necesidad de que el nuevo director fuese valenciano por
decreto de marijose, es de agradecer que
se haya optado por criterios más o menos acertados, pero al menos no basados en
partidas de nacimiento.
Por otra parte, los nombres de Abbado y Biondi, en principio, llaman a ser optimistas, sobre todo después
de ver el sensacional rendimiento del primero junto a la orquesta de Les Arts
en el reciente Don Pasquale, y la
categoría contrastada del segundo, cuyo trabajo también hemos tenido la
oportunidad de disfrutar en el Palau de la Musica varias veces en los últimos
años. Lo de Ramón Tébar suena a
cuota conselleril, pero no hay duda
de que es un director solvente que puede hacer un buen trabajo como principal
batuta invitada, si bien Gimeno o Bernàcer también podrían haberlo sido.
Habrá que esperar a ver si nos cuentan cómo
se va a organizar esa bicefalia batutera, que es algo que a mí personalmente ya
me causa más reparo. Yo soy partidario, a priori, de que haya un solo director
titular que pueda marcar carácter a la orquesta y personalidad propia. Y otra
cosa que me origina cierta preocupación es que, también a priori, parece que
tenemos expertos en repertorio belcantista y barroco, quedando mucho más
descuidado el más contemporáneo.
Pero bueno, como decía antes, ya habrá
tiempo de comentar esto. Además, recuerdo aquí lo que escribí en mi crónica de Don Pasquale de hace apenas un mes: “Si mañana
anunciase el verborreico Livermore que Abbado,
ya que está por aquí, se va a quedar de director titular, no sería yo quien
protestase”…
Pues eso mismo.
Ahora voy a procurar centrarme en la
crónica de una noche de ópera que, en términos musicales, fue de un nivel
espléndido.
La coproducción del teatro valenciano con
el Teatro Real y ABAO-Olbe presentada ayer, cuenta con la dirección escénica
del Intendente, director artístico, director del Centre de Perfeccionament, y
yo que sé cuántas cosas mas, Davide
Livermore, que a este paso va a acabar con más títulos en sus tarjetas que
la fallecida Duquesa de Alba, y no
me acabó de convencer del todo, aunque el balance general creo que debe valorarse
de forma positiva.
He de empezar diciendo que no conozco Juego de Tronos, porque ayer escuché un
millón de veces distintas referencias a ello. La estética de este nuevo trabajo
de Livermore a mí me recordaba al
mundo de El señor de los anillos que
es algo que controlo más. La propuesta es muy
Livermore, para lo bueno y para lo malo.
Una escenografía casi nula. Apenas unos
chirimbolos metálicos que simulan los árboles del bosque y un enorme tronco retorcido,
con una escalinata en uno de sus lados, que servía para todo.
El tronco avanzaba y giraba consiguiendo
algunos efectos interesantes, pero, a mi juicio, se abusó en exceso de esos
giros. Cualquier ocasión era buena para hacer subir a los cantantes al tiovivo,
perdiéndose las voces al proyectarse en dirección opuesta a las butacas.
Tampoco favorecía la proyección de las voces el hacerles cantar desde lo alto
del mamotreto. Y no me pareció nada adecuado que a una señora de edad
respetable como Mariella Devia la
tuviesen subiendo y bajando escaleras media función, que la verdad ya no se
sabía si aquello era Norma de Bellini o Norma Duval.
Me resultó criticable que, nuevamente, se
pretenda escenificar una obertura, como si temiesen que los aficionados nos
aburramos cuando sólo hay música. Esto además se vio agravado al consistir el presunto
divertimento en una panda de danzarines en bolas que no sé si pretendían
representar los espíritus del bosque o una manifestación anti abrigos de piel,
pero que, desde mi humilde punto de vista, sobraba. Estas son las cosas de
tener que amortizar el tener al Ballet
de la Generalitat, magnífico por otro lado, pero que debería tener su
propio espacio diferenciado o reservarlo para las óperas que llevan ballet, y
no ser utilizado para ahorrarse figurantes o para tener que montar bailes en
cualquier ocasión, vengan o no a cuento.
Las consabidas proyecciones que inundan los
trabajos de Livermore volvieron a
estar presentes, casi hasta el empacho, sin que, a diferencia por ejemplo de lo
que ocurría en La forza del destino,
se aportase apenas nada al devenir dramático y, por el contrario, se rozase el
ridículo en algunas ocasiones. Por otro lado, la obsesión de colocar una
pantalla entre los cantantes y el patio de butacas para proyectar allí
imágenes, llegó a hacerse molesta por excesiva, entorpeciendo la visión.
Claro, y ahora os preguntaréis ¿por qué
habla este tío de balance general positivo después de repartir semejante
estopa? Pues principalmente porque, como también suele ser habitual en los
trabajos de dirección escénica de Livermore,
hay una importante labor de dirección de actores y movimiento escénico, lo cual
es más meritorio aún en una ópera intimista y de escasa acción, como es el caso
de Norma. Cada personaje y miembro
del coro estaba perfectamente instruido acerca de sus movimientos y actuación
en escena, resultando el conjunto bastante eficaz y potenciándose el sentido
dramático del texto.
Entrando ya en el apartado musical, en el
foso se colocaba por primera vez al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana dirigiendo una ópera, Gustavo Gimeno, uno de los directores
valencianos cuyo nombre había sonado insistentemente como posible candidato a
la titularidad de la batuta de Les Arts. Yo he defendido estos días mi opinión
acerca de que considero que la orquesta precisa de un director con más carácter
y más experimentado en lides operísticas, sin cuestionar en absoluto su valía
en el terreno sinfónico. Y, aunque lo sigo manteniendo, desde ayer poco voy a
poder criticarle en el campo operístico, al menos por lo demostrado en esta Norma, donde llevó a cabo una labor
extraordinaria.
