domingo, 13 de diciembre de 2015

"SILLA" (G. F. Haendel) - Palau de les Arts - 12/12/15

Cuando se presentó la temporada operística del Palau de les Arts, allá por el mes de junio, nuestro Intendente Davide Livermore anunció que la ópera Silla, de G.F. Haendel, sería cantada por alumnos del Centre Plácido Domingo y “una estrella mundial del barroco”. Al comenzar la pretemporada en octubre, pudimos comprobar que quien aparecía anunciada era Meredith Arwady, una contralto norteamericana que, sin poner en duda su valía, ni por fama ni por repertorio cumplía el perfil de estrella mundial del barroco. Y, finalmente, ha sido una aún más desconocida Benedetta Mazzucato quien ha protagonizado anoche el estreno de Silla. Parece que en Les Arts, sea quien sea quién maneje su timón, hay cosas que se repiten una y otra vez y que ya parecen formar parte de su peculiar idiosincrasia.

El Intendente Livermore, en una reciente rueda de prensa, anunció también que la programación de esta ignota ópera de Haendel para ser interpretada por alumnos del Centre Plácido Domingo respondía a lo que él denominó “la revolución del sentido común” (chúpate esa), que consiste, según él, en apostar por la calidad de los espectáculos, independientemente de que se trate de obras no tan conocidas por el gran público y aunque sus protagonistas no sean siempre estrellas, sino gente preparada, como era el caso de quienes figuran en el Centre.

Como declaración de intenciones me parece genial. Y hay que reconocer que este hombre tiene una labia que es capaz de venderle un jamón de jabugo a un Ayatollah, el problema puede venir cuando los resultados no se ajusten a los propósitos. Y, en mi opinión, eso es lo que sucedió ayer.

Me parece una gran idea que se incluyan en la temporada títulos minoritarios, de forma que el público no se limite a escuchar una y otra vez los clásicos Traviata, Bohème, etc. y pueda abrirse a nuevas propuestas.

Y también me parece estupendo que se den oportunidades a jóvenes cantantes, sin necesidad de que sean estrellas mediáticas, siempre que respondan a los niveles de calidad que el nombre de este teatro y la excelencia de sus cuerpos estables merece. Así ha ocurrido en el pasado con muchos de los cantantes que han pasado por Les Arts con enorme éxito antes de su reconocimiento internacional (Amber Wagner, Jennifer Wilson, Jorge de León y un largo etcétera). Pero anoche esa calidad no estuvo presente. Entre los cantantes hubo de todo, bueno, malo y regular; pero incluso en lo bueno el nivel me pareció más propio de estudiantes de conservatorio que de cantantes seleccionados para perfeccionarse en el Centre.

Lo he dicho en alguna ocasión, y lo sigo pensando, que el nivel del alumnado del Centre Plácido Domingo es muy inferior en los últimos años al que tuvo en un principio. Dicho esto también afirmo que lo que escuché anoche me gustó más que las representaciones del Centre del año anterior.

Entiendo, y así lo he mantenido siempre, que no se debe medir por el mismo rasero a estos cantantes del Centre que a los que se contraten para los espectáculos de la temporada de abono, pero cuando desde el teatro se nos pretende colar que esta es una alternativa de calidad, me considero en mi derecho de, al menos, discrepar. Anoche hubo una diferencia abismal entre la calidad de la parte musical y el apartado vocal.

Y el capítulo escénico tampoco acabó de convencerme. Se trata de una nueva producción del Palau de Les Arts que se ha encargado a la joven directora italiana Alessandra Premoli. El resultado es demasiado parecido a cualquiera de los trabajos que ha hecho anteriormente el Intendente Livermore para ser representados por alumnos del Centre, aunque habiéndose pagado aquí a un tercero (Premoli). Quizás esta sensación se deba a que se contaba con la escenografía de Manuel Zuriaga, la iluminación de Antonio Castro y el vestuario de José María Adame; es decir, los habituales colaboradores de la casa. La escenografía está compuesta por un par de paneles móviles y un graderío giratorio que igual representa un ágora, un circo o un parlamento; y los juegos de luces crean una sugerente ambientación para algunas escenas.

Su propuesta no me parece que aporte nada especial. En su defensa se ha de decir que tiene un enorme mérito perder tiempo y esfuerzos en poner en escena un libreto que es una ñorda elefantiásica. Pero la labor de dirección de actores me resultó menos conseguida que en otras ocasiones y limitarse a representar diversas escenas de violencia para que veamos lo malo que es el dictador, hacer veladas referencias a la Italia fascista o simbolizar a los oprimidos con alusiones a las madres de la Plaza de Mayo, no creo que sea nada muy original ni que constituya una inteligente transposición del drama a la época actual. No quiero decir que el trabajo de Premoli sea rechazable, pero me pareció absolutamente intrascendente.

Es de enorme interés la tarea que lleva a cabo Fabio Biondi para la investigación y recuperación de óperas perdidas, como es el caso de este Silla. Decía el maestro Biondi que el motivo de que Haendel hubiera dejado esta ópera en un cajón, llevándose parte de su música a Amadigi di Gaula, era un tema político de la época. Después de lo visto ayer yo más bien sospecho que el compositor pudiera haberse dado cuenta de la inconsistencia y ridiculez del libreto y decidiese dedicar la música a otros fines más loables. Y es que, a diferencia del texto, la partitura de Haendel contiene momentos bellísimos, a los que además Fabio Biondi supo sacarle el mejor partido posible.

