El pasado sábado 27 se ofreció en el mal llamado Auditori del Palau de Les Arts, el segundo de los conciertos dedicados a la zarzuela, apenas una semana después del que contó con la presencia del incombustible Plácido Domingo, que dio toda una lección de profesionalidad y sabiduría interpretativa.
En esta ocasión, junto a la Orquestra de la Comunitat Valenciana dirigida por José Miguel Pérez Sierra, los protagonistas fueron los cantantes Jorge de León, Rocío Ignacio y María José Montiel, que sustituyó a un Carlos Álvarez que, con otra cancelación más que añadir a su larga lista de este año, parece que lamentablemente ya no debe estar para cantar ni con los niños de San Ildefonso.
José Miguel Pérez Sierra dirigió con gran corrección y conocimiento del género, cuidando con pulcritud a los cantantes a quienes dejó todo el protagonismo. En los fragmentos orquestales se echó de menos algún destello de emoción que sólo apareció en la delicada ejecución del Nocturno de El Rey que Rabió, donde la sección de cuerda de la Orquesta brilló especialmente, y en un Intermedio de Maruxa francamente vibrante. Por el contrario, en los Intermedios de Goyescas y Las Bodas de Luis Alonso, la correcta ejecución no sirvió para alejar la sensación de frialdad y levedad que dejó el madrileño.
La Orquesta sonó todo lo bien que el engendro acústico del Auditorio Calatravil permite, destacando en sus intervenciones solistas: Luisa Domingo (arpa), Álvaro Octavio (flauta), Pierre Antoine Escoffier (oboe), Guiorgui Jashvili (violín) y Guiorgui Anichenko (cello).
Jorge de León afrontaba el recital apenas 48 horas después de haber cantado su cuarta “Aida” en Les Arts y lo finalizó 22 horas antes de cantar la quinta (y doy fe que la cantó con brillantez). El tinerfeño se encuentra actualmente en un momento pletórico y lo único que debería es cuidar su repertorio y no tener prisa, para no acabar con su voz machacada antes de tiempo como otros colegas suyos. Como ya es habitual en él, De León hizo ostentación de su privilegiado instrumento de gran volumen y de su facilidad insultante para el agudo. No escatimó entrega y demostró en todo momento gran complicidad con sus compañeras y con el público (especialmente con un grupito de señoras de la primera fila a las que saludaba en cada salida y entrada a escena para regocijo de ellas).
Comenzó sus intervenciones con una magnífica “Hecho de un rayo de luna” de La Leyenda del Beso, estuvo deslumbrante en “No puede ser” de La Tabernera del Puerto, y demasiado excedido en “¡Tente! Detén tu alado paso” de Don Gil de Alcalá. Y es que si un problema tiene el tinerfeño es su dificultad para matizar y bajar del forte.
La guapa soprano sevillana Rocío Ignacio no me acabó de convencer. Le reconozco su entrega, pero su voz no me resulta agradable y creo que no estuvo al nivel de sus compañeros de velada. Presentó algún problema de afinación, unos agudos casi siempre estridentes y abiertos, y abusó del grito en detrimento de la sutileza y el matiz. Su fraseo monótono contribuyó a que sus interpretaciones me resultasen frías, aunque estuvo bastante bien en “Me llamaba Rafaeliyo” de El Gato Montés.
Quienes seguís este blog sabéis que María José Montiel es una de mis debilidades. Pero es que por crítico que intente ser, en cuanto empiezo a escuchar en directo a esta mujer, caigo absolutamente rendido a la increíble hermosura de su voz cálida, aterciopelada, extensa, homogénea y de gran volumen, y a su desbordante expresividad y perfecta dicción.
Comenzó con un “De España vengo” de El Niño Judío, absolutamente soberbia, que llevó a la sala los primeros bravos de la noche. En “Qué te importa que no venga” de Los Claveles demostró su poderío en la zona grave, dio una lección de canto matizado y adecuación estilística en “Todas las mañanitas” de Don Gil de Alcalá y en "Sierras de Granada" de La Tempranica, y maravilló su implicación dramática en “Pobre Viejecita” de La Viejecita.