Gimeno demostró, ante todo,
oficio. Una claridad en el gesto ejemplar y una atención permanente a la
conexión entre foso y escena, que fue impecable. Supo respirar con los
cantantes en una ópera tan exigente como esta, marcando todas las entradas y
llevando a cabo el que creo que ha sido uno de los trabajos de batuta más
cuidadosos con las voces que yo he contemplado en este teatro. Manejó las
dinámicas con gran inteligencia y momentos como el concertante final o el
prescindible coro Guerra, Guerra
estuvieron cargados de tensión dramática. En resumen, una dirección musical
sobresaliente.
Entre los solistas, destacaron Magdalena Martínez en la flauta y Tamás Massànyi al clarinete, con una
sección de violonchelos al mando de Rafal
Jezierski espectacular en el inicio del acto segundo.
El Cor
de la Generalitat, una vez más, respondió incluso por encima de las
expectativas, contundente el masculino en sus escenas con Oroveso, y delicadísimo y casi celestial el acompañamiento de las
voces femeninas en la cavatina Casta diva. En la ya mencionada escena
de Guerra, Guerra, se lució
demostrando poderío vocal y un empaste magnífico, y, como siempre, destacaron
en el apartado dramático. No por repetido deja de ser verdad el lujazo que es
contar en el Palau de les Arts con estos cuerpos estables.
Mariella
Devia
es una auténtica diosa del belcanto. Soy un devoto admirador suyo y, quizás no
sea demasiado objetivo, porque esto es lo que tiene también la pasión
operística. Reconozco que no la había escuchado en el papel de Norma que, pese a su larga carrera, ha
debutado hace menos de un año, así que iba también con un poco de prevención
porque, a priori, no parece el rol que mejor se adapte a su vocalidad y,
además, la señora está a punto de cumplir 67 años. Bueno, pues he de decir que
me reafirmo en que puede no ser el papel que mejor se adapta a sus
características, pero, por Tutatis, vaya lección belcantista nos ofreció la Devia anoche.
La voz ofrece algún pequeño síntoma de
desgaste y en los descensos al grave se denotaban apuros y cambios de color,
pero ahí pondría yo el punto y final a cualquier crítica que se pretenda hacer
de una labor cuyos puntos positivos compensaron, con mucho, cualquier reparo. Su
técnica respiratoria y el prodigioso control del fiato le permitieron exhibir un legato
excelso, elegante hasta el desmayo. La precisión en los ataques, la afinación y
la musicalidad infinita que derrochó fueron ejemplares. Si en los pasajes
dramáticos percibía más limitaciones, la soprano los compensaba con
expresividad a raudales a base de pura técnica canora. Además de eso, su
comportamiento escénico fue encomiable, pese a tener que hacer de vedette sube y baja escaleras.
Una gratísima sorpresa fue la Adalgisa que ofreció la mezzosoprano
armenia Vaduhi Abrahamyan. Su voz
oscura, de bello timbre, grande, se apoderaba de la sala, mostrando gran
expresividad, buena dicción y sentido musical. Empastó perfectamente en los
dúos con Norma, aunque técnicamente
pasó algún apuro en las agilidades.
El Pollione
del tenor norteamericano Russell Thomas
también fue digno de destacarse, con un importante vozarrón que brilló especialmente
en los agudos, mostrando voluntad para adornar el canto con algunos matices y
recursos expresivos que no acabaron de salir bien del todo. La pena fue una
dicción bastante mala y un escaso sentido del legato belcantista, debido sobre todo a una técnica de emisión
ruda, a empujones. Yo me preguntaba cómo una mujer tan elegante vocalmente como
Norma podía haberse enamorado de este
romano tan basto… Aunque igual es que el nombre del personaje no es casualidad.
Tampoco fue un ejemplo de elegancia
belcantista el bajo Serguéi Artamonov
como Oroveso, pero su voz oscura se
adaptaba a los requerimientos del personaje. Buenas prestaciones ofreció Cristina Alunno como Clotilde y algo más justito David Fruci, como Flavio, con problemas de proyección; ambos alumnos del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo.
La sala se encontraba ayer más llena que en
los últimos estrenos, castigándonos con su presencia en el palco la nefasta
consellera María José Catalá, a
quien acompañaba el President Fabra,
quien por hacerse la foto se tuvo que chupar la ópera enterita. Sus ronquidos
no se llegaron a escuchar, posiblemente debido a que serían tapados por el
concierto de desaforadas toses que tuvimos que padecer durante toda la noche,
con especial intensidad al comienzo del segundo acto.
El público aplaudió y braveó con calidez
durante toda la representación los principales momentos, y al finalizar fueron
singularmente efusivas las ovaciones dedicadas al terceto protagonista,
especialmente a Mariella Devia.
También la dirección escénica de Livermore
fue acogida con unánime aprobación, así como el trabajo de Gustavo Gimeno al frente de la orquesta y el del Cor de la Generalitat.
A la salida todos los comentarios se
centraban en cruzar apuestas acerca de quién sería el designado hoy tras
filtrarse el nombre de Biondi. Bueno,
pues ya ha habido fumata blanca.
Esperemos que este sea el inicio de una vuelta a la normalidad lo más rápida
posible que ayude a consolidar la continuidad y calidad de nuestra orquesta.
Mimbres hay, ahora hay que saber hacer los cestos.