Era la primera ocasión en que Biondi ocupaba el foso de Les Arts para dirigir una ópera. Ya pudimos verle en octubre al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, de la que fue nombrado en marzo director titular junto a Roberto Abbado, interpretando Davidde Penitente de Mozart, y tengo que reconocer que entonces me defraudó bastante. Ayer, sin embargo, creo que Biondi llevó a cabo un trabajo excelente de dirección que da motivos para ser optimistas.

Dirigió Biondi sin batuta, al violín, tal y como era costumbre cuando la obra fue compuesta. En alguna de sus primeras intervenciones como solista se observaron imprecisiones en la digitación, pero en las siguientes dejó instantes sublimes. La dirección de Biondi fue ágil, clara, con pulso dramático y estuvo plagada de modulaciones y matices soberbios que proporcionaron toda la expresividad que faltaba en escena. Cuidó muchísimo la endeblez de la mayoría de las voces y marcó con precisión todas las entradas. La escena de la tormenta fue extraordinaria y maravilloso el acompañamiento de las cuerdas en “La vendetta è un cibo al cor”.

En el foso destacaron toda la noche las intervenciones de Guiorgui Anichenko al violonchelo, Pierre Antoine Escoffier al oboe y un magistral Rubén Marqués a la trompeta, especialmente en el “Con tromba guerriera” que puso fin al primer acto.

En cuanto al apartado vocal, ya he dicho anteriormente lo poco que me satisfizo. Destacaría la delicadeza con la que Federica di Trapani acometió el aria de Flavia “Un sol raggio di speranza”, regulando y dando intención al texto, siendo también la cantante que mejor se manejó en los recitativos, masacrados por la generalidad del reparto. Me gustó también el color, volumen, proyección y sentido del legato de la soprano mejicana Karen Gardeazábal como Metella, aunque se le atragantasen las agilidades. Buenos detalles apuntó también Nozomi Kato como Celia, pese al infame vestuario que tuvo que padecer, mezcla de colegiala nipona y jotera, destacando especialmente en su aria “Sei già morto, idolo mio”.

Por respeto a los alumnos del Centre obviaré las consideraciones más negativas sobre ellos, pero sí señalaré que, curiosamente, lo peor de la noche vino de las dos únicas cantantes que no pertenecían al Centre Plácido Domingo. Adriana Di Paola, se cargó el papel de Claudio, el más  extenso de esta ópera, con voz entubada y destemplada, que cuando entraba en terrenos de agilidad no se sabía si cantaba, reía o le daban arcadas, y exhibió la expresividad dramática de un airgamboy.

Por su parte, Benedetta Mazzucato, en el rol del dictador Lucio Cornelio Sila, tan sólo ofreció agradable timbre en la zona central mientras no entraba en terrenos comprometidos, pero los graves se los dejó en Roma, con las agilidades mostró más problemas que Stephen Hawking saltando vallas y sus recitativos parecían el penoso declamado de un actor de teleserie española juvenil. Es inaudito que desde Les Arts no se haya encontrado ninguna alternativa mejor para el papel protagonista de esta ópera, y haber pasado de anunciar a una estrella mundial del barroco a traernos a Mazzucato es una tomadura de pelo en toda regla.

La figuración recayó esta vez en alumnos de la Escola Superior d'Art Dramàtic de Valencia (ESAD), quienes realizaron una meritoria labor con los mimbres que le atribuyó la dirección escénica.

La sala del Teatre Martin i Soler se encontraba prácticamente llena, con bastante gente joven, y se dejaron ver por allí el tenor José Manuel Zapata, el principal director invitado de la casa, Ramón Tebar, el director húngaro Henrik Nánási y Plácido Domingo junto a su esposa. El público no se mostró especialmente cálido durante la representación, aunque al final se aplaudió y braveó a discreción, especialmente a la orquesta y a su director, Fabio Biondi.

Expediente X digno de consultar a Iker Jiménez fue el origen de las ráfagas de olor a fritanga o churrería que inundaban la sala de vez en cuando, habiéndose confirmado que no se trataba de que hubiesen echado a la bañera de aceite hirviendo a quien seleccionó el reparto vocal.

Pese a todo lo dicho creo que siempre merece la pena acercarse a descubrir una ópera nueva, sobre todo si está plagada de bella música, como este Silla de Haendel y si de paso se puede disfrutar del buen hacer de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, mucho mejor.



domingo, 6 de diciembre de 2015

"MACBETH" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 05/12/15

El Palau de les Arts inauguró oficialmente anoche la temporada operística 2015/2016, décima temporada de abono del joven coliseo valenciano, con un programa digno del acontecimiento, la magnífica Macbeth, de Giuseppe Verdi, con el protagonismo de una figura como Plácido Domingo. Y lo cierto es que se vivió una emocionante noche de ópera.

Este año se ha hecho algo menos larga la espera con los espectáculos ofrecidos en la pretemporada, pero aún así había una gran expectación ante el inicio del nuevo ejercicio operístico y ello se tradujo en un lleno casi completo de la sala principal, que presentaba el rutilante aspecto de las grandes ocasiones.

Eso sí, si en la Bohème que abrió la pretemporada fue notable la presencia de representantes políticos, ayer, en el estreno oficial de temporada, no se dejó ver ninguno de los principales responsables autonómicos o municipales; ignoro si porque la campaña electoral les tiene muy ocupados o porque la temporada a precios normales no la consideran digna de apoyo. En cualquier caso, vuelve a ser muy triste que, sea cual sea el color de las instituciones políticas, siga quedando patente su ignorancia y la falta de respaldo político a la ópera en general y a este proyecto cultural que debería ser una de las joyas de la corona de la cultura en España.