Siempre que salgo de escuchar cantar a María José Montiel me pregunto qué espera Helga Schmidt para dar un mayor protagonismo a esta mujer en la temporada de Les Arts, en lugar de gastarse el dinero en seguir contratando a mediocres cantantes de nombres impronunciables.
El programa previsto finalizó con una interpretación semi-escenificada de “¿Se puede pasar, Paloma?” de La Chulapona, con participación de los tres cantantes e incluso de Pérez Sierra.
Finalizado el programa previsto y ante la entusiasta respuesta de un público que estaba pasándoselo francamente bien, comenzaron los bises con la sorpresa de ver salir al escenario a Rocío Ignacio con Jorge de León portando una guitarra española, tras lo cual la sevillana interpretó “Granadinas” de Emigrantes acompañada por De León a la guitarra. En mi opinión fue el mejor momento de la noche de Rocío Ignacio, mostrándose más centrada en la expresión y el sentimiento que en la mera exhibición vocal. Mientras que Jorge de León hizo lo que pudo el chico, dejando claro por qué se dedica a cantar y no a tocar la guitarra.
Seguidamente el cantante tinerfeño bisó “No puede ser”, haciendo aún mayor alarde de potencia, fiato y agudos deslumbrantes que en su primera interpretación.
María José Montiel se salió del género para ofrecer como bis el precioso fado de Ernesto Halffter, perteneciente a sus “Seis canciones populares portuguesas”, “Ai que linda moça”, que interpretó con el único acompañamiento de la magnífica solista de arpa de la Orquesta, Luisa Domingo. La cantante madrileña de nuevo derrochó sensibilidad, expresividad y emoción en esta pieza, en la que supo transmitir con sinceridad y sencillez toda la melancolía de la página.
Por último, los tres cantantes volvieron a acometer el “¿Se puede pasar, Paloma?” de La Chulapona, con el que finalizó definitivamente el recital, mientras el público puesto en pie obsequió a todos los intervinientes con una larga y calurosa ovación, agradeciendo la entrega sin reservas de los mismos que lograron cuajar una notable velada de zarzuela que dejó un estupendo sabor de boca en los asistentes.
Aunque instantes después, la letal combinación de frío y lluvia con la descerebrada disfuncionalidad del edificio diseñado por el vacuo onanismo arquitectónico de Calatrava, trocó la satisfacción en juramentos en hebreo contra éste y gran parte de sus ancestros.
En esta ocasión, junto a la Orquestra de la Comunitat Valenciana dirigida por José Miguel Pérez Sierra, los protagonistas fueron los cantantes Jorge de León, Rocío Ignacio y María José Montiel, que sustituyó a un Carlos Álvarez que, con otra cancelación más que añadir a su larga lista de este año, parece que lamentablemente ya no debe estar para cantar ni con los niños de San Ildefonso.
José Miguel Pérez Sierra dirigió con gran corrección y conocimiento del género, cuidando con pulcritud a los cantantes a quienes dejó todo el protagonismo. En los fragmentos orquestales se echó de menos algún destello de emoción que sólo apareció en la delicada ejecución del Nocturno de El Rey que Rabió, donde la sección de cuerda de la Orquesta brilló especialmente, y en un Intermedio de Maruxa francamente vibrante. Por el contrario, en los Intermedios de Goyescas y Las Bodas de Luis Alonso, la correcta ejecución no sirvió para alejar la sensación de frialdad y levedad que dejó el madrileño.
La Orquesta sonó todo lo bien que el engendro acústico del Auditorio Calatravil permite, destacando en sus intervenciones solistas: Luisa Domingo (arpa), Álvaro Octavio (flauta), Pierre Antoine Escoffier (oboe), Guiorgui Jashvili (violín) y Guiorgui Anichenko (cello).
Jorge de León afrontaba el recital apenas 48 horas después de haber cantado su cuarta “Aida” en Les Arts y lo finalizó 22 horas antes de cantar la quinta (y doy fe que la cantó con brillantez). El tinerfeño se encuentra actualmente en un momento pletórico y lo único que debería es cuidar su repertorio y no tener prisa, para no acabar con su voz machacada antes de tiempo como otros colegas suyos. Como ya es habitual en él, De León hizo ostentación de su privilegiado instrumento de gran volumen y de su facilidad insultante para el agudo. No escatimó entrega y demostró en todo momento gran complicidad con sus compañeras y con el público (especialmente con un grupito de señoras de la primera fila a las que saludaba en cada salida y entrada a escena para regocijo de ellas).