La producción de Macbeth presentada ayer es del Teatro dell'Opera di Roma y el Festival de Salzburgo, donde se estrenó en 2011, y cuenta con la dirección de escena concebida por el prestigioso regista alemán Peter Stein y dirigida en esta reposición por el italiano Carlo Bellamio. La versión presentada es la de 1865, sin el ballet y sustituyendo el coro final por la escena final de la de 1847, con el aria de MacbethMal per me che m'affidai”.

La propuesta es absolutamente clásica y fiel al libreto, con un vistoso vestuario de época de Anna María Heinreich que pone cierto contrapunto colorista a una escena tan oscura como la historia que se nos narra. A mí particularmente me agotan ya estas oscuridades escénicas que obligan al espectador a estar a veces, como si viese el Canal Plus codificado, haciendo ímprobos esfuerzos para enterarse de lo que ocurre en escena. Supongo que se ahorrará factura de luz, lo cual viene muy bien, pero cansa. Y, dicho esto, tengo que reconocer que los juegos de luces de Joachim Barth constituyen uno de los grandes valores de esta puesta en escena.

La escenografía es mínima y la sensación de vacío en escena está presente toda la representación. Quizás el problema venga de ser una producción pensada para un espacio tan peculiar como la Felsenreitschule de Salzburgo, con su decorado natural excavado en la roca. Pero aquí tan sólo enmarca la acción un fondo que cambia de color a la par que las emociones en el drama, mientras que la parte del escenario más próxima a la orquesta está ocupada por un suelo en pendiente que vuelve a poner a prueba las habilidades equilibristas de coro y solistas.

De las innovaciones más conseguidas de esta propuesta me parece el haber representado a las tres brujas con tres bailarines que mueven los labios y actúan, mientras componentes del coro femenino prestan su voz disfrazadas de bosque, consiguiendo un resultado visual y dramático espectacular. Algo similar ocurrirá con los sicarios encargados de dar muerte a Banco y su hijo, que serán representados por 4 bailarines, mientras cantan el papel los componentes del coro masculino ocultos con capas negras que parecen representar un bosque petrificado.

También me gustó la resolución, siempre complicada, de la escena de las apariciones, consiguiendo un efecto visual impactante. Al menos desde platea, porque desde los pisos altos quedarán demasiado evidentes los trucos escenográficos.

Me sorprendió la escena de la batalla final, con unos espadachines que hicieron un trabajo buenísimo, muy alejado del ridículo chocar de espadas de función fin de curso que suele ser tan habitual.

Lo que menos me convenció de esta puesta en escena es una dirección de actores muy primaria, por no decir inexistente. Parece que se haya centrado todo el trabajo en los efectos escénicos, descuidando los movimientos de cantantes, sin que se aprecie una labor de dirección que potencie la dramaturgia, pareciendo más bien que la mayoría de las veces se les ha dejado sueltos en escena a su buen o mal hacer.

Me llama la atención que después de que este teatro optase por nombrar a dos directores titulares de la orquesta de la casa (Roberto Abbado y Fabio Biondi), más un director principal invitado (Ramón Tebar), ninguno de los tres sea el designado para ocupar el foso en la función que abre la temporada. El encargado ayer de tomar la batuta al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana fue el húngaro Henrik Nánási, quien ya dirigiese la temporada pasada, con un resultado extraordinario, El castillo del duque Barbazul, de Bartók. Pero claro, una cosa es un húngaro dirigiendo Bartók y otra los peculiares acentos que exige Verdi; así que fui con cierta prevención ante lo que pudiese ofrecernos Nánási y he de decir que, para mi muy grata sorpresa, me pareció uno de los mejores trabajos de dirección de los últimos años en este teatro.

Los primeros compases fueron ejecutados a un ritmo trepidante que hicieron temer unos tempi acelerados en exceso, pero no fue así. Nánási supo incluir las dosis requeridas de cada ingrediente para que la tensión dramática y la emoción estuviesen presentes en todo momento, honrando la partitura con acentos de puro sabor verdiano y llevando a cabo un control milimétrico de cuanto se desarrollaba en foso y escena. Supo extraer las mejores prestaciones de una orquesta que volvió a maravillar a lugareños y foráneos, con algunos matices espectaculares. Mostró autoridad en el control de los concertantes y cuidó a los cantantes con pulcritud, administrando sabiamente los volúmenes orquestales. Me pareció una dirección sobresaliente.  

Toda la Orquestra de la Comunitat Valenciana sonó anoche con la brillantez deseada. Estupendas fueron las intervenciones de arpa y corno inglés, pero es de justicia destacar especialmente la labor de los vientos, donde además tuvimos la gratísima sorpresa del retorno de Christopher Bouwman, quien con su oboe hizo trío de lujo junto a Joan Enric Lluna al clarinete y la flauta de Álvaro Octavio, de quien se comenta que pueda abandonar la orquesta para ir a la ONE, lo que sería una pérdida irreparable para nosotros.