Comenzó sus intervenciones con una magnífica “Hecho de un rayo de luna” de La Leyenda del Beso, estuvo deslumbrante en “No puede ser” de La Tabernera del Puerto, y demasiado excedido en “¡Tente! Detén tu alado paso” de Don Gil de Alcalá. Y es que si un problema tiene el tinerfeño es su dificultad para matizar y bajar del forte.
La guapa soprano sevillana Rocío Ignacio no me acabó de convencer. Le reconozco su entrega, pero su voz no me resulta agradable y creo que no estuvo al nivel de sus compañeros de velada. Presentó algún problema de afinación, unos agudos casi siempre estridentes y abiertos, y abusó del grito en detrimento de la sutileza y el matiz. Su fraseo monótono contribuyó a que sus interpretaciones me resultasen frías, aunque estuvo bastante bien en “Me llamaba Rafaeliyo” de El Gato Montés.
Quienes seguís este blog sabéis que María José Montiel es una de mis debilidades. Pero es que por crítico que intente ser, en cuanto empiezo a escuchar en directo a esta mujer, caigo absolutamente rendido a la increíble hermosura de su voz cálida, aterciopelada, extensa, homogénea y de gran volumen, y a su desbordante expresividad y perfecta dicción.
Comenzó con un “De España vengo” de El Niño Judío, absolutamente soberbia, que llevó a la sala los primeros bravos de la noche. En “Qué te importa que no venga” de Los Claveles demostró su poderío en la zona grave, dio una lección de canto matizado y adecuación estilística en “Todas las mañanitas” de Don Gil de Alcalá y en "Sierras de Granada" de La Tempranica, y maravilló su implicación dramática en “Pobre Viejecita” de La Viejecita.
Siempre que salgo de escuchar cantar a María José Montiel me pregunto qué espera Helga Schmidt para dar un mayor protagonismo a esta mujer en la temporada de Les Arts, en lugar de gastarse el dinero en seguir contratando a mediocres cantantes de nombres impronunciables.
El programa previsto finalizó con una interpretación semi-escenificada de “¿Se puede pasar, Paloma?” de La Chulapona, con participación de los tres cantantes e incluso de Pérez Sierra.
Finalizado el programa previsto y ante la entusiasta respuesta de un público que estaba pasándoselo francamente bien, comenzaron los bises con la sorpresa de ver salir al escenario a Rocío Ignacio con Jorge de León portando una guitarra española, tras lo cual la sevillana interpretó “Granadinas” de Emigrantes acompañada por De León a la guitarra. En mi opinión fue el mejor momento de la noche de Rocío Ignacio, mostrándose más centrada en la expresión y el sentimiento que en la mera exhibición vocal. Mientras que Jorge de León hizo lo que pudo el chico, dejando claro por qué se dedica a cantar y no a tocar la guitarra.
Seguidamente el cantante tinerfeño bisó “No puede ser”, haciendo aún mayor alarde de potencia, fiato y agudos deslumbrantes que en su primera interpretación.
María José Montiel se salió del género para ofrecer como bis el precioso fado de Ernesto Halffter, perteneciente a sus “Seis canciones populares portuguesas”, “Ai que linda moça”, que interpretó con el único acompañamiento de la magnífica solista de arpa de la Orquesta, Luisa Domingo. La cantante madrileña de nuevo derrochó sensibilidad, expresividad y emoción en esta pieza, en la que supo transmitir con sinceridad y sencillez toda la melancolía de la página.
Por último, los tres cantantes volvieron a acometer el “¿Se puede pasar, Paloma?” de La Chulapona, con el que finalizó definitivamente el recital, mientras el público puesto en pie obsequió a todos los intervinientes con una larga y calurosa ovación, agradeciendo la entrega sin reservas de los mismos que lograron cuajar una notable velada de zarzuela que dejó un estupendo sabor de boca en los asistentes.
Aunque instantes después, la letal combinación de frío y lluvia con la descerebrada disfuncionalidad del edificio diseñado por el vacuo onanismo arquitectónico de Calatrava, trocó la satisfacción en juramentos en hebreo contra éste y gran parte de sus ancestros.