Pero sí de sobresaliente puede calificarse la labor orquestal, el trabajo derrochado ayer por el Cor de la Generalitat merece matrícula de honor. Uno de los principales protagonistas de esta ópera, sin duda, son las brujas, y anoche las componentes femeninas del coro que cantaban el papel tuvieron un protagonismo capital, realizando una espectacular exhibición vocal y escénica que algunos tardaremos tiempo en olvidar, con el mérito añadido de tenerse que mover por el escenario camufladas como arbustos. También la sección masculina tuvo ocasión de lucirse, mostrándose imponente ya desde su primera intervención acompañando a Macbeth, hasta el magnífico momento de los sicarios. Y todo el coro al completo nos maravilló en los dos concertantes que cierran los dos primeros actos, pero, sobre todo, en un Patria oppressa memorable que inundó de emoción el Palau de les Arts. Jamás había escuchado yo este fragmento tan excelentemente cantado y con un acompañamiento orquestal tan bello como el que proporcionó Nánási. Para mí fue el momento mágico de la noche.

Uno de los alicientes principales de este Macbeth lo constituye la presencia en el papel protagonista del incombustible Plácido Domingo. Una presencia que ya roza lo sobrenatural cuando sigue incorporando a su repertorio nuevos papeles y, sobre todo, cuando hace menos de dos meses pasaba otra vez por el quirófano, haciéndonos temer a todos una previsible cancelación de sus compromisos en Valencia. Pero, parece ser, que sigue sin descubrirse la kriptonita que le haga doblar la rodilla a este hombre.

El problema es que, aunque él se vea hecho un machote y con fuerzas para asumir nuevos retos, es obvio, y cada vez más evidente, que está al límite. En toda la primera parte me lo hizo pasar fatal. La falta de fiato era alarmante, dificultando el fraseo ligado. Daba la impresión de estar extenuado y, en cuanto el tempo orquestal se aceleraba y parecía que se le escapaba la orquesta, personalizaba el fraseo comiéndose palabras y saltándose notas. En el concertante final del primer acto me resultó inaudible y su pronunciación durante toda la velada fue bastante deficiente, presentando además numerosos lapsus de texto, pese a contar con apuntador, cuya concha (con perdón) rondaba en cuanto podía.

Pero si algo no se le puede negar a Domingo es su entrega, su dominio de las tablas y una fuerza dramática absolutamente ejemplar, como también lo es su autoridad vocal y una belleza tímbrica que perdura milagrosamente. Enhebró algunas frases bellísimas, rotundas e impregnadas del mejor sabor verdiano. En la segunda parte fue a mejor, con una escena de las apariciones muy notable y, especialmente, con dos arias finales “Pietà, rispetto, amore” y “Mal per me che m'affidai”, que fueron toda una lección de sentido dramático.

La verdad es que tuve toda la noche sentimientos muy encontrados con él y escuchándole en “Pietà, rispetto, amore” no pude evitar pensar que al comienzo de la velada era casi piedad y lástima lo que estaba sintiendo hacia él; que, pese a todo, su categoría dramática y su entrega eran dignas del mayor de los respetos; y que, finalmente, había acabado por caer rendido y enamorado del gran artista que, una vez más, nos demostró ser.

Confieso que tenía gran curiosidad por ver el rendimiento que podía ofrecer la mezzosoprano rusa Ekaterina Semenchuk debutando en un papel tan exigente, y no escrito específicamente para mezzo, como Lady Macbeth, y a mí me gustó. Es cierto que tiene un instrumento poco flexible, de resonancias puramente eslavas, sin atisbo de italianitá, con dicción problemática, falta de contundencia en el registro grave y algunas carencias en la franja más aguda; pero creo que compuso una Lady Macbeth segura, poderosa y muy destacable. Mostró una incontestable potencia vocal y presencia escénica, derrochando expresividad, sobre todo en su gran escena final, donde sin embargo empañó un tanto el resultado con un par de agudos capados muy feos. En cualquier caso, pienso que llevó a cabo una actuación muy meritoria.

El bajo Alexander Vinogradov en el aria de Banco cantó con legato e intención, con una voz oscura y rotunda, aunque con una emisión sucia y, como diría el amigo Titus, ogresca.

El tenor italiano Giorgio Berrugi cumplió en el breve papel de Macduff con voz de color atractivo y bellos perfiles, luciéndose especialmente en su bellísima aria “Ah, la paterna mano”, con un canto bien ligado, pero sobraron un par de apuntes veristas que no venían a cuento.

Fabián Lara fue un correcto Malcom. Destacables en papeles menores estuvieron Federica Alfano, apuntando incluso un pianísimo en el cuarto acto, y Lluis Martínez. Cumplieron también sobradamente Boro Giner, Pablo Aranday y Juan Felipe Durá. Y fueron estupendas las intervenciones de los dos niños de la Escolanía de la Mare de Déu dels Desamparats, Josep de Martín y Héctor Francés.

Como decía al comienzo, la sala principal presentaba un lleno casi completo, con bastante presencia de público foráneo, pudiéndose ver incluso vestidos típicos más propios de Salzburg que de la costa mediterránea. Plácido tenía sus fans y su “Pietá, respeto, amore” fue ovacionada larga y justamente. Al final de la representación hubo emocionados aplausos para todo el elenco, especialmente para Semenchuk, Domingo, coro y orquesta. La dirección de escena fue acogida con tibios aplausos y con algún abucheo aislado pero ruidoso.

Bueno, pues hasta aquí mi crónica del estreno de la temporada valenciana. Estos días que en la prensa no dejamos de leer como presumen otros teatros de ópera por tener a Leo Nucci o Juan Diego Flórez, creo que podemos decir bien alto y con orgullo: pues aquí tenemos al Cor de la Generalitat y sólo por disfrutar de su profesionalidad ya vale la pena chuparse todas las funciones de este Macbeth.

viernes, 30 de octubre de 2015

"KATIUSKA" (Pablo Sorozábal) - Palau de les Arts - 29/10/15

Dentro de la pretemporada que se ha instaurado este año en el Palau de les Arts, ayer tuvo lugar el estreno de la zarzuela/opereta Katiuska, del donostiarra Pablo Sorozábal, una obra que, os confieso, nunca ha estado entre mis preferidas del género, debido sobre todo a un libreto bastante flojo del que afortunadamente anoche nos ofrecieron una versión abreviada, habiendo sido generosos con la tijera. Es verdad que hay momentos musicales donde surge el genio de Sorozábal, pero, en conjunto, siempre me ha parecido una obra menor que me deja con ganas de sensaciones de más enjundia.

Tras colgar el cartel de “no hay billetes” en las recientes funciones de La Bohème, había cierta expectación por saber si la política de precios aplicada a esta pretemporada también llevaba a Katiuska a un éxito similar de público joven. Pues bien, aunque hubo una buena entrada, no fue comparable a la respuesta que obtuvo la ópera de Puccini. Y, sobre todo, la media de edad del respetable fue mucho más elevada. Por otro lado, si en el estreno de Bohème pudimos ver una amplia representación política en los palcos, ayer no localicé a nadie.

Yo, que cuando me pongo puedo ser bastante cansino, quiero volver a insistir en algunas cosas. No nos engañemos, los precios baratos están muy bien. Defiendo sin reservas que exista una pretemporada con entradas más económicas e incluso una temporada con segundos repartos a menor precio; pero una Bohème seguirá llenando y una Katiuska, salvo que incluya a una figura de relieve con tirón, como Plácido Domingo, no.

Por otra parte, niego la mayor, los precios de las entradas de la temporada de ópera en el Palau de les Arts no son tan caros como se quiere hacer creer al que no sabe, y la relación calidad-precio en comparación con otros teatros, es muy buena. Que alguien te diga que ha pagado 120 euros por chuparse un partido de fútbol a la intemperie en el segundo anfiteatro, a nadie escandaliza; pero ir a la ópera parece que es elitista y para ricos, aunque puedas comprar una butaca para asistir a un espectáculo de primer nivel europeo, con la mejor orquesta y coro de España, por 15 euros más, o por 65 si la compras el último día, pudiendo además acceder a un abanico de entradas desde 15 euros.

Y, por último, los resultados de público de La Bohème han estado muy bien, pero el nivel de calidad ofrecido no es al que debemos aspirar en este teatro. Ese no es el objetivo a alcanzar. Estará bien en cuanto sea una actividad complementaria de una temporada de calidad y permita dar más actividad al teatro; pero Les Arts tiene que aspirar a mucho más, a algo tan sencillo y tan complicado como procurar mantener el nivel que se ha venido ofreciendo los pasados años y que permita la consolidación y crecimiento de nuestra orquesta, nuestro coro y nuestro teatro.

Pero bueno, yendo ya al tomate, pese a que haya dicho al comienzo que Katiuska no me gusta especialmente, he de dejar sentado que, en mi opinión, el espectáculo ofrecido ayer mantuvo un buen nivel de calidad que permitió que el público pasase una hora y cuarto entretenida.

El montaje presentado es una coproducción del Teatro Arriaga de Bilbao, el Teatro Campoamor de Oviedo y el Teatro Calderón de Valladolid, que cuenta con la dirección escénica de Emilio Sagi.

Aunque se le pueden hacer reproches, y lo haré, pienso que el ambiente creado por el director asturiano es uno de los principales valores de esta producción, en la que un gran marco dorado envuelve la acción que se desarrolla sobre lo que parece un cine en ruinas, donde los muebles rotos y escombros cubren el proscenio y el fondo del escenario, mientras una estética de tintes cinematográficos acompaña a los personajes en escena.

Sagi ha manifestado que ha querido representar los complicados años 30 españoles, donde el cine era la evasión del ciudadano. Así, el personaje de Katiuska se nos muestra como una diva que casi parece que esté viviendo una alucinación (impagable su entrada en escena a lo estrellona cubierta de pieles). Yo lo de que fuera España no lo acabé de pillar, y allí daba igual que fuera España o Luxemburgo, el caso es que se hablaba de Rusia sin que chirriase nada especialmente, aunque el vestuario no fuera de la primera década del siglo XX sino de los años 30/40.

La escenografía es estática, un único decorado con paneles móviles, quedando todo el peso de la acción dramática supeditado a inteligentes juegos de luces y sombras y estudiados movimientos de actores. Estos, limitados, porque, y este es uno de los principales reproches que le hago a este montaje, de nuevo se ha abusado de superficies inclinadas, lo que unido a la cantidad de trastos por medio que tienen que sortear hace que el espectador esté todo el tiempo sufriendo por si los cantantes se abren la cabeza.

El otro reparo que podría hacerle sería que el decorado en forma de caja, con los cantantes muchas veces metidos al fondo del escenario, hizo que en esos momentos las voces se vieran perjudicadas.

Pese a ese estatismo escenográfico que comentaba, la narración fluye estupendamente bien y si algo no se puede negar, como casi siempre ocurre con los trabajos de Sagi, es su efectividad estética y visual, sabiendo dotar del ambiente preciso a una obra tan diversa como esta, con recogidos momentos románticos, escenas vodevilescas y hasta números de cabaret, como ese A París me voy tan cargante, que en esta ocasión adquiere el tono adecuado. También me gustó mucho la resolución ideada para el baile con katiuskas.

El valenciano Cristobal Soler fue el encargado de manejar la batuta al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, y si con la dirección de Manuel Coves en La Bohème salí bastante defraudado, ayer me llevé una grata sorpresa y creo  que el actual director musical del Teatro de la Zarzuela realizó una elogiable labor. Es de justicia decir que la partitura de Katiuska no tiene la profundidad de la obra pucciniana, obviamente, pero Soler fue capaz de ofrecer el tono justo en cada una de las vertientes que ofrece la obra, tanto en los momentos más líricos, donde la música fue acentuada con interesantes matices, como en las facetas más revisteriles, sabiendo también remarcar los guiños al folclore eslavo que introduce Sorozábal. Soler demostró en definitiva conocer bien el género y adecuarse a los cantantes que tenía en el escenario, conduciendo con sobriedad y eficacia.

El Cor de la Generalitat fue de los más perjudicados, a mi juicio, por la concepción escénica de Sagi, perdiendo proyección las voces cuando se ubicaba demasiado retrasado y haciendo más equilibrios que una promoción de El Circo del Sol cuando les hacían trepar por la escombrera del proscenio. Pese a todo, tuvo unas brillantes intervenciones en una obra que tampoco tiene números de gran lucimiento coral.

La soprano Maite Alberola se está abriendo paso poco a poco en los más importantes escenarios operísticos, con justicia, y había ganas de poderla disfrutar en su tierra con un papel de cierta relevancia. Tiene una voz lírica de bello timbre, potente y luminosa que supo adornar con detalles de sumo gusto, como al acabar el agudo en piano en “Noche hermosa”. En el dúo de Katiuska y Pedro estuvo magnífica, y también se mostró refinada con un canto muy ligado en “Vivía sola”, aunque transmitiese cierta frialdad, lo cual no acabé de saber si se debía a causas naturales o instrucciones escénicas.

El veterano barítono cántabro Manuel Lanza, afortunadamente recuperado hace unos años para la escena lírica tras una larga ausencia, fue un solvente Pedro Stakof que mostro sobrado conocimiento de las tablas y madurez vocal, con un instrumento robusto, de atractivo color y tintes puramente baritonales. Se agradeció su arrojo, cantando sin trampas y por derecho, aunque en ocasiones se resintiese la afinación. En las exigencias más agudas del rol se denotaba mayor desgaste y dejó asomar algún problema, pero supo transmitir emoción y expresividad, ofreciendo sus mejores prestaciones en el dúo con Katiuska.

El tenor ilicitano Javier Agulló es bien conocido ya en Les Arts. Su papel no permite demasiado lucimiento, pero defendió su romanza “Soy vulgar caminante” mejor de lo esperado, y los agudos fueron bastante menos destemplados que en ocasiones anteriores, aunque la afinación sigue presentándole dificultades.

Mención especial merece el estupendo elenco de comprimarios, con una Sandra Ferrández que dibujó una Olga pletórica de chispa y dominio escénico. Entregadísimos estuvieron también Itxaro Mentxaka y David Rubiera. Y extraordinarios los miembros del Cor de la Generalitat, Boro Giner y José Enrique Requena, con una profesionalidad bárbara, tanto en el apartado vocal como dotando de la comicidad exigida a sus personajes, sin recurrir al típico humor chillón, a lo Pepa y Avelino, tan habitual en el mundo de la zarzuela.

El público siguió con interés el espectáculo ofrecido (bueno, todos no. Mi compañero de butaca se pasó todo el primer acto guasapeando con los amiguetes, poniendo en riesgo su dentadura que se hallaba demasiado cerca de mi codo) y al finalizar agradeció con cálidos aplausos la labor de los artistas, siendo Alberola, Lanza y Sagi los más ovacionados.

Tras las próximas funciones de esta Katiuska (días 31 de octubre y 3 y 6 de noviembre) sólo quedará de pretemporada el concierto de Roberto Abbado dedicado a Berlioz, el próximo jueves día 5 de noviembre. Desde aquí os animo a todos a acudir (hay todavía bastantes entradas y baratas).

Será la primera ocasión en que el nuevo codirector musical titular de Les Arts se ponga al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana desde su nombramiento. Abbado nos dejó unas espléndidas sensaciones con aquél Don Pasquale de la pasada temporada, pero ahora habrá ocasión de valorarle con un repertorio orquestalmente más exigente, como es ese magnífico programa doble compuesto por la celebérrima Sinfonía Fantástica y, la menos conocida pero maravillosa, Lélio o El retorno a la vida, en un concierto espectáculo que contará también con la participación del actor Nacho Fresneda y que promete emociones fuertes.

sábado, 3 de octubre de 2015

"LA BOHÈME" (Giacomo Puccini) - Palau de les Arts - 02/10/15


El viernes se levantó el telón del Palau de les Arts tras el descanso veraniego. Este año no ha habido que esperar casi a Navidad para empezar a disfrutar de ópera en nuestro teatro, pues, aunque la temporada oficial se inaugure con Macbeth el 5 de diciembre, el Intendente Davide Livermore ha decidido incluir previamente unos espectáculos a precios populares, a modo de pretemporada, que además servirán para conmemorar el décimo aniversario del coliseo valenciano.

Yo también quisiera hacer una pre-crónica, antes de entrar a compartir mis impresiones concretas de la función inaugural, para intentar aclarar algunas cosas. Lo primero que me gustaría dejar sentado es que me parece una muy buena idea construir una pretemporada como la que ahora comienza. Por un lado, es una magnífica forma de acercar la actividad de Les Arts al público joven a unos precios más que asequibles; y por otro, permite dar oportunidades a cantantes menos conocidos y más actividad al teatro y a la orquesta. Si además se programa un título tan popular como La Bohème, el lleno está garantizado, tal y como ocurrió el viernes.

Por otra parte, veo que hay cosas que no cambian en Les Arts esté quien esté al frente. Sin ningún aviso ni nota al respecto (de hecho aún aparece en la programación general) se ha variado el reparto de La Bohème, sustituyendo al Rodolfo previsto, Javier Tomé, por el italiano Giordano Lucà, y al Colline de David Sánchez por Felipe Bou. No cuestiono los motivos del cambio, pero sí que siga chupándole un pie al teatro la información al público. También me ha llamado la atención que después de anunciar, al presentarse la temporada, que la ópera Silla sería cantada por alumnos del Centre Plácido Domingo y “una estrella mundial del barroco”, ahora quien aparece en los carteles es Meredith Arwady, una contralto norteamericana que no dudo que ofrezca un excelente rendimiento, pero que ni por fama ni por repertorio creo que deba ser anunciada como estrella mundial del barroco.

Y, por último, también me gustaría aclarar por enésima vez que este blog no es la voz de la crítica especializada, ni mucho menos. No hay que tomárselo tan en serio. Es mi página personal, en la que, como un mero aficionado a la ópera que soy bastante ignorante, decidí hace tiempo compartir mis subjetivas, y posiblemente erradas, impresiones. Así que, como bien dice el señor Livermore, una cosa son los blogs de apasionados a la ópera y otra la opinión fundamentada de los músicos, cantantes y profesionales que viven de ello. Por ello, espero que no se dé tanto valor a lo que yo pueda expresar aquí. Empezando por el propio Intendente de Les Arts, quien parece enfadarse bastante a veces con lo que escribo.

Pero bueno, entrando ya en mi análisis de lo visto y escuchado el viernes, empezaré por decir que creo que se obtuvieron unos resultados más que dignos, confirmándose que nos encontramos ante una producción que escénicamente funciona de maravilla, y que seguimos teniendo un coro y una orquesta espectaculares, capaces incluso de brillar cuando la batuta no hace justicia.

La Bohème estrenada el viernes es la reposición de la producción que pudimos ver hace tres años. Una coproducción del Palau de les Arts y la Opera Company of Philadelphia, que cuenta con la dirección escénica del propio Intendente de les Arts Davide Livermore. Tal y como ya dije entonces, sin ser especialmente innovadora, es inteligente, de gran sencillez y de una fuerza visual incontestable, sirviendo de vehículo perfecto al drama y a las emociones que surgen del texto y la partitura.

Una escenografía mínima se ve reforzada por proyecciones de famosas obras pictóricas que van enmarcando la acción. El paisaje de invierno de Monet en el acto III me sigue pareciendo uno de los momentos más bellos, junto a la fuerza emocional que se obtiene en la escena final, con el cuadro de Jean Beraud “Après la faute” dominando el escenario, reflejando la imagen de una mujer en un sofá rojo, similar al que hay en escena. Ese cuadro puede verse ya desde antes de la entrada de Mimí en el cuarto acto, vaticinando la tragedia mientras los amigos bromean, y cuando Mimí muera, la mujer desaparecerá del lienzo y el sofá quedará vacío.

Como también manifesté en su día, lo que destacaría principalmente es el efectivo trabajo de dirección de actores que desprende la propuesta. Luego, la mayor o menor habilidad de los cantantes ofrecerá mejores o peores resultados, pero es indudable que hay una estudiada labor dramatúrgica. Menos conseguido me pareció el primer acto y bastante más los siguientes, aunque el segundo resulte sobrecargado a veces, sobre todo por unos camareros bailarines demasiado presentes distrayendo de una acción escénica ya bastante concurrida.

Haber tenido la oportunidad de escuchar en 2012 esta Bohème, en la magistral versión dirigida por Riccardo Chailly, era un problema. Quienes tenemos la suerte o la desgracia de poseer cierta memoria musical, sabíamos que si íbamos con intención de hacer comparaciones, lo pasaríamos mal. No fue mi caso. Os aseguro que me acomodé en mi butaca preparado a escuchar y ver una obra nueva. Simplemente dejándome llevar por las emociones que naturalmente pudiesen brotar, sin comparar cantantes ni direcciones musicales. Así lo hice y me encontré con unos jóvenes cantantes de buen nivel general, y en algún caso muy bueno; pero con un trabajo de batuta plano, insulso y blando, que contó con la ventaja de ir arropado por unos músicos formidables y una partitura de Puccini que es pura emoción y gusta hasta interpretada con dolçaina y tabalet.

El trabajo del director jienense Manuel Coves sin duda merece reconocimiento, pero lo que a mí, como espectador, me transmitió, fue poquísima emoción. Hubo pasajes donde la orquesta debía brillar y hacer tambalearse el teatro, poniéndonos los pelos de punta, como al final del segundo acto, o en el tercero, y, sin embargo, casi se pasaba por allí de forma rutinaria. Los tempí del segundo acto no fueron vivos sino casi atropellados en ocasiones, imponiendo unas exigencias brutales al coro. Se observaron demasiados desajustes entre foso y escena y poca capacidad de corregirlos. Apenas hubo matices, más allá de hacer tocar más fuerte o más bajito, pero sin un juego de dinámicas enfocado al realce de la emoción. La orquesta se comió a los cantantes, quienes en muchos momentos, entre sus propias carencias y los volúmenes de Coves, parecían mudos. Hubo estupendas intervenciones individuales de concertino, flauta, oboe, arpa; pero se echó de menos un conjunto orquestal brillante, bien amalgamado y poderoso. Aun con todo, la orquesta sonó estupendamente, pero faltó alma.

Tanto el Cor de la Generalitat como la Escola Coral Veus Juntes de Quart de Poblet y la Escolanía de la Mare de Déu dels Desamparats, obtuvieron unos resultados magníficos y sobrevivieron a la batuta, con una entrega escénica formidable. Espero que en la próxima función el Cor de la Generalitat no tenga bajas en sus filas, pues llegué a preocuparme seriamente cuando, en el segundo acto, Musetta arrojó uno de sus zapatos como si fuese un ramo de novia, hacia su espalda y a lo alto, cayendo en picado e impactando cual kamikaze en toda la crisma de una de las integrantes del Cor.  

En el reparto vocal hubo un poco de todo, pero, en general, pienso que los resultados fueron buenos. Es verdad que podemos pensar que hay muchísimos cantantes de un nivel parecido a los que no se le han dado estas oportunidades, pero se trata de juzgar únicamente lo ofrecido en escena, y, al menos yo, salí más satisfecho de lo que pensaba cuando llegué al teatro.

Sobre todo por el gozoso descubrimiento que fue para mí la Mimí interpretada por la soprano norteamericana Angel Blue, una cantante que ya está pisando importantes recintos operísticos y que, tras lo escuchado el viernes, creo que puede tener un futuro realmente prometedor. Sorprendió por una voz lírica, rica, con cuerpo y grande, muy timbrada y con explosividad luminosa en el registro agudo. Me pareció especialmente relevante en el tercer acto y, pese a que en la zona grave perdía algo de presencia, solventó el cuarto con buen sentido dramático. Sólo le reprocharía una dicción mejorable y un fraseo que pedía mayor variedad de matices. En cualquier caso, fue la justa triunfadora de la noche.

Del Rodolfo de Giordano Lucà, que ya cantó en El Escorial con Coves este papel,  destacaría su valentía y facilidad en el registro agudo. Su voz, demasiado ligera para mi gusto, presenta un vibratillo corto pero que no llega a molestar. El canto fue muy correcto, pero monótono, sin matices, y tampoco destacó por su expresividad escénica. Fue quien más desajustes mostró con el foso, lo cual, dado que ha venido a sustituir al tenor inicialmente previsto, no sé si tendrá que ver con una falta de ensayos. De todas formas el resultado final fue muy digno.

Germán Olvera fue un buen Marcello. En Les Arts ya ha representado varios papeles este barítono que destaca por una voz de bello timbre que maneja con eficiencia en la zona central, pero que cuando la tesitura se empina (con perdón) roza el gallo y parece que vaya a quebrarse. Sus mejores prestaciones las obtuvo en el acto tercero y, como siempre, destacaron sus dotes actorales, aunque tienda a la sobreactuación.

La brasileña Lina Mendes compuso una correcta Musetta, si bien ligera en exceso, lo que se puso en evidencia en el cuarto acto. En su vals cumplió con solvencia y resultó divertida y provocadora en escena. Menos me gustaron Felipe Bou como Colline, reservando sus mejores momentos para el aria “Vecchia Zimarra”; y el Schaunard de Aldo Heo que, aunque mejoró en el último acto, se mostró inaudible en la primera mitad y con graves carencias expresivas.

La sala del Palau de les Arts presentó el viernes su mejor aspecto. Lleno absoluto, con gran presencia de gente joven y palcos abarrotados. Me causó una grata sorpresa comprobar la asistencia a esta apertura de temporada del nuevo Alcalde, Joan Ribó, junto a su esposa, y de cinco miembros del gobierno valenciano, entre ellos Vicent Marzá, conseller de Cultura y sustituto de la nefasta Catalá. No sé cómo se desarrollarán las cosas en su gestión, pero, al menos, el viernes estuvo donde debía estar, lo cual ya es más de lo que hicieron otros. Y me gustó que viesen de primera mano que hay una gran cantidad de ciudadanos, muchos de ellos jóvenes, interesados por el género operístico.

Al finalizar la representación se ovacionó con fuerza a todos los intérpretes, especialmente a la soprano Angel Blue, que recogió el mayor número de bravos. Menos efusividad hubo en la salida del director musical, aunque cuando la orquesta se puso en pie las ovaciones fueron unánimes. También fue muy aplaudida la dirección escénica de Davide Livermore.

Me gustaría volver a pedir a la gente que se espere a aplaudir hasta que la música deje de sonar. En cuanto se mueve el telón hay algunos que tienen una prisa terrible por empezar a dar palmas. Así, el viernes fueron completamente inaudibles los últimos quince segundos del primer acto.

Antes de finalizar, me gustaría recomendaros a todos que acudáis el próximo jueves 8 al concierto conmemorativo del décimo aniversario del Palau de les Arts, donde Fabio Biondi dirigirá Davidde Penitente, de Mozart, una obra bellísima que contará además con la presencia, si Livermore no nos la sustituye, de la estupenda soprano Jessica Pratt.

Para terminar, y sin mala intención, os dejo un video con breves fragmentos de La Bohème que dirigió Riccardo Chailly en 2